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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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La anciana señora había preparado una mochila de vituallas y bebidas, entre ellas tres termos de<br />

tisana caliente. Por encima de todo, no había que actuar como el antipático de Leduc, obligado a<br />

regresar de prisa al haber olvidado el factor alimentación... Pero, en cualquier caso, ¿hubiese dado con<br />

el código? Augusta se permitía dudarlo.<br />

Entre otros accesorios, Jason Bragel se había pertrechado de bombas lacrimógenas de gran tamaño<br />

y de tres mascaras de gas. Daniel Rosenfeld, por su parte, llevaba una cámara fotográfica con flash, un<br />

modelo del último grito.<br />

Estaban ahora dando vueltas en el tiovivo de piedra. Como había sido el caso con todos los que les<br />

habían precedido, el descenso hacía reaparecer los recuerdos, pensamientos olvidados. La niñez, los<br />

padres, los primeros dolores, los errores cometidos, el amor frustrado, el egoísmo, el orgullo, los<br />

remordimientos...<br />

Sus cuerpos se movían de forma maquinal, más allá de toda posibilidad de cansancio. Se hundían en<br />

la carne del planeta, en su vida pasada. ¡Ah, qué larga era una vida, cuan destructora podía ser!... Y<br />

con más facilidad destructora que creativa...<br />

Llegaron finalmente ante una puerta. En ella había grabado un texto: «En el momento de la muerte,<br />

el alma experimenta la misma sensación que aquellos que se inician en los Grandes Misterios. En<br />

primer lugar se producen carreras al azar con penosos giros, viajes inquietantes y sin final a través de<br />

las tinieblas. Luego, antes del final, el terror llega al colmo. El estremecimiento, el temblor, el sudor<br />

frío, el horror dominan. A esta fase le sigue casi de inmediato una ascensión hacia la luz, una brusca<br />

iluminación. Una luminosidad maravillosa se ofrece a los ojos, se pasa por lugares puros y praderas<br />

donde resuenan las voces y las danzas. Unas palabras sagradas inspiran el respeto religioso. El hombre<br />

perfecto e iniciado se hace libre y celebra los Misterios»<br />

Daniel tomó una fotografía.<br />

–Conozco este texto –dijo Jasón. Es de Plutarco.<br />

–Hermoso texto, en verdad.<br />

–¿No les da miedo? –preguntó Augusta.<br />

–Sí, pero para eso está ahí. Y en todo caso ahí se dice que tras el terror viene la iluminación. Así<br />

pues, actuemos por etapas. Si es necesario un poco de terror, dejémonos aterrorizar...<br />

–Eso precisamente. <strong>Las</strong> ratas...<br />

Fue como si no tuviese más que mencionarlas. Ahí estaban. Los tres exploradores sentían sus<br />

presencias furtivas, su contacto al nivel del calzado. Daniel utilizó otra vez su cámara. El flash reveló<br />

la imagen repulsiva de una alfombra de pelotas grises y orejas negras. Jason se apresuró a distribuir las<br />

máscaras antes de pulverizar generosamente gas lacrimógeno a su alrededor. A los roedores no les<br />

hizo falta que se lo dijesen dos veces...<br />

Siguieron bajando durante mucho rato todavía.<br />

–¿Y si comiésemos algo, señores? –propuso Augusta.<br />

Así que comieron algo. El episodio de las ratas parecía olvidado y los tres se sentían del mejor<br />

humor. Como hacía un poco de frío acabaron su colación con un sorbo de licor y un buen café<br />

caliente.<br />

Cavan prolongadamente antes de poder subir de nuevo a una zona en la que la tierra es blanda. Un<br />

par de antenas emergen por fin, como un periscopio; unos olores desconocidos las inundan.<br />

El aire libre. Ya están al otro lado del fin del mundo. Y sigue sin aparecer el muro de agua. Aunque<br />

se trata de un universo que, verdaderamente, no se parece en nada al otro. Si bien identifican aún<br />

algunos árboles y plantas, inmediatamente después aparece un desierto gris, duro y liso. No hay la<br />

menor termitera ni hormiguero a la vista.<br />

–Dan unos pasos. Pero enormes cosas negras caen a su alrededor. Es algo parecido a lo de los<br />

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