Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
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a los sexuados. Excitados por lo que se les ofrece, revolotean cada vez más cerca. Cuando se acercan<br />
demasiado, las artilleras situadas en círculo alrededor de la cúpula les envían chorros de ácido.<br />
Y he aquí que uno de los gorriones prueba su suerte, y se lanza sobre el grupo, atrapa a tres hembras<br />
y remonta de nuevo el vuelo. Antes de que al audaz haya tomado altura, es abatido por las artilleras; se<br />
revuelca sobre la hierba penosamente, con la boca todavía llena, con la esperanza de limpiar el veneno<br />
de sus alas.<br />
¡Que les sirva de ejemplo a todos! Y de hecho los gorriones retroceden un poco... Pero nadie se<br />
confía. No tardarán en volver y probar otra vez la defensa antiaérea.<br />
DEPREDADOR. ¿Qué hubiese sido de nuestra civilización humana si no se hubiese<br />
desembarazado de sus depredadores mayores, como los lobos, los leones y los licaones?<br />
Sería una civilización inquieta, en perpetuo replanteamiento.<br />
Los romanos, para experimentar un estremecimiento en medio de sus libaciones, hacían que<br />
se les presentase un cadáver. Todos recordaban así que no hay nada conseguido y que la muerte<br />
puede llegar en cualquier momento.<br />
Pero en nuestros días el hombre ha aplastado, eliminado, introducido en los museos todas las<br />
especies capaces de comérselo. Hasta tal punto que ya no quedan más que los microbios, y quizá<br />
las <strong>hormigas</strong>, que puedan inquietarle.<br />
La civilización mirmeciana, por el contrario, se ha desarrollado sin conseguir eliminar a sus<br />
depredadores más importantes. Resultado: este insecto vive en constante replanteamiento. Sabe<br />
que no ha hecho más que la mitad del camino, ya que incluso el animal más estúpido puede<br />
destruir con un solo golpe milenios de experiencia.<br />
82<br />
EDMOND WELLS<br />
Enciclopedia del saber relativo y absoluto.<br />
El viento se ha calmado, las corrientes de aire disminuyen, la temperatura sube. A los 22° de<br />
tiempo, la Ciudad decide lanzar a sus hijos.<br />
<strong>Las</strong> hembras hacen que sus cuatro alas zumben. Están dispuestas, más que dispuestas. Todos esos<br />
olores de machos maduros han llevado al colmo su apetito sexual.<br />
<strong>Las</strong> primeras vírgenes despegan con gracia. Se elevan un centenar de cabezas... y los gorriones<br />
acaban con ellas. Ni una sola se libra.<br />
Hay consternación abajo, aunque no van a renunciar por eso. Cuatro hembras de cien consiguen<br />
franquear la barrera de picos y plumas. Los machos salen en persecución de las hembras en grupo<br />
cerrado. A ellos les dejan pasar, son muy poco cosa para interesar a los gorriones.<br />
Una tercera oleada de hembras se lanza al asalto de las nubes. Más de cincuenta pájaros se<br />
encuentran ya en su camino. Hay una carnicería. No queda ninguna superviviente. Los volátiles, por su<br />
parte, son cada vez más numerosos, como si se hubiesen pasado aviso unos a otros. Ahora hay aquí<br />
arriba gorriones, mirlos, petirrojos, pinzones, palomas... Hay un intenso piar. Para ellos también hay<br />
celebración.<br />
Una cuarta oleada despega. Y de nuevo ni una sola hembra logra pasar. Los pájaros disputan entre<br />
sí por el mejor bocado.<br />
<strong>Las</strong> artilleras se ponen nerviosas. Disparan verticalmente con toda la potencia de sus glándulas de<br />
ácido fórmico. Pero los depredadores vuelan demasiado alto. <strong>Las</strong> gotas mortales vuelven a caer en<br />
forma de lluvia sobre la ciudad, causando muchos destrozos y heridas.<br />
<strong>Las</strong> hembras renuncian, horrorizadas. Consideran que es imposible pasar y prefieren bajar para<br />
copular a cubierto, en compañía de otras princesas accidentadas.<br />
La quinta oleada se eleva, dispuesta al sacrificio supremo. ¡Hay que franquear a toda costa esa<br />
muralla de picos! Diecisiete hembras pasan, seguidas de cerca por cuarenta y tres machos.