Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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La 103.683 se queda en un rincón recuperando sus fuerzas. Está pensando. Cuando sus hermanas oigan la historia, tendrán que modificar todos los mapas y reconsiderar los Principios básicos de su planetología. Y se dice que ya es hora de que vuelva a la Federación. Después de pasar por la nasa, tuvieron que recorrer unos diez kilómetros.... Bueno, cómo saberlo, y además el cansancio debía estar empezando a dejarse sentir. Llegaron a un arroyuelo que cruzaba el túnel y cuya agua era especialmente cálida y estaba cargada de azufre. Daniel se detuvo de pronto, Le había parecido ver unas hormigas sobre una almadía vegetal moviéndose con la corriente. Se rehizo; seguro que eran las emanaciones de polvo de azufre que le provocaban alucinaciones... Unos cientos de metros más allá, Jason pisó un material quebradizo. Dio luz. ¡Era la caja torácica de un esqueleto! Lanzó un sonoro grito. Daniel y Augusta barrieron con sus antorchas el entorno y descubrieron otros dos esqueletos, uno de ellos del tamaño de un niño, ¿Era posible que fuesen Jonathan y su familia? Reemprendieron el camino, y pronto tuvieron que echar a correr; un sonido masivo de deslizamiento anunciaba la llegada de las ratas. El amarillo de las paredes se hacía blanco. Era cal. Agotados, llegaron por fin al final del túnel. ¡Al pie de una escalera de caracol que subía! Augusta disparó sus dos últimas balas hacia las ratas y luego se lanzaron escaleras arriba. Jason aún tuvo la presencia de ánimo suficiente para observar que giraba a la inversa que la primera, es decir que tanto la subida como la bajada se realizaban dando vuelta en el sentido de las agujas del reloj. La noticia causa sensación. Una belokaniana acaba de llegar a la ciudad. Dicen que debe de ser una embajadora de la Federación, llegada para anunciar la vinculación oficial de Chli-pu-kan como sexagésimo quinta ciudad. Chli-pu-ni se siente menos optimista que sus hijas. Desconfía de la recién llegada. ¿Y si fuese una guerrera con olor de roca enviada desde Bel-o-kan para infiltrarse en la Ciudad de la reina subversiva? ¿Cómo es? Sobre todo se encuentra muy cansada. Ha debido de correr desde Bel-o-kan para hacer el trayecto en unos días. Son las pastoras las que la han visto errando por los alrededores. En ese momento mismo no había emitido nada, y la habían llevado directamente a la sala de las hormigas cisternas para que se recuperase. Hacedla venir aquí, quiero hablar con ella a solas, pero quiero que haya una guardiana en la entrada de los aposentos reales dispuesta a intervenir en cuanto dé la señal. Chli-pu-ni siempre ha deseado tener noticias de su ciudad natal, pero ahora que ha llegado una representante, la primera idea que se le ocurre es considerarla una espía y matarla. Esperará a verla, pero si descubre la menor molécula de olor de roca, hará que la ejecuten sin pensarlo dos veces. Le llevan a la belokaniana. En cuanto se reconocen, las dos hormigas saltan una sobre la otra, con las mandíbulas abiertas de par en par, y se entregan... a la más untuosa trofalaxia. La emoción es tan intensa que no consiguen emitir, Chli-pu-ni lanza la primera feromona. ¿En qué punto está la investigación? ¿Han sido las termitas? La 103.683 cuenta que ha cruzado el río del Este y visitado la ciudad termita; que ésta ha sido destruida y que no queda un solo superviviente. Entonces, ¿qué hay detrás de todo esto? Los verdaderos responsables de todos esos acontecimientos incomprensibles, según la guerrera, son los Guardianes del borde oriental del mundo. Unos animales tan extraños que no se les ve ni se les siente. De forma súbita, caen del cielo y todo el mundo muere. Chli-pu-ni la escucha con atención. Sin embargo, queda sin explicación un elemento, añade la 134

103.683: ¿cómo han podido los Guardianes del fin del mundo utilizar a las soldados con olor de roca? Chli-pu-ni tiene sus propias ideas al respecto. Cuenta que las soldados con olor de roca no son espías ni mercenarias, sino una fuerza clandestina encargada de vigilar el nivel de tensión del organismo Ciudad. Ahogan cualquier información que pudiera angustiar a la Ciudad... Y cuenta que unas asesinas trataron de matarla a ella misma. ¿Y las reservas de alimentos que había bajo la roca de cimentación? ¿Y el pasadizo abierto en el granito? Para eso Chli-pu-ni no tiene respuesta. Precisamente ha enviado embajadoras espías para que traten de resolver ese doble enigma. La joven reina le propone a su amiga una visita a la Ciudad. Por el camino le explica las formidables posibilidades del agua. Por ejemplo, el río del Este siempre se ha considerado mortal, pero no es más que agua; la reina cayó en él y no murió. Quizá un día se pueda bajar por ese río con almadías de hojas y descubrir el extremo septentrional del mundo. Chli-pu-ni se exalta: no cabe duda de que existen Guardianes en el extremo oriental. La 103.683 no puede menos que observar que Chli-pu-ni desborda de proyectos audaces. No todos son realizables, pero lo que se ha realizado ya es impresionante: la soldado nunca había visto criaderos de hongos ni establos tan amplios, ni nunca había visto almadías flotando en los canales subterráneos... Pero lo que más les sorprende es la última feromona de la reina. Ésta dice que si sus embajadoras no han vuelto dentro de quince días, declarará la guerra a Bel-okan. Según dice, la ciudad natal ya no está adaptada a este mundo. La simple presencia de las guerreras con olor de roca demuestra que es una ciudad que ya no aborda de frente la realidad. Es una ciudad tan timorata como un caracol. Antaño había sido revolucionaria, y ahora está superada. Hace falta un relevo. Aquí, en Chli-pu-kan, las hormigas progresan mucho más de prisa. Chli-pu-ni considera que, si ella se pone al frente de la Federación, podría hacer que evolucionase con rapidez. Con las sesenta y cinco ciudades federadas, sus iniciativas se verían decuplicadas. Ya está pensando en conquistar el curso de agua y en formar una legión volante utilizando coleópteros rinocerontes. La 103.683 duda. Tenía la intención de regresar a Bel-o-kan y contar allí su idea, pero Chli-pu-ni le pide que renuncie a ese propósito. Bel-o-kan ha formado una legión para «no saber», no la obligues a reconocer lo que no quiere reconocer. La coronación de la escalera de caracol se prolonga en unos peldaños de aluminio. Y ésos no son del Renacimiento. Llevan hasta una puerta blanca, en la que hay otra inscripción más: «Y llegué junto a un muro construido con cristales y rodeado de lenguas de fuego. Y empecé a sentir miedo. »Luego entré en las lenguas de fuego hasta llegar a una gran morada construida con cristales. »Y las paredes de esa morada eran como una ola de cristal que formaba un damero y sus cimientos eran de cristal. »Su techo era como el camino de las estrellas. »Y entre ellos habían símbolos de fuego. »Y su cielo era claro como el agua» (Enoch, I.) Pasan por la puerta, suben por un corredor muy pendiente. Y el suelo se hunde de repente bajo sus pies... Su caída es larga, tanto que el momento de sentir miedo ya ha pasado y tiene la sensación de volar. ¡Están volando! Su caída queda amortiguada por una red de trapecista, una red enorme y de apretada malla. Tantean a gatas en la oscuridad. Jason Bragel identifica otra puerta... esta vez sin código ninguno, sólo con un pomo. Llama a sus compañeros en voz baja. Luego, abre. 135

103.683: ¿cómo han podido los Guardianes del fin del mundo utilizar a las soldados con olor de roca?<br />

Chli-pu-ni tiene sus propias ideas al respecto. Cuenta que las soldados con olor de roca no son<br />

espías ni mercenarias, sino una fuerza clandestina encargada de vigilar el nivel de tensión del<br />

organismo Ciudad. Ahogan cualquier información que pudiera angustiar a la Ciudad... Y cuenta que<br />

unas asesinas trataron de matarla a ella misma.<br />

¿Y las reservas de alimentos que había bajo la roca de cimentación? ¿Y el pasadizo abierto en el<br />

granito?<br />

Para eso Chli-pu-ni no tiene respuesta. Precisamente ha enviado embajadoras espías para que traten<br />

de resolver ese doble enigma.<br />

La joven reina le propone a su amiga una visita a la Ciudad. Por el camino le explica las<br />

formidables posibilidades del agua. Por ejemplo, el río del Este siempre se ha considerado mortal, pero<br />

no es más que agua; la reina cayó en él y no murió. Quizá un día se pueda bajar por ese río con almadías<br />

de hojas y descubrir el extremo septentrional del mundo. Chli-pu-ni se exalta: no cabe duda de<br />

que existen Guardianes en el extremo oriental.<br />

La 103.683 no puede menos que observar que Chli-pu-ni desborda de proyectos audaces. No todos<br />

son realizables, pero lo que se ha realizado ya es impresionante: la soldado nunca había visto criaderos<br />

de hongos ni establos tan amplios, ni nunca había visto almadías flotando en los canales subterráneos...<br />

Pero lo que más les sorprende es la última feromona de la reina.<br />

Ésta dice que si sus embajadoras no han vuelto dentro de quince días, declarará la guerra a Bel-okan.<br />

Según dice, la ciudad natal ya no está adaptada a este mundo. La simple presencia de las<br />

guerreras con olor de roca demuestra que es una ciudad que ya no aborda de frente la realidad. Es una<br />

ciudad tan timorata como un caracol. Antaño había sido revolucionaria, y ahora está superada. Hace<br />

falta un relevo. Aquí, en Chli-pu-kan, las <strong>hormigas</strong> progresan mucho más de prisa. Chli-pu-ni<br />

considera que, si ella se pone al frente de la Federación, podría hacer que evolucionase con rapidez.<br />

Con las sesenta y cinco ciudades federadas, sus iniciativas se verían decuplicadas. Ya está pensando en<br />

conquistar el curso de agua y en formar una legión volante utilizando coleópteros rinocerontes.<br />

La 103.683 duda. Tenía la intención de regresar a Bel-o-kan y contar allí su idea, pero Chli-pu-ni le<br />

pide que renuncie a ese propósito.<br />

Bel-o-kan ha formado una legión para «no saber», no la obligues a reconocer lo que no quiere<br />

reconocer.<br />

La coronación de la escalera de caracol se prolonga en unos peldaños de aluminio. Y ésos no son<br />

del Renacimiento. Llevan hasta una puerta blanca, en la que hay otra inscripción más:<br />

«Y llegué junto a un muro construido con cristales y rodeado de lenguas de fuego. Y empecé a<br />

sentir miedo.<br />

»Luego entré en las lenguas de fuego hasta llegar a una gran morada construida con cristales.<br />

»Y las paredes de esa morada eran como una ola de cristal que formaba un damero y sus cimientos<br />

eran de cristal.<br />

»Su techo era como el camino de las estrellas.<br />

»Y entre ellos habían símbolos de fuego.<br />

»Y su cielo era claro como el agua» (Enoch, I.)<br />

Pasan por la puerta, suben por un corredor muy pendiente. Y el suelo se hunde de repente bajo sus<br />

pies... Su caída es larga, tanto que el momento de sentir miedo ya ha pasado y tiene la sensación de<br />

volar. ¡Están volando!<br />

Su caída queda amortiguada por una red de trapecista, una red enorme y de apretada malla. Tantean<br />

a gatas en la oscuridad. Jason Bragel identifica otra puerta... esta vez sin código ninguno, sólo con un<br />

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