Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Belo-kiu-kiuni, el sexo viviente de la Ciudad, no está tranquila. No, no es que le dé miedo la guerra. Ya ha ganado y perdido más de cincuenta. Lo que le inquieta es otra cosa. Es esa cuestión del arma secreta. Es esa rama de acacia que gira y destroza la cúpula. Tampoco ha olvidado la declaración del macho 327, que hablaba de veintiocho guerreras muertas sin que tan siquiera hubiesen tenido tiempo de adoptar la posición de combate... ¿Se puede correr el riesgo de no tener en cuenta esos datos extraordinarios? Y más ahora. Pero, ¿qué hacer? Belo-kiu-kiuni recuerda aquella vez en que ya tuvo que hacer frente a un «arma secreta incomprensible» Fue durante la guerra contra las termiteras del sur. Un buen día le dijeron que una escuadra de ciento veinte soldados estaba, no destruida, sino «inmovilizada» Todo el mundo estaba extremadamente trastornado. Creían que ya nunca podrían vencer a las termitas y que éstas habían conseguido una ventaja tecnológica decisiva. Se enviaron espías. Las termitas acababan de constituir una casta de artilleras lanzadoras de cola. Eran las nasutitermas. Conseguían proyectar a doscientas cabezas de distancia una cola que bloqueaba las patas y las mandíbulas de las soldados. La Federación estuvo reflexionando mucho tiempo y por fin dio con una solución: avanzar protegiéndose con hojas muertas. Esto dio lugar a la famosa batalla de las Hojas Muertas, que ganaron las tropas belokanianas. Pero esta vez las enemigas no eran las estúpidas termitas, sino las enanas, cuya vivacidad e inteligencia les habían tomado muchas veces por sorpresa. Por otra parte, el arma secreta parecía particularmente destructora. La Madre se mesó nerviosamente las antenas. ¿Qué sabía ella exactamente de las enanas? Mucho y muy poca cosa. Habían aparecido en la región cien años antes. Al principio eran sólo unas cuantas exploradoras. Como eran de pequeño tamaño, nadie desconfió. Las caravanas de enanas llegaron a continuación, llevando entre las patas sus huevos y sus reservas de alimentos. Pasaron la primera noche bajo la raíz de un gran pino. Por la mañana, la mitad de ellas habían desaparecido víctimas de un erizo hambriento. Las supervivientes se alejaron hacia el norte, donde establecieron un vivaque, bastante cerca de las hormigas negras. En la Federación se dijo que eso era una «cuestión entre ellas y las hormigas negras» Incluso había quien tenía mala conciencia por dejar a aquellos débiles seres como pasto de las grandes hormigas negras. Sin embargo, las hormigas enanas no murieron. Todos los días se las podía ver allí, llevando ramitas y pequeños coleópteros. En cambio, a las que ya no se veía era... a las grandes hormigas negras. Nunca se supo lo que había pasado, pero las exploradoras belokanianas informaron que las enanas ocupaban la totalidad del nido de las hormigas negras. El acontecimiento fue acogido con fatalismo y a la vez con humor. Bien hecho por lo que hace a esas pretenciosas hormigas negras, era lo que se olía en los corredores. Y, además, no iban a ser esas hormiguitas de nada lo que inquietase a la poderosa Federación. Sólo que, después de las hormigas negras, fue uno de los panales de abejas lo que ocuparon las enanas. Y luego la última termitera del norte y el nido de las hormigas rojas venenosas pasaron a su vez a quedar incluidas bajo las enseñas de las enanas. Los refugiados que afluían a Bel-o-kan y que venían a ampliar la masa de los mercenarios contaban que las enanas tenían estrategias de combate vanguardistas. Por ejemplo, infectaban los puntos de agua vertiendo en ellos venenos procedentes de flores raras. Sin embargo, aún no se alarmaba nadie en serio. Fue necesario que la ciudad de Niziu-ni-kan 62

sucumbiese el pasado año en 2° para que por fin cayesen en la cuenta de que tenían que vérselas con unas adversarias temibles. Pero si las rojas habían subestimado a las enanas, las enanas no había considerado a las rojas en su justo valor. Niziu-ni-kan era una ciudad muy pequeña, pero formaba parte de la Federación. Al día siguiente de la victoria enana, doscientas cuarenta legiones de mil doscientos soldados cada una fueron a complicarles las cosas. El resultado del combate estaba cantado, lo que no impidió que las enanas combatiesen encarnizadamente. De manera que las tropas federadas necesitaron un día entero para entrar en la ciudad liberada. Se descubrió entonces que las enanas habían instalado en Niziu-ni-kan, no una, sino... doscientas reinas. Fue algo que dejó a todo el mundo atónito. EJÉRCITO DE OFENSIVA. Las hormigas son los únicos insectos sociales que mantienen un ejército de ofensiva. Las termitas y las abejas, especies monárquicas y legitimistas menos refinadas, sólo utilizaban a sus soldados en la defensa de la ciudad o para la protección de las obreras que se han alejado del nido. Es relativamente raro ver una termitera o un panal haciendo una campaña de conquista territorial. Aunque se ha dado. 63 EDMOND WELLS Enciclopedia del saber relativo y absoluto. Las reinas enanas prisioneras refirieron la historia y las costumbres de las enanas. Era una historia extravagante. Según ellas, las enanas vivían hace mucho tiempo en otro país, a cientos de miles de cabezas de distancia. Este país era muy diferente del bosque de la Federación. Había en él grandes frutos, llenos de colorido y muy azucarados. Por otra parte, no había invierno ni tampoco hibernación. En esta tierra de maravillas, las enanas habían construido Shi-gae-pu la «antigua», ella misma ciudad procedente de una dinastía muy antigua. Este nido está al pie de un laurel rosa. Entonces, ocurrió que el laurel rosa y la arena que lo rodeaba fueron un día arrancados del suelo para ser depositados en una caja de madera. Las enanas intentaron huir de la caja, pero ésta fue depositada en el interior de una estructura gigantesca y muy dura. Y cuando llegaron a las fronteras de esa estructura, cayeron al agua. Había agua salada hasta donde alcanzaba la vista. Muchas enanas se ahogaron en el intento de llegar a la tierra de sus ancestros, y luego la mayoría decidió que lo mismo daba y que había que sobrevivir en esa estructura inmensa y dura rodeada de agua salada. Y pasaron días y días. Las enanas se daban cuenta, gracias al órgano de Johnston, de que se desplazaban muy de prisa, recorriendo una distancia fenomenal. Pasarnos por un centenar de barreras magnéticas terrestres. ¿Hasta dónde iba eso a llevarnos? Hasta aquí. Nos desembarcaron junto con el laurel rosa. Y nosotras hemos descubierto este mundo, su fauna y su flora exótica. El cambio resultó decepcionante. Los frutos, las flores, los insectos eran más pequeños y tenían menos colorido. Habían dejado un país rojo, amarillo y azul para ir a parar a otro verde, negro y marrón. Y luego estaban el invierno y el frío que lo paralizaban todo. Allí en su país, no sabían siquiera que el frío existiese, lo único que las obligaba a descansar era el calor. Las enanas arbitraron diferentes soluciones para luchar contra el frío. Los dos métodos más eficaces eran atiborrarse de azúcares y untarse baba de caracol. En cuanto al azúcar, recogían la fructosa de las fresas, las moras y las cerezas. En cuanto a las

Belo-kiu-kiuni, el sexo viviente de la Ciudad, no está tranquila.<br />

No, no es que le dé miedo la guerra. Ya ha ganado y perdido más de cincuenta. Lo que le inquieta es<br />

otra cosa. Es esa cuestión del arma secreta. Es esa rama de acacia que gira y destroza la cúpula.<br />

Tampoco ha olvidado la declaración del macho 327, que hablaba de veintiocho guerreras muertas sin<br />

que tan siquiera hubiesen tenido tiempo de adoptar la posición de combate... ¿Se puede correr el riesgo<br />

de no tener en cuenta esos datos extraordinarios?<br />

Y más ahora.<br />

Pero, ¿qué hacer?<br />

Belo-kiu-kiuni recuerda aquella vez en que ya tuvo que hacer frente a un «arma secreta<br />

incomprensible» Fue durante la guerra contra las termiteras del sur. Un buen día le dijeron que una<br />

escuadra de ciento veinte soldados estaba, no destruida, sino «inmovilizada»<br />

Todo el mundo estaba extremadamente trastornado. Creían que ya nunca podrían vencer a las<br />

termitas y que éstas habían conseguido una ventaja tecnológica decisiva.<br />

Se enviaron espías. <strong>Las</strong> termitas acababan de constituir una casta de artilleras lanzadoras de cola.<br />

Eran las nasutitermas. Conseguían proyectar a doscientas cabezas de distancia una cola que bloqueaba<br />

las patas y las mandíbulas de las soldados.<br />

La Federación estuvo reflexionando mucho tiempo y por fin dio con una solución: avanzar<br />

protegiéndose con hojas muertas. Esto dio lugar a la famosa batalla de las Hojas Muertas, que ganaron<br />

las tropas belokanianas.<br />

Pero esta vez las enemigas no eran las estúpidas termitas, sino las enanas, cuya vivacidad e<br />

inteligencia les habían tomado muchas veces por sorpresa. Por otra parte, el arma secreta parecía<br />

particularmente destructora.<br />

La Madre se mesó nerviosamente las antenas.<br />

¿Qué sabía ella exactamente de las enanas?<br />

Mucho y muy poca cosa.<br />

Habían aparecido en la región cien años antes. Al principio eran sólo unas cuantas exploradoras.<br />

Como eran de pequeño tamaño, nadie desconfió. <strong>Las</strong> caravanas de enanas llegaron a continuación,<br />

llevando entre las patas sus huevos y sus reservas de alimentos. Pasaron la primera noche bajo la raíz<br />

de un gran pino.<br />

Por la mañana, la mitad de ellas habían desaparecido víctimas de un erizo hambriento. <strong>Las</strong><br />

supervivientes se alejaron hacia el norte, donde establecieron un vivaque, bastante cerca de las<br />

<strong>hormigas</strong> negras.<br />

En la Federación se dijo que eso era una «cuestión entre ellas y las <strong>hormigas</strong> negras» Incluso había<br />

quien tenía mala conciencia por dejar a aquellos débiles seres como pasto de las grandes <strong>hormigas</strong><br />

negras.<br />

Sin embargo, las <strong>hormigas</strong> enanas no murieron. Todos los días se las podía ver allí, llevando ramitas<br />

y pequeños coleópteros. En cambio, a las que ya no se veía era... a las grandes <strong>hormigas</strong> negras.<br />

Nunca se supo lo que había pasado, pero las exploradoras belokanianas informaron que las enanas<br />

ocupaban la totalidad del nido de las <strong>hormigas</strong> negras. El acontecimiento fue acogido con fatalismo y a<br />

la vez con humor. Bien hecho por lo que hace a esas pretenciosas <strong>hormigas</strong> negras, era lo que se olía<br />

en los corredores. Y, además, no iban a ser esas hormiguitas de nada lo que inquietase a la poderosa<br />

Federación.<br />

Sólo que, después de las <strong>hormigas</strong> negras, fue uno de los panales de abejas lo que ocuparon las<br />

enanas. Y luego la última termitera del norte y el nido de las <strong>hormigas</strong> rojas venenosas pasaron a su<br />

vez a quedar incluidas bajo las enseñas de las enanas.<br />

Los refugiados que afluían a Bel-o-kan y que venían a ampliar la masa de los mercenarios contaban<br />

que las enanas tenían estrategias de combate vanguardistas. Por ejemplo, infectaban los puntos de agua<br />

vertiendo en ellos venenos procedentes de flores raras.<br />

Sin embargo, aún no se alarmaba nadie en serio. Fue necesario que la ciudad de Niziu-ni-kan<br />

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