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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Blandió un gran cuchillo de cocina que había estado afilando durante un buen rato. Tomó con la<br />

otra mano la linterna halógena y se dirigió a la puerta de la bodega con un saco al hombro, un saco en<br />

el que había abundantes provisiones así como sus herramientas de cerrajero. Apenas murmuró:<br />

–Hasta luego, Nicolás. Hasta luego, Lucie.<br />

Lucie no sabía qué hacer. Cogió a Jonathan por un brazo.<br />

–¡No puedes marcharte así! Es demasiado fácil. ¡Tienes que hablar conmigo!<br />

–¡Por favor!<br />

–Pero ¿cómo tengo que decírtelo? Desde que bajaste a esa maldita bodega no eres el mismo. Ya no<br />

tenemos dinero y tú te has comprado por lo menos cinco mil francos de material y libros sobre las<br />

<strong>hormigas</strong>.<br />

–Me interesa la cerrajería, y también las <strong>hormigas</strong>. Tengo derecho a eso.<br />

–No, no tienes derecho. No cuando tienes un hijo y una mujer que alimentar. Si todo el dinero del<br />

paro se va en la compra de libros sobre las <strong>hormigas</strong>, acabaré...<br />

–¿Divorciándote? ¿Es eso lo que quieres decir?<br />

Ella le soltó el brazo, abatida.<br />

–No.<br />

Él la tomó por los brazos. Tic en la boca.<br />

–Has de confiar en mí. Tengo que ir hasta el final. No estoy loco.<br />

–¿Que no estás loco? Mírate un poco. Pareces un muerto viviente. Es como si siempre tuvieses<br />

fiebre.<br />

–Mi cuerpo envejece, pero mi cabeza se rejuvenece.<br />

–¡Jonathan! ¡Dime qué pasa ahí abajo!<br />

–Cosas apasionantes. Hay que ir más abajo, cada vez más abajo, si queremos poder volver a subir<br />

un día... ¿Sabes? Es como las piscinas, en el fondo es donde encontramos apoyo para subir.<br />

Estalló en una carcajada de demente, que treinta segundos después aún resonaba con siniestros ecos<br />

en la escalera de caracol.<br />

Nivel +35. La ligera cubierta de ramitas produce un efecto de vidriera. Los rayos del sol destellan al<br />

pasar a través de ese filtro y luego caen como una lluvia de estrellas en el suelo. Estamos en el solario<br />

de la ciudad, la «fábrica» donde se producen los ciudadanos belokanianos.<br />

En el lugar reina un calor tórrido: 38°. Es normal, el solario está orientado directamente al sur para<br />

aprovechar al máximo los ardores del astro blanco. A veces, por el efecto catalizador de las ramitas, la<br />

temperatura sube ¡hasta los 50 o !<br />

Centenares de patas se agitan. La casta más numerosa aquí es la de las nodrizas. Se dedican a apilar<br />

los huevos que la Madre acaba de poner. Veinticuatro pilas forman un montón, doce montones forman<br />

una hilada. <strong>Las</strong> hiladas se pierden en la distancia. Cuando una nube proyecta sombra, las nodrizas<br />

desplazan las pilas de huevos. Los más recientes han de estar siempre más calientes. «Calor húmedo<br />

para los huevos, calor seco para los capullos», vieja receta mirmeleónida para que los pequeños<br />

crezcan sanos.<br />

A la izquierda se ve a unas obreras encargadas del mantenimiento térmico. Apilan fragmentos de<br />

madera negra, que acumulan el calor, y fragmentos de humus fermentado, que ellas mismas producen.<br />

Gracias a esos dos «radiadores», se consigue que el solario se mantenga permanentemente a una<br />

temperatura comprendida entre los 25° y los 40°, incluso cuando en el exterior la temperatura es de<br />

15°.<br />

Hay artilleras que pasean. Si un pájaro carpintero aparece...<br />

A la derecha pueden verse unos huevos de más tiempo. Es una larga metamorfosis; con los<br />

lametones de las nodrizas y el paso del tiempo, los huevecitos crecen y amarillean. Se transforman en<br />

larvas de dorados pelos al cabo de un tiempo que oscila entre la semana y las siete semanas. Eso<br />

depende otra vez de la meteorología.<br />

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