Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio
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atención. Ya le enseñaba un punto <strong>de</strong> vista, ya le nombraba un sitio, ya le bosquejaba en pocas<br />
palabras y muchos guiños <strong>de</strong> inteligencia la historia <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> alguna quinta. Fuese por<br />
cortesía o porque le agradase, el enguantado atendía gustoso. Cerraba el libro metiendo el <strong>de</strong>do<br />
índice por entre dos páginas para no per<strong>de</strong>r la señal, y escuchaba, inclinando la cabeza, las<br />
indicaciones topográficas y chismográficas <strong>de</strong>l cacique.<br />
Habrían andado cosa <strong>de</strong> tres horas, y ya el sol, el polvo y los tábanos comenzaban a crucificar a<br />
los viajeros, cuando Trampeta tiró repentinamente <strong>de</strong> la manga al enguantado.<br />
- A bajarse tocan - le advirtió muy solícito como quien presta un servicio notable.<br />
-¿Decía usted? - exclamó el viajero sorprendido.<br />
-¿No va a la finca <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> las Cruces? Pues aquel es el soto. ¡Mayoral! ¡Para, mayoraal!<br />
- No señor. Si no voy allí.<br />
-¡Ah! Pensé. Ha <strong>de</strong> dispensar.<br />
La misma escena se repitió poco más a<strong>de</strong>lante, en el empalme <strong>de</strong>l camino que conduce a la<br />
soberbia quinta <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> San Rafael. Trampeta bien quisiera preguntar al enguantado -«¿A<br />
dón<strong>de</strong> judas va entonces?»- pero con toda su petulante grosería <strong>de</strong> cacique mimado por<br />
personajes muy conspicuos, dueño y señor feudal <strong>de</strong> un mediano trozo <strong>de</strong> territorio gallego, y<br />
por contera y remate, mal criado y zafio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus años juveniles, supo, a fuer <strong>de</strong> listo, notar en<br />
el semblante, modales y trazas <strong>de</strong>l viajero misterioso cierto no sé qué sumamente difícil <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>scribir, combinación <strong>de</strong> firmeza, <strong>de</strong> resolución y <strong>de</strong> superioridad, que sin violencia rechazaba<br />
la excesiva curiosidad <strong>de</strong>jándola burlada.<br />
- VI -<br />
Uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>leites más sibaríticos para el feroz egoísmo humano, es ver - <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una pra<strong>de</strong>ría<br />
fresca, toda empapada en agua, toda salpicada <strong>de</strong> amarillos ranunclos y <strong>de</strong>licadas gramíneas, a la<br />
sombra <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> álamos y un seto <strong>de</strong> mimbrales, regalado el oído con el suave murmurio<br />
<strong>de</strong>l cañaveral, el argentino cántico <strong>de</strong>l riachuelo y las piadas ternezas que se cruzan entre<br />
jilgueros, pardales y mirlos - cómo vence la cuesta <strong>de</strong> la carretera próxima, a paso <strong>de</strong> tortuga, el<br />
armatoste <strong>de</strong> la diligencia. Hace el pensamiento un paralelo (fuente <strong>de</strong> epicúreos goces,<br />
sazonados por el espectáculo <strong>de</strong>l martirio ajeno), entre aquella fastidiosa angostura y esta dulce<br />
libertad, aquellos malos olores y estas auras embalsamadas, aquel ambiente irrespirable y esta<br />
atmósfera clara y vibrante <strong>de</strong> átomos <strong>de</strong> sol, aquel impertinente contacto forzoso y esta soledad<br />
amable y reparadora, aquel <strong>de</strong>sapacible estrépito <strong>de</strong> ruedas y cristales y estos gorjeos <strong>de</strong> aves y<br />
manso ruido <strong>de</strong> viento, y por último, aquel riesgo próximo y esta seguridad <strong>de</strong>liciosa en el seno<br />
<strong>de</strong> una naturaleza amiga, risueña y penetrada <strong>de</strong> bondad.<br />
No todos razonan y analizan esta impresión con luci<strong>de</strong>z; pero apenas hay quien no la sienta y<br />
saboree. Bien la <strong>de</strong>finía y pala<strong>de</strong>aba el médico <strong>de</strong> Cebre, Máximo Juncal, entretenido en echar<br />
un cigarro, tumbado boca arriba en un pradillo <strong>de</strong> los más amenos que pue<strong>de</strong> soñar la<br />
imaginación. El médico vestía tuina <strong>de</strong> dril y calzaba zapatos <strong>de</strong> becerro; ni cuello ni corbata<br />
tenía; su camisa <strong>de</strong> dormir, <strong>de</strong>sabotonada, no tapaba unas clavículas duras y salientes como<br />
pechuga <strong>de</strong> gallo viejo ya <strong>de</strong>splumado; en sus manos afianzaba el último número <strong>de</strong> El Motín,<br />
don<strong>de</strong> acababa <strong>de</strong> leer las picardigüelas <strong>de</strong> un curiana allá en Navalcarnero, enviadas al periódico<br />
por un corresponsal rígidamente virtuoso, que escribía «lleno <strong>de</strong> indignación».<br />
Des<strong>de</strong> que por la carretera, bastante más elevada que el prado, vio Juncal asomar la nube <strong>de</strong><br />
polvo que anuncia la proximidad <strong>de</strong> un coche <strong>de</strong> línea, interrumpió la para él sabrosísima lectura<br />
<strong>de</strong> los sueltos clerófobos, y alzando la cabeza, entre chupada y chupada, púsose a consi<strong>de</strong>rar<br />
atentamente las trazas <strong>de</strong>l gran mamotreto. Oyó el repiqueteo <strong>de</strong> los cascabeles y campanillas,<br />
tan regocijado cuando el tiro trota, como melancólico cuando va a paso <strong>de</strong> caracol. Vio luego<br />
aparecer el macho <strong>de</strong>lantero, y a sus lomos el flaco zagal, vestido <strong>de</strong> lienzo azul, con gorra <strong>de</strong><br />
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