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Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

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tenemos, sana y salva. Ha costado trabajillo..., pero al fin...<br />

Encogióse <strong>de</strong>spreciativamente <strong>de</strong> hombros el marqués, como amenguando el mérito <strong>de</strong>l<br />

facultativo, y murmuró no sé qué entre dientes, prosiguiendo en su paseo <strong>de</strong> arriba abajo y <strong>de</strong><br />

abajo arriba, con las manos metidas en los bolsillos, el pantalón tirante cual lo estaba el espíritu<br />

<strong>de</strong> su dueño.<br />

- Es un angelito, como dicen las viejas - añadió maliciosamente Juncal, que parecía gozarse en la<br />

cólera <strong>de</strong>l hidalgo -; sólo que angelito hembra. A estas cosas hay que resignarse; no se inventó el<br />

modo <strong>de</strong> escribir al cielo encargando y explicando bien el sexo que se <strong>de</strong>sea...<br />

Otro espumarajo <strong>de</strong> rabia y grosería brotó <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> don Pedro. Juncal rompió a reír,<br />

secándose con la toalla.<br />

- La mitad <strong>de</strong> la culpa por lo menos la tendrá usted, señor marqués - exclamó -. ¿Quiere usted<br />

hacerme favor <strong>de</strong> un cigarrito?<br />

Al ofrecer la petaca abierta, don Pedro hizo una pregunta. Máximo recobró la seriedad para<br />

contestarla.<br />

- Yo no he dicho tanto como eso... Me parece que no. Cierto que cuando las batallas son muy<br />

porfiadas y reñidas pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r que el combatiente que<strong>de</strong> inválido; pero la naturaleza, que es<br />

muy sabia, al someter a la mujer a tan rudas pruebas, le ofrece también las más impensadas<br />

reparaciones... Ahora no es ocasión <strong>de</strong> pensar en eso, sino en que la madre se restablezca y la<br />

chiquita se críe. Temo algún percance inmediato... Voy a ver... La señora se ha quedado tan<br />

abatida...<br />

Entró Primitivo, y sin mostrar alteración ni susto dijo «que subiese don Máximo, que al capellán<br />

le había dado algo; que estaba como difunto».<br />

- Vamos allá, hombre, vamos allá. Esto no estaba en el programa - murmuró Juncal.<br />

-¡Qué trazas <strong>de</strong> mujercita tiene ese cura! ¡Qué poquito estuche! Lo que es éste no cogerá el<br />

trabuco, aunque lleguen a levantarse las partidas con que anda soñando el jabalí <strong>de</strong>l abad <strong>de</strong><br />

Boán.<br />

- XVIII -<br />

Largos días estuvo Nucha <strong>de</strong>tenida ante esas lóbregas puertas que llaman <strong>de</strong> la muerte, con un<br />

pie en el umbral, como diciendo: «¿Entraré? ¿No entraré?» Empujábanla hacia <strong>de</strong>ntro las<br />

horribles torturas físicas que habían sacudido sus nervios, la fiebre <strong>de</strong>voradora que trastornó su<br />

cerebro al invadir su pecho la ola <strong>de</strong> la leche inútil, el <strong>de</strong>sconsuelo <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r ofrecer a su niña<br />

aquel licor que la ahogaba, la extenuación <strong>de</strong> su ser <strong>de</strong>l cual la vida huía gota a gota sin que<br />

atajarla fuese posible. Pero la solicitaban hacia fuera la juventud, el ansia <strong>de</strong> existir que estimula<br />

a todo organismo, la ciencia <strong>de</strong>l gran higienista Juncal, y particularmente una manita pequeña,<br />

coloradilla, blanda, un puñito cerrado que asomaba entre los encajes <strong>de</strong> una chambra y los<br />

dobleces <strong>de</strong> un mantón.<br />

El primer día que Julián pudo ver a la enferma, no hacía muchos que se levantaba, para ten<strong>de</strong>rse,<br />

envuelta en mantas y abrigos, sobre vetusto y ancho canapé. No le era lícito incorporarse aún, y<br />

su cabeza reposaba en almohadones doblados al medio. Su rostro enflaquecido y exangüe<br />

amarilleaba como una faz <strong>de</strong> imagen <strong>de</strong> marfil, entre el marco <strong>de</strong>l negro cabello reluciente.<br />

Bizcaba más, por habérsele <strong>de</strong>bilitado mucho aquellos días el nervio óptico. Sonrió con dulzura<br />

al capellán, y le señaló una silla. Julián clavaba en ella esa mirada don<strong>de</strong> rebosaba la compasión,<br />

mirada <strong>de</strong>latora que en vano queremos sujetar y apagar cuando nos aproximamos a un enfermo<br />

grave.<br />

- La encuentro a usted con muy buen semblante, señorita - dijo el capellán mintiendo como un<br />

bellaco.<br />

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