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El Alfarero Desvelado -L-ensayos-1964- 571kb - andes

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comprendiera su cultura, aun está lejos de haber sido ganada"!<br />

Dice Lope de Vega en la primera parte de "EL PRÍNCIPE PERFECTO", donosa comedia<br />

dramática, refiriéndose a don Lope de Sosa, mal amador, a quien juzga por boca de doña Leonor,<br />

la abandonada:<br />

“Falso en el alma, en el trato,<br />

en las obras y en la fe".<br />

Aunque parezca increíble, esta es la opinión que Menéndez Pidal tiene del P. Las Casas.<br />

Baste ver una cribada selección de los epítetos que le aplica a lo largo de su furibundo estudio. Le<br />

califica de: "violento, melifluo, alabancioso, falso, impostor, infamador, paranoico, egotista,<br />

exorbitante engreído, soberbio, enfermo mental, furibundo odiador, anticristiano, obstinado<br />

profesional de la acusación, maníaco-protagonista, utopista, fantaseador, enormizador,<br />

hispanófobo, injusto, difamador, descarriado, vanidoso, descaminado, megalómano, fatuo,<br />

defectuoso patológico, enconado, sañudo, difamador monstruoso, iracundo, inhumano,<br />

propagandista de ideas ineficaces, etc."<br />

¿Historia o libelo? ¿Puede ser juez —el historiador siempre lo es, en cierto modo— quien<br />

padece tan ardida antipatía por el sujeto estudiado? ¿Y no cae, el biógrafo, en algunas de las<br />

pasiones y errores que analiza en su biografiado, cuando se deja arrastrar por los arrebatos de<br />

santa cólera contra el que, a su juicio, difamó a España?<br />

Acaso sea, ésta, la clave del libro: el patriotismo paraliza en Menéndez Pidal al<br />

investigador severo, al juez imparcial. Ya estaba Las Casas mil veces condenado por su pluma<br />

desde la página primera de esta obra demoledora. Demoledora para el autor, naturalmente.<br />

No faltarán historiadores y doctos estudiosos, especializados en la materia, que desmonten<br />

y rectifiquen las exageraciones de don Ramón, si bien es justo reconocer que en buena parte de su<br />

libro tiene razón en señalar los excesos y defectos del obispo de Chiapas.<br />

No hay historia posible sin visión serena, sin juicio imparcial.<br />

¿Por qué la balanza menéndez-pidaliana pesa únicamente lo adverso, ignorando lo<br />

favorable o atenuante? No pasan de 8 a 10 las páginas en que muy a su pesar reconoce un<br />

mínimo escaso de rectitud y de abnegación al P. Las Casas. Las 390 restantes constituyen una<br />

máquina de guerra con un solo objetivo: apocar y destruir la figura del gran dominico.<br />

Pudo, don Ramón, recordar que la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones<br />

Unidas y el Concilio Ecuménico de 1962 coinciden en sostener que "todos los seres humanos<br />

nacen libres e iguales en dignidad y derechos, dotados de razón y conciencia, y que deben obrar<br />

unos hacia otros con espíritu fraternal". O sea, en otras palabras, la misma doctrina de amor y<br />

solidaridad que el P. Las Casas, gran humanista, precursor del derecho internacional moderno,<br />

sostenía 400 años atrás, al defender a los indios americanos.<br />

Pero el historiador español no ve, junto a los errores, las muchas virtudes y cualidades de<br />

su biografiado. Obsedido por el complejo de la "iniquidad lascasiana" contra España, el estudioso<br />

deja la vara del investigador para ceñir la cota del guerrero. Así el siglo XVI y el siglo XX se tocan.<br />

Dos españoles, igualmente geniales, fieros, altaneros, impetuosos, intransigentes, se atacan desde<br />

sus respectivas torres de meditación y de pelea. Porque si Menéndez Pidal acomete sin piedad al<br />

P. Las Casas, ¡vaya si éste no le quitó sueño, reposo, dominio emotivo y serenidad intelectual!<br />

Esto es lo notable del libro: el juzgador transmigra a la órbita y estilo del juzgado. Don<br />

Ramón… Don Bartolomé… quijotes de la acción, del meditar. Si fue imposible redimir al indio<br />

americano en los albores del Coloniaje, tamo poco será posible hacer un fantasma de la figura y la<br />

obra del P. Las Casas, cada día más vivas, vigorosas, actuantes en España y en América.<br />

Un estudio histórico, una crítica ecuánime, un ensayo biográfico, una investigación<br />

científica rigurosa lo menos que piden es probanza de equidad: demostrar lo bueno y lo malo,<br />

administrar sabiamente penumbras y claridades, contrapesar lo censurable y lo plausible, a mitad<br />

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