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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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con la misma dedicación que los huevos mirmeceanos. Sin duda, de ahí procede la importancia<br />

desacostumbrada y la hermosa presencia del ganado local.<br />

La 103.683 y sus compañeras se acercan a un rebaño ocupado en vampirizar una rama de rosal.<br />

Hacen una o dos preguntas, pero los pulgones mantienen las trompas hundidas en la carne vegetal sin<br />

prestarles la menor atención. Después de todo, quizá ni conozcan el idioma oloroso de las <strong>hormigas</strong>...<br />

<strong>Las</strong> exploradoras buscan con las antenas a la pastora. Pero no aparece ninguna.<br />

Entonces ocurre algo terrible. Tres cochinillas se dejan caer en medio del rebaño. Esas temibles<br />

salvajes siembran el pánico entre los pobres pulgones a los que sus alas recortadas les impiden volar.<br />

Felizmente, los lobos hacen que aparezcan las pastoras. Dos <strong>hormigas</strong> zubizubikaninas saltan desde<br />

detrás de una hoja. Ya que estaban escondidas para sorprender con más facilidad a los depredadores<br />

rojos con manchas negras, sobre los que apuntan y a los que aniquilan con sus disparos de ácido.<br />

Luego corren a tranquilizar a los rebaños de pulgones aún atemorizados. Los mecen, tamborilean<br />

sobre sus abdómenes, acarician sus antenas. Los pulgones hacen aparecer entonces una gran burbuja<br />

de azúcar transparente. El precioso melado. Cuando están llenándose de este licor, las pastoras<br />

zubizubikanianas ven a las exploradoras belokanianas.<br />

<strong>Las</strong> saludan. Contacto antenar.<br />

Hemos venido a cazar el lagarto, emite una de ellas.<br />

En ese caso tenéis que seguir hacia el Este. Se ha visto uno de esos monstruos hacia el puesto de<br />

Guayei–Tyolot.<br />

En lugar de proponerles una trofalaxia, como es la costumbre, las pastoras les ofrecen alimentarse<br />

directamente de los animales. <strong>Las</strong> exploradoras no hacen que se lo digan dos veces. Cada una de ellas<br />

elige un pulgón y empieza a cosquillearle el abdomen para extraerles el delicioso melado.<br />

En el interior del buche hay oscuridad, mal olor y un tacto oleoso. La hembra 56, cubierta de baba,<br />

se desliza ahora por la garganta de su depredador. Como no tiene dientes, no la ha mascado. Aún está<br />

intacta. Ni hablar de resignarse, con ella desaparecería toda una ciudad.<br />

Con un supremo esfuerzo, hinca las mandíbulas en la carne lisa del esófago. Este reflejo la salva. La<br />

golondrina se sobresalta, tose y lanza lejos el irritante alimento. Ciega, la hembra 56 trata de volar,<br />

pero sus alas pegajosas pesan demasiado. Cae en medio de un río.<br />

Unos machos agonizantes se abaten a su alrededor. La hembra detecta en lo alto el vuelo arrítmico<br />

de unas veinte hermanas que han sobrevivido al ataque de las golondrinas. Están agotadas y van<br />

perdiendo altura.<br />

Una de ellas aterriza sobre un nenúfar, donde dos salamandras le dan caza de inmediato, la atrapan<br />

y la destrozan. <strong>Las</strong> otras reinas han abandonado el juego de la vida sucesivamente a manos de<br />

palomas, sapos, topos, serpientes, erizos, gallinas y pollos... Resumiendo, de las mil quinientas hembras<br />

que emprendieron el vuelo sólo han sobrevivido diez.<br />

La hembra 56 está entre ellas. De milagro. Es necesario que viva. Ha de fundar su propia ciudad y<br />

resolver el enigma del arma secreta. Sabe que va a necesitar ayuda, y que podrá contar con la multitud<br />

amiga que puebla ya su vientre. Bastará con que salgan de ahí...<br />

Pero, antes que nada, ella ha de salir de ahí.<br />

Calculando la inclinación de los rayos solares, averigua que ha caído en el río del Este. Es un lugar<br />

poco recomendable, porque si bien hay <strong>hormigas</strong> en todas las islas del mundo nunca se sabe cómo han<br />

conseguido llegar hasta ellas, ya que no saben nadar.<br />

Una hoja pasa a su alcance, y se agarra a ella con toda la fuerza de sus mandíbulas. Agita las patas<br />

de atrás con frenesí, pero ese medio de propulsión da un resultado ínfimo. Lleva un buen rato<br />

impulsándose así cuando ve perfilarse una sombra gigantesca. ¿Será un renacuajo? No, es mil veces<br />

más grande que un renacuajo. La hembra 56 ve una sombra acusada, de piel lisa y atigrada. Para ella<br />

es algo inédito. ¡Una trucha!<br />

Los pequeños crustáceos huyen ante el monstruo. Éste se sumerge y luego sube dirigiéndose a la<br />

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