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Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

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Como si la leve sajadura <strong>de</strong>l bisturí <strong>de</strong>l insecto le hubiese inoculado a Gabriel algún amoroso<br />

filtro, dio al punto vuelta hacia el mismo lado que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar, y empezaron a fatigarle mil<br />

tiernos pensamientos relativos a su sobrina.<br />

-¿Me querrá algún día, <strong>de</strong> verdad, con toda su alma? Si la saco <strong>de</strong> este purgatorio, si le hago<br />

conocer la vida <strong>de</strong> las gentes racionales, si le enseño a gustar <strong>de</strong> la música y <strong>de</strong> las artes, si la<br />

restituyo a su verda<strong>de</strong>ra clase social..., al gobierno soberano <strong>de</strong> su casa, que hoy rige una<br />

fregona... y a<strong>de</strong>más le ofrezco muchísimo cariño, mucha amabilidad, para que no se haga cargo<br />

ella <strong>de</strong> la diferencia <strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s... que la hay, que la hay, no vale <strong>de</strong>cir que no... y menuda... Si<br />

juego con ella como con una chiquilla... si le otorgo mi confianza, como a una compañera...<br />

Me... me querrá <strong>de</strong>l modo que... La sentiré palpitar... así... azorada... turbada... embriagada... con<br />

esa mezcla <strong>de</strong> vergüenza y transporte... que... ¡Cosa más dulce!<br />

Aquí los recuerdos acudieron en tropel a la imaginación <strong>de</strong>l artillero, escudándose traidoramente<br />

con la oscuridad y el absoluto silencio que había seguido a la muerte <strong>de</strong>l cínife. Gabriel se volvió<br />

dos o tres veces <strong>de</strong> babor a estribor en la cama, al mismo tiempo que se le incrustaba en la mente<br />

esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>sconsoladora:<br />

- Adiós... Me he <strong>de</strong>spabilado. Ya no pego ojo en toda la noche.<br />

Trató <strong>de</strong> poner coto a la <strong>de</strong>senfrenada fantasía. - A dormir, a dormir - dijo casi en alto, con la<br />

resolución más firme. Eligió postura nueva; apretó los párpados; se sepultó más en la almohada,<br />

y aunque sintiendo <strong>de</strong>ntro el mosconeo confuso <strong>de</strong> sus cavilaciones, procuró fijarse en un solo<br />

pensamiento, porque sabía que así como la contemplación invariable <strong>de</strong> un punto brillante<br />

produce el hipnotismo, la fijeza <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a calma y adormece.<br />

Pronto se le apaciguó la efervescencia mental; pero en cambio, cuanto más se sosegaba la<br />

tempestad <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as, más se le iban afinando y complicando las percepciones <strong>de</strong> tres sentidos<br />

corporales: el oído, el olfato y el tacto. ¡El oído sobre todo! Era cosa asombrosa la <strong>de</strong> ruidos<br />

microscópicos que empezaron a <strong>de</strong>stacarse <strong>de</strong>l aparente silencio: carcomas que roían el<br />

entarimado <strong>de</strong> la cama; sutiles trotadas <strong>de</strong> ratones allá muy alto, sobre las vigas <strong>de</strong>l techo;<br />

chasquidos <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los muebles; orfeones enteros <strong>de</strong> mosquitos; solos <strong>de</strong> bajo <strong>de</strong><br />

moscones; y por último, hondo rumor, como <strong>de</strong> resaca, <strong>de</strong> las propias arterias <strong>de</strong> Gabriel; <strong>de</strong>l<br />

torrente circulatorio en las válvulas <strong>de</strong>l corazón; <strong>de</strong> las sienes, <strong>de</strong> los pulsos. Al olfato llegaba el<br />

olor <strong>de</strong> resina seca <strong>de</strong>l antiguo barniz <strong>de</strong>l lecho; el vaho animal <strong>de</strong>l plumoncillo <strong>de</strong> la almohada;<br />

el vago aroma <strong>de</strong> lejía y el sano tufo <strong>de</strong> plancha <strong>de</strong> las sábanas; el rastro que en la atmósfera<br />

había quedado al extinguirse la última centella <strong>de</strong>l pábilo <strong>de</strong> la vela; y un perfume general <strong>de</strong><br />

campo, <strong>de</strong> mentas, <strong>de</strong> mies segada, <strong>de</strong> brona caliente, un olor a montañesa joven, que lejos <strong>de</strong> ser<br />

sedante para Gabriel, le atirantaba más los nervios. El tacto... ¿Quién no conoce esa <strong>de</strong>sazón <strong>de</strong><br />

la epi<strong>de</strong>rmis, primero imperceptible cosquilleo superficial, luego sensación insoportable <strong>de</strong> que<br />

nos corren por encima mil insectos, y advertimos el roce <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>ntadas patitas y <strong>de</strong> su cuerpo<br />

menudísimo, al cual el nuestro sirve <strong>de</strong> hipódromo...? Para producir esta molestia feroz sobra en<br />

verano la inflamación <strong>de</strong> la sangre que el calor ocasiona; si a ella se aña<strong>de</strong>n las travesuras <strong>de</strong><br />

algún parásito real y efectivo, <strong>de</strong> las cuales no preserva a veces ni la mayor pulcritud y aseo, es<br />

cosa <strong>de</strong> volverse loco.<br />

Parece que en la oscuridad y quietud <strong>de</strong> la cama se centuplican las incomodida<strong>de</strong>s, y todo se<br />

abulta y transforma. A Gabriel le sucedía así. El roer <strong>de</strong> la polilla ya le parecía el <strong>de</strong> una rata<br />

gigantesca; y las corridas <strong>de</strong> las ratas, cargas <strong>de</strong> caballería a galope tendido. <strong>Los</strong> concertantes <strong>de</strong><br />

mosquitos eran coros humanos, <strong>de</strong> esos en que toma parte una gran masa coral; los chasquidos<br />

<strong>de</strong>l ma<strong>de</strong>ramen, crujir formidable <strong>de</strong> techo que se <strong>de</strong>sploma; su propia respiración, el<br />

movimiento <strong>de</strong> enorme fuelle <strong>de</strong> fragua; y el curso <strong>de</strong> su sangre, impetuosa carrera <strong>de</strong> torrente<br />

aprisionado entre dos montañas, o ímpetu atronador <strong>de</strong> huracán encajonado en algún ventisquero<br />

<strong>de</strong> los Alpes... <strong>Los</strong> olores también por su persistencia en seguir flotando en la atmósfera,<br />

llegaban a pasar <strong>de</strong> la nariz a las últimas celdillas cerebrales, ocasionando mareo in<strong>de</strong>cible y<br />

ganas <strong>de</strong> estornudar, y verda<strong>de</strong>ra inquietud nerviosa. Las carreras <strong>de</strong> la piel y la fermentación <strong>de</strong><br />

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