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Las hormigas - Fieras, alimañas y sabandijas

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Se unen, y se estrechan vientre contra vientre. Baba con baba, quedan soldados en un beso pegajoso<br />

que les recorre todo el cuerpo. Sus sexos se rozan.<br />

Y ocurren ciertas cosas entre ellos.<br />

Ocurren muy despacio.<br />

El caracol de la derecha ha hundido su pene formado por una punta calcárea en la vagina llena de<br />

huevos del caracol de la izquierda. Pero éste no ha llegado aún al éxtasis y ya desvela a su vez un pene<br />

en erección, que hunde en su pareja.<br />

Los dos experimentan el placer de penetrar y ser penetrados simultáneamente. Equipados con una<br />

vagina por debajo de un pene, pueden experimentar paralelamente las sensaciones de los dos sexos.<br />

El caracol de la derecha siente el primer orgasmo masculino. Se estremece y se tensa, con el cuerpo<br />

recorrido por la electricidad. Los cuatro cuernos oculares de los hermafroditas se entrelazan. La baba<br />

se convierte en espuma, y luego en burbujas. Es una danza muy apretada, y de una sensualidad<br />

exacerbada por la lentitud de los gestos.<br />

El caracol de la derecha yergue los cuernos. Experimenta a su vez un orgasmo masculino. Pero<br />

apenas ha acabado de eyacular cuando su cuerpo le procura una segunda oleada de voluptuosidad, esta<br />

vez vaginal. El caracol de la derecha experimenta a su vez el goce femenino.<br />

Entonces, sus cuernos se inclinan abajo, sus flechas amorosas se contraen, sus vaginas se cierran...<br />

Tras completar este acto, los amantes se convierten en imanes con idéntica polaridad. Se produce la<br />

repulsión. Un fenómeno tan viejo como el mundo. <strong>Las</strong> dos máquinas de recibir y dar se alejan<br />

lentamente, con sus huevos fertilizados por los espermatozoides de la pareja.<br />

Mientras 103.683 se queda como idiotizada, aún bajo la impresión de la belleza del espectáculo, la<br />

4.000 se lanza al asalto de uno de los caracoles. Quiere aprovechar la fatiga poscoital para desventrar<br />

al animal más grande. Pero es demasiado tarde, ya que se han introducido otra vez en sus conchas.<br />

La vieja exploradora no renuncia por eso. Sabe que acabarán saliendo otra vez. Se mantiene un buen<br />

rato al acecho; y, finalmente, un ojo tímido y luego un cuerno completo se deslizan fuera de la concha.<br />

El gasterópodo sale a ver cómo está el mundo alrededor de su pequeña vida.<br />

Cuando aparece el segundo cuerno, la 4.000 se abalanza y muerde el ojo con toda la fuerza de sus<br />

mandíbulas. Quiere seccionarlo, pero el molusco se contrae, llevándose a la vez a la exploradora al<br />

interior de su concha.<br />

¿Cómo salvarla ahora?<br />

La 103.683 piensa. Y una idea brota de uno de sus tres cerebros. Coge una piedra con las<br />

mandíbulas y empieza a golpear la concha con todas sus fuerzas. Ha inventado el martillo, sí, pero la<br />

concha del caracol no es de madera blanda. Los golpes sólo sirven para hacer música. Hay que buscar<br />

otra cosa.<br />

Éste es un gran día, porque la hormiga descubre ahora la palanca. Coge una ramita sólida, un<br />

granito de arena le sirve de fulcro, y empuja a continuación con todo su cuerpo para darle la vuelta al<br />

pesado animal. Ha de volver a intentarlo muchas veces. Y, finalmente, la concha vacila adelante y<br />

atrás, y luego gira.<br />

La 103.683 trepa por las circunvoluciones, se inclina sobre el pozo que forma la concha, y se deja<br />

caer al encuentro del molusco. Tras un prolongado deslizamiento, su caída queda amortiguada por una<br />

materia oscura y gelatinosa. Sintiendo el asco que le da verse rodeada por toda esa baba, empieza a<br />

desgarrar los blandos tejidos. No puede utilizar el ácido, porque podría fundirse a sí misma.<br />

Nuevos líquidos se mezclan entonces con la baba. Es la sangre transparente del caracol. El animal<br />

enloquecido tiene un espasmo, que proyecta a las dos <strong>hormigas</strong> hiera de su concha.<br />

<strong>Las</strong> dos, indemnes, se acarician prolongadamente las antenas.<br />

El caracol agonizante quisiera huir, pero pierde sus vísceras en el camino. <strong>Las</strong> dos <strong>hormigas</strong> le<br />

alcanzan y acaban con él con facilidad. Horrorizados, los otros cuatro gasterópodos, que han sacado<br />

sus cuernos-ojos para seguir la escena, se retraen hasta lo más profundo de sus conchas y ya no se<br />

moverán en todo el día.<br />

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