Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas
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encontrado aún ni una sola centinela. Es algo absolutamente desacostumbrado... Las dos hormigas se detienen, sus antenas se consultan por el tacto. Toman una determinación bastante pronto: seguir. Pero a fuerza de seguir adelante están completamente desorientadas. Esta extraña ciudad es un laberinto aún más tortuoso que su propia ciudad natal. Incluso los olores que llegan a su glándula de Dufour no han dejado rastro en las paredes. Ya no saben si están por encima o por debajo del nivel del suelo. Tratan de desandar lo andado, pero eso no soluciona sus problemas. No dejan de descubrir nuevos corredores de extrañas formas. Decididamente, se han perdido. Entonces es cuando la 103.683 descubre una feromona extraordinaria: ¡una luz! Las dos soldados no salen de su asombro. Esa luminosidad en pleno centro de una ciudad termita desierta es algo completamente insensato. Se dirigen hacia la fuente de los rayos de luz. Se trata de una claridad de un color amarillo anaranjado que a veces se vuelve verde o azul. Tras un resplandor un poco más intenso, la fuente de luz se apaga. Luego vuelve a lucir, y parpadea, con reflejos en la brillante quitina de las hormigas. La 103.683 y la 4.000 se dirigen como hipnotizadas hacia el faro subterráneo. Bilsheim estaba muy excitado: ¡lo había comprendido! Les mostró a los policías cómo colocar las cerillas para conseguir cuatro triángulos. Primero hubo expresiones de estupefacción, y luego exclamaciones de entusiasmo. Solange Doumeng, que estaba atrapada en el juego, rugió: –¿Han encontrado algo? ¿Lo han encontrado? ¿Dígame? Pero no le hicieron caso. Oyó una confusión de voces mezcladas con ruidos mecánicos. Y luego se hizo el silencio otra vez. –¿Qué pasa, Bilsheim? ¡Dímelo! El walkie talkie empezó a crepitar furiosamente. –¡Oiga! ¡Oiga! –Sí (crepitación), hemos abierto el pasaje. Detrás de la puerta hay (crepitación) un corredor. Va hacia la (crepitación) derecha. ¡Vamos por él! –¡Espere! ¿Cómo ha hecho usted lo de los cuatro triángulos? Pero Bilsheim y los suyos ya no oían los mensajes de la superficie. El altavoz de su radio había dejado de funcionar; seguramente un cortocircuito. Ya no recibían, pero aún podían emitir. –Esto es increíble. Cuanto más avanzamos más construcciones aparecen. Hay una bóveda, y a lo lejos una luz. Vamos allá. –Espere, ¿ha dicho usted que había una luz? –gritaba vanamente Solange Doumeng. –¡Ahí están! –¿Quién está ahí? ¿Los cadáveres? ¡Conteste! –Cuidado... Se oyó una serie de detonaciones nerviosas, y gritos, y luego la comunicación se cortó. La cuerda había dejado de desenrollarse. Aunque habla quedado tensa. Los policías de superficie la agarraron y tiraron de ella, suponiendo que había quedado trabada. Lo intentaron entre tres, entre cinco... Y de repente se soltó. Recuperaron la cuerda y la enrollaron, aunque no en la cocina sino en el comedor, ya que formaba una bobina gigantesca. Llegaron finalmente al extremo roto, deshecho, como si unos dientes la hubiesen roído. –¿Qué hacemos, señora? –preguntó uno de los guardias. –Nada. Sobre todo, no hagamos nada. Nada en absoluto. Y ni una palabra a la Prensa, ni una palabra a quienquiera que sea. Y ahora ustedes clausurarán esta bodega lo más de prisa posible. La investigación ha terminado. Vamos, dense prisa, vayan a comprar ladrillos y cemento. Y ustedes, ocúpense de los problemas de las viudas de esa gente. 110
A primera hora de la tarde, cuando los policías se disponían a colocar los últimos ladrillos, se oyó un ruido sordo. ¡Alguien estaba subiendo! Dejaron el paso expedito. Una cabeza emergió de la oscuridad, y luego todo el cuerpo del que había escapado. Era una policía. Por fin iban a poder saber lo que pasaba allá abajo. El rostro del hombre estaba pigmentado por el más absoluto terror. Algunos músculos faciales parecían tetanizados como por un ataque. Era un auténtico zombi. Algo le había arrancado la punta de la nariz y la sangre fluía en abundancia. Temblaba con los ojos enloquecidos. –Gebeeeegeee –articuló. Un hilo de saliva brotaba de su boca. Se pasó por la cara una mano cubierta de heridas, que los ojos entrenados de su colegas interpretaron como cortes hechos con un cuchillo. –¿Qué ha pasado? ¿Ha sido usted atacado? –¡Gebeeeegeee! –¿Hay alguien más vivo ahí abajo? –¡Gebeegeeebebeggeee! Como no era capaz de articular nada más, se ocuparon de sus heridas, le llevaron a un centro de atención psiquiátrica y cerraron con una pared de obra la puerta de la bodega. El más leve roce de sus patas en el suelo provoca un cambio en la intensidad de la luz. Ésta tiembla, como si las oyese llegar, como si estuviese viva. Las hormigas se detienen para recuperar el ánimo. La luminosidad no tarda mucho en crecer, hasta iluminar las más pequeñas anfractuosidades de los corredores. Las dos espías se esconden precipitadamente para que no pueda descubrirlas el extraño proyector. Luego, aprovechando una caída de la intensidad luminosa, se lanzan hacia la fuente de los rayos. Bien, pues no era otra cosa que un coleóptero fosforescente. Una luciérnaga. En cuanto ve a las intrusas, se apaga por completo... Pero como no ocurre nada, expande poco a poco una débil claridad verde, una prudente media luz. La 103.683 lanza olores de no-agresión. Aunque todos los Coleópteros conocen este lenguaje, la luciérnaga no contesta. Su claridad verde se debilita, se vuelve amarilla antes de convertirse poco a poco en rojiza. Las hormigas suponen que ese color supone una interrogación. Estamos perdidas en esta termitero, emite la vieja exploradora. Al principio, la luciérnaga no contesta. Unos grados después, empieza a parpadear, lo que puede expresar tanto alegría como pesar. En la duda, las hormigas esperan. La luciérnaga se dirige de pronto hacia un corredor transversal parpadeando cada vez más de prisa. Parece como si quisiera enseñarles algo. Las hormigas la siguen. Llegan así a un sector todavía más húmedo y frío. De no sé sabe dónde llegan unos gritos lastimeros. Son como gritos de angustia que llegan en forma de olores y sonidos. Las dos exploradoras se preguntan qué es eso. Entonces, aunque el insecto de luz no habla, sí que oye a la perfección y» como para responder a su pregunta, se enciende y se apaga con prolongados impulsos, como si dijese: «No tengáis miedo, seguidme» Los tres bajan cada vez más profundamente por el subsuelo de la ciudad extranjera y así llegan a una zona muy fría, en la que los corredores son mucho más largos. Los gritos lastimeros vuelven a sonar con mayor fuerza. ¡Cuidado! emite bruscamente la 4.000. La 103.683 se vuelve. La luciérnaga ilumina a una especie de monstruo que se acerca, con un rostro arrugado de anciano y el cuerpo envuelto en un lienzo blanco y transparente. La soldado lanza un potente olor de miedo que perturba a sus dos compañeras. La momia sigue acercándose, parece incluso inclinarse para hablarles. De hecho, bascula hacia adelante. Se deja caer al suelo en toda su longitud con violencia. El capullo se abre, y el monstruo anciano se convierte en un recién nacido... ¡Una ninfa termita! La momia sigue retorciéndose y lanzando tristes gemidos. Ése era, pues, el origen de los gritos. 111
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A primera hora de la tarde, cuando los policías se disponían a colocar los últimos ladrillos, se oyó<br />
un ruido sordo. ¡Alguien estaba subiendo! Dejaron el paso expedito. Una cabeza emergió de la<br />
oscuridad, y luego todo el cuerpo del que había escapado. Era una policía. Por fin iban a poder saber lo<br />
que pasaba allá abajo. El rostro del hombre estaba pigmentado por el más absoluto terror. Algunos<br />
músculos faciales parecían tetanizados como por un ataque. Era un auténtico zombi. Algo le había<br />
arrancado la punta de la nariz y la sangre fluía en abundancia. Temblaba con los ojos enloquecidos.<br />
–Gebeeeegeee –articuló.<br />
Un hilo de saliva brotaba de su boca. Se pasó por la cara una mano cubierta de heridas, que los ojos<br />
entrenados de su colegas interpretaron como cortes hechos con un cuchillo.<br />
–¿Qué ha pasado? ¿Ha sido usted atacado?<br />
–¡Gebeeeegeee!<br />
–¿Hay alguien más vivo ahí abajo?<br />
–¡Gebeegeeebebeggeee!<br />
Como no era capaz de articular nada más, se ocuparon de sus heridas, le llevaron a un centro de<br />
atención psiquiátrica y cerraron con una pared de obra la puerta de la bodega.<br />
El más leve roce de sus patas en el suelo provoca un cambio en la intensidad de la luz. Ésta tiembla,<br />
como si las oyese llegar, como si estuviese viva.<br />
<strong>Las</strong> <strong>hormigas</strong> se detienen para recuperar el ánimo. La luminosidad no tarda mucho en crecer, hasta<br />
iluminar las más pequeñas anfractuosidades de los corredores. <strong>Las</strong> dos espías se esconden<br />
precipitadamente para que no pueda descubrirlas el extraño proyector. Luego, aprovechando una caída<br />
de la intensidad luminosa, se lanzan hacia la fuente de los rayos.<br />
Bien, pues no era otra cosa que un coleóptero fosforescente. Una luciérnaga. En cuanto ve a las<br />
intrusas, se apaga por completo... Pero como no ocurre nada, expande poco a poco una débil claridad<br />
verde, una prudente media luz.<br />
La 103.683 lanza olores de no-agresión. Aunque todos los Coleópteros conocen este lenguaje, la<br />
luciérnaga no contesta. Su claridad verde se debilita, se vuelve amarilla antes de convertirse poco a<br />
poco en rojiza. <strong>Las</strong> <strong>hormigas</strong> suponen que ese color supone una interrogación.<br />
Estamos perdidas en esta termitero, emite la vieja exploradora.<br />
Al principio, la luciérnaga no contesta. Unos grados después, empieza a parpadear, lo que puede<br />
expresar tanto alegría como pesar. En la duda, las <strong>hormigas</strong> esperan. La luciérnaga se dirige de pronto<br />
hacia un corredor transversal parpadeando cada vez más de prisa. Parece como si quisiera enseñarles<br />
algo. <strong>Las</strong> <strong>hormigas</strong> la siguen.<br />
Llegan así a un sector todavía más húmedo y frío. De no sé sabe dónde llegan unos gritos<br />
lastimeros. Son como gritos de angustia que llegan en forma de olores y sonidos.<br />
<strong>Las</strong> dos exploradoras se preguntan qué es eso. Entonces, aunque el insecto de luz no habla, sí que<br />
oye a la perfección y» como para responder a su pregunta, se enciende y se apaga con prolongados<br />
impulsos, como si dijese: «No tengáis miedo, seguidme»<br />
Los tres bajan cada vez más profundamente por el subsuelo de la ciudad extranjera y así llegan a<br />
una zona muy fría, en la que los corredores son mucho más largos.<br />
Los gritos lastimeros vuelven a sonar con mayor fuerza.<br />
¡Cuidado! emite bruscamente la 4.000.<br />
La 103.683 se vuelve. La luciérnaga ilumina a una especie de monstruo que se acerca, con un rostro<br />
arrugado de anciano y el cuerpo envuelto en un lienzo blanco y transparente. La soldado lanza un<br />
potente olor de miedo que perturba a sus dos compañeras. La momia sigue acercándose, parece incluso<br />
inclinarse para hablarles. De hecho, bascula hacia adelante. Se deja caer al suelo en toda su longitud<br />
con violencia. El capullo se abre, y el monstruo anciano se convierte en un recién nacido...<br />
¡Una ninfa termita!<br />
La momia sigue retorciéndose y lanzando tristes gemidos. Ése era, pues, el origen de los gritos.<br />
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