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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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Elevad la norma 365<br />

de la verdad bíblica y han recibido el solemne cometido; cuando se<br />

cita a Dios y <strong>los</strong> ángeles como testigos de la solemne dedicación del<br />

alma, el cuerpo y el espíritu al servicio de Dios, estos hombres que<br />

sirven en un cargo tan sagrado, ¿profanarán las facultades que Dios<br />

les ha concedido dedicándolas a propósitos impíos? ¿Será derribado<br />

el sagrado vaso, que Dios quiere usar <strong>para</strong> una obra elevada y santa,<br />

de su encumbrada y dominante esfera, <strong>para</strong> servir a concupiscencias<br />

envilecedoras? ¿No es esto acaso idolatría de la peor especie? Los<br />

labios expresan alabanzas y adoran a un ser humano pecaminoso,<br />

profiriendo expresiones de arrebatadora ternura y adulación que<br />

pertenecen sólo a Dios; las facultades dedicadas a Dios en solemne<br />

consagración sirven a una ramera; porque toda mujer que permite<br />

<strong>los</strong> requiebros de otro hombre fuera de su esposo, que acepte sus<br />

insinuaciones y cuyos oídos se complazcan en escuchar sus profusas [435]<br />

palabras de afecto, de adoración o de cariño, es adúltera y ramera.<br />

Ninguna desgracia es tan grande como el convertirse en adorador<br />

de un dios falso. Ningún hombre se halla en una oscuridad tan<br />

miserable como el que ha perdido el camino al cielo. Parece estar<br />

dominado por la infatuación, porque tiene un dios falso. La tarea de<br />

encauzar la adoración rendida a seres humanos caídos, corruptos,<br />

de esta tierra, hacia el único Objeto de culto, parece sin esperanza.<br />

En nuestro tiempo se están repitiendo continuamente la fiesta y el<br />

culto de Belsasar, y el pecado de éste se repite cuando el corazón,<br />

que Dios pide que sea entregado a él con pura y santa devoción, es<br />

desviado de él <strong>para</strong> adorar a un ser humano; y <strong>los</strong> labios pronuncian<br />

palabras de alabanza y adoración que pertenecen sólo al Señor Dios<br />

del cielo. Cuando se permite que <strong>los</strong> afectos que Dios reclama<br />

<strong>para</strong> él solo se dirijan a objetos terrenales—una mujer, un hombre,<br />

o alguna cosa terrenal—, Dios es reemplazado por el objeto que<br />

encadena <strong>los</strong> sentidos y <strong>los</strong> afectos; y las facultades que fueron<br />

solemnemente consagradas a Dios son dedicadas a un ser humano<br />

que está contaminado por el pecado. A <strong>los</strong> hombres y mujeres que<br />

una vez llevaron la imagen de Dios, pero que están perdidos por<br />

la desobediencia y el pecado, él quiere restaurar<strong>los</strong> nuevamente<br />

haciéndo<strong>los</strong> participantes de la naturaleza divina, habiendo huido<br />

de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.<br />

Y cuando <strong>los</strong> hombres y mujeres dedican las facultades que Dios

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