Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio
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- Es muy hermosísima, sí señor; y eso que está chupada <strong>de</strong> criar. Cuando se cebe tendrá con<br />
perdón unas carnes y unos tocinos... como los <strong>de</strong>l Arcipreste <strong>de</strong> Boán. ¿Le conoce, señorito? -<br />
exclamó el criado, que ya estaba rabiando por vaciar el saco <strong>de</strong> las chanzas irreverentes.<br />
- Algo - respondió Gabriel sonriendo.<br />
-¿Y no le parece, dispensando usté, que se la podíamos enviar <strong>de</strong> ama? - añadió Goros señalando<br />
a la puerca. Como Gabriel no celebró mucho el chiste, Goros mudó <strong>de</strong> estilo.<br />
-¿Ve los que tiene? - dijo enseñando los cochinillos -. Pues a todos los ha criado... Es el segundo<br />
año que cría... Aquel ya es hijo suyo - añadió mostrando en un rincón <strong>de</strong> la corraliza un cerdazo<br />
corpulento, pero con un aire hosco y feroz que recordaba al jabalí montés -. Matamos el cerdo<br />
viejo por Todos los Santos... y quedó ese para padre.<br />
Mientras Gabriel consi<strong>de</strong>raba a aquel Edipo <strong>de</strong> la raza porcuna, un gracioso animal vino a<br />
enredársele entre los pies: era una paloma calzuda, moñuda, <strong>de</strong> cuello tornasolado don<strong>de</strong><br />
reverberaban los más lindos colores; giraba arrullando, y su ronquera era honda, triste y<br />
voluptuosa a la vez. Gabriel se inclinó hacia ella, y el ave, sin asustarse mucho, se limitó a<br />
<strong>de</strong>sviarse unos cuantos pasos <strong>de</strong> sus patitas rosadas.<br />
-¿Hay palomar? - preguntó <strong>Pardo</strong>.<br />
- No señor... (El criado estregó el pulgar contra el índice, como indicando que no sobraba dinero<br />
para meterse en aventuras.) Pero el señor abad... como Dios lo dio tan blando <strong>de</strong> corazón... y<br />
como las palomas le gustan... mantiene a las <strong>de</strong> todos los palomares <strong>de</strong> por ahí, y siempre<br />
tenemos la casa llena <strong>de</strong> estas bribonas... Siquiera sacamos un par <strong>de</strong> pichones para asarlos; aquí<br />
no vienen sino a llenar el papo y marcharse... ¡Largo, galopinas! - añadió dirigiéndose a varias<br />
que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tejado <strong>de</strong>scendían a la corraliza volando corto -. ¡Ay señor! - añadió el criado<br />
tristemente -: es mucho gusto servir a un santo... ¡pero también... los trabajos que se pasan para ir<br />
viviendo acaban con uno! Aquí no se cobran <strong>de</strong>rechos... aquí los feligreses se ríen <strong>de</strong>l señor, y no<br />
traen ni huevos, ni gallinas, ni fruta, ni nada... Aquí la fiesta <strong>de</strong>l Patrón, como si no la hubiera...<br />
¡Aquí se guarda el tocino y la carne para los enfermos <strong>de</strong> la parroquia, y nosotros pasamos con<br />
berzas y unto!<br />
Latió el perro <strong>de</strong> alegría; abriose la puerta <strong>de</strong>l patio que comunicaba con la corraliza, y apareció<br />
el cura flaco, sumido <strong>de</strong> carnes, encorvado, canoso, <strong>de</strong> ojos azules muy apagados, vestido con<br />
una sotanuela color <strong>de</strong> ala <strong>de</strong> mosca, pero limpia. Gabriel se <strong>de</strong>scubrió, se a<strong>de</strong>lantó, y antes <strong>de</strong><br />
saludarle inclinose y le estampó un gran beso en la mano.<br />
- XXXIII -<br />
Para hablar a su gusto y sin temor <strong>de</strong> que ningún oído indiscreto sorprendiese la conversación, se<br />
encerraron en el dormitorio <strong>de</strong>l cura, que parecía celda. Como no había más que una silla,<br />
Gabriel se sentó en el poyo <strong>de</strong> la ventana. Y charló, charló, <strong>de</strong>sahogando su corazón y aliviando<br />
su cabeza con el relato circunstanciado <strong>de</strong> toda la tragedia ocurrida en la casa señorial. El cura le<br />
oía sin levantar los ojos <strong>de</strong>l suelo, con las manos puestas en las rodillas, cogiéndose a veces la<br />
barba como para reflexionar, y a veces moviendo los labios lo mismo que si hablase, pero sin<br />
pronunciar palabra ninguna. De tiempo en tiempo carraspeaba para afianzar la voz, costumbre <strong>de</strong><br />
todos los que han ejercitado el confesonario, y hacía una pregunta, contrayendo la boca al <strong>de</strong>cir<br />
las cosas graves. Gabriel respondía clara, explícita, llanamente: jamás recordaba haber tenido tal<br />
satisfacción y tan provechoso <strong>de</strong>sahogo en confiarse y <strong>de</strong>snudarse el alma.<br />
-¿Y dice usted - interrogó el cura - que ese <strong>de</strong>sdichado está ya bien lejos <strong>de</strong> aquí? La separación<br />
es lo primero que importa.<br />
- Sí, padre. Yo le proporcioné dinero; yo le consolé lo mejor que supe; yo le acompañé hasta la<br />
diligencia, y le di carta para una persona <strong>de</strong> Madrid que inmediatamente que llegue le colocará<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>pendiente en una tienda. Le conviene trabajar, para que se le quiten <strong>de</strong> la cabeza las<br />
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