10.05.2013 Views

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Y al pronunciar estas palabras, volvíase <strong>de</strong> espaldas para no ver más a Sabel, que se retiraba<br />

lentamente.<br />

Des<strong>de</strong> aquel punto y hora, Julián se <strong>de</strong>svió <strong>de</strong> la muchacha como <strong>de</strong> un animal dañino e<br />

impúdico; no obstante, aún le parecía poco caritativo atribuir a malos fines su <strong>de</strong>saliño<br />

in<strong>de</strong>coroso, prefiriendo achacarlo a ignorancia y ru<strong>de</strong>za. Pero ella se había propuesto <strong>de</strong>mostrar<br />

lo contrario. Poco tiempo iba transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la severa reprimenda, cuando una tar<strong>de</strong>,<br />

mientras Julián leía tranquilamente la Guía <strong>de</strong> Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin<br />

levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída <strong>de</strong><br />

persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, <strong>de</strong>spidiendo lastimeros ayes<br />

y hondos suspiros. Se quejaba <strong>de</strong> una aflicción, una cosa repentina, y Julián, turbado pero<br />

compa<strong>de</strong>cido, acudió a empapar una toalla para hume<strong>de</strong>cerle las sienes, y a fin <strong>de</strong> ejecutarlo se<br />

acercó a la acongojada enferma. Apenas se inclinó hacia ella, pudo -a pesar <strong>de</strong> su poca<br />

experiencia y ninguna malicia- convencerse <strong>de</strong> que el supuesto ataque no era sino bellaquería<br />

grandísima y sinvergüenza calificada. Una ola <strong>de</strong> sangre encendió a Julián hasta el cogote: sintió<br />

la cólera repentina, ciega, que rarísima vez fustigaba su linfa, y señalando a la puerta, exclamó:<br />

- Se me va usted <strong>de</strong> aquí ahora mismo o la echo a empellones..., ¿entien<strong>de</strong> usted? No me vuelve<br />

usted a cruzar esa puerta... Todo, todo lo que necesite, me lo traerá Cristobo... ¡Largo<br />

inmediatamente!<br />

Retiróse la moza cabizbaja y mohína, como quien acaba <strong>de</strong> sufrir pesado chasco. Julián, por su<br />

parte, quedó tembloroso, agitado, <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> sí mismo, cual suelen los pacíficos cuando<br />

ce<strong>de</strong>n a un arrebato <strong>de</strong> ira: hasta sentía dolor físico, en el epigastrio. A no dudarlo, se había<br />

excedido; <strong>de</strong>bió dirigir a aquella mujer una exhortación fervorosa, en vez <strong>de</strong> palabras <strong>de</strong><br />

menosprecio. Su obligación <strong>de</strong> sacerdote era enseñar, corregir, perdonar, no pisotear a la gente<br />

como a los bichos <strong>de</strong>l archivo. Al cabo Sabel tenía un alma, redimida por la sangre <strong>de</strong> Cristo<br />

igual que otra cualquiera. Pero ¿quién reflexiona, quién se mo<strong>de</strong>ra ante tal <strong>de</strong>scaro? Hay un<br />

movimiento que llaman los escolásticos primo primis fatal e inevitable. Así se consolaba el<br />

capellán. De todos modos, era triste cosa tener que vivir con aquella mala hembra, no más púdica<br />

que las vacas. ¿Cómo podía haber mujeres así? Julián recordaba a su madre, tan modosa,<br />

siempre con los ojos bajos y la voz almibarada y suave, con su casabé abrochado hasta la nuez,<br />

sobre el cual, para mayor recato, caía liso, sin arrugas, un pañuelito <strong>de</strong> seda negra. ¡Qué mujeres!<br />

¡Qué mujeres se encuentran por el mundo!<br />

Des<strong>de</strong> el funesto lance tuvo Julián que barrerse el cuarto y subirse el agua, porque ni Cristobo ni<br />

las criadas hicieron caso <strong>de</strong> sus ór<strong>de</strong>nes, y a Sabel no quería verle ni la sombra en la puerta. Lo<br />

que más extrañeza y susto le causó fue observar que Primitivo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l suceso, no se<br />

recataba ya para mirarle con fijeza terrible, midiéndole con una ojeada que equivalía a una<br />

<strong>de</strong>claración <strong>de</strong> guerra. Julián no podía dudar que estorbaba en los Pazos: ¿por qué? A veces<br />

meditaba en ello interrumpiendo la lectura <strong>de</strong> Fray Luis <strong>de</strong> Granada y <strong>de</strong> los seis libros <strong>de</strong> San<br />

Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio; pero al poco rato, <strong>de</strong>scorazonado por tanta mezquina<br />

contrariedad, <strong>de</strong>sesperando <strong>de</strong> ser útil jamás a la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, se enfrascaba nuevamente en sus<br />

páginas místicas.<br />

- VI -<br />

De los párrocos <strong>de</strong> las inmediaciones, con ninguno había hecho Julián tan buenas migas como<br />

con don Eugenio, el <strong>de</strong> Naya. El abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, al cual veía con más frecuencia, no le era<br />

simpático, por su <strong>de</strong>smedida afición al jarro y a la escopeta; y al abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, en cambio, le<br />

exasperaba Julián, a quien solía apodar mariquita; porque para el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, la última <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong>gradaciones en que podía caer un hombre era beber agua, lavarse con jabón <strong>de</strong> olor y cortarse<br />

19

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!