El Alfarero Desvelado -L-ensayos-1964- 571kb - andes
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Tratándose de Rómulo Gallegos será estulticia o mezquindad retacear su gloria: ella es de América. De profesor de escuela a Presidente de la República, cabalgando los recios alazanes de sus libros. Vida estupenda. Ni la política, ni los negocios, ni la fama le oscurecen el sentido moral. Rechaza ser senador cuando manda un tirano. Habla, polemiza, denuncia el abuso y la perfidia. De sus campañas cívicas, valientes y frecuentes, de sus luchas democráticas, surge nítida la figura austera y valerosa del hacedor de patria: humanista en defensa del ideal, combatiente sin miedo y sin tacha por las buenas causas. —No interesa mandar; lo que cuenta es ser útil al pueblo. Sube al poder amado por la ciudadanía. No se envanece. Este hombre de apariencia ruda, es firme con los poderosos, suave y pleno de bondad con los desposeídos. Socialista moderado, próximo a las doctrinas sociales de la Iglesia, busca para Venezuela la evolución institucional que acabe con los vicios e injusticias que denuncian sus obras. Gobierno corto, el suyo, porque no sabe odiar ni perseguir, ni se apoya en policías y bayonetas, ni encarama a los compadres ni a los áulicos. Cierta vez, reprochándole un amigo que no hacía suficiente proselitismo político ni vigilaba por la seguridad de su gobierno, repuso serenamente: —Gobernar no es halagar a los ciudadanos ni ejercer represión sobre los descontentos. Quien no infunda confianza, debe irse... El la infundía, en grado extremo, pero ignoraba las malas artes para mantenerse en el poder. Y bajó a los pocos meses del solio presidencial al golpe traidor de las envidias, las codicias y el pretorianismo: tan digno como ascendió. Político de ideales elevados, de conducta irreprensible ¿cómo se habría mantenido en el oleaje de los apetitos? La feria criolla —en Venezuela o en cualquiera nación de América— no era el campo adecuado para Rómulo Gallegos. El habría sido un gran Presidente en la América que seremos cien años más tarde. Cuando los militares lo presionan a renunciar con amenaza de la vida, les contesta con energía: —Soy el Presidente de los venezolanos; sólo ellos pueden exigirme la renuncia. Sale desterrado de Caracas y padecerá largos años de exilio por lealtad a la idea democrática. El escritor no es menos grande que el conductor social. He aquí cómo condensa su ideario cívico: —Yo no concibo forma de existencia apetecible, sino bajo formas de libertad y de dignidad individual. Sus hermosas novelas pertenecen ya al acervo conciencial y cultural del continente. Rebasan el marco de su patria y lo trascienden a las sociedades de todo el hemisferio. Todos los pueblos de América nos reconocemos en sus personajes inmortales, en sus paisajes encrespados, en sus ambientes ricos de color y veracidad, en los destinos tempestuosos que anima el soplo telúrico, en el cruce de las razas, en el genio dramático y fatalista de un mundo en formación que sólo su clarividencia intuitiva y su potencia de narrador pudo entrever. Aun frustrado en su sueño idealista, "Reynaldo Solar" —en otras ediciones se llama, también, "El Ultimo Solar"— es un arquetipo para la juventud. Tiene algo, expresa mucho de lo que todos fuimos a los veinte años. Su trágico sino de lucha contra el ambiente, su idealismo impenitente, el profundo impacto de la realidad y las decepciones contra su romántica concepción del deber y de la lucha, mandan todavía. Es la América de los soñadores, que será vencida por la América de los vividores. 46
En "Canaima" resuena el canto lírico a la selva, a los padres ríos, al choque de las razas, al impacto tremendo del civilizador con la naturaleza virgen. Tiene páginas de epopeya. Crítica penetrante de la condición social. Personajes inolvidables. Y un estilo castizo en lo esencial, salpicado de giros dialectales, con admirable captación de la psicología campesina y provinciana. "Doña Bárbara", la más popular de sus novelas, es un libro impar. La acción bien trabada, las criaturas viriles, trazadas en rasgos fuertes y certeros, el paisaje vigoroso, deslumbrante, y el mirar del sociólogo y el dardo del poeta tan agudos, que el lector se sumerge en la entraña continental desde las primeras páginas. Se ha querido ver en la lucha del protagonista con la mujer-cacique, la antinomia de civilización y barbarie. El orden contra el instinto. ¿Pero ha sido, ésa, la intención del novelista? ¿El genio libre, el sentido realista del mundo, su comprensión directa de los tipos humanos, condicen con el relato de tesis más cerebral que emotivo? Difícil admitirlo. "Doña Bárbara" es un cuadro deslumbrante del drama feudal sudamericano. Aquí no hay tesis, símbolos, ni mensajes literarios. Sólo un movimiento intenso, la realidad viva, la transfiguración poética de la llanura y del drama humano en términos de gran relato. Traducida a varios idiomas, mal adaptada al cine, es una de las mejores novelas que ha producido el continente. En "Pobre Negro" el alegato social discurre detrás de la acción bien llevada. Hay ternura y perspicacia a la vez. "La Trepadora" plantea el problema del mestizaje con aliento positivo: subirán las razas cruzadas a pesar de caídas y conflictos. La trama es movida y sugestiva. "Sobre la misma tierra" enfoca las subversiones del petróleo, que civiliza y envilece a un tiempo mismo. "El Forastero" relata el vivir provinciano y los pavores del matonismo caciquil: otra vez el civilizador contra los instintos desatados del alma primitiva. "La Brizna de paja en el viento" transcurre en la Cuba del dictador Machado y exalta el heroísmo de los estudiantes, que dan la vida por abatir la tiranía. "Doña Bárbara" será más novela en el sentido constructivo. Su carga emocional y dramática más viva. Sus personajes mejor perfilados. Pero "Cantaclaro" se me antoja la mejor novela de Gallegos. Florentino Quitapesares es más entrañable que Santos Luzardo. Su vida es la epopeya del cantor rural, del coplero sudamericano. La "sabana" es el escenario de su hazaña. La ambientación es tan perfecta, que suelo, raza, morador, costumbres y hasta la técnica del lenguaje cruzado de modismos, se mueven en una atmósfera alucinante de verdad y fantasía. ¿Qué fue captado como trozo vivo de realidad y qué lo imaginado? He aquí el arte supremo del buen narrador: no hay fisura entre invención y reproducción. Se mete uno con Cantaclaro en la pampa venezolana a conocerla tal como es; pero también la magia recóndita de la comarca y su poblador despierta el afán de irrealidad en el lector. "Cantaclaro" es la doble victoria de un realismo esencial y del sentimiento poético del mundo. América, en suma, en la plenitud de su grandeza, en la hermosura vibrante de sus criaturas y paisajes, en la ternura estremecida de sus tierras interiores. En Gallegos los personajes secundarios son tan vivos y tan fuertes como los protagonistas. Las descripciones brotan de mano genial, con el natural movimiento de su trance. El toque psicológico y la pincelada costumbrista contrapuntean. Dibuja situaciones como sondea caracteres: nada se le escapa. Maneja el idioma con destreza castellana y libertad americana. Lo conoce, lo innova. Esa rara mixtión de lo académico y lo comarcano, de lo antiguo con lo nuevo, del fondo estructural de una gramática bien articulada que se renueva y vivifica con las formas dialectales, los giros, expresiones y americanismos que son como los naturales esmaltes para ennoblecer la digna lengua de Cervantes. Es otra de las virtudes del famoso venezolano: que además de gran creador de tipos humanos, cuadros sociales y paisajes, es un magnífico estilista, digno, él solo, de estudio dilatado. Se lee a Rómulo Gallegos en la tensión excitante que se sigue a cualesquier de los mejores narradores de la literatura mundial. Desde la mocedad aprendí a conocer y a sentir la realidad continental en las obras de Gallegos. Me acerqué después a su vida y hallé al hombre tan noble como el escritor. Difícil dualidad. 47
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De profesor de escuela a Presidente de la República, cabalgando los recios alazanes de<br />
sus libros. Vida estupenda. Ni la política, ni los negocios, ni la fama le oscurecen el sentido moral.<br />
Rechaza ser senador cuando manda un tirano. Habla, polemiza, denuncia el abuso y la perfidia. De<br />
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austera y valerosa del hacedor de patria: humanista en defensa del ideal, combatiente sin miedo y<br />
sin tacha por las buenas causas.<br />
—No interesa mandar; lo que cuenta es ser útil al pueblo.<br />
Sube al poder amado por la ciudadanía. No se envanece. Este hombre de apariencia ruda,<br />
es firme con los poderosos, suave y pleno de bondad con los desposeídos. Socialista moderado,<br />
próximo a las doctrinas sociales de la Iglesia, busca para Venezuela la evolución institucional que<br />
acabe con los vicios e injusticias que denuncian sus obras. Gobierno corto, el suyo, porque no<br />
sabe odiar ni perseguir, ni se apoya en policías y bayonetas, ni encarama a los compadres ni a los<br />
áulicos.<br />
Cierta vez, reprochándole un amigo que no hacía suficiente proselitismo político ni vigilaba<br />
por la seguridad de su gobierno, repuso serenamente:<br />
—Gobernar no es halagar a los ciudadanos ni ejercer represión sobre los descontentos.<br />
Quien no infunda confianza, debe irse...<br />
<strong>El</strong> la infundía, en grado extremo, pero ignoraba las malas artes para mantenerse en el<br />
poder. Y bajó a los pocos meses del solio presidencial al golpe traidor de las envidias, las codicias<br />
y el pretorianismo: tan digno como ascendió. Político de ideales elevados, de conducta<br />
irreprensible ¿cómo se habría mantenido en el oleaje de los apetitos? La feria criolla —en<br />
Venezuela o en cualquiera nación de América— no era el campo adecuado para Rómulo Gallegos.<br />
<strong>El</strong> habría sido un gran Presidente en la América que seremos cien años más tarde.<br />
Cuando los militares lo presionan a renunciar con amenaza de la vida, les contesta con<br />
energía:<br />
—Soy el Presidente de los venezolanos; sólo ellos pueden exigirme la renuncia.<br />
Sale desterrado de Caracas y padecerá largos años de exilio por lealtad a la idea<br />
democrática.<br />
<strong>El</strong> escritor no es menos grande que el conductor social. He aquí cómo condensa su ideario<br />
cívico:<br />
—Yo no concibo forma de existencia apetecible, sino bajo formas de libertad y de dignidad<br />
individual.<br />
Sus hermosas novelas pertenecen ya al acervo conciencial y cultural del continente.<br />
Rebasan el marco de su patria y lo trascienden a las sociedades de todo el hemisferio. Todos los<br />
pueblos de América nos reconocemos en sus personajes inmortales, en sus paisajes encrespados,<br />
en sus ambientes ricos de color y veracidad, en los destinos tempestuosos que anima el soplo<br />
telúrico, en el cruce de las razas, en el genio dramático y fatalista de un mundo en formación que<br />
sólo su clarividencia intuitiva y su potencia de narrador pudo entrever.<br />
Aun frustrado en su sueño idealista, "Reynaldo Solar" —en otras ediciones se llama,<br />
también, "<strong>El</strong> Ultimo Solar"— es un arquetipo para la juventud. Tiene algo, expresa mucho de lo que<br />
todos fuimos a los veinte años. Su trágico sino de lucha contra el ambiente, su idealismo<br />
impenitente, el profundo impacto de la realidad y las decepciones contra su romántica concepción<br />
del deber y de la lucha, mandan todavía. Es la América de los soñadores, que será vencida por la<br />
América de los vividores.<br />
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