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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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diosecitos. ¿Serán tan magnánimos y misericordiosos ellos como yo?<br />

»Lo más seguro es que la mayoría comprenda que son responsables de una ciudad y que eso les da<br />

unos derechos, pero también unos deberes divinos: alimentarlas, mantenerlas a una temperatura<br />

adecuada, y no matarlas por capricho.<br />

»Sin embargo, los niños, y pienso especialmente en los que son muy pequeños y aún no son<br />

responsables, experimentan contrariedades: fracasos escolares, regaños de sus padres, peleas con los<br />

compañeros. En un acceso de cólera pueden muy bien olvidar sus deberes de "jóvenes dioses" y no me<br />

atrevo a imaginar entonces la suerte que correrán sus administradas.<br />

»No les pido que voten esta ley que prohíbe los hormigueros-juguete en nombre de la piedad hacia<br />

las <strong>hormigas</strong> o de sus derechos como animales. Los animales no tienen ningún derecho: los hacemos<br />

nacer para sacrificarlos en aras de nuestro consumo. Les pido que la voten teniendo en cuenta que<br />

quizá nosotros mismos somos estudiados y vivimos prisioneros de una estructura gigante. ¿Quisieran<br />

ustedes que la Tierra se le regalase un día como regalo de Navidad a un joven dios irresponsable?»<br />

El sol está en el cénit.<br />

Los retrasados, machos y hembras, se apresuran por las arterias que afloran a la piel de la Ciudad.<br />

Unas obreras les empujan, les lamen, les dan ánimos.<br />

La hembra 56 se sumerge a tiempo en esa multitud festiva en la que se confunden todos los olores<br />

pasaporte. Aquí nadie llegará a identificar sus efluvios. Dejándose llevar por la oleada de sus<br />

hermanas, sube cada vez más arriba, recorriendo sectores desconocidos hasta ese momento.<br />

De repente, tras el ángulo de un corredor, encuentra algo que aún no había visto nunca. La luz del<br />

día. Al principio no es más que un halo en las paredes, pero pronto se convierte en una claridad<br />

cegadora. Ahí está por fin esa fuerza misteriosa que le habían descrito las nodrizas. La cálida, suave,<br />

hermosa luz. La promesa de un nuevo mundo fabuloso. A fuerza de absorber fotones en sus globos<br />

oculares, se siente ebria. Como si hubiese abusado del melado fermentado del nivel treinta y dos.<br />

La princesa 56 sigue avanzando. El suelo está salpicado de manchas de un blanco intenso. Chapotea<br />

en los cálidos fotones. Para alguien que ha pasado su infancia bajo tierra el contraste resulta violento.<br />

Otro giro. Una pincelada de pura luz la golpea, crece hasta ser un círculo deslumbrante y luego un<br />

velo de plata. El bombardeo de luz la obliga a retroceder. Siente que los granos luminosos le entran en<br />

los ojos, le queman los nervios ópticos, le arañan los tres cerebros. Tres cerebros... antigua herencia de<br />

los ancestros gusanos que tenían un ganglio nervioso en cada anillo y un sistema nervioso para cada<br />

parte del cuerpo.<br />

Sigue adelante contra el viento de fotones. A lo lejos ve las siluetas de sus hermanas que se dejan<br />

abrazar por el astro solar. Son como fantasmas.<br />

Sigue avanzando. Su quitina se vuelve tibia. Esa luz que han tratado mil veces de describirle está<br />

más allá de cualquier lenguaje, hay que vivirla. Dedica un pensamiento a todas las obreras de la<br />

subcasta de las «porteras» que permanecen toda su vida encerradas en la Ciudad y nunca sabrán lo que<br />

es el exterior y su sol.<br />

Entra en el muro luminoso y se siente proyectada al otro lado, fuera de la Ciudad. Sus ojos<br />

facetados se van habituando poco a poco, aunque la hembra experimenta los pinchazos del aire<br />

salvaje. Un aire frío, movedizo y perfumado, todo lo contrario de la atmósfera controlada del mundo<br />

en el que ha estado viviendo.<br />

Sus antenas se agitan. Le cuesta orientarlas a su voluntad. Una corriente de aire más rápida se las<br />

pega a la cara. Sus alas restallan.<br />

Allá arriba, en lo más alto de la cúpula, la reciben unas obreras. La toman por las patas, la levantan,<br />

la empujan adelante entre un tumulto de sexuados, centenares de machos y hembras que hormiguean y<br />

se amontonan sobre una estrecha superficie. La princesa 56 comprende que está en la pista de<br />

despegue del vuelo nupcial, pero que hay que esperar a que la meteorología sea mejor.<br />

Entonces, mientras el viento sigue haciendo de las suyas, un grupo de unos diez gorriones descubre<br />

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