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ka voluntad real para terminar con las mnlfeffías cometidas desde las fortalezas del rcinfl sc
manifestó tempranamente y de forma contundente. En 1326 el rey se dirigió con decisión hacia el
castillo dc Valdenebro, prtíximo a Valladolid, donde se refugiaba una banda de ladrones y bandidos
a los que exigió la entrega de la fktaleza, orden que no fue escuchada. Esta resistencia llevó a
ALFONSO XI a tomar el enclave por la fuerza. tras lo cual aplicó la pena de muerte a los ocupantes.
tanto por los delitos cometidos desde los comienzos de laî tutorías como por su negativa a cumplir
el mandado regio. La misma medida se aplicó en Castro Ponce, cuyos defensores también fueron
ajusticiados6”
En lo sucesivo, ALFONSO XI perfeccionó considerablemente estos preceptos, sirviendose, en
algunos casw de 11)s que en otrn tiempo habían dictado sus predecesores o incorporando otros nuevos.
Krcupení la norma que obligaba a los oficiales de la administracik territorial a entregar las fortalezas
de sus demarcaciones a alcaides leales, de conducta intachable y sin delitos a sus espaldas0’6.
Asimismo, se comprometii, firmemente a escoger a los tenentes de sus castillos y a las personas que
rntendirsrn en el gobierno del reino entre “.._ mios naturales c del mio sennorio ...*‘61’. Ante las
peticiones insistentes de los procuradores para que el gobierno de los alcázares urbanos se
rncomendase a caballeros y homhres buenos naturales o moradores de las villas y ciudades con el fin
dc rvitar abusos por parte de los entonces titulares del oficio de alcaide, el rey reiteró su capacidad
de libre albedrío en este asunto. No obstante, también se mostr6 dispuesto a ceder parte de sus
prerrogativas en aras de UII mejor entendimiento con las ciudades y accedió a entregar a los vecinos
y moradores de las villas la tenencia de los alcázares reales cuando lo estimase op«rtuno y
C~lnVellicllte~~w.
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