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seis poemas galegos - Consello da Cultura Galega

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Yo que le conviví durante tantos plazos en su medio nativo;<br />

que conocí a sus amigos, a sus menos amigos, pero que nunca<br />

supe de sus enemigos, me pregunto, desde hace veinte años, quien<br />

fue capaz de amontonar en su corazón la adecua<strong>da</strong> negrura, la<br />

cegue<strong>da</strong>d, la sordera torva para no ver, ni oír ni sentir que lo que<br />

allí se iba a inmolar era un niño, porque eso era Federico García<br />

Lorca en su esencia: una criatura de niñez inmarcesible, desconocedora<br />

de to<strong>da</strong> íntima experiencia o exterior madurez que no fuese<br />

suficiente a amparar, a salvar, a hacer subsistir esta fun<strong>da</strong>mental<br />

niñez de su alma, jamás esclaviza<strong>da</strong> por su mente. Todos sabemos<br />

que se flameó el pretexto político cuando era tan evidente<br />

que su única política, como la de casi todos nosotros, era la ternura<br />

hacia esa otra niñez, también inmarcesible que es la del pueblo.<br />

¿Qué artista que pue<strong>da</strong> definirse en su esencia como español<br />

ha estado nunca lejos del pueblo? En Federico este amor, para ser<br />

en todo veraz, tomó palabra de lo contiguo y entrañable y se hizo<br />

luz potente o penumbrosa, entre la pena negra y el más alto grito<br />

de las luces y gracias de este mundo, como es siempre la canción<br />

an<strong>da</strong>luza. Desde su alegórica dispersión en cosas y seres de su<br />

Libro de <strong>poemas</strong> (1921) hasta el tumulto dionisíaco -como el complejo<br />

vi<strong>da</strong>-muerte, que siempre rige lo dionisíaco-, que preludia<br />

Bo<strong>da</strong>s de sangre o que se contraluza hacia una más espera<strong>da</strong> sombra<br />

final en la romería de Yerma, o que alcaloidiza en la sustancia,<br />

tenue y buí<strong>da</strong>, de las casi<strong>da</strong>s y gacelas de El Diván del Tamarit<br />

-su obra póstuma-, un aire ancho y caliente de vega an<strong>da</strong>luza, o<br />

espectral y aguzado de tragedia, asomando a las esquinas de los<br />

burgos que tienen tres mil años de impregnación humana, por to<strong>da</strong><br />

la obra de García Lorca circula ese aliento del pueblo superior al<br />

aprendizaje y progreso de las formas, superior a los «ismos» por<br />

entre los que Federico cruzó indemne, como Orfeo entre las Furias,<br />

precisamente por fideli<strong>da</strong>d a su esencia popular. Esta fideli<strong>da</strong>d,<br />

esta consubstanciali<strong>da</strong>d, sine qua non, era su única política,<br />

que no provenía ciertamente -y todos somos testigos- de ningún<br />

frívolo coqueteo con las pragmáticas de partido, sino de ese profundo<br />

misterio e instintivi<strong>da</strong>d del ser y del realizarse del artista<br />

español ante los cuales todo lo contingente, incluso la pérdi<strong>da</strong> de<br />

la vi<strong>da</strong>, puede ser una simple y aun necesaria anécdota.<br />

Esto es lo que no calcularon quienes fueron capaces de amontonar<br />

en su corazón tanta sombra: que Federico murió para seguir<br />

viviendo, no sólo en su obra y en sí mismo, sino en nosotros,<br />

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