Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio
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sobre sus hombros y por muchas canas que le enfríen las sienes. Ni olvidará tampoco su partida<br />
precipitada, sin dar tiempo a recoger el equipaje; cómo ensilló con sus propias inexpertas manos<br />
la yegua; cómo, <strong>de</strong>splegando una maestría <strong>de</strong>bida a la urgencia, había montado, espoleado,<br />
salido a galope, ejecutando todos estos actos mecánicamente, cual entre sueños, sin aguardar a<br />
que se disipase el corto hervor <strong>de</strong> la sangre, sin querer ver a la niña ni darle un beso, porque<br />
comprendía, estaba seguro <strong>de</strong> que, si lo hiciera, sería capaz <strong>de</strong> postrarse a los pies <strong>de</strong>l señorito,<br />
rogándole humil<strong>de</strong>mente que le permitiese quedarse allí en los Pazos, aunque fuese <strong>de</strong> pastor <strong>de</strong><br />
ganado o jornalero...<br />
No olvidará tampoco la salida <strong>de</strong> la casa solariega, la ascensión por el camino que el día <strong>de</strong> su<br />
llegada le pareció tan triste y lúgubre... El cielo está nublado; ciernen la claridad <strong>de</strong>l sol pardos<br />
crespones cada vez más <strong>de</strong>nsos; los pinos, juntando sus copas, susurran <strong>de</strong> un modo penetrante,<br />
prolongado y cariñoso; las ráfagas <strong>de</strong>l aire traen el olor sano <strong>de</strong> la resina y el aroma <strong>de</strong> miel <strong>de</strong><br />
los retamares. El crucero, a poca distancia, levanta sus brazos <strong>de</strong> piedra manchados por el oro<br />
viejo <strong>de</strong>l liquen... La yegua, <strong>de</strong> improviso, respinga, tiembla, se encabrita... Julián se agarra<br />
instintivamente a las crines, soltando la rienda... En el suelo hay un bulto, un hombre, un<br />
cadáver; la hierba, en <strong>de</strong>rredor suyo, se baña en sangre que empieza ya a cuajarse y<br />
ennegrecerse. Julián permanece allí, clavado, sin fuerzas, anonadado por una mezcla <strong>de</strong> asombro<br />
y gratitud a la Provi<strong>de</strong>ncia, que no pue<strong>de</strong> razonar, pero le subyuga... El cadáver tiene la faz<br />
contra tierra; no importa: Julián ha reconocido a Primitivo; es él mismo. El capellán no vacila, no<br />
discurre quién le habrá matado. ¡Cualquiera que sea el instrumento, lo dirige la mano <strong>de</strong> Dios!<br />
Desvía la yegua, se persigna, se aparta, se aleja <strong>de</strong>finitivamente, volviendo <strong>de</strong> cuando en cuando<br />
la cabeza para ver el negro bulto, sobre el fondo ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> la hierba y la blancura gris <strong>de</strong>l<br />
paredón...<br />
¡Ah! No, no olvida nada Julián. No olvida en Santiago, don<strong>de</strong> su llegada se glosa, don<strong>de</strong> su<br />
historia en los Pazos adquiere proporciones leyendarias, don<strong>de</strong> el éxito <strong>de</strong> las elecciones, la<br />
partida <strong>de</strong>l capellán, el asesinato <strong>de</strong>l mayordomo, se comentan, se adornan, entretienen al pueblo<br />
casi todo un mes, y don<strong>de</strong> las gentes le paran en la calle preguntándole qué ocurre por allá, qué<br />
suce<strong>de</strong> con Nucha <strong>Pardo</strong>, si es cierto que su marido la maltrata y que está muy enferma, y que las<br />
elecciones <strong>de</strong> Cebre han sido un escándalo gordo. No olvida cuando el arzobispo le llama a su<br />
cámara, a fin <strong>de</strong> inquirir qué hay <strong>de</strong> verdad en todo lo ocurrido, y él, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrodillarse, lo<br />
cuenta sin poner ni quitar una sílaba, encontrando en la sincera confesión inexplicable alivio, y<br />
besando, con el corazón <strong>de</strong>sahogado ya, la amatista que brilla sobre el anular <strong>de</strong>l prelado. No<br />
olvida cuando éste dispone enviarle a una parroquia apartadísima, especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro, don<strong>de</strong><br />
vivirá completamente alejado <strong>de</strong>l mundo.<br />
Es una parroquia <strong>de</strong> montaña, más montaña que los Pazos, al pie <strong>de</strong> una sierra fragosa, en el<br />
corazón <strong>de</strong> Galicia. No hay en toda ella, ni en cuatro leguas a la redonda, una sola casa señorial;<br />
en otro tiempo, en épocas feudales, se alzó, fundado en peñasco vivo, un castillo roquero, hoy<br />
ruina comida por la hiedra y habitada por murciélagos y lagartos. <strong>Los</strong> feligreses <strong>de</strong> Julián son<br />
pobres pastores: en vísperas <strong>de</strong> fiesta y tiempo <strong>de</strong> oblata le obsequian con leche <strong>de</strong> cabra, queso<br />
<strong>de</strong> oveja, manteca en orzas <strong>de</strong> barro. Hablan dialecto cerradísimo, arduo <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r; visten<br />
<strong>de</strong> somonte y usan greñas largas, cortadas sobre la frente a la manera <strong>de</strong> los antiguos siervos. En<br />
invierno cae la nieve y aúllan los lobos en las inmediaciones <strong>de</strong> la rectoral; cuando Julián tiene<br />
que salir a las altas horas <strong>de</strong> la noche para llevar los sacramentos a algún moribundo, se ve<br />
obligado a cubrirse con coroza <strong>de</strong> paja y a calzar zuecos <strong>de</strong> palo; el sacristán va <strong>de</strong>lante,<br />
alumbrando con un farol, y entre la oscuridad nocturna, las encinas parecen fantasmas...<br />
Pasadas dos estaciones recibe una esquela, una papeleta orlada <strong>de</strong> negro; la lee sin enten<strong>de</strong>rla al<br />
pronto; <strong>de</strong>spués se entera bien <strong>de</strong>l contenido, y sin embargo no llora, no da señal alguna <strong>de</strong><br />
pena... Al contrario, aquel día y los siguientes experimenta como un sentirmento <strong>de</strong> consuelo, <strong>de</strong><br />
bienestar y <strong>de</strong> alegría, porque la señorita Nucha, en el cielo, estará <strong>de</strong>squitándose <strong>de</strong> lo sufrido en<br />
esta tierra miserable, don<strong>de</strong> sólo martirios aguardan a un alma como la suya... La doctrina<br />
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