seis poemas galegos - Consello da Cultura Galega
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3.2. O Prólogo de E. Blanco-Amor ós SEIS POEMAS GALEGOS Queremos partir do prólogo que Blanco-Amor escribiu na primeira edición dos poemas, a da Editorial Nós, para examinar a súa posición e ver que é o que di, e tamén o que non di, sobre os Seis poemas galegos de Federico García Lorca. Boa parte do «misterio» en que se viron envoltos estes poemas foi debido a que, sen saberse ben a causa, este limiar explicativo de Blanco-Amor non figurou en case ningunha edición posterior dos Seis poemas galegos. Leamos atentamente este prólogo de Blanco-Amor, que reproducimos integramente: PRÓLOGO «Federico García Lorca me llegó, un día cualquiera de nuestra amistad, con un puñado de versos gallegos. Todavía traían en lo tierno de su blandor recién modelado, el movimiento arbitrario de una grafía nerviosa de tachones, curvas y añadidos; plástica de la inspiración –calumniada palabra romántica que hay que recuperar por tantos motivos–; movimiento casi involuntario de la mano, agarrotada por ese eléctrico torrente discontinuo, que al bajar de los sesos a los dedos, se apodera de todo cuanto puede extremecerse en nuestra carne. Y dijo: –«La verdad es que, a pesar de haberme bien leído mi Curros y mi Rosalía, el gallego lo aprendí en los vocabularios precaucionables que añades a tus libros de poemas. Debes ser tú, por lo tanto, quien ordenes éstos y quien los edite y quien los prologue. Y ya está. Y ya se acabó. Y no me hables más de esto hasta que me traigas el libro.» Poco había que ordenar fuera de la simple anécdota amanuense de sacarlos del dorso de unos recibos, desenredarlos de entre las líneas de un telegrama o ponerlos a flote de las restingas de una carta. Se veía que habían sido escritos en una serie de impromtus, de urgencias y de incontinencias, como los otros; no cultivándolos en macetas de ocios trabajosos y de postizas filologías, sino recogiendo el lagrimón de resina madura en el momento caprichoso en que se le ocurría aparecer sobre la superficie del poeta. No son, pues, versos eruditos elaborados, por virtuosismo y presunción, en lengua prestada, sino tan naturales, tan irremediables y tan ‘inspirados’ como los que le salen en su idioma de siempre. Esta proximidad –más que aproximación– del poeta andaluz, no sólo a la estructura morfológica de nuestra lírica, sino a su más honda infraestructura espiritual, no cabe fácilmente en las disculpas pedagógicas de la intuición. Y por ser cosa tan venturosamente inexplicable, yo he resuelto, 146
por unanimidad conmigo mismo, atribuirla al milagro: que a fin de cuentas, es la atmósfera natural y la única lógica de toda poesía, no contaminada por lo académico, lo social o lo didascálico. Es decir, de la poesía. Muchas cosas, para mi lucimiento y pedantería –pudiera yo hacer como que meditaba, en este pronaos donde el poeta me deja a solas con sus nórdicos ramos y muchas losas pudiera mancharle con el polvo de mis zancadas, falsamente solemnes–. Pero sería pagar una hospitalidad de príncipe con oportunismo de villano. Dejo, pues, para ocasión más confianzuda el devanar cavilaciones, que muchas podrían ser en vista de tan fausto suceso. Pero será cuando no esté en casa ajena. ¡Sería de ver que el idoma gallego, lengua nutricia primero e imperial después, de la lírica de España durante siglos empezase otra vez, como en la época trovaderesca y en la romántica, que fueron sus dos grandes explosiones cíclicas, a rebordar por el mapa adelante, arrastrando en su riada a gentes que van por los desviados caminos; y que fuese un poeta, imperial de suyo, quien viniese en traza de heraldo a gritar la nueva, rindiéndole humildes preseas de voluntario vasallaje. Esta vez, como siempre, lo gallego no triunfa por el dominio sino por el encanto. (Cuando me dicen que Galicia nunca supo mandar, yo contesto que supo siempre encantar, que es más imperecedera soberanía). Otros llegan también, que yo conozco, al reclamo de esta nueva nidada lírica. No tanto españoles como otros deslumbrados, provenientes de las suaves e hijastras hablas criollas, a demandar el secreto limpio, tenue, florido de esta lengua dulcemente terca, que se empeña en ser inmortal y aparecer de vez en cuando, por entre las rendijas de los siglos, con ojos nuevos de recien nacida. Los síntomas coinciden ya demasiado con los que tuvieron otras grandezas extinguidas, pero que así empezaron: con un lento desperezo luminoso, como las alboradas. En la mañana de este nuestro tiempo de ahora, aquel magnífico Pondal solitario, sacó de su trompa de hierro la profecía, en la gándara desolada, en tierra de Bergantiños. El gran aguilón salió, por magia, de la bocina y se fue por el mar agrisado y por la tierra verde, gritando el verso himnario: ‘¡Os tempos son chegados!’ Y la voz de los poetas es la única matemática a que ajustan su arritmia los porvenires, todavía acostados en la entraña de lo que aún no fue, porque su voz es la única que puede convocar la historia nonata. ¿Os tempos son chegados? El poeta español llega, desde la abundancia de su imperio, a herborizar flores pequeñas en el paisaje de nuestra tierra. ¡En todo el paisaje! En el de nuestra ternura: ‘Balada do adoescente afogado’; y en el de nuestro 147
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por unanimi<strong>da</strong>d conmigo mismo, atribuirla al milagro: que a fin de cuentas,<br />
es la atmósfera natural y la única lógica de to<strong>da</strong> poesía, no contamina<strong>da</strong><br />
por lo académico, lo social o lo di<strong>da</strong>scálico. Es decir, de la poesía.<br />
Muchas cosas, para mi lucimiento y pe<strong>da</strong>ntería –pudiera yo hacer como<br />
que meditaba, en este pronaos donde el poeta me deja a solas con sus nórdicos<br />
ramos y muchas losas pudiera mancharle con el polvo de mis zanca<strong>da</strong>s,<br />
falsamente solemnes–. Pero sería pagar una hospitali<strong>da</strong>d de príncipe<br />
con oportunismo de villano. Dejo, pues, para ocasión más confianzu<strong>da</strong> el<br />
devanar cavilaciones, que muchas podrían ser en vista de tan fausto suceso.<br />
Pero será cuando no esté en casa ajena.<br />
¡Sería de ver que el idoma gallego, lengua nutricia primero e imperial<br />
después, de la lírica de España durante siglos empezase otra vez, como en<br />
la época trovaderesca y en la romántica, que fueron sus dos grandes explosiones<br />
cíclicas, a rebor<strong>da</strong>r por el mapa adelante, arrastrando en su ria<strong>da</strong> a<br />
gentes que van por los desviados caminos; y que fuese un poeta, imperial<br />
de suyo, quien viniese en traza de heraldo a gritar la nueva, rindiéndole<br />
humildes preseas de voluntario vasallaje.<br />
Esta vez, como siempre, lo gallego no triunfa por el dominio sino por<br />
el encanto. (Cuando me dicen que Galicia nunca supo man<strong>da</strong>r, yo contesto<br />
que supo siempre encantar, que es más imperecedera soberanía). Otros llegan<br />
también, que yo conozco, al reclamo de esta nueva ni<strong>da</strong><strong>da</strong> lírica. No<br />
tanto españoles como otros deslumbrados, provenientes de las suaves e hijastras<br />
hablas criollas, a deman<strong>da</strong>r el secreto limpio, tenue, florido de esta<br />
lengua dulcemente terca, que se empeña en ser inmortal y aparecer de vez<br />
en cuando, por entre las rendijas de los siglos, con ojos nuevos de recien<br />
naci<strong>da</strong>. Los síntomas coinciden ya demasiado con los que tuvieron otras<br />
grandezas extingui<strong>da</strong>s, pero que así empezaron: con un lento desperezo<br />
luminoso, como las albora<strong>da</strong>s. En la mañana de este nuestro tiempo de ahora,<br />
aquel magnífico Pon<strong>da</strong>l solitario, sacó de su trompa de hierro la profecía,<br />
en la gán<strong>da</strong>ra desola<strong>da</strong>, en tierra de Bergantiños. El gran aguilón salió, por<br />
magia, de la bocina y se fue por el mar agrisado y por la tierra verde, gritando<br />
el verso himnario:<br />
‘¡Os tempos son chegados!’<br />
Y la voz de los poetas es la única matemática a que ajustan su arritmia<br />
los porvenires, to<strong>da</strong>vía acostados en la entraña de lo que aún no fue, porque<br />
su voz es la única que puede convocar la historia nonata. ¿Os tempos<br />
son chegados? El poeta español llega, desde la abun<strong>da</strong>ncia de su imperio, a<br />
herborizar flores pequeñas en el paisaje de nuestra tierra. ¡En todo el paisaje!<br />
En el de nuestra ternura: ‘Bala<strong>da</strong> do adoescente afogado’; y en el de nuestro<br />
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