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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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Amonestaciones fieles y fervientes 73<br />

tros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque yo no creo en<br />

ellas. Ese pasmoso “yo” puede intentar derribar la enseñanza del Espíritu<br />

Santo. Los hombres pueden por un tiempo intentar aplastarla<br />

y matarla; pero esto no convertirá el error en verdad o la verdad en<br />

error. Las mentes inventivas de <strong>los</strong> hombres han adelantado opiniones<br />

especulativas acerca de diferentes temas, y cuando el Espíritu<br />

Santo permite que la luz brille en las mentes humanas, no respeta<br />

cada detalle de la forma en que el hombre aplica la Palabra. Dios<br />

impresionó a sus siervos a hablar la verdad al margen de lo que <strong>los</strong><br />

hombres habían dado por sentado como verdad.<br />

Peligros actuales<br />

Aun <strong>los</strong> adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus<br />

ojos a la verdad tal como es en Jesús porque contradice algo que han<br />

dado por sentado como verdad pero que, según lo enseña el Espíritu [71]<br />

Santo, no es verdad. Sean todos muy humildes y esfuércense al<br />

máximo <strong>para</strong> descartar el yo y exaltar a Jesús. En la mayor parte de<br />

las controversias religiosas, el problema consiste en que el yo quiere<br />

tener la supremacía. ¿En qué? En asuntos que no son en absoluto<br />

puntos vitales, pero que se <strong>los</strong> considera así sólo porque <strong>los</strong> hombres<br />

les han dado importancia. Véanse Mateo 12:31-37; Marcos 14:56;<br />

Lucas 5:21; Mateo 9:3.<br />

Pero sigamos la historia de <strong>los</strong> hombres a quienes <strong>los</strong> sacerdotes<br />

y <strong>los</strong> príncipes creyeron tan peligrosos, porque presentaban una enseñanza<br />

nueva y extraña sobre casi cada tema teológico. La orden<br />

dada por el Espíritu: “Id, y puestos de pie en el templo, anunciad<br />

al pueblo todas las palabras de esta vida”, fue obedecida por <strong>los</strong><br />

apóstoles; “entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre<br />

tanto, vinieron el sumo sacerdote y <strong>los</strong> que estaban con él, y convocaron<br />

al concilio y a todos <strong>los</strong> ancianos de <strong>los</strong> hijos de Israel, y<br />

enviaron a la cárcel <strong>para</strong> que fuesen traídos. Pero como llegaron<br />

<strong>los</strong> alguaciles, no <strong>los</strong> hallaron en la cárcel; entonces volvieron, y<br />

dieron aviso, diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada<br />

con toda seguridad, y <strong>los</strong> guardas afuera de pie ante las puertas,<br />

mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas<br />

palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y <strong>los</strong><br />

principales sacerdotes, dudaban en qué vendría a <strong>para</strong>r aquello. Pero

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