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patrimonio real”“.
Diez años despues IOS procuradores de villas y ciudades solicitaron a ALFONSO XI que
encomendase las fortalezas no fronterizas a alcaides naturales de las localidades que acogian estas
construcciones, encuadrados dentro de la categoría de los caballeros y homhres buenos, por estimar
que reclamarían una remunerack’m mrnor a la hahitual y por considerarlos más capacitados e
involucrados en el desempeño del cargo a nivel local 249. La respuesta del rey a esta petick’m fue
evasiva, al remitirse a las disposiciones que sobre este asunto se habían dictado en ocasiones
anteriores. Sin embargo. cl elementc más destacahle de este precepto se centraba en el criterio de
diferenciación social que parecía regir la voluntad regia a la hora de designar a los alcaides de ciertos
castillos. Según el tenor de la disposici6n se infiere que las fortificaciones fronterizas dehidn entregarse
a individuáis dotados de una posición social y econí,mica elevada, experimentados en el arte de la
guerra y capaces de proporcionar la seguridad necesaria a las plazas que defendían, características
imprescindibles que se conectaban mucho mejor con el pertil de los miembros de la alta nohkza. cuyo
poderío militar alcanzaha cotas hastante considerables y les situaba en condiciones 6ptimas para asumir
la responsabilidad que se derivaha de la custodia de enclaves tan relevantes como Alcalá la Real o
Algeciras.
3.2.2. Pedro 1:
En 12poca de PEDRO 1 el oficio de alcaide siguií, recayendo preferentemente sohre la nobleza
castellana. representada cn tudos sus niveles”‘. Afilrtunadarnente. el volumen de inlormaci~ín
cunservada sobre los titulat-es del cargo es mayor que en IOS reinados precedentes. La intensa acCvidad
política y hklica desarrollada por el rey se tradujo en el creciente protagonismo de las fortificaciones.
no sí,10 como hases de operaciones militares o centros de poder. Algunos castillos se convirtieron en
sede del tesoro regio, otros sirvieron como cárceles capaces de albergar a importantes personalidades