El Alfarero Desvelado -L-ensayos-1964- 571kb - andes
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ardor del mediodía, la mirada se concentra: una blancura palpitante, circundada de techos rojos,<br />
que se enarca altanera y desafiante sobre los ocres y los sepias del suelo. Ni muelles bulliciosos, ni<br />
tumultos humanos, ni tráfico vocinglero. Copakawana es, todavía, un refugio sedante proclive a la<br />
quietud. Tan dulce y armoniosa es la visión que parece un sueño a punto de disolverse.<br />
A poca distancia el otro prodigio: una pequeña playa entre peñones encumbrados, desde la<br />
cual se remonta el mar interior hasta un horizonte remotísimo, en una perspectiva de hondura y<br />
lejanía que asciende lentamente por el aire. Brotan las islas a lo lejos como gibas de bisonte. Del<br />
azul profundo y reluciente de las aguas sube un canto sin voces. Se divisan los bordes ondulantes<br />
de unas riberas imantadas. <strong>El</strong> cielo de cobalto. Nubes que juegan a torres aéreas. Y unos tales<br />
encuentros del sol ardiente y de la luz intrépida, que todo el paisaje se vierte en fábrica cromática.<br />
Esplende.<br />
Y cuando se contempla, desde el abra, el pueblo en sosiego como encantada juguetería, el<br />
Santuario de Copakawana —marfil entre esmeraldas— y el mar cerúleo, misterioso que fulgura a lo<br />
lejos —oro en zafiros— y unas dobles campanas de fervor religioso y asombro panteísta tocan el<br />
corazón, el primer impacto visual con este paraje inusitado sugiere palabras que nos devuelven a<br />
una infancia olvidada:<br />
—Así debe ser la entrada al Paraíso.<br />
Estos indios broncíneos, pescadores y campesinos, dan su tinte específico al paisaje.<br />
Labran la tierra, venden su pesca, comercian productos. Visten llamativamente, aman los colores<br />
intensos. Tienen danzas y músicas propias que se remontan al pasado distante, donde lo aborigen<br />
y lo hispano entrecruzan calidades. Las mujeres hilan tejidos primorosos, trabajan en cestería,<br />
construyen muñecos y juguetes ingenuos. En sus frágiles balsas de totora que fabrican con juncos<br />
del lago, navegan por el gran mar interior sin alejarse mucho de las riberas; a veces, los más<br />
osados, desafían los vientos y las tempestades del Titikaka que se tragaron muchas víctimas.<br />
Vienen luego los mestizos que ocupan la mayoría de los cargos públicos, son artesanos o<br />
pequeños propietarios, empleados en diversos menesteres.<br />
Algunas familias pudientes viven en sus fincas reducidas por la reforma agraria de 1953.<br />
Pero Copakawana tiene una población flotante formada por creyentes, romeros y turistas<br />
que se engruesa durante las fiestas religiosas y locales y adelgaza la mayor parte del año. Y ésta<br />
es su virtud mayor: no ser, aun, presa del turismo organizado y multitudinario, sino un paraje<br />
quieto, silencioso, penetrado de misticismo y de belleza.<br />
Tres personajes ideales dominan el ambiente: el ancestro fabulador, sugeridor; el lago<br />
misterioso y musicante; arcádico, jubiloso el paisaje. Y sobre todos tres se cierne la gracia<br />
inexplicable de María, la madre de Jesús, que ciñe santuario y comarca con finas saetas de luz y<br />
de esperanza.<br />
<strong>El</strong> occidental vive en el tiempo, el indio en el espacio. Dimensiones distintas. Y existen<br />
muchas cosas que éste no comprende ni aquel alcanza porque giran dentro de órbitas que se<br />
distancian.<br />
Hay unos ciegos que tocan violines viejísimos en el atrio del Santuario y rezan por las<br />
almas desaparecidas. Un entendido sale escapando: jamás escuchó sones tan desafinados ni<br />
ejecutantes tan toscos, desmañados. Pero si se vence el impacto desagradable de la primera<br />
impresión y se sigue mirando y escuchando a los ciegos, un dulce asombro invade el corazón:<br />
"Con hábil ala,<br />
toda fealdad asciende<br />
su oscura escala".<br />
—dijo un poeta andino. Y es así: Aun lo feo, débil, desmedrado sube por cuerda esquiva y se<br />
transfigura sino en belleza plástica o música placentera, en comunicación ascética, severa, que<br />
dice del enigma atenaceante. Tocan mal, desafinan, hieren el oído con monótona estridencia. Mas<br />
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