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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Al cabo de innumerables generaciones, la Ciudad hormiga ha aprendido a defenderse de tales<br />

percances. Entre movimientos desordenados, las <strong>hormigas</strong> pertenecientes a la clase de las artilleras<br />

forman en comandos y se distribuyen las operaciones prioritarias.<br />

Rodean al pájaro carpintero en su zona más vulnerable: el cuello. Luego se vuelven, en posición de<br />

tirar a corta distancia. Sus abdómenes apuntan al pájaro. ¡Fuego! Propulsan con todas las fuerzas de<br />

sus esfínteres chorros de ácido fórmico superconcentrado.<br />

El pájaro tiene la repentina y penosa sensación de que le han ceñido el cuello con una bufanda de<br />

espinas. Se debate, quiere soltarse. Pero ha ido demasiado lejos. Sus alas están aprisionadas en la tierra<br />

y las briznas de la cúpula. Lanza de nuevo la lengua para matar al máximo número posible de<br />

adversarios.<br />

Una nueva oleada de soldados toma el relevo. ¡Fuego! El pájaro carpintero se sobresalta. Esta vez es<br />

ya un acerico. Golpea nerviosamente con el pico. ¡Fuego! El ácido brota de nuevo. El pájaro tiembla,<br />

empieza a tener dificultades para respirar. ¡Fuego! El ácido roe sus nervios y él está completamente<br />

inmovilizado.<br />

Cesan los disparos. Soldados de grandes mandíbulas acuden de todas partes y muerden las heridas<br />

que ha producido el ácido fórmico. Una legión se dirige al exterior, corre por lo que queda de la<br />

cúpula, ve la cola del animal y empieza a perforar la parte más olorosa: el ano. Esos soldados geniales<br />

pronto han ampliado la abertura y se introducen en las tripas del pájaro.<br />

El primer equipo ha conseguido perforar la piel de la garganta. Cuando el primer flujo de sangre<br />

roja empieza a brotar, se interrumpen las emisiones de feromonas de alerta. La partida ya se considera<br />

ganada. La garganta está suficientemente abierta y por ella se introducen batallones enteros de<br />

<strong>hormigas</strong>. Aún hay <strong>hormigas</strong> vivas en la laringe del animal. <strong>Las</strong> salvan.<br />

Luego, los soldados penetran en el interior de la cabeza, buscando los orificios que les permitan<br />

llegar hasta el cerebro. Una obrera encuentra un paso: la carótida. Pero aún hay que dar con la<br />

adecuada, la que va del corazón al cerebro, y no a la inversa. ¡Ahí está! Cuatro soldados entran en el<br />

conducto y se lanzan al líquido rojo. Llevadas por la corriente sanguínea, pronto se ven propulsadas<br />

hasta el mismo centro de los hemisferios cerebrales. Ya están a pie de obra para trabajar sobre la<br />

materia gris.<br />

El pájaro carpintero, loco de dolor, se revuelve de derecha a izquierda, pero no tiene medio ninguno<br />

para hacer frente a todos esos invasores que le destrozan por dentro. Un pelotón de <strong>hormigas</strong> se<br />

introduce en sus pulmones y vierte ácido en ellos. El pájaro tose atrozmente.<br />

Otras, todo un cuerpo de ejército, entran por el esófago para ir a reunirse en el sistema digestivo con<br />

sus colegas procedentes del ano. Estas suben con rapidez por el gran colon, asolando en el camino<br />

todos los órganos vitales que pasan al alcance de sus mandíbulas. Socavan la carne viva como<br />

acostumbran a hacerlo con la tierra, y toman por asalto, uno tras otro, hígado, molleja, corazón, bazo y<br />

páncreas, como otras tantas plazas fuertes.<br />

A veces brota intempestivamente sangre o linfa, ahogando a algunos individuos. Pero eso sólo les<br />

ocurre a los incapaces que no saben dónde ni cómo cortar limpiamente.<br />

Los demás avanzan metódicamente entre las carnes rojas y negras. Saben desenvolverse antes de<br />

verse aplastados por un espasmo. Evitan tocar las zonas llenas de bilis o de ácidos digestivos.<br />

Los dos ejércitos se encuentran finalmente a la altura de los riñones. El pájaro aún no está muerto.<br />

Su corazón, estriado por las mandíbulas, sigue enviando sangre por los conductos perforados.<br />

Sin esperar el último suspiro de su víctima, se forman cadenas de obreras, que se pasan de pata en<br />

pata trozos de carne aún palpitante. Nada se resiste a las pequeñas cirujanas. Cuando empiezan a dar<br />

cuenta del cerebro, el pájaro carpintero tiene una convulsión, la última.<br />

Toda la ciudad corre a descuartizar al monstruo. Los corredores bullen llenos de <strong>hormigas</strong> que<br />

llevan, ésta una pluma, aquélla un poco de vellón como recuerdo.<br />

Los equipos de albañiles ya han entrado en acción. Reconstruirán la cúpula y los túneles dañados.<br />

Al verlo de lejos, se diría que el hormiguero está comiéndose un pájaro. Tras tragarlo, lo digiere,<br />

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