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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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2. CADA VEZ MAS ABAJO<br />

Nivel -45; la 103.683 asexuada entra en las salas de lucha, unas estancias con los techos bajos<br />

donde los soldados se ejercitan en previsión de las guerras de la primavera.<br />

<strong>Las</strong> guerreras se baten en duelo en todo el lugar. <strong>Las</strong> adversarias se palpan al principio, para evaluar<br />

la corpulencia y el tamaño de las patas. Dan vueltas, se palpan los flancos, tiran de los pelos, se lanzan<br />

desafíos olorosos, se rozan con los extremos de las antenas.<br />

Finalmente se lanzan una contra otra. Chocan los caparazones. Una y otra se esfuerzan por hacer<br />

presa en las articulaciones torácicas de la contraria. En cuanto una de las dos lo consigue, la otra<br />

intenta morderle las rodillas. Los gestos son bruscos. Se alzan sobre las patas traseras, caen, ruedan,<br />

furiosas.<br />

Por lo general, se inmovilizan sobre su presa, y luego, bruscamente, golpean otro miembro. Pero<br />

sólo es un ejercicio de entrenamiento, nada se rompe, no se vierte sangre. El combate se interrumpe en<br />

cuanto una hormiga queda de espaldas en el suelo. Entonces lleva las antenas hacia atrás, en signo de<br />

abandono. Aunque los duelos son bastante realistas. <strong>Las</strong> garras sujetan con facilidad los ojos para<br />

hacer presa. <strong>Las</strong> mandíbulas resuenan en el vacío.<br />

A cierta distancia, unas artilleras sentadas sobre sus abdómenes apuntan y disparan contra granos de<br />

arena colocados a quinientas cabezas de distancia. Los chorros de ácido alcanzan a menudo su<br />

objetivo.<br />

Una vieja guerrera enseña a una novicia que todo se pone en juego antes del contacto. <strong>Las</strong><br />

mandíbulas o el chorro de ácido no hacen otra cosa que confirmar una situación de dominio ya<br />

reconocida por las dos beligerantes. Antes de llegar a las patas, ya hay forzosamente una que ha<br />

decidido ganar y otra que acepta ser vencida. No es más que una cuestión de reparto de papeles. Una<br />

vez cada uno ha elegido el suyo, el vencedor podrá lanzar un chorro de ácido sin apuntar, y dará en la<br />

diana; el vencido podrá asestar su mejor golpe, y ni siquiera llegará a herir a su adversario. Hay que<br />

tener en cuenta sólo un consejo: se debe aceptar la victoria. Todo está en la cabeza. Hay que aceptar la<br />

victoria y nada se resiste.<br />

Dos duelistas tropiezan con la soldado 103.683, y ésta les rechaza vigorosamente y sigue su camino.<br />

Busca la zona de los mercenarios, situada debajo de la arena de combate. Ahí está el paso.<br />

Esta sala es aún más amplia que la de las legionarias. Es cierto que las mercenarias viven de forma<br />

permanente en el lugar donde se ejercitan. Sólo están ahí para hacer la guerra. Todos los pueblos de la<br />

región se codean aquí, sean pueblos aliados o pueblos sometidos: <strong>hormigas</strong> amarillas, <strong>hormigas</strong> rojas,<br />

<strong>hormigas</strong> negras, <strong>hormigas</strong> lanzadoras de cola, <strong>hormigas</strong> primitivas con aguijón venenoso, e incluso<br />

<strong>hormigas</strong> enanas.<br />

Nuevamente son las termitas las que se encuentran en el origen de la idea, consistente en alimentar a<br />

poblaciones extrañas para hacerlas combatir a su lado en caso de invasión.<br />

Y en cuanto a las ciudades <strong>hormigas</strong>, llegaron a fuerza de sutilezas diplomáticas a aliarse con las<br />

termitas contra otras <strong>hormigas</strong>.<br />

Ello había suscitado esta importante reflexión: ¿por qué no comprometer francamente legiones de<br />

<strong>hormigas</strong> que viviesen permanentemente en la termitera? La idea era revolucionaria. Y la sorpresa fue<br />

grande cuando los ejércitos mirmecianos tuvieron que enfrentarse a hermanas de la misma especie que<br />

combatían por las termitas. La civilización mirmeciana, tan dispuesta a adaptarse, esta vez había<br />

llevado su talento demasiado lejos.<br />

De buena gana las <strong>hormigas</strong> hubiesen reaccionado imitando a sus enemigas, manteniendo legiones<br />

de termitas para luchar contra las termitas. Pero un obstáculo mayor hizo fracasar el proyecto: las<br />

termitas son absolutamente monárquicas. Su lealtad no tiene fisuras, son incapaces de luchar contra los<br />

suyos. Tan sólo las <strong>hormigas</strong>, cuyos regímenes políticos son tan variados como sus distintas psicolo-<br />

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