DE VUELTA A LAS COLUMBRETES. Gloria de la Torre, Iván ...

Era el día de mi decimocuarto cumpleaños, no deseaba en especial ningún regalo
material, pero si que tenía un sueño: navegar, era lo que había deseado desde pequeño,
tal vez por la influencia de mi padre, marino de profesión, o no sé porque pero sabía que
mi vida estaba destinada al mar y a descubrir los numerosos enigmas que en él se
encierran. Siempre que le pedía a mi padre que me llevara con él en su barco me decía
que aún era demasiado joven, yo no entendía porque no me dejaba navegar con él, pues
lo sabía todo sobre barcos; pero no podía hacer nada, me resignaba a seguir soñando.
Cuando entonces llegó el día, lo recuerdo como si fuera ayer… Yo estaba ayudando a
mi madre cuando mi padre llegó de trabajar y nos dijo que dejáramos todos lo que
estuviéramos haciendo, que nos tenía que dar una noticia, así que nos reunimos en el
salón mi abuelo, mi madre, mi padre y yo. Entonces mi padre empezó a hablar, y con un
tono potente y seguro, nos comunicó que dado que ya había cumplido los catorce años
era la hora de emprender mi primera navegación y que mi madre y mi abuelo nos
acompañarían. Era tal mi emoción que no me pude contener a levantarme de un brinco y
darle un fuerte abrazo a mi padre, pues por fin se iba a cumplir mi gran deseo. No quiso
decirnos donde viajaríamos pues era una sorpresa.
Armamos el barco para la navegación y apenas pasaron tres días cuando
zarpamos. Subimos al barco; mi abuelo que también había sido capitán y yo, nos
dirigimos al timón, y mi madre cogió asiento y se dedicó a observarnos, porque no sabía
como funcionaba un barco. Mi padre se sentó junto a mi madre y decidió que se
limitaría a vigilarnos y ayudarnos si necesitábamos algo, y a ocuparse de los turnos de
noche. Recuerdo que me sorprendí mucho cuando mi padre se me acercó, se quitó la
gorra, me la puso y me dijo: -Este es tu viaje Luis. Esto me enorgulleció mucho y
sintiéndome un verdadero capitán dije: -¡Zarpamos! y emprendimos viaje hacia un
paradero que al menos yo desconocía.
Ya nos estábamos adentrando en el mar cuando me giré y observé como si fuera
la última vez ese pequeño pueblo de marineros donde había vivido hasta entonces; La
isla de Tabarca (Alicante). Todo iba bien hasta el momento, llevábamos ya dos días
navegando, yo estaba disfrutando y viviendo lo que tantas noches me había imaginado
en sueños y mi familia estaba feliz de ver mi gran entusiasmo. Mi abuelo no
comprendía como conocía el funcionamiento de un barco sin haberlo hecho nunca y no
se cansaba de decirme que sería un gran capitán. Oscureció, y como hasta el momento,