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El Alfarero Desvelado -L-ensayos-1964- 571kb - andes

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<strong>El</strong> paralelo con Don Quijote es feliz, pero la visión apreciativa se deforma. No se ha visto la<br />

inmensa desventura del gran infortunado, su lucha titánica, el fracaso constante de su vida, la obra<br />

silenciada, la obstinada pasión del idealista, duro, tenacísimo, fanático tal vez, mas redimido en su<br />

tremenda tarea por la alteza del propósito, el absoluto desprendimiento, y la proyección<br />

trascendente de su padecer.<br />

Las Casas se aproxima al Quijote más por su profunda calidad humana que por sus<br />

geniales utopías.<br />

Dánse casos en que los muertos derrotan a los vivos. Los gr<strong>andes</strong> vencidos de la vida son<br />

los fuertes vencedores de la muerte. Así el P. Las Casas, eterno renacido del sepulcro sigue<br />

batallando por el indio, contra el gamonal, el encomendero, políticos y pensadores, y esos caciques<br />

del imperio y de la letra que siguen desconociendo su obra.<br />

<strong>El</strong> libro de don Ramón Menéndez Pidal no amengua, antes bien, para un juzgar sereno,<br />

doblemente informado de las luces y las sombras que proyecta el gran dominico, peralta, por<br />

contraste reactivo, la gloriosa figura del Obispo de Chiapas.<br />

Redondeamos estas apreciaciones con dolido sentimiento. Ni Las Casas merecía ese<br />

estudio tendencioso y parcial, ni Menéndez Pidal desaprobado veredicto. Es la intención aviesa del<br />

libro la que provoca desacuerdo.<br />

Todo respeto al escritor cumbre de las letras hispanas. Pero al historiador, en ésta su obra<br />

sobre el gran dominico, no podemos darle asentimiento. Justicia pide justicia, y si Menéndez Pidal<br />

no la tuvo para Las Casas, no podrá pedirla a nosotros, los americanos, que no aceptamos<br />

vasallaje crítico por sapiente que fluya la letra ni por docto que corra el parecer.<br />

ALFONSO REYES<br />

No le conocí personalmente pero su mente insigne iluminó mi juventud. Los bolivianos lo<br />

tuvimos por maestro de sapiencia y de belleza. Un sereno pensador erasmista que lejos de agitar a<br />

los hombres unos contra otros, sólo se ocupó de apaciguarlos y acordarlos en inquietud intelectual.<br />

Hombre de letras en la extensión del vocablo, lo abarcaba todo: historia, crítica, ensayo,<br />

poesía, novela, periodismo, filología, mitos de ayer y de hoy. Su mirar perspicuo, ubicuo, alcanzó<br />

los más remotos límites de la especulación discursiva. Dominó los clásicos. Entendió a los<br />

modernos. Levantó el velo de la teogonía americana. Nada escapó a su inteligencia alerta, a su<br />

fina sensibilidad de artista. Como el fotógrafo experto se situaba en el ángulo de enfoque más<br />

atrevido para arrojar nueva luz sobre el tema elegido. Tenía un modo tan preciso, tan delicioso<br />

para decir las cosas ron llaneza y elegancia, que parecía a un tiempo hermano de Cervantes y<br />

amigo de Martí.<br />

—Don Alfonso, un consejo: ¿debo escoger la poesía o el ensayo?<br />

Y el mexicano, irónico, respondía:<br />

—Lo que tenga menor peso; lo que le haga sentir un roce de alas...<br />

Encantaba el asunto con su pluma imantada. Y cuentan —los que le oyeron— cuán difícil<br />

era desprenderse de su lado después de haber escuchado al maestro. Dicen que una noche,<br />

después de la cena, fueron a visitarle amigos y admiradores. Era en los buenos tiempos, cuando<br />

aun no estaba enfermo Y gozaba la plenitud de su ingenio. Se habló, se discutió, se hizo de todo:<br />

evocación y profecía. Y él guiaba la conversación con tino inigualable, haciendo de maestro y de<br />

aprendiz, frenando las tensiones, graduando los matices, al punto que se creía estar en un<br />

simposio helénico.<br />

—Aprendí tanto, esa noche, en la casa de Alfonso Reyes —contaba un estudiante<br />

mexicano— que nunca absorbí mayor lluvia de saber y de refinamiento expresivo en una sola<br />

jornada.<br />

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