libreto: El trovador - La Arcadia Jerez

A la izquierda, Carlo Baucardé el
Manrico del estreno. A la derecha,
Giovanni Guicciardi el primer Conde
de Luna.
suprimir la mención al palo en que la Inquisición
quemaba a los herejes y modificar el texto
del “Miserere”, que en vez de “Miserere di
lei, bontà divina,/Preda non sia dell’infernal
soggi-orno!”, se cantó con las palabras “Ah
pietade di lei che s’avvicina/allo splendor
dell’inmortal soggiorno”.
El estreno en la noche del 19 de enero de
1853 fue un éxito absoluto, con un reparto
formado por Carlo Baucardé (Manrico), Giovanni
Guicciardi (Conte di Luna), Rosina
Penco (Leonora), Emilia Goggi (Azucena),
Arcangelo Balderi (Ferrando) y Francesca
Quadri (Inés). Toda la escena final tuvo que
ser repetida y las críticas fueron entusiastas
(salvo alguna que se quejaba del excesivo número
de muertes). La carrera de Il trovatore
sería meteórica. Thomas G. Kaufmann, en su
gran estudio sobre la difusión de las óperas
de Verdi, documenta que en tan sólo unos
años Il trovatore se representaba en teatros de
América del Norte y Sur, en toda Europa, en
Egipto, en la India y hasta las lejanas colo-
el TroVaDor 25
nias holandesas en Indonesia. En febrero de
1854 se representaba en el Real de Madrid;
y en ese mismo año aparecía en el Liceo (20
de mayo), Principal de Valencia (4 de junio),
San Fernando de Sevilla (7 de junio) y Principal
de Cádiz (agosto). De hecho, esta ópera
fue, junto con Nabucco, la que mayor y más
rápida difusión internacional tuvo.
Si una nota caracteriza el perfil literario del
libreto de Il trovatore ésta es la de la concisión
y la celeridad narrativa. Deirdre O’Grady (The
Last Troubadours. Poetic Drama in Italian Opera,
1597-1887) analiza con perspicacia cómo
Verdi supo inducir a Cammarano, ya desde
el libreto para Luisa Miller (1849), para que
abandonase el ampuloso y estático estilo literario
de sus libretos anteriores, especialmente
los redactados para Donizetti, caracterizados
por la rígida división entre las escenas de acción
(recitados, pezzi concertati, coros) y los
momentos de reflexión (cavatinas, cabaletas y
duetos). La exigencia verdiana de un lenguaje
más ágil, directo y dinámico (Verdi llegaría a