Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
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nada desde el mediodía de ayer.<br />
La señora le dio la infusión que se mantenía caliente en un termo.<br />
–¿Quiere que le diga lo que hay ahí abajo? Pues hay una escalera de caracol que baja a plomo<br />
muchos centenares de metros. Hay una puerta. Hay un corredor con vetas rojas, atestado de ratas, y<br />
luego, al final de todo, hay una pared que debió levantar su nieto Jonathan. Una pared muy sólida; he<br />
intentado agujerearla con el martillo sin resultado. En realidad, debe de girar o hacerse a un lado,<br />
porque hay un sistema de botones alfabéticos en código.<br />
–¿Botones alfabéticos en código?<br />
–Sí. Seguro que lo que hay que hacer es escribir una palabra contestando a una pregunta.<br />
–¿Qué pregunta?<br />
–¿Cómo formar cuatro triángulos equiláteros con seis cerillas?<br />
Augusta no pudo evitar un estallido de risa. Y eso molestó profundamente al científico.<br />
–¡Usted conoce la respuesta!<br />
Entre dos hipos, la señora pudo articular:<br />
–¡No! ¡No! No conozco la respuesta. Pero sí que conozco muy bien la pregunta.<br />
Y siguió riendo. El profesor Leduc gruñó:<br />
–He estado horas buscando. Está claro que algo se consigue con los triángulos en forma de V, pero<br />
no son equiláteros.<br />
Empezó a ordenar su material.<br />
–Si no le parece mal, voy a consultar a un amigo mío matemático y luego vuelvo.<br />
–¡No!<br />
–¿Cómo que no?<br />
–Una sola vez, una oportunidad, y sólo una. Si no ha sabido aprovecharla, ya es demasiado tarde.<br />
Hágame el favor de llevarse esas dos maletas de mi casa. ¡Adiós, señor!<br />
Y Augusta ni siquiera pidió un taxi para él. La aversión que sentía hacia él pudo más que cualquier<br />
cosa. Decididamente, olía de una forma que no le gustaba nada. Augusta se sentó en la cocina, ante el<br />
muro agujereado. La situación había evolucionado. Por fin, se decidió a telefonear a Jason Bragel y a<br />
aquel señor Rosenfeld. Había decidido divertirse un poco antes de morir.<br />
FEROMONA HUMANA: Como los insectos, que se comunican mediante olores, el hombre<br />
dispone de un idioma olfativo mediante el cual dialoga discretamente con sus semejantes.<br />
Como no tenemos antenas emisoras, proyectamos las feromonas en el aire a partir de las<br />
axilas, las tetillas, el cuero cabelludo y los órganos genitales.<br />
Esos mensajes se perciben de forma inconsciente, pero no por eso son menos eficaces. El<br />
hombre tiene cincuenta millones de terminales nerviosos olfativos; cincuenta millones de células<br />
capaces de identificar millares de olores, mientras nuestra lengua sólo sabe reconocer cuatro<br />
sabores.<br />
Y ¿qué uso hacemos de ese medio de comunicación?<br />
En primer lugar, el reclamo sexual. Un macho humano podrá muy bien verse atraído por una<br />
hembra humana sólo porque ha apreciado sus perfumes naturales (por otra parte, con<br />
demasiada frecuencia ocultos por perfumes artificiales) Asimismo podrá sentir rechazo ante otra<br />
cuyas feromonas no le «hablan»<br />
El proceso es sutil. Ninguno de los dos seres sospechará siquiera el diálogo olfativo que han<br />
establecido. Y, así, se dirá que «el amor es ciego»<br />
Esta influencia de las feromonas humanas puede manifestarse también en las relaciones<br />
agresivas. Como ocurre entre los perros, un hombre que olfatea efluvios con el mensaje «miedo»<br />
procedente de su adversario sentirá de forma natural deseos de atacar.<br />
Finalmente, una de las consecuencias más espectaculares de la acción de las feromonas<br />
humanas es, sin lugar a dudas, la sincronización de los ciclos menstruales. En efecto, se ha<br />
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