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seis poemas galegos - Consello da Cultura Galega

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en la vi<strong>da</strong> inmarcesible de ese pueblo siempre «sin terminar». este<br />

morir para vivir, que es uno de los oficios de la libertad. Tal como<br />

dice Quevedo: «Quien por vivir que<strong>da</strong> esclavo no sabe que la esclavitud<br />

no merece nombre de vi<strong>da</strong>, y se deja morir de miedo de<br />

dejarse matar». En la tremen<strong>da</strong> e inútil hora oscura, sobre sus labios<br />

debieron de temblar los mismos versos con que él coronó la<br />

muerte de su Mariana Pine<strong>da</strong>:<br />

«Libertad de lo alto, libertad ver<strong>da</strong>dera,<br />

enciende para mi tus estrellas distantes».<br />

(La Nación, Buenos Aires, 21-10-1956, p. 2).<br />

8.1.8. Razón y pervivencia de Federico<br />

García Lorca en su generación<br />

Cuando nos arrebataron a Federico, llevado por la más absur<strong>da</strong><br />

muerte que para su angélica condición pudo esperarse, los<br />

snobs de siempre, los necrofílicos y exitistas de los óbitos ilustres,<br />

abrieron las esclusas de su fácil llanto declamatorio y dejaron correr<br />

ríos de tinta como negro contracanto a los ríos de sangre que España<br />

derramaba en una de las más limpias hazañas -más limpia<br />

por menos intelectual- en defensa del sentido del hombre. Cuando<br />

esto ocurría, muchos nos que<strong>da</strong>mos callados no sólo porque<br />

el estupor y el dolor nos anu<strong>da</strong>ba las palabras en la garganta sino<br />

porque, de pronto, las palabras mismas perdieron la significación<br />

entrañable que habían tenido en la formación y dirección de nuestras<br />

vi<strong>da</strong>s.<br />

Llegaron después los segundos sepultureros, los ideólogos.<br />

En expolio apresurado, se pusieron a exhibir, con alharaca y almone<strong>da</strong>,<br />

unos credos que Federico jamás había sustentado ni siquiera<br />

conocido de cerca, ni falta que le hacía. Su «ideología», como<br />

la de muchos de nosotros, era tan simple -y tan hon<strong>da</strong>- que cabía<br />

en tres palabras: amor al pueblo. Claro es que este amor, cuando<br />

nace de un estado originario de ternura y de compromiso soli<strong>da</strong>rio,<br />

no se que<strong>da</strong> en el seco formulismo de unas teorías limita<strong>da</strong>s<br />

y parciales, sino que busca las maneras que han de llevarlo a realizarse<br />

en una acción práctica, a favor de ese mismo pueblo. Sus<br />

palabras instrumentales suelen ser: justicia, progreso, cultura; claras<br />

y borrosas, como siempre ocurre con los impulsos esenciales<br />

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