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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Pero las tropas enanas más adelantadas perciben de pronto un olor de alerta. Fuera está ocurriendo<br />

algo. <strong>Las</strong> enanas vuelven sobre sus pasos.<br />

Allá arriba, en la colina de las Amapolas que domina la Ciudad, se ve un millar de puntos negros<br />

entre las flores rojas.<br />

Finalmente, los belokanianos han decidido atacar. Peor para ellos. <strong>Las</strong> enanas envían moscas<br />

mensajeras mercenarias para advertir a la ciudad central.<br />

Todas las moscas llevan la misma feromona:<br />

Nos atacan. Enviad refuerzos por el este para cogerlos entre dos fuegos. Preparad el arma secreta.<br />

El calor del primer rayo de sol que se filtra a través de una nube ha precipitado la decisión de pasar<br />

al ataque. Son las 8.03 h. <strong>Las</strong> legiones belokanianas bajan en tromba la pendiente, rodeando las<br />

hierbas y saltando por encima de las piedras. Son millones de soldados y corren con las mandíbulas<br />

dispuestas. Resulta bastante impresionante.<br />

Pero las enanas no tienen miedo. Habían previsto esa decisión táctica. La víspera habían estado<br />

cavando agujeros en el suelo. Se introducen en ellos, dejando asomar sólo las mandíbulas. Así, sus<br />

cuerpos quedan protegidos por la tierra.<br />

Esa línea de enanas rompe de inmediato el asalto de las rojas. <strong>Las</strong> federadas pelean sin resultado<br />

contra esas adversarias que sólo les presentan puntos de resistencia. No hay manera de cortarles las<br />

patas o de arrancarles el abdomen.<br />

Es entonces cuando el grueso de la infantería de Shi-gae-pu, acantonada en las proximidades bajo la<br />

protección de un círculo de setas de Satán, lanza una contraofensiva que atrapa a las rojas entre dos<br />

fuegos.<br />

Si las belokanianas son millones, las shigaepuyanas se cuentan por decenas de millones. Hay por lo<br />

menos cinco soldados de las enanas por cada roja, sin mencionar las guerreras que hay en los agujeros<br />

individuales, que atacan con sus mandíbulas todo lo que pasa por su lado.<br />

El combate se vuelve rápidamente en contra de los menos numerosos. Sepultadas por las enanas que<br />

aparecen por todas partes, las líneas federadas se dislocan.<br />

A las 9.36 h, se baten en franca retirada. <strong>Las</strong> enanas exhalan ya los olores de la victoria. Su<br />

estratagema ha funcionado a la perfección. Ni siquiera han tenido que utilizar el arma secreta.<br />

Persiguen al ejército fugitivo, y consideran el sitio de La-chola-kan como cuestión ya sentenciada.<br />

Pero con sus cortas patas, las enanas dan diez pasos donde una roja da un solo salto. Se agotan al<br />

subir a la colina de las Amapolas. Y eso es lo que habían previsto los estrategas de la Federación.<br />

Porque esa primera carga sólo servía para eso: para hacer que las tropas enanas saliesen de su escondrijo<br />

y se enfrentasen con ellas en la pendiente.<br />

<strong>Las</strong> rojas llegan a la cima, las legiones enanas siguen persiguiéndolas en un desorden total. Y de<br />

repente, allá arriba se ve cómo se yergue un bosque de espinas. Son las pinzas gigantes de las<br />

rompegranos. <strong>Las</strong> blanden, las hacen centellear al sol, luego las bajan disponiéndolas paralelamente al<br />

sucio y caen sobre las enanas. Rompegranos, rompeenanas.<br />

La sorpresa es total. <strong>Las</strong> shigaepuyanas, atónitas, con las antenas rígidas de pavor, caen segadas<br />

como la hierba. <strong>Las</strong> rompegranos cruzan las líneas enemigas a gran velocidad, a favor del desnivel.<br />

Bajo cada una de ellas, seis obreras se esfuerzan al máximo. Son las orugas de esas máquinas de<br />

guerra. Gracias a una perfecta comunicación antenar entre la torreta y las ruedas, el animal de treinta y<br />

seis patas y dos mandíbulas gigantes se mueve con facilidad entre la masa de sus adversarios.<br />

<strong>Las</strong> enanas sólo pueden entrever esos mastodontes que se les vienen encima a centenares, que las<br />

destrozan, las aplastan, las machacan. <strong>Las</strong> mandíbulas hipertróficas se hunden en el amasijo, se<br />

mueven y vuelven a subir, cargadas de patas y cabezas ensangrentadas que rompen como si fuesen<br />

paja.<br />

El pánico es total. La enanas aterrorizadas tropiezan unas con otras, se pisotean, y algunas se matan<br />

entre sí.<br />

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