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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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386 <strong>Testimonios</strong> <strong>para</strong> <strong>los</strong> <strong>Ministros</strong><br />

las presentara ante <strong>los</strong> que ocupaban puestos de responsabilidad y<br />

confianza. Se presentaron ante mí cosas que no podía comprender;<br />

pero se me dio la seguridad de que el Señor no permitiría que sus<br />

hijos fueran rodeados de la niebla del escepticismo y la incredulidad<br />

mundanos, atados en manojos con el mundo, pero que si tan sólo<br />

querían oír y seguir su voz, prestando obediencia a sus mandamientos,<br />

él <strong>los</strong> guiaría por encima de las neblinas del escepticismo y<br />

la incredulidad y colocaría sus pies sobre la Roca, donde podrían<br />

respirar la atmósfera de la seguridad y el triunfo.<br />

Mientras estaba en ferviente oración, perdí conciencia de cuanto<br />

me rodeaba; la habitación se llenó de luz y estaba presentando un<br />

mensaje a una asamblea que parecía ser el Congreso de la Asociación<br />

General. Fui impulsada por el Espíritu de Dios a hacer una<br />

ferviente exhortación, porque tenía la impresión de que grandes<br />

peligros estaban delante de nosotros en el corazón de la obra. Había<br />

estado, y aún estaba agobiada de angustia mental y física, embargada<br />

por el pensamiento de que debía llevar un mensaje a nuestros<br />

hermanos de Battle Creek <strong>para</strong> amonestar<strong>los</strong> contra una manera de<br />

proceder que excluiría a Dios de la casa editora.<br />

Reprensión <strong>para</strong> la iglesia<br />

Los ojos del Señor estaban fijos en su pueblo y reflejaban dolor<br />

mezclado con desagrado; se pronunciaron las siguientes palabras:<br />

“Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto,<br />

de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues<br />

si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te<br />

hubieres arrepentido”.<br />

El que lloró sobre el impenitente Israel, al ver su ignorancia respecto<br />

de Dios y de Cristo como su Redentor, observaba el corazón de<br />

la obra en Battle Creek. Un gran peligro amenazaba al pueblo, pero<br />

algunos no lo sabían. La incredulidad y la impenitencia cegaban sus<br />

ojos y confiaban en la sabiduría humana <strong>para</strong> la conducción de <strong>los</strong><br />

más importantes intereses de la causa de Dios en relación con la obra<br />

de publicaciones. En la debilidad del juicio humano, <strong>los</strong> hombres<br />

reunían en sus manos finitas las líneas de control, mientras que la<br />

voluntad de Dios, el camino y el consejo de Dios, no se buscaban<br />

como algo indispensable. Hombres de una voluntad obstinada y

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