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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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La contraseña de entrada no había cambiado. Nicolás había guardado consigo las llaves y no tuvo<br />

que hacer más que romper los precintos que había puesto la Policía para entrar en el apartamento.<br />

Desde que desaparecieran los bomberos nadie había tocado nada. Incluso la puerta de la bodega había<br />

quedado abierta de par en par.<br />

A falta de una linterna de bolsillo, se dedicó a la tarea de confeccionar una antorcha. Consiguió<br />

romper una pata de una mesa y ató a ella una densa corona de papeles arrugados a los que prendió<br />

fuego. La madera se inflamó sin problemas con una llama pequeña pero homogénea, hecha para<br />

mantenerse a pesar de las corrientes de aire.<br />

Inmediatamente se hundió por la escalera de caracol, en una mano la antorcha y en la otra su navaja.<br />

Decidido, con las mandíbulas apretadas, se sentía como un héroe.<br />

Bajó, y bajó... Y no acababa de bajar y dar vueltas. La cosa se prolongaba ya lo que a él le parecían<br />

horas, y tenia hambre, y frío, pero sentía en su interior la rabia de vencer.<br />

Aceleró la marcha, lleno de ansiedad, y empezó a gritar bajo la vasta bóveda, en una alternancia de<br />

llamadas a sus padres y de vibrantes gritos de guerra. Su paso era ahora de una extraordinaria firmeza,<br />

y saltaba de escalón en escalón sin ningún control consciente.<br />

De repente se encontró ante una puerta. La empujó. Dos tribus de ratas estaban luchando y salieron<br />

huyendo ante la entrada de aquel niño que aullaba y que aparecía rodeado de pavesas.<br />

<strong>Las</strong> ratas más viejas estaban inquietas; hacía un tiempo que las visitas de los «grandes» se<br />

multiplicaban. ¿Qué podía eso significar? ¡Siempre que éste no prendiese fuego a los escondrijos de<br />

las hembras encinta!<br />

Nicolás prosiguió el descenso, con tanta prisa que ni siguiera cayó en la cuenta de la presencia de<br />

las ratas... Y seguían y seguían los escalones, y seguían apareciendo las raras inscripciones que por<br />

supuesto no iba a leer en esta ocasión. Y, de repente, sonó un ruido (flap, flap), y sintió un contacto.<br />

Un murciélago se había agarrado a su cabello. Sintió terror. Trató de desembarazarse de él pero el<br />

animal parecía haberse soldado a su cráneo. Trató de ahuyentarlo con la antorcha, pero no consiguió<br />

más que chamuscarse unos mechones de pelo. Gritó y echó a correr otra vez. El murciélago seguía en<br />

su cabeza como un sombrero. Y no le dejó hasta después de haberle producido una ligera herida sangrante.<br />

Nicolás ya no sentía el cansancio. Con la respiración acezante y el corazón y las sienes latiéndole de<br />

forma que parecían ir a romperse, chocó de repente con una pared. Cayó al suelo, se levantó en<br />

seguida, con la antorcha intacta. Movió la llama ante si.<br />

Sí, era una pared. Mejor: Nicolás reconoció las placas de cemento y acero que su padre había<br />

trasladado. Y las juntas de cemento aún estaban frescas.<br />

–¡Papá, mamá, contestadme si estáis ahí!<br />

Pero no, nada, sólo el eco. Sin embargo, tenía que seguir hasta el final. Hubiese jurado que esa<br />

pared debía pivotar sobre si misma... Eso era lo que ocurría en las películas, y además no había puerta.<br />

¿Qué era lo que ocultaba esa pared? Nicolás encontró al fin esta inscripción:<br />

¿Cómo formar cuatro triángulos equiláteros con seis cerillas?<br />

Y justo debajo había un pequeño cuadrante con teclas. No tenía cifras sino letras. Veinticuatro letras<br />

que debían permitir componer la palabra o frase que respondía a la pregunta.<br />

–Hay que pensar de manera diferente –dijo en voz alta.<br />

Se quedó estupefacto, ya que la frase había acudido a él por sí misma. Estuvo pensando mucho rato,<br />

sin atreverse a tocar el cuadrante. Luego, se hizo en él un extraño silencio, un silencio enorme que le<br />

vació todo pensamiento, pero que, inexplicablemente, le guió para pulsar una sucesión de ocho letras.<br />

El suave deslizarse de un mecanismo se dejó oír y... la pared se movió. Exaltado, dispuesto a todo,<br />

Nicolás siguió adelante. Pero, poco después, la pared volvió a su lugar. La corriente de aire que el<br />

movimiento provocó apagó el resto de antorcha que aún quedaba.<br />

Encontrándose en la oscuridad más absoluta y con el ánimo decaído, Nicolás volvió sobre sus<br />

pasos. Pero a este lado de la pared no había botones en código. No tenía posibilidad ninguna de volver<br />

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