El Alfarero Desvelado -L-ensayos-1964- 571kb - andes
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¿Qué podemos oponer a la filosofía pesimista y de sombras que baja de occidente? Un<br />
pensar vigilante y matinal, el principio de confianza, la capacidad de diálogo y acuerdo, la creencia<br />
inquebrantable de que, apesar de sus yerros y descalabros, en el espacio interior del hombre y de<br />
los pueblos germinan las reservas misteriosas para superar el duro presente y avanzar al oscuro<br />
porvenir.<br />
<strong>El</strong> mundo marcha al "homo atomicus", pero nosotros debemos conocer, antes, la etapa<br />
previa del "homo americanus" como total expresión de una nueva sociedad. Hasta un ayer<br />
inmediato inercia y dispersión; de hoy más en adelante un horizonte activo de trabajo, una ética de<br />
aproximación.<br />
No es verdad que se licuen principios y valores espirituales ante la invasión fría del<br />
maquinismo y de la técnica. Antes bien: replegados en su propia interioridad, saldrán de sus<br />
núcleos entrañables para restituir al mundo el perdido equilibrio. Energía y conciencia moral son<br />
polos indestructibles del acontecer humano. Ninguna puede aniquilar a la otra. Si al Norte ha<br />
correspondido la mayor concentración y a un tiempo la expansión más dilatada de los poderes<br />
materiales, celebremos que el Sur constituya una reserva intacta del espíritu en su más alto sentido<br />
de idealidad y juventud desinteresadas.<br />
La fisión nuclear puede aniquilar el mundo, pero mientras el hombre exista nada extinguirá<br />
su confianza en la vida, su esperanza misteriosa de reconstrucción y resurgimiento.<br />
Digamos que los pueblos del Sur —retrasados, desvalidos, pero nobles, entusiastas— son<br />
la vanguardia de una nueva fe. Creer en Dios, amar la vida, honrar la condición humana, aceptar la<br />
existencia como se presenta, no obstante sus rigores y miserias, sin abdicar jamás el doble señorío<br />
del bien y de la razón, porque sin ellos no hay hombre, pueblo, ni cultura posibles. No un destino<br />
de comando, mas una tarea de orientación, de renovación desde el espíritu nos ha sido confiada.<br />
La Patria del Sur es la esperanza de un mundo mejor.<br />
Y no se conceda crédito a los críticos ligeros que, atentos sólo a la inmediata exterioridad,<br />
piensan que nuestros pueblos turbulentos, de revoluciones constantes y economías en crisis, sólo<br />
introducen mayores factores de perturbación a la natural ansiedad del mundo civilizado.<br />
Estas naciones que fermentan con ritmo explosivo y creciente, despiertan apenas a la<br />
plenitud colectiva. En un sentido orgánico, para un pensar crítico ajustado, si se aplican los<br />
patrones del avanzado esquema occidental, recién en las últimas décadas iniciaron su marcha<br />
como Estados modernos y eficientes.<br />
Existe una América mestiza, distinta, contrapuesta a la América sajona. No podemos<br />
seguir reducidos al canon transeuropeo ni a la medida yanqui. Por altas —y útiles— que sean las<br />
aportaciones de ambos tensores culturales, en el hecho humano y en la circunstancia social<br />
tendemos a emancipamos. Queremos ser nosotros mismos. Entre el culto europeo y el pragmático<br />
norteamericano, el varón del sur aporta un otro estilo de vida: estamos más cerca del amor<br />
agustiniano, de la emoción, de la sorpresa, y saber y riqueza no cuadriculan todavía el ser<br />
continental. Por el sentimiento, por la espontaneidad, acaso también en el desorden genial y<br />
natural se nos entenderá mejor. Una tristeza subyacente se embosca en las alegrías del<br />
sudamericano. <strong>El</strong> desgano acecha tras el remonte, de las energías. No aprendimos, aún, la ciencia<br />
de perseverar ni el arte fino de ajustar tiempo y acción. Entre masas y minorías se abren abismos<br />
que culturas más avanzadas ya franquearon.<br />
Será, la nuestra, una cultura de integración donde todas las razas hallen su patria. Un<br />
mundo americano de apertura y de fusión, que no se puede medir con el metro occidental, porque<br />
el desvivir del hombre sudamericano —como señala Alberto Calvo— "está regulado por una<br />
metalógica cordial y apasionada, inaprehensible por cualquiera categorización de cuño<br />
racionalista".<br />
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