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Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

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- XXVII -<br />

La persona en quien se notó mayor sentimiento por la pérdida <strong>de</strong> las elecciones fue Nucha.<br />

Des<strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota, se <strong>de</strong>smejoró más <strong>de</strong> lo que estaba, y creció su abatimiento físico y moral.<br />

Apenas salía <strong>de</strong> su habitación don<strong>de</strong> vivía esclava <strong>de</strong> su niña, cosida a ella día y noche. En la<br />

mesa, mientras comía poco y sin gana, guardaba silencio, y a veces Julián, que no apartaba los<br />

ojos <strong>de</strong> la señorita, la veía mover los labios, cosa frecuente en las personas poseídas <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a<br />

fija, que hablan para sí, sin emitir la voz. Don Pedro, como nunca huraño, no se tomaba el<br />

trabajo <strong>de</strong> intentar un asomo <strong>de</strong> conversación. Mascaba firme, bebía seco, y tenía los ojos fijos<br />

en el plato, cuando no en las vigas <strong>de</strong>l techo; jamás en sus comensales.<br />

Tan <strong>de</strong>shecha y acabada le parecía al capellán la señorita, que un día se atrevió, venciendo<br />

recelos inexplicables, a llamar aparte a don Pedro, preguntándole en voz entrecortada si no sería<br />

bueno avisar al señor <strong>de</strong> Juncal, para que viese...<br />

-¿Está usted loco? - respondió don Pedro, fulminándole una mirada <strong>de</strong>spreciativa -. ¿Llamar a<br />

Juncal..., <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que trabajó contra mí en las elecciones? Máximo Juncal no atravesará<br />

más las puertas <strong>de</strong> esta casa.<br />

No replicó el capellán, pero pocos días <strong>de</strong>spués, volviendo <strong>de</strong> Naya, se tropezó con el médico.<br />

Éste <strong>de</strong>tuvo su caballejo, y, sin apearse, contestó a las preguntas <strong>de</strong> Julián.<br />

-«Pue<strong>de</strong> ser grave..». Quedó muy débil <strong>de</strong>l parto, y necesitaba cuidados exquisitos... Las mujeres<br />

nerviosas sanan <strong>de</strong>l cuerpo cuando se les tranquiliza y se les distrae el espíritu... Mire, Julián,<br />

tendríamos que hablar para seis horas si yo le dijese todo lo que pienso <strong>de</strong> esa infeliz señorita, y<br />

<strong>de</strong> esos Pazos... Punto en boca... Bonito diputado querían uste<strong>de</strong>s enviar a las Cortes... Más<br />

valdría que sus padres lo hubiesen mandado a la escuela...<br />

Pue<strong>de</strong> ser grave... Esto principalmente se estampó en el pensamiento <strong>de</strong> Julián. Sí que podía ser<br />

grave: ¿Y <strong>de</strong> qué medios disponía él para conjurar la enfermedad y la muerte? De ninguno.<br />

Envidió a los médicos. Él sólo tenía faculta<strong>de</strong>s para curar el espíritu: ni aun ésas le servían, pues<br />

Nucha no se confesaba con él; y hasta la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se confesase, <strong>de</strong> ver <strong>de</strong>snuda un alma tan<br />

hermosa, le turbaba y confundía.<br />

Muchas veces había pensado en semejante probabilidad: cualquier día era fácil que Nucha, por<br />

necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogo y <strong>de</strong> consuelo, viniese a echársele a los pies en el tribunal <strong>de</strong> la penitencia<br />

y a <strong>de</strong>mandarle consejos, fuerza, resignación. «¿Y quién soy yo - se <strong>de</strong>cía Julián - para guiar a<br />

una persona como la señorita Marcelina? Ni tengo edad, ni experiencia, ni sabiduría suficiente; y<br />

lo peor es que también me falta virtud, porque yo <strong>de</strong>bía aceptar gustoso todos los pa<strong>de</strong>cimientos<br />

<strong>de</strong> la señorita, creer que Dios se los envía para probarla, para acrecentar sus méritos, para darle<br />

mayor cantidad <strong>de</strong> gloria en el otro mundo... y soy tan malo, tan carnal, tan ciego, tan inepto, que<br />

me paso la vida dudando <strong>de</strong> la bondad divina porque veo a esta pobre señora entre adversida<strong>de</strong>s<br />

y tribulaciones pasajeras... Pues no ha <strong>de</strong> ser así - resolvía el capellán con esfuerzo -. He <strong>de</strong> abrir<br />

los ojos, que para eso tengo la luz <strong>de</strong> la fe, negada a los incrédulos, a los impíos, a los que están<br />

en pecado mortal. Si la señorita me viene a pedir que le ayu<strong>de</strong> a llevar la cruz, enseñémosle a que<br />

la abrace amorosamente. Es necesario que comprenda ella, y yo también, lo que significa esa<br />

cruz. Con ella se va a la felicidad única y verda<strong>de</strong>ra. Por muy dichosa que fuese la señorita aquí<br />

en el mundo, vamos a ver, ¿cuánto tiempo y <strong>de</strong> qué manera podría serlo? Aunque su marido la...<br />

estimase como merece, y la pusiese sobre las niñas <strong>de</strong> sus ojos, ¿se libraría por eso <strong>de</strong><br />

contrarieda<strong>de</strong>s, enfermeda<strong>de</strong>s, vejez y muerte? Y cuando llega la hora <strong>de</strong> la muerte, ¿qué importa<br />

ni <strong>de</strong> qué sirve haber pasado un poco más alegre y tranquila esta vidilla perece<strong>de</strong>ra y<br />

<strong>de</strong>spreciable?»<br />

Tenía Julián a la mano siempre un ejemplar <strong>de</strong> la Imitación <strong>de</strong> Cristo; era la mo<strong>de</strong>sta edición <strong>de</strong><br />

la Librería religiosa, y castiza y admirable traducción <strong>de</strong>l P. Nieremberg. Al frente <strong>de</strong> la portada<br />

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