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Testimonios para los Ministros (1979) - Ellen G. White Writings

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222 <strong>Testimonios</strong> <strong>para</strong> <strong>los</strong> <strong>Ministros</strong><br />

El mal de <strong>los</strong> sermones largos<br />

Querido Hno.-----,<br />

Los que han de ser portavoces de Dios deben saber que sus labios<br />

han sido tocados con un carbón encendido sacado del altar, y deben<br />

presentar la verdad con el poder del Espíritu. Pero <strong>los</strong> discursos<br />

largos cansan al orador y a <strong>los</strong> oyentes que tienen que estar sentados<br />

tanto tiempo. La mitad del material presentado beneficiaría más a<br />

<strong>los</strong> oyentes que todo el conjunto vertido por el orador. Lo que se<br />

dice durante la primera media hora vale mucho más, si el sermón<br />

termina entonces, que las palabras dichas en otra media hora. Se<br />

sepulta entonces lo que se ha presentado antes.<br />

Se me ha mostrado vez tras vez que nuestros ministros se equivocan<br />

al hablar tanto tiempo, pues deshacen la primera impresión<br />

que ejercen sobre sus oyentes. Se les presenta tanto material que no<br />

pueden retener ni digerir, de modo que todo les resulta confuso.<br />

He hablado de esto delante de nuestros hermanos pastores, y les<br />

he rogado que no alarguen sus discursos. Hemos progresado algo en<br />

este sentido, con <strong>los</strong> mejores resultados, de manera que ha habido<br />

pocos discursos de más de una hora.<br />

Mientras estaba en Norteamérica, se me dio luz acerca de usted<br />

en horas de la noche. Usted había estado hablando durante largo rato,<br />

y todavía creía que no había dicho todo lo que deseaba decir, y estaba<br />

pidiendo un poco más de tiempo. Un personaje digno y autorizado<br />

se levantó delante de usted, que estaba en el púlpito, y le dijo: “Le<br />

has dado a la gente, <strong>para</strong> su estudio, una gran cantidad de material;<br />

la mitad de todo eso habría sido de mucho más provecho que el<br />

total”. Si recibe el poder del Espíritu Santo, impresionará al oyente.<br />

El Espíritu Santo obra en el hombre; pero si hay puntos vitales que<br />

destacar y que el oyente necesita retener, un torrente de palabras<br />

borrará esa poderosa impresión, poniendo dentro de la vasija más<br />

de lo que puede retener, y ese gran esfuerzo se perderá. Reservar la<br />

última mitad <strong>para</strong> presentarla cuando la mente está fresca, equivaldrá<br />

a recoger <strong>los</strong> pedazos <strong>para</strong> que nada se pierda.<br />

La verdad es un poder precioso, vitalizador. La exposición de<br />

la Palabra da luz y entendimiento a <strong>los</strong> simples. La verdad debiera<br />

exponerse con claridad, lentamente, con fuerza, <strong>para</strong> que impresione<br />

al oyente. Cuando se presenta algún aspecto de la verdad, es esencial

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