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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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siempre antes o después de que actúe el arma secreta, quizá sea por pura casualidad...<br />

Esta hipótesis se adecuaría bastante bien a las características del ataque a La-chola-kan. Y en cuanto<br />

a la primera expedición, alguien ha podido muy bien dejar huellas de enanas para lanzar al Nido sobre<br />

una pista falsa. Y ¿quién podría tener interés en hacer algo así? Si las enanas no son las responsables<br />

de todos los reveses, ¿a quién culpar? ¡Pues a las otras! Al segundo enemigo implacable, el enemigo<br />

hereditario: ¡las termitas!<br />

Esa sospecha no tiene nada de fantástico. Hace algún tiempo que unos soldados aislados de la gran<br />

termitera del Este cruzan el río y multiplican sus incursiones en las zonas de caza federadas. Sí, lo más<br />

seguro es que sean las termitas. Se las han arreglado para lanzar a enanas y rojas las una contra las<br />

otras. Y, así, se desembarazan de las dos. Y, una vez debilitadas sus enemigas, ya no tienen que hacer<br />

más que apoderarse de los hormigueros.<br />

¿Y las guerreras con olor a rocas? Serán espías mercenarias al servicio de las termitas, eso es todo.<br />

Cuanto más se concreta su común idea a fuerza de darle vueltas en los tres cerebros, más evidente<br />

les parece que son las termitas del Este las que poseen la misteriosa «arma secreta»<br />

Pero los efluvios generalizados del Nido intervienen en sus pensamientos y les apartan de ellos. La<br />

Ciudad ha decidido aprovechar el momento de entreguerras y adelantar la celebración del<br />

Renacimiento, que tendrá lugar mañana.<br />

¡Todas las castas a sus puestos! ¡Hembras y machos, a las salas de las calabazas para llenarse de<br />

azúcar! ¡Artilleras, recargad el abdomen en las salas de química orgánica!<br />

Antes de dejar a sus compañeros, la soldado 103.683 emite una feromona:<br />

¡Buena cópula! No os preocupéis, yo seguiré por mi cuenta con la investigación. Cuando estéis en<br />

el cielo, yo estaré camino de la gran tennitera del Este.<br />

Apenas se han separado cuando las dos asesinas, la grande y la pequeña coja, hacen su aparición.<br />

Arañan las paredes y se hacen con las feromonas volátiles de su conversación.<br />

Tras el trágico fracaso del inspector Galin y los bomberos, Nicolás había entrado en un orfelinato<br />

situado a unos cientos de metros tan sólo de la calle de los Sybarites.<br />

Aparte de los simples huérfanos, se hacinaban allí los niños abandonados o maltratados por sus<br />

padres. Los seres humanos son, en efecto, una de las pocas especies capaces de abandonar o maltratar<br />

a su progenie. Los pequeños humanos pasaban allí unos años de prueba, educándoseles a fuerza de<br />

patadas en el trasero. Crecían, se endurecían. La mayoría de ellos entraban a continuación en el<br />

Ejército profesional.<br />

El primer día, Nicolás permaneció postrado en el balcón mirando el bosque. Al día siguiente<br />

recuperó la saludable rutina de la televisión. El aparato estaba instalado en el refectorio, y los<br />

celadores, encantados de desembarazarse de los «mierdosos», les dejaban embrutecerse allí durante<br />

horas. Por la noche, Jean y Philippe, otros dos huérfanos, le preguntaron en el dormitorio:<br />

–Y a ti, ¿qué te ha pasado?<br />

–Nada.<br />

–Vamos, cuéntanoslo. Aquí no se viene porque si a tu edad. Y antes que nada, ¿cuántos años tienes?<br />

–Yo lo sé. Al parecer, a sus padres se los han comido las <strong>hormigas</strong>.<br />

–¿Quién os ha contado esa estupidez?<br />

–Alguien; te lo diremos si nos cuentas lo que les ha pasado a tus padres.<br />

–Que os zurzan.<br />

Jean, el más corpulento, agarró a Nicolás por los hombros mientras Philippe le retorcía el brazo<br />

echándoselo atrás.<br />

Nicolás se soltó con un empujón y golpeó a Jean en el cuello con el canto de la mano (había visto<br />

cómo lo hacían en la televisión, en una película china) El otro empezó a toser. Philippe volvió a la<br />

carga intentando estrangular a Nicolás, que le golpeó entonces en el estómago con el codo. Una vez<br />

desembarazado de su agresor, que estaba de rodillas y doblado en dos, Nicolás hizo otra vez frente a<br />

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