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de vidas y recuerdos. En medio de esta desolación, irrumpe un hijo de una de las manolas del primer acto, que va a un carnaval, llevando el traje de seda verde y el abanico con que hemos conocido a la madre hace veinte años. La figura de la vieja criada llena todo este final agrisado y polvoriento de dolores y de posibles hambres, con la grandeza inmarcesible de su ánimo gigante y de su inagotable gracia popular. La madre es apenas una sombra estupefacta. Doña Rosita, derreada de penas y mustia de vergüenzas, se ha ido irrealizando hasta una categoría fantasmal. A los últimos de la comedia, queda sola entre las paredes desnudas. Es casi de noche. Un gran viento sacude los árboles del jardín y mete en la escena las dos enormes alas de una cortina blanca, de la ventana que da al carmen. Tiembla la casa con los golpazos del ventarrón y las cortinas blancas se mueven en la penumbra, cual si toda la casa fuese a deshojarse en gestos blancos, como, en su final, «la rosa mudable». Y cae el telón sobre unos personajes y sobre una época. * * * Conociendo el estilo peculiarísimo de Federico García Lorca, se comprenderá que este argumento velozmente narrado y, aun como esquema, incompleto, es apenas el guión esquelético de una de sus obras. Las escenas complementarias y los personajes de matiz son, en ésta, parte muy principal. Como lo son los decorados, moblaje y vestidos. Todo ello está tan cerca de nosotros que, en lugar de inocente arqueología teatral, nos viene a resultar recuerdo y evocación, muertos ya como presente, pero vivos aún para su resonancia emotiva en nuestra experiencia vital. Con tales medios, episódicos y centrales a la vez, el poeta nos lleva, con exactitud graciosa y natural, hasta la psicología y la estética de un medio meticulosamente estudiado. Parecería con esto que el autor llegase, en la probidad de tal intento, a resultados meramente intelectuales. Y no es así; de ello, el acierto de la obra. Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores no es una «obra de arte», en el sentido yerto y museal de la expresión. Su valor, por encima de todo, es vivamente humano. Humano hasta la emoción más honda y legítima. A pesar del áspero realismo de Yerma, sin duda la obra más realista de cuantas han salido de tan selecta pluma. El elemento mágico (1), el arbitrarismo poético y la convencionalidad 280

«teatral» de la farsa no aparecen aquí, como en Bodas de sangre, Los amores de don Perlinplín con Belisa en el jardín o las escenas llamadas del Macho y de las lavanderas de Yerma. En doña Rosita, más que avivados por el soplo genial del poeta, están vivos de por sí los cuerpos, las almas y sus contingencias. Y hasta el «decorativismo» teatral, tan personalmente lorquiano, que apunta varias veces en esta obra -en la escena de las Manolas, por ejemplo-, se retiene en su justo punto y vuelve, sin romper ninguna continuidad, a la linea central de la comedia. Faltaba en el teatro de García Lorca este nuevo valor, que viene a terminar con una polémica ociosa. Ya no podrán decirle los miopes, que no ven más allá de la preceptiva, que «es un poeta metido a autor teatral», como si Shakespeare, Lope o Wagner hubiesen sido nunca otra cosa. Ahí tienen una obra teatral, con todo el peso clásico de su definición encima. Todo cuanto en ella ocurre es teatro: interés argumental, sagaz juego escénico, calor vital en los personajes, ambiente de época, sabor local, emoción, gracia y patetismo. Y transparentándose entre estos ciertos valores, el valor eterno e incorruptible del poeta. Que esto es lo que no ven los miopes. (1) Conviene decir que este «magicismo» que apunta en el nuevo teatro español, a través de Lorca y de Casona, nada tiene que ver, como se ha dicho, con el «realismo mágico» de algunos novecentistas italianos, que culmina y se teoriza creo que en Bontempelli. Esta intervención y transposición realista de lo extranatural a modos de expresión y de acción humanos está, desde sus orígenes, en el teatro -y también en la poesía- español: y de modo fundamental, en las abstracciones, milagros y teologías de los autos sacramentales. (La Nación, Buenos Aires, domingo, 24 de novembro de 1935, p. 3). 281

«teatral» de la farsa no aparecen aquí, como en Bo<strong>da</strong>s de sangre,<br />

Los amores de don Perlinplín con Belisa en el jardín o las escenas<br />

llama<strong>da</strong>s del Macho y de las lavanderas de Yerma. En doña Rosita,<br />

más que avivados por el soplo genial del poeta, están vivos de<br />

por sí los cuerpos, las almas y sus contingencias. Y hasta el<br />

«decorativismo» teatral, tan personalmente lorquiano, que apunta<br />

varias veces en esta obra -en la escena de las Manolas, por ejemplo-,<br />

se retiene en su justo punto y vuelve, sin romper ninguna<br />

continui<strong>da</strong>d, a la linea central de la comedia.<br />

Faltaba en el teatro de García Lorca este nuevo valor, que<br />

viene a terminar con una polémica ociosa. Ya no podrán decirle<br />

los miopes, que no ven más allá de la preceptiva, que «es un poeta<br />

metido a autor teatral», como si Shakespeare, Lope o Wagner<br />

hubiesen sido nunca otra cosa. Ahí tienen una obra teatral, con<br />

todo el peso clásico de su definición encima. Todo cuanto en ella<br />

ocurre es teatro: interés argumental, sagaz juego escénico, calor<br />

vital en los personajes, ambiente de época, sabor local, emoción,<br />

gracia y patetismo. Y transparentándose entre estos ciertos valores,<br />

el valor eterno e incorruptible del poeta. Que esto es lo que<br />

no ven los miopes.<br />

(1) Conviene decir que este «magicismo» que apunta en el nuevo<br />

teatro español, a través de Lorca y de Casona, na<strong>da</strong> tiene que ver,<br />

como se ha dicho, con el «realismo mágico» de algunos<br />

novecentistas italianos, que culmina y se teoriza creo que en<br />

Bontempelli. Esta intervención y transposición realista de lo<br />

extranatural a modos de expresión y de acción humanos está, desde<br />

sus orígenes, en el teatro -y también en la poesía- español: y de<br />

modo fun<strong>da</strong>mental, en las abstracciones, milagros y teologías de<br />

los autos sacramentales.<br />

(La Nación, Buenos Aires, domingo, 24 de novembro de 1935, p. 3).<br />

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