Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
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<strong>Las</strong> legiones belokanianas buscan afanosas algo que las saque del aprieto. ¿Por qué no utilizar<br />
sencillamente la artillería? Porque, si bien es cierto que desde el principio de las hostilidades se ha<br />
utilizado poco el ácido, que en la refriega mata tanto a amigos como a enemigos, podría dar muy buen<br />
resultado contra los densos cuadros de las enanas.<br />
<strong>Las</strong> artilleras se apresuran a tomar posiciones, plantadas sólidamente sobre sus cuatro patas traseras<br />
y el abdomen proyectado hacia delante. Así, pueden volverse a derecha e izquierda y arriba y abajo<br />
para encontrar el mejor ángulo de disparo.<br />
<strong>Las</strong> enanas ven los extremos de miles de abdómenes destacarse sobre la cima, pero no relacionan<br />
este hecho con nada por el momento. Han acelerado la marcha, tomando impulso para franquear los<br />
últimos centímetros del talud.<br />
¡Al ataque! ¡Cerrad filas!<br />
Y una sola orden restalla en el campo enemigo:<br />
¡Fuego!<br />
Los vientres pulverizan su ardiente ácido sobre los cuadros de las enanas. Los chorros amarillos<br />
silban en el aire, y azotan de lleno la primera línea de asaltantes.<br />
<strong>Las</strong> antenas son lo que primero se funde. Caen goteando sobre los cráneos. Luego, el veneno se<br />
extiende sobre las corazas, licuándolas como si sólo fuesen de plástico.<br />
Los cuerpos martirizados se desploman y forman un pequeño obstáculo que hace tropezar a las<br />
enanas. Éstas se recuperan, furiosas, y se lanzan con todas sus fuerzas al asalto de la cima.<br />
Arriba, una línea de artilleras rojas ha relevado ya a la precedente.<br />
¡Fuego!<br />
Los cuadros se desordenan, pero las enanas siguen avanzando, pisoteando a sus muertos.<br />
Tercera línea de artilleras. <strong>Las</strong> escupidoras de cola se les unen.<br />
¡Fuego!<br />
Esta vez, los cuadros de las enanas se deshacen. Grupos enteros se debaten en los grumos de cola.<br />
<strong>Las</strong> enanas intentan contraatacar formando ellas también una línea de artilleras. Estas avanzan hacia la<br />
cima marcha atrás y disparan sin poder apuntar. No pueden afianzarse de espaldas a la subida.<br />
¡Fuego! emiten las enanas.<br />
Pero sus cortos abdómenes sólo disparan unas gotitas de ácido. Aunque alcancen sus objetivos, los<br />
disparos no hacen más que irritar los caparazones sin perforarlos.<br />
¡Fuego!<br />
<strong>Las</strong> gotas de ácido de los dos campos se cruzan, a veces se anulan. Ante el pobre resultado<br />
obtenido, las shigaepuyanas renuncian a utilizar la artillería. Consideran que ganarán manteniendo la<br />
táctica de cuadros compactos de infantería.<br />
¡Cerrad filas!<br />
¡Fuego! responden las rojas, cuya artillería sigue obrando maravillas. Y salta una nueva<br />
andanada de ácido y cola.<br />
Pese a la eficacia de los disparos, las enanas llegan a la cima de la colina de las Amapolas. Sus<br />
siluetas forman un negro friso sediento de venganza.<br />
Carga. Contracarga. Destrucción.<br />
Ya no hay más trucos técnicos posibles. <strong>Las</strong> artilleras rojas ya no pueden disparar con su abdomen,<br />
y los cuadros de enanas no pueden mantenerse compactos.<br />
Confusión. Golpes.<br />
Todo el mundo se entremezcla, se entrecruza, se retira, corre, se revuelve, huye, se lanza, se<br />
dispersa, se reúne, crea pequeños ataques, empuja, arrastra, salta, cae, apoya, escupe, aúlla. Todos<br />
buscan la muerte. Se miden unos a otros, esgrimen, luchan. Corren sobre cuerpos aún vivos y sobre<br />
aquellos que ya no se mueven. Cada hormiga roja se encuentra asediada al menos por tres <strong>hormigas</strong><br />
enanas furiosas. Pero como las rojas son tres veces más grandes, las peleas se desarrollan con fuerzas<br />
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