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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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56 tamborilea con el extremo de sus antenas en el cráneo del macho. Es una petición de trofalaxia.<br />

327 pliega las antenas en señal de aceptación y luego pega su boca a la de la hembra. Regurgita un<br />

poco del melado que le había entregado la primera guardiana. 56 se siente inmediatamente reanimada.<br />

103.683 tamborilea a su vez en el cráneo de la hembra. Unen los apéndices labiales y 56 hace que suba<br />

el alimento que acaba de recibir. A continuación, los tres se acarician y friccionan entre sí. ¡Ah, qué<br />

agradable es dar para una hormiga!<br />

Han recuperado fuerzas, pero saben que no pueden quedarse ahí indefinidamente. El oxígeno se<br />

agotará, e incluso aunque las <strong>hormigas</strong> puedan sobrevivir bastante tiempo sin alimento, sin agua, sin<br />

aire ni calor, la carencia de esos elementos vitales acaba provocándoles un sueño mortal.<br />

Contacto antenar.<br />

¿Qué hacemos ahora?<br />

La cohorte de treinta guerreras unidas a nuestro proyecto nos espera en una sala del nivel<br />

cincuenta del subsuelo.<br />

Vayamos allí.<br />

Vuelven a su trabajo de zapa, orientándose gracias al órgano de Johnston, sensible a los campos<br />

magnéticos terrestres. Con toda lógica, creen estar entre los silos de cereales del nivel -18 y los<br />

criaderos de setas del nivel -20. Sin embargo, cuanto más bajan más frío hace. Al llegar la noche, la<br />

helada penetra el suelo hasta mucha profundidad. Sus gestos se hacen más lentos. Finalmente se<br />

inmovilizan en actitud de cavar y se duermen en espera del final.<br />

–¡Jonathan, Jonathan! ¡Soy yo, Lucie!<br />

Cuanto más y más se hundía en aquel universo de tinieblas, sentía que el miedo la iba ganando. Ese<br />

interminable descenso a lo largo de la escalera había acabado sumiéndola en un estado en el que le<br />

parecía ir hundiéndose más y más profundamente en su propio interior. Sentía ahora un dolor difuso en<br />

el vientre, después de haber experimentado una brutal sequedad de la garganta, luego un nudo de<br />

angustia en el plexo solar, seguido de intensos pinchazos en el estómago:<br />

Sus rodillas, sus pies, seguían funcionando de forma automática; ¿irían a perder pronto su función,<br />

y también ella, y entonces dejaría de bajar?<br />

Aparecieron unas imágenes de su infancia. Su autoritaria madre que siempre la estaba culpando y<br />

cometía toda clase de injusticias favoreciendo a sus hermanos mimados... Y su padre, un individuo sin<br />

brillo, que temblaba ante su mujer, que se pasaba la vida huyendo de la menor discusión y que decía<br />

«amén» a los menores deseos de la reina madre. Su padre, el muy cobarde...<br />

Estas ingratas reminiscencias dieron paso a la sensación de haber sido injusta con Jonathan. De<br />

hecho, le había reprochado todo lo que pudiera recordarle a su padre. Y justamente porque ella le<br />

llenaba permanentemente de reproches, le inhibía, le minimizaba, haciendo que fuese pareciéndose<br />

poco a poco a su padre. Así, el ciclo se había iniciado otra vez. Ella, Lucie, había recreado sin darse<br />

cuenta siquiera lo que más odiaba: el matrimonio de sus padres. Tenía que romper el ciclo. Se<br />

detestaba por todos los gritos con que había gratificado a su marido. Le debía una reparación.<br />

Seguía girando y bajando. Al haber reconocido su propia culpabilidad, había liberado a su cuerpo de<br />

sus miedos y dolores opresivos. Una puerta como cualquier otra, en parte cubierta de inscripciones que<br />

no se tomó el tiempo de leer. Había un pomo. La puerta se abrió sin un ruido.<br />

Más allá, la escalera se prolongaba. La única diferencia notable eran las venas de roca ferruginosa<br />

que aparecían en medio de la piedra. Debido a las filtraciones de agua, originadas probablemente en<br />

una corriente subterránea, el hierro adquiría unas tonalidades ocres y rojizas.<br />

Sin embargo, Lucie tenía la sensación de haber iniciado una nueva etapa. Y, de repente, su linterna<br />

iluminó unas manchas de sangre ante sus pies. Debía ser sangre de Ouarzazate. El valiente caniche<br />

enano había llegado, pues, hasta aquí... La sangre había salpicado por todas partes, pero en las paredes<br />

era difícil distinguir las huellas de sangre de las manchas de hierro oxidado.<br />

De repente, oyó un ruido. Una crepitación. Era como si hubiese unos seres que caminasen hacia<br />

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