seis poemas galegos - Consello da Cultura Galega
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empalma a la acción por medio de un somero gesto obscuro de dos personajes que no hablan. (Y es aquí donde García Lorca enseña a hacer teatro a «los del oficio», que sonríen dadivosamente ante las «audacias» del poeta). Y al final, el do de pecho homicida, las uñas y los dientes que buscan la vena tacaña que no quiso hacerse carne de hijo, perpetuación, en la sangre del hijo. ¿De qué sirven los criterios habituales para enjuiciar obra tal? Es el arte en novedad quien segrega su propia normativa. ¿Qué sabemos de esto? García Lorca canta aquí fuera del pentagrama: se ha salido, venturosamente, de tono, y el diapasón habitual no contiene la vibración que sirva de punto de referencia a su módulo intuitivo. La obra ha sido principalmente bien enlazada por el pueblo-pueblo, por el que no tiene el ánima llena de cascotes, acolchonada y defendida contra todos los posibles asombros que no estén exactamente «programados». Nos explicamos cabalmente las espeluznas y falsos rubores de alguna persona que, por lo visto, no conoce las prosas del Antiguo Testamento... ¿Y los intérpretes? Si hiciésemos crítica profesional tendríamos que hablar de ellos, y diríamos que la señora Xirgu -a quien veíamos por vez primera aquella noche- llega hasta la hondura de su rol, en cuanto se olvida de estar en su rol de «actriz ilustre». Entonces, su acento es adecuado, y la dirección de García Lorca halla su plastificación casi exacta. El resto de los actores, sometidos a los resabios de este resabiado teatro de España, uno de los peores del mundo en la hora actual, sin ningún género de duda. Agradezcamos su sobriedad al Sr. López Lagar en el papel de «Juan», y al Sr. Álvarez Diosdado en su «Víctor», un poco demasiado ausente, tal vez. Y su buena intención estudiosa al Sr. Guitart, en «Macho». Y un aplauso sin regateos al conjunto de lavanderas, que han hecho cuanto han podido, y han podido mucho. Fontanals, el escenógrafo... Bueno, ya se hablará de Fontanals con la holgura que le es debida. (Rev. Ciudad, Ano II, 9 de xaneiro de 1935, nº. 3). 274
8.1.2. Nueva obra teatral de García Lorca 262 (Para La Nación) Madrid, noviembre de 1935. En esta «Huerta de San Vicente», de la vega granadina, donde el desgañitado sol andaluz empaña su estival chillido en las sordinas de los naranjos y se musicaliza en el xilofón de los cipreses, la lectura de Yerma, pongo por caso -esa dura tragedia que, aún siendo cosa de la carne, es terriblemente descarnada-, no hubiese tenido su apropiado lugar. Los gritos de la esterilidad sublevada: «Ay, de la casada seca! ¡Ay, la que tiene los pechos de (arena!») embotarían pronto sus filos de primitiva pasión en la suntuosidad, casi diría en la sensualidad de este paisaje, musical y florido, donde, en las geometrías del surco preciso, una naturaleza pujante y ampulosa disciplina apenas su ímpetu sometiendo sus temas florales, frutales y forestales al esfuerzo paciente del hombre.Yerma estaría en su ámbito en un clavero de la Castilla heroica, cardada de vientos y calcinada de soles, o en una Extremadura esteparia, donde tiene la tierra canseras grises de malparida. En cambio, este es el paisaje exacto para escuchar la nueva comedia de Federico García Lorca, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Y vine a él traído por un buen mentor, D. Federico, el padre del poeta, recia estampa de hidalgo andaluz, sabiduría antigua de labranzas y emoción de la tierra, madre de toda auténtica nobleza. Don Federico, labrador de Fuente Vaqueros, me lleva a su misma emoción y conocimiento del agro, por entre los trigos maduros, cuyo penacho acaricia como cabelleras amadas, y vamos por los predios, bajo la molienda de soles mañaneros, que se ciernen en harinas de oro, días y días, acogidos, en los vagares de la marcha, a los palios de los cerezos, rojos de frutos como si ardiesen; saltando albercas morunas, cuyas aguas parecen lonjas azules de cielo taraceando, en frescor y rumor, lo pardo y lo seco de los majales, donde crepita el pan de sus madureces. 262 O artigo leva unha foto sacada por Blanco-Amor, na que está García Lorca no seu cuarto de traballo en Granada, co cartel de La Barraca ó fondo. 275
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8.1.2. Nueva obra teatral de García Lorca 262<br />
(Para La Nación)<br />
Madrid, noviembre de 1935.<br />
En esta «Huerta de San Vicente», de la vega granadina, donde<br />
el desgañitado sol an<strong>da</strong>luz empaña su estival chillido en las sordinas<br />
de los naranjos y se musicaliza en el xilofón de los cipreses, la<br />
lectura de Yerma, pongo por caso -esa dura tragedia que, aún<br />
siendo cosa de la carne, es terriblemente descarna<strong>da</strong>-, no hubiese<br />
tenido su apropiado lugar. Los gritos de la esterili<strong>da</strong>d subleva<strong>da</strong>:<br />
«Ay, de la casa<strong>da</strong> seca!<br />
¡Ay, la que tiene los pechos de<br />
(arena!»)<br />
embotarían pronto sus filos de primitiva pasión en la suntuosi<strong>da</strong>d,<br />
casi diría en la sensuali<strong>da</strong>d de este paisaje, musical y florido, donde,<br />
en las geometrías del surco preciso, una naturaleza pujante y<br />
ampulosa disciplina apenas su ímpetu sometiendo sus temas florales,<br />
frutales y forestales al esfuerzo paciente del hombre.Yerma<br />
estaría en su ámbito en un clavero de la Castilla heroica, car<strong>da</strong><strong>da</strong><br />
de vientos y calcina<strong>da</strong> de soles, o en una Extremadura esteparia,<br />
donde tiene la tierra canseras grises de malpari<strong>da</strong>. En cambio, este<br />
es el paisaje exacto para escuchar la nueva comedia de Federico<br />
García Lorca, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Y<br />
vine a él traído por un buen mentor, D. Federico, el padre del<br />
poeta, recia estampa de hi<strong>da</strong>lgo an<strong>da</strong>luz, sabiduría antigua de labranzas<br />
y emoción de la tierra, madre de to<strong>da</strong> auténtica nobleza.<br />
Don Federico, labrador de Fuente Vaqueros, me lleva a su misma<br />
emoción y conocimiento del agro, por entre los trigos maduros,<br />
cuyo penacho acaricia como cabelleras ama<strong>da</strong>s, y vamos por los<br />
predios, bajo la molien<strong>da</strong> de soles mañaneros, que se ciernen en<br />
harinas de oro, días y días, acogidos, en los vagares de la marcha,<br />
a los palios de los cerezos, rojos de frutos como si ardiesen; saltando<br />
albercas morunas, cuyas aguas parecen lonjas azules de cielo<br />
taraceando, en frescor y rumor, lo pardo y lo seco de los majales,<br />
donde crepita el pan de sus madureces.<br />
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de traballo en Grana<strong>da</strong>, co cartel de La Barraca ó fondo.<br />
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