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el pleito homenaje y agredir al monarca, y. en consecuencia, reo de muerte 153.
Las disposiciones anteriores conectaban con la política de refuerzo de la autoridad monárquica
emprendida por ALFONSO XI y permitían a la Corona recuperar parte del control perdido sobre las
fortalezas del reino, reafirmando algunos de los contenidos que sobre este asunto se recogían en las
Partidas relativos al señorío que sobre los castillos~, considerados bienes raíces, correspondía al
monarca. En este sentido, el ORDENAMIENTO DE ALCALÁ marcó la culminación legal de estas
directrices desarrolladas por la monarquía en el capítulo del gobierno y administración de las
fortalezas, cuya custodia y defensa asumió la Corona con la intención de asegurarse una prerrogativa
hasta la fecha poco respetada y con la idea de proteger el sistema defensivo del reino, sometido a
continuos vaivenes jurisdiccionales.
Durante la segunda mitad del siglo XIV los principios sobre los que ALFONSO Xl intentó basar
la capacidad de dominación monárquica en materia de castillos fueron violados sistemáticamente por
numerosos alcaides tanto de realengo como de señorío. La respuesta de la monarquía ante este tipo
de actuaciones varió en función de las posibilidades de cada soberano, aunque no puede afirmarse lo
mismo respecto de las consecuencias jurídicas: delito de traición, ajusticiamiento y muerte del
culpable, que no se modificaron sustancialmente. Después de todo, las fortificaciones no sólo
constituían uno de los principales pilares de asentamiento para el poder regio, también podían cumplir
una función residencial de primer orden, por lo que impedir la entrada del rey significaba no
reconocer Su autoridad y quebrantar la confianza depositada sobre el tenente.
El reverso de la moneda mostraba una concepción bien distinta pero igualmente comprensible: la
entrada del rcy en una fortaleza equixalia a un acto de apoderamiento y por tanto era un gesto de gran
contenido simbólico. En el caso de las fortalezas de realengo este hecho no debía entrañar ninguna
complicaci~n y la negativa del alcaide a acoger al rey tenía una única lectura: era un acto de traición
solamente explicable por la actitud del alcaide o por su vinculación a intereses contrarios a la
monarquía. En el caso de las fortalezas señoriales este hecho representaba una contradicción difícil
de resolver en la línea de los usos feudovasalláticos y en el camino de la evolución de la concepción
E luego Con calo Martinez descendio de la torre e sallo al rreí, E des que lo vio el ¿¿ev ante si, dáole que se le
de,-iera ,nenhrar en comno viniera a la su casa e a la su merped de mnuí- pequeña ‘tunera, e comno fiara del toda su fazienda e
toda su comíseja e que lo pusiera en el estado do era señor de cavalleros e de villas e de castillos e de grandes tierras; e que
le fiziero ,nuchos deíco,to~simnientos e tmayciones, hazietzdo le muí gran daño en lo que del fiat-a e dezienda mmtal del e atrosi
queriendo enagenar la tierra de su rreyno en poder de otra rrey, e detnas desto que ,nandara que lancasen contra el su cuerpo
piedras e saetas e otras annas con que la asieran de matar; e que por estas cosas que lo dierapor traydor E mando a Alfonso
Fernattdez Coronel que fuese a cottplir luego en el la sentencia, E Alfonso Fernandez que estava aíli con el ¿rey, llevolo luego
a degollar e quemar por trayclor por conplir la sentencia del ¿re-’- que avia dado contra el , Gran Crónica - - -‘ II. op; cit;
nota 7, Cap CCLXXI, pp. 299-300, Tamnhién en ‘Crónica de Alfonso XI” - crónicas de las R¿.ves de Castilla, 1, op; cii; nola
39. Cap. CCV. p. 305.
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