10.05.2013 Views

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa - Inicio

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Los</strong> Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong><br />

<strong>Emilia</strong> <strong>Pardo</strong> <strong>Bazán</strong><br />

Digitalizado por<br />

http://www.librodot.com<br />

1


PRIMERA PARTE<br />

Tomo I<br />

- I -<br />

Por más que el jinete trataba <strong>de</strong> sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda <strong>de</strong><br />

cor<strong>de</strong>l y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar<br />

la cuesta a un trote cochinero que <strong>de</strong>scua<strong>de</strong>rnaba los intestinos, cuando no a trancos<br />

<strong>de</strong>sigualísimos <strong>de</strong> loco galope. Y era pendiente <strong>de</strong> veras aquel repecho <strong>de</strong>l camino real <strong>de</strong><br />

Santiago a Orense en términos que los viandantes, al pasarlo, sacudían la cabeza murmurando<br />

que tenía bastante más <strong>de</strong>clive <strong>de</strong>l no sé cuántos por ciento marcado por la ley, y que sin duda al<br />

llevar la carretera en semejante dirección, ya sabrían los ingenieros lo que se pescaban, y alguna<br />

quinta <strong>de</strong> personaje político, alguna influencia electoral <strong>de</strong> grueso calibre <strong>de</strong>bía andar cerca.<br />

Iba el jinete colorado, no como un pimiento, sino como una fresa, encendimiento propio <strong>de</strong><br />

personas linfáticas. Por ser joven y <strong>de</strong> miembros <strong>de</strong>licados, y por no tener pelo <strong>de</strong> barba,<br />

pareciera un niño, a no <strong>de</strong>smentir la presunción sus trazas sacerdotales. Aunque cubierto <strong>de</strong><br />

amarillo polvo que levantaba el trote <strong>de</strong>l jaco, bien se advertía que el traje <strong>de</strong>l mozo era <strong>de</strong> paño<br />

negro liso, cortado con la flojedad y poca gracia que distingue a las prendas <strong>de</strong> ropa <strong>de</strong> seglar<br />

vestidas por clérigos. <strong>Los</strong> guantes, <strong>de</strong>spellejados ya por la tosca brida, eran asimismo negros y<br />

nuevecitos, igual que el hongo, que llevaba calado hasta las cejas, por temor a que los zaran<strong>de</strong>os<br />

<strong>de</strong> la trotada se lo hiciesen saltar al suelo, que sería el mayor compromiso <strong>de</strong>l mundo. Bajo el<br />

cuello <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sairado levitín asomaba un <strong>de</strong>do <strong>de</strong> alzacuello, bordado <strong>de</strong> cuentas <strong>de</strong> abalorio.<br />

Demostraba el jinete escasa maestría hípica: inclinado sobre el arzón, con las piernas encogidas y<br />

a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>spedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuartago como si<br />

fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos.<br />

Al acabarse el repecho, volvió el jaco a la sosegada andadura habitual, y pudo el jinete<br />

en<strong>de</strong>rezarse sobre el aparejo redondo, cuya anchura inconmensurable le había <strong>de</strong>scoyuntado los<br />

huesos todos <strong>de</strong> la región sacro-ilíaca. Respiró, quitóse el sombrero y recibió en la frente<br />

sudorosa el aire frío <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Caían ya oblicuamente los rayos <strong>de</strong>l sol en los zarzales y setos, y<br />

un peón caminero, en mangas <strong>de</strong> camisa, pues tenía su chaqueta colocada sobre un mojón <strong>de</strong><br />

granito, daba lánguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cuneta. Tiró el<br />

jinete <strong>de</strong>l ramal para <strong>de</strong>tener a su cabalgadura, y ésta, que se había <strong>de</strong>jado en la cuesta abajo las<br />

ganas <strong>de</strong> trotar, paró inmediatamente. El peón alzó la cabeza, y la placa dorada <strong>de</strong> su sombrero<br />

relució un instante.<br />

-¿Tendrá usted la bondad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme si falta mucho para la casa <strong>de</strong>l señor marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>?<br />

-¿Para los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>? - contestó el peón repitiendo la pregunta.<br />

- Eso es.<br />

2


- <strong>Los</strong> Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> están allí - murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el<br />

horizonte.- Si la bestia anda bien, el camino que queda pronto se pasa... Ahora tiene que seguir<br />

hasta aquel pinar ¿ve? y luego le cumple torcer a mano izquierda, y luego le cumple bajar a<br />

mano <strong>de</strong>recha por un atajito, hasta el crucero... En el crucero ya no tiene pérdida, porque se ven<br />

los Pazos, una construcción muy grandísima...<br />

- Pero... ¿como cuánto faltará? - preguntó con inquietud el clérigo.<br />

Meneó el peón la tostada cabeza.<br />

- Un bocadito, un bocadito...<br />

Y sin más explicaciones, emprendió otra vez su <strong>de</strong>smayada faena, manejando el azadón lo<br />

mismo que si pesase cuatro arrobas.<br />

Se resignó el viajero a continuar ignorando las leguas <strong>de</strong> que se compone un bocadito, y taloneó<br />

al rocín. El pinar no estaba muy distante, y por el centro <strong>de</strong> su sombría masa serpeaba una trocha<br />

angostísima, en la cual se colaron montura y jinete. El sen<strong>de</strong>ro, sepultado en las oscuras<br />

profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pinar, era casi impracticable; pero el jaco, que no <strong>de</strong>smentía las aptitu<strong>de</strong>s<br />

especiales <strong>de</strong> la raza caballar gallega para andar por mal piso, avanzaba con suma precaución,<br />

cabizbajo, tanteando con el casco, para sortear cautelosamente las zanjas producidas por la llanta<br />

<strong>de</strong> los carros, los pedruscos, los troncos <strong>de</strong> pino cortados y atravesados don<strong>de</strong> hacían menos<br />

falta. A<strong>de</strong>lantaban poco a poco, y ya salían <strong>de</strong> las estrecheces a senda más <strong>de</strong>sahogada, abierta<br />

entre pinos nuevos y montes poblados <strong>de</strong> aliaga, sin haber tropezado con una sola heredad<br />

labradía, un plantío <strong>de</strong> coles que revelase la vida humana. De pronto los cascos <strong>de</strong>l caballo<br />

cesaron <strong>de</strong> resonar y se hundieron en blanda alfombra: era una camada <strong>de</strong> estiércol vegetal,<br />

tendida, según costumbre <strong>de</strong>l país, ante la casucha <strong>de</strong> un labrador. A la puerta una mujer daba <strong>de</strong><br />

mamar a una criatura. El jinete se <strong>de</strong>tuvo.<br />

- Señora, ¿sabe si voy bien para la casa <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>?<br />

- Va bien, va...<br />

-¿Y... falta mucho?<br />

Enarcamiento <strong>de</strong> cejas, mirada entre apática y curiosa, respuesta ambigua en dialecto:<br />

- La carrerita <strong>de</strong> un can...<br />

¡Estamos frescos!, pensó el viajero, que si no acertaba a calcular lo que anda un can en una<br />

carrera, barruntaba que <strong>de</strong>be ser bastante para un caballo. En fin, en llegando al crucero vería los<br />

Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>... Todo se le volvía buscar el atajo, a la <strong>de</strong>recha... Ni señales. La vereda,<br />

ensanchándose, se internaba por tierra montañosa, salpicada <strong>de</strong> manchones <strong>de</strong> robledal y algún<br />

que otro castaño todavía cargado <strong>de</strong> fruta: a <strong>de</strong>recha e izquierda, matorrales <strong>de</strong> brezo crecían<br />

<strong>de</strong>sparramados y oscuros. Experimentaba el jinete in<strong>de</strong>finible malestar, disculpable en quien,<br />

nacido y criado en un pueblo tranquilo y soñoliento, se halla por vez primera frente a frente con<br />

la ruda y majestuosa soledad <strong>de</strong> la naturaleza, y recuerda historias <strong>de</strong> viajeros robados, <strong>de</strong> gentes<br />

asesinadas en sitios <strong>de</strong>siertos.<br />

-¡Qué país <strong>de</strong> lobos! - dijo para sí, tétricamente impresionado.<br />

Alegrósele el alma con la vista <strong>de</strong>l atajo, que a su <strong>de</strong>recha se columbraba, estrecho y pendiente,<br />

entre un doble vallado <strong>de</strong> piedra, límite <strong>de</strong> dos montes. Bajaba fiándose en la maña <strong>de</strong>l jaco para<br />

evitar tropezones, cuando divisó casi al alcance <strong>de</strong> su mano algo que le hizo estremecerse: una<br />

cruz <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pintada <strong>de</strong> negro con filetes blancos, medio caída ya sobre el murallón que la<br />

sustentaba. El clérigo sabía que estas cruces señalan el lugar don<strong>de</strong> un hombre pereció <strong>de</strong> muerte<br />

violenta; y, persignándose, rezó un padrenuestro, mientras el caballo, sin duda por olfatear el<br />

rastro <strong>de</strong> algún zorro, temblaba levemente empinando las orejas, y adoptaba un trotecillo<br />

medroso que en breve le condujo a una encrucijada. Entre el marco que le formaban las ramas <strong>de</strong><br />

un castaño colosal, erguíase el crucero.<br />

Tosco, <strong>de</strong> piedra común, tan mal labrado que a primera vista parecía monumento románico, por<br />

más que en realidad sólo contaba un siglo <strong>de</strong> fecha, siendo obra <strong>de</strong> algún cantero con pujos <strong>de</strong><br />

escultor, el crucero, en tal sitio y a tal hora, y bajo el dosel natural <strong>de</strong>l magnífico árbol, era<br />

3


poético y hermoso. El jinete, tranquilizado y lleno <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción, pronunció <strong>de</strong>scubriéndose:<br />

«Adorámoste, Cristo, y ben<strong>de</strong>címoste, pues por tu Santísima Cruz redimiste al mundo», y <strong>de</strong><br />

paso que rezaba, su mirada buscaba a lo lejos los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que <strong>de</strong>bían ser aquel gran<br />

edificio cuadrilongo, con torres, allá en el fondo <strong>de</strong>l valle. Poco duró la contemplación, y a punto<br />

estuvo el clérigo <strong>de</strong> besar la tierra, merced a la huida que pegó el rocín, con las orejas enhiestas,<br />

loco <strong>de</strong> terror. El caso no era para menos: a cortísima distancia habían retumbado dos tiros.<br />

Quedóse el jinete frío <strong>de</strong> espanto, agarrado al arzón, sin atreverse ni a registrar la maleza para<br />

averiguar dón<strong>de</strong> estarían ocultos los agresores; mas su angustia fue corta, porque ya <strong>de</strong>l ribazo<br />

situado a espaldas <strong>de</strong>l crucero <strong>de</strong>scendía un grupo <strong>de</strong> tres hombres, antecedido por otros tantos<br />

canes perdigueros, cuya presencia bastaba para <strong>de</strong>mostrar que las escopetas <strong>de</strong> sus amos no<br />

amenazaban sino a las alimañas monteses.<br />

El cazador que venía <strong>de</strong>lante representaba veintiocho o treinta años: alto y bien barbado, tenía el<br />

pescuezo y rostro quemados <strong>de</strong>l sol, pero por venir <strong>de</strong>spechugado y sombrero en mano, se<br />

advertía la blancura <strong>de</strong> la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla <strong>de</strong> pecho,<br />

cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta <strong>de</strong> vello rizoso<br />

que dividía ambas tetillas. Protegían sus piernas recias polainas <strong>de</strong> cuero, abrochadas con<br />

hebillaje hasta el muslo; sobre la ingle <strong>de</strong>recha flotaba la red <strong>de</strong> bramante <strong>de</strong> un repleto morral, y<br />

en el hombro izquierdo <strong>de</strong>scansaba una escopeta mo<strong>de</strong>rna, <strong>de</strong> dos cañones. El segundo cazador<br />

parecía hombre <strong>de</strong> edad madura y condición baja, criado o colono: ni hebillas en las polainas, ni<br />

más morral que un saco <strong>de</strong> grosera estopa; el pelo cortado al rape, la escopeta <strong>de</strong> pistón,<br />

viejísima y atada con cuerdas; y en el rostro, afeitado y enjuto y <strong>de</strong> enérgicas facciones<br />

rectilíneas, una expresión <strong>de</strong> encubierta sagacidad, <strong>de</strong> astucia salvaje, más propia <strong>de</strong> un piel roja<br />

que <strong>de</strong> un europeo. Por lo que hace al tercer cazador, sorprendióse el jinete al notar que era un<br />

sacerdote. ¿En qué se le conocía? No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva <strong>de</strong> pelo<br />

gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros cañones <strong>de</strong> su azulada barba contarían<br />

un mes <strong>de</strong> antigüedad; menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante<br />

a la <strong>de</strong> sus compañeros <strong>de</strong> caza, con el aditamento <strong>de</strong> unas botas <strong>de</strong> montar, <strong>de</strong> charol <strong>de</strong> vaca<br />

muy <strong>de</strong>scascaradas y cortadas por las arrugas. Y no obstante trascendía a clérigo, revelándose el<br />

sello formidable <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>nación, que ni aun las llamas <strong>de</strong>l infierno consiguen cancelar, en no sé<br />

qué expresión <strong>de</strong> la fisonomía, en el aire y posturas <strong>de</strong>l cuerpo, en el mirar, en el andar, en todo.<br />

No cabía duda: era un sacerdote.<br />

Aproximóse al grupo el jinete, y repitió la consabida pregunta:<br />

-¿Pue<strong>de</strong>n uste<strong>de</strong>s <strong>de</strong>cirme si voy bien para casa <strong>de</strong>l señor marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>?<br />

El cazador alto se volvió hacia los <strong>de</strong>más, con familiaridad y dominio.<br />

-¡Qué casualidad! - exclamó -. Aquí tenemos al forastero... Tú, Primitivo... Pues te cayó la<br />

lotería: mañana pensaba yo enviarte a Cebre a buscar al señor... Y usted, señor abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>...<br />

¡ya tiene usted aquí quien le ayu<strong>de</strong> a arreglar la parroquia!<br />

Como el jinete permanecía in<strong>de</strong>ciso, el cazador añadió:<br />

-¿Supongo que es usted el recomendado <strong>de</strong> mi tío, el señor <strong>de</strong> la Lage?<br />

- Servidor y capellán... - respondió gozoso el eclesiástico, tratando <strong>de</strong> echar pie a tierra, ardua<br />

operación en que le auxilió el abad -. ¿Y usted... - exclamó, encarándose con su interlocutor - es<br />

el señor marqués?<br />

-¿Cómo queda el tío? ¿Usted... a caballo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Cebre, eh? - repuso éste evasivamente, mientras<br />

el capellán le miraba con interés rayano en viva curiosidad. No hay duda que así, varonilmente<br />

<strong>de</strong>saliñado, húmeda la piel <strong>de</strong> transpiración ligera, terciada la escopeta al hombro, era un cacho<br />

<strong>de</strong> buen mozo el marqués; y sin embargo, <strong>de</strong>spedía su arrogante persona cierto tufillo bravío y<br />

montaraz, y lo duro <strong>de</strong> su mirada contrastaba con lo afable y llano <strong>de</strong> su acogida.<br />

El capellán, muy respetuoso, se <strong>de</strong>shacía en explicaciones.<br />

- Sí, señor; justamente... En Cebre he <strong>de</strong>jado la diligencia y me dieron esta caballería, que tiene<br />

unos arreos, que vaya todo por Dios... El señor <strong>de</strong> la Lage, tan bueno, y con el humor aquél <strong>de</strong><br />

4


siempre... Hace reír a las piedras... Y guapote, para su edad... Estoy reparando que si fuese su<br />

señor papá <strong>de</strong> usted, no se le parecería más... Las señoritas, muy bien, muy contentas y muy<br />

saludables... Del señorito, que está en Segovia, buenas noticias. Y antes que se me olvi<strong>de</strong>...<br />

Buscó en el bolsillo interior <strong>de</strong> su levitón, y fue sacando un pañuelo muy planchado y doblado,<br />

un Semanario chico, y por último una cartera <strong>de</strong> tafilete negro, cerrada con elástico, <strong>de</strong> la cual<br />

extrajo una carta que entregó al marqués. <strong>Los</strong> perros <strong>de</strong> caza, <strong>de</strong>speados y anhelantes <strong>de</strong> fatiga,<br />

se habían sentado al pie <strong>de</strong>l crucero; el abad picaba con la uña una tagarnina para liar un pitillo,<br />

cuyo papel sostenía adherido por una punta al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> los labios; Primitivo, <strong>de</strong>scansando la<br />

culata <strong>de</strong> la escopeta en el suelo, y en el cañón <strong>de</strong> la escopeta la barba, clavaba sus ojuelos<br />

negros en el recién venido, con pertinacia escrutadora. El sol se ponía lentamente en medio <strong>de</strong> la<br />

tranquilidad otoñal <strong>de</strong>l paisaje. De improviso el marqués soltó una carcajada. Era su risa, como<br />

suya, vigorosa y pujante, y, más que comunicativa, <strong>de</strong>spótica.<br />

- El tío - exclamó, doblando la carta - siempre tan guasón y tan célebre... Dice que aquí me<br />

manda un santo para que me predique y me convierta... No parece sino que tiene uno pecados:<br />

¿eh, señor abad? ¿Qué dice usted a esto? ¿Verdad que ni uno?<br />

- Ya se sabe, ya se sabe - masculló el abad en voz bronca... Aquí todos conservamos la inocencia<br />

bautismal.<br />

Y al <strong>de</strong>cirlo, miraba al recién llegado al través <strong>de</strong> sus erizadas y salvajinas cejas, como el<br />

veterano al inexperto recluta, sintiendo allá en su interior profundo <strong>de</strong>sdén hacia el curita<br />

barbilindo, con cara <strong>de</strong> niña, don<strong>de</strong> sólo era sacerdotal la severidad <strong>de</strong>l rubio entrecejo y la<br />

compostura ascética <strong>de</strong> las facciones.<br />

-¿Y usted se llama Julián Álvarez? - interrogó el marqués.<br />

- Para servir a usted muchos años.<br />

-¿Y no acertaba usted con los Pazos?<br />

- Me costaba trabajo el acertar. Aquí los paisanos no le sacan a uno <strong>de</strong> dudas, ni le dicen<br />

categóricamente las distancias. De modo que...<br />

- Pues ahora ya no se per<strong>de</strong>rá usted. ¿Quiere montar otra vez?<br />

-¡Señor! No faltaba más.<br />

- Primitivo - or<strong>de</strong>nó el marqués -, coge <strong>de</strong>l ramal a esa bestia.<br />

Y echó a andar, dialogando con el capellán que le seguía. Primitivo, obediente, se quedó<br />

rezagado, y lo mismo el abad, que encendía su pitillo con un misto <strong>de</strong> cartón. El cazador se<br />

arrimó al cura.<br />

-¿Y qué le parece el rapaz, diga? ¿Verdad que no mete respeto?<br />

- Boh... Ahora se estila or<strong>de</strong>nar mequetrefes... Y luego mucho <strong>de</strong> alzacuellitos, guantecitos,<br />

perejiles con escarola... ¡Si yo fuera el arzobispo, ya les daría el <strong>de</strong>montre <strong>de</strong> los guantes!<br />

- II -<br />

Era noche cerrada, sin luna, cuando <strong>de</strong>sembocaron en el soto, tras <strong>de</strong>l cual se eleva la ancha mole<br />

<strong>de</strong> los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. No consentía la oscuridad distinguir más que sus imponentes<br />

proporciones, escondiéndose las líneas y <strong>de</strong>talles en la negrura <strong>de</strong>l ambiente. Ninguna luz<br />

brillaba en el vasto edificio, y la gran puerta central parecía cerrada a piedra y lodo. Dirigióse el<br />

marqués a un postigo lateral, muy bajo, don<strong>de</strong> al punto apareció una mujer corpulenta,<br />

alumbrando con un candil. Después <strong>de</strong> cruzar corredores sombríos, penetraron todos en una<br />

especie <strong>de</strong> sótano con piso terrizo y bóveda <strong>de</strong> piedra, que, a juzgar por las hileras <strong>de</strong> cubas<br />

adosadas a sus pare<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>bía ser bo<strong>de</strong>ga; y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí llegaron presto a la espaciosa cocina,<br />

alumbrada por la claridad <strong>de</strong>l fuego que ardía en el hogar, consumiendo lo que se llama<br />

arcaicamente un mediano monte <strong>de</strong> leña y no es sino varios gruesos cepos <strong>de</strong> roble, avivados, <strong>de</strong><br />

tiempo en tiempo, con rama menuda. Adornaban la elevada campana <strong>de</strong> la chimenea ristras <strong>de</strong><br />

5


chorizos y morcillas, con algún jamón <strong>de</strong> añadidura, y a un lado y a otro sendos bancos<br />

brindaban asiento cómodo para calentarse oyendo hervir el negro pote, que, pendiente <strong>de</strong> los<br />

llares, ofrecía a los ósculos <strong>de</strong> la llama su insensible vientre <strong>de</strong> hierro.<br />

A tiempo que la comitiva entraba en la cocina, hallábase acurrucada junto al pote una vieja, que<br />

sólo pudo Julián Álvarez distinguir un instante - con greñas blancas y rudas como cerro que le<br />

caían sobre los ojos, y cara rojiza al reflejo <strong>de</strong>l fuego -, pues no bien advirtió que venía gente,<br />

levantóse más aprisa <strong>de</strong> lo que permitían sus años, y murmurando en voz quejumbrosa y<br />

humil<strong>de</strong>: «Buenas nochiñas nos dé Dios», se <strong>de</strong>svaneció como una sombra, sin que nadie<br />

pudiese notar por dón<strong>de</strong>. El marqués se encaró con la moza.<br />

-¿No tengo dicho que no quiero aquí pendones?<br />

Y ella contestó apaciblemente, colgando el candil en la pilastra <strong>de</strong> la chimenea:<br />

- No hacía mal..., me ayudaba a pelar castañas.<br />

Tal vez iba el marqués a echar la casa abajo, si Primitivo, con mayor imperio y enojo que su amo<br />

mismo, no terciase en la cuestión, reprendiendo a la muchacha.<br />

-¿Qué estás parolando ahí...? Mejor te fuera tener la comida lista. ¿A ver cómo nos la das<br />

corriendito? Menéate, <strong>de</strong>spabílate.<br />

En el esconce <strong>de</strong> la cocina, una mesa <strong>de</strong> roble <strong>de</strong>negrida por el uso mostraba extendido un<br />

mantel grosero, manchado <strong>de</strong> vino y grasa. Primitivo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> soltar en un rincón la escopeta,<br />

vaciaba su morral, <strong>de</strong>l cual salieron dos perdigones y una liebre muerta, con los ojos empañados<br />

y el pelaje maculado <strong>de</strong> sangraza. Apartó la muchacha el botín a un lado, y fue colocando platos<br />

<strong>de</strong> peltre, cubiertos <strong>de</strong> antigua y maciza plata, un mollete enorme en el centro <strong>de</strong> la mesa y un<br />

jarro <strong>de</strong> vino proporcionado al pan; luego se dio prisa a revolver y <strong>de</strong>stapar tarteras, y tomó <strong>de</strong>l<br />

vasar una sopera magna. De nuevo la increpó airadamente el marqués.<br />

-¿Y los perros, vamos a ver? ¿Y los perros?<br />

Como si también los perros comprendiesen su <strong>de</strong>recho a ser atendidos antes que nadie, acudieron<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el rincón más oscuro, y olvidando el cansancio, exhalaban famélicos bostezos, meneando<br />

la cola y levantando el partido hocico. Julián creyó al pronto que se había aumentado el número<br />

<strong>de</strong> canes, tres antes y cuatro ahora; pero al entrar el grupo canino en el círculo <strong>de</strong> viva luz que<br />

proyectaba el fuego, advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo <strong>de</strong> tres a<br />

cuatro años, cuyo vestido, compuesto <strong>de</strong> chaquetón acastañado y calzones <strong>de</strong> blanca estopa,<br />

podía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos equivocarse con la piel bicolor <strong>de</strong> los perdigueros, en quienes parecía vivir el<br />

chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad. Primitivo y la moza disponían en<br />

cubetas <strong>de</strong> palo el festín <strong>de</strong> los animales, entresacado <strong>de</strong> lo mejor y más grueso <strong>de</strong>l pote; y el<br />

marqués - que vigilaba la operación -, no dándose por satisfecho, escudriñó con una cuchara <strong>de</strong><br />

hierro las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l caldo, hasta sacar a luz tres gruesas tajadas <strong>de</strong> cerdo, que fue<br />

distribuyendo en las cubetas. Lanzaban los perros alaridos entrecortados, <strong>de</strong> interrogación y<br />

<strong>de</strong>seo, sin atreverse aún a tomar posesión <strong>de</strong> la pitanza; a una voz <strong>de</strong> Primitivo, sumieron <strong>de</strong><br />

golpe el hocico en ella, oyéndose el batir <strong>de</strong> sus apresuradas mandíbulas y el chasqueo <strong>de</strong> su<br />

lengua glotona. El chiquillo gateaba por entre las patas <strong>de</strong> los perdigueros, que, convertidos en<br />

fieras por el primer impulso <strong>de</strong>l hambre no saciada todavía, le miraban <strong>de</strong> reojo, regañando los<br />

dientes y exhalando ronquidos amenazadores: <strong>de</strong> pronto la criatura, incitada por el tasajo que<br />

sobrenadaba en la cubeta <strong>de</strong> la perra Chula, tendió la mano para cogerlo, y la perra, torciendo la<br />

cabeza, lanzó una feroz <strong>de</strong>ntellada, que por fortuna sólo alcanzó la manga <strong>de</strong>l chico, obligándole<br />

a refugiarse más que <strong>de</strong> prisa, asustado y lloriqueando, entre las sayas <strong>de</strong> la moza, ya ocupada en<br />

servir caldo a los racionales. Julián, que empezaba a <strong>de</strong>scalzarse los guantes, se compa<strong>de</strong>ció <strong>de</strong>l<br />

chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar <strong>de</strong>l mugre, la roña, el miedo<br />

y el llanto, era el más hermoso angelote <strong>de</strong>l mundo.<br />

-¡Pobre! - murmuró cariñosamente -. ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dón<strong>de</strong> te<br />

duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!<br />

6


Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se<br />

contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco<br />

movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o<br />

lastimadas. Seguro ya <strong>de</strong> que sólo el chaquetón había pa<strong>de</strong>cido, soltó la risa.<br />

-¡Farsante! - gritó -. Ni siquiera te ha tocado la Chula. ¿Y tú, para qué vas a meterte con ella? Un<br />

día te come media nalga, y <strong>de</strong>spués lagrimitas. ¡A callarse y a reírse ahora mismo! ¿En qué se<br />

conocen los valientes?<br />

Diciendo así, colmaba <strong>de</strong> vino su vaso, y se lo presentaba al niño que, cogiéndolo sin vacilar, lo<br />

apuró <strong>de</strong> un sorbo. El marqués aplaudió:<br />

-¡Retebién! ¡Viva la gente templada!<br />

- No, lo que es el rapaz... el rapaz sale <strong>de</strong> punta - murmuró el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

-¿Y no le hará daño tanto vino? - objetó Julián, que sería incapaz <strong>de</strong> bebérselo él.<br />

-¡Daño! ¡Sí, buen daño nos dé Dios! - respondió el marqués, con no sé qué inflexiones <strong>de</strong> orgullo<br />

en el acento -. Déle usted otros tres, y ya verá... ¿Quiere usted que hagamos la prueba?<br />

- <strong>Los</strong> chupa, los chupa - afirmó el abad.<br />

- No señor; no señor... Es capaz <strong>de</strong> morirse el pequeño... He oído que el vino es un veneno para<br />

las criaturas... Lo que tendrá será hambre.<br />

- Sabel, que coma el chiquillo - or<strong>de</strong>nó imperiosamente el marqués, dirigiéndose a la criada.<br />

Ésta, silenciosa e inmóvil durante la anterior escena, sacó un repleto cuenco <strong>de</strong> caldo, y el niño<br />

fue a sentarse en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l lar, para engullirlo sosegadamente.<br />

En la mesa, los comensales mascaban con buen ánimo. Al caldo, espeso y harinoso, siguió un<br />

cocido sólido, don<strong>de</strong> abundaba el puerco: los días <strong>de</strong> caza, el imprescindible puchero se tomaba<br />

<strong>de</strong> noche, pues al monte no había medio <strong>de</strong> llevarlo. Una fuente <strong>de</strong> chorizos y huevos fritos<br />

<strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nó la sed, ya alborotada con la sal <strong>de</strong>l cerdo. El marqués dio al codo a Primitivo.<br />

- Tráenos un par <strong>de</strong> botellitas... De el <strong>de</strong>l año 59.<br />

Y volviéndose hacia Julián, dijo muy obsequioso:<br />

- Va usted a beber <strong>de</strong>l mejor tostado que por aquí se produce... Es <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong>: se<br />

corre que tienen un secreto para que, sin per<strong>de</strong>r el gusto <strong>de</strong> la pasa, empalague menos y se<br />

parezca al mejor jerez... Cuanto más va, más gana: no es como los <strong>de</strong> otras bo<strong>de</strong>gas, que se<br />

vuelven azúcar.<br />

- Es cosa <strong>de</strong> gusto - aseveró el abad, rebañando con una miga <strong>de</strong> pan lo que restaba <strong>de</strong> yema en<br />

su plato.<br />

- Yo - <strong>de</strong>claró tímidamente Julián - poco entiendo <strong>de</strong> vinos... Casi no bebo sino agua.<br />

Y al ver brillar bajo las cejas hirsutas <strong>de</strong>l abad una mirada compasiva <strong>de</strong> puro <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa,<br />

rectificó:<br />

- Es <strong>de</strong>cir... con el café, ciertos días señalados, no me disgusta el anisete.<br />

- El vino alegra el corazón... El que no bebe, no es hombre - pronunció el abad<br />

sentenciosamente.<br />

Primitivo volvía ya <strong>de</strong> su excursión, empuñando en cada mano una botella cubierta <strong>de</strong> polvo y<br />

telarañas. A falta <strong>de</strong> tirabuzón, se <strong>de</strong>scorcharon con un cuchillo, y a un tiempo se llenaron los<br />

vasos chicos traídos ad hoc. Primitivo empinaba el codo con sumo <strong>de</strong>sparpajo, bromeando con el<br />

abad y el señorito. Sabel, por su parte, a medida que el banquete se prolongaba y el licor<br />

calentaba las cabezas, servía con familiaridad mayor, apoyándose en la mesa para reír algún<br />

chiste, <strong>de</strong> los que hacían bajar los ojos a Julián, bisoño en materia <strong>de</strong> sobremesas <strong>de</strong> cazadores.<br />

Lo cierto es que Julián bajaba la vista, no tanto por lo que oía, como por no ver a Sabel, cuyo<br />

aspecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer instante, le había <strong>de</strong>sagradado <strong>de</strong> extraño modo, a pesar o quizás a causa<br />

<strong>de</strong> que Sabel era un buen pedazo <strong>de</strong> lozanísima carne. Sus ojos azules, húmedos y sumisos, su<br />

color animado, su pelo castaño que se rizaba en conchas paralelas y caía en dos trenzas hasta<br />

más abajo <strong>de</strong>l talle, embellecían mucho a la muchacha y disimulaban sus <strong>de</strong>fectos, lo pomuloso<br />

<strong>de</strong> su cara, lo tozudo y bajo <strong>de</strong> su frente, lo sensual <strong>de</strong> su respingada y abierta nariz. Por no mirar<br />

7


a Sabel, Julián se fijaba en el chiquillo, que envalentonado con aquella ojeada simpática, fue<br />

poco a poco <strong>de</strong>slizándose hasta llegar a introducirse entre las rodillas <strong>de</strong>l capellán. Instalado allí,<br />

alzó su cara <strong>de</strong>svergonzada y risueña, y tirando a Julián <strong>de</strong>l chaleco, murmuró en tono<br />

suplicante:<br />

-¿Me lo da?<br />

Todo el mundo se reía a carcajadas: el capellán no comprendía.<br />

-¿Qué pi<strong>de</strong>? - preguntó.<br />

-¿Qué ha <strong>de</strong> pedir? - respondió el marqués festivamente -. ¡El vino, hombre! ¡El vaso <strong>de</strong> tostado!<br />

-¡Mama! - exclamó el abad.<br />

Antes <strong>de</strong> que Julián se resolviese a dar al niño su vaso casi lleno, el marqués había aupado al<br />

mocoso, que sería realmente una preciosidad a no estar tan sucio. Parecíase a Sabel, y aún se le<br />

aventajaba en la claridad y alegría <strong>de</strong> sus ojos celestes, en lo abundante <strong>de</strong>l pelo ensortijado, y<br />

especialmente en el correcto diseño <strong>de</strong> las facciones. Sus manitas, morenas y hoyosas, se tendían<br />

hacia el vino color <strong>de</strong> topacio; el marqués se lo acercó a la boca, divirtiéndose un rato en<br />

quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño <strong>de</strong> él. Por fin consiguió el niño atrapar el vaso, y en<br />

un <strong>de</strong>cir Jesús trasegó el contenido, relamiéndose.<br />

-¡Éste no se anda con requisitos! - exclamó el abad.<br />

-¡Quiá! - confirmó el marqués -. ¡Si es un veterano! ¿A que te zampas otro vaso, Perucho?<br />

Las pupilas <strong>de</strong>l angelote rechispeaban; sus mejillas <strong>de</strong>spedían lumbre, y dilataba la clásica<br />

naricilla con inocente concupiscencia <strong>de</strong> Baco niño. El abad, guiñando picarescamente el ojo<br />

izquierdo, escancióle otro vaso, que él tomó a dos manos y se embocó sin per<strong>de</strong>r gota; en<br />

seguida soltó la risa; y, antes <strong>de</strong> acabar el redoble <strong>de</strong> su carcajada báquica, <strong>de</strong>jó caer la cabeza,<br />

muy <strong>de</strong>scolorido, en el pecho <strong>de</strong>l marqués.<br />

-¿Lo ven uste<strong>de</strong>s? - gritó Julián angustiadísimo -. Es muy chiquito para beber así, y va a ponerse<br />

malo. Estas cosas no son para criaturas.<br />

-¡Bah! - intervino Primitivo -. ¿Piensa que el rapaz no pue<strong>de</strong> con lo que tiene <strong>de</strong>ntro? ¡Con eso y<br />

con otro tanto! Y si no verá.<br />

A su vez tomó en brazos al niño y, mojando en agua fresca los <strong>de</strong>dos, se los pasó por las sienes.<br />

Perucho abrió los párpados y miró alre<strong>de</strong>dor con asombro, y su cara se sonroseó.<br />

-¿Qué tal? - le preguntó Primitivo -. ¿Hay ánimos para otra pinguita <strong>de</strong> tostado?<br />

Volvióse Perucho hacia la botella y luego, como instintivamente, dijo que no con la cabeza,<br />

sacudiendo la poblada zalea <strong>de</strong> sus rizos. No era Primitivo hombre <strong>de</strong> darse por vencido tan<br />

fácilmente: sepultó la mano en el bolsillo <strong>de</strong>l pantalón y sacó una moneda <strong>de</strong> cobre.<br />

- De ese modo... - refunfuñó el abad.<br />

- No seas bárbaro, Primitivo - murmuró el marqués entre placentero y grave.<br />

-¡Por Dios y por la Virgen! - imploró Julián -. ¡Van a matar a esa criatura! Hombre, no se<br />

empeñe en emborrachar al niño: es un pecado, un pecado tan gran<strong>de</strong> como otro cualquiera. ¡No<br />

se pue<strong>de</strong>n presenciar ciertas cosas!<br />

Al protestar, Julián se había incorporado, encendido <strong>de</strong> indignación, echando a un lado su<br />

mansedumbre y timi<strong>de</strong>z congénita. Primitivo, <strong>de</strong> pie también, mas sin soltar a Perucho, miró al<br />

capellán fría y socarronamente, con el <strong>de</strong>sdén <strong>de</strong> los tenaces por los que se exaltan un momento.<br />

Y metiendo en la mano <strong>de</strong>l niño la moneda <strong>de</strong> cobre y entre sus labios la botella <strong>de</strong>stapada y<br />

terciada aún <strong>de</strong> vino, la inclinó, la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago <strong>de</strong><br />

Perucho. Retirada la botella, los ojos <strong>de</strong>l niño se cerraron, se aflojaron sus brazos, y no ya<br />

<strong>de</strong>scolorido, sino con la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la muerte en el rostro, hubiera caído redondo sobre la mesa, a<br />

no sostenerlo Primitivo. El marqués, un tanto serio, empezó a inundar <strong>de</strong> agua fría la frente y los<br />

pulsos <strong>de</strong>l niño; Sabel se acercó, y ayudó también a la aspersión; todo inútil: lo que es por esta<br />

vez, Perucho la tenía.<br />

- Como un pellejo - gruñó el abad.<br />

8


- Como una cuba - murmuró el marqués -. A la cama con él en seguida. Que duerma y mañana<br />

estará más fresco que una lechuga. Esto no es nada.<br />

Sabel se alejó cargada con el niño, cuyas piernas se balanceaban inertes, a cada movimiento <strong>de</strong><br />

su madre. La cena se acabó menos bulliciosa <strong>de</strong> lo que empezara: Primitivo hablaba poco, y<br />

Julián había enmu<strong>de</strong>cido por completo. Cuando terminó el convite y se pensó en dormir,<br />

reapareció Sabel armada <strong>de</strong> un velón <strong>de</strong> aceite, <strong>de</strong> tres mecheros, con el cual fue alumbrando por<br />

la ancha escalera <strong>de</strong> piedra que conducía al piso alto, y ascendía a la torre en rápido caracol. Era<br />

gran<strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong>stinada a Julián, y la luz <strong>de</strong>l velón apenas disipaba las tinieblas, <strong>de</strong> entre<br />

las cuales no se <strong>de</strong>stacaba más que la blancura <strong>de</strong>l lecho. A la puerta <strong>de</strong>l cuarto se <strong>de</strong>spidió el<br />

marqués, <strong>de</strong>seándole buenas noches y añadiendo con brusca cordialidad:<br />

- Mañana tendrá usted su equipaje... Ya irán a Cebre por él... Ea, <strong>de</strong>scansar, mientras yo echo <strong>de</strong><br />

casa al abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>... Está un poco... ¿eh? ¡Dificulto que no se caiga en el camino y no pase la<br />

noche al abrigo <strong>de</strong> un vallado!<br />

Solo ya, sacó Julián <strong>de</strong> entre la camisa y el chaleco una estampa grabada, con marco <strong>de</strong><br />

lentejuela, que representaba a la Virgen <strong>de</strong>l Carmen, y la colocó <strong>de</strong> pie sobre la mesa don<strong>de</strong><br />

Sabel acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>positar el velón. Arrodillóse, y rezó la media corona, contando por los <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong> la mano cada diez. Pero el molimiento <strong>de</strong>l cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas<br />

sábanas, y omitió la letanía, los actos <strong>de</strong> fe y algún padrenuestro. Desnudóse honestamente,<br />

colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes <strong>de</strong> echarse.<br />

Entonces empezaron a danzar en su fantasía los sucesos todos <strong>de</strong> la jornada: el caballejo que<br />

estuvo a punto <strong>de</strong> hacerle besar el suelo, la cruz negra que le causó escalofríos, pero sobre todo<br />

la cena, la bulla, el niño borracho. Juzgando a las gentes con quienes había trabado conocimiento<br />

en pocas horas, se le figuraba Sabel provocativa, Primitivo insolente, el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> sobrado<br />

bebedor y nimiamente amigo <strong>de</strong> la caza, los perros excesivamente atendidos, y en cuanto al<br />

marqués... En cuanto al marqués, Julián recordaba unas palabras <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage:<br />

- Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado... La al<strong>de</strong>a, cuando se cría uno en ella y no<br />

sale <strong>de</strong> allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.<br />

Y casi al punto mismo en que acudió a su memoria tan severo dictamen, arrepintióse el capellán,<br />

sintiendo cierta penosa inquietud que no podía vencer. ¿Quién le mandaba formar juicios<br />

temerarios? Él venía allí para <strong>de</strong>cir misa y ayudar al marqués en la administración, no para fallar<br />

acerca <strong>de</strong> su conducta y su carácter... Con que... a dormir...<br />

- III -<br />

Despertó Julián cuando entraba <strong>de</strong> lleno en la habitación un sol <strong>de</strong> otoño dorado y apacible.<br />

Mientras se vestía, examinaba la estancia con algún <strong>de</strong>tenimiento. Era vastísima, sin cielo raso;<br />

alumbrábanla tres ventanas guarnecidas <strong>de</strong> anchos poyos y <strong>de</strong> vidrieras faltosas <strong>de</strong> vidrios cuanto<br />

abastecidas <strong>de</strong> remiendos <strong>de</strong> papel pegados con obleas. <strong>Los</strong> muebles no pecaban <strong>de</strong> suntuosos ni<br />

<strong>de</strong> abundantes, y en todos los rincones permanecían señales evi<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> los hábitos <strong>de</strong>l último<br />

inquilino, hoy abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y antes capellán <strong>de</strong>l marqués: puntas <strong>de</strong> cigarros adheridas al piso,<br />

dos pares <strong>de</strong> botas inservibles en un rincón, sobre la mesa un paquete <strong>de</strong> pólvora y en un poyo<br />

varios objetos cinegéticos, jaulas para codornices, gayolas, collares <strong>de</strong> perros, una piel <strong>de</strong> conejo<br />

mal curtida y peor oliente. Amén <strong>de</strong> estas reliquias, entre las vigas pendían pálidas telarañas, y<br />

por todas partes <strong>de</strong>scansaba tranquilamente el polvo, enseñoreado allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempo inmemorial.<br />

Miraba Julián las huellas <strong>de</strong> la incuria <strong>de</strong> su antecesor, y sin querer acusarle, ni tratarle en sus<br />

a<strong>de</strong>ntros <strong>de</strong> cochino, el caso es que tanta porquería y rusticidad le infundía gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>seos <strong>de</strong><br />

primor y limpieza, una aspiración a la pulcritud en la vida como a la pureza en el alma. Julián<br />

pertenecía a la falange <strong>de</strong> los pacatos, que tienen la virtud espantadiza, con repulgos <strong>de</strong> monja y<br />

pudores <strong>de</strong> doncella intacta. No habiéndose <strong>de</strong>scosido jamás <strong>de</strong> las faldas <strong>de</strong> su madre sino para<br />

9


asistir a cátedra en el Seminario, sabía <strong>de</strong> la vida lo que enseñan los libros piadosos. <strong>Los</strong> <strong>de</strong>más<br />

seminaristas le llamaban San Julián, añadiendo que sólo le faltaba la palomita en la mano.<br />

Ignoraba cuándo pudo venirle la vocación; tal vez su madre, ama <strong>de</strong> llaves <strong>de</strong> los señores <strong>de</strong> la<br />

Lage, mujer que pasaba por beatona, le empujó suavemente, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la más tierna edad, hacia la<br />

Iglesia, y él se <strong>de</strong>jó llevar <strong>de</strong> buen grado. Lo cierto es que <strong>de</strong> niño jugaba a cantar misa, y <strong>de</strong><br />

gran<strong>de</strong> no paró hasta conseguirlo. La continencia le fue fácil, casi insensible, por lo mismo que la<br />

guardó incólume, pues sienten los moralistas que es más hace<strong>de</strong>ro no pecar una vez que pecar<br />

una sola. A Julián le ayudaba en su triunfo, amén <strong>de</strong> la gracia <strong>de</strong> Dios que él solicitaba muy <strong>de</strong><br />

veras, la en<strong>de</strong>blez <strong>de</strong> su temperamento linfático-nervioso, puramente femenino, sin ardores ni<br />

rebeldías, propenso a la ternura, dulce y benigno como las propias malvas, pero no exento, en<br />

ocasiones, <strong>de</strong> esas energías súbitas que también se observan en la mujer, el ser que posee menos<br />

fuerza en estado normal, y más cantidad <strong>de</strong> ella <strong>de</strong>sarrolla en las crisis convulsivas. Julián, por su<br />

compostura y hábitos <strong>de</strong> pulcritud - aprendidos <strong>de</strong> su madre, que le sahumaba toda la ropa con<br />

espliego y le ponía entre cada par <strong>de</strong> calcetines una manzana camuesa - cogió fama <strong>de</strong><br />

seminarista pollo, máxime cuando averiguaron que se lavaba mucho manos y cara. En efecto era<br />

así, y a no mediar ciertas i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> <strong>de</strong>vota pudicicia, él exten<strong>de</strong>ría las abluciones frecuentes al<br />

resto <strong>de</strong>l cuerpo, que procuraba traer lo más aseado posible.<br />

El primer día <strong>de</strong> su estancia en los Pazos bien necesitaba chapuzarse un poco, atendido el polvo<br />

<strong>de</strong> la carretera que traía adherido a la piel; pero sin duda el actual abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> consi<strong>de</strong>raba<br />

artículo <strong>de</strong> lujo los enseres <strong>de</strong> tocador, pues no vio Julián por allí más que una palangana <strong>de</strong><br />

hojalata, a la cual servía <strong>de</strong> palanganero el poyo. Ni jarra, ni toalla, ni jabón, ni cubo. Quedóse<br />

parado <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la palangana, en mangas <strong>de</strong> camisa y sin saber qué hacer, hasta que,<br />

convencido <strong>de</strong> la imposibilidad <strong>de</strong> refrescarse con agua, quiso al menos tomar un baño <strong>de</strong> aire, y<br />

abrió la vidriera.<br />

Lo que abarcaba la vista le <strong>de</strong>jó encantado. El valle ascendía en suave pendiente, extendiendo<br />

ante los Pazos toda la lozanía <strong>de</strong> su la<strong>de</strong>ra más feraz. Viñas, castañares, campos <strong>de</strong> maíz<br />

granados o ya segados, y tupidas robledas, se escalonaban, subían trepando hasta un montecillo,<br />

cuya falda gris parecía, al sol, <strong>de</strong> un blanco plomizo. Al pie mismo <strong>de</strong> la torre, el huerto <strong>de</strong> los<br />

Pazos se asemejaba a ver<strong>de</strong> alfombra con cenefas amarillentas, en cuyo centro se engastaba la<br />

luna <strong>de</strong> un gran espejo, que no era sino la superficie <strong>de</strong>l estanque. El aire, oxigenado y<br />

regenerador, penetraba en los pulmones <strong>de</strong> Julián, que sintió disiparse inmediatamente parte <strong>de</strong>l<br />

vago terror que le infundía la gran casa solariega y lo que <strong>de</strong> sus moradores había visto. Como<br />

para renovarlo, entreoyó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> sí rumor <strong>de</strong> pisadas cautelosas, y al volverse vio a Sabel, que<br />

le presentaba con una mano platillo y jícara, con la otra, en plato <strong>de</strong> peltre, un púlpito <strong>de</strong> agua<br />

fresca y una servilleta gorda muy doblada encima. Venía la moza arremangada hasta el codo, con<br />

el pelo alborotado, seco y volan<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>l calor <strong>de</strong> la cama sin duda: y a la luz <strong>de</strong>l día se notaba<br />

más la frescura <strong>de</strong> su tez, muy blanca y como infiltrada <strong>de</strong> sangre. Julián se apresuró a ponerse el<br />

levitín, murmurando:<br />

- Otra vez haga el favor <strong>de</strong> dar dos golpes en la puerta antes <strong>de</strong> entrar... Conforme estoy a pie,<br />

pudo cuadrar que estuviese en la cama todavía... o vistiéndome.<br />

Miróle Sabel <strong>de</strong> hito en hito, sin turbarse, y exclamó:<br />

- Disimule, señor... Yo no sabía... El que no sabe, hace como el que no ve.<br />

- Bien, bien... Yo quería <strong>de</strong>cir misa antes <strong>de</strong> tomar el chocolate.<br />

- Hoy no podrá, porque tiene la llave <strong>de</strong> la capilla el señor abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y Dios sabe hasta qué<br />

horas dormirá, ni si habrá quién vaya allá por ella.<br />

Julián contuvo un suspiro. ¡Dos días ya sin misar! Cabalmente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era presbítero se había<br />

redoblado su fervor religioso, y sentía el entusiasmo juvenil <strong>de</strong>l nuevo misacantano, conmovido<br />

aún por la impresión <strong>de</strong> la augusta investidura; <strong>de</strong> suerte que celebraba el sacrificio esmerándose<br />

en perfilar la menor ceremonia, temblando cuando alzaba, anonadándose cuando consumía,<br />

siempre con recogimiento in<strong>de</strong>cible. En fin, si no había remedio...<br />

10


- Ponga el chocolate ahí - dijo a Sabel.<br />

Mientras la moza ejecutaba esta or<strong>de</strong>n, Julián alzaba los ojos al techo y los bajaba al piso, y<br />

tosía, tratando <strong>de</strong> buscar una fórmula, un modo discreto <strong>de</strong> explicarse.<br />

-¿Hace mucho que no duerme en este cuarto el señor abad?<br />

- Poco... Hará dos semanas que bajó a la parroquia.<br />

- Ah... Por eso... Esto está algo... sucio, ¿no le parece? Sería bueno barrer... y pasar también la<br />

escoba por entre las vigas.<br />

Sabel se encogió <strong>de</strong> hombros.<br />

- El señor abad no me mandó nunca que le barriese el cuarto.<br />

- Pues, francamente, la limpieza es una cosa que a todo el mundo gusta.<br />

- Sí, señor, ya se sabe... No pase cuidado, que yo lo arreglaré muy arregladito.<br />

Lo pronunció con tanta sumisión, que Julián a su vez quiso mostrarle un poco <strong>de</strong> caritativo<br />

interés.<br />

-¿Y el niño? - preguntó -. ¿No le hizo mal lo <strong>de</strong> ayer?<br />

- No, señor... Durmió como un santiño y ya anda corriendo por la huerta. ¿Ve? Allí está.<br />

Mirando por la abierta ventana, y haciéndose una pantalla con la mano, Julián divisó a Perucho,<br />

que, sin sombrero, con la cabeza al sol, arrojaba piedras al estanque.<br />

- Lo que no suce<strong>de</strong> en un año suce<strong>de</strong> en un día, Sabel - advirtió gravemente el capellán -. ¡No<br />

<strong>de</strong>be consentir que le emborrachen al chiquillo: es un vicio muy feo, hasta en los gran<strong>de</strong>s, cuanto<br />

más en un inocente así! ¿Para qué le aguanta a Primitivo que le dé tanta bebida? Es obligación <strong>de</strong><br />

usted el impedirlo.<br />

Sabel fijaba pesadamente en Julián sus azules pupilas, siendo imposible discernir en ellas el<br />

menor relámpago <strong>de</strong> inteligencia o <strong>de</strong> convencimiento. Al fin articuló con pausa:<br />

- Yo qué quiere que le haga... No me voy a reponer contra mi señor padre.<br />

Julián calló un momento atónito. ¡De modo que quien había embriagado a la criatura era su<br />

propio abuelo! No supo replicar nada oportuno, ni siquiera lanzar una exclamación <strong>de</strong> censura.<br />

Llevóse la taza a la boca para encubrir la turbación, y Sabel, creyendo terminado el coloquio, se<br />

retiraba <strong>de</strong>spacio, cuando el capellán le dirigió una pregunta más.<br />

-¿El señor marqués anda ya levantado?<br />

- Sí, señor... Debe estar por la huerta o por los alpendres.<br />

- Haga el favor <strong>de</strong> llevarme allí - dijo Julián levantándose y limpiándose apresuradamente los<br />

labios sin <strong>de</strong>sdoblar la servilleta.<br />

Antes <strong>de</strong> dar con el marqués, recorrieron el capellán y su guía casi toda la huerta. Aquella vasta<br />

extensión <strong>de</strong> terreno <strong>de</strong>bía haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los<br />

adornos <strong>de</strong> la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino <strong>de</strong> Francia. De todo lo cual<br />

apenas quedaban vestigios: las armas <strong>de</strong> la casa, trazadas con mirto en el suelo, eran ahora<br />

intrincado matorral <strong>de</strong> bojes, don<strong>de</strong> ni la vista más lince distinguiría rastro <strong>de</strong> los lobos, pinos,<br />

torres almenadas, roeles y otros emblemas que campeaban en el preclaro blasón <strong>de</strong> los <strong>Ulloa</strong>s; y,<br />

sin embargo, persistía en la confusa masa no sé qué aire <strong>de</strong> cosa plantada adre<strong>de</strong> y con arte. El<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> piedra <strong>de</strong>l estanque estaba semi<strong>de</strong>rruido, y las gruesas bolas <strong>de</strong> granito que lo<br />

guarnecían andaban rodando por la hierba, verdosas <strong>de</strong> musgo, esparcidas aquí y acullá como<br />

gigantescos proyectiles en algún <strong>de</strong>sierto campo <strong>de</strong> batalla. Obstruido por el limo, el estanque<br />

parecía charca fangosa, acrecentando el aspecto <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuido y abandono <strong>de</strong> la huerta, don<strong>de</strong> los<br />

que ayer fueron cenadores y bancos rústicos se habían convertido en rincones poblados <strong>de</strong><br />

maleza, y los tablares <strong>de</strong> hortaliza en sembrados <strong>de</strong> maíz, a cuya orilla, como tenaz<br />

reminiscencia <strong>de</strong>l pasado, crecían libres, espinosos y altísimos, algunos rosales <strong>de</strong> variedad<br />

selecta, que iban a besar con sus ramas más altas la copa <strong>de</strong>l ciruelo o peral que tenían enfrente.<br />

Por entre estos residuos <strong>de</strong> pasada gran<strong>de</strong>za andaba el último vástago <strong>de</strong> los <strong>Ulloa</strong>s, con las<br />

manos en los bolsillos, silbando distraídamente como quien no sabe qué hacer <strong>de</strong>l tiempo. La<br />

presencia <strong>de</strong> Julián le dio la solución <strong>de</strong>l problema. Señorito y capellán emparejaron y alabando<br />

11


la hermosura <strong>de</strong>l día, acabaron <strong>de</strong> visitar el huerto al pormenor, y aun alargaron el paseo hasta el<br />

soto y los robledales que limitaban, hacia la parte norte, la extensa posesión <strong>de</strong>l marqués. Julián<br />

abría mucho los ojos, <strong>de</strong>seando que por ellos le entrase <strong>de</strong> sopetón toda la ciencia rústica, a fin<br />

<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r bien las explicaciones relativas a la calidad <strong>de</strong>l terreno o el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l arbolado;<br />

pero, acostumbrado a la vida claustral <strong>de</strong>l Seminario y <strong>de</strong> la metrópoli compostelana, la<br />

naturaleza le parecía difícil <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r, y casi le infundía temor por la vital impetuosidad que<br />

sentía palpitar en ella, en el espesor <strong>de</strong> los matorrales, en el áspero vigor <strong>de</strong> los troncos, en la<br />

fertilidad <strong>de</strong> los frutales, en la picante pureza <strong>de</strong>l aire libre. Exclamó con <strong>de</strong>sconsuelo<br />

sincerísimo:<br />

- Yo confieso la verdad, señorito... De estas cosas <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a, no entiendo jota.<br />

- Vamos a ver la casa - indicó el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> -. Es la más gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l país - añadió con orgullo.<br />

Mudaron <strong>de</strong> rumbo, dirigiéndose al enorme caserón, don<strong>de</strong> penetraron por la puerta que daba al<br />

huerto, y habiendo recorrido el claustro formado por arcadas <strong>de</strong> sillería, cruzaron varios salones<br />

con <strong>de</strong>startalado mueblaje, sin vidrios en las vidrieras, cuyas <strong>de</strong>scoloridas pinturas maltrataba la<br />

humedad, no siendo más clemente la polilla con el ma<strong>de</strong>ramen <strong>de</strong>l piso. Pararon en una<br />

habitación relativamente chica, con ventana <strong>de</strong> reja, don<strong>de</strong> las negras vigas <strong>de</strong>l techo semejaban<br />

remotísimas, y asombraban la vista gran<strong>de</strong>s estanterías <strong>de</strong> castaño sin barnizar, que en vez <strong>de</strong><br />

cristales tenían enrejado <strong>de</strong> alambre grueso. Decoraba tan tétrica pieza una mesa-escritorio, y<br />

sobre ella un tintero <strong>de</strong> cuerno, un viejísimo bal<strong>de</strong> <strong>de</strong> suela, no sé cuántas plumas <strong>de</strong> ganso y una<br />

caja <strong>de</strong> obleas vacía.<br />

Las estanterías entreabiertas <strong>de</strong>jaban asomar legajos y protocolos en abundancia; por el suelo, en<br />

las dos sillas <strong>de</strong> baqueta, encima <strong>de</strong> la mesa, en el alféizar mismo <strong>de</strong> la enrejada ventana, había<br />

más papeles, más legajos, amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos; tanta papelería<br />

exhalaba un olor a humedad, a rancio, que cosquilleaba en la garganta <strong>de</strong>sagradablemente. El<br />

marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, <strong>de</strong>teniéndose en el umbral y con cierta expresión solemne, pronunció:<br />

- El archivo <strong>de</strong> la casa.<br />

Desocupó en seguida las sillas <strong>de</strong> cuero, y explicó muy acalorado que aquello estaba<br />

revueltísimo - aclaración <strong>de</strong> todo punto innecesaria - y que semejante <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n se <strong>de</strong>bía al<br />

<strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> un fray Venancio, administrador <strong>de</strong> su padre, y <strong>de</strong>l actual abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, en cuyas<br />

manos pecadoras había venido el archivo a parar en lo que Julián veía...<br />

- Pues así no pue<strong>de</strong> seguir - exclamaba el capellán -. ¡Papeles <strong>de</strong> importancia tratados <strong>de</strong> este<br />

modo! Hasta es muy fácil que alguno se pierda.<br />

-¡Naturalmente! Dios sabe los <strong>de</strong>sperfectos que ya me habrán causado, y cómo andará todo,<br />

porque yo ni mirarlo quiero... Esto es lo que usted ve: ¡un <strong>de</strong>sastre, una perdición! ¡Mire usted...,<br />

mire usted lo que tiene ahí a sus pies! ¡Debajo <strong>de</strong> una bota!<br />

Julián levantó el pie muy asustado, y el marqués se bajó recogiendo <strong>de</strong>l suelo un libro<br />

<strong>de</strong>lgadísimo, encua<strong>de</strong>rnado en badana ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong>l cual pendía rodado sello <strong>de</strong> plomo. Tomólo<br />

Julián con respeto, y al abrirlo, sobre la primera hoja <strong>de</strong> vitela, se <strong>de</strong>stacó una soberbia miniatura<br />

heráldica, <strong>de</strong> colores vivos y frescos a <strong>de</strong>specho <strong>de</strong> los años.<br />

-¡Una ejecutoria <strong>de</strong> nobleza! - <strong>de</strong>claró el señorito gravemente.<br />

Por medio <strong>de</strong> su pañuelo doblado, la limpiaba Julián <strong>de</strong>l moho, tocándola con manos <strong>de</strong>licadas.<br />

Des<strong>de</strong> niño le había enseñado su madre a reverenciar la sangre ilustre, y aquel pergamino escrito<br />

con tinta roja, miniado, dorado, le parecía cosa muy veneranda, digna <strong>de</strong> compasión por haber<br />

sido pisoteada, hollada bajo la suela <strong>de</strong> sus botas. Como el señorito permanecía serio, <strong>de</strong> codos<br />

en la mesa, las manos cruzadas bajo la barba, otras palabras <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage acudieron a la<br />

memoria <strong>de</strong>l capellán: «Todo eso <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> mi sobrino <strong>de</strong>be ser un <strong>de</strong>sbarajuste... Haría usted<br />

una obra <strong>de</strong> caridad si lo arreglase un poco.» La verdad es que él no entendía gran cosa <strong>de</strong><br />

papelotes, pero con buena voluntad y cachaza...<br />

- Señorito - murmuró -, ¿y por qué no nos <strong>de</strong>dicamos a or<strong>de</strong>nar esto como Dios manda? Entre<br />

usted y yo, mal sería que no acertásemos. Mire usted, primero apartamos lo mo<strong>de</strong>rno <strong>de</strong> lo<br />

12


antiguo; <strong>de</strong> lo que esté muy estropeado se podría hacer sacar copia; lo roto se pega con cuidadito<br />

con unas tiras <strong>de</strong> papel transparente...<br />

El proyecto le pareció al señorito <strong>de</strong> perlas. Convinieron en ponerse al trabajo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mañana<br />

siguiente. Quiso la <strong>de</strong>sgracia que al otro día Primitivo <strong>de</strong>scubriese en un maizal próximo un<br />

bando entero <strong>de</strong> perdices entretenido en comerse la espiga madura. Y el marqués se terció la<br />

carabina y <strong>de</strong>jó para siempre jamás amén a su capellán bregar con los documentos.<br />

- IV -<br />

Y el capellán lidió con ellos a brazo partido, sin tregua, tres o cuatro horas todas las mañanas.<br />

Primero limpió, sacudió, planchó sirviéndose <strong>de</strong> la palma <strong>de</strong> la mano, pegó papelitos <strong>de</strong> cigarro a<br />

fin <strong>de</strong> juntar los pedazos rotos <strong>de</strong> alguna escritura. Parecíale estar <strong>de</strong>sempolvando, encolando y<br />

poniendo en or<strong>de</strong>n la misma casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que iba a salir <strong>de</strong> sus manos hecha una plata. La<br />

tarea, en apariencia fácil, no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser enfadosa para el aseado presbítero: le sofocaba una<br />

atmósfera <strong>de</strong> mohosa humedad; cuando alzaba un montón <strong>de</strong> papeles <strong>de</strong>positado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempo<br />

inmemorial en el suelo, caía a veces la mitad <strong>de</strong> los documentos hecha añicos por el diente<br />

menudo e incansable <strong>de</strong>l ratón; las polillas, que parecen polvo organizado y volante, agitaban sus<br />

alas y se le metían por entre la ropa; las corre<strong>de</strong>ras, perseguidas en sus más secretos asilos, salían<br />

ciegas <strong>de</strong> furor o <strong>de</strong> miedo, obligándole, no sin gran repugnancia, a <strong>de</strong>spachurrarlas con los<br />

tacones, tapándose los oídos para no percibir el ¡chac! estremecedor que produce el cuerpo<br />

estrujado <strong>de</strong>l insecto; las arañas, columpiando su hidrópica panza sobre sus <strong>de</strong>scomunales<br />

zancos, solían ser más listas y refugiarse prontísimamente en los rincones oscuros, a don<strong>de</strong> las<br />

guía misterioso instinto estratégico. De tanto asqueroso bicho tal vez el que más repugnaba a<br />

Julián era una especie <strong>de</strong> lombriz o gusano <strong>de</strong> humedad, frío y negro, que se encontraba siempre<br />

inmóvil y hecho una rosca <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los papeles, y al tocarlo producía la sensación <strong>de</strong> un trozo<br />

<strong>de</strong> hielo blando y pegajoso.<br />

Al cabo, a fuerza <strong>de</strong> paciencia y resolución, triunfó Julián en su batalla con aquellas alimañas<br />

impertinentes, y en los estantes, ya <strong>de</strong>spejados, fueron alineándose los documentos, ocupando,<br />

por efecto milagroso <strong>de</strong>l buen or<strong>de</strong>n, la mitad menos que antes, y cabiendo don<strong>de</strong> no cupieron<br />

jamás. Tres o cuatro ejecutorias, todas con su colgante <strong>de</strong> plomo, quedaron apartadas, envueltas<br />

en paños limpios. Todo estaba arreglado ya, excepto un tramo <strong>de</strong> la estantería don<strong>de</strong> Julián<br />

columbró los lomos oscuros, fileteados <strong>de</strong> oro, <strong>de</strong> algunos libros antiguos. Era la biblioteca <strong>de</strong> un<br />

<strong>Ulloa</strong>, un <strong>Ulloa</strong> <strong>de</strong> principios <strong>de</strong>l siglo: Julián extendió la mano, cogió un tomo al azar, lo abrió,<br />

leyó la portada... «La Henriada, poema francés, puesto en verso español: su autor, el señor <strong>de</strong><br />

Voltaire...» Volvió a su sitio el volumen, con los labios contraídos y los ojos bajos, como<br />

siempre que algo le hería o escandalizaba: no era en extremo intolerante, pero lo que es a<br />

Voltaire, <strong>de</strong> buena gana le haría lo que a las cucarachas; no obstante, limitóse a con<strong>de</strong>nar la<br />

biblioteca, a no pasar ni un mal paño por el lomo <strong>de</strong> los libros: <strong>de</strong> suerte que polillas, gusanos y<br />

arañas, acosadas en todas partes, hallaron refugio a la sombra <strong>de</strong>l risueño Arouet y su enemigo el<br />

sentimental Juan Jacobo, que también dormía allí sosegadamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los años <strong>de</strong> 1816.<br />

No era tortas y pan pintado la limpieza material <strong>de</strong>l archivo; sin embargo, la verda<strong>de</strong>ra obra <strong>de</strong><br />

romanos fue la clasificación. ¡Aquí te quiero! parecían <strong>de</strong>cir los papelotes así que Julián<br />

intentaba distinguirlos. Un embrollo, una ma<strong>de</strong>ja sin cabo, un laberinto sin hilo conductor. No<br />

existía faro que pudiese guiar por el piélago insondable: ni libros becerros, ni estados, ni nada.<br />

<strong>Los</strong> únicos documentos que encontró fueron dos cua<strong>de</strong>rnos mugrientos y apestando a tabaco,<br />

don<strong>de</strong> su antecesor, el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, apuntaba los nombres <strong>de</strong> los pagadores y arrendatarios <strong>de</strong><br />

la casa, y al margen, con un signo inteligible para él solo, o con palabras más enigmáticas aún, el<br />

balance <strong>de</strong> sus pagos. <strong>Los</strong> unos tenían una cruz, los otros un garabato, los <strong>de</strong> más allá una<br />

llamada, y los menos, las frases no paga, pagará, va pagando, ya pagó. ¿Qué significaban pues el<br />

13


garabato y la cruz? Misterio insondable. En una misma página se mezclaban gastos e ingresos:<br />

aquí aparecía Fulano como <strong>de</strong>udor insolvente, y dos renglones más abajo, como acreedor por<br />

jornales. Julián sacó <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong>l abad una jaqueca tremebunda. Bendijo la memoria <strong>de</strong> fray<br />

Venancio, que, más radical, no <strong>de</strong>jara ni rastro <strong>de</strong> cuentas, ni el menor comprobante <strong>de</strong> su larga<br />

gestión.<br />

Había puesto Julián manos a la obra con sumo celo, creyendo no le sería imposible orientarse en<br />

semejante caos <strong>de</strong> papeles. Se <strong>de</strong>sojaba para enten<strong>de</strong>r la letra antigua y las enrevesadas rúbricas<br />

<strong>de</strong> las escrituras; quería al menos separar lo correspondiente a cada uno <strong>de</strong> los tres o cuatro<br />

principales partidos <strong>de</strong> renta con que contaba la casa; y se asombraba <strong>de</strong> que para cobrar tan<br />

poco dinero, tan mezquinas cantida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> centeno y trigo, se necesitase tanto fárrago <strong>de</strong><br />

procedimientos, tanta documentación indigesta. Perdíase en un dédalo <strong>de</strong> foros y subforos,<br />

prorrateos, censos, pensiones, vinculaciones, cartas dotales, diezmos, tercios, pleitecillos<br />

menudos, <strong>de</strong> atrasos, y pleitazos gordos, <strong>de</strong> partijas. A cada paso se le confundía más en la<br />

cabeza toda aquella papelería trasconejada; si las obras <strong>de</strong> reparación, como poner carpetas <strong>de</strong><br />

papel fuerte y blanco a las escrituras que se <strong>de</strong>shacían <strong>de</strong> puro viejas le eran ya fáciles, no así el<br />

conocimiento científico <strong>de</strong> los malditos papelotes, in<strong>de</strong>scifrables para quien no tuviese lecciones<br />

y práctica. Ya <strong>de</strong>salentado se lo confesó al marqués.<br />

- Señorito, yo no salgo <strong>de</strong>l paso... Aquí convenía un abogado, una persona entendida.<br />

- Sí, sí, hace mucho tiempo que lo pienso yo también... Es indispensable tomar mano en eso,<br />

porque la documentación <strong>de</strong>be andar perdida... ¿Cómo la ha encontrado usted? ¿Hecha una<br />

lástima? Apuesto a que sí.<br />

Dijo esto el marqués con aquella entonación vehemente y sombría que adoptaba al tratar <strong>de</strong> sus<br />

propios asuntos, por insignificantes que fuesen; y mientras hablaba, entretenía las manos ciñendo<br />

su collar <strong>de</strong> cascabeles a la Chula, con la cual iba a salir a matar unas codornices.<br />

- Sí, señor... - murmuró Julián -. No está nada bien, no... Pero la persona acostumbrada a estas<br />

cosas se <strong>de</strong>senreda <strong>de</strong> ellas en un soplo... Y tiene que venir pronto quien sea, porque los papeles<br />

no ganan así.<br />

La verdad era que el archivo había producido en el alma <strong>de</strong> Julián la misma impresión que toda<br />

la casa: la <strong>de</strong> una ruina, ruina vasta y amenazadora, que representaba algo gran<strong>de</strong> en lo pasado,<br />

pero en la actualidad se <strong>de</strong>smoronaba a toda prisa. Era esto en Julián aprensión no razonada, que<br />

se transformaría en convicción si conociese bien algunos antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> familia <strong>de</strong>l marqués.<br />

Don Pedro Moscoso <strong>de</strong> Cabreira y <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage quedó huérfano <strong>de</strong> padre muy niño aún. A<br />

no ser por semejante <strong>de</strong>sgracia, acaso hubiera tenido carrera: los Moscosos conservaban, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

abuelo afrancesado, enciclopedista y francmasón que se permitía leer al señor <strong>de</strong> Voltaire, cierta<br />

tradición <strong>de</strong> cultura trasañeja, medio extinguida ya, pero suficiente todavía para empujar a un<br />

Moscoso a los bancos <strong>de</strong>l aula. En los <strong>Pardo</strong>s <strong>de</strong> la Lage era, al contrario, axiomático que más<br />

vale asno vivo que doctor muerto. Vivían entonces los <strong>Pardo</strong>s en su casa solariega, no muy<br />

distante <strong>de</strong> la <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>: al enviudar la madre <strong>de</strong> don Pedro, el mayorazgo <strong>de</strong> la Lage iba a casarse<br />

en Santiago con una señorita <strong>de</strong> distinción, trasladando sus reales al pueblo; y don Gabriel, el<br />

segundón, se vino a los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, para acompañar a su hermana, según <strong>de</strong>cía, y servirle <strong>de</strong><br />

amparo; en realidad, afirmaban los maldicientes, para disfrutar a su talante las rentas <strong>de</strong>l cuñado<br />

difunto. Lo cierto es que don Gabriel en poco tiempo asumió el mando <strong>de</strong> la casa: él <strong>de</strong>scubrió y<br />

propuso para administrador a aquel bendito exclaustrado fray Venancio, medio chocho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

exclaustración, medio idiota <strong>de</strong> nacimiento ya, a cuya sombra pudo manejar a su gusto la<br />

hacienda <strong>de</strong>l sobrino, <strong>de</strong>sempeñando la tutela. Una <strong>de</strong> las habilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> don Gabriel fue hacer<br />

partijas con su hermana cogiéndole mañosamente casi toda su legítima, <strong>de</strong>spojo a que asintió la<br />

pobre señora, absolutamente inepta en materia <strong>de</strong> negocios, hábil sólo para ahorrar el dinero que<br />

guardaba con sórdida avaricia, y que tuvo la impru<strong>de</strong>nte niñería <strong>de</strong> ir poniendo en onzas <strong>de</strong> oro,<br />

<strong>de</strong> las más antiguas, <strong>de</strong> premio. Cortos eran los réditos <strong>de</strong>l caudal <strong>de</strong> Moscoso que no se<br />

<strong>de</strong>slizaban <strong>de</strong> entre los <strong>de</strong>dos temblones <strong>de</strong> fray Venancio a las robustas palmas <strong>de</strong>l tutor; pero si<br />

14


lograban pasar a las <strong>de</strong> doña Micaela, ya no salían <strong>de</strong> allí sino en forma <strong>de</strong> peluconas, camino <strong>de</strong><br />

cierto escondrijo misterioso, acerca <strong>de</strong>l cual iba poco a poco formándose una leyenda en el país.<br />

Mientras la madre atesoraba, don Gabriel educaba al sobrino a su imagen y semejanza,<br />

llevándolo consigo a ferias, cazatas, francachelas rústicas, y acaso distracciones menos<br />

inocentes, y enseñándole, como <strong>de</strong>cían allí, a cazar la perdiz blanca; y el chico adoraba en aquel<br />

tío jovial, vigoroso y resuelto, diestro en los ejercicios corporales, groseramente chistoso, como<br />

todos los <strong>de</strong> la Lage, en las sobremesas: especie <strong>de</strong> señor feudal acatado en el país, que enseñaba<br />

prácticamente al here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los <strong>Ulloa</strong>s el <strong>de</strong>sprecio <strong>de</strong> la humanidad y el abuso <strong>de</strong> la fuerza. Un<br />

día que tío y sobrino se <strong>de</strong>portaban, según costumbre, a cuatro o seis leguas <strong>de</strong> distancia <strong>de</strong> los<br />

Pazos, habiéndose llevado consigo al criado y al mozo <strong>de</strong> cuadra, a las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y<br />

estando abiertas todas las puertas <strong>de</strong>l caserón solariego, se presentó en él una gavilla <strong>de</strong> veinte<br />

hombres enmascarados o tiznados <strong>de</strong> carbón, que maniató y amordazó a la criada, hizo echarse<br />

boca abajo a fray Venancio, y apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> doña Micaela, le intimó que enseñase el<br />

escondrijo <strong>de</strong> las onzas; y como la señora se negase, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> abofetearla, empezaron a<br />

mecharla con la punta <strong>de</strong> una navaja, mientras unos cuantos proponían que se calentase aceite<br />

para freírle los pies. Así que le acribillaron un brazo y un pecho, pidió compasión y <strong>de</strong>scubrió,<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un arca enorme, el famoso escondrijo, trampa hábilmente disimulada por medio <strong>de</strong> una<br />

tabla igual a las <strong>de</strong>más <strong>de</strong>l piso, pero que subía y bajaba a voluntad. Recogieron los ladrones las<br />

hermosas medallas, apo<strong>de</strong>ráronse también <strong>de</strong> la plata labrada que hallaron a mano, y se retiraron<br />

<strong>de</strong> los Pazos a las seis, antes que anocheciese <strong>de</strong>l todo. Algún labrador o jornalero les vio salir,<br />

pero ¿qué había <strong>de</strong> hacer? Eran veinte, bien armados con escopetas, pistolas y trabucos.<br />

Fray Venancio, que sólo había recibido tal cual puntapié o puñada <strong>de</strong>spreciativa, no necesitó más<br />

pasaporte para irse al otro mundo, <strong>de</strong> puro miedo, en una semana; la señora se apresuró menos,<br />

pero, como suele <strong>de</strong>cirse, no levantó cabeza, y <strong>de</strong> allí a pocos meses una apoplejía serosa le<br />

impidió seguir guardando onzas en un agujero mejor disimulado. Del robo se habló largo tiempo<br />

en el país, y corrieron rumores muy extraños: se afirmó que los criminales no eran bandidos <strong>de</strong><br />

profesión, sino gentes conocidas y acomodadas, alguna <strong>de</strong> las cuales <strong>de</strong>sempeñaba cargo<br />

público, y entre ellas se contaban personas relacionadas <strong>de</strong> antiguo con la familia <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que<br />

por lo tanto estaban al corriente <strong>de</strong> las costumbres <strong>de</strong> la casa, <strong>de</strong> los días en que se quedaba sin<br />

hombres, y <strong>de</strong> la insaciable constancia <strong>de</strong> doña Micaela en recoger y conservar la más valiosa<br />

moneda <strong>de</strong> oro. Fuese lo que fuese, la justicia no <strong>de</strong>scubrió a los autores <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lito, y don Pedro<br />

quedó en breve sin otro pariente que su tío Gabriel. Éste buscó para el sitio <strong>de</strong> fray Venancio a<br />

un sacerdote brusco, gran cazador, incapaz <strong>de</strong> morirse <strong>de</strong> miedo ante los ladrones. Des<strong>de</strong> tiempo<br />

atrás les ayudaba en sus expediciones cinegéticas Primitivo, la mejor escopeta furtiva <strong>de</strong>l país, la<br />

puntería más certera, y el padre <strong>de</strong> la moza más guapa que se encontraba en diez leguas a la<br />

redonda. El fallecimiento <strong>de</strong> doña Micaela permitió que hija y padre se instalasen en los Pazos,<br />

ella a título <strong>de</strong> criada, él a título <strong>de</strong>... montero mayor, diríamos hace siglos; hoy no hay nombre<br />

a<strong>de</strong>cuado para el empleo. Don Gabriel los tenía muy a raya a entrambos, olfateando en Primitivo<br />

un riesgo serio para su influencia; pero tres o cuatro años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su hermana,<br />

don Gabriel sufrió ataques <strong>de</strong> gota que pusieron en peligro su vida, y entonces se divulgó lo que<br />

ya se susurraba acerca <strong>de</strong> su casamiento secreto con la hija <strong>de</strong>l carcelero <strong>de</strong> Cebre. El hidalgo se<br />

trasladó a vivir, mejor dicho a rabiar, en la villita; otorgó testamento legando a tres hijos que<br />

tenía sus bienes y caudal, sin <strong>de</strong>jar al sobrino don Pedro ni el reloj en memoria; y habiéndosele<br />

subido la gota al corazón, entregó su alma a Dios <strong>de</strong> malísima gana, con lo cual hallóse el último<br />

<strong>de</strong> los Moscosos dueño <strong>de</strong> sí por completo.<br />

Gracias a todas estas vicisitu<strong>de</strong>s, socaliñas y pellizcos, la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, a pesar <strong>de</strong> poseer dos o<br />

tres <strong>de</strong>centes núcleos <strong>de</strong> renta, estaba enmarañada y <strong>de</strong>sangrada; era lo que presumía Julián: una<br />

ruina. Dada la complicación <strong>de</strong> red, la subdivisión atomística que caracteriza a la propiedad<br />

gallega, un poco <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuido o mala administración basta para minar los cimientos <strong>de</strong> la más<br />

importante fortuna territorial. La necesidad <strong>de</strong> pagar ciertos censos atrasados y sus intereses<br />

15


había sido causa <strong>de</strong> que la casa se gravase con una hipoteca no muy cuantiosa; pero la hipoteca<br />

es como el cáncer: empieza atacando un punto <strong>de</strong>l organismo y acaba por inficionarlo todo. Con<br />

motivo <strong>de</strong> los susodichos censos, el señorito buscó asiduamente las onzas <strong>de</strong>l nuevo escondrijo<br />

<strong>de</strong> su madre; tiempo perdido: o la señora no había atesorado más <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el robo, o lo había<br />

ocultado tan bien, que no diera con ello el mismo diablo.<br />

La vista <strong>de</strong> tal hipoteca contristó a Julián, pues el buen clérigo empezaba a sentir la adhesión<br />

especial <strong>de</strong> los capellanes por las casas nobles en que entran; pero más le llenó <strong>de</strong> confusión<br />

encontrar entre los papelotes la documentación relativa a un pleitecillo <strong>de</strong> partijas, sostenido por<br />

don Alberto Moscoso, padre <strong>de</strong> don Pedro, con... ¡el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>!<br />

Porque ya es hora <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> auténtico y legal, el que consta en la Guía <strong>de</strong><br />

forasteros, se paseaba tranquilamente en carretela por la Castellana, durante el invierno <strong>de</strong> 1866<br />

a 1867, mientras Julián exterminaba corre<strong>de</strong>ras en el archivo <strong>de</strong> los Pazos. Bien ajeno estaría él<br />

<strong>de</strong> que el título <strong>de</strong> nobleza por cuya carta <strong>de</strong> sucesión había pagado religiosamente su impuesto<br />

<strong>de</strong> lanzas y medias anatas, lo disfrutaba gratis un pariente suyo, en un rincón <strong>de</strong> Galicia. Verdad<br />

que al legítimo marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que era Gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> España <strong>de</strong> primera clase, duque <strong>de</strong> algo,<br />

marqués tres veces y con<strong>de</strong> dos lo menos, nadie le conocía en Madrid sino por el ducado, por<br />

aquello <strong>de</strong> que baza mayor quita menor, aun cuando el título <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, radicado en el claro solar<br />

<strong>de</strong> Cabreira <strong>de</strong> Portugal, pudiese ganar en antigüedad y estimación a los más eminentes. Al pasar<br />

a una rama colateral la hacienda <strong>de</strong> los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, fue el marquesado a don<strong>de</strong> correspondía<br />

por rigurosa agnación; pero los al<strong>de</strong>anos, que no entien<strong>de</strong>n <strong>de</strong> agnaciones, hechos a que los<br />

Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> diesen nombre al título, siguieron llamando marqueses a los dueños <strong>de</strong> la gran<br />

huronera. <strong>Los</strong> señores <strong>de</strong> los Pazos no protestaban: eran marqueses por <strong>de</strong>recho consuetudinario;<br />

y cuando un labrador, en un camino hondo, se <strong>de</strong>scubría respetuosamente ante don Pedro,<br />

murmurando: «Vaya usía muy dichoso, señor marqués», don Pedro sentía un cosquilleo grato en<br />

la epi<strong>de</strong>rmis <strong>de</strong> la vanidad, y contestaba con voz sonora: «Felices tar<strong>de</strong>s.»<br />

- V -<br />

Del famoso arreglo <strong>de</strong>l archivo sacó Julián los pies fríos y la cabeza caliente: él bien quisiera<br />

<strong>de</strong>spabilarse, aplicar prácticamente las nociones adquiridas acerca <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> la casa, para<br />

empezar a ejercer con inteligencia sus funciones <strong>de</strong> administrador, mas no acertaba, no podía; su<br />

inexperiencia en cosas rurales y jurídicas se traslucía a cada paso. Trataba <strong>de</strong> estudiar el<br />

mecanismo interior <strong>de</strong> los Pazos: tomábase el trabajo <strong>de</strong> ir a los establos, a las cuadras, <strong>de</strong><br />

enterarse <strong>de</strong> los cultivos, <strong>de</strong> visitar la granera, el horno, los hórreos, las eras, las bo<strong>de</strong>gas, los<br />

alpendres, cada <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y cada rincón; <strong>de</strong> preguntar para qué servía esto y aquello y lo <strong>de</strong><br />

más allá, y cuánto costaba y a cómo se vendía; labor inútil, pues olfateando por todas partes<br />

abusos y <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes, no conseguía nunca, por su carencia <strong>de</strong> malicia y <strong>de</strong> gramática parda, poner<br />

el <strong>de</strong>do sobre ellos y remediarlos. El señorito no le acompañaba en semejantes excursiones: harto<br />

tenía que hacer con ferias, caza y visitas a gentes <strong>de</strong> Cebre o <strong>de</strong>l señorío montañés, <strong>de</strong> suerte que<br />

el guía <strong>de</strong> Julián era Primitivo. Guía pesimista si los hay. Cada reforma que Julián quería<br />

plantear, la calificaba <strong>de</strong> imposible, encogiéndose <strong>de</strong> hombros; cada superfluidad que intentaba<br />

suprimir, la <strong>de</strong>claraba el cazador indispensable al buen servicio <strong>de</strong> la casa. Ante el celo <strong>de</strong> Julián<br />

surgían montones <strong>de</strong> dificulta<strong>de</strong>s menudas, impidiéndole realizar ninguna modificación útil. Y lo<br />

más alarmante era observar la encubierta, pero real omnipotencia <strong>de</strong> Primitivo. Mozos, colonos,<br />

jornaleros, y hasta el ganado en los establos, parecía estarle supeditado y propicio: el respeto<br />

adulador con que trataban al señorito, el saludo, mitad <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso y mitad indiferente que<br />

dirigían al capellán, se convertían en sumisión absoluta hacia Primitivo, no manifestada por<br />

fórmulas exteriores, sino por el acatamiento instantáneo <strong>de</strong> su voluntad, indicada a veces con<br />

sólo el mirar directo y frío <strong>de</strong> sus ojuelos sin pestañas. Y Julián se sentía humillado en presencia<br />

16


<strong>de</strong> un hombre que mandaba allí como indiscutible autócrata, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su ambiguo puesto <strong>de</strong> criado<br />

con ribetes <strong>de</strong> mayordomo. Sentía pesar sobre su alma la ojeada escrutadora <strong>de</strong> Primitivo que<br />

avizoraba sus menores actos, y estudiaba su rostro, sin duda para averiguar el lado vulnerable <strong>de</strong><br />

aquel presbítero, sobrio, <strong>de</strong>sinteresado, que apartaba los ojos <strong>de</strong> las jornaleras garridas. Tal vez la<br />

filosofía <strong>de</strong> Primitivo era que no hay hombre sin vicio, y no había <strong>de</strong> ser Julián la excepción.<br />

Corría entre tanto el invierno, y el capellán se habituaba a la vida campestre. El aire vivo y puro<br />

le abría el apetito: no sentía ya las efusiones <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción que al principio, y sí una especie <strong>de</strong><br />

caridad humana que le llevaba a interesarse en lo que veía a su alre<strong>de</strong>dor, especialmente los<br />

niños y los irracionales, con quienes <strong>de</strong>sahogaba su instintiva ternura. Aumentábase su<br />

compasión hacia Perucho, el rapaz embriagado por su propio abuelo; le dolía verle revolcarse<br />

constantemente en el lodo <strong>de</strong>l patio, pasarse el día hundido en el estiércol <strong>de</strong> las cuadras, jugando<br />

con los becerros, mamando <strong>de</strong>l pezón <strong>de</strong> las vacas leche caliente o durmiendo en el pesebre,<br />

entre la hierba <strong>de</strong>stinada al pienso <strong>de</strong> la borrica; y <strong>de</strong>terminó consagrar algunas horas <strong>de</strong> las<br />

largas noches <strong>de</strong> invierno a enseñar al chiquillo el abecedario, la doctrina y los números. Para<br />

realizarlo se acomodaba en la vasta mesa, no lejos <strong>de</strong>l fuego <strong>de</strong>l hogar, cebado por Sabel con<br />

gruesos troncos; y cogiendo al niño en sus rodillas, a la luz <strong>de</strong>l triple mechero <strong>de</strong>l velón, le iba<br />

guiando pacientemente el <strong>de</strong>do sobre el silabario, repitiendo la monótona salmodia por don<strong>de</strong><br />

empieza el saber: be-a bá, be-e bé, be-i bí... El chico se <strong>de</strong>shacía en bostezos enormes, en muecas<br />

risibles, en momos <strong>de</strong> llanto, en chillidos <strong>de</strong> estornino preso; se acorazaba, se <strong>de</strong>fendía contra la<br />

ciencia <strong>de</strong> todas las maneras imaginables, pateando, gruñendo, escondiendo la cara,<br />

escurriéndose, al menor <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong>l profesor, para ocultarse en cualquier rincón o volverse al<br />

tibio abrigo <strong>de</strong>l establo.<br />

En aquel tiempo frío, la cocina se convertía en tertulia, casi exclusivamente compuesta <strong>de</strong><br />

mujeres. Descalzas y pisando <strong>de</strong> lado, como recelosas, iban entrando algunas, con la cabeza<br />

resguardada por una especie <strong>de</strong> mandilón <strong>de</strong> picote; muchas gemían <strong>de</strong> gusto al acercarse a la<br />

<strong>de</strong>leitable llama; otras, tomando <strong>de</strong> la cintura el huso y el copo <strong>de</strong> lino, hilaban <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

haberse calentado las manos, o sacando <strong>de</strong>l bolsillo castañas, las ponían a asar entre el rescoldo;<br />

y todas, empezando por cuchichear bajito, acababan por charlotear como urracas. Era Sabel la<br />

reina <strong>de</strong> aquella pequeña corte: sofocada por la llama, con los brazos arremangados, los ojos<br />

húmedos, recibía el incienso <strong>de</strong> las adulaciones, hundía el cucharón <strong>de</strong> hierro en el pote, llenaba<br />

cuencos <strong>de</strong> caldo, y al punto una mujer <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong>l círculo, refugiábase en la esquina o en un<br />

banco, don<strong>de</strong> se la oía mascar ansiosamente, soplar el hirviente bodrio y lengüetear contra la<br />

cuchara. Noches había en que no se daba la moza punto <strong>de</strong> reposo en colmar tazas, ni las mujeres<br />

en entrar, comer y marcharse para <strong>de</strong>jar a otras el sitio: allí <strong>de</strong>sfilaba sin duda, como en mesón<br />

barato, la parroquia entera. Al salir cogían aparte a Sabel, y si el capellán no estuviese tan<br />

distraído con su rebel<strong>de</strong> alumno, vería algún trozo <strong>de</strong> tocino, pan o lacón rápidamente escondido<br />

en un justillo, o algún chorizo cortado con prontitud <strong>de</strong> las ristras pendientes en la chimenea, que<br />

no menos velozmente pasaba a las faltriqueras. La última tertuliana que se quedaba, la que<br />

secreteaba más tiempo y más íntimamente con Sabel, era la vieja <strong>de</strong> las greñas <strong>de</strong> estopa,<br />

entrevista por Julián la noche <strong>de</strong> su llegada a los Pazos. Era imponente la fealdad <strong>de</strong> la bruja:<br />

tenía las cejas canas, y, <strong>de</strong> perfil, le sobresalían, como también las cerdas <strong>de</strong> un lunar; el fuego<br />

hacía resaltar la blancura <strong>de</strong>l pelo, el color atezado <strong>de</strong>l rostro, y el enorme bocio o papera que<br />

<strong>de</strong>formaba su garganta <strong>de</strong>l modo más repulsivo. Mientras hablaba con la frescachona Sabel, la<br />

fantasía <strong>de</strong> un artista podía evocar los cuadros <strong>de</strong> tentaciones <strong>de</strong> San Antonio en que aparecen<br />

juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual, con pezuña <strong>de</strong> cabra.<br />

Sin explicarse el porqué, empezó a <strong>de</strong>sagradar a Julián la tertulia y las familiarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Sabel,<br />

que se le arrimaba continuamente, a pretexto <strong>de</strong> buscar en el cajón <strong>de</strong> la mesa un cuchillo, una<br />

taza, cualquier objeto indispensable. Cuando la al<strong>de</strong>ana fijaba en él sus ojos azules, anegados en<br />

caliente humedad, el capellán experimentaba malestar violento, comparable sólo al que le<br />

causaban los <strong>de</strong> Primitivo, que a menudo sorprendía clavados a hurtadillas en su rostro.<br />

17


Ignorando en qué fundar sus recelos, creía Julián que meditaban alguna asechanza. Era<br />

Primitivo, salvo tal cual momentáneo acceso <strong>de</strong> brusca y selvática alegría, hombre taciturno, a<br />

cuya faz <strong>de</strong> bronce asomaban rara vez los sentimientos; y con todo eso, Julián se juzgaba blanco<br />

<strong>de</strong> hostilidad encubierta por parte <strong>de</strong>l cazador; en rigor, ni hostilidad podía llamarse; más bien<br />

tenía algo <strong>de</strong> observación y acecho, la espera tranquila <strong>de</strong> una res, a quien, sin odiarla, se <strong>de</strong>sea<br />

cazar cuanto antes. Semejante actitud no podía <strong>de</strong>finirse, ni expresarse apenas. Julián se refugió<br />

en su cuarto, adon<strong>de</strong> hizo subir, medio arrastro, al niño, para la lección acostumbrada. Así como<br />

así, el invierno había pasado, y el calor <strong>de</strong> la lareira no era apetecible ya.<br />

En su habitación pudo el capellán notar mejor que en la cocina la escandalosa suciedad <strong>de</strong>l<br />

angelote. Media pulgada <strong>de</strong> roña le cubría la piel; y en cuanto al cabello, dormían en él capas<br />

geológicas, estratificaciones en que entraba tierra, guijarros menudos, toda suerte <strong>de</strong> cuerpos<br />

extraños. Julián cogió a viva fuerza al niño, lo arrastró hacia la palangana, que ya tenía bien<br />

abastecida <strong>de</strong> jarras, toallas y jabón. Empezó a frotar. ¡María Santísima y qué primer agua la que<br />

salió <strong>de</strong> aquella empecatada carita! Lejía pura, <strong>de</strong> la más turbia y espesa. Para el pelo fue preciso<br />

emplear aceite, pomada, agua a chorros, un batidor <strong>de</strong> gruesas púas que <strong>de</strong>sbrozase la virgen<br />

selva. Al paso que a<strong>de</strong>lantaba la faena, iban saliendo a luz las bellísimas facciones, dignas <strong>de</strong>l<br />

cincel antiguo, coloreadas con la pátina <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong>l aire; y los bucles, libres <strong>de</strong> estorbos, se<br />

colocaban artísticamente como en una testa <strong>de</strong> Cupido, y <strong>de</strong>scubrían su matiz castaño dorado,<br />

que acababa <strong>de</strong> entonar la figura. ¡Era pasmoso lo bonito que había hecho Dios a aquel muñeco!<br />

Todos los días, que gritase o que se resignase el chiquillo, Julián lo lavaba así antes <strong>de</strong> la lección.<br />

Por aquel respeto que profesaba a la carne humana no se atrevía a bañarle el cuerpo, medida bien<br />

necesaria en verdad. Pero con los lavatorios y el carácter bondadoso <strong>de</strong> Julián, el diablillo iba<br />

tomándose <strong>de</strong>masiadas confianzas, y no <strong>de</strong>jaba cosa a vida en el cuarto. Su <strong>de</strong>saplicación, mayor<br />

a cada instante, <strong>de</strong>sesperaba al pobre presbítero: la tinta le servía a Perucho para meter en ella la<br />

mano toda y plantarla <strong>de</strong>spués sobre el silabario; la pluma, para arrancarle las barbas y romperle<br />

el pico cazando moscas en los vidrios; el papel, para rasgarlo en tiritas o hacer con él<br />

cucuruchos; las arenillas, para volcarlas sobre la mesa y figurar con ellas montes y collados,<br />

don<strong>de</strong> se complacía en producir cataclismos hundiendo el <strong>de</strong>do <strong>de</strong> golpe. A<strong>de</strong>más, revolvía la<br />

cómoda <strong>de</strong> Julián, <strong>de</strong>shacía la cama brincando encima, y un día llegó al extremo <strong>de</strong> pren<strong>de</strong>r<br />

fuego a las botas <strong>de</strong> su profesor, llenándolas <strong>de</strong> fósforos encendidos.<br />

Bien aguantaría Julián estas diabluras con la esperanza <strong>de</strong> sacar algo en limpio <strong>de</strong> semejante<br />

hereje; pero se complicaron con otra cosa bastante más <strong>de</strong>sagradable: las idas y venidas<br />

frecuentes <strong>de</strong> Sabel por su habitación. Siempre encontraba la moza algún pretexto para subir: que<br />

se le había olvidado recoger el servicio <strong>de</strong>l chocolate; que se le había esquecido mudar la toalla.<br />

Y se endiosaba, y tardaba un buen rato en bajar, entreteniéndose en arreglar cosas que no estaban<br />

revueltas, o poniéndose <strong>de</strong> pechos en la ventana, muy risueña y campechanota, alar<strong>de</strong>ando <strong>de</strong><br />

una confianza que Julián, cada día más reservado, no autorizaba en modo alguno.<br />

Una mañana entró Sabel a la hora <strong>de</strong> costumbre con las jarras <strong>de</strong> agua para las abluciones <strong>de</strong>l<br />

presbítero, que, al recibirlas, no pudo menos <strong>de</strong> reparar, en una rápida ojeada, cómo la moza<br />

venía en justillo y enaguas, con la camisa entreabierta, el pelo <strong>de</strong>strenzado y <strong>de</strong>scalzos un pie y<br />

pierna blanquísimos, pues Sabel, que se calzaba siempre y no hacía más que la labor <strong>de</strong> cocina y<br />

ésa con mucha ayuda <strong>de</strong> criadas <strong>de</strong> campo y comadres, no tenía la piel curtida, ni <strong>de</strong>formados los<br />

miembros. Julián retrocedió, y la jarra tembló en su mano, vertiéndose un chorro <strong>de</strong> agua por el<br />

piso.<br />

- Cúbrase usted, mujer - murmuró con voz sofocada por la vergüenza -. No me traiga nunca el<br />

agua cuando esté así... no es modo <strong>de</strong> presentarse a la gente.<br />

- Me estaba peinando y pensé que me llamaba... - respondió ella sin alterarse, sin cruzar siquiera<br />

las palmas sobre el escote.<br />

- Aunque la llamase no era regular venir en ese traje... Otra vez que se esté peinando que me<br />

suba el agua Cristobo o la chica <strong>de</strong>l ganado... o cualquiera...<br />

18


Y al pronunciar estas palabras, volvíase <strong>de</strong> espaldas para no ver más a Sabel, que se retiraba<br />

lentamente.<br />

Des<strong>de</strong> aquel punto y hora, Julián se <strong>de</strong>svió <strong>de</strong> la muchacha como <strong>de</strong> un animal dañino e<br />

impúdico; no obstante, aún le parecía poco caritativo atribuir a malos fines su <strong>de</strong>saliño<br />

in<strong>de</strong>coroso, prefiriendo achacarlo a ignorancia y ru<strong>de</strong>za. Pero ella se había propuesto <strong>de</strong>mostrar<br />

lo contrario. Poco tiempo iba transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la severa reprimenda, cuando una tar<strong>de</strong>,<br />

mientras Julián leía tranquilamente la Guía <strong>de</strong> Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin<br />

levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída <strong>de</strong><br />

persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, <strong>de</strong>spidiendo lastimeros ayes<br />

y hondos suspiros. Se quejaba <strong>de</strong> una aflicción, una cosa repentina, y Julián, turbado pero<br />

compa<strong>de</strong>cido, acudió a empapar una toalla para hume<strong>de</strong>cerle las sienes, y a fin <strong>de</strong> ejecutarlo se<br />

acercó a la acongojada enferma. Apenas se inclinó hacia ella, pudo -a pesar <strong>de</strong> su poca<br />

experiencia y ninguna malicia- convencerse <strong>de</strong> que el supuesto ataque no era sino bellaquería<br />

grandísima y sinvergüenza calificada. Una ola <strong>de</strong> sangre encendió a Julián hasta el cogote: sintió<br />

la cólera repentina, ciega, que rarísima vez fustigaba su linfa, y señalando a la puerta, exclamó:<br />

- Se me va usted <strong>de</strong> aquí ahora mismo o la echo a empellones..., ¿entien<strong>de</strong> usted? No me vuelve<br />

usted a cruzar esa puerta... Todo, todo lo que necesite, me lo traerá Cristobo... ¡Largo<br />

inmediatamente!<br />

Retiróse la moza cabizbaja y mohína, como quien acaba <strong>de</strong> sufrir pesado chasco. Julián, por su<br />

parte, quedó tembloroso, agitado, <strong>de</strong>scontento <strong>de</strong> sí mismo, cual suelen los pacíficos cuando<br />

ce<strong>de</strong>n a un arrebato <strong>de</strong> ira: hasta sentía dolor físico, en el epigastrio. A no dudarlo, se había<br />

excedido; <strong>de</strong>bió dirigir a aquella mujer una exhortación fervorosa, en vez <strong>de</strong> palabras <strong>de</strong><br />

menosprecio. Su obligación <strong>de</strong> sacerdote era enseñar, corregir, perdonar, no pisotear a la gente<br />

como a los bichos <strong>de</strong>l archivo. Al cabo Sabel tenía un alma, redimida por la sangre <strong>de</strong> Cristo<br />

igual que otra cualquiera. Pero ¿quién reflexiona, quién se mo<strong>de</strong>ra ante tal <strong>de</strong>scaro? Hay un<br />

movimiento que llaman los escolásticos primo primis fatal e inevitable. Así se consolaba el<br />

capellán. De todos modos, era triste cosa tener que vivir con aquella mala hembra, no más púdica<br />

que las vacas. ¿Cómo podía haber mujeres así? Julián recordaba a su madre, tan modosa,<br />

siempre con los ojos bajos y la voz almibarada y suave, con su casabé abrochado hasta la nuez,<br />

sobre el cual, para mayor recato, caía liso, sin arrugas, un pañuelito <strong>de</strong> seda negra. ¡Qué mujeres!<br />

¡Qué mujeres se encuentran por el mundo!<br />

Des<strong>de</strong> el funesto lance tuvo Julián que barrerse el cuarto y subirse el agua, porque ni Cristobo ni<br />

las criadas hicieron caso <strong>de</strong> sus ór<strong>de</strong>nes, y a Sabel no quería verle ni la sombra en la puerta. Lo<br />

que más extrañeza y susto le causó fue observar que Primitivo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l suceso, no se<br />

recataba ya para mirarle con fijeza terrible, midiéndole con una ojeada que equivalía a una<br />

<strong>de</strong>claración <strong>de</strong> guerra. Julián no podía dudar que estorbaba en los Pazos: ¿por qué? A veces<br />

meditaba en ello interrumpiendo la lectura <strong>de</strong> Fray Luis <strong>de</strong> Granada y <strong>de</strong> los seis libros <strong>de</strong> San<br />

Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio; pero al poco rato, <strong>de</strong>scorazonado por tanta mezquina<br />

contrariedad, <strong>de</strong>sesperando <strong>de</strong> ser útil jamás a la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, se enfrascaba nuevamente en sus<br />

páginas místicas.<br />

- VI -<br />

De los párrocos <strong>de</strong> las inmediaciones, con ninguno había hecho Julián tan buenas migas como<br />

con don Eugenio, el <strong>de</strong> Naya. El abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, al cual veía con más frecuencia, no le era<br />

simpático, por su <strong>de</strong>smedida afición al jarro y a la escopeta; y al abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, en cambio, le<br />

exasperaba Julián, a quien solía apodar mariquita; porque para el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, la última <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong>gradaciones en que podía caer un hombre era beber agua, lavarse con jabón <strong>de</strong> olor y cortarse<br />

19


las uñas: tratándose <strong>de</strong> un sacerdote, el abad ponía estos <strong>de</strong>litos en parangón con la simonía.<br />

«Afeminaciones, afeminaciones», gruñía entre dientes, convencidísimo <strong>de</strong> que la virtud en el<br />

sacerdote, para ser <strong>de</strong> ley, ha <strong>de</strong> presentarse bronca, montuna y cerril; aparte <strong>de</strong> que un clérigo no<br />

pier<strong>de</strong>, ipso facto, los fueros <strong>de</strong> hombre, y el hombre <strong>de</strong>be oler a bravío <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una legua. Con los<br />

<strong>de</strong>más curas <strong>de</strong> las parroquias cercanas tampoco frisaba mucho Julián; así es que, convidado a<br />

las funciones <strong>de</strong> iglesia, acostumbraba retirarse tan pronto como se acababan las ceremonias, sin<br />

aceptar jamás la comida que era su complemento indispensable. Pero cuando don Eugenio le<br />

invitó con alegre cordialidad a pasar en Naya el día <strong>de</strong>l patrón, aceptó <strong>de</strong> buen grado,<br />

comprometiéndose a no faltarle.<br />

Según lo convenido, subió a Naya la víspera, rehusando la montura que le ofrecía don Pedro.<br />

¡Para legua y media escasa! ¡Y con una tar<strong>de</strong> hermosísima! Apoyándose en un palo, dando<br />

tiempo a que anocheciese, <strong>de</strong>teniéndose a cada rato para recrearse mirando el paisaje, no tardó<br />

mucho en llegar al cerro que domina el caserío <strong>de</strong> Naya, tan oportunamente que vino a caer en<br />

medio <strong>de</strong>l baile que, al son <strong>de</strong> la gaita, bombo y tamboril, a la luz <strong>de</strong> los fachones <strong>de</strong> paja <strong>de</strong><br />

centeno encendidos y agitados alegremente, preludiaba a los regocijos patronales. Poco tardaron<br />

los bailarines en bajar hacia la rectoral, cantando y atruxando como locos, y con ellos <strong>de</strong>scendió<br />

Julián.<br />

El cura esperaba en la portalada misma: recogidas las mangas <strong>de</strong> su chaqueta, levantaba en alto<br />

un jarro <strong>de</strong> vino, y la criada sostenía la ban<strong>de</strong>ja con vasos. Detúvose el grupo; el gaitero, vestido<br />

<strong>de</strong> pana azul, en actitud <strong>de</strong> cansancio, <strong>de</strong>jando <strong>de</strong>sinflarse la gaita, cuyo punteiro caía sobre los<br />

rojos flecos <strong>de</strong>l roncón, se limpiaba la frente sudorosa con un pañuelo <strong>de</strong> seda, y los reflejos <strong>de</strong><br />

la paja ardiendo y <strong>de</strong> las luces que alumbraban la casa <strong>de</strong>l cura permitían distinguir su cara<br />

guapota, <strong>de</strong> correctas facciones, realzada por arrogantes patillas castañas. Cuando le sirvieron el<br />

vino, el rústico artista dijo cortésmente: «¡A la salud <strong>de</strong>l señor aba<strong>de</strong> y la compaña!» y, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> echárselo al coleto, aún murmuró con mucha política, pasándose el revés <strong>de</strong> la mano por la<br />

boca: «De hoy en veinte años, señor aba<strong>de</strong>.» Las libaciones consecutivas no fueron acompañadas<br />

<strong>de</strong> más fórmulas <strong>de</strong> atención.<br />

Disfrutaba el párroco <strong>de</strong> Naya <strong>de</strong> una rectoral espaciosa, alborozada a la sazón con los<br />

preparativos <strong>de</strong> la fiesta y asistía impávido a los preliminares <strong>de</strong>l saco y ruina <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spensa,<br />

bo<strong>de</strong>ga, leñera y huerto. Era don Eugenio joven y alegre como unas pascuas, y su condición, más<br />

que <strong>de</strong> padre <strong>de</strong> almas, <strong>de</strong> pilluelo revoltoso y ladino; pero bajo la corteza infantil se escondía<br />

singular don <strong>de</strong> gentes y conocimiento <strong>de</strong> la vida práctica. Sociable y tolerante, había logrado no<br />

tener un solo enemigo entre sus compañeros. Le conceptuaban un rapaz inofensivo.<br />

Tras el pocillo <strong>de</strong> aromoso chocolate, dio a Julián la mejor cama y habitación que poseía, y le<br />

<strong>de</strong>spertó cuando la gaita floreaba la alborada, rayando ésta apenas en los cielos. Fueron juntos<br />

los dos clérigos a revisar el <strong>de</strong>corado <strong>de</strong> los altares, compuestos ya para la misa solemne. Julián<br />

pasaba la revista con especial <strong>de</strong>voción, puesto que el patrón <strong>de</strong> Naya era el suyo mismo, el<br />

bienaventurado San Julián, que allí estaba en el altar mayor con su carita inocentona, su estática<br />

sonrisilla, su chupa y calzón corto, su paloma blanca en la diestra, y la siniestra <strong>de</strong>licadamente<br />

apoyada en la chorrera <strong>de</strong> la camisola. La imagen mo<strong>de</strong>sta, la iglesia <strong>de</strong>smantelada y sin más<br />

adorno que algún rizado cirio y humil<strong>de</strong>s flores al<strong>de</strong>anas puestas en toscos cacharros <strong>de</strong> loza,<br />

todo excitaba en Julián tierna piedad, la efusión que le hacía tanto provecho, ablandándole y<br />

<strong>de</strong>sentumeciéndole el espíritu. Iban llegando ya los curas <strong>de</strong> las inmediaciones, y en el atrio,<br />

tapizado <strong>de</strong> hierba, se oía al gaitero templar prolijamente el instrumento, mientras en la iglesia el<br />

hinojo, esparcido por las losas y pisado por los que iban entrando, <strong>de</strong>spedía olor campestre y<br />

fresquísimo. La procesión se organizaba; San Julián había <strong>de</strong>scendido <strong>de</strong>l altar mayor; la cruz y<br />

los estandartes oscilaban sobre el remolino <strong>de</strong> gentes amontonadas ya en la estrecha nave, y los<br />

mozos, vestidos <strong>de</strong> fiesta, con su pañuelo <strong>de</strong> seda en la cabeza en forma <strong>de</strong> burelete, se ofrecían a<br />

llevar las insignias sacras. Después <strong>de</strong> dar dos vueltas por el atrio y <strong>de</strong> <strong>de</strong>tenerse breves instantes<br />

frente al crucero, el santo volvió a entrar en la iglesia, y fue pujado, con sus andas, a una mesilla<br />

20


al lado <strong>de</strong>l altar mayor muy engalanada, y cubierta con antigua colcha <strong>de</strong> damasco carmesí. La<br />

misa empezó, regocijada y rústica, en armonía con los <strong>de</strong>más festejos. Más <strong>de</strong> una docena <strong>de</strong><br />

curas la cantaban a voz en cuello, y el <strong>de</strong>svencijado incensario iba y venía, con retintín <strong>de</strong><br />

ca<strong>de</strong>nillas viejas, soltando un humo espeso y aromático, entre cuya envoltura algodonosa parecía<br />

suavizarse el <strong>de</strong>sentono <strong>de</strong>l introito, la aspereza <strong>de</strong> las broncas laringes eclesiásticas. El gaitero,<br />

prodigando todos sus recursos artísticos, acompañaba con el punteiro <strong>de</strong>smangado <strong>de</strong> la gaita y<br />

haciendo oficios <strong>de</strong> clarinete. Cuando tenía que sonar entera la orquesta, mangaba otra vez el<br />

punteiro en el fol; así podía acompañar la elevación <strong>de</strong> la hostia con una solemne marcha real, y<br />

el postcomunio con una muñeira <strong>de</strong> las más recientes y brincadoras, que, ya terminada la misa,<br />

repetía en el vestíbulo, don<strong>de</strong> tandas <strong>de</strong> mozos y mozas se <strong>de</strong>squitaban, bailando a su sabor, <strong>de</strong> la<br />

compostura guardada por espacio <strong>de</strong> una hora en la iglesia. Y el baile en el atrio lleno <strong>de</strong> luz, el<br />

templo sembrado <strong>de</strong> hojas <strong>de</strong> hinojos y espadaña que magullaron los pisotones, alumbrado, más<br />

que por los cirios, por el sol que puerta y ventanas <strong>de</strong>jaban entrar a torrentes, los curas ja<strong>de</strong>antes,<br />

pero satisfechos y habladores, el santo tan currutaco y lindo, muy risueño en sus andas, con una<br />

pierna casi en el aire para empezar un minueto y la cándida palomita pronta a abrir las alas, todo<br />

era alegre, terrenal, nada inspiraba la augusta melancolía que suele imperar en las ceremonias<br />

religiosas. Julián se sentía tan muchacho y contento como el santo bendito, y salía ya a gozar el<br />

aire libre, acompañado <strong>de</strong> don Eugenio, cuando en el corro <strong>de</strong> los bailadores distinguió a Sabel,<br />

lujosamente vestida <strong>de</strong> domingo, girando con las <strong>de</strong>más mozas, al compás <strong>de</strong> la gaita. Esta vista<br />

le aguó un tanto la fiesta.<br />

Era a semejante hora la rectoral <strong>de</strong> Naya un infierno culinario, si es que los hay. Allí se reunían<br />

una tía y dos primas <strong>de</strong> don Eugenio -a quienes por ser muchachas y frescas no quería el párroco<br />

tener consigo a diario en la rectoral -; el ama, viejecilla llorona, estorbosa e inútil, que andaba<br />

dando vueltas como un palomino atontado, y otra ama bien distinta, <strong>de</strong> rompe y rasga, la <strong>de</strong>l cura<br />

<strong>de</strong> Cebre, que en sus moceda<strong>de</strong>s había servido a un canónigo compostelano, y era célebre en el<br />

país por su <strong>de</strong>streza en batir mantequillas y asar capones. Esta fornida guisan<strong>de</strong>ra, un tanto<br />

bigotuda, alta <strong>de</strong> pecho y <strong>de</strong> a<strong>de</strong>mán brioso, había vuelto la casa <strong>de</strong> arriba abajo en pocas horas,<br />

barriéndola <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la víspera a gran<strong>de</strong>s y furibundos escobazos, retirando al <strong>de</strong>sván los trastos<br />

viejos, empezando a poner en marcha el formidable ejército <strong>de</strong> guisos, echando a remojo los<br />

lacones y garbanzos, y revistando, con rápida ojeada <strong>de</strong> general en jefe, la hidrópica <strong>de</strong>spensa,<br />

atestada <strong>de</strong> dádivas <strong>de</strong> feligreses; cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas <strong>de</strong> vino,<br />

manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas. Conocido ya el estado <strong>de</strong> las<br />

provisiones, or<strong>de</strong>nó las maniobras <strong>de</strong>l ejército: las viejas se <strong>de</strong>dicaron a <strong>de</strong>splumar aves, las<br />

mozas a fregar y <strong>de</strong>jar como el oro peroles, cazos y sartenes, y un par <strong>de</strong> mozancones <strong>de</strong> la al<strong>de</strong>a,<br />

uno <strong>de</strong> ellos idiota <strong>de</strong> oficio, a <strong>de</strong>sollar reses y limpiar piezas <strong>de</strong> caza.<br />

Si se encontrase allí algún maestro <strong>de</strong> la escuela pictórica flamenca, <strong>de</strong> los que han <strong>de</strong>rramado la<br />

poesía <strong>de</strong>l arte sobre la prosa <strong>de</strong> la vida doméstica y material, ¡con cuánto placer vería el<br />

espectáculo <strong>de</strong> la gran cocina, la hermosa actividad <strong>de</strong>l fuego <strong>de</strong> leña que acariciaba la panza<br />

reluciente <strong>de</strong> los peroles, los gruesos brazos <strong>de</strong>l ama confundidos con la carne no menos rolliza y<br />

sanguínea <strong>de</strong>l asado que a<strong>de</strong>rezaba, las rojas mejillas <strong>de</strong> las muchachas entretenidas en retozar<br />

con el idiota, como ninfas con un sátiro atado, arrojándole entre el cuero y la camisa puñados <strong>de</strong><br />

arroz y cucuruchos <strong>de</strong> pimiento! Y momentos <strong>de</strong>spués, cuando el gaitero y los <strong>de</strong>más músicos<br />

vinieron a reclamar su parva o <strong>de</strong>sayuno, el guiso <strong>de</strong> intestinos <strong>de</strong> castrón, hígado y bofes,<br />

llamado en el país mataburrillo, ¡cuán digna <strong>de</strong> su pincel encontraría la escena <strong>de</strong> rozagante<br />

apetito, <strong>de</strong> expansión <strong>de</strong>l estómago, <strong>de</strong> carrillos hinchados y tragos <strong>de</strong> mosto <strong>de</strong>spabilados al<br />

vuelo, que allí se representó entre bromas y risotadas!<br />

¿Y qué valía todo ello en comparación <strong>de</strong>l festín homérico preparado en la sala <strong>de</strong> la rectoral?<br />

Media docena <strong>de</strong> tablas tendidas sobre otros tantos cestos, ayudaban a ensanchar la mesa<br />

cuotidiana; por encima dos limpios manteles <strong>de</strong> lamanisco sostenían gran<strong>de</strong>s jarros rebosando<br />

tinto añejo; y haciéndoles frente, en una esquina <strong>de</strong>l aposento, esperaban turno ventrudas ollas<br />

21


henchidas <strong>de</strong>l mismo líquido. La vajilla era mezclada, y entre el estaño y barro vidriado<br />

<strong>de</strong>scollaba algún talavera legítimo, capaz <strong>de</strong> volver loco a un coleccionista, <strong>de</strong> los muchos que<br />

ahora se consagran a la arcana ciencia <strong>de</strong> los pucheros. Ante la mesa y sus apéndices, no sin mil<br />

cumplimientos y ceremonias, fueron tomando asiento los padres curas, porfiando bastante para<br />

ce<strong>de</strong>r los asientos <strong>de</strong> preferencia, que al cabo tocaron al obeso Arcipreste <strong>de</strong> Loiro - la persona<br />

más respetable en años y dignidad <strong>de</strong> todo el clero circunvecino, que no había asistido a la<br />

ceremonia por no ahogarse con las apreturas <strong>de</strong>l gentío en la misa -, y a Julián, en quien don<br />

Eugenio honraba a la ilustre casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Sentóse Julián avergonzado, y su confusión subió <strong>de</strong> punto durante la comida. Por ser nuevo en<br />

el país y haber rehusado siempre quedarse a comer en las fiestas, era blanco <strong>de</strong> todas las miradas.<br />

Y la mesa estaba imponente. La ro<strong>de</strong>aban unos quince curas y sobre ocho seglares, entre ellos el<br />

médico, notario y juez <strong>de</strong> Cebre, el señorito <strong>de</strong> Limioso, el sobrino <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> Boán, y el<br />

famosísimo cacique conocido por el apodo <strong>de</strong> Barbacana, que apoyándose en el partido<br />

mo<strong>de</strong>rado a la sazón en el po<strong>de</strong>r, imperaba en el distrito y llevaba casi anulada la influencia <strong>de</strong> su<br />

rival el cacique Trampeta, protegido por los unionistas y mal visto por el clero. En suma, allí se<br />

juntaba lo más granado <strong>de</strong> la comarca, faltando sólo el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que vendría <strong>de</strong> fijo a<br />

los postres. La monumental sopa <strong>de</strong> pan rehogada en grasa, con chorizo, garbanzos y huevos<br />

cocidos cortados en ruedas, circulaba ya en gigantescos tarterones, y se comía en silencio,<br />

jugando bien las quijadas. De vez en cuando se atrevía algún cura a soltar frases <strong>de</strong> encomio a la<br />

habilidad <strong>de</strong> la guisan<strong>de</strong>ra; y el anfitrión, observando con disimulo quiénes <strong>de</strong> los convidados<br />

andaban remisos en mascar, les instaba a que se animasen, afirmando que era preciso<br />

aprovecharse <strong>de</strong> la sopa y <strong>de</strong>l cocido, pues apenas había otra cosa. Creyéndolo así Julián, y no<br />

pareciéndole cortés <strong>de</strong>sairar a su huésped, cargó la mano en la sopa y el cocido. Gran<strong>de</strong> fue su<br />

terror cuando empezó a <strong>de</strong>sfilar interminable serie <strong>de</strong> platos, los veintiséis tradicionales en la<br />

comida <strong>de</strong>l patrón <strong>de</strong> Naya, no la más abundante que se servía en el arciprestazgo, pues Loiro se<br />

le aventajaba mucho.<br />

Para llegar al número prefijado, no había recurrido la guisan<strong>de</strong>ra a los artificios con que la cocina<br />

francesa disfraza los manjares bautizándolos con nombres nuevos o adornándolos con arambeles<br />

y engañifas. No, señor: en aquellas regiones vírgenes no se conocía, loado sea Dios, ninguna<br />

salsa o pebre <strong>de</strong> origen gabacho, y todo era neto, varonil y clásico como la olla. ¿Veintiséis<br />

platos? Pronto se hace la lista: pollos asados, fritos, en pepitoria, estofados, con guisantes, con<br />

cebollas, con patatas y con huevos; aplíquese el mismo sistema a la carne, al puerco, al pescado<br />

y al cabrito. Así, sin calentarse los cascos, presenta cualquiera veintiséis variados manjares.<br />

¡Y cómo se burlaría la guisan<strong>de</strong>ra si por arte <strong>de</strong> magia apareciese allí un cocinero francés<br />

empeñado en redactar un menú, en reducirse a cuatro o seis principios, en alternar los fuertes con<br />

los ligeros y en conce<strong>de</strong>r honroso puesto a la legumbre! ¡Legumbres a mí!, diría el ama <strong>de</strong>l cura<br />

<strong>de</strong> Cebre, riéndose con toda su alma y todas sus ca<strong>de</strong>ras también. ¡Legumbres el día <strong>de</strong>l patrón!<br />

Son buenas para los cerdos.<br />

Ahíto y mareado, Julián no tenía fuerzas sino para rechazar con la mano las fuentes que no<br />

cesaban <strong>de</strong> circular pasándoselas los convidados unos a otros: a bien que ya le observaban<br />

menos, pues la conversación se calentaba. El médico <strong>de</strong> Cebre, atrabiliario, magro y disputador;<br />

el notario, coloradote y barbudo, osaban <strong>de</strong>cir chistes, referir anécdotas; el sobrino <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong><br />

Boán, estudiante <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho, muy enamorado <strong>de</strong> condición, hablaba <strong>de</strong> mujeres, pon<strong>de</strong>raba la<br />

gracia <strong>de</strong> las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong> y la lozanía <strong>de</strong> una pana<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Cebre, muy nombrada en el<br />

país; los curas al pronto no tomaron parte, y como Julián bajase la vista, algunos comensales,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> observarle <strong>de</strong> reojo, se hicieron los <strong>de</strong>sentendidos. Mas duró poco la reserva; al ir<br />

vaciándose los jarros y <strong>de</strong>socupándose las fuentes, nadie quiso estar callado y empezaron las<br />

bromas a echar chispas.<br />

Máximo Juncal, el médico, recién salido <strong>de</strong> las aulas compostelanas, soltó varias puntadas sobre<br />

política, y también malignas pullas referentes al grave escándalo que a la sazón traía muy<br />

22


preocupados a los revolucionarios <strong>de</strong> provincia: Sor Patrocinio, sus manejos, su influencia en<br />

Palacio. Alborotáronse dos o tres curas; y el cacique Barbacana, con suma gravedad, volviendo<br />

hacia Juncal su barba florida y luenga, díjole <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente una verdad como un templo: que<br />

«muchos hablaban <strong>de</strong> lo que no entendían», a lo cual el médico replicó, vertiendo bilis por ojos y<br />

labios, «que pronto iba a llegar el día <strong>de</strong> la gran barredura, que luego se armaría el tiberio <strong>de</strong>l<br />

siglo, y que los neos irían a contarlo a casa <strong>de</strong> su padre Judas Iscariote.»<br />

Afortunadamente profirió estos tremendos vaticinios a tiempo que la mayor parte <strong>de</strong> los párrocos<br />

se hallaban enzarzados en la discusión teológica, indispensable complemento <strong>de</strong> todo convite<br />

patronal. Liados en ella, no prestó atención a lo que el médico <strong>de</strong>cía ninguno <strong>de</strong> los que podían<br />

volvérselas al cuerpo: ni el bronco abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, ni el belicoso <strong>de</strong> Boán, ni el Arcipreste, que<br />

siendo más sordo que una tapia, resolvía las discusiones políticas a gritos, alzando el índice <strong>de</strong> la<br />

mano <strong>de</strong>recha como para invocar la cólera <strong>de</strong>l cielo. En aquel punto y hora, mientras corrían las<br />

fuentes <strong>de</strong> arroz con leche, canela y azúcar, y se agotaban las copas <strong>de</strong> tostado, llegaba a su<br />

periodo álgido la disputa, y se entreoían argumentos, proposiciones, objeciones y silogismos.<br />

- Nego majorem...<br />

- Probo minorem.<br />

- Eh... Boán, que con mucho disimulo me estás echando abajo la gracia...<br />

- Compadre, cuidado... Si a<strong>de</strong>lanta usted un poquito más nos vamos a encontrar con el libre<br />

albedrío perdido.<br />

- Cebre, mira que vas por mal camino: ¡mira que te marchas con Pelagio!<br />

- Yo a San Agustín me agarro, y no lo suelto.<br />

- Esa proposición pue<strong>de</strong> admitirse simpliciter, pero tomándola en otro sentido... no cuela.<br />

- Citaré autorida<strong>de</strong>s, todas las que se me pidan: ¿a que no me citas tú ni media docena? A ver.<br />

- Es sentir común <strong>de</strong> la Iglesia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los primeros concilios.<br />

- Es punto opinable, ¡quoniam! A mí no me vengas a asustar tú con concilios ni concilias.<br />

-¿Querrás saber más que Santo Tomás?<br />

-¿Y tú querrás ponerte contra el Doctor <strong>de</strong> la gracia?<br />

-¡Nadie es capaz <strong>de</strong> rebatirme esto! Señores... la gracia...<br />

-¡Que nos <strong>de</strong>speñamos <strong>de</strong> vez! ¡Eso es herejía formal; es pelagianismo puro!<br />

- Qué entien<strong>de</strong>s tú, qué entien<strong>de</strong>s tú... Lo que tú censures, que me lo claven...<br />

- Que diga el señor Arcipreste... Vamos a aventurar algo a que no me <strong>de</strong>ja mal el señor<br />

Arcipreste.<br />

El Arcipreste era respetado más por su edad que por su ciencia teológica; y se sosegó un tanto el<br />

formidable barullo cuando se incorporó difícilmente, con ambas manos puestas tras los oídos,<br />

vertiendo sangre por la cara, a fin <strong>de</strong> dirimir, si cabía lograrlo, la contienda. Pero un inci<strong>de</strong>nte<br />

distrajo los ánimos: el señorito <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> entraba seguido <strong>de</strong> dos perros perdigueros, cuyos<br />

cascabeles acompañaban su aparición con jubiloso repique. Venía, según su promesa, a tomar<br />

una copa a los postres; y la tomó <strong>de</strong> pie, porque le aguardaba un bando <strong>de</strong> perdices allá en la<br />

montaña.<br />

Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él agasajaron a la Chula y<br />

al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas las rodillas, lamiendo aquí un plato y<br />

zampándose un bizcocho allá. El señorito <strong>de</strong> Limioso se levantó resuelto a acompañar al <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong> en la excursión cinegética, para lo cual tenía prevenido lo necesario, pues rara vez salía <strong>de</strong>l<br />

Pazo <strong>de</strong> Limioso sin echarse la escopeta al hombro y el morral a la cintura.<br />

Cuando partieron los dos hidalgos, ya se había calmado la efervescencia <strong>de</strong> la discusión sobre la<br />

gracia, y el médico, en voz baja, le recitaba al notario ciertos sonetos satírico-políticos que<br />

entonces corrían bajo el nombre <strong>de</strong> belenes. Celebrábalos el notario, particularmente cuando el<br />

médico recalcaba los versos esmaltados <strong>de</strong> alusiones ver<strong>de</strong>s y picantes. La mesa, en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />

manchada <strong>de</strong> salsas, ensangrentada <strong>de</strong> vino tinto, y el suelo lleno <strong>de</strong> huesos arrojados por los<br />

comensales menos pulcros, indicaban la terminación <strong>de</strong>l festín; Julián hubiera dado algo bueno<br />

23


por po<strong>de</strong>rse retirar; sentíase cansado, mortificado por la repugnancia que le inspiraban las cosas<br />

exclusivamente materiales; pero no se atrevía a interrumpir la sobremesa, y menos ahora que se<br />

entregaban al <strong>de</strong>leite <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r algún pitillo y murmurar <strong>de</strong> las personas más señaladas en el<br />

país. Se trataba <strong>de</strong>l señorito <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, <strong>de</strong> su habilidad para tumbar perdices, y sin que Julián<br />

adivinase la causa, se pasó inmediatamente a hablar <strong>de</strong> Sabel, a quien todos habían visto por la<br />

mañana en el corro <strong>de</strong> baile; se encomió su palmito, y al mismo tiempo se dirigieron a Julián<br />

señas y guiños, como si la conversación se relacionase con él. El capellán bajaba la vista según<br />

costumbre, y fingía doblar la servilleta; mas <strong>de</strong> improviso, sintiendo uno <strong>de</strong> aquellos chis<strong>pazos</strong><br />

<strong>de</strong> cólera repentina y momentánea que no era dueño <strong>de</strong> refrenar, tosió, miró en <strong>de</strong>rredor, y soltó<br />

unas cuantas asperezas y severida<strong>de</strong>s que hicieron enmu<strong>de</strong>cer a la asamblea. Don Eugenio, al ver<br />

aguada la sobremesa, optó por levantarse, proponiendo a Julián que saliesen a tomar el fresco en<br />

la huerta: algunos clérigos se alzaron también, anunciando que iban a echar completas; otros se<br />

escurrieron en compañía <strong>de</strong>l médico, el notario, el juez y Barbacana, a menear los naipes hasta la<br />

noche.<br />

Refugiáronse al huerto el cura <strong>de</strong> Naya y Julián, pasando por la cocina, don<strong>de</strong> la algazara <strong>de</strong> los<br />

criados, primas <strong>de</strong>l cura, cocineras y músicos era formidable, y los jarros se evaporaban y la<br />

comilona amenazaba durar hasta el sol puesto. El huerto, en cambio, permanecía en su tranquilo<br />

y poético sosiego primaveral, con una brisa fresquita que columpiaba las últimas flores <strong>de</strong> los<br />

perales y cerezos, y acariciaba el recio follaje <strong>de</strong> las higueras, a cuya sombra, en un ribazo <strong>de</strong><br />

mullida grama, se tendieron ambos presbíteros, no sin que don Eugenio, sacando un pañuelo <strong>de</strong><br />

algodón a cuadros, se tapase con él la cabeza, para resguardarla <strong>de</strong> las importunida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> alguna<br />

mosca precoz. A Julián todavía le duraba el sofoco, la llamarada <strong>de</strong> indignación; pero ya le<br />

pesaba, <strong>de</strong> su corta paciencia, y resolvía ser más sufrido en lo veni<strong>de</strong>ro. Aunque bien mirado...<br />

-¿Quiere escotar un sueño? - preguntó el <strong>de</strong> Naya al verle tan cabizbajo y mustio.<br />

- No; lo que yo quería, Eugenio, era pedirle que me dispensase el enfado que tomé allá en la<br />

mesa... Conozco que soy a veces así... un poco vivo... y luego hay conversaciones que me sacan<br />

<strong>de</strong> tino, sin po<strong>de</strong>rlo remediar. Usted póngase en mi caso.<br />

- Pongo, pongo... Pero a mí me están embromando también a cada rato con las primas..., y hay<br />

que aguantar, que no lo hacen con mala intención; es por reírse un poco.<br />

- Hay bromas <strong>de</strong> bromas, y a mí me parecen <strong>de</strong>licadas para un sacerdote las que tocan a la<br />

honestidad y a la pureza. Si aguanta uno por respetos humanos esos dichos, acaso pensarán que<br />

ya tiene medio perdida la vergüenza para los hechos. Y ¿qué sé yo si alguno, no digo <strong>de</strong> los<br />

sacerdotes, no quiero hacerles tal ofensa, pero <strong>de</strong> los seglares, creerá que en efecto...?<br />

El <strong>de</strong> Naya aprobó con la cabeza como quien reconoce la fuerza <strong>de</strong> una observación; pero, al<br />

mismo tiempo, la sonrisa con que lucía la <strong>de</strong>sigual <strong>de</strong>ntadura era suave e irónica protesta contra<br />

tanta rigi<strong>de</strong>z.<br />

- Hay que tomar el mundo según viene... - murmuró filosóficamente -. Ser bueno es lo que<br />

importa; porque ¿quién va a tapar las bocas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más? Cada uno habla lo que le parece, y<br />

gasta las guasas que quiere... En teniendo la conciencia tranquila...<br />

- No, señor; no, señor; poco a poco - replicó acaloradamente Julián -. No sólo estamos obligados<br />

a ser buenos, sino a parecerlo; y aún es peor en un sacerdote, si me apuran, el mal ejemplo y el<br />

escándalo, que el mismo pecado. Usted bien lo sabe, Eugenio; lo sabe mejor que yo, porque tiene<br />

cura <strong>de</strong> almas.<br />

- También usted se apura ahí por una chanza, por una tontería, lo mismo que si ya todo el mundo<br />

le señalase con el <strong>de</strong>do... Se necesita una vara <strong>de</strong> correa para vivir entre gentes. A este paso no le<br />

arriendo la ganancia, porque no va a sacar para disgustos.<br />

Caviloso y cejijunto, había cogido Julián un palito que andaba por el suelo, y se entretenía en<br />

clavarlo en la hierba. Levantó la cabeza <strong>de</strong> pronto.<br />

- Eugenio, ¿es mi amigo?<br />

24


- Siempre, hombre, siempre - contestó afable y sinceramente el <strong>de</strong> Naya.<br />

- Pues séame franco. Hábleme como si estuviésemos en el confesonario. ¿Se dice por ahí... eso?<br />

-¿Lo qué?<br />

- Lo <strong>de</strong> que yo... tengo algo que ver... con esa muchacha, ¿eh? Porque pue<strong>de</strong> usted creerme, y se<br />

lo juraría si fuese lícito jurar: bien sabe Dios que la tal mujer hasta me es aborrecible, y que no le<br />

habré mirado a la cara media docena <strong>de</strong> veces <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy en los Pazos.<br />

- No, pues a la cara se le pue<strong>de</strong> mirar, que la tiene como una rosa... Ea, sosiéguese: a mí se me<br />

figura que nadie piensa mal <strong>de</strong> usted con Sabel. El marqués no inventó la pólvora, es cierto que<br />

no, y la moza se distraerá con los <strong>de</strong> su clase cuanto quiera, dígalo el bailoteo en la gaita <strong>de</strong> hoy;<br />

pero no iba a tener la <strong>de</strong>svergüenza <strong>de</strong> pegársela en sus barbas, con el mismo capellán... Hombre,<br />

no hagamos tan estúpido al marqués.<br />

Julián se volvió, más bien arrodillado que sentado en la grama, con los ojos abiertos <strong>de</strong> par en<br />

par.<br />

- Pero... el señorito..., ¿qué tiene que ver el señorito...?<br />

El cura <strong>de</strong> Naya saltó a su vez, sin que ninguna mosca le picase, y prorrumpió en juvenil<br />

carcajada. Julián, comprendiendo, preguntó nuevamente:<br />

- Luego el chiquillo... el Perucho...<br />

Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo <strong>de</strong> tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo<br />

<strong>de</strong> cuadros.<br />

- No se ofenda... - murmuraba entre risa y llanto -. No se ofenda porque me río así... Es que, <strong>de</strong><br />

veras, no me puedo contener cuando me pega la risa; un día hasta me puse malo... Esto es como<br />

las cosqui... cosquillas... involuntario...<br />

Aplacado el acceso <strong>de</strong> risa, añadió:<br />

- Es que yo siempre lo tuve a usted por un bienaventurado, como nuestro patrón San Julián...,<br />

pero esto pasa <strong>de</strong> castaño oscuro... ¡Vivir en los Pazos y no saber lo que ocurre en ellos! ¿O es<br />

que quiere hacerse el bobo?<br />

-A fe, no sospechaba nada, nada, nada. ¿Usted piensa que iba a quedarme allí ni dos días, caso <strong>de</strong><br />

averiguarlo antes? ¿Autorizar con mi presencia un amancebamiento? ¿Pero... usted está seguro<br />

<strong>de</strong> lo que dice?<br />

- Hombre... ¿tiene usted gana <strong>de</strong> cuentos? ¿Es usted ciego? ¿No lo ha notado? Pues repárelo.<br />

-¡Qué sé yo! ¡Cuando uno no está en la malicia! Y el niño..., ¡infeliz criatura! El niño me da tanta<br />

compasión... Allí se cría como un morito... ¿Se compren<strong>de</strong> que haya padres tan sin entrañas?<br />

- Bah... Esos hijos así, nacidos por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la Iglesia... Luego, si uno oye a los <strong>de</strong> aquí y a los<br />

<strong>de</strong> allá... Cada cual dice lo que se le antoja... La moza es alegre como unas castañuelas; todo el<br />

mundo en las romerías le <strong>de</strong>be dos cuartos: uno la convida a rosquillas, el otro a resolio, éste la<br />

saca a bailar, aquél la empuja... Se cuentan mil enredos... ¿Usted se ha fijado en el gaitero que<br />

tocó hoy en la misa?<br />

-¿Un buen mozo, con patillas?<br />

- Cabal. Le llaman el Gallo <strong>de</strong> mote. Pues dicen si la acompaña o no por los caminos...<br />

¡Historias!<br />

Por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la tapia <strong>de</strong>l huerto se oyó entonces vocerío alegre y argentinas carcajadas.<br />

- Son las primas... - dijo don Eugenio -. Van a la gaita, que está tocando en el crucero ahora.<br />

¿Quiere usted venir un ratito? A ver si se le pasa el disgusto... Ahí en casa unos rezan y otros<br />

juegan... Yo no rezo nunca sobre la comida.<br />

- Vamos allá - contestó Julián, que se había quedado ensimismado.<br />

- Nos sentaremos al pie <strong>de</strong>l crucero.<br />

25


- VII -<br />

Volvía Julián preocupado a la casa solariega, acusándose <strong>de</strong> excesiva simplicidad, por no haber<br />

reparado cosas <strong>de</strong> tanto bulto. Él era sencillo como la paloma; sólo que en este pícaro mundo<br />

también se necesita ser cauto como la serpiente... Ya no podía continuar en los Pazos... ¿Cómo<br />

volvía a vivir a cuestas <strong>de</strong> su madre, sin más emolumentos que la misa? ¿Y cómo <strong>de</strong>jaba así <strong>de</strong><br />

golpe al señorito don Pedro, que le trataba tan llanamente? ¿Y la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que necesitaba<br />

un restaurador celoso y adicto? Todo era verdad: pero, ¿y su <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> sacerdote católico?<br />

Le acongojaban estos pensamientos al cruzar un maizal, en cuyo lin<strong>de</strong>ro manzanilla y cabrifollos<br />

<strong>de</strong>spedían grato aroma. Era la noche templada y benigna, y Julián apreciaba por primera vez la<br />

dulce paz <strong>de</strong>l campo, aquel sosiego que <strong>de</strong>rrama en nuestro combatido espíritu la madre<br />

naturaleza. Miró al cielo, oscuro y alto.<br />

-¡Dios sobre todo! - murmuró, suspirando al pensar que tendría que habitar un pueblo <strong>de</strong> calles<br />

angostas y encontrarse con gente a cada paso.<br />

Siguió andando, guiado por el ladrido lejano <strong>de</strong> los perros. Ya divisaba próxima la vasta mole <strong>de</strong><br />

los Pazos. El postigo <strong>de</strong>bía estar abierto. Julián distaba <strong>de</strong> él unos cuantos pasos no más, cuando<br />

oyó dos o tres gritos que le helaron la sangre: clamores inarticulados como <strong>de</strong> alimaña herida, a<br />

los cuales se unía el <strong>de</strong>sconsolado llanto <strong>de</strong> un niño.<br />

Engolfóse el capellán en las tenebrosas profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> corredor y bo<strong>de</strong>ga, y llegó velozmente<br />

a la cocina. En el umbral se quedó paralizado <strong>de</strong> asombro ante lo que iluminaba la luz fuliginosa<br />

<strong>de</strong>l candilón. Sabel, tendida en el suelo, aullaba <strong>de</strong>sesperadamente; don Pedro, loco <strong>de</strong> furor, la<br />

brumaba a culatazos; en una esquina, Perucho, con los puños metidos en los ojos, sollozaba. Sin<br />

reparar lo que hacía, arrojóse Julián hacia el grupo, llamando al marqués con gran<strong>de</strong>s voces:<br />

-¡Señor don Pedro..., señor don Pedro!<br />

Volvióse el señor <strong>de</strong> los Pazos, y se quedó inmóvil, con la escopeta empuñada por el cañón,<br />

ja<strong>de</strong>ante, lívido <strong>de</strong> ira, los labios y las manos agitadas por temblor horrible; y en vez <strong>de</strong> disculpar<br />

su frenesí o <strong>de</strong> acudir a la víctima, balbució roncamente:<br />

-¡Perra..., perra..., con<strong>de</strong>nada..., a ver si nos das pronto <strong>de</strong> cenar, o te <strong>de</strong>shago! ¡A levantarse... o<br />

te levanto con la escopeta!<br />

Sabel se incorporaba ayudada por el capellán, gimiendo y exhalando entrecortados ayes. Tenía<br />

aún el traje <strong>de</strong> fiesta con el cual la viera Julián danzar pocas horas antes junto al crucero y en el<br />

atrio; pero el mantelo <strong>de</strong> rico paño se encontraba manchado <strong>de</strong> tierra; el <strong>de</strong>ngue <strong>de</strong> grana se le<br />

caía <strong>de</strong> los hombros, y uno <strong>de</strong> sus largos zarcillos <strong>de</strong> filigrana <strong>de</strong> plata, abollado por un culatazo,<br />

se le había clavado en la carne <strong>de</strong> la nuca, por don<strong>de</strong> escurrían algunas gotas <strong>de</strong> sangre. Cinco<br />

verdugones rojos en la mejilla <strong>de</strong> Sabel contaban bien a las claras cómo había sido <strong>de</strong>rribada la<br />

intrépida bailadora.<br />

-¡La cena he dicho! - repitió brutalmente don Pedro.<br />

Sin contestar, pero no sin gemir, dirigióse la muchacha hacia el rincón don<strong>de</strong> hipaba el niño, y le<br />

tomó en brazos, apretándole mucho. El angelote seguía llorando a moco y baba. Don Pedro se<br />

acercó entonces, y mudando <strong>de</strong> tono, preguntó:<br />

-¿Qué es eso? ¿Tiene algo Perucho?<br />

Púsole la mano en la frente y la sintió húmeda. Levantó la palma: era sangre. Desviando<br />

entonces los brazos, apretando los puños, soltó una blasfemia, que hubiera horrorizado más a<br />

Julián si no supiese, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella tar<strong>de</strong> misma, que acaso tenía ante sí a un padre que acababa<br />

<strong>de</strong> herir a su hijo. Y el padre resurgía, maldiciéndose a sí propio, apartando los rizos <strong>de</strong>l<br />

chiquillo, mojando un pañuelo en agua, y atándolo con cuidado in<strong>de</strong>cible sobre la<br />

<strong>de</strong>scalabradura.<br />

26


- A ver cómo lo cuidas... - gritó dirigiéndose a Sabel -. Y cómo haces la cena en un vuelo... ¡Yo<br />

te enseñaré, yo te enseñaré a pasarte las horas en las romerías sacudiéndote, perra!<br />

Con los ojos fijos en el suelo, sin quejarse ya, Sabel permanecía parada, y su mano <strong>de</strong>recha<br />

tentaba suavemente su hombro izquierdo, en el cual <strong>de</strong>bía tener alguna dolorosa contusión. En<br />

voz baja y lastimera, pero con suma energía, pronunció sin mirar al señorito:<br />

- Busque quien le haga la cena..., y quien esté aquí... Yo me voy, me voy, me voy, me voy...<br />

Y lo repetía obstinadamente, sin entonación, como el que afirma una cosa natural e inevitable.<br />

-¿Qué dices, bribona?<br />

- Que me voy, que me voy... A mi casita pobre... ¡Quién me trajo aquí! ¡Ay, mi madre <strong>de</strong> mi<br />

alma!<br />

Rompió la moza a llorar amarguísimamente, y el marqués, requiriendo su escopeta, rechinaba los<br />

dientes <strong>de</strong> cólera, dispuesto ya a hacer alguna barrabasada notable, cuando un nuevo personaje<br />

entró en escena. Era Primitivo, salido <strong>de</strong> un rincón oscuro; diríase que estaba allí oculto hacía<br />

rato. Su aparición modificó instantáneamente la actitud <strong>de</strong> Sabel, que tembló, calló y contuvo sus<br />

lágrimas.<br />

-¿No oyes lo que te dice el señorito? - preguntó sosegadamente el padre a la hija.<br />

- Oi-go, siii-see-ñoor, oi-go - tartamu<strong>de</strong>ó la moza, comiéndose los sollozos.<br />

- Pues a hacer la cena en seguida. Voy a ver si volvieron ya las otras muchachas para que te<br />

ayu<strong>de</strong>n. La Sabia está ahí fuera: te pue<strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r la lumbre.<br />

Sabel no replicó más. Remangóse la camisa y bajó <strong>de</strong> la espetera una sartén. Como evocada por<br />

alguna <strong>de</strong> sus compañeras en hechicerías, entró en la cocina entonces, pisando <strong>de</strong> lado, la vieja<br />

<strong>de</strong> las greñas blancas, la Sabia, que traía el enorme mandil atestado <strong>de</strong> leña. El marqués tenía aún<br />

la escopeta en la mano: cogiósela respetuosamente Primitivo, y la llevó al sitio <strong>de</strong> costumbre.<br />

Julián, renunciando a consolar al niño, creyó llegada la ocasión <strong>de</strong> dar un golpe diplomático.<br />

- Señor marqués..., ¿quiere que tomemos un poco el aire? Está la noche muy buena... Nos<br />

pasearemos por el huerto...<br />

Y para sus a<strong>de</strong>ntros pensaba:<br />

«En el huerto le digo que me voy también... No se ha hecho para mí esta vida, ni esta casa.»<br />

Salieron al huerto. Oíase el cuarrear <strong>de</strong> las ranas en el estanque, pero ni una hoja <strong>de</strong> los árboles<br />

se movía, tal estaba la noche <strong>de</strong> serena. El capellán cobró ánimos, pues la oscuridad alienta<br />

mucho a <strong>de</strong>cir cosas difíciles.<br />

- Señor marqués, yo siento tener que advertirle...<br />

Volvióse el marqués bruscamente.<br />

- Ya sé..., ¡chist!, no necesitamos gastar saliva. Me ha pescado usted en uno <strong>de</strong> esos momentos<br />

en que el hombre no es dueño <strong>de</strong> sí... Dicen que no se <strong>de</strong>be pegar nunca a las mujeres...<br />

Francamente, don Julián, según ellas sean... ¡Hay mujeres <strong>de</strong> mujeres, caramba..., y ciertas cosas<br />

acabarían con la paciencia <strong>de</strong>l santo Job que resucitase! Lo que siento es el golpe que le tocó al<br />

chiquillo.<br />

- Yo no me refería a eso... - murmuró Julián -. Pero si quiere que le hable con el corazón en la<br />

mano, como es mi <strong>de</strong>ber, creo no está bien maltratar así a nadie... Y por la tardanza <strong>de</strong> la cena,<br />

no merece...<br />

-¡La tardanza <strong>de</strong> la cena! - pronunció el señorito -. ¡La tardanza! A ningún cristiano le gusta<br />

pasarse el día en el monte comiendo frío y llegar a casa y no encontrar bocado caliente; ¡pero si<br />

esa mala hembra no tuviese otras mañas...! ¿No la ha visto usted? ¿No la ha visto usted todo el<br />

día, allá en Naya, bailoteando como una <strong>de</strong>scosida, sin vergüenza? ¿No la ha encontrado usted a<br />

la vuelta, bien acompañada? ¡Ah!... ¿Usted cree que se vienen solitas las mozas <strong>de</strong> su calaña?<br />

¡Ja, ja! Yo la he visto, con estos ojos, y le aseguro a usted que si tengo algún pesar, ¡es el <strong>de</strong> no<br />

haberle roto una pierna, para que no baile más por unos cuantos meses!<br />

Guardó silencio el capellán, sin saber qué respon<strong>de</strong>r a la inesperada revelación <strong>de</strong> celos feroces.<br />

Al fin calculó que se le abría camino para soltar lo que tenía atravesado en la garganta.<br />

27


- Señor marqués - murmuró -, dispénseme la libertad que me tomo... Una persona <strong>de</strong> su clase no<br />

se <strong>de</strong>be rebajar a importársele por lo que haga o no haga la criada... La gente es maliciosa, y<br />

pensará que usted trata con esa chica... Digo pensará Ya lo piensa todo el mundo... Y el caso es<br />

que yo..., vamos..., no puedo permanecer en una casa don<strong>de</strong>, según la voz pública, vive un<br />

cristiano en concubinato... Nos está prohibido severamente autorizar con nuestra presencia el<br />

escándalo y hacernos cómplices <strong>de</strong> él. Lo siento a par <strong>de</strong>l alma, señor marqués; pue<strong>de</strong> creerme<br />

que hace tiempo no tuve un disgusto igual.<br />

El marqués se <strong>de</strong>tuvo, con las manos sepultadas en los bolsillos.<br />

- Leria, leria... - murmuró -. Es preciso hacerse cargo <strong>de</strong> lo que es la juventud y la robustez... No<br />

me predique un sermón, no me pida imposibles. ¡Qué <strong>de</strong>monio!, el que más y el que menos es<br />

hombre como todos.<br />

- Yo soy un pecador - replicó Julián -, solamente que veo claro en este asunto, y por los favores<br />

que <strong>de</strong>bo a usted, y el pan que le he comido, estoy obligado a <strong>de</strong>cirle la verdad. Señor marqués,<br />

con franqueza, ¿no le pesa <strong>de</strong> vivir así encenagado? ¡Una cosa tan inferior a su categoría y a su<br />

nacimiento! ¡Una triste criada <strong>de</strong> cocina!<br />

Siguieron andando, acercándose a la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque, don<strong>de</strong> concluía el huerto.<br />

-¡Una bribona <strong>de</strong>sorejada, que es lo peor! - exclamó el marqués <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un rato <strong>de</strong> silencio -<br />

Oiga usted... - añadió arrimándose a un castaño -. A esa mujer, a Primitivo, a la con<strong>de</strong>nada bruja<br />

<strong>de</strong> la Sabia con sus hijas y nietas, a toda esa gavilla que hace <strong>de</strong> mi casa merienda <strong>de</strong> negros, a la<br />

al<strong>de</strong>a entera que los encubre, era preciso cogerlos así (y agarraba una rama <strong>de</strong>l castaño<br />

triturándola en menudos fragmentos) y <strong>de</strong>shacerlos. Me están saqueando, me comen vivo..., y<br />

cuando pienso en que esa tunanta me aborrece y se va <strong>de</strong> mejor gana con cualquier gañán <strong>de</strong> los<br />

que acu<strong>de</strong>n <strong>de</strong>scalzos a alquilarse para majar el centeno, ¡tengo mientes <strong>de</strong> aplastarle los sesos<br />

como a una culebra!<br />

Julián oía estupefacto aquellas miserias <strong>de</strong> la vida pecadora, y se admiraba <strong>de</strong> lo bien que teje el<br />

diablo sus re<strong>de</strong>s.<br />

- Pero, señor... - balbució -. Si usted mismo lo conoce y lo compren<strong>de</strong>...<br />

-¿Pues no lo he <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r? ¿Soy estúpido acaso para no ver que esa <strong>de</strong>svergonzada huye <strong>de</strong><br />

mí, y cada día tengo que cazarla como a una liebre? ¡Sólo está contenta entre los <strong>de</strong>más<br />

labriegos, con la hechicera que le trae y lleva chismes y recados a los mozos! A mí me <strong>de</strong>testa. A<br />

la hora menos pensada me envenenará.<br />

- Señor marqués, ¡yo me pasmo! - arguyó el capellán eficazmente -. ¡Que usted se apure por una<br />

cosa tan fácil <strong>de</strong> arreglar! ¿Tiene más que poner a semejante mujer en la calle?<br />

Como ambos interlocutores se habían acostumbrado a la oscuridad, no sólo vio Julián que el<br />

marqués meneaba la cabeza, sino que torcía el gesto.<br />

- Bien se habla... - pronunció sordamente -. Decir es una cosa y hacer es otra... Las dificulta<strong>de</strong>s<br />

se tocan en la práctica. Si echo a ese enemigo, no encuentro quien me guise ni quien venga a<br />

servirme. Su padre... ¿Usted no lo creerá? Su padre tiene amenazadas a todas las mozas <strong>de</strong> que a<br />

la que entre aquí en marchándose su hija, le mete él una perdigonada en los lomos... Y saben que<br />

es hombre para hacerlo como lo dice. Un día cogí yo a Sabel por un brazo y la puse en la puerta<br />

<strong>de</strong> la casa: la misma noche se me <strong>de</strong>spidieron las otras criadas, Primitivo se fingió enfermo, y<br />

estuve una semana comiendo en la rectoral y haciéndome la cama yo mismo... Y tuve que pedirle<br />

a Sabel, <strong>de</strong> favor, que volviese... Desengáñese usted, pue<strong>de</strong>n más que nosotros. Esa comparsa<br />

que traen alre<strong>de</strong>dor son paniaguados suyos, que les obe<strong>de</strong>cen ciegamente. ¿Piensa usted que yo<br />

ahorro un ochavo aquí en este <strong>de</strong>sierto? ¡Quiá! Vive a mi cuenta toda la parroquia. Ellos se<br />

beben mi cosecha <strong>de</strong> vino, mantienen sus gallinas con mis frutos, mis montes y sotos les<br />

suministran leña, mis hórreos les surten <strong>de</strong> pan; la renta se cobra tar<strong>de</strong>, mal y arrastro; yo<br />

sostengo siete u ocho vacas, y la leche que bebo cabe en el hueco <strong>de</strong> la mano; en mis establos<br />

hay un rebaño <strong>de</strong> bueyes y terneros que jamás se uncen para labrar mis tierras; se compran con<br />

mi dinero, eso sí, pero luego se dan a parcería y no se me rin<strong>de</strong>n cuentas jamás...<br />

28


-¿Por qué no pone otro mayordomo?<br />

-¡Ay, ay, ay! ¡Como quien no dice nada! Una <strong>de</strong> dos: o sería hechura <strong>de</strong> Primitivo y entonces<br />

estábamos en lo mismo, o Primitivo le largaría un tiro en la barriga... Y si hemos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir verdad,<br />

Primitivo no es mayordomo... Es peor que si lo fuese, porque manda en todos, incluso en mí;<br />

pero yo no le he dado jamás semejante mayordomía... Aquí el mayordomo fue siempre el<br />

capellán... Ese Primitivo no sabrá casi leer ni escribir; pero es más listo que una centella, y ya en<br />

vida <strong>de</strong>l tío Gabriel se echaba mano <strong>de</strong> él para todo... Mire usted, lo cierto es que el día que él se<br />

cruza <strong>de</strong> brazos, se encuentra uno colgadito... No hablemos ya <strong>de</strong> la caza, que para eso no tiene<br />

igual; a mí me faltarían los pies y las manos si me faltase Primitivo... Pero en los <strong>de</strong>más asuntos<br />

es igual... Su antecesor <strong>de</strong> usted, el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, no se valía sin él; y usted, que también ha<br />

venido en concepto <strong>de</strong> administrador, séame franco: ¿ha podido usted amañarse solo?<br />

- La verdad es que no - <strong>de</strong>claró Julián humil<strong>de</strong>mente -. Pero con el tiempo..., la práctica...<br />

-¡Bah, bah! A usted no le obe<strong>de</strong>cerá ni le hará caso jamás ningún paisano, porque es usted un<br />

infeliz; es usted <strong>de</strong>masiado bonachón. Ellos necesitan gente que conozca sus máculas y les dé<br />

ciento <strong>de</strong> ventaja en picardía.<br />

Por <strong>de</strong>presiva que fuese para el amor propio <strong>de</strong>l capellán la observación, hubo <strong>de</strong> reconocer su<br />

exactitud. No obstante, picado ya, se propuso agotar los recursos <strong>de</strong>l ingenio para conseguir la<br />

victoria en lucha tan <strong>de</strong>sigual. Y su caletre le sugirió la siguiente perogrullada:<br />

- Pero, señor marqués..., ¿por qué no sale un poco al pueblo? ¿No sería ése el mejor modo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>senredarse? Me admiro <strong>de</strong> que un señorito como usted pueda aguantar todo el año aquí, sin<br />

moverse <strong>de</strong> estas montañas fieras... ¿No se aburre?<br />

El marqués miraba al suelo, aun cuando en él no había cosa digna <strong>de</strong> verse. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l capellán<br />

no le cogía <strong>de</strong> sorpresa.<br />

-¡Salir <strong>de</strong> aquí! - exclamó -. ¿Y a dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>montre se va uno? Siquiera aquí, mal o bien, es uno el<br />

rey <strong>de</strong> la comarca... El tío Gabriel me lo <strong>de</strong>cía mil veces: las personas <strong>de</strong>centes, en las<br />

poblaciones, no se distinguen <strong>de</strong> los zapateros... Un zapatero que se hace millonario metiendo y<br />

sacando la lesna, se sube encima <strong>de</strong> cualquier señor, <strong>de</strong> los que lo somos <strong>de</strong> padres a hijos... Yo<br />

estoy muy acostumbrado a pisar tierra mía y a andar entre árboles que corto si se me antoja.<br />

- Pero al fin, señorito, ¡aquí le manda Primitivo!<br />

- Bah... A Primitivo le puedo yo dar tres docenas <strong>de</strong> puntapiés, si se me hinchan las narices, sin<br />

que el juez me venga a empapelar... No lo hago; pero duermo tranquilo con la seguridad <strong>de</strong> que<br />

lo haría si quisiese. ¿Cree usted que Sabel irá a quejarse a la justicia <strong>de</strong> los culatazos <strong>de</strong> hoy?<br />

Esta lógica <strong>de</strong> la barbarie confundía a Julián.<br />

- Señor, yo no le digo que <strong>de</strong>je esto... Únicamente, que salga una temporadita, a ver cómo le<br />

prueba... Apartándose usted <strong>de</strong> aquí algún tiempo, no sería difícil que Sabel se casase con<br />

persona <strong>de</strong> su esfera, y que usted también encontrase una conveniencia arreglada a su calidad,<br />

una esposa legítima. Cualquiera tiene un <strong>de</strong>sliz, la carne es flaca; por eso no es bueno para el<br />

hombre vivir solo, porque se encenaga, y como dijo quien lo entendía, es mejor casarse que<br />

abrasarse en concupiscencia, señor don Pedro. ¿Por qué no se casa, señorito? - exclamó,<br />

juntando las manos -. ¡Hay tantas señoritas buenas y honradas!<br />

A no ser por la oscuridad, vería Julián chispear los ojos <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

-¿Y cree usted, santo <strong>de</strong> Dios, que no se me había ocurrido a mí? ¿Piensa usted que no sueño<br />

todas las noches con un chiquillo que se me parezca, que no sea hijo <strong>de</strong> una bribona, que<br />

continúe el nombre <strong>de</strong> la casa..., que here<strong>de</strong> esto cuando yo me muera... y que se llame Pedro<br />

Moscoso, como yo?<br />

Al <strong>de</strong>cir esto golpeábase el marqués su fornido tronco, su pecho varonil, cual si <strong>de</strong> él quisiese<br />

hacer brotar fuerte y adulto ya el codiciado here<strong>de</strong>ro. Julián, lleno <strong>de</strong> esperanza, iba a animarle<br />

en tan buenos propósitos; pero se estremeció <strong>de</strong> repente, pues creyó sentir a sus espaldas un<br />

rumor, un roce, el paso <strong>de</strong> un animal por entre la maleza.<br />

-¿Qué es eso? - exclamó volviéndose -. Parece que anda por aquí el zorro.<br />

29


El marqués le cogió <strong>de</strong>l brazo.<br />

- Primitivo... - articuló en voz baja y ahogada <strong>de</strong> ira -. Primitivo que nos atisbará hace un cuarto<br />

<strong>de</strong> hora, oyendo la conversación... Ya está usted fresco... Nos hemos lucido... ¡Me valga Dios y<br />

los santos <strong>de</strong> la corte celestial! También a mí se me acaba la cuerda. ¡Vale más ir a presidio que<br />

llevar esta vida!<br />

- VIII -<br />

Mientras se raía con la navaja <strong>de</strong> barba los contados pelos rubios que brotaban en sus carrillos,<br />

Julián maduraba un proyecto: afeitado y limpio que fuese, empren<strong>de</strong>ría el camino <strong>de</strong> Cebre un<br />

pie tras otro, en el caballo <strong>de</strong> San Francisco; allí le pediría al cura una jícara <strong>de</strong> chocolate, y<br />

esperaría en la rectoral hasta las doce, hora en que pasa la diligencia <strong>de</strong> Orense a Santiago; malo<br />

sería que en interior o cupé no hubiese un asiento vacante. Tenía dispuesto su maletín: lo<br />

enviaría a buscar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Cebre por un mozo. Y calculando así, miraba contristado el paisaje<br />

ameno, el huerto con su dormilón estanque, el umbrío manchón <strong>de</strong>l soto, la verdura <strong>de</strong> los prados<br />

y maizales, la montaña, el limpio firmamento, y se le prendía el alma en el atractivo <strong>de</strong> aquella<br />

dulce soledad y silencio, tan <strong>de</strong> su gusto, que <strong>de</strong>seaba pasar allí la vida toda. ¡Cómo ha <strong>de</strong> ser!<br />

Dios nos lleva y trae según sus fines... No, no era Dios, sino el pecado, en figura <strong>de</strong> Sabel, quien<br />

lo arrojaba <strong>de</strong>l paraíso... Le agitó semejante i<strong>de</strong>a y se cortó dos veces la mejilla... Estuvo<br />

próximo a inferirse el tercer rasguño, porque le dieron una palmada en el hombro.<br />

Se volvió... ¿Quién había <strong>de</strong> conocer a don Pedro, tan metamorfoseado como venía? Afeitado<br />

también, aunque sin <strong>de</strong>trimento <strong>de</strong> su barba, que brillaba suavizada por el aceite <strong>de</strong> olor,<br />

trascendiendo a jabón y a ropa limpia, vestido con traje <strong>de</strong> mezclilla, chaleco <strong>de</strong> piqué blanco,<br />

hongo azul, y al brazo un abrigo, parecía el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> otro hombre nuevo y diferente, con<br />

veinte grados más <strong>de</strong> educación y cultura que el anterior. De golpe lo comprendió todo Julián... y<br />

la sangre le dio gozoso vuelco.<br />

-¡Señorito...!<br />

- Ea, <strong>de</strong>spachar, que corre prisa... Tiene usted que acompañarme a Santiago y necesitamos llegar<br />

a Cebre antes <strong>de</strong> mediodía.<br />

-¿De veras viene usted? ¡Mismo parece cosa <strong>de</strong> milagro! Yo estuve hoy arreglando la maleta.<br />

¡Bendito sea Dios! Pero si usted <strong>de</strong>termina que me que<strong>de</strong> aquí entretanto...<br />

-¡No faltaba otra cosa! Si salgo solo, se me agua la fiesta. Voy a dar una sorpresa al tío Manolo,<br />

y a conocer a las primas, que sólo las he visto cuando eran unas mocosas... Si ahora me<br />

<strong>de</strong>sanimo, no vuelvo a animarme en diez años. Ya he mandado a Primitivo que ensille la yegua y<br />

ponga el aparejo a la borrica.<br />

En aquel punto asomó por la puerta un rostro que a Julián se le antojó siniestro, y acaso pensó<br />

otro tanto el marqués, pues preguntó impaciente:<br />

- Vamos a ver, ¿qué ocurre?<br />

- La yegua - respondió Primitivo sin alzar la voz - no sirve para el camino.<br />

-¿Por qué razón? ¿Pue<strong>de</strong> saberse?<br />

- Está sin una ferradura siquiera - <strong>de</strong>claró serenamente el cazador.<br />

-¡Mal rayo que te parta! - vociferó el marqués echando fuego por los ojos -. ¡Ahora me dices eso!<br />

¿Pues no es cuenta tuya cuidar <strong>de</strong> que esté herrada? ¿O he <strong>de</strong> llevarla yo al herrador todos los<br />

días?<br />

- Como no sabía que el señorito quisiese salir hoy...<br />

- Señor - intervino Julián -, yo iré a pie. Al fin tenía <strong>de</strong>terminado dar ese paseo. Lleve usted la<br />

burra.<br />

30


- Tampoco hay burra - objetó el cazador sin pestañear ni alterar un solo músculo <strong>de</strong> su faz<br />

broncínea.<br />

-¿Que... no... hay... bu... rraaaaa? - articuló, apretando los puños, don Pedro -. ¿Que no... la...<br />

hayyy? A ver, a ver... Repíteme eso, en mi cara.<br />

El hombre <strong>de</strong> bronce no se inmutó al reiterar fríamente.<br />

- No hay burra.<br />

-¡Pues así Dios me salve! ¡La ha <strong>de</strong> haber y tres más, y si no por quien soy que os pongo a todos<br />

a cuatro patas y me lleváis a caballo hasta Cebre!<br />

Nada replicó Primitivo, incrustado en el quicio <strong>de</strong> la puerta.<br />

- Vamos claros, ¿cómo es que no hay burra?<br />

- Ayer, al volver <strong>de</strong>l pasto, el rapaz que la cuida le encontró dos puñaladas... Pue<strong>de</strong> el señorito<br />

verla.<br />

Disparó don Pedro una imprecación, y bajó <strong>de</strong> dos en dos las escaleras. Primitivo y Julián le<br />

seguían. En la cuadra, el pastor, adolescente <strong>de</strong> cara estúpida y escrofulosa, confirmó la versión<br />

<strong>de</strong>l cazador. Allá en el fondo <strong>de</strong>l establo columbraron al pobre animal, que temblaba, con las<br />

orejas gachas y el ojo amortiguado; la sangre <strong>de</strong> sus heridas, en negro reguero, se había<br />

coagulado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el anca a los cascos. Julián experimentaba en el establo sombrío y lleno <strong>de</strong><br />

telarañas impresión análoga a la que sentiría en el teatro <strong>de</strong> un crimen. Por lo que hace al<br />

marqués, quedóse suspenso un instante, y <strong>de</strong> súbito, agarrando al pastor por los cabellos, se los<br />

mesó y refregó con furia, exclamando:<br />

- Para que otra vez <strong>de</strong>jes acuchillar a los animales..., toma..., toma..., toma...<br />

Rompió el chico a llorar becerrilmente, lanzando angustiosas miradas al impasible Primitivo.<br />

Don Pedro se volvió hacia éste.<br />

- Pilla ahora mismo mi saco y la maleta <strong>de</strong> don Julián... Volando... Nos vamos a pie hasta<br />

Cebre... Andando bien, tenemos tiempo <strong>de</strong> coger el coche.<br />

Obe<strong>de</strong>ció el cazador sin per<strong>de</strong>r su helada calma. Bajó la maleta y el saco; pero en vez <strong>de</strong> cargar<br />

ambos objetos a hombros, entregó cada bulto a un mozo <strong>de</strong> campo, diciendo lacónicamente:<br />

- Vas con el señorito.<br />

Sorprendióse el marqués y miró a su montero con <strong>de</strong>sconfianza. Jamás perdonaba Primitivo la<br />

ocasión <strong>de</strong> acompañarle, y extrañaba su retraimiento entonces. Por la imaginación <strong>de</strong> don Pedro<br />

cruzaron rápidas vislumbres <strong>de</strong> recelo; y como si Primitivo lo adivinase, probó a disiparlo.<br />

- Yo tengo ahí que aten<strong>de</strong>r al rareo <strong>de</strong>l soto <strong>de</strong> Rendas. Están los castaños tan apretados, que no<br />

se ve... Ya andan allá los leñadores... Pero sin mí, no se <strong>de</strong>senvuelven...<br />

Encogióse <strong>de</strong> hombros el señorito, calculando que acaso Primitivo se proponía ocultar en el soto<br />

la vergüenza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>rrota. No obstante, como creía conocerle, hacíasele duro que abandonase la<br />

partida sin <strong>de</strong>squite. Estuvo a punto <strong>de</strong> exclamar: «Acompáñame.» Presintió resistencias, y pensó<br />

para su sayo: «¡Qué <strong>de</strong>monio! Más vale <strong>de</strong>jarle. Aunque se empeñe, no me ha <strong>de</strong> cortar el paso...<br />

Y si cree que pue<strong>de</strong> conmigo...»<br />

Fijó sin embargo una mirada escrutadora en las escuetas facciones <strong>de</strong>l cazador, don<strong>de</strong> creía<br />

advertir, muy encubierta y disimulada, cierta contracción diabólica.<br />

-¿Qué estará rumiando este zorro? - cavilaba el señorito -. Sin alguna no escapamos. ¡No, pues<br />

como se <strong>de</strong>sman<strong>de</strong>! Me coge hoy en punto <strong>de</strong> caramelo.<br />

Subió don Pedro a su habitación y volvió con la escopeta al hombro. Julián le miraba<br />

sorprendido <strong>de</strong> que tomase el arma yendo <strong>de</strong> viaje. De pronto el capellán recordó algo también y<br />

se dirigió a la cocina.<br />

-¡Sabel! - gritó -. ¡Sabel! ¿Dón<strong>de</strong> está el niño, mujer? Le quería dar un beso.<br />

Sabel salió y volvió con el chiquillo agarrado a sus sayas. Le había encontrado escondido en el<br />

pesebre <strong>de</strong> las vacas, su rincón favorito, y el diablillo traía los rizos entretejidos con hierba y<br />

flores silvestres. Estaba precioso. Hasta la venda <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scalabradura le asemejaba al Amor.<br />

Julián le levantó en peso, besándole en ambos carrillos.<br />

31


- Sabel, mujer, lávelo <strong>de</strong> vez en cuando siquiera... Por las mañanas...<br />

- Vámonos, vámonos... - apremió el marqués <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta, como si recelase entrar junto a la<br />

mujer y el niño -. Hace falta el tiempo... Se nos va a marchar el coche.<br />

Si Sabel <strong>de</strong>seaba retener a aquel fugitivo Eneas, no dio <strong>de</strong> ello la más leve señal, pues se volvió<br />

con gran sosiego a sus potes y trébe<strong>de</strong>s. Don Pedro, a pesar <strong>de</strong> la urgencia alegada para apurar a<br />

Julián, aguardó dos minutos en la puerta, quizás con la ilusión recóndita <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>tenido por la<br />

muchacha; pero al fin, encogiéndose <strong>de</strong> hombros, salió <strong>de</strong>lante, y echó a andar por la senda<br />

abierta entre viñas que conducía al crucero. Era el paraje <strong>de</strong>scubierto, aunque el terreno<br />

quebrado, y el señorito podía otear fácilmente a <strong>de</strong>recha e izquierda todo cuanto sucediese: ni<br />

una liebre brincaría por allí sin que sus ojos linces <strong>de</strong> cazador la avizorasen. Aunque <strong>de</strong>partiendo<br />

con Julián acerca <strong>de</strong> la sorpresa que se le preparaba a la familia <strong>de</strong> la Lage, y <strong>de</strong> si amenazaba<br />

llover porque el cielo se había encapotado, no <strong>de</strong>scuidaba el marqués observar algo que <strong>de</strong>bía<br />

interesarle muchísimo. Un instante se paró, creyendo divisar la cabeza <strong>de</strong> un hombre allá lejos,<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los paredones que cerraban la viña. Pero a tal distancia no consiguió cerciorarse. Vigiló<br />

más atento.<br />

Acercábanse al soto <strong>de</strong> Rendas, situado antes <strong>de</strong>l crucero; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí el arbolado se espesaba, y se<br />

dificultaba la precaución. Orillaron el soto, llegaron al pie <strong>de</strong>l santo símbolo y se internaron en el<br />

camino más agrio y estrecho, sin ver nada que justificase temores. En la espesura oyeron el golpe<br />

reiterado <strong>de</strong>l hacha y el ¡ham! <strong>de</strong> los leñadores, que rareaban los castaños. Más a<strong>de</strong>lante, silencio<br />

total. El cielo se cubría <strong>de</strong> nubes cirrosas, y la claridad <strong>de</strong>l sol apenas se abría paso, filtrándose<br />

velada y cár<strong>de</strong>na, presagiando tempestad. Julián recordó un <strong>de</strong>talle melancólico, la cruz a la cual<br />

iban a llegar en breve, que señalaba el teatro <strong>de</strong> un crimen, y preguntó:<br />

-¿Señorito?<br />

-¿Eh? - murmuró el marqués, hablando con los dientes apretados.<br />

- Aquí cerca mataron un hombre, ¿verdad? Don<strong>de</strong> está la cruz <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. ¿Por qué fue, señorito?<br />

¿Alguna venganza?<br />

- Una pen<strong>de</strong>ncia entre borrachos, al volver <strong>de</strong> la feria - respondió secamente don Pedro, que se<br />

hacía todo ojos para inspeccionar los matorrales.<br />

La cruz negreaba ya sobre ellos, y Julián se puso a rezar el Padre nuestro acostumbrado, muy<br />

bajito. Iba <strong>de</strong>lante, y el señorito le pisaba casi los talones. <strong>Los</strong> mozos portadores <strong>de</strong>l equipaje se<br />

habían a<strong>de</strong>lantado mucho, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> llegar cuanto antes a Cebre y echar un traguete en la<br />

taberna. Para oír el susurro que produjeron las hojas y la maleza al <strong>de</strong>sviarse y abrir paso a un<br />

cuerpo, necesitábanse realmente sentidos <strong>de</strong> cazador. El señorito lo percibió, aunque tenue,<br />

clarísimo, y vio el cañón <strong>de</strong> la escopeta apuntado tan diestramente que <strong>de</strong> fijo no se per<strong>de</strong>ría el<br />

disparo: el cañón no amagaba a su pecho, sino a las espaldas <strong>de</strong> Julián. La sorpresa estuvo a<br />

punto <strong>de</strong> paralizar a don Pedro: fue un segundo, menos que un segundo tal vez, un espacio <strong>de</strong><br />

tiempo inapreciable, lo que tardó en reponerse, y en echarse a la cara su arma, apuntando a su<br />

vez al enemigo emboscado. Si el tiro <strong>de</strong> éste salía, la bala se cruzaría casi con otra bala justiciera.<br />

La situación duró pocos instantes: estaban frente a frente dos adversarios dignos <strong>de</strong> medir sus<br />

fuerzas. El más inteligente cedió, encontrándose <strong>de</strong>scubierto. Oyó el marqués el roce <strong>de</strong>l follaje<br />

al bajarse el cañón que amenazaba a Julián, y Primitivo salió <strong>de</strong>l soto, blandiendo su vieja<br />

escopeta certera, remendada con cor<strong>de</strong>les. Julián precipitó el Gloria Patri para <strong>de</strong>cirle en tono<br />

cortés:<br />

- Hola... ¿Se viene usted con nosotros por fin hasta Cebre?<br />

- Sí, señor - contestó Primitivo, cuyo semblante recordaba más que nunca el <strong>de</strong> una estatua <strong>de</strong><br />

fundición -. Dejo dispuesto en Rendas, y voy a ver si <strong>de</strong> aquí a Cebre sale algo que tumbar...<br />

- Dame esa escopeta, Primitivo - or<strong>de</strong>nó don Pedro -. Estoy oyendo cantar la codorniz ahí, que<br />

no parece sino que me hace burla. Se me ha olvidado cargar mi carabina.<br />

Diciendo y haciendo, cogió la escopeta, apuntó a cualquier parte, y disparó. Volaron hojas y<br />

pedazos <strong>de</strong> rama <strong>de</strong> un roble próximo, aunque ninguna codorniz cayó herida.<br />

32


-¡Marró! - exclamó el señorito fingiendo gran contrariedad, mientras para sí discurría: «No era<br />

bala, eran postas... Le quería meter grajea <strong>de</strong> plomo en el cuerpo... ¡Claro, con bala era más<br />

escandaloso, más alarmante para la justicia. Es zorro fino!»<br />

Y en voz alta:<br />

- No vuelvas a cargar; hoy no se caza, que se nos viene la lluvia encima y tenemos que apretar el<br />

paso. Marcha <strong>de</strong>lante, enséñanos el atajo hasta Cebre.<br />

-¿No lo sabe el señorito?<br />

- Sí tal, pero a veces me distraigo.<br />

- IX -<br />

Como ya dos veces había repicado la campanilla y los criados no llevaban trazas <strong>de</strong> abrir, las<br />

señoritas <strong>de</strong> la Lage, suponiendo que a horas tan tempranas no vendría nadie <strong>de</strong> cumplido,<br />

bajaron en persona y en grupo a abrir la puerta, sin peinar, con bata y chinelas, hechas unas<br />

fachas. Así es que se quedaron voladas al encontrarse con un arrogante mozo, que les <strong>de</strong>cía<br />

campechanamente:<br />

-¿A que nadie me conoce aquí?<br />

Sintieron impulsos <strong>de</strong> echar a correr; pero la tercera, la menos linda <strong>de</strong> todas, frisando al parecer<br />

en los veinte años, murmuró:<br />

- De fijo que es el primo Perucho Moscoso.<br />

-¡Bravo! - exclamó don Pedro -. ¡Aquí está la más lista <strong>de</strong> la familia!<br />

Y a<strong>de</strong>lantándose con los brazos abiertos fue para abrazarla; pero ella, hurtando el cuerpo, le<br />

tendió una manecita fresca, recién lavada con agua y colonia. En seguida se entró por la casa<br />

gritando:<br />

-¡Papá!, ¡papá! ¡Está aquí el primo Perucho!<br />

El piso retembló bajo unos pasos elefantinos... Apareció el señor <strong>de</strong> la Lage, llenando con su<br />

volumen la antesala, y don Pedro abrazó a su tío, que le llevó casi en volandas al salón. Julián,<br />

que por no malograr la sorpresa <strong>de</strong> la aparición <strong>de</strong>l primo se había quedado oculto <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la<br />

puerta, salía riendo <strong>de</strong>l escondite, muy embromado por las señoritas, que afirmaban que estaba<br />

gordísimo, y se escurría por el corredor, en busca <strong>de</strong> su madre.<br />

Viéndoles juntos, se observaba extraordinario parecido entre el señor <strong>de</strong> la Lage y su sobrino<br />

carnal: la misma estatura prócer, las mismas proporciones amplias, la misma abundancia <strong>de</strong><br />

hueso y fibra, la misma barba fuerte y copiosa; pero lo que en el sobrino era armonía <strong>de</strong><br />

complexión titánica, fortalecida por el aire libre y los ejercicios corporales, en el tío era<br />

exuberancia y plétora; con<strong>de</strong>nado a una vida se<strong>de</strong>ntaria, se advertía que le sobraba sangre y<br />

carne, <strong>de</strong> la cual no sabía qué hacer; sin ser lo que se llama obeso, su humanidad se <strong>de</strong>sbordaba<br />

por todos lados; cada pie suyo parecía una lancha, cada mano un mazo <strong>de</strong> carpintero. Se ahogaba<br />

con los trajes <strong>de</strong> paseo; no cabía en las habitaciones reducidas; resoplaba en las butacas <strong>de</strong>l<br />

teatro, y en misa repartía codazos para disponer <strong>de</strong> más sitio. Magnífico ejemplar <strong>de</strong> una raza<br />

apta para la vida guerrera y montés <strong>de</strong> las épocas feudales, se consumía miserablemente en el vil<br />

ocio <strong>de</strong> los pueblos, don<strong>de</strong> el que nada produce, nada enseña, ni nada apren<strong>de</strong>, <strong>de</strong> nada sirve y<br />

nada hace. ¡Oh dolor! Aquel castizo <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, naciendo en el siglo XV, hubiera dado en<br />

qué enten<strong>de</strong>r a los arqueólogos e historiadores <strong>de</strong>l XIX.<br />

Mostró admirarse <strong>de</strong> la buena presencia <strong>de</strong>l sobrino y le habló llanotamente, para inspirarle<br />

confianza.<br />

-¡Muchacho, muchacho! ¿A dón<strong>de</strong> vas con tanto doblar? Cuidado que estás más hombre que<br />

yo... Siempre te imitaste más a Gabriel y a mí que a tu madre que santa gloria haya... Lo que es<br />

con tu padre, ni esto... No saliste Moscoso, ni Cabreira, chico; saliste <strong>Pardo</strong> por los cuatro<br />

costados. Ya habrás visto a tus primas, ¿eh? Chiquillas, ¿qué le <strong>de</strong>cís al primo?<br />

33


-¿Qué me dicen? Me han recibido como a la persona <strong>de</strong> más cumplimiento... A ésta le quise dar<br />

un abrazo, y ella me alargó la mano muy fina.<br />

-¡Qué borregas! ¡Marías Remilgos! A ver cómo abrazáis todas al primo, inmediatamente.<br />

La primera que se a<strong>de</strong>lantó a cumplir la or<strong>de</strong>n fue la mayor. Al estrecharla, don Pedro no pudo<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> notar las bizarras proporciones <strong>de</strong>l bello bulto humano que oprimía. ¡Una real moza, la<br />

primita mayor!<br />

-¿Tú eres Rita, si no me equivoco? - preguntó risueño -. Tengo muy mala memoria para nombres<br />

y pue<strong>de</strong> que os confunda.<br />

- Rita, para servirte... - respondió con igual amabilidad la prima -. Y ésta es Manolita, y ésta es<br />

Carmen, y aquélla es Nucha...<br />

- Sttt... Poquito a poco... Me lo iréis repitiendo conforme os abrace.<br />

Dos primas vinieron a pagar el tributo, diciendo festivamente:<br />

- Yo soy Manolita, para servir a usted.<br />

- Yo, Carmen, para lo que usted guste mandar.<br />

Allá entre los pliegues <strong>de</strong> una cortina <strong>de</strong> damasco se escondía la tercera, como si quisiese<br />

esquivar la ceremonia afectuosa; pero no le valió la treta, antes su retraimiento incitó al primo a<br />

exclamar:<br />

-¿Doña Hucha, o como te llames?... Cuidadito conmigo..., se me <strong>de</strong>be un abrazo...<br />

- Me llamo Marcelina, hombre... Pero éstas me llaman siempre Marcelinucha o Nucha...<br />

Costábale trabajo resolverse, y permanecía refugiada en el rojo dosel <strong>de</strong> la cortina, cruzando las<br />

manos sobre el peinador <strong>de</strong> percal blanco, que rayaban con doble y largo trazo, como <strong>de</strong> tinta,<br />

sus sueltas trenzas. El padre la empujó bruscamente, y la chica vino a caer contra el primo, toda<br />

ruborizada, recibiendo un apretón en regla, amén <strong>de</strong> un frote <strong>de</strong> barbas que la obligó a ocultar el<br />

rostro en la pechera <strong>de</strong>l marqués.<br />

Hechas así las amista<strong>de</strong>s, entablaron el señor <strong>de</strong> la Lage y su sobrino la imprescindible<br />

conversación referente al viaje, sus causas, inci<strong>de</strong>ntes y peripecias. No explicaba muy<br />

satisfactoriamente el sobrino su impensada venida: pch... ganas <strong>de</strong> espilirse... Cansa estar<br />

siempre solo... Gusta la variación... No insistió el tío, pensando para su chaleco: «Ya Julián me<br />

lo contará todo.»<br />

Y se frotaba las manos colosales, sonriendo a una i<strong>de</strong>a que, si acariciaba tiempo hacía allá en su<br />

interior, jamás se le había presentado tan clara y halagüeña como entonces. ¡Qué mejor esposo<br />

podían <strong>de</strong>sear sus hijas que el primo <strong>Ulloa</strong>! Entre los numerosos ejemplares <strong>de</strong>l tipo <strong>de</strong>l padre<br />

que <strong>de</strong>sea colocar a sus niñas, ninguno más vehemente que don Manuel <strong>Pardo</strong>, en cuanto a la<br />

voluntad, pero ninguno más reservado en el modo y forma. Porque aquel hidalgo <strong>de</strong> cepa vieja<br />

sentía a la vez gana ar<strong>de</strong>ntísima <strong>de</strong> casar a las chiquillas y un orgullo <strong>de</strong> raza tan exaltado, bajo<br />

engañosas apariencias <strong>de</strong> llaneza, que no sólo le vedaba <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r a ningún ardid <strong>de</strong> los usuales<br />

en padres casamenteros, sino que le imponía suma rigi<strong>de</strong>z y escrúpulo en la elección <strong>de</strong> sus<br />

relaciones y en la manera <strong>de</strong> educar a sus hijas, a quienes traía como encastilladas y aisladas, no<br />

llevándolas sino <strong>de</strong> pascuas a ramos a diversiones públicas. Las señoritas <strong>de</strong> la Lage, discurría<br />

don Manuel, <strong>de</strong>ben casarse, y sería contrario al or<strong>de</strong>n provi<strong>de</strong>ncial que no apareciese tronco en<br />

que injertar dignamente los retoños <strong>de</strong> tan noble estirpe; pero antes se que<strong>de</strong>n para vestir<br />

imágenes que unirse con cualquiera, con el teniente que está <strong>de</strong> guarnición, con el comerciante<br />

que medra midiendo paño, con el médico que toma el pulso; eso sería, ¡vive Dios!, profanación<br />

indigna; las señoritas <strong>de</strong> la Lage sólo pue<strong>de</strong>n dar su mano a quien se les iguale en calidad. Así<br />

pues, don Manuel, que se <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaría <strong>de</strong> ten<strong>de</strong>r re<strong>de</strong>s a un ricachón plebeyo, se propuso<br />

inmediatamente hacer cuanto estuviese en su mano para que su sobrino pasase a yerno, como el<br />

Sandoval <strong>de</strong> la zarzuela.<br />

¿Conformaban las primitas con las opiniones <strong>de</strong> su padre? Lo cierto es que, apenas el primo se<br />

sentó a platicar con don Manuel, cada niña se escurrió bonitamente, ya a arreglar su tocado, ya a<br />

34


prevenir alojamiento al forastero y platos selectos para la mesa. Se convino en que el primo se<br />

quedaba hospedado allí, y se envió por la maleta a la posada.<br />

Fue la comida alegre en extremo. Rápidamente se había establecido entre don Pedro y las<br />

señoritas <strong>de</strong> la Lage el género <strong>de</strong> familiaridad inherente al parentesco en grado prohibido pero<br />

dispensable: familiaridad que se diferencia <strong>de</strong> la fraternal en que la sazona y condimenta un<br />

picante polvito <strong>de</strong> hostilidad, germen <strong>de</strong> graciosas y galantes escaramuzas. Cruzábase en la mesa<br />

vivo tiroteo <strong>de</strong> bromas, piropos, que entre los dos sexos suele preludiar a más serios combates.<br />

- Primo, me extraña mucho que estando a mi lado no me sirvas el agua.<br />

- <strong>Los</strong> al<strong>de</strong>anos no enten<strong>de</strong>mos <strong>de</strong> política: ve enseñándome un poco, que por tener maestras así...<br />

- Glotón, ¿quién te da permiso para repetir?<br />

- El plato está tan rico, que supongo que es obra tuya.<br />

-¡Vaya unas ilusiones! Ha sido la cocinera. Yo no guiso para ti. Te fastidiaste.<br />

- Prima, esta yemecita. Por mí.<br />

- No me robes <strong>de</strong>l plato, goloso. Que no te lo doy, ea. ¿No tienes ahí la fuente?<br />

-¿A que te lo atrapo? Cuando más <strong>de</strong>scuidada estés...<br />

-¿A que no?<br />

Y la prima se levantaba y echaba a correr con su plato en las manos, para evitar el hurto <strong>de</strong> un<br />

merengue o <strong>de</strong> media manzana, y el juego se celebraba con estrepitosas carcajadas, como si<br />

fuese el paso más gracioso <strong>de</strong>l mundo. Las mantenedoras <strong>de</strong> este torneo eran Rita y Manolita, las<br />

dos mayores; en cuanto a Nucha y Carmen, se encerraban en los términos <strong>de</strong> una cordialidad<br />

mesurada, presenciando y riendo las bromas, pero sin tomar parte activa en ellas, con la<br />

diferencia <strong>de</strong> que en el rostro <strong>de</strong> Carmen, la más joven, se notaba una melancolía perenne, una<br />

preocupación dominante, y en el <strong>de</strong> Nucha se advertía tan sólo gravedad natural, no exenta <strong>de</strong><br />

placi<strong>de</strong>z.<br />

Hállabase don Pedro en sus glorias. Al resolverse a empren<strong>de</strong>r el viaje, receló que las primas<br />

fuesen algunas señoritas muy cumplimenteras y espetadas, cosa que a él le pondría en un brete,<br />

por serle extrañas las fórmulas <strong>de</strong>l trato ceremonioso con damas <strong>de</strong> calidad, clase <strong>de</strong> perdices<br />

blancas que nunca había cazado; mas aquel recibimiento franco le <strong>de</strong>volvió al punto su aplomo.<br />

Animado, y con la cálida sangre <strong>de</strong>spierta, consi<strong>de</strong>raba a las primitas una por una, calculando a<br />

cuál arrojaría el pañuelo. La menor no hay duda que era muy linda, blanca con cabos negros, alta<br />

y esbelta, pero la mal disimulada pasión <strong>de</strong> ánimo, las cár<strong>de</strong>nas ojeras, amenguaban su atractivo<br />

para don Pedro, que no estaba por romanticismos. En cuanto a la tercera, Nucha, asemejábase<br />

bastante a la menor, sólo que en feo: sus ojos, <strong>de</strong> magnífico tamaño, negros también como<br />

moras, pa<strong>de</strong>cían leve estrabismo convergente, lo cual daba a su mirar una vaguedad y pudor<br />

especiales; no era alta, ni sus facciones se pasaban <strong>de</strong> correctas, a excepción <strong>de</strong> la boca, que era<br />

una miniatura. En suma, pocos encantos físicos, al menos para los que se pagan <strong>de</strong> la cantidad y<br />

morbi<strong>de</strong>z en esta nuestra envoltura <strong>de</strong> barro. Manolita ofrecía otro tipo distinto, admirándose en<br />

ella lozanas carnes y suma gracia, unida a un <strong>de</strong>fecto que para muchos es aumento singular <strong>de</strong><br />

perfección en la mujer, y a otros, verbigracia a don Pedro, les inspira repulsión: un carácter<br />

masculino mezclado a los hechizos femeniles, un bozo que iba pasando a bigote, una<br />

prolongación <strong>de</strong>l nacimiento <strong>de</strong>l pelo sobre la oreja que, <strong>de</strong>scendiendo a lo largo <strong>de</strong> la<br />

mandíbula, quería ser, más que suave patilla, atrevida barba. A la que no se podían poner tachas<br />

era a Rita, la hermana mayor. Lo que más cautivaba a su primo, en Rita, no era tanto la belleza<br />

<strong>de</strong>l rostro como la cumplida proporción <strong>de</strong>l tronco y miembros, la amplitud y redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la<br />

ca<strong>de</strong>ra, el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong>l seno, todo cuanto en las valientes y armónicas curvas <strong>de</strong> su briosa<br />

persona prometía la madre fecunda y la nodriza inexhausta. ¡Soberbio vaso en verdad para<br />

encerrar un Moscoso legítimo, magnífico patrón don<strong>de</strong> injertar el here<strong>de</strong>ro, el continuador <strong>de</strong>l<br />

nombre! El marqués presentía en tan arrogante hembra, no el placer <strong>de</strong> los sentidos, sino la<br />

numerosa y masculina prole que <strong>de</strong>bía rendir; bien como el agricultor que ante un terreno fértil<br />

35


no se prenda <strong>de</strong> las florecillas que lo esmaltan, pero calcula aproximadamente la cosecha que<br />

podrá rendir al terminarse el estío.<br />

Pasaron al salón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la comida, para la cual las muchachas se habían emperejilado.<br />

Enseñaron a don Pedro infinidad <strong>de</strong> quisicosas: estereóscopos, álbumes <strong>de</strong> fotografías, que eran<br />

entonces objetos muy elegantes y nada comunes. Rita y Manolita obligaban al primo a fijarse en<br />

los retratos que las representaban apoyadas en una silla o en una columna, actitud clásica que por<br />

aquel tiempo imponían los fotógrafos; y Nucha, abriendo un álbum chiquito, se lo puso <strong>de</strong>lante a<br />

don Pedro, preguntándole afanosamente:<br />

-¿Le conoces?<br />

Era un muchacho como <strong>de</strong> diecisiete años, rapado, con uniforme <strong>de</strong> alumno <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong><br />

artillería, parecidísimo a Nucha y a Carmen cuanto pue<strong>de</strong> parecerse un pelón a dos señoritas con<br />

buenas trenzas <strong>de</strong> pelo.<br />

- Es mi niño - afirmó Nucha muy grave.<br />

-¿Tu niño?<br />

Riéronse las otras hermanas a carcajadas, y don Pedro exclamó cayendo en la cuenta:<br />

-¡Bah!, ya sé. Es vuestro hermano, mi señor primo, el mayorazgo <strong>de</strong> la Lage, Gabrieliño.<br />

- Pues claro: ¿quién había <strong>de</strong> ser? Pero esa Nucha le quiere tanto, que siempre le llama su niño.<br />

Nucha, corroborando el aserto, se inclinó y besó el retrato, con tan apasionada ternura, que allá<br />

en Segovia el pobre alumno, víctima quizá <strong>de</strong> los rigores <strong>de</strong> la cruel novatada, <strong>de</strong>bió sentir en la<br />

mejilla y el corazón una cosa dulce y caliente.<br />

Cuando Carmen, la tristona, vio a sus hermanas entretenidas, se escabulló <strong>de</strong>l salón, don<strong>de</strong> ya no<br />

apareció más. Agotado todo lo que en el salón había que enseñar al primo, le mostraron la casa<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el <strong>de</strong>sván hasta la leñera: un caserón antiguo, espacioso y <strong>de</strong>startalado, como aún quedan<br />

muchos en la monumental Compostela, digno hermano urbano <strong>de</strong> los rurales Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. En<br />

su fachada severa <strong>de</strong>safinaba una galería <strong>de</strong> nuevo cuño, i<strong>de</strong>ada por don Manuel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la<br />

Lage, que tenía el costoso vicio <strong>de</strong> hacer obras. Semejante solecismo arquitectónico era el<br />

quitapesares <strong>de</strong> las señoritas <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>; allí se las encontraba siempre, posadas como pájaros en<br />

rama favorita, allí hacían labor, allí tenían un breve jardín, contenido en macetas y cajones, allí<br />

colgaban jaulas <strong>de</strong> canarios y jilgueros; tal vez no parasen en esto los buenos oficios <strong>de</strong> la galería<br />

dichosa. Lo cierto es que en ella encontraron a Carmen, asomada y mirando a la calle, tan<br />

absorta que no sintió llegar a sus hermanas. Nucha le tiró <strong>de</strong>l vestido; la muchacha se volvió,<br />

pudiendo notarse que tenía unas vislumbres <strong>de</strong> rosa en las mejillas, <strong>de</strong>scoloridas <strong>de</strong> ordinario.<br />

Hablóle Nucha vivamente al oído, y Carmen se apartó <strong>de</strong>l encristalado antepecho, siempre muda<br />

y preocupada. Rita no cesaba <strong>de</strong> explicar al primo mil particularida<strong>de</strong>s.<br />

- Des<strong>de</strong> aquí se ven las mejores calles... Ése es el Preguntoiro; por ahí pasa mucha gente...<br />

Aquella torre es la <strong>de</strong> la Catedral... ¿Y tú no has ido a la Catedral todavía? ¿Pero <strong>de</strong> veras no le<br />

has rezado un Credo al Santo Apóstol, judío? - exclamaba la chica vertiendo provocativa luz <strong>de</strong><br />

sus pupilas radiantes -. Vaya, vaya... Tengo yo que llevarte allí, para que conozcas al Santo y lo<br />

abraces muy apretadito... ¿Tampoco has visto aún el Casino?, ¿la Alameda?, ¿la Universidad?<br />

¡Señor! ¡Si no has visto nada!<br />

- No, hija... Ya sabes que soy un pobre al<strong>de</strong>ano... y he llegado ayer al anochecer. No hice más<br />

que acostarme.<br />

-¿Por qué no te viniste acá en <strong>de</strong>rechura, <strong>de</strong>scastado?<br />

-¿A alborotaros la casa <strong>de</strong> noche? Aunque salgo <strong>de</strong> entre tojos, no soy tan mal criado como todo<br />

eso.<br />

- Vamos, pues hoy tienes que ver alguna notabilidad... Y no faltar al paseo... Hay chicas muy<br />

guapas.<br />

- De eso ya me he enterado, sin molestarme en ir a la Alameda - contestó el primo echando a<br />

Rita una miradaza que ella resistió con intrepi<strong>de</strong>z notoria, y pagó sin esquivez alguna.<br />

36


- X -<br />

Y en efecto, le fueron enseñadas al marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> multitud <strong>de</strong> cosas que no le importaban<br />

mayormente. Nada le agradó, y experimentó mil <strong>de</strong>cepciones, como suele acontecer a las gentes<br />

habituadas a vivir en el campo, que se forman <strong>de</strong>l pueblo una i<strong>de</strong>a exagerada. Pareciéronle, y con<br />

razón, estrechas, torcidas y mal empedradas las calles, fangoso el piso, húmedas las pare<strong>de</strong>s,<br />

viejos y ennegrecidos los edificios, pequeño el circuito <strong>de</strong> la ciudad, postrado su comercio y<br />

solitarios casi siempre sus sitios públicos; y en cuanto a lo que en un pueblo antiguo pue<strong>de</strong><br />

enamorar a un espíritu culto, los gran<strong>de</strong>s recuerdos, la eterna vida <strong>de</strong>l arte conservada en<br />

monumentos y ruinas, <strong>de</strong> eso entendía don Pedro lo mismo que <strong>de</strong> griego o latín. ¡Piedras<br />

mohosas! Ya le bastaban las <strong>de</strong> los Pazos. Nótese cómo un hidalgo campesino <strong>de</strong> muy rancio<br />

criterio se hallaba al nivel <strong>de</strong> los <strong>de</strong>mócratas más vandálicos y <strong>de</strong>moledores. A pesar <strong>de</strong> conocer<br />

a Orense y haber estado en Santiago cuando niño, discurría y fantaseaba a su modo lo que <strong>de</strong>be<br />

ser una ciudad mo<strong>de</strong>rna: calles anchas, mucha regularidad en las construcciones, todo nuevo y<br />

flamante, gran policía, ¿qué menos pue<strong>de</strong> ofrecer la civilización a sus esclavos? Es cierto que<br />

Santiago poseía dos o tres edificios espaciosos, la Catedral, el Consistorio, San Martín... Pero en<br />

ellos existían cosas muy sin razón pon<strong>de</strong>radas, en concepto <strong>de</strong>l marqués: por ejemplo, la Gloria<br />

<strong>de</strong> la Catedral. ¡Vaya unos santos más mal hechos y unas santas más flacuchas y sin forma<br />

humana!, ¡unas columnas más toscamente esculpidas! Sería <strong>de</strong> ver a alguno <strong>de</strong> estos sabios que<br />

escudriñan el sentido <strong>de</strong> un monumento religioso, consagrándose a la tarea <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar a don<br />

Pedro que el pórtico <strong>de</strong> la Gloria encierra alta poesía y profundo simbolismo. ¡Simbolismo!<br />

¡Jerigonzas! El pórtico estaba muy mal labrado, y las figuras parecían pasadas por tamiz. Por<br />

fuerza las artes andaban atrasadísimas en aquellos tiempos <strong>de</strong> maricastaña. Total, que <strong>de</strong> los<br />

monumentos <strong>de</strong> Santiago se atenía el marqués a uno <strong>de</strong> fábrica muy reciente: su prima Rita.<br />

La proximidad <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong>l Corpus animaba un tanto la soñolienta ciudad universitaria, y<br />

todas las tar<strong>de</strong>s había lucido paseo bajo los árboles <strong>de</strong> la Alameda. Carmen y Nucha solían ir<br />

<strong>de</strong>lante, y las seguían Rita y Manolita, acompañadas por su primo; el padre cubría la retaguardia<br />

conversando con algún señor mayor, <strong>de</strong> los muchos que existen en el pueblo compostelano,<br />

don<strong>de</strong> por ley <strong>de</strong> afinidad parece abundar más que en otras partes la gente provecta. A menudo<br />

se arrimaba a Manolita un señorito muy planchado y tieso, con cierto empaque ridículo y<br />

exageradas pretensiones <strong>de</strong> elegancia: llamábase don Víctor <strong>de</strong> la Formoseda y estudiaba<br />

<strong>de</strong>recho en la Universidad; don Manuel <strong>Pardo</strong> le veía gustoso acercarse a sus hijas, por ser el<br />

señorito <strong>de</strong> la Formoseda <strong>de</strong> muy limpio solar montañés, y no <strong>de</strong>spreciable caudal. No era éste el<br />

único mosquito que zumbaba en torno <strong>de</strong> las señoritas <strong>de</strong> la Lage. A las primeras <strong>de</strong> cambio notó<br />

don Pedro que así por los tortuosos y lóbregos soportales <strong>de</strong> la Rúa <strong>de</strong>l Villar, como por las<br />

frondosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Alameda y la Herradura, les seguía y escoltaba un hombre joven, melenudo,<br />

enfundado en un gabán gris, <strong>de</strong> corte raro y antiguo. Aquel hombre parecía la sombra <strong>de</strong> las<br />

muchachas: no era posible volver la cabeza sin encontrársele: y don Pedro reparó también que al<br />

surgir <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un pilar o por entre los árboles el rondador perpetuo, la cara triste y ojerosa <strong>de</strong><br />

Carmen se animaba, y brillaban sus abatidos ojos. En cambio don Manuel y Nucha daban señales<br />

<strong>de</strong> inquietud y <strong>de</strong>sagrado.<br />

Ya sobre la pista, don Pedro siguió acechando, a fuer <strong>de</strong> cazador experto. Nucha no <strong>de</strong>bía tener<br />

ningún adorador entre la multitud <strong>de</strong> estudiantes y vagos que acudían al paseo, o si lo tenía, no le<br />

hacía caso, pues caminaba seria e indiferente. En público, Nucha parecía revestirse <strong>de</strong> gravedad<br />

ajena a sus años. Respecto a Manolita, no perdía ripio coqueteando con el señorito <strong>de</strong> la<br />

Formoseda. Rita, siempre animada y provocadora, lo era mucho con su primo, y no poco con los<br />

<strong>de</strong>más, pues don Pedro advirtió que a las miradas y requiebros <strong>de</strong> sus admiradores correspondía<br />

con ojeadas vivas y flecheras. Lo cual no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> dar en qué pensar al marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, el cual,<br />

37


tal vez por contarse en el número <strong>de</strong> los hombres fácilmente atraídos por las mujeres vivarachas,<br />

tenía <strong>de</strong> ellas opinión <strong>de</strong>testable y para sus a<strong>de</strong>ntros la expresaba en términos muy crudos.<br />

Dormían en habitaciones contiguas Julián y el marqués, pues Julián, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su or<strong>de</strong>nación, había<br />

ascendido <strong>de</strong> categoría en la casa, y mientras la madre continuaba <strong>de</strong>sempeñando las funciones<br />

<strong>de</strong> ama <strong>de</strong> llaves y dueña, el hijo comía con los señores, ocupaba un cuarto <strong>de</strong> importancia, y era<br />

tratado en suma, si no <strong>de</strong> igual a igual, pues siempre quedaban matices <strong>de</strong> protección, al menos<br />

con gran amabilidad y <strong>de</strong>ferencia. De noche, antes <strong>de</strong> recogerse, el marqués se le entraba en el<br />

dormitorio a fumar un cigarro y charlar. La conversación ofrecía pocos lances, pues siempre<br />

versaba sobre el mismo proyecto. Decía don Pedro que le admiraban dos cosas: haberse resuelto<br />

a salir <strong>de</strong> los Pazos, y hallarse tan <strong>de</strong>cidido a tomar estado, i<strong>de</strong>a que antes le parecía irrealizable.<br />

Era don Pedro <strong>de</strong> los que juzgan muy importantes y dignas <strong>de</strong> comentarse sus propias acciones y<br />

mutaciones - achaque propio <strong>de</strong> egoístas - y han menester tener siempre cerca <strong>de</strong> sí algún inferior<br />

o subordinado a quien referirlas, para que les atribuya también valor extraordinario.<br />

Agradaba la plática a Julián. Aquellas proyectadas bodas entre primo y prima le parecían tan<br />

naturales como juntarse la vid al olmo. Las familias no podían ser mejores ni más para en una;<br />

las clases iguales; las eda<strong>de</strong>s no muy <strong>de</strong>sproporcionadas, y el resultado dichosísimo, porque así<br />

redimía el marqués su alma <strong>de</strong> las garras <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio, personificado en impúdicas barraganas.<br />

Solamente no le contentaba que don Pedro se hubiese ido a fijar en la señorita Rita: mas no se<br />

atrevía ni a indicarlo, no fuese a malograrse la cristiana resolución <strong>de</strong>l marqués.<br />

- Rita es una gran moza... - <strong>de</strong>cía éste explayándose -. Parece sana como una manzana, y los<br />

hijos que tenga heredarán su buena constitución. Serán más fuertes aún que Perucho, el <strong>de</strong> Sabel.<br />

¡Inoportuna reminiscencia! Julián se apresuraba a replicar, sin meterse en honduras fisiológicas:<br />

- La casta <strong>de</strong> los señores <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong> es muy saludable, gracias a Dios...<br />

Una noche cambiaron <strong>de</strong> sesgo las confi<strong>de</strong>ncias, entrando en terreno sumamente embarazoso<br />

para Julián, siempre temeroso <strong>de</strong> que cualquier <strong>de</strong>sliz <strong>de</strong> su lengua <strong>de</strong>sbaratase los proyectos <strong>de</strong>l<br />

señorito, y le echase a él sobre la conciencia responsabilidad gravísima.<br />

-¿Sabe usted - insinuó don Pedro - que mi prima Rita se me figura algo casquivana? Por el paseo<br />

va siempre entretenida en si la miran o no la miran, si le dicen o no le dicen... juraría que toma<br />

varas.<br />

-¿Que toma varas? - repitió el capellán, quedándose en ayunas <strong>de</strong>l sentido <strong>de</strong> la frase grosera.<br />

- Sí, hombre..., que se <strong>de</strong>ja querer, vamos... Y para casarse, no es cosa <strong>de</strong> broma que la mujer las<br />

gaste con el primero que llega.<br />

-¿Quién lo duda, señorito? La prenda más esencial en la mujer es la honestidad y el recato. Pero<br />

no hay que fiarse <strong>de</strong> apariencias. La señorita Rita tiene el genio así, franco y alegre...<br />

Creíase Julián salvado con estas evasivas, cuando, a las pocas noches, don Pedro le apretó para<br />

que cantase:<br />

- Don Julián, aquí no valen misterios... Si he <strong>de</strong> casarme, quiero al menos saber con quién y<br />

cómo... Apenas se reirían si porque vengo <strong>de</strong> los Pazos me diesen <strong>de</strong> buenas a primeras gato por<br />

liebre. Con razón se diría que salí <strong>de</strong> un soto para meterme en otro. No sirve contestar que usted<br />

no sabe nada. Usted se ha criado en esta casa, y conoce a mis primas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nació. Rita... Rita<br />

es mayor que usted, ¿no es verdad?<br />

- Sí, señor - respondió Julián, no teniendo por cargo <strong>de</strong> conciencia revelar la edad -. La señorita<br />

Rita cumplirá ahora veintisiete o veintiocho años... Después viene la señorita Manolita y la<br />

señorita Marcelina, que son seguidas..., veintitrés y veintidós... porque en medio murieron dos<br />

niños varones..., y luego la señorita Carmen, veinte... Cuando nació el señorito Gabriel, que<br />

andará en los diecisiete o poco más, ya no se pensaba que la señora volviese a tener sucesión,<br />

porque andaba <strong>de</strong>licada, y le probó tan mal el parto, que falleció a los pocos meses.<br />

- Pues usted <strong>de</strong>be conocer perfectamente a Rita. Cante usted, ea.<br />

- Señorito, a la verdad... Yo me crié en esta casa, es cierto; pero sin manualizarme con los<br />

señores, porque mi clase era otra muy distinta... Y mi madre, que era muy piadosa, no me<br />

38


permitió jamás juntarme con las señoritas para jugar ni nada... por razones <strong>de</strong> <strong>de</strong>coro... ¡Ya usted<br />

me compren<strong>de</strong>! Con el señorito Gabriel sí que tuve algún trato; lo que es con las señoritas...<br />

buenos días y buenas noches, cuando las encontraba en los pasillos. Luego ya fui al Seminario...<br />

-¡Bah, bah! ¿Tiene usted gana <strong>de</strong> cuentos...? Harto estará usted <strong>de</strong> saber cosas <strong>de</strong> las chicas.<br />

Basta su madre <strong>de</strong> usted para enterarle. ¿Acerté? Se ha puesto usted colorado... ¡Ajá! ¡Por ahí<br />

vamos bien! ¡A ver con qué cara me niega que su madre le ha informado <strong>de</strong> algunas cosillas...!<br />

Julián se tornó purpúreo. ¡Que si le habían contado! ¡Pues no habían <strong>de</strong> contarle! Des<strong>de</strong> su<br />

llegada, la venerable dueña que regía el llavero en casa <strong>de</strong> la Lage no había cogido a solas a su<br />

hijo un minuto sin ce<strong>de</strong>r a la comezón <strong>de</strong> tocar ciertos asuntos, que únicamente con varones<br />

graves y religiosos pue<strong>de</strong>n conferirse... Misía Rosario no lo iba a charlar con otras comadres<br />

envidiosas, eso no; por algo comía el pan <strong>de</strong> don Manuel <strong>Pardo</strong>; pero con la gente grave y <strong>de</strong><br />

buen consejo, v. g., su confesor don Vicente el canónigo, y Julián, aquel pedazo <strong>de</strong> sus entrañas<br />

elevado a la más alta dignidad que cabe en la tierra, ¿quién le vedaba el gustazo <strong>de</strong> juzgar a su<br />

modo la conducta <strong>de</strong>l amo y las señoritas, <strong>de</strong> alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> discreción, censurando melosa y<br />

compasivamente algunos <strong>de</strong> sus actos que ella «si fuese señora» no realizaría jamás, y <strong>de</strong> oír que<br />

«personas <strong>de</strong> respeto» alababan mucho su cordura, y conformaban <strong>de</strong>l todo con su dictamen?<br />

Que si le habían contado a Julián, ¡Dios bendito! Pero una cosa era que se lo hubiesen contado, y<br />

otra que él lo pudiese repetir. ¿Cómo revelar la manía <strong>de</strong> la señorita Carmen, empeñada en<br />

casarse contra viento y marea <strong>de</strong> su padre, con un estudiantillo <strong>de</strong> medicina, un nadie, hijo <strong>de</strong> un<br />

herrador <strong>de</strong> pueblo (¡oh baldón para la preclara estirpe <strong>de</strong> los <strong>Pardo</strong>s!), un loco <strong>de</strong> atar que la<br />

comprometía siguiéndola por todas partes a modo <strong>de</strong> perrito fal<strong>de</strong>ro, y <strong>de</strong> quien a<strong>de</strong>más se<br />

aseguraba que era un materialista, metido en socieda<strong>de</strong>s secretas? ¿Cómo divulgar que la<br />

señorita Manolita hacía novenas a San Antonio para que don Víctor <strong>de</strong> la Formoseda se<br />

<strong>de</strong>terminase a pedirla, llegando al extremo <strong>de</strong> escribir a don Víctor cartas anónimas<br />

indisponiéndole con otras señoritas cuya casa frecuentaba? Y sobre todo, ¿cómo indicar ni lo<br />

más somero y mínimo <strong>de</strong> aquello <strong>de</strong> la señorita Rita, que maliciosamente interpretado tanto<br />

podía dañar a su honra? Antes le arrancasen la lengua.<br />

- Señorito... - balbució -. Yo creo que las señoritas son muy buenas e incapaces <strong>de</strong> faltar en nada;<br />

pero si lo contrario supiese, me guardaría bien <strong>de</strong> propalarlo, toda vez que yo..., que mi<br />

agra<strong>de</strong>cimiento a esta familia me pondría..., vamos... como si dijéramos... una mordaza...<br />

Detúvose, comprendiendo que se empantanaba más.<br />

- No traduzca mis palabras, señorito... Por Dios, no saque usted consecuencias <strong>de</strong> mi poca<br />

habilidad para explicarme.<br />

-¿Según eso - preguntó el marqués mirando <strong>de</strong> hito en hito al capellán -, usted juzga que no hay<br />

absolutamente nada censurable? Clarito. ¿Las consi<strong>de</strong>ra usted a todas unas señoritas<br />

intachables... perfectísimas... que me convienen para casarme? ¿Eh?<br />

Meditó Julián antes <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r.<br />

- Si usted se empeña en que le <strong>de</strong>scubra cuánto uno tiene en el corazón... francamente, aunque<br />

las señoritas son cada una <strong>de</strong> por sí muy simpáticas, yo, puesto a escoger, no lo niego..., me<br />

quedaría con la señorita Marcelina.<br />

-¡Hombre! Es algo bizca... y flaca... Sólo tiene buen pelo y buen genio.<br />

- Señorito, es una alhaja.<br />

- Será como las <strong>de</strong>más.<br />

- Es como ella sola. Cuando el señorito Gabriel quedó sin mamá <strong>de</strong> pequeñito, lo cuidó con una<br />

formalidad que tenía la gracia <strong>de</strong>l mundo, porque ella no era mucho mayor que él. Una madre no<br />

hiciera más. De día, <strong>de</strong> noche, siempre con el chiquillo en brazos. Le llamaba su hijo: dicen que<br />

era un sainete ver aquello. Parece que el peso <strong>de</strong>l chiquillo la rindió y por eso quedó más<br />

<strong>de</strong>licada <strong>de</strong> salud que las otras. Cuando el hermano marchó al colegio, estuvo malucha. Por eso<br />

la ve usted <strong>de</strong>scolorida. Es un ángel, señorito. Todo se le vuelve aconsejar bien a las hermanas...<br />

- Señal <strong>de</strong> que lo necesitan - arguyó don Pedro maliciosamente.<br />

39


-¡Jesús! No pue<strong>de</strong> uno <strong>de</strong>slizarse... Bien sabe usted que sobre lo bueno está lo mejor, y la<br />

señorita Marcelina raya en perfecta. La perfección es dada a pocos. Señorito, la señorita<br />

Marcelina, ahí don<strong>de</strong> usted la ve, se confiesa y comulga tan a menudo, y es tan religiosa, que<br />

edifica a la gente.<br />

Quedóse don Pedro reflexionando algún rato, y aseguró <strong>de</strong>spués que le agradaba mucho, mucho,<br />

la religiosidad en las mujeres; que la conceptuaba indispensable para que fuesen «buenas».<br />

- Con que beatita, ¿eh? - añadió -. Ya tengo por dón<strong>de</strong> hacerla rabiar.<br />

Y tal fue en efecto el resultado inmediato <strong>de</strong> aquella conferencia don<strong>de</strong>, con mejor <strong>de</strong>seo que<br />

diplomacia, había intentado Julián presentar la candidatura <strong>de</strong> Nucha. Des<strong>de</strong> entonces el primo<br />

gastó con ella bastantes bromas, algunas más pesadas que divertidas. Con placer <strong>de</strong>l niño<br />

voluntarioso cuyos <strong>de</strong>dos entreabren un capullo, gozaba en poner colorada a Nucha, en arañarle<br />

la epi<strong>de</strong>rmis <strong>de</strong>l alma por medio <strong>de</strong> chanzas subidas e indiscretas familiarida<strong>de</strong>s que ella<br />

rechazaba enérgicamente. Semejante juego mortificaba al capellán tanto como a la chica; las<br />

sobremesas eran para él largo suplicio, pues a las anécdotas y cuentos <strong>de</strong> don Manuel, que<br />

versaban siempre sobre materias nada pulcras ni bien olientes (costumbre inveterada en el señor<br />

<strong>de</strong> la Lage), se unían las continuas inconveniencias <strong>de</strong>l primo con la prima. El pobre Julián, con<br />

los ojos fijos en el plato, el rubio entrecejo un tanto fruncido, pasaba las <strong>de</strong> Caín. Imaginábase él<br />

que ajar, siquiera fuese en broma, la flor <strong>de</strong> la mo<strong>de</strong>stia virginal era abominable sacrilegio. Por lo<br />

que su madre le había contado y por lo que en Nucha veía, la señorita le inspiraba religioso<br />

respeto, semejante al que infun<strong>de</strong> el camarín que contiene una veneranda imagen. Jamás se<br />

atrevía a llamarla por el diminutivo, pareciéndole Nucha nombre <strong>de</strong> perro más bien que <strong>de</strong><br />

persona; y cuando don Pedro se resbalaba a chanzonetas escabrosas, el capellán, juzgando que<br />

consolaba a la señorita Marcelina, tomaba asiento a su lado y le hablaba <strong>de</strong> cosas santas y<br />

apacibles, <strong>de</strong> alguna novena o función <strong>de</strong> iglesia, a las cuales Nucha asistía con asiduidad.<br />

No lograba el marqués vencer la irritante atracción que le llevaba hacia Rita; y con todo, al<br />

crecer el imperio que ejercía en sus sentidos la prima mayor, se fortalecía también la especie <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sconfianza instintiva que infun<strong>de</strong>n al campesino las hembras ciudadanas, cuyo refinamiento y<br />

coquetería suele confundir con la <strong>de</strong>pravación. Vamos, no lo podía remediar el marqués; según<br />

frase suya, Rita le escamaba terriblemente. ¡Es que a veces ostentaba una <strong>de</strong>senvoltura! ¡Se<br />

mostraba con él tan incitadora; tendía la red con tan poco disimulo; se esponjaba <strong>de</strong> tal suerte<br />

ante los homenajes masculinos!<br />

El al<strong>de</strong>ano que llega al pueblo ha oído contar mil lances, mil jugarretas hechas a los bobos que<br />

allí entran <strong>de</strong>sprevenidos como incautos peces. Lleno <strong>de</strong> recelo, mira hacia todas partes, teme<br />

que le roben en las tiendas, no se fía <strong>de</strong> nadie, no acierta a conciliar el sueño en la posada, no sea<br />

que mientras duerme le birlen el bolso. Guardada la distancia que separaba <strong>de</strong> un labriego al<br />

señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, éste era su estado moral en Santiago. No hería su amor propio ser dominado por<br />

Primitivo y vendido groseramente por Sabel en su madriguera <strong>de</strong> los Pazos, pero sí que le torease<br />

en Compostela su artificiosa primilla. A<strong>de</strong>más, no es lo mismo distraerse con una muchacha<br />

cualquiera que tomar esposa. La hembra <strong>de</strong>stinada a llevar el nombre esclarecido <strong>de</strong> Moscoso y a<br />

perpetuarlo legítimamente había <strong>de</strong> ser limpia como un espejo... Y don Pedro figuraba entre los<br />

que no juzgan limpia ya a la que tuvo amorosos tratos, aún en la más honesta y lícita forma, con<br />

otro que con su marido. Aún las ojeadas en calles y paseos eran pecados gordos. Entendía don<br />

Pedro el honor conyugal a la manera cal<strong>de</strong>roniana, española neta, indulgentísima para el esposo<br />

e implacable para la esposa. Y a él que no le dijesen: Rita no estaba sin algún enredillo... Acerca<br />

<strong>de</strong> Carmen y Manolita no necesitaba discurrir, pues bien veía lo que pasaba. Pero Rita...<br />

Ningún amigo íntimo tenía en Santiago don Pedro, aunque sí varios conocidos, ganados en el<br />

paseo, en casa <strong>de</strong> su tío o en el Casino, don<strong>de</strong> solía ir mañana y noche, a fuer <strong>de</strong> buen español<br />

ocioso. Allí se le embromaba mucho con su prima, comentándose también la <strong>de</strong>satinada pasión<br />

<strong>de</strong> Carmen por el estudiante y su continuo atalayar en la galería, con el adorador apostado<br />

enfrente. Siempre alerta, el señorito estudiaba el tono y acento con que nombraban a Rita. En dos<br />

40


o tres ocasiones le pareció notar unas puntas <strong>de</strong> ironía, y acaso no se equivocase; pues en las<br />

ciuda<strong>de</strong>s pequeñas, don<strong>de</strong> ningún suceso se olvida ni borra, don<strong>de</strong> gira perpetuamente la<br />

conversación sobre los mismos asuntos, don<strong>de</strong> se abulta lo nimio y lo grave adquiere<br />

proporciones épicas, a menudo tiene una muchacha perdida la fama antes que la honra, y<br />

ligerezas insignificantes, glosadas y censuradas años y años, llevan a su autora con palma al<br />

sepulcro. A<strong>de</strong>más, las señoritas <strong>de</strong> la Lage, por su alcurnia, por los humos aristocráticos <strong>de</strong> su<br />

padre, y la especie <strong>de</strong> aureola con que pretendía ro<strong>de</strong>arlas, por su belleza, eran blanco <strong>de</strong><br />

bastantes envidillas y murmuraciones: cuando no se las motejaba <strong>de</strong> orgullosas, se recurría a<br />

tacharlas <strong>de</strong> coquetas.<br />

Lucía el Casino entre su maltratado mueblaje un caduco sofá <strong>de</strong> gutapercha, gala <strong>de</strong>l gabinete <strong>de</strong><br />

lectura: sofá que pudiera llamarse tribuna <strong>de</strong> los maldicientes, pues allí se reunían tres <strong>de</strong> las más<br />

afiladas tijeras que han cortado sayos en el mundo, triunvirato digno <strong>de</strong> más <strong>de</strong>tenido bosquejo y<br />

en el cual <strong>de</strong>scollaba un personaje eminentísimo, maestro en la ciencia <strong>de</strong>l mal saber. Así como<br />

los eruditos se precian <strong>de</strong> no ignorar la más mínima particularidad concerniente a remotas épocas<br />

históricas, este sujeto se jactaba <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir, sin errar punto ni coma, lo que disfrutaban <strong>de</strong><br />

renta, lo que comían, lo que hablaban y hasta lo que pensaban las veinte o treinta familias <strong>de</strong> viso<br />

que encerraba el recinto <strong>de</strong> Santiago. Hombre era para pronunciar con suma formalidad y gran<br />

reposo:<br />

- Ayer, en casa <strong>de</strong> la Lage, se han puesto en la mesa dos principios: croquetas y carne estofada.<br />

La ensalada fue <strong>de</strong> coliflor, y a los postres se sirvió carne <strong>de</strong> membrillo <strong>de</strong> las monjas.<br />

Comprobada la exactitud <strong>de</strong> tales pormenores, resultaban rigurosamente ciertos.<br />

Tan bien informado individuo consiguió encen<strong>de</strong>r más recelos en el ánimo <strong>de</strong>l suspicaz señor <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>, bastándole para ello unas cuantas palabritas, <strong>de</strong> ésas que tomadas al pie <strong>de</strong> la letra no<br />

llevan malicia alguna, pero vistas al trasluz pue<strong>de</strong>n significarlo todo... Encomiando el salero <strong>de</strong><br />

Rita, y la hermosura <strong>de</strong> Rita, y la buena conformación anatómica <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> Rita, añadió<br />

como al <strong>de</strong>scuido:<br />

- Es una muchacha <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n... Y aquí difícilmente le saldría novio. Las chicas por el<br />

estilo <strong>de</strong> Rita siempre encuentran su media naranja en un forastero.<br />

- XI -<br />

Hacía un mes que don Manuel <strong>Pardo</strong> se preguntaba a sí mismo: «¿Cuándo se <strong>de</strong>terminará el<br />

rapaz a pedirme a Rita?»<br />

Que se la pediría, no lo dudó un momento. La situación <strong>de</strong>l marqués en aquella casa era<br />

tácitamente la <strong>de</strong>l novio aceptado. <strong>Los</strong> amigos <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> la Lage se permitían alusiones<br />

<strong>de</strong>sembozadas a la próxima boda; los criados, en la cocina, calculaban ya a cuánto ascen<strong>de</strong>ría la<br />

propineja nupcial. Al recogerse, sus hermanas daban matraca a Rita. A todas horas reían<br />

fraternalmente con el primo y una ráfaga <strong>de</strong> alegría juvenil trocaba la vetusta casa en alborotada<br />

pajarera.<br />

Descabezaba una tar<strong>de</strong> la siesta el marqués, cuando llamaron a la puerta con gran<strong>de</strong>s palmadas.<br />

Abrió: era Rita, en chambra, con un pañuelo <strong>de</strong> seda atado a lo curro, luciendo su hermosa<br />

garganta <strong>de</strong>scubierta. Blandía en la diestra un plumero enorme, y parecía una guapísima criada<br />

<strong>de</strong> servir, semejanza que lejos <strong>de</strong> repeler al marqués, le hizo hervir la sangre con mayor ímpetu.<br />

Sofocada y risueña la muchacha echaba lumbres por ojos, boca y mejillas.<br />

-¿Perucho? ¿Peruchón?<br />

-¿Ritiña, Ritona? - contestó don Pedro <strong>de</strong>vorándola con el mirar.<br />

- Dicen las chicas que vengas... Estamos muy enfaenadas arreglando el <strong>de</strong>sván, don<strong>de</strong> hay todos<br />

los trastos <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong>l abuelo. Parece que se encuentran allí cosas fenomenales.<br />

- Y yo ¿para qué os sirvo? Supongo que no me mandaréis barrer.<br />

41


- Todo será que se nos antoje. Ven, holgazán, dormilón, marmota.<br />

Conducía al <strong>de</strong>sván empinadísima escalera, y no era el sitio muy oscuro, pues recibía luz <strong>de</strong> tres<br />

gran<strong>de</strong>s claraboyas, pero sí bastante bajo; don Pedro no podía estar allí <strong>de</strong> pie, y las chicas, al<br />

menor <strong>de</strong>scuido, se pegaban coscorrones en la cabeza contra la armazón <strong>de</strong>l techo. Guardábanse<br />

en el <strong>de</strong>sván mil cachivaches arrumbados que habían servido en otro tiempo a la pompa, aparato<br />

y esplendor <strong>de</strong> los <strong>Pardo</strong>s <strong>de</strong> la Lage, y hoy tenían por compañeros al polvo y la polilla; por<br />

esperanza, la visita <strong>de</strong> muchachas bulliciosas, que <strong>de</strong> vez en cuando lo exploraban, a fin <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>senterrar alguna presea <strong>de</strong> antaño, que reformaban según la moda actual. Con las antiguallas<br />

que allí se pudrían, pudiera escribirse la historia <strong>de</strong> las costumbres y ocupaciones <strong>de</strong> la nobleza<br />

gallega, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un par <strong>de</strong> siglos acá. Restos <strong>de</strong> sillas <strong>de</strong> manos pintadas y doradas; farolillos con<br />

que los pajes alumbraban a sus señoras al regresar <strong>de</strong> las tertulias, cuando no se conocía en<br />

Santiago el alumbrado público; un uniforme <strong>de</strong> maestrante <strong>de</strong> Ronda; escofietas y ridículos,<br />

bordados <strong>de</strong> abalorio; chupas recamadas <strong>de</strong> flores vistosas; medias caladas <strong>de</strong> seda, rancias ya;<br />

faldas adornadas con caireles; espadines <strong>de</strong> acero tomados <strong>de</strong> orín; anuncios <strong>de</strong> funciones <strong>de</strong><br />

teatro impresos en seda, rezando que la dama <strong>de</strong> música había <strong>de</strong> cantar una chistosa tonadilla, y<br />

el gracioso representar una divertida pitipieza; todo andaba por allí revuelto con otros<br />

chirimbolos análogos, que trascendían a casacón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mil leguas, y entre los cuales<br />

distinguíanse, como prendas más simbólicas y elocuentes, los trebejos masónicos: medalla,<br />

triángulo, mállete, escuadra y mandil, <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> un abuelo afrancesado y grado 33.·., y una<br />

lindísima chaqueta <strong>de</strong> grana, con las insignias <strong>de</strong> coronel bordadas en plata por bocamangas y<br />

cuello, herencia <strong>de</strong> la abuela <strong>de</strong> don Manuel <strong>Pardo</strong>, que según costumbre <strong>de</strong> su época, autorizada<br />

por el ejemplo <strong>de</strong> la reina María Luisa, usaba el uniforme <strong>de</strong> su marido para montar diestramente<br />

a horcajadas.<br />

-A buena parte me trajisteis - <strong>de</strong>cía don Pedro, ahogado entre el polvo y contrariadísimo por no<br />

po<strong>de</strong>r moverse <strong>de</strong>l asiento.<br />

- Aquí te queremos - le replicaban Rita y Manolita, palmoteando triunfantes -,porque aunque te<br />

empeñes, no hay medio <strong>de</strong> correr tras <strong>de</strong> nosotras, ni <strong>de</strong> hacernos barrabasadas. Llegó la nuestra.<br />

Te vamos a vestir con espadín y chupa. Ya verás.<br />

- Buena gana tengo <strong>de</strong> ponerme <strong>de</strong> máscara.<br />

- Un minuto solamente. Para ver qué facha haces.<br />

- Os digo que no me visto <strong>de</strong> mamarracho.<br />

-¿Cómo que no? Se nos ha puesto a nosotras en el moño.<br />

- Mirad que os pesará. La que se me acerque ha <strong>de</strong> arrepentirse.<br />

-¿Y qué nos harás, fantasmón?<br />

- Eso no se dice hasta que se vea.<br />

La misteriosa amenaza pareció infundir temor en las primas, que se limitaron por entonces a<br />

inofensivas travesuras, a algún plumerazo más o menos. A<strong>de</strong>lantaba la limpieza <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sván:<br />

Manolita, con sus brazos nervudos, manejaba los trastos; Rita los clasificaba; Nucha los sacudía<br />

y doblaba esmeradamente; Carmen tomaba poca parte en el trajín, y menos aún en la jarana: dos<br />

o tres veces se eclipsó, para asomarse a la galería sin duda. Las <strong>de</strong>más le soltaron indirectas.<br />

-¿Qué tal está el día, Carmucha? ¿Llueve o hace sol?<br />

-¿Pasa mucha gente por la calle? Contesta, mujer.<br />

- Ésa siempre está pensando en las musarañas.<br />

A medida que las prendas iban quedando limpias <strong>de</strong> polvo, las chicas se las probaban. A<br />

Manolita le sentaba a maravilla el uniforme <strong>de</strong> coronel, por su tipo hombruno. Rita era un<br />

encanto con la dulleta <strong>de</strong> seda ver<strong>de</strong>gay <strong>de</strong> la abuela. Carmen sólo consintió en <strong>de</strong>jarse poner un<br />

estrafalario adorno, un penacho triple, que allá cuando se estrenó se llamaba Las tres potencias.<br />

Tocóle a Nucha la probatura <strong>de</strong> las mantillas <strong>de</strong> blonda. A todo esto la tar<strong>de</strong> caía, y en el<br />

telarañoso recinto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sván se veía muy poco. La penumbra era favorable a los planes <strong>de</strong> las<br />

muchachas; aprovechando la ocasión propicia, acercáronse disimuladamente las dos mayores a<br />

42


don Pedro, y mientras Rita le plantaba en la cabeza un sombrero <strong>de</strong> tres picos, Manolita le<br />

echaba por los hombros una chupa color tórtola, con guirnaldas <strong>de</strong> flores azules y amarillas.<br />

Fue <strong>de</strong> confusión el momento que siguió a esta diablura sosa. Don Pedro, medio a gatas porque<br />

<strong>de</strong> otro modo no se lo consentía la poca altura <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sván, perseguía a sus primas, resuelto a<br />

tomar memorable venganza; y ellas, exhalando chillidos ratoniles, tropezando con los muebles y<br />

cachivaches esparcidos aquí y acullá, procuraban buscar la puertecilla angosta, para evitar<br />

represalias. Mientras Rita se atrincheraba tras los restos <strong>de</strong> una silla <strong>de</strong> manos y una <strong>de</strong>svencijada<br />

cómoda, huyeron dos chicas, las menos valientes; y habiendo tenido Manolita la buena<br />

ocurrencia <strong>de</strong> cegar momentáneamente a su primo arrojándole a la cabeza un chal, pudo evadirse<br />

también Rita, jefe nato <strong>de</strong>l motín. Desenredarse <strong>de</strong>l chal haciéndolo jirones, y lanzarse a la<br />

puerta y a la escalera en seguimiento <strong>de</strong> la fugitiva, fueron acciones simultáneas en don Pedro.<br />

Saltó impetuosamente los peldaños, precipitándose en el corredor a tientas, guiado por su instinto<br />

<strong>de</strong> perseguidor <strong>de</strong> alimañas ágiles, que oye <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí el apresurado trotecillo <strong>de</strong> la hermosa<br />

res. En una revuelta <strong>de</strong>l pasillo le dio alcance. La <strong>de</strong>fensa fue blanda, entrecortada <strong>de</strong> risas. Don<br />

Pedro, <strong>de</strong>terminado a infligir el castigo ofrecido, lo aplicó en efecto cerca <strong>de</strong> una oreja, largo y<br />

sonoro. Parecióle que la víctima no se resistía entonces; mas <strong>de</strong>bía ser errónea tan maliciosa<br />

suposición, porque Rita aprovechó un segundo <strong>de</strong> suspensión <strong>de</strong> hostilida<strong>de</strong>s para huir<br />

nuevamente, gritando:<br />

-¿A que no me coges otra vez, cobar<strong>de</strong>?<br />

Engolosinado, olvidando el peligro <strong>de</strong>l juego, el marqués echó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la prima, que se había<br />

<strong>de</strong>svanecido ya en las negruras <strong>de</strong>l pasadizo. Éste, irregular y tortuoso, serpeaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong><br />

parte <strong>de</strong> la casa, quebrándose en inesperados codos, y a veces estrechándose como longaniza mal<br />

rellena. Rita llevaba ventaja en sus familiares angosturas. Oyó el marqués chirriar puertas,<br />

indicio <strong>de</strong> que la chica se había acogido al sagrado <strong>de</strong> alguna habitación. No estaba don Pedro<br />

para respetar sagrados. Empujó la puerta tras la cual juzgaba parapetada a Rita. La puerta resistía<br />

como si tuviese algún obstáculo <strong>de</strong>lante; mas los puños <strong>de</strong> don Pedro dieron cuenta fácilmente <strong>de</strong><br />

la en<strong>de</strong>ble trinchera <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> sillas, que vinieron al suelo con estrépito. Penetró en un cuarto<br />

completamente oscuro, y por instinto alargó las manos a fin <strong>de</strong> no tropezar con los muebles;<br />

advirtió que algo rebullía en las tinieblas; tanteó el aire y palpó un bulto <strong>de</strong> mujer, que aprisionó<br />

en sus brazos sin <strong>de</strong>cir palabra, con ánimo <strong>de</strong> repetir el castigo. ¡Oh sorpresa! La resistencia más<br />

tenaz y briosa, la protesta más <strong>de</strong>sesperada, unas manitas <strong>de</strong> acero que no podía cautivar, un<br />

cuerpo nervioso que se sacudía rehuyendo toda presión, y al mismo tiempo varias exclamaciones<br />

<strong>de</strong> profunda y verda<strong>de</strong>ra congoja, dos o tres gritos ahogados que <strong>de</strong>mandaban socorro... ¡Diantre!<br />

Aquello no se parecía a lo otro, no... Por ciego y exaltado que estuviese el marqués, hubo <strong>de</strong><br />

compren<strong>de</strong>r... Sintió una confusión insólita en él, y soltó a la chica.<br />

- Nuchiña, no llores... Calla, mujer... Ya te <strong>de</strong>jo; no te hago nada... Aguarda un instante.<br />

Registró precipitadamente sus bolsillos, rascó un fósforo, miró alre<strong>de</strong>dor, encendió una vela<br />

puesta en un can<strong>de</strong>labro... Nucha, viéndose libre, callaba; pero se mantenía a la <strong>de</strong>fensiva.<br />

Volvió el marqués a disculparse y a consolarla.<br />

- Nucha, no seas chiquilla... Perdona, mujer... Dispensa, no creía que eras tú.<br />

Conteniendo un sollozo, exclamó Nucha:<br />

- Fuese quien fuese... Con las señoritas no se hacen estas brutalida<strong>de</strong>s.<br />

- Hija mía, tu señora hermanita me buscó..., y el que me busca, que no se queje si me encuentra...<br />

Ea, no haya más, no estés así disgustada. ¿Qué va a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> mí el tío? Pero ¿aún lloras, mujer?<br />

Cuidado que eres sensible <strong>de</strong> veras. A ver, a ver esa cara.<br />

Alzó el can<strong>de</strong>labro para alumbrar el rostro <strong>de</strong> Nucha. Estaba ésta encendida, <strong>de</strong>mudada, y por<br />

sus mejillas corría <strong>de</strong>spacio una lágrima; pero al darle la luz en los ojos, no pudo menos <strong>de</strong><br />

sonreír ligeramente y secar el llanto con su pañuelo.<br />

-¡Hija! ¡Cualquiera se te atreve! ¡Eres una fierecita! ¡Y hasta fuerza en los puños <strong>de</strong>scubres en<br />

esos momentos! ¡Diantre!<br />

43


- Vete - or<strong>de</strong>nó Nucha recobrando su seriedad -. Ésta es mi habitación, y no me parece <strong>de</strong>cente<br />

que te estés metido en ella.<br />

Dio el marqués dos pasos para salir; y volviéndose <strong>de</strong> pronto, preguntó:<br />

-¿Quedamos amigos? ¿Se hacen las paces?<br />

- Sí, con tal que no vuelvas a las andadas - respondió con sencillez y firmeza Nucha.<br />

-¿Qué me harás si vuelvo? - interrogó risueño el hidalgo campesino -. Capaz eres <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarme en<br />

el sitio <strong>de</strong> una manotada, chica.<br />

- No por cierto... No tengo yo fuerzas para tanto. Haré otra cosa.<br />

-¿Cuál?<br />

- Decírselo a papá, muy clarito, para que se fije en lo que <strong>de</strong> seguro no se le habrá pasado por la<br />

cabeza: que no parece natural vivir tú aquí no siendo nuestro hermano y siendo nosotras<br />

muchachas solteras. Ya sé que es un atrevimiento meterme a enmendarle la plana a papá; pero él<br />

no ha reparado en esto, ni te cree capaz <strong>de</strong> gracias como las <strong>de</strong> hoy. En cuanto note algo, se le ha<br />

<strong>de</strong> ocurrir sin que yo se lo sople al oído, pues no soy quién para aconsejar a mi padre.<br />

-¡Caramba! Lo dices <strong>de</strong> un modo..., ¡como si fuese cuestión <strong>de</strong> vida o muerte!<br />

- Pues así.<br />

Marchóse con estas <strong>de</strong>spacha<strong>de</strong>ras el marqués, y a la hora <strong>de</strong> la cena estuvo taciturno y metido<br />

en sí, haciendo caso omiso <strong>de</strong> las zalamerías <strong>de</strong> Rita. Nucha, aunque un poco alterada la<br />

fisonomía, se mostró como siempre, afable, tranquila y atenta al buen servicio y or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la<br />

mesa. Aquella noche el marqués no <strong>de</strong>jó dormir a Julián, entreteniéndole hasta las altas horas<br />

con larga y tendida plática. <strong>Los</strong> días siguientes fueron <strong>de</strong> tregua; don Pedro salía bastante, y se le<br />

veía mucho en el Casino, junto a la tribuna <strong>de</strong> los maldicientes. No perdía allí el tiempo.<br />

Informábase <strong>de</strong> particularida<strong>de</strong>s que le importaban, por ejemplo, el verda<strong>de</strong>ro estado <strong>de</strong> fortuna<br />

<strong>de</strong> su tío. En Santiago se <strong>de</strong>cía lo que él sospechaba ya: don Manuel <strong>Pardo</strong> mejoraba en tercio y<br />

quinto a su primogénito Gabriel, que entre la mejora, su legítima y el vínculo, vendría a<br />

arramblar con casi toda la casa <strong>de</strong> la Lage. No restaba más esperanza a las primitas que la<br />

herencia <strong>de</strong> una tía soltera, doña Marcelina, madrina <strong>de</strong> Nucha por más señas, que residía en<br />

Orense, atesorando sórdidamente y viviendo como una rata en su agujero. Estas nuevas dieron en<br />

qué pensar a don Pedro, que <strong>de</strong>sveló a Julián algunas noches más. Al cabo adoptó una resolución<br />

<strong>de</strong>finitiva.<br />

Estremecióse <strong>de</strong> placer don Manuel <strong>Pardo</strong> viendo al sobrino entrar en su <strong>de</strong>spacho una mañana,<br />

con la expresión in<strong>de</strong>finible que se nota en el rostro y continente <strong>de</strong> quien viene a tratar algo <strong>de</strong><br />

importancia. Había oído don Manuel que don<strong>de</strong> hay varias hermanas, lo difícil es <strong>de</strong>shacerse <strong>de</strong><br />

la primera, y <strong>de</strong>spués las otras se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n <strong>de</strong> suyo, como las cuentas <strong>de</strong> una sarta tras la más<br />

próxima al cabo <strong>de</strong>l hilo. Colocada Rita, lo <strong>de</strong>más era tortas y pan pintado. Con Manolita<br />

cargaría por último el finchado señorito <strong>de</strong> la Formoseda; a Carmen se le quitarían <strong>de</strong> la cabeza<br />

ciertas locuras y siendo tan linda no le faltaría buen acomodo; y Nucha... Lo que es Nucha no le<br />

hacía a él peso en casa, pues la gobernaba a las mil maravillas; a<strong>de</strong>más, a fuer <strong>de</strong> here<strong>de</strong>ra<br />

presunta <strong>de</strong> su madrina, no necesitaba ampararse casándose. Si no hallaba marido, viviría con<br />

Gabriel cuando éste, acabada la carrera, se estableciese según conviene al mayorazgo <strong>de</strong> la Lage.<br />

Con tan gratos pensamientos, don Manuel abrió los oídos para mejor recibir el rocío <strong>de</strong> las<br />

palabras <strong>de</strong> su sobrino... Lo que recibió fue un escopetazo.<br />

-¿Por qué se asusta usted tanto, tío? - exclamaba don Pedro gozando en sus a<strong>de</strong>ntros con la<br />

mortificación y asombro <strong>de</strong>l viejo hidalgo -. ¿Hay impedimento? ¿Tiene Nucha otro novio?<br />

Comenzó don Manuel a poner mil objeciones, callándose algunas que no eran para dichas. Salió<br />

la corta edad <strong>de</strong> la muchacha, su <strong>de</strong>licada salud, y hasta su poca hermosura alegó el padre,<br />

sazonando la observación con alusiones no muy reservadas al buen palmito <strong>de</strong> Rita y al mal<br />

gusto <strong>de</strong> no preferirla. Dio al sobrino manotadas en los hombros y en las rodillas; gastó chanzas,<br />

quiso aconsejarle como se aconseja a un niño que escoge entre juguetes; y por último, tras <strong>de</strong><br />

referir varios chascarrillos a<strong>de</strong>cuados al asunto y contados en dialecto, acabó por <strong>de</strong>clarar que a<br />

44


las <strong>de</strong>más chicas les daría algo al contraer matrimonio, pero que a Nucha... como esperaba<br />

heredar lo <strong>de</strong> su tía... <strong>Los</strong> tiempos estaban malos, abofé... Luego, encarándose con el marqués, le<br />

interrogó:<br />

-¿Y qué dice esa mosquita muerta <strong>de</strong> Nucha, vamos a ver?<br />

- Usted se lo preguntará, tío... ¡Yo no le dije cosa <strong>de</strong> sustancia...! Ya vamos viejos para andar<br />

haciendo cocos.<br />

¡Oh y qué marejada hubo en casa <strong>de</strong> la Lage por espacio <strong>de</strong> una quincena! Entrevistas con el<br />

padre, cuchicheos <strong>de</strong> las hermanas entre sí, trasnochadas y madrugonas, batir <strong>de</strong> puertas, lloreras<br />

escondidas que <strong>de</strong>nunciaban ojos como puños, trastornos en las horas <strong>de</strong> comer, conferencias<br />

con amigos sesudos, curiosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> dueña oficiosa que apaga el ruido <strong>de</strong> su pisar para<br />

sorpren<strong>de</strong>r algo al abrigo <strong>de</strong> una cortina, todas las dramáticas menu<strong>de</strong>ncias que acompañan a un<br />

grave suceso doméstico... Y como en provincia las pare<strong>de</strong>s son <strong>de</strong> cristal, se murmuró en<br />

Santiago <strong>de</strong>saforadamente, glosando los escándalos ocurridos entre las señoritas <strong>de</strong> la Lage por<br />

causa <strong>de</strong>l primo. Se acusó a Rita <strong>de</strong> haber insultado agriamente a su hermana porque le quitaba el<br />

novio, y a Carmen <strong>de</strong> ayudarla, porque Nucha reprendía su ventaneo. Se censuró a Nucha<br />

también por falsa e hipócrita. Se le royeron los zancajos a don Manuel, afirmando que había<br />

dicho en toda confianza a persona que lo repitió en toda intimidad: «El sobrino no me había <strong>de</strong><br />

salir <strong>de</strong> aquí sin una <strong>de</strong> las chicas, y como se le antojó Nucha, hubo que dársela.» Se aseguró que<br />

las hermanas no cruzaban ya palabra alguna en la mesa, y lo confirmó ver a Rita en paseo sola<br />

con Carmen <strong>de</strong>lante, mientras el primo seguía <strong>de</strong>trás con don Manuel y Nucha. Ésta iba como<br />

avergonzada, cabizbaja y mo<strong>de</strong>sta. Crecieron los comentarios cuando Rita salió para Orense, a<br />

acompañar una temporada a la tía Marcelina, según dijo, y don Pedro para una posada, por no<br />

consi<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong>coroso que los novios viviesen bajo un mismo techo en vísperas <strong>de</strong> boda.<br />

Ésta se efectuó llegada la dispensa pontificia, hacia fines <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> agosto. No faltaron los<br />

indispensables requisitos: finezas mutuas, regalos <strong>de</strong> amigos y parientes, cajas <strong>de</strong> dulces muy<br />

emperifolladas para repartir, buen ajuar <strong>de</strong> ropa blanca, las galas venidas <strong>de</strong> Madrid en un cajón<br />

monstruo. Dos o tres días antes <strong>de</strong> la ceremonia se recibió un paquetito proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Segovia, y<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él un estuche. Contenía una sortija <strong>de</strong> oro muy sencilla, y una cartulina figurando<br />

tarjeta, que <strong>de</strong>cía: «A mi inolvidable hermana Marcelina, su más amante hermano, Gabriel.» La<br />

novia lloró bastante con el obsequio <strong>de</strong> su niño, púsolo en el <strong>de</strong>do meñique <strong>de</strong> la mano izquierda,<br />

y allí se le reunió el otro anillo que en la iglesia le ciñeron.<br />

Casáronse al anochecer, en una parroquia solitaria. Vestía la novia <strong>de</strong> rico gro negro, mantilla <strong>de</strong><br />

blonda y a<strong>de</strong>rezo <strong>de</strong> brillantes. Al regresar hubo refresco para la familia y amigos íntimos<br />

solamente: un refresco a la antigua española, con almíbares, sorbetes, chocolate, vino generoso,<br />

bizcochos, dulces variadísimos, todo servido en macizas salvillas y ban<strong>de</strong>jas <strong>de</strong> plata, con gran<br />

etiqueta y compostura. No adornaban la mesa flores, a no ser las rosas <strong>de</strong> trapo <strong>de</strong> las tartas o<br />

ramilletes <strong>de</strong> piñonate; dos can<strong>de</strong>labros con bujías, altos como mecheros <strong>de</strong> catafalco,<br />

solemnizaban el comedor; y los convidados, transidos aún <strong>de</strong>l miedo que infun<strong>de</strong> el terrible<br />

sacramento <strong>de</strong>l matrimonio visto <strong>de</strong> cerca, hablaban bajito, lo mismo que en un duelo,<br />

esmerándose en evitar hasta el repique <strong>de</strong> las cucharillas en la loza <strong>de</strong> los platos. Parecía aquello<br />

la comida postrera <strong>de</strong> los reos <strong>de</strong> muerte. Verdad es que el señor don Nemesio Angulo,<br />

eclesiástico en extremo cortesano y afable, antiguo amigo y tertuliano <strong>de</strong> don Manuel y autor <strong>de</strong><br />

la dicha <strong>de</strong> los cónyuges, a quienes acababa <strong>de</strong> ben<strong>de</strong>cir, intentó soltar dos o tres cosillas<br />

festivas, en tono <strong>de</strong>centemente jovial, para animar un poco la asamblea; pero sus esfuerzos se<br />

estrellaron contra la seriedad <strong>de</strong> los concurrentes. Todos estaban - es la frase <strong>de</strong> cajón - muy<br />

afectados, incluso el señorito <strong>de</strong> la Formoseda, que acaso pensaba «cuando la barba <strong>de</strong> tu<br />

vecino...», y Julián, que viendo colmados sus <strong>de</strong>seos y votos ar<strong>de</strong>ntísimos, triunfante su<br />

candidatura, sentía no obstante en el corazón un peso raro, como si algún presentimiento cruel se<br />

lo abrumase.<br />

45


Seria y solícita, la novia atendía y servía a todo el mundo; dos o tres veces su pulso <strong>de</strong>sasentado<br />

le hizo verter el Pajarete que escanciaba al buen don Nemesio, colocado en sitio preferente, a su<br />

<strong>de</strong>recha. El novio entretanto conversaba con los hombres, y, al alzarse <strong>de</strong> la mesa, repartió<br />

excelentes cigarros <strong>de</strong> que tenía rellena la petaca. Nadie aludió al trascen<strong>de</strong>ntal acontecimiento,<br />

ni se atrevió a <strong>de</strong>cir la menor chanza que pudiese poner colorada a la novia; pero al <strong>de</strong>spedirse<br />

los convidados, algunos caballeros recalcaron maliciosamente las buenas noches, mientras<br />

matronas y doncellas, besando con estrépito a la <strong>de</strong>sposada, le chillaban al oído: «Adiós,<br />

señora... Ya eres señora, ya no es posible llamarte señorita...», celebrando tan trivial observación<br />

con afectadas risas, y mirando a Nucha como para aprendérsela <strong>de</strong> memoria. Cuando todos<br />

fueron saliendo, don Manuel <strong>Pardo</strong> se acercó a su hija, y la oprimió contra el pecho colosal,<br />

sellándole la frente con besos muy cariñosos. Hallábase realmente conmovido el señor <strong>de</strong> la<br />

Lage: era la primera vez que casaba una hija; sentía <strong>de</strong>sbordarse en su alma la paternidad, y al<br />

tomar <strong>de</strong> la mano a Nucha para conducirla a la cámara nupcial, alumbrándoles el camino Misia<br />

Rosario con un can<strong>de</strong>labro <strong>de</strong> cinco brazos cogido <strong>de</strong> la mesa <strong>de</strong>l comedor, no acertaba a<br />

pronunciar palabra, y un poco <strong>de</strong> humedad se asomaba a sus lagrimales áridos, y una sonrisa <strong>de</strong><br />

orgullo y placer entreabría al mismo tiempo su boca. En el umbral pudo exclamar al cabo:<br />

-¡Si levantase la cabeza tal día como hoy tu madre que en gloria esté!<br />

Ardían en el tocador <strong>de</strong> la estancia dos velas puestas en can<strong>de</strong>leros no menos empinados y<br />

majestuosos que los can<strong>de</strong>labros <strong>de</strong>l refresco; y como no la iluminaba otra luz, ni se había<br />

soñado siquiera en el clásico globo <strong>de</strong> porcelana que es <strong>de</strong> rigor en todo voluptuoso camarín <strong>de</strong><br />

novela, impregnaba la alcoba más misterio religioso que nupcial, completando su analogía con<br />

una capilla u oratorio la forma <strong>de</strong>l tálamo, cuyas cortinas <strong>de</strong> damasco rojo franjeadas <strong>de</strong> oro se<br />

parecían exactamente a colgaduras <strong>de</strong> iglesia, y cuyas sábanas blanquísimas, tersas y<br />

almidonadas, con randas y encajes, tenían la casta lisura <strong>de</strong> los manteles <strong>de</strong> altar. Cuando el<br />

padre se retiraba ya, murmurando «Adiós, Nuchiña, hija querida», la novia le asió la diestra y se<br />

la besó humil<strong>de</strong>mente, con labios secos, abrasados <strong>de</strong> calentura. Quedó sola. Temblaba como la<br />

hoja en el árbol, y al través <strong>de</strong> sus crispados nervios corría a cada instante el escalofrío <strong>de</strong> la<br />

muerte chiquita, no por miedo razonado y consciente, sino por cierto pavor in<strong>de</strong>finible y sagrado.<br />

Parecíale que aquella habitación don<strong>de</strong> reinaba tan imponente silencio, don<strong>de</strong> ardían tan altas y<br />

graves las luces, era el mismo templo en que no hacía dos horas aún se había puesto <strong>de</strong> hinojos...<br />

Volvió a arrodillarse, divisando allá en la sombra <strong>de</strong> la cabecera <strong>de</strong>l lecho el antiguo Cristo <strong>de</strong><br />

ébano y marfil, a quien el cortinaje formaba severo dosel. Sus labios murmuraban el<br />

consuetudinario rezo nocturno: «Un Padrenuestro por el alma <strong>de</strong> mamá...» Oyéronse en el<br />

corredor pisadas recias, crujir <strong>de</strong> botas flamantes, y la puerta se abrió.<br />

FIN DEL TOMO PRIMERO<br />

Tomo II<br />

- XII -<br />

46


Quedaban migajas, no muy añejas aún, <strong>de</strong>l pan <strong>de</strong> la boda, cuando don Pedro celebró con Julián<br />

una conferencia, conviniendo ambos en lo urgente <strong>de</strong> que el capellán se a<strong>de</strong>lantase a salir a los<br />

Pazos para adoptar varias precauciones indispensables y civilizar algo la huronera, mientras no<br />

iban a vivirla sus dueños. Julián aceptó la comisión, y entonces el señorito mostró<br />

remordimientos o escrúpulos <strong>de</strong> habérsela encomendado.<br />

- Mire usted - advirtió - que allí se necesitan muchas agallas... Primitivo es hombre <strong>de</strong> malos<br />

hígados, capaz <strong>de</strong> darle a usted cien vueltas...<br />

- Dios <strong>de</strong>lante. Matar no me matará.<br />

- No lo diga usted dos veces - insistió el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, impulsado por voces <strong>de</strong> su conciencia,<br />

que en aquel momento se <strong>de</strong>jaban oír claras y apremiantes -. Ya le avisé a usted en otra ocasión<br />

<strong>de</strong> cómo es Primitivo: capaz <strong>de</strong> cualquier <strong>de</strong>safuero... Lo que yo no creo es que vaya a cometer<br />

barbarida<strong>de</strong>s por gusto <strong>de</strong> cometerlas, ni aun en el primer momento, cuando le ciega el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

la venganza... Con todo...<br />

No era ésta la única vez que don Pedro manifestaba sagacidad en el conocimiento <strong>de</strong> caracteres y<br />

personas, don esterilizado por la falta <strong>de</strong> nociones <strong>de</strong> cultura moral y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, <strong>de</strong> ésas que hoy<br />

exige la sociedad a quien, mediante el nacimiento, la riqueza o el po<strong>de</strong>r, ocupa en ella lugar<br />

preeminente.<br />

Prosiguió el señorito:<br />

- Primitivo no es un bárbaro... Pero es un bribón redomado y taimadísimo, que no se para en<br />

barras con tal <strong>de</strong> lograr sus fines... ¡Demontres! Harto estoy <strong>de</strong> saberlo... El día que nos<br />

vinimos... si él pudiese <strong>de</strong>tenernos soplándonos un tiro a mansalva... no doy dos cuartos por su<br />

pellejo <strong>de</strong> usted ni por el mío.<br />

Estremecióse Julián, y se le borraron las rosadas tintas <strong>de</strong> los pómulos. No era <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />

héroes, lo cual le salía a la cara. A don Pedro le divertía infinito el miedo <strong>de</strong>l capellán. En la<br />

índole <strong>de</strong> don Pedro había un fondo <strong>de</strong> crueldad, sostenido por su vida grosera.<br />

- Apostemos - exclamó riéndose - que la cruz aquélla <strong>de</strong>l camino va usted a pasarla rezando.<br />

- No digo que no - contestó Julián repuesto ya -; mas no por eso me niego a ir. Es mi <strong>de</strong>ber; <strong>de</strong><br />

suerte que no hago nada <strong>de</strong> extraordinario en cumplirlo. Dios sobre todo... A veces no es tan<br />

fiero el león como lo pintan.<br />

- No le tiene cuenta ahora a Primitivo meterse en dibujos.<br />

Calló Julián. Al cabo exclamó:<br />

- Señorito, ¡si usted adoptase una buena resolución! ¡Echar a ese hombre, señorito, echarlo!<br />

- Calle usted, hombre, calle usted... Le pondremos a raya... Pero eso <strong>de</strong> echar... ¿Y los perros?<br />

¿Y la caza? ¿Y aquellas gentes, y todo aquel cotarro, que nadie me lo entien<strong>de</strong> sino él?<br />

Desengáñese usted: sin Primitivo no me arreglo yo allí... Haga usted la prueba, sólo por gusto, <strong>de</strong><br />

aquillotrarme algunas cosas <strong>de</strong> las que Primitivo maneja durmiendo... A<strong>de</strong>más, crea usted lo que<br />

le digo, que es como el Evangelio: si echa usted a Primitivo por la puerta, se nos entrará por la<br />

ventana. ¡Diantre! ¡Si sabré yo quién es Primitivo!<br />

Julián balbució:<br />

-¿Y... <strong>de</strong> lo <strong>de</strong>más...?<br />

- De lo <strong>de</strong>más... Arréglese usted como quiera... Lleva usted plenos po<strong>de</strong>res.<br />

¡Ya lo creo que los llevaba! ¡Así llevase también alguna receta eficaz para servirse <strong>de</strong> ellos!<br />

Investido <strong>de</strong> autoridad omnímoda, Julián sentía en el fondo <strong>de</strong>l alma una especie <strong>de</strong> compasión<br />

por la <strong>de</strong>svergonzada manceba y el hijo espurio. Este último sobre todo. ¿Qué culpa tenía el<br />

pobre inocente <strong>de</strong> las bellaquerías maternales? Siempre parecía duro arrojarle <strong>de</strong> una casa don<strong>de</strong>,<br />

al fin y al cabo, el dueño era su padre. Julián no se hubiera encargado jamás <strong>de</strong> tan ingrata<br />

comisión a no parecerle que iba en ello la salvación eterna <strong>de</strong> don Pedro, y también el sosiego<br />

temporal <strong>de</strong> la que él seguía llamando señorita Marcelina, contra el dictamen <strong>de</strong> las convidadas a<br />

la boda.<br />

47


No sin aprensión cruzó <strong>de</strong> nuevo el triste país <strong>de</strong> lobos que antecedía al valle <strong>de</strong> los Pazos. El<br />

cazador le aguardaba en Cebre, e hicieron la jornada juntos; Primitivo, por más señas, se mostró<br />

tan sumiso y respetuoso, que Julián, quien al revés que don Pedro poseía el don <strong>de</strong> errar en el<br />

conocimiento práctico <strong>de</strong> las gentes, guardando los aciertos para el terreno especulativo y<br />

abstracto, fue poco a poco <strong>de</strong>sechando la <strong>de</strong>sconfianza, y persuadiéndose <strong>de</strong> que ya no tenía el<br />

zorro intenciones <strong>de</strong> mor<strong>de</strong>r. El rostro impasible <strong>de</strong> Primitivo no revelaba rencor ni enojo. Con<br />

su laconismo y seriedad habituales, hablaba <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong>sapacible y metido en agua, que casi<br />

no había consentido majar, ni segar el maíz, ni vendimiar como Dios manda, ni cumplir en paz<br />

ninguna <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s faenas agrícolas. Estaba en efecto el camino encharcado, lleno <strong>de</strong><br />

aguazales, y como había llovido por la mañana también, los pinos <strong>de</strong>jaban escurrir <strong>de</strong> las ver<strong>de</strong>s<br />

y brillantes púas <strong>de</strong> su ramaje gotas <strong>de</strong> agua que se aplastaban en el sombrero <strong>de</strong> los viajeros.<br />

Julián iba perdiendo el miedo y un gozo muy puro le inundaba el espíritu cuando saludó al<br />

crucero con verda<strong>de</strong>ra efusión religiosa.<br />

«Bendito seas, Dios mío - pensaba para sí -, pues me has permitido cumplir una obra buena,<br />

grata a tus ojos. He encontrado en los Pazos, hace un año, el vicio, el escándalo, la grosería y<br />

todas las malas pasiones; y vuelvo trayendo el matrimonio cristiano, las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l hogar<br />

consagrado por ti. Yo, yo he sido el agente <strong>de</strong> que te has valido para tan santa obra... Dios mío,<br />

gracias.»<br />

Cortaron el soliloquio ladridos vehementes: era la jauría <strong>de</strong>l marqués, que salía a recibir al<br />

montero mayor, haciendo locas <strong>de</strong>mostraciones <strong>de</strong> regocijo, zaran<strong>de</strong>ando los rabos mutilados y<br />

abriendo <strong>de</strong> una cuarta las fresquísimas bocas. Acariciólos Primitivo con su enjuta mano, pues<br />

era sumamente afectuoso para los perros; y al nieto, que en pos <strong>de</strong> los perros venía, le dio una<br />

especie <strong>de</strong> festivo soplamocos. Quiso Julián besar al niño, pero éste se puso en polvorosa antes<br />

<strong>de</strong> que pudiese lograrlo; y el capellán experimentó otra vez compasivos remordimientos,<br />

causados por la vista <strong>de</strong> la ya repudiada criatura. A Sabel la halló en el sitio <strong>de</strong> costumbre, entre<br />

sus pucheros, pero sin el antiguo séquito <strong>de</strong> al<strong>de</strong>anas viejas y mozas, <strong>de</strong> la Sabia y su dilatada<br />

progenie. Reinaba en la cocina or<strong>de</strong>n perfecto: todo limpio, sosegado y solitario; la persona más<br />

severa y amiga <strong>de</strong> censurar no encontraría qué. El capellán comenzaba a sentirse confuso viendo<br />

en ausencia suya tanto arreglo, y a temer que su venida lo trastornara: i<strong>de</strong>a dictada por su nativa<br />

timi<strong>de</strong>z. A la hora <strong>de</strong> cenar aumentó su sorpresa. Primitivo, más blando que un guante, le daba<br />

cuenta en voz reposada <strong>de</strong> lo ocurrido allí durante medio año, en materia <strong>de</strong> vacas paridas, obras<br />

emprendidas, rentas cobradas; y mientras el padre reconocía así su autoridad superior, la hija le<br />

servía diligente y humil<strong>de</strong>, con pegajosa dulzura <strong>de</strong> animal doméstico que implora caricias. No<br />

sabía Julián qué cara poner en vista <strong>de</strong> una acogida tan cordial.<br />

Creyó que mudarían <strong>de</strong> actitud al día siguiente, cuando, haciendo uso <strong>de</strong> los plenísimos po<strong>de</strong>res<br />

y faculta<strong>de</strong>s omnímodas <strong>de</strong> que venía investido, or<strong>de</strong>nó a la Agar y al Ismael <strong>de</strong> aquel<br />

patriarcado emigrar al <strong>de</strong>sierto. ¡Milagro asombroso! Tampoco se alteró entonces la<br />

mansedumbre <strong>de</strong> Primitivo.<br />

- <strong>Los</strong> señoritos traerán cocinera <strong>de</strong> allá, <strong>de</strong> Santiago... - explicaba Julián, para fundar en algo la<br />

expulsión.<br />

- Por supuesto... - respondió Primitivo con la mayor naturalidad <strong>de</strong>l mundo -. Allá en la vila<br />

guísase <strong>de</strong> otro modo... <strong>Los</strong> señores tienen la boca acostumbrada... Cuadra bien, que yo también<br />

le iba a pedir que le escribiese al señor marqués <strong>de</strong> traer quien cocinase.<br />

-¿Usted? - exclamó Julián, estupefacto.<br />

- Sí, señor... La hija se me quiere casar...<br />

-¿Sabel?<br />

- Sabel, sí, señor, anda en eso... Con el gaitero <strong>de</strong> Naya, el Gallo... Por <strong>de</strong> contado se empeña en<br />

irse para su casa, así que les echen las bendiciones...<br />

Sintió Julián un sofocón <strong>de</strong> pura alegría. No pudo menos <strong>de</strong> pensar que en todo aquel negocio <strong>de</strong><br />

Sabel andaba visiblemente la mano <strong>de</strong> la Provi<strong>de</strong>ncia. ¡Sabel casada, alejada <strong>de</strong> allí; el peligro<br />

48


conjurado; las cosas en or<strong>de</strong>n, la salvación segura! Una vez más dio gracias al Dios bondadoso<br />

que quita los estorbos <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante cuando la mezquina previsión humana no cree posible<br />

removerlos siquiera... La satisfacción que le rebosaba en el semblante era tal, que se avergonzó<br />

<strong>de</strong> mostrarla ante Primitivo, y empezó a charlar aprisa, por disimulo, felicitando al cazador y<br />

augurando a Sabel un porvenir <strong>de</strong> ventura en el nuevo estado. Aquella noche misma escribió al<br />

marqués la buena noticia.<br />

Pasaron días, siempre bonancibles. Proseguía Sabel mansa, Primitivo complaciente, Perucho<br />

invisible, la cocina <strong>de</strong>sierta. Sólo notaba Julián cierta resistencia pasiva en lo tocante al gobierno<br />

<strong>de</strong> los estados y hacienda <strong>de</strong>l marqués. En este terreno le fue absolutamente imposible a<strong>de</strong>lantar<br />

una pulgada. Primitivo sostenía su posición <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ro administrador, apo<strong>de</strong>rado, y, entre<br />

bastidores, autócrata: Julián comprendía que sus plenos po<strong>de</strong>res importaban tanto como la<br />

carabina <strong>de</strong> Ambrosio, y hasta pudo cerciorarse, por indicios evi<strong>de</strong>ntes, <strong>de</strong> que el influjo que<br />

ejercía el cazador en el circuito <strong>de</strong> los Pazos iba haciéndose extensivo a toda la comarca; a<br />

menudo venían a conferenciar con el mayordomo, en actitud respetuosa y servil, gentes <strong>de</strong><br />

Cebre, <strong>de</strong> Castrodorna, <strong>de</strong> Boán, <strong>de</strong> puntos más distantes todavía. En cuatro leguas a la redonda<br />

no se movía una paja sin intervención y aquiescencia <strong>de</strong> Primitivo. No poseía Julián fuerzas para<br />

luchar con él, ni lo intentaba, pareciéndole secundario el perjuicio que a la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong><br />

originase la mala administración <strong>de</strong> Primitivo, en proporción al daño inmenso que estuvo a punto<br />

<strong>de</strong> causarle Sabel. Descartarse <strong>de</strong> la hija lo tenía él por importante; en cuanto al padre...<br />

Verdad es que la hija no se marchaba tampoco; pero se marcharía, ¡no faltaba más! ¿Quién duda<br />

que se marcharía? Tranquilizaba a Julián una señal en su concepto infalible: el haber sorprendido<br />

cierto anochecer, cerca <strong>de</strong>l pajar, a Sabel y al gallardo gaitero entretenidos en coloquios más<br />

dulces que edificantes. Le ruborizó el encuentro, pero hizo la vista gorda reflexionando que<br />

aquello era, por <strong>de</strong>cirlo así, la antesala <strong>de</strong>l altar. Seguro <strong>de</strong> la victoria respecto a la mala hembra,<br />

transigió en lo relativo al mayordomo. Cuanto más que éste no rechazaba las indicaciones <strong>de</strong><br />

Julián, ni le llevaba la contraria en cosa alguna. Si el capellán i<strong>de</strong>aba planes, censuraba abusos o<br />

insistía en la urgente necesidad <strong>de</strong> una reforma, Primitivo aprobaba, allanaba el camino, sugería<br />

medios, <strong>de</strong> palabra se entien<strong>de</strong>; al llegar a la realización, ya era harina <strong>de</strong> otro costal: empezaban<br />

las dificulta<strong>de</strong>s, las dilaciones: que hoy... que mañana... No hay fuerza comparable a la inercia.<br />

Primitivo <strong>de</strong>cía a Julián para consolarle:<br />

- Una cosa es hablar, y otra hacer...<br />

O matar a Primitivo, o entregársele a discreción: el capellán comprendía que no quedaba otro<br />

recurso. Fue un día a <strong>de</strong>sahogar sus cuitas con don Eugenio, el abad <strong>de</strong> Naya, cuyos discretos<br />

pareceres le alentaban mucho. Encontróle todo alborotado con los noticiones políticos, que<br />

acababan <strong>de</strong> confirmar los pocos periódicos que se recibían en aquellos andurriales. La marina se<br />

había sublevado, echando <strong>de</strong>l trono a la reina, y ésta se encontraba ya en Francia, y se constituía<br />

un gobierno provisional, y se contaba <strong>de</strong> una batalla reñidísima en el puente <strong>de</strong> Alcolea, y el<br />

ejército se adhería, y el diablo y su madre... Don Eugenio andaba, <strong>de</strong> puro excitado, medio loco,<br />

proyectando irse a Santiago sin dilación para saber noticias ciertas. ¡Qué dirían el señor<br />

Arcipreste y el abad <strong>de</strong> Boán! ¿Y Barbacana? Ahora sí que Barbacana estaba fresco: su eterno<br />

adversario Trampeta, amigo <strong>de</strong> los unionistas, se le montaría encima por los siglos <strong>de</strong> los siglos,<br />

amén. Con el embullo <strong>de</strong> estos acontecimientos, apenas atendió el abad <strong>de</strong> Naya a las<br />

tribulaciones <strong>de</strong> Julián.<br />

- XIII -<br />

49


Transcurrido algún tiempo <strong>de</strong> vida familiar con suegro y cuñadas, don Pedro echó <strong>de</strong> menos su<br />

huronera. No se acostumbraba a la metrópoli arzobispal. Ahogábanle las altas tapias verdosas,<br />

los soportales angostos, los edificios <strong>de</strong> lóbrego zaguán y escalera sombría, que le parecían<br />

calabozos y mazmorras. Fastidiábale vivir allí don<strong>de</strong> tres gotas <strong>de</strong> lluvia meten en casa a todo el<br />

mundo y engendran instantáneamente una triste vegetación <strong>de</strong> hongos <strong>de</strong> seda, <strong>de</strong> enormes<br />

paraguas. Le incomodaba la perenne sinfonía <strong>de</strong> la lluvia que se <strong>de</strong>slizaba por los canalones<br />

abajo o retiñía en los charcos causados por la <strong>de</strong>presión <strong>de</strong> las baldosas. Quedábanle dos recursos<br />

no más para combatir el tedio: discutir con su suegro o jugar un rato en el Casino. Ambas cosas<br />

le produjeron en breve, no hastío, pues el verda<strong>de</strong>ro hastío es enfermedad moral propia <strong>de</strong> los<br />

muy refinados y sibaritas <strong>de</strong> entendimiento, sino irritación y sorda cólera, hija <strong>de</strong> la secreta<br />

convicción <strong>de</strong> su inferioridad. Don Manuel era superior a su sobrino por el barniz <strong>de</strong> educación<br />

adquirido en dilatados años <strong>de</strong> existencia ciudadana y el consiguiente trato <strong>de</strong> gentes, así como<br />

por aquel bien entendido orgullo <strong>de</strong> su nacimiento y apellido, que le salvaba <strong>de</strong> adocenarse (era<br />

su expresión predilecta). Aparte <strong>de</strong> la manía <strong>de</strong> referir en las sobremesas y entre amigos <strong>de</strong><br />

confianza mil anécdotas, no contrarias al pudor, pero sí a la serenidad <strong>de</strong>l estómago <strong>de</strong> los<br />

oyentes, era don Manuel persona cortés y <strong>de</strong> buenas formas para presidir, verbigracia, un duelo,<br />

asistir a una junta en la Sociedad Económica <strong>de</strong> Amigos <strong>de</strong>l País, llevar el estandarte en una<br />

procesión, ser llamado al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> un gobernador en consulta. Si <strong>de</strong>seaba retirarse al campo,<br />

no le atraía tan sólo la perspectiva <strong>de</strong> dar rienda suelta a instintos selváticos, <strong>de</strong> andar sin corbata,<br />

<strong>de</strong> no pagar tributo a la sociedad, sino que le solicitaban aficiones más <strong>de</strong>licadas, <strong>de</strong> origen<br />

mo<strong>de</strong>rno: el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> tener un jardín, <strong>de</strong> cultivar frutales, <strong>de</strong> hacer obras <strong>de</strong> albañilería,<br />

distracción que le embelesaba y que en el campo es más barata que en la ciudad. A<strong>de</strong>más, el fino<br />

trato <strong>de</strong> su mujer, la perpetua compañía <strong>de</strong> sus hijas suavizara ya las tradiciones rudas que por<br />

parte <strong>de</strong> los la Lage conservaba don Manuel: cinco hembras respetadas y queridas civilizan al<br />

hombre más agreste. He aquí por qué el suegro, a pesar <strong>de</strong> encontrarse cronológicamente una<br />

generación más atrás que su yerno, estaba moralmente bastantes años <strong>de</strong>lante.<br />

Trataba don Manuel <strong>de</strong> <strong>de</strong>scortezar a don Pedro; y no sólo fue trabajo perdido, sino<br />

contraproducente, pues recru<strong>de</strong>ció su soberbia y le infundió mayores <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> emanciparse <strong>de</strong><br />

todo yugo. Aspiraba el señor <strong>de</strong> la Lage a que su sobrino se estableciese en Santiago, levantando<br />

la casa <strong>de</strong> los Pazos y visitándola los veranos solamente, a fin <strong>de</strong> recrearse y vigilar sus fincas; y<br />

al dar tales consejos a su yerno, los entreveraba con indirectas y alusiones, para <strong>de</strong>mostrar que<br />

nada ignoraba <strong>de</strong> cuanto sucedía en la vieja madriguera <strong>de</strong> los <strong>Ulloa</strong>s. Este género <strong>de</strong> imposición<br />

y fiscalización, aunque tan disculpable, irritó a don Pedro, que según <strong>de</strong>cía, no aguantaba ancas<br />

ni gustaba <strong>de</strong> ser manejado por nadie en el mundo.<br />

- Por lo mismo - <strong>de</strong>claró un día <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su mujer - vamos a tomar soleta pronto. A mí nadie<br />

me trae y lleva <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que pasé <strong>de</strong> chiquillo. Si callo a veces, es porque estoy en casa ajena.<br />

Estar en casa ajena le exaltaba. Todo cuanto veía lo encontraba censurable y antipático. El<br />

<strong>de</strong>coroso fausto <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage; sus ban<strong>de</strong>jas y can<strong>de</strong>labros <strong>de</strong> plata; su mueblaje rico y<br />

antiguo; la respetabilidad <strong>de</strong> sus relaciones, compuestas <strong>de</strong> lo más selecto <strong>de</strong> la ciudad; su<br />

honesta tertulia nocturna <strong>de</strong> canónigos y personas formales que venían a hacerle la partida <strong>de</strong><br />

tresillo; sus criados respetuosos, a veces <strong>de</strong>scuidados, pero nunca insolentes ni entrometidos,<br />

todo se le figuraba a don Pedro sátira viviente <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sarreglo <strong>de</strong> los Pazos, <strong>de</strong> aquella vida torpe,<br />

<strong>de</strong> las comidas sin mantel, <strong>de</strong> las ventanas sin vidrios, <strong>de</strong> la familiaridad con mozas y gañanes. Y<br />

no se le <strong>de</strong>spertaba la saludable emulación, sino la ruin envidia y su hermano el ceñudo<br />

<strong>de</strong>specho. Únicamente le consolaban los <strong>de</strong>satinados amoríos <strong>de</strong> Carmen; celebraba la gracia,<br />

frotándose las manos, siempre que en el Casino se comentaba la procacidad <strong>de</strong>l estudiante y el<br />

<strong>de</strong>scaro <strong>de</strong> la chiquilla. ¡Que rabiase su suegro! No bastaba tener sillas <strong>de</strong> damasco y alfombras<br />

para evitar escándalos.<br />

50


<strong>Los</strong> altercados <strong>de</strong> don Pedro con su tío iban agriándose, y vino a envenenarlos la discusión<br />

política, que enzarza más que ninguna otra, especialmente a los que discuten por impresión, sin<br />

i<strong>de</strong>as fijas y razonadas. Fuerza es confesar que el marqués estaba en este caso. Don Manuel no<br />

era ningún lince, pero afiliado platónicamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muchos años atrás al partido mo<strong>de</strong>rado<br />

puro, hecho a leer periódicos, conocía la rutina; y había tomado tan a contrapelo el chasco <strong>de</strong><br />

González Bravo y la marcha <strong>de</strong> Isabel II, que se disparaba, poniéndose a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> ahogarse,<br />

cuando el sobrino, por molestarle, le contra<strong>de</strong>cía, disculpaba a los revolucionarios, repetía las<br />

enormida<strong>de</strong>s que la prensa y las lenguas <strong>de</strong> entonces propalaban contra la majestad caída, y<br />

aparentaba creerlas como artículo <strong>de</strong> fe. El tío le rebatía con acritud y calor, alzando al cielo las<br />

gigantescas manos.<br />

- Allá en las al<strong>de</strong>as - <strong>de</strong>cía - se traga todo, hasta el mayor disparate... No tenéis formado el<br />

criterio, hijo, no tenéis formado el criterio, ésa es vuestra <strong>de</strong>sgracia... Lo miráis todo al través <strong>de</strong><br />

un punto <strong>de</strong> vista que os forjáis vosotros mismos... (este tremendo disparate <strong>de</strong>bía haberlo<br />

aprendido don Manuel en algún artículo <strong>de</strong> fondo). Hay que juzgar con la experiencia, con la<br />

sensatez.<br />

-¿Y usted se figura que somos tontos los que venimos <strong>de</strong> allá...? Pue<strong>de</strong> ser que aún tengamos<br />

más pesquis, y veamos lo que uste<strong>de</strong>s no ven... (aludía a su prima Carmen, colgada <strong>de</strong> la galería<br />

en aquel momento). Créame usted, tío, en todas partes hay bobalicones que se maman el <strong>de</strong>do...<br />

¡Vaya si los hay!<br />

La discusión tomaba carácter personal y agresivo; solía esto ocurrir a la hora <strong>de</strong> la sobremesa; las<br />

tazas <strong>de</strong>l café chocaban furiosas contra los platillos; don Manuel, trémulo <strong>de</strong> coraje, vertía el<br />

anisete al llevarlo a la boca; tío y sobrino alzaban la voz mucho más <strong>de</strong> lo regular, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

algún <strong>de</strong>scompasado grito o frase dura, había instantes <strong>de</strong> armado silencio, <strong>de</strong> muda hostilidad,<br />

en que las chicas se miraban y Nucha, con la cabeza baja, redon<strong>de</strong>aba bolitas <strong>de</strong> miga <strong>de</strong> pan o<br />

doblaba muy <strong>de</strong>spacio las servilletas <strong>de</strong> todos <strong>de</strong>slizándolas en las anillas. Don Pedro se<br />

levantaba <strong>de</strong> repente, rechazando su silla con energía, y, haciendo temblar el piso bajo su andar<br />

fuerte, se largaba al Casino, don<strong>de</strong> las mesas <strong>de</strong> tresillo funcionaban día y noche.<br />

Tampoco allí se encontraba bien. Sofocábale cierta atmósfera intelectual, muy propia <strong>de</strong> ciudad<br />

universitaria. Compostela es pueblo en que nadie quiere pasar por ignorante, y comprendía el<br />

señorito cuánto se mofarían <strong>de</strong> él y qué chacota se le preparaba, si se averiguase con certeza que<br />

no estaba fuerte en ortografía ni en otras ías nombradas allí a menudo. Se le sublevaba su amor<br />

propio <strong>de</strong> monarca indiscutible en los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> al verse tenido en menos que unos<br />

catedráticos acatarrados y pergaminosos, y aun que unos estudiantes troneras, con las botas rojas<br />

y el cerebro caliente y vibrante todavía <strong>de</strong> alguna lectura <strong>de</strong> autor mo<strong>de</strong>rno, en la Biblioteca <strong>de</strong> la<br />

Universidad o en el gabinete <strong>de</strong>l Casino. Aquella vida era sobrado activa para la cabeza <strong>de</strong>l<br />

señorito, sobrado entumecida y se<strong>de</strong>ntaria para su cuerpo; la sangre se le requemaba por falta <strong>de</strong><br />

esparcimiento y ejercicio, la piel le pedía con mucha necesidad baños <strong>de</strong> aire y sol, duchas <strong>de</strong><br />

lluvia, friegas <strong>de</strong> espinos y escajos, ¡plena inmersión en la atmósfera montés!<br />

No podía sufrir la nivelación social que impone la vida urbana; no se habituaba a contarse como<br />

número par en un pueblo, habiendo estado siempre <strong>de</strong> nones en su resi<strong>de</strong>ncia feudal. ¿Quién era<br />

él en Santiago? Don Pedro Moscoso a secas; menos aún: el yerno <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage, el marido<br />

<strong>de</strong> Nucha <strong>Pardo</strong>. El marquesado allí se había <strong>de</strong>shecho como la sal en el agua, merced a la<br />

malicia <strong>de</strong> un viejecillo, miembro <strong>de</strong>l maldiciente triunvirato, a quien correspondía, por su<br />

acerada y prodigiosa memoria y años innumerables, el ramo <strong>de</strong> averiguación y esclarecimiento<br />

<strong>de</strong> añejos sucedidos, así como al más joven, que conocemos ya, tocaban las investigaciones <strong>de</strong><br />

actualidad, viniendo a ser cronista el uno y analista el otro <strong>de</strong> la metrópoli. El cronista, pues, hizo<br />

su oficio <strong>de</strong>sentrañando la genealogía entera y verda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> Cabreira y Moscoso,<br />

probando ce por be que el título <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> no correspondía ni podía correspon<strong>de</strong>r sino al duque <strong>de</strong><br />

tal y cual, gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> España, etc.; y <strong>de</strong>mostrándolo mediante oportuna exhibición <strong>de</strong> la Guía <strong>de</strong><br />

Forasteros. Por cierto que al instruir estas diligencias se hizo bastante burla <strong>de</strong> don Pedro y <strong>de</strong>l<br />

51


señor <strong>de</strong> la Lage, a quien se acusaba <strong>de</strong> haber bordado la corona <strong>de</strong> marquesa en un juego <strong>de</strong><br />

sábanas regalado a su hija; inocente <strong>de</strong>sliz que el analista confirmó, especificando dón<strong>de</strong> y cómo<br />

se habían marcado las susodichas sábanas, y cuánto había costado el escusón y el peren<strong>de</strong>ngue<br />

<strong>de</strong> la coronita.<br />

Impaciente ya, resolvió don Pedro la marcha antes <strong>de</strong> que pasase la inclemencia <strong>de</strong>l invierno, a<br />

fines <strong>de</strong> un marzo muy esquivo y <strong>de</strong>sapacible. Salía el coche para Cebre tan <strong>de</strong> madrugada, que<br />

no se veía casi; hacía un frío cruel, y Nucha, acurrucada en el rincón <strong>de</strong>l incómodo vehículo, se<br />

llevaba a menudo el pañuelo a los ojos, por lo cual su marido la interpeló con poca blandura:<br />

-¿Parece que vienes <strong>de</strong> mala gana conmigo?<br />

-¡Qué cosas tienes! - respondió la muchacha <strong>de</strong>stapando el rostro y sonriendo -. Es natural que<br />

sienta <strong>de</strong>jar al pobre papá y... y a las chicas.<br />

- Pues ellas - murmuró el señorito - me parece que no te echarán memoriales para que vuelvas.<br />

Nucha calló. El carruaje brincaba en los baches <strong>de</strong> la salida, y el mayoral, con voz ronca,<br />

animaba al tiro. Alcanzaron la carretera y rodó el armatoste sobre una superficie más igual.<br />

Nucha reanudó el diálogo preguntando a su marido pormenores relativos a los Pazos,<br />

conversación a que él se prestaba gustoso, pon<strong>de</strong>rando hiperbólicamente la hermosura y<br />

salubridad <strong>de</strong>l país, encareciendo la antigüedad <strong>de</strong>l caserón y alabando la vida cómoda e<br />

in<strong>de</strong>pendiente que allí se hacía.<br />

- No creas - <strong>de</strong>cía a su mujer, alzando la voz para que no la cubriese el ruido <strong>de</strong> los cascabeles y<br />

el retemblar <strong>de</strong> los vidrios -, no creas que no hay gente fina allí... La casa está ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> señorío<br />

principal: las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong>, que son muy simpáticas; Ramón Limioso, un cumplido<br />

caballero... También nos hará compañía el Abad <strong>de</strong> Naya... ¡Pues y el nuestro, el <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que es<br />

presentado por mí! Ése es tan mío como los perros que llevo a cazar... No le mando que ladre y<br />

que porte porque no se me antoja. ¡Ya verás, ya verás! Allí es uno alguien y supone algo.<br />

A medida que se acercaban a Cebre, que entraba en sus dominios, se redoblaba la alegre<br />

locuacidad <strong>de</strong> don Pedro. Señalaba a los grupos <strong>de</strong> castaños, a los escuetos montes <strong>de</strong> aliaga y<br />

exclamaba regocijadísimo:<br />

-¡Foro <strong>de</strong> casa...! ¡Foro <strong>de</strong> casa...! No corre por ahí una liebre que no paste en tierra mía.<br />

La entrada en Cebre acrecentó su alborozo. Delante <strong>de</strong> la posada aguardaban Primitivo y Julián;<br />

aquél con su cara <strong>de</strong> metal, enigmática y dura, éste con el rostro dilatado por afectuosísima<br />

sonrisa. Nucha le saludó con no menor cordialidad. Bajaron los equipajes, y Primitivo se<br />

a<strong>de</strong>lantó trayendo a don Pedro su lucia y viva yegua castaña. Iba éste a montar, cuando reparó en<br />

la cabalgadura que estaba dispuesta para Nucha, y era una mula alta, maligna y tozuda, arreada<br />

con aparejo redondo, <strong>de</strong> esos que por formar en el centro una especie <strong>de</strong> comba, más parecen<br />

hechos para <strong>de</strong>spedir al jinete que para sustentarlo.<br />

-¿Cómo no le has traído a la señorita la borrica? - preguntó don Pedro, <strong>de</strong>teniéndose antes <strong>de</strong><br />

montar, con un pie en el estribo y una mano asida a las crines <strong>de</strong> la yegua, y mirando al cazador<br />

con <strong>de</strong>sconfianza.<br />

Primitivo articuló no sé qué <strong>de</strong> una pata coja, <strong>de</strong> un tumor frío...<br />

-¿Y no hay más borricos en el país?, ¿eh? A mí no me vengas con eso. Te sobraba tiempo para<br />

buscar diez pollinas.<br />

Volvióse hacia su mujer, y como para tranquilizar su conciencia, preguntóle:<br />

-¿Tienes miedo, chica? Tú no estarás acostumbrada a montar. ¿Has andado alguna vez en esta<br />

casta <strong>de</strong> aparejos? ¿Sabes tenerte en ellos?<br />

Nucha permanecía in<strong>de</strong>cisa, recogiendo el vestido con la diestra, sin soltar <strong>de</strong> la otra el saquillo<br />

<strong>de</strong> viaje. Al cabo murmuró:<br />

- Lo que es tenerme, sé... El año pasado, cuando estuve <strong>de</strong> baños, monté en mil aparejos nunca<br />

vistos... Sólo que ahora...<br />

Soltó el traje <strong>de</strong> repente, llegóse a su marido, y le pasó un brazo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuello,<br />

escondiendo la cara en su pechera como la primera vez que había tenido que abrazarle; y allí, en<br />

52


una especie <strong>de</strong> murmullo o secreteo dulcísimo, acabó la frase interrumpida. Pintóse en el rostro<br />

<strong>de</strong>l marqués la sorpresa, y casi al mismo tiempo la alegría inmensa, radiante, el júbilo orgulloso,<br />

la exaltación <strong>de</strong> una victoria. Y apretando contra sí a su mujer, con amorosa protección, exclamó<br />

a gritos:<br />

- O no hay en tres leguas a la redonda una pollina mansa, o aunque la tenga el mismo Dios <strong>de</strong>l<br />

cielo y no la quiera prestar, aquí vendrá para ti, a fe <strong>de</strong> Pedro Moscoso. Aguarda, hija, aguarda<br />

un minuto nada más... O mejor dicho, entra en la posada y siéntate... A ver, un banco, una silla<br />

para la señorita... Espera, Nuchiña, vengo volando. Primitivo, acompáñame tú. Abrígate, Nucha.<br />

Volando no, pero sí al cabo <strong>de</strong> media hora, volvió sin aliento. Traía <strong>de</strong>l ronzal una oronda<br />

borriquilla, bien arreada, dócil y segura: la propia hacanea <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong>l juez <strong>de</strong> Cebre. Don<br />

Pedro tomó en brazos a su esposa y la sentó en la albarda, arreglándole la ropa con esmero.<br />

- XIV -<br />

Así que pudieron conferenciar reservadamente capellán y señorito, preguntó don Pedro, sin mirar<br />

cara a cara a Julián:<br />

-¿Y... ésa? ¿Está todavía por aquí? No la he visto cuando entramos.<br />

Como Julián arrugase el entrecejo, añadió:<br />

- Está, está... Apostaría yo cien pesos, antes <strong>de</strong> llegar, a que usted no había encontrado modo <strong>de</strong><br />

sacudírsela <strong>de</strong> encima.<br />

- Señorito, la verdad... - articuló Julián bastante disgustado -. Yo no sé qué <strong>de</strong>cir... Ha sido una<br />

cosa que se ha ido enredando... Primitivo me juró y perjuró que la muchacha se iba a casar con el<br />

gaitero <strong>de</strong> Naya...<br />

- Ya sé quién es - dijo entre dientes don Pedro, cuyo rostro se anubló.<br />

- Pues yo... como era bastante natural, lo creí. A<strong>de</strong>más tuve ocasión <strong>de</strong> persuadirme <strong>de</strong> que, en<br />

efecto, el gaitero y Sabel... tienen... trato.<br />

-¿Ha averiguado usted todo eso? - interrogó el marqués con ironía.<br />

- Señor, yo... Aunque no sirvo mucho para estas cosas, quise informarme para no caer <strong>de</strong><br />

inocente... He preguntado por ahí y todo el mundo está conforme en que andan para casarse;<br />

hasta don Eugenio, el abad <strong>de</strong> Naya, me dijo que el muchacho había pedido sus papeles. Y por<br />

cierto que, a pretexto <strong>de</strong> no sé qué enredo o dificultad en los tales papeles dichosos, no se hizo la<br />

cosa todavía.<br />

Quedóse don Pedro callado, y al fin prorrumpió:<br />

- Es usted un santo. Ya podían venirme a mí con ésas.<br />

- Señor, la verdad es que si tuvieron intención <strong>de</strong> engañarme... digo que son unos grandísimos<br />

pillos. Y la Sabel, si no está muerta y penada por el gaitero, lo figura que es un asombro. Hace<br />

dos semanas fue a casa <strong>de</strong> don Eugenio y se le arrodilló llorando y pidiendo por Dios que se<br />

diese prisa a arreglarle el casamiento, porque aquel día sería el más feliz <strong>de</strong> su vida. Don<br />

Eugenio me lo ha contado, y don Eugenio no dice una cosa por otra.<br />

-¡Bribona! ¡Bribonaza! - tartamu<strong>de</strong>ó el señorito, iracundo, paseándose por la habitación<br />

aceleradamente.<br />

Sosegóse no obstante muy luego, y agregó:<br />

- No me pasmo <strong>de</strong> nada <strong>de</strong> eso, ni digo que don Eugenio mienta; pero... usted... es un papanatas,<br />

un infeliz, porque aquí no se trata <strong>de</strong> Sabel, ¿entien<strong>de</strong> usted?, sino <strong>de</strong> su padre, <strong>de</strong> su padre. Y su<br />

padre le ha engañado a usted como a un chino, vamos. La... mujer ésa, bien comprendo que rabia<br />

por largarse; mas Primitivo es abonado para matarla antes que tal suceda.<br />

- No, si también empezaba yo a maliciarme eso... Mire usted que empezaba a maliciármelo.<br />

El señorito se encogió <strong>de</strong> hombros con <strong>de</strong>sdén, y exclamó:<br />

-A buena hora... Deje usted ya <strong>de</strong> mi cuenta este asunto... Y por lo <strong>de</strong>más..., ¿qué tal, qué tal?<br />

53


- Muy mansos..., como cor<strong>de</strong>ros... No se me han opuesto <strong>de</strong> frente a nada.<br />

- Pero habrán hecho <strong>de</strong> lado cuanto se les antoje... Mire usted, don Julián, a veces me dan ganas<br />

<strong>de</strong> empapillarle a usted. Lo mismito que a los pichones.<br />

Julián replicó todo compungido:<br />

- Señorito, acierta usted <strong>de</strong> medio a medio. No hay forma <strong>de</strong> conseguir nada aquí si Primitivo se<br />

opone. Tenía usted razón cuando me lo aseguraba el año pasado. Y <strong>de</strong> algún tiempo acá, parece<br />

que aún le tienen mayor respeto, por no <strong>de</strong>cir más miedo. Des<strong>de</strong> que se armó la revolución y<br />

andan agitadas las cosas políticas, y cada día recibimos una noticia gorda, creo que Primitivo se<br />

mezcla en esos enredos, y recluta satélites en el país... Me lo ha asegurado don Eugenio,<br />

añadiendo que ya antes tenía subyugada a mucha gente prestando a réditos.<br />

Guardaba silencio don Pedro. Por fin alzó la cabeza y dijo:<br />

-¿Se acuerda usted <strong>de</strong> la burra que hubo que buscar en Cebre para mi mujer?<br />

-¡No me he <strong>de</strong> acordar!<br />

- Pues la señora <strong>de</strong>l juez..., ríase usted un poco, hombre..., la señora <strong>de</strong>l juez se avino a<br />

prestármela porque iba Primitivo conmigo. Si no...<br />

No hizo Julián reflexión alguna acerca <strong>de</strong> un suceso que tanto indignaba al marqués. Al terminar<br />

la conferencia, don Pedro le puso la mano en el hombro.<br />

-¿Y por qué no me da usted la enhorabuena, <strong>de</strong>satento? - exclamó con aquella misma irradiación<br />

que habían tenido sus pupilas en Cebre.<br />

Julián no entendía. El señorito se explicó cayéndosele la baba <strong>de</strong> gozo. Sí, señor, para octubre, el<br />

tiempo <strong>de</strong> las castañas..., esperaba el mundo un Moscoso, un Moscoso auténtico y legítimo...<br />

hermoso como un sol a<strong>de</strong>más.<br />

-¿Y no pue<strong>de</strong> también ser una Moscosita? - preguntó Julián <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reiteradas felicitaciones.<br />

-¡Imposible! - gritó el marqués con toda su alma. Y como el capellán se echase a reír, añadió:- Ni<br />

<strong>de</strong> guasa me lo anuncie usted, don Julián... Ni <strong>de</strong> guasa. Tiene que ser un chiquillo, porque si no<br />

le retuerzo el pescuezo a lo que venga. Ya le he encargado a Nucha que se libre bien <strong>de</strong> traerme<br />

otra cosa más que un varón. Soy capaz <strong>de</strong> romperle una costilla si me <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>ce. Dios no me ha<br />

<strong>de</strong> jugar tan mala pasada. En mi familia siempre hubo sucesión masculina: Moscosos crían<br />

Moscosos, es ya proverbial. ¿No lo ha reparado usted cuando estuvo almorzándose el polvo <strong>de</strong>l<br />

archivo? Pero usted es capaz <strong>de</strong> no haber reparado tampoco el estado <strong>de</strong> mi mujer, si no le entero<br />

yo ahora.<br />

Y era verdad. No sólo no lo había echado <strong>de</strong> ver, sino que tan natural contingencia no se le había<br />

pasado siquiera por las mientes. La veneración que por Nucha sentía y que iba acrecentándose<br />

con el trato, cerraba el paso a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que pudiesen ocurrirle los mismos percances fisiológicos<br />

que a las <strong>de</strong>más hembras <strong>de</strong>l mundo. Justificaba esta candorosa niñería el aspecto <strong>de</strong> Nucha. La<br />

total inocencia, que se pintaba en sus ojos vagos y como perdidos en contemplaciones <strong>de</strong> un<br />

mundo interior, no había menguado con el matrimonio; las mejillas, un poco más redon<strong>de</strong>adas,<br />

seguían tiñéndose <strong>de</strong>l carmín <strong>de</strong> la vergüenza por el menor motivo. Si alguna variación podía<br />

observarse, algún signo revelador <strong>de</strong>l tránsito <strong>de</strong> virgen a esposa, era quizás un aumento <strong>de</strong><br />

pudor; pudor, por <strong>de</strong>cirlo así, más consciente y seguro <strong>de</strong> sí mismo; instinto elevado a virtud. No<br />

se cansaba Julián <strong>de</strong> admirar la noble seriedad <strong>de</strong> Nucha cuando una chanza atrevida o una<br />

palabra malsonante hería sus oídos; la dignidad natural, que era como su propia envoltura,<br />

escudo impalpable que la resguardaba hasta contra las osadías <strong>de</strong>l pensamiento; la bondad con<br />

que agra<strong>de</strong>cía la atención más leve, pagándola con frases compuestas, pero sinceras; la serenidad<br />

<strong>de</strong> toda su persona, semejante al caer <strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> apacibilísima. Parecíale a Julián que Nucha<br />

era ni más ni menos que el tipo i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> la bíblica Esposa, el poético ejemplar <strong>de</strong> la Mujer fuerte,<br />

cuando aún no se ha borrado <strong>de</strong> su frente el nimbo <strong>de</strong>l candor, y sin embargo ya se adivina su<br />

entereza y majestad futura. Andando el tiempo aquella gracia había <strong>de</strong> ser severidad, y a las<br />

oscuras trenzas suce<strong>de</strong>rían las canas <strong>de</strong> plata, sin que en la pura frente imprimiese jamás una<br />

mancha el <strong>de</strong>lito ni una arruga el remordimiento. ¡Cuán sazonada madurez prometía tan suave<br />

54


primavera! Al pensarlo, felicitábase otra vez Julián por la parte que le cabía en la acertada<br />

elección <strong>de</strong>l señorito.<br />

Con <strong>de</strong>sinteresada satisfacción se <strong>de</strong>cía a sí mismo que había logrado contribuir al<br />

establecimiento <strong>de</strong> una cosa gratísima a Dios, e indispensable a la concertada marcha <strong>de</strong> la<br />

sociedad: el matrimonio cristiano, lazo bendito, por medio <strong>de</strong>l cual la Iglesia atien<strong>de</strong> juntamente,<br />

con admirable sabiduría, a fines espirituales y materiales, santificando los segundos por medio <strong>de</strong><br />

los primeros. «La índole <strong>de</strong> tan sagrada institución - discurría Julián - es opuesta a impúdicos<br />

extremos y arrebatos, a romancescos y necios <strong>de</strong>sahogos, ardientes y roncos arrullos <strong>de</strong> tórtola»;<br />

por eso alguna vez que el esposo se <strong>de</strong>slizaba a familiarida<strong>de</strong>s más <strong>de</strong>spóticas que tiernas,<br />

parecíale al capellán que la esposa sufría mucho, herida en su cándida mo<strong>de</strong>stia, en su <strong>de</strong>cente<br />

compostura; figurábasele que la caída <strong>de</strong> sus párpados, su encendimiento, su silencio, eran muda<br />

protesta contra liberta<strong>de</strong>s impropias <strong>de</strong>l honesto trato conyugal. Si ante él sucedían tales cosas, a<br />

la mesa por ejemplo, Julián torcía la cara, haciéndose el distraído, o alzaba el vaso para beber, o<br />

fingía aten<strong>de</strong>r a los perros, que husmeaban por allí.<br />

Le asaltaba entonces un escrúpulo, <strong>de</strong> ésos que se quiebran <strong>de</strong> sutiles. Por muy perfecta casada<br />

que hiciese Nucha, su condición y virtu<strong>de</strong>s la llamaban a otro estado más meritorio todavía, más<br />

parecido al <strong>de</strong> los ángeles, en que la mujer conserva como preciado tesoro su virginal limpieza.<br />

Sabía Julián por su madre que Nucha manifestaba a veces inclinación a la vida monástica, y daba<br />

en la manía <strong>de</strong> <strong>de</strong>plorar que no hubiese entrado en un convento. Siendo Nucha tan buena para<br />

mujer <strong>de</strong> un hombre, mejor sería para esposa <strong>de</strong> Cristo; y las castas nupcias <strong>de</strong>jarían intacta la<br />

flor <strong>de</strong> su inocencia corporal, poniéndola para siempre al abrigo <strong>de</strong> las tribulaciones y combates<br />

que en el mundo nunca faltan.<br />

Esto <strong>de</strong> los combates le recordaba a Sabel. ¿Quién duda que su permanencia en casa era ya un<br />

peligro para la tranquilidad <strong>de</strong> la esposa legítima? No imaginaba Julián riesgos inmediatos, pero<br />

presentía algo amenazador para lo porvenir. ¡Horrible familia ilegal, enraizada en el viejo<br />

caserón solariego como las parietarias y yedras en los <strong>de</strong>rruidos muros! Al capellán le entraban a<br />

veces impulsos <strong>de</strong> coger una escoba, y barrer bien fuerte, bien fuerte, hasta que echase <strong>de</strong> allí a<br />

tan mala ralea. Pero cuando iba más <strong>de</strong>terminado a hacerlo, tropezaba en la egoísta tranquilidad<br />

<strong>de</strong>l señorito y en la resistencia pasiva, incontrastable <strong>de</strong>l mayordomo. Sucedió a<strong>de</strong>más una cosa<br />

que aumentó la dificultad <strong>de</strong> la barredura: la cocinera enviada <strong>de</strong> Santiago empezó a<br />

malhumorarse, quejándose <strong>de</strong> que no entendía la cocina, <strong>de</strong> que la leña no ardía bien, <strong>de</strong>l humo,<br />

<strong>de</strong> todo; Sabel, muy servicial, acudió a ayudarla; y a los pocos días la cocinera, cansada <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a,<br />

se <strong>de</strong>spidió con malos modos, y Sabel quedó en su sitio, sin que mediasen más fórmulas para el<br />

reemplazo que asir el mango <strong>de</strong> la sartén cuando la otra lo soltó. Julián no tuvo ni tiempo <strong>de</strong><br />

protestar contra este cambio <strong>de</strong> ministerio y vuelta al antiguo régimen. Lo cierto es que la familia<br />

espuria se mostraba por entonces incomparablemente humil<strong>de</strong>: a Primitivo no se le encontraba<br />

sino llamándole cuando hacía falta; Sabel se eclipsaba apenas <strong>de</strong>jaba la comida puesta a la<br />

lumbre y confiada al cuidado <strong>de</strong> las mozas <strong>de</strong> frega<strong>de</strong>ro; el chiquillo parecía haberse evaporado.<br />

Y con todo, al capellán no le llegaba la camisa al cuerpo. ¡Si Nucha se enteraba! ¿Y quién duda<br />

que se enteraría en el momento menos pensado? Por <strong>de</strong>sgracia la nueva esposa mostraba afición<br />

suma a recorrer la casa, a informarse <strong>de</strong> todo, a escudriñar los sitios más recónditos y<br />

trasconejados, verbigracia <strong>de</strong>svanes, bo<strong>de</strong>gas, lagar, palomar, hórreos, tulla, perreras,<br />

cochiqueras, gallinero, establos y herbeiros o <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> forraje. No le llegaba a Julián la<br />

camisa al cuerpo, temblando que en alguna <strong>de</strong> estas <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncias recibiese Nucha a boca <strong>de</strong><br />

jarro, por impensado inci<strong>de</strong>nte, la atroz revelación. Y al mismo tiempo, ¿cómo oponerse al útil<br />

mero<strong>de</strong>o <strong>de</strong>l ama <strong>de</strong> casa hacendosa por sus dominios? Parecía que con la joven señora entraban<br />

en cada rincón <strong>de</strong> los Pazos la alegría, la limpieza y el or<strong>de</strong>n, y que la saludaba el rápido<br />

bailotear <strong>de</strong>l polvo arremolinado por las escobas, la vibración <strong>de</strong>l rayo <strong>de</strong> sol proyectado en<br />

escondrijos y zahurdas don<strong>de</strong> las espesas telarañas no lo habían <strong>de</strong>jado penetrar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> años<br />

antes.<br />

55


Seguía Julián a Nucha en sus exploraciones, a fin <strong>de</strong> vigilar y evitar, si cabía, cualquier suceso<br />

<strong>de</strong>sgraciado. Y en efecto, su intervención fue provechosa cuando Nucha <strong>de</strong>scubrió en el gallinero<br />

cierto pollo implume. El caso merece referirse <strong>de</strong>spacio.<br />

Había observado Nucha que en aquella casa <strong>de</strong> bendición las gallinas no ponían jamás, o si<br />

ponían no se veía la postura. Afirmaba don Pedro que se gastaban al año bastantes ferrados <strong>de</strong><br />

centeno y mijo en el corral; y con todo eso, las malditas gallinas no daban nada <strong>de</strong> sí. Lo que es<br />

cacarear, cacareaban como <strong>de</strong>scosidas, indicio evi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> que andaban en tratos <strong>de</strong> soltar el<br />

huevo; oíase el himno triunfal <strong>de</strong> las fecundas a la vez que el blando cloquear <strong>de</strong> las lluecas; se<br />

iba a ver el nido, se advertía en él suave calorcillo, se distinguía la paja prensada señalando en<br />

relieve la forma <strong>de</strong>l huevo... Y nada; que no se podía juntar ni para una mala tortilla. Nucha<br />

permanecía ojo alerta. Un día que acudió más diligente al cacareo <strong>de</strong>lator, divisó agazapado en el<br />

fondo <strong>de</strong>l gallinero, escondiéndose como un ratoncillo, un rapaz <strong>de</strong> pocos años. Sólo asomaban<br />

entre la paja <strong>de</strong> la nidadura sus <strong>de</strong>scalzos pies. Nucha tiró <strong>de</strong> ellos y salió el cuerpo, y tras <strong>de</strong>l<br />

cuerpo las manos, en las cuales venía ya el plato que apetecía el ama <strong>de</strong> casa, pues los huevos<br />

que el chico acababa <strong>de</strong> ocultar se le habían roto con la prisa, y la tortilla estaba allí medio hecha,<br />

batida por lo menos.<br />

-¡Ah pícaro! - exclamó Nucha cogiéndole y sacándole afuera, a la luz <strong>de</strong>l corral -. ¡Te voy a<br />

<strong>de</strong>sollar vivo, gran tunante! ¡Ya sabemos quién es el zorro que se come los huevos! Hoy te<br />

pongo el trasero en remojo, don<strong>de</strong> no lo veas.<br />

Agitábase y perneaba el ladrón en miniatura; Nucha sintió lástima, imaginándose que sollozaba<br />

con <strong>de</strong>sconsuelo. Apenas logró verle un minuto la cara <strong>de</strong>sviándole <strong>de</strong> ella los brazos, pudo<br />

convencerse <strong>de</strong> que el muy insolente no hacía sino reírse a más y a mejor, y también notar la<br />

extraordinaria lin<strong>de</strong>za <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sharrapado chicuelo. Julián, testigo inquieto <strong>de</strong> esta escena, se<br />

a<strong>de</strong>lantó y quiso arrebatárselo a Nucha.<br />

- Déjemelo usted, don Julián... - suplicó ella -. ¡Qué guapo!, ¡qué pelo!, ¡qué ojos! ¿De quién es<br />

esta criatura?<br />

Nunca el timorato capellán sintió tantas ganas <strong>de</strong> mentir. No atinó, sin embargo.<br />

- Creo... - tartamu<strong>de</strong>ó atragantándose -, creo que... <strong>de</strong> Sabel, la que guisa estos días.<br />

-¿De la criada? Pero... ¿está casada esa chica?<br />

Creció la turbación <strong>de</strong> Julián. De esta vez tenía en la garganta una pera <strong>de</strong> ahogo.<br />

- No, señora; casada, no... Ya sabe usted que... <strong>de</strong>sgraciadamente... las al<strong>de</strong>anas..., por aquí... no<br />

es común que guar<strong>de</strong>n el mayor recato... Debilida<strong>de</strong>s humanas.<br />

Sentóse Nucha en un poyo <strong>de</strong>l corral que con el gallinero lindaba, sin soltar al chiquillo,<br />

empeñándose en verle la cara mejor. Él porfiaba en taparla con manos y brazos, pegando<br />

respingos <strong>de</strong> conejo montés cautivo y sujeto. Sólo se <strong>de</strong>scubría su cabellera, el monte <strong>de</strong> rizos<br />

castaños como la propia castaña madura, envedijados, revueltos con briznas <strong>de</strong> paja y motas <strong>de</strong><br />

barro seco, y el cuello y nuca, dorados por el sol.<br />

- Julián, ¿tiene usted ahí una pieza <strong>de</strong> dos cuartos?<br />

- Sí, señora.<br />

- Toma, rapaciño... A ver si me pier<strong>de</strong>s el miedo.<br />

Fue eficaz el conjuro. Alargó el chiquillo la mano, y metió rápidamente en el seno la moneda.<br />

Nucha vio entonces el rostro redon<strong>de</strong>ado, hoyoso, graciosísimo y correcto a la vez, como el <strong>de</strong><br />

los amores <strong>de</strong> bronce que sostienen mecheros y lámparas. Una risa entre picaresca y celestial<br />

alegraba tan linda obra <strong>de</strong> la naturaleza. Nucha le plantó un beso en cada carrillo.<br />

-¡Qué monada! ¡Dios lo bendiga! ¿Cómo te llamas, pequeño?<br />

- Perucho - contestó el pilluelo con sumo <strong>de</strong>senfado.<br />

-¡El nombre <strong>de</strong> mi marido! - exclamó la señorita con viveza -. ¿Apostemos a que es su ahijado?<br />

¿Eh?<br />

56


- Es su ahijado, su ahijado - se apresuró a <strong>de</strong>clarar Julián, que <strong>de</strong>searía ponerle al chico un tapón<br />

en aquella boca risueña, <strong>de</strong> carnosos labios cupidinescos. No pudiendo hacerlo intentó sacar la<br />

conversación <strong>de</strong> terreno tan peligroso.<br />

-¿Para qué querías tú los huevos? Dilo y te doy otros dos cuartos, anda.<br />

- <strong>Los</strong> vendo - <strong>de</strong>claró Perucho concisamente.<br />

- Con que los ven<strong>de</strong>s, ¿eh? Tenemos aquí un negociante... ¿Y a quién los ven<strong>de</strong>s?<br />

-A las mujeres <strong>de</strong> por ahí, que van a la vila...<br />

- Sepamos, ¿a cómo te pagan?<br />

- Dos cuartos por la ducia.<br />

- Pues mira - díjole Nucha cariñosamente -, <strong>de</strong> aquí en a<strong>de</strong>lante me los vas a ven<strong>de</strong>r a mí, que te<br />

pagaré otro tanto. Por lo bonito que eres no quiero reñirte ni enfadarme contigo. ¡Quiá! Vamos a<br />

ser muy amigotes tú y yo. Lo primerito que te he <strong>de</strong> regalar son unos pantalones... No andas muy<br />

<strong>de</strong>cente que digamos.<br />

En efecto, por los <strong>de</strong>sgarrones y aberturas <strong>de</strong>l sucio calzón <strong>de</strong> estopa <strong>de</strong>l chico hacían irrupción<br />

sus fresquísimas y lozanas carnes, cuya morbi<strong>de</strong>z no alcanzaba a encubrir el fango y suciedad<br />

que les servía <strong>de</strong> vestidura, a falta <strong>de</strong> otra más <strong>de</strong>corosa.<br />

-¡Angelitos! - murmuró Nucha -. ¡Parece mentira que los traigan así! Yo no sé cómo no se<br />

matan, cómo no perecen <strong>de</strong> frío... Julián, hay que vestir a este niño Jesús.<br />

- Sí, ¡buen niño Jesús está él! - gruñó Julián -. El mismísimo enemigo malo, ¡Dios me perdone!<br />

No le tenga lástima, señorita; es un diablillo, más travieso que un mico... Lo que no hice yo para<br />

enseñarle a leer y escribir, para acostumbrarle a que se lavase esos hocicos y esas patas... ¡Ni<br />

atándolo, señorita, ni atándolo! Y está más sano que una manzana con la vida que trae. Ya se ha<br />

caído dos veces al estanque este año, y <strong>de</strong> una por poco se ahoga.<br />

- Vaya, Julián, ¿qué quiere usted que haga a su edad? No ha <strong>de</strong> ser formal como los mayores.<br />

Ven conmigo, rapaz, que voy a arreglarte algo para que te tapes esas piernecitas... ¿No tiene<br />

calzado? Pues hay que encargarle unos zuecos bien fuertes, <strong>de</strong> álamo... Y le voy a predicar un<br />

sermón a su madre para que me lo enjabone todos los días. Usted le va a dar lección otra vez. O<br />

le haremos ir a la escuela, que será lo mejor.<br />

No hubo quien apease a Nucha <strong>de</strong> su caritativo propósito. Julián estaba con el alma en un hilo,<br />

temiendo que <strong>de</strong> semejante aproximación resultase alguna catástrofe. No obstante, la bondad<br />

natural <strong>de</strong> su corazón hizo que se interesase nuevamente por aquella obra pía, que ya había<br />

intentado sin fruto. Veía en ella mayor <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> la hermosura moral <strong>de</strong> Nucha. Parecíale<br />

que era provi<strong>de</strong>ncial el que la señorita cuidase a aquel mal retoño <strong>de</strong> tronco ruin. Y Nucha<br />

entretanto se divertía infinito con su protegido; hacíale gracia su propia <strong>de</strong>svergüenza, sus<br />

instintos truhanescos, su afán por apandar huevos y fruta, su avi<strong>de</strong>z al coger las monedas, su<br />

afición al vino y a los buenos bocados. Aspiraba a en<strong>de</strong>rezar aquel arbolito tierno, civilizándole a<br />

la vez la piel y el espíritu. Obra <strong>de</strong> romanos, <strong>de</strong>cía el capellán.<br />

- XV -<br />

Por entonces se <strong>de</strong>dicó el matrimonio Moscoso a pagar visitas <strong>de</strong> la aristocracia circunvecina.<br />

Nucha montaba la borriquilla, y su marido la yegua castaña; Julián los acompañaba en mula;<br />

alguno <strong>de</strong> los perros favoritos <strong>de</strong>l marqués se incorporaba a la comitiva siempre, y dos mozos,<br />

vestidos con la ropa dominguera, la más bordada faja, el sombrero <strong>de</strong> fieltro nuevecito,<br />

empuñando varas ver<strong>de</strong>s que columpiaban al andar, iban <strong>de</strong> espolistas, encargados <strong>de</strong> tener mano<br />

<strong>de</strong> las monturas cuando se apeasen los jinetes.<br />

La tanda empezó por la señora jueza <strong>de</strong> Cebre. Abrió la puerta la criada en pernetas, que al ver a<br />

Nucha bajarse <strong>de</strong> su cabalgadura y arreglar los volantes <strong>de</strong>l traje con el mango <strong>de</strong> la sombrilla,<br />

57


echó a correr <strong>de</strong>spavorida hacia el interior <strong>de</strong> la casa, clamando como si anunciase fuego o<br />

ladrones:<br />

- Señora... ¡Ay, mi señora! ¡Unos señores...!, ¡hay unos señores aquí!<br />

Ningún eco respondió a sus alaridos <strong>de</strong> consternación; pero transcurridos breves minutos,<br />

apareció en el zaguán el juez en persona, <strong>de</strong>shaciéndose en excusas por la torpeza <strong>de</strong> la<br />

muchacha: era inconcebible el trabajo que costaba domesticarlas; se les repetía mil veces la<br />

misma cosa, y nada, no aprendían a recibir a las... pues... <strong>de</strong> la manera que... Al murmurar así,<br />

arqueaba el codo ofreciendo a Nucha el sostén <strong>de</strong> su brazo para subir la escalera; y siendo ésta<br />

tan angosta que no cabían dos personas <strong>de</strong> frente, la señora <strong>de</strong> Moscoso pasaba los mayores<br />

trabajos <strong>de</strong>l mundo intentando asirse con las yemas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos al brazo <strong>de</strong>l buen señor, que<br />

subía dos escalones antes que ella todo torcido y sesgado. Llegados a la puerta <strong>de</strong> la sala, el juez<br />

empezó a palparse, buscando ansiosamente algo en los bolsillos, articulando a media voz<br />

monosílabos entrecortados y exclamaciones confusas. De repente exhaló una especie <strong>de</strong> bramido<br />

terrible.<br />

- Pepa... ¡Pepaaaá!<br />

Se oyó el ¡clac! <strong>de</strong> los pies <strong>de</strong>scalzos, y el juez interpeló a la fámula:<br />

- La llave, ¿vamos a ver? ¿Dón<strong>de</strong> Judas has metido la llave?<br />

Pepa se la alargaba ya a toda prisa, y el juez, cambiando <strong>de</strong> tono y pasando <strong>de</strong> la más furiosa<br />

ronquera a la más meliflua dulzura, empujó la puerta y dijo a Nucha:<br />

- Por aquí, señora mía, por aquí..., tenga usted la bondad...<br />

La sala estaba completamente a oscuras. Nucha tropezó con una mesa, a tiempo que el juez<br />

repetía:<br />

- Tenga usted la bondad <strong>de</strong> sentarse, señora mía... Usted dispense...<br />

La claridad que bañó la habitación, una vez abiertas las ma<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la ventana, permitió a Nucha<br />

distinguir al fin el sofá <strong>de</strong> repis azul, los dos sillones haciendo juego, el velador <strong>de</strong> caoba, la<br />

alfombra tendida a los pies <strong>de</strong>l sofá y que representaba un ferocísimo tigre <strong>de</strong> Bengala, color <strong>de</strong><br />

canela fina. Al juez todo se le volvía acomodar a los visitadores, insistiendo mucho en si al<br />

marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> le convenía la luz <strong>de</strong> frente o estaría mejor <strong>de</strong> espaldas a la vidriera; al mismo<br />

tiempo lanzaba ojeadas <strong>de</strong> sobresalto en <strong>de</strong>rredor, porque le iba sabiendo mal la tardanza <strong>de</strong> su<br />

mujer en presentarse. Esforzábase en sostener la conversación, pero su sonrisa tenía la<br />

contracción <strong>de</strong> una mueca, y su ojo severo se volvía hacia la puerta muy a menudo. Al cabo se<br />

oyó en el corredor crujido <strong>de</strong> enaguas almidonadas: la señora jueza entró, sofocada y compuesta<br />

<strong>de</strong> fresco, según claramente se veía en todos los pormenores <strong>de</strong> su tocado; acababa <strong>de</strong> embutir su<br />

respetable humanidad en el corsé, y sin embargo no había logrado abrochar los últimos botones<br />

<strong>de</strong>l corpiño <strong>de</strong> seda; el moño postizo, colocado a escape, se torcía inclinándose hacia la oreja<br />

izquierda; traía un pendiente <strong>de</strong>sabrochado, y no habiéndole llegado el tiempo para calzarse,<br />

escondía con mil trabajos, entre los volantes pomposos <strong>de</strong> la falda <strong>de</strong> seda, las babuchas <strong>de</strong><br />

orillo.<br />

Aunque Nucha no pecaba <strong>de</strong> burlona, no pudo menos <strong>de</strong> hacerle gracia el atavío <strong>de</strong> la jueza, que<br />

pasaba por el figurín vivo <strong>de</strong> Cebre, y a hurtadillas sonrió a Julián mostrándole con<br />

imperceptible guiño los collares, dijes y broches que lucía en el cuello la señora, mientras ésta a<br />

su vez <strong>de</strong>voraba e inventariaba el sencillo adorno <strong>de</strong> la recién casada santiaguesa. La visita fue<br />

corta, porque el marqués <strong>de</strong>seaba cumplir aquel mismo día con el Arcipreste, y la parroquia <strong>de</strong><br />

Loiro distaba una legua por lo menos <strong>de</strong> la villita <strong>de</strong> Cebre. Se <strong>de</strong>spidieron <strong>de</strong> la autoridad<br />

judicial tan ceremoniosamente como habían entrado, con los mismos requilorios <strong>de</strong> brazo y<br />

acompañamiento y muchos ofrecimientos <strong>de</strong> casa y persona.<br />

Era preciso para ir a Loiro internarse bastante en la montaña, y seguir una senda llena <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros y precipicios, que sólo se hacía practicable al acercarse a los dominios <strong>de</strong>l<br />

arciprestazgo, vastos y ricos algún día, hoy casi anulados por la <strong>de</strong>samortización. La rectoral<br />

daba señales <strong>de</strong> su esplendor pasado; su aspecto era conventual; al entrar y apearse en el zaguán,<br />

58


los señores <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> sintieron la impresión <strong>de</strong>l frío subterráneo <strong>de</strong> una ancha cripta abovedada,<br />

don<strong>de</strong> la voz humana retumbaba <strong>de</strong> un modo extraño y solemne. Por la escalera <strong>de</strong> anchos<br />

peldaños y monumental balaústre <strong>de</strong> piedra bajaba dificultosamente, con la lentitud y el balanceo<br />

con que caminan los osos puestos en dos pies, una pareja <strong>de</strong> seres humanos monstruosa,<br />

<strong>de</strong>forme, que lo parecía más viéndola así reunida: el Arcipreste y su hermana. Ambos ja<strong>de</strong>aban:<br />

su dificultosa respiración parecía el resuello <strong>de</strong> un acci<strong>de</strong>ntado; las triples roscas <strong>de</strong> la papada y<br />

el rollo <strong>de</strong>l pestorejo aureolaban con formidable nimbo <strong>de</strong> carne las faces moradas <strong>de</strong> puro<br />

inyectadas <strong>de</strong> sangre espesa; y cuando se volvían <strong>de</strong> espaldas, en el mismo sitio en que el<br />

Arcipreste lucía la tonsura ostentaba su hermana un moñito <strong>de</strong> pelo gris, análogo al que gastan<br />

los toreros. Nucha, a quien el recibimiento <strong>de</strong>l juez y el tocado <strong>de</strong> su señora habían puesto <strong>de</strong><br />

buen humor, volvió a sonreír disimuladamente, sobre todo al notar los quidproquos <strong>de</strong> la<br />

conversación, producidos por la sor<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los dos respetables hermanos. No <strong>de</strong>smintiendo éstos<br />

la hospitalaria tradición campesina, hicieron pasar a los visitadores, quieras no quieras, al<br />

comedor, don<strong>de</strong> un mármol se hubiera reído también observando cómo la mesa <strong>de</strong>l refresco, la<br />

misma en que comían a diario los dueños <strong>de</strong> casa, tenía dos escotaduras, una frente a otra, sin<br />

duda <strong>de</strong>stinadas a alojar <strong>de</strong>sahogadamente la rotundidad <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> abdómenes gigantescos.<br />

El regreso a los Pazos fue animado por comentarios y bromas acerca <strong>de</strong> las visitas: hasta Julián<br />

dio <strong>de</strong> mano a su formalidad y a su indulgencia acostumbrada para divertirse a cuenta <strong>de</strong> la mesa<br />

escotada y <strong>de</strong>l almacén <strong>de</strong> quincalla que la señora jueza lucía en el pescuezo y seno. Pensaban<br />

con regocijo en que al día siguiente se les preparaba otra excursión <strong>de</strong>l mismo género, sin duda<br />

igualmente divertida: tocábales ver a las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong> y a los señores <strong>de</strong> Limioso.<br />

Salieron <strong>de</strong> los Pazos tempranito, porque bien necesitaban toda la larga tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> verano para<br />

cumplir el programa; y acaso no les alcanzaría, si no fuese porque a las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong> no<br />

las encontraron en casa; una mocetona que pasaba cargada con un haz <strong>de</strong> hierba explicó<br />

difícilmente que las señoritas iban en la feria <strong>de</strong> Vilamorta, y sabe Dios cuándo volverían <strong>de</strong> allá.<br />

Le pesó a Nucha, porque las señoritas, que habían estado en los Pazos a verla, le agradaban, y<br />

eran los únicos rostros juveniles, las únicas personas en quienes encontraba reminiscencias <strong>de</strong> la<br />

cháchara alegre y <strong>de</strong>l fresco pico <strong>de</strong> sus hermanas, a las cuales no podía olvidar. Dejaron un<br />

recado <strong>de</strong> atención a cargo <strong>de</strong> la mocetona y torcieron monte arriba, camino <strong>de</strong>l Pazo <strong>de</strong><br />

Limioso.<br />

El camino era difícil y se retorcía en espiral alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la montaña; a uno y otro lado, las cepas<br />

<strong>de</strong> viña, cargadas <strong>de</strong> follaje, se inclinaban sobre él como para borrarlo. En la cumbre amarilleaba<br />

a la luz <strong>de</strong>l sol poniente un edificio prolongado, con torre a la izquierda, y a la <strong>de</strong>recha un<br />

palomar <strong>de</strong>rruido, sin techo ya. Era la señorial mansión <strong>de</strong> Limioso, un tiempo castillo roquero,<br />

nido <strong>de</strong> azor colgado en la escarpada umbría <strong>de</strong>l montecillo solitario, tras <strong>de</strong>l cual, en el<br />

horizonte, se alzaba la cúspi<strong>de</strong> majestuosa <strong>de</strong>l inaccesible Pico Leiro. No se conocía en todo el<br />

contorno, ni acaso en toda la provincia, casa infanzona más linajuda ni más vieja, y a cuyo<br />

nombre añadiesen los labriegos con acento más respetuoso el calificativo <strong>de</strong> Pazo, palacio,<br />

reservado a las moradas hidalgas.<br />

Des<strong>de</strong> bastante cerca, el Pazo <strong>de</strong> Limioso parecía <strong>de</strong>shabitado, lo cual aumentaba la impresión<br />

melancólica que producía su <strong>de</strong>smantelado palomar. Por todas partes indicios <strong>de</strong> abandono y<br />

ruina: las ortigas obstruían la especie <strong>de</strong> plazoleta o patio <strong>de</strong> la casa; no faltaban vidrios en las<br />

vidrieras, por la razón plausible <strong>de</strong> que tales vidrieras no existían, y aun alguna ma<strong>de</strong>ra,<br />

arrancada <strong>de</strong> sus goznes, pendía torcida, como un jirón en un traje usado. Hasta las rejas <strong>de</strong> la<br />

planta baja, <strong>de</strong>voradas <strong>de</strong> orín, subían las plantas parásitas, y festones <strong>de</strong> yedra seca y raquítica<br />

corrían por entre las junturas <strong>de</strong>squiciadas <strong>de</strong> las piedras. Estaba el portón abierto <strong>de</strong> par en par,<br />

como puerta <strong>de</strong> quien no teme a ladrones; pero al sonido mate <strong>de</strong> los cascos <strong>de</strong> las monturas en el<br />

piso herboso <strong>de</strong>l patio, respondieron asmáticos ladridos y un mastín y dos perdigueros se<br />

abalanzaron contra los visitantes, <strong>de</strong>sperdiciando por las fauces el poco brío que les quedaba,<br />

pues ninguno <strong>de</strong> aquellos bichos tenía más que un erizado pelaje sobre una armazón <strong>de</strong> huesos<br />

59


prontos a agujerearlo al menor <strong>de</strong>scuido. El mastín no podía, literalmente, ejecutar el esfuerzo<br />

<strong>de</strong>l ladrido: temblábanle las patas, y la lengua le salía <strong>de</strong> un palmo entre los dientes, amarillos y<br />

roídos por la edad. Apaciguáronse los perdigueros a la voz <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, con quien habían<br />

cazado mil veces; no así el mastín, resuelto sin duda a morir en la <strong>de</strong>manda, y a quien sólo acalló<br />

la aparición <strong>de</strong> su amo el señorito <strong>de</strong> Limioso.<br />

¿Quién no conoce en la montaña al directo <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> los paladines y ricohombres gallegos,<br />

al infatigable cazador, al acérrimo tradicionalista? Ramonciño Limioso contaría a la sazón poco<br />

más <strong>de</strong> veintiséis años, pero ya sus bigotes, sus cejas, su cabello y sus facciones todas tenían una<br />

gravedad melancólica y dignidad algún tanto burlesca para quien por primera vez lo veía. Su<br />

entristecido arqueo <strong>de</strong> cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos <strong>de</strong> Quevedo; su<br />

pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez <strong>de</strong> la vara que tenía en la mano, la imaginación<br />

le otorgaba una espada <strong>de</strong> cazoleta. Don<strong>de</strong> quiera que se encontrase aquel cuerpo larguirucho,<br />

aquel gabán raído, aquellos pantalones con rodilleras y tal cual remiendo, no se podía dudar que,<br />

con sus pobres trazas, Ramón Limioso era un verda<strong>de</strong>ro señor <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus principios - así <strong>de</strong>cían<br />

los al<strong>de</strong>anos - y no hecho a puñetazos, como otros.<br />

Lo era hasta en el modo <strong>de</strong> ayudar a Nucha a bajarse <strong>de</strong> la borrica, en la naturalidad galante con<br />

que le ofreció no el brazo, sino, a la antigua usanza, dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la mano izquierda para que en<br />

ellos apoyase la palma <strong>de</strong> su diestra la señora <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Y con el <strong>de</strong>coro propio <strong>de</strong> un paso <strong>de</strong><br />

minueto, la pareja entró por el Pazo <strong>de</strong> Limioso a<strong>de</strong>lante, subiendo la escalera exterior que<br />

conducía al claustro, no sin peligro <strong>de</strong> rodar por ella: tales estaban <strong>de</strong> carcomidos los venerables<br />

escalones. El tejado <strong>de</strong>l claustro era un puro calado; veíanse, al través <strong>de</strong> las tejas y las vigas,<br />

innumerables retales <strong>de</strong> terciopelo azul celeste; la cría <strong>de</strong> las golondrinas piaba dulcemente en<br />

sus nidos, cobijados en el sitio más favorable, tras el blasón <strong>de</strong> los Limiosos, repetido en el<br />

capitel <strong>de</strong> cada pilar en tosca escultura - tres peces bogando en un lago, un león sosteniendo una<br />

cruz -. Fue peor cuando entraron en la antesala. Muchos años hacía que la polilla y la vetustez<br />

habían dado cuenta <strong>de</strong> la tablazón <strong>de</strong>l piso; y no alcanzando, sin duda, los medios <strong>de</strong> los<br />

Limiosos a echar piso nuevo, se habían contentado con arrojar algunas tablas sueltas sobre los<br />

pontones y las vigas, y por tan peligroso camino cruzó tranquilamente el señorito, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

ofrecer los <strong>de</strong>dos a Nucha, y sin que ésta se atreviese a solicitar más firme apoyo. Cada tablón en<br />

que sentaban el pie se alzaba y blandía, <strong>de</strong>scubriendo abajo la negra profundidad <strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga,<br />

con sus cubas vestidas <strong>de</strong> telarañas. Atravesaron impávidos el abismo y penetraron en la sala,<br />

que al menos poseía un piso clavado, aunque en muchos sitios roto y en todos casi reducido a<br />

polvo sutil por el taladro <strong>de</strong> los insectos.<br />

Nucha se quedó inmóvil <strong>de</strong> sorpresa. En un ángulo <strong>de</strong> la sala medio <strong>de</strong>saparecía bajo un gran<br />

acervo <strong>de</strong> trigo un mueble soberbio, un vargueño incrustado <strong>de</strong> concha y marfil; en las pare<strong>de</strong>s,<br />

<strong>de</strong>l betún <strong>de</strong> los cuadros viejos y ahumados se <strong>de</strong>stacaba a lo mejor una pierna <strong>de</strong> santo<br />

martirizado, toda contraída, o el anca <strong>de</strong> un caballo, o una cabeza carrilluda <strong>de</strong> angelote; frente a<br />

la esquina <strong>de</strong>l trigo, se alzaba un estrado revestido <strong>de</strong> cuero <strong>de</strong> Córdoba, que aún conservaba su<br />

rica coloración y sus oros intensos; ante el estrado, en semicírculo, magníficos sitiales<br />

escultados, con asiento <strong>de</strong> cuero también; y entre el trigo y el estrado, sentadas en tallos (asientos<br />

<strong>de</strong> tronco <strong>de</strong> roble bruto, como los que usan los labriegos más pobres), dos viejas secas, pálidas,<br />

<strong>de</strong>rechas, vestidas <strong>de</strong> hábito <strong>de</strong>l Carmen, ¡hilaban!<br />

Jamás había creído la señora <strong>de</strong> Moscoso que vería hilar más que en las novelas o en los cuentos,<br />

a no ser a las al<strong>de</strong>anas, y le produjo singular efecto el espectáculo <strong>de</strong> aquellas dos estatuas<br />

bizantinas, que tales parecían por su quietud y los rígidos pliegues <strong>de</strong> su ropa, manejando el huso<br />

y la rueca, y suspendiendo a un mismo tiempo la labor cuando ella entró. En nombre <strong>de</strong> las dos<br />

estatuas - que eran las tías paternas <strong>de</strong>l señorito <strong>de</strong> Limioso - había visitado éste a Nucha; vivía<br />

también en el Pazo el padre, paralítico y encamado, pero a éste nadie le echaba la vista encima;<br />

su existencia era como un mito, una leyenda <strong>de</strong> la montaña. Las dos ancianas se irguieron y<br />

tendieron a Nucha los brazos con movimiento tan simultáneo que no supo a cuál <strong>de</strong> ellas aten<strong>de</strong>r,<br />

60


y a la vez y en las dos mejillas sintió un beso <strong>de</strong> hielo, un beso dado sin labios y acompañado <strong>de</strong>l<br />

roce <strong>de</strong> una piel inerte. Sintió también que le asían las manos otras manos <strong>de</strong>spojadas <strong>de</strong> carne,<br />

consuntas, amojamadas y momias; comprendió que la guiaban hacia el estrado, y que le ofrecían<br />

uno <strong>de</strong> los sitiales, y apenas se hubo sentado en él, conoció con terror que el asiento se<br />

<strong>de</strong>svencijaba, se hundía; que se largaba cada pedazo <strong>de</strong>l sitial por su lado sin crujidos ni<br />

resistencia; y con el instinto <strong>de</strong> la mujer encinta, se puso <strong>de</strong> pie, <strong>de</strong>jando que la última prenda <strong>de</strong>l<br />

esplendor <strong>de</strong> los Limiosos se <strong>de</strong>rrumbase en el suelo para siempre...<br />

Salieron <strong>de</strong>l goteroso Pazo cuando ya anochecía, y sin que se lo comunicasen, sin que ellos<br />

mismos pudiesen acaso darse cuenta <strong>de</strong> ello, callaron todo el camino porque les oprimía la<br />

tristeza inexplicable <strong>de</strong> las cosas que se van.<br />

- XVI -<br />

Debía el sucesor <strong>de</strong> los Moscosos andar ya cerca <strong>de</strong> este mundo, porque Nucha cosía sin<br />

<strong>de</strong>scanso prendas menudas semejantes a ropa <strong>de</strong> muñecas. A pesar <strong>de</strong> la asiduidad en la labor, no<br />

se <strong>de</strong>smejoraba, al contrario, parecía que cada pasito <strong>de</strong> la criatura hacia la luz <strong>de</strong>l día era en<br />

beneficio <strong>de</strong> su madre. No podía <strong>de</strong>cirse que Nucha hubiese engruesado, pero sus formas se<br />

llenaban, volviéndose suaves curvas lo que antes eran ángulos y planicies. Sus mejillas se<br />

sonroseaban, aunque le velaba frente y sienes esa ligera nube oscura conocida por paño. Su pelo<br />

negro parecía más brillante y copioso; sus ojos, menos vagos y más húmedos; su boca, más<br />

fresca y roja. Su voz se había timbrado con notas graves. En cuanto al natural aumento <strong>de</strong> su<br />

persona, no era mucho ni la afeaba, prestando solamente a su cuerpo la dulce pesa<strong>de</strong>z que se nota<br />

en el <strong>de</strong> la Virgen en los cuadros que representan la Visitación. La colocación <strong>de</strong> sus manos,<br />

extendidas sobre el vientre como para protegerlo, completaba la analogía con las pinturas <strong>de</strong> tan<br />

tierno asunto.<br />

Hay que reconocer que don Pedro se portaba bien con su esposa durante aquella temporada <strong>de</strong><br />

expectación. Olvidando sus acostumbradas correrías por montes y riscos, la sacaba todas las<br />

tar<strong>de</strong>s, sin faltar una, a dar paseítos higiénicos, que crecían gradualmente; y Nucha, apoyada en<br />

su brazo, recorría el valle en que los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> se escon<strong>de</strong>n, sentándose en los murallones y<br />

en los ribazos al sentirse muy fatigada. Don Pedro atendía a satisfacer sus menores <strong>de</strong>seos: en<br />

ocasiones se mostraba hasta galante, trayéndole las flores silvestres que le llamaban la atención,<br />

o ramas <strong>de</strong> madroño y zarzamora cuajadas <strong>de</strong> fruto. Como a Nucha le causaban fuerte<br />

sacudimiento nervioso los tiros, no llevaba jamás el señorito su escopeta, y había prohibido<br />

expresamente a Primitivo cazar por allí. Parecía que la leñosa corteza se le iba cayendo, poco a<br />

poco, al marqués, y que su corazón bravío y egoísta se inmutaba, <strong>de</strong>jando asomar, como entre las<br />

grietas <strong>de</strong> la pared, florecillas parásitas, blandos afectos <strong>de</strong> esposo y padre. Si aquello no era el<br />

matrimonio cristiano soñado por el excelente capellán, viven los cielos que <strong>de</strong>bía asemejársele<br />

mucho.<br />

Julián ben<strong>de</strong>cía a Dios todos los días. Su <strong>de</strong>voción había vuelto, no a renacer, pues no muriera<br />

nunca, pero sí a reavivarse y encen<strong>de</strong>rse. A medida que se acercaba la hora crítica para Nucha, el<br />

capellán permanecía más tiempo <strong>de</strong> rodillas dando gracias al terminar la misa; prolongaba más<br />

las letanías y el rosario; ponía más alma y fervor en el cuotidiano rezo. Y no entran en la cuenta<br />

dos novenas <strong>de</strong>votísimas, una a la Virgen <strong>de</strong> Agosto, otra a la Virgen <strong>de</strong> Septiembre.<br />

Figurábasele este culto mariano muy a<strong>de</strong>cuado a las circunstancias, por la convicción cada vez<br />

más firme <strong>de</strong> que Nucha era viva imagen <strong>de</strong> Nuestra Señora, en cuanto una mujer concebida en<br />

pecado pue<strong>de</strong> serlo.<br />

Al oscurecer <strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> octubre estaba Julián sentado en el poyo <strong>de</strong> su ventana, engolfado<br />

en la lectura <strong>de</strong>l P. Nieremberg. Sintió pasos precipitados en la escalera. Conoció el modo <strong>de</strong><br />

pisar <strong>de</strong> don Pedro. El rostro <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> <strong>de</strong>rramaba satisfacción.<br />

61


-¿Hay noveda<strong>de</strong>s? - preguntó Julián soltando el libro.<br />

-¡Ya lo creo! Nos hemos tenido que volver <strong>de</strong>l paseo a escape.<br />

-¿Y han ido a Cebre por el médico?<br />

- Va allá Primitivo.<br />

Julián torció el gesto.<br />

- No hay que asustarse... Detrás <strong>de</strong> él van a salir ahora mismo otros dos propios. Quería ir yo en<br />

persona, pero Nucha dice que no se queda ahora sin mí.<br />

- Lo mejor sería ir yo también por si acaso - exclamó Julián -. Aunque sea a pie y <strong>de</strong> noche...<br />

Lanzó don Pedro una <strong>de</strong> sus terribles y mofadoras carcajadas.<br />

-¡Usted! - clamó sin cesar <strong>de</strong> reír -. ¡Vaya una ocurrencia, don Julián!<br />

El capellán bajó los ojos y frunció el rubio ceño. Sentía cierta vergüenza <strong>de</strong> su sotana, que le<br />

inutilizaba para prestar el menor servicio en tan apretado trance. Y al par que sacerdote era<br />

hombre, <strong>de</strong> modo que tampoco podía penetrar en la cámara don<strong>de</strong> se cumplía el misterio. Sólo<br />

tenían <strong>de</strong>recho a ello dos varones: el esposo y el otro, el que Primitivo iba a buscar, el<br />

representante <strong>de</strong> la ciencia humana. Acongojóse el espíritu <strong>de</strong> Julián pensando en que el recato<br />

<strong>de</strong> Nucha iba a ser profanado, y su cuerpo puro tratado quizás como se trata a los cadáveres en la<br />

mesa <strong>de</strong> anatomía: como materia inerte, don<strong>de</strong> no se cobija ya un alma. Comprendió que se<br />

apocaba y afligía.<br />

- Llámeme usted si para algo me necesita, señor marqués - murmuró con <strong>de</strong>smayada voz.<br />

- Mil gracias, hombre... Venía únicamente a darle a usted la buena noticia.<br />

Don Pedro volvió a bajar la escalera rápidamente silbando una riveirana, y el capellán, al pronto,<br />

se quedó inmóvil. Pasóse luego la mano por la frente, don<strong>de</strong> rezumaba un sudorcillo. Miró a la<br />

pared. Entre varias estampitas pendientes <strong>de</strong>l muro y encuadradas en marcos <strong>de</strong> briche y<br />

lentejuelas, escogió dos: una <strong>de</strong> San Ramón Nonnato y otra <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong> la Angustia,<br />

sosteniendo en el regazo a su Hijo muerto. Él la hubiera preferido <strong>de</strong> la Leche y Buen Parto, pero<br />

no la tenía, ni se había acordado mucho <strong>de</strong> tal advocación hasta aquel instante. Desembarazó la<br />

cómoda <strong>de</strong> los cachivaches que la obstruían y puso encima, <strong>de</strong> pie, las estampas. Abrió <strong>de</strong>spués<br />

el cajón, don<strong>de</strong> guardaba algunas velas <strong>de</strong> cera <strong>de</strong>stinadas a la capilla; tomó un par, las acomodó<br />

en can<strong>de</strong>leros <strong>de</strong> latón, y armó su altarito. Así que la luz amarillenta <strong>de</strong> los cirios se reflejó en los<br />

adornos y cristal <strong>de</strong> los cuadros, el alma <strong>de</strong> Julián sintió consuelo inefable. Lleno <strong>de</strong> esperanza,<br />

el capellán se reprendió a sí mismo por haberse juzgado inútil en momentos semejantes. ¡Él<br />

inútil! Cabalmente le incumbía lo más importante y preciso, que es impetrar la protección <strong>de</strong>l<br />

cielo. Y arrodillándose henchido <strong>de</strong> fe, dio principio a sus oraciones.<br />

El tiempo corría sin interrumpirlas. De abajo no llegaba noticia alguna. A eso <strong>de</strong> las diez<br />

reconoció Julián que sus rodillas hormigueaban con insufrible hormigueo, que se apo<strong>de</strong>raba <strong>de</strong><br />

sus miembros dolorosa lasitud, que se le <strong>de</strong>svanecía la cabeza. Hizo un esfuerzo y se incorporó<br />

tambaleándose. Una persona entró. Era Sabel, a quien el capellán miró con sorpresa, pues hacía<br />

bastante tiempo que no se presentaba allí.<br />

- De parte <strong>de</strong>l señorito, que baje a cenar.<br />

-¿Ha venido su padre <strong>de</strong> usted? ¿Ha llegado el médico? - interrogó ansiosamente Julián, no<br />

atreviéndose a preguntar otra cosa.<br />

- No, señor... De aquí a Cebre hay un bocadito.<br />

En el comedor encontró Julián al marqués cenando con apetito formidable, como hombre a quien<br />

se le ha retrasado la pitanza dos horas más que <strong>de</strong> costumbre. Julián trató <strong>de</strong> imitar aquel sosiego,<br />

sentándose y extendiendo la servilleta.<br />

-¿Y la señorita? - preguntó con afán.<br />

-¡Pss!... Ya pue<strong>de</strong> usted suponer que no muy a gusto.<br />

-¿Necesitará algo mientras usted está aquí?<br />

- No. Tiene allá a su doncella, la Filomena. Sabel también ayuda para cuanto se precise.<br />

62


Julián no contestó. Sus reflexiones valían más para calladas que para dichas. Era una<br />

monstruosidad que Sabel asistiese a la legítima esposa; pero si no se le ocurría al marido, ¿quién<br />

tenía valor para insinuárselo? Por otra parte, Sabel, en realidad, no carecía <strong>de</strong> experiencia<br />

doméstica, ni <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> ser útil. Notó Julián que el marqués, a diferencia <strong>de</strong> algunas horas antes,<br />

parecía malhumorado e impaciente. Recelaba el capellán interrogarle. Determinóse al fin.<br />

-¿Y... dará tiempo a que llegue el médico?<br />

-¿Que si da tiempo? - respondió el señorito embaulando y mascando con colérica avi<strong>de</strong>z -.<br />

¡Como no lo dé <strong>de</strong> más! Estas señoritas finas son muy <strong>de</strong>licadas y difíciles para todo... Y cuando<br />

no hay un gran físico... Si fuese por el estilo <strong>de</strong> su hermana Rita...<br />

Descargó un porrazo con el vaso en la mesa, y añadió sentenciosamente:<br />

- Son una calamidad las mujeres <strong>de</strong> los pueblos... Hechas <strong>de</strong> alfeñique... Le aseguro a usted que<br />

tiene una <strong>de</strong>bilidad, y una ten<strong>de</strong>ncia a las convulsiones y a los síncopes, que... ¡Melindres,<br />

diantre! ¡Melindres a que las acostumbran <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeñas!<br />

Pegó otro trompis y se levantó, <strong>de</strong>jando solo en el comedor a Julián. No sabía éste qué hacer <strong>de</strong><br />

su persona, y pensó que lo mejor era empren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> nuevo plática con los santos. Subió. Las velas<br />

seguían ardiendo, y el capellán volvió a arrodillarse. Las horas pasaban y pasaban, y no se oían<br />

más ruidos que el viento <strong>de</strong> la noche al gemir en los castaños, y el hondo sollozo <strong>de</strong>l agua en la<br />

represa <strong>de</strong>l cercano molino. Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos<br />

y pesa<strong>de</strong>z en la cabeza. Dos o tres veces miró hacia su cama, y otras tantas el recuerdo <strong>de</strong> la<br />

pobrecita, que sufría allá abajo, le <strong>de</strong>tuvo. Dábale vergüenza ce<strong>de</strong>r a la tentación. Mas sus ojos se<br />

cerraban, su cabeza, ebria <strong>de</strong> sueño, caía sobre el pecho. Se tendió vestido, prometiéndose<br />

<strong>de</strong>spabilarse al punto. Despertó cuando ya era <strong>de</strong> día.<br />

Al encontrarse vestido, se acordó, y tratándose mentalmente <strong>de</strong> marmota y leño, pensó si ya<br />

estaría en el mundo el nuevo Moscoso. Bajó apresurado, frotándose los párpados, medio aturdido<br />

aún. En la antesala <strong>de</strong> la cocina se dio <strong>de</strong> manos a boca con Máximo Juncal, el médico <strong>de</strong> Cebre,<br />

con bufanda <strong>de</strong> lana gris arrollada al cuello, chaquetón <strong>de</strong> paño pardo, botas y espuelas.<br />

-¿Llega usted ahora mismo? - preguntó asombrado el capellán.<br />

- Sí, señor... Primitivo dice que estuvieron llamando anoche a mi puerta él y otros dos, pero que<br />

no les abrió nadie... Verdad que mi criada es algo sorda; mas con todo..., si llamasen como Dios<br />

manda... En fin, que hasta el amanecer no me llegó el aviso. De cualquier manera parece que<br />

vengo muy a tiempo todavía... Primeriza al fin y al cabo... Estas batallas acostumbran durar<br />

bastante... Allá voy a ver qué ocurre...<br />

Precedido <strong>de</strong> don Pedro, echó a andar látigo en mano y resonándole las espuelas, <strong>de</strong> modo que la<br />

imagen bélica que acababa <strong>de</strong> emplear parecía exacta, y cualquiera le tomaría por el general que<br />

acu<strong>de</strong> a <strong>de</strong>cidir con su presencia y sus ór<strong>de</strong>nes la victoria. Su continente resuelto infundía<br />

confianza. Reapareció a poco pidiendo una taza <strong>de</strong> café bien caliente, pues con la prisa <strong>de</strong> venir<br />

se encontraba en ayunas. Al señorito le sirvieron chocolate. Emitió el médico su dictamen<br />

facultativo: armarse <strong>de</strong> paciencia, porque el negocio iba largo.<br />

Don Pedro, <strong>de</strong> humor algo fosco y con las facciones hinchadas por el insomnio, quiso a toda<br />

costa saber si había peligro.<br />

- No, señor; no, señor - contestó Máximo <strong>de</strong>sliendo el azúcar con la cucharilla y echando ron en<br />

el café -. Si se presentan dificulta<strong>de</strong>s, estamos aquí... Tú, Sabel: una copita pequeña.<br />

En la copita pequeña escanció también ron, que pala<strong>de</strong>ó mientras el café se enfriaba. El marqués<br />

le tendió la petaca llena.<br />

- Muchas gracias... - pronunció el médico encendiendo un habano -. Por ahora estamos a ver<br />

venir. La señora es novicia, y no muy fuerte... A las mujeres se les da en las ciuda<strong>de</strong>s la<br />

educación más antihigiénica: corsé para volver angosto lo que <strong>de</strong>be ser vasto; encierro para<br />

producir la clorosis y la anemia; vida se<strong>de</strong>ntaria, para ingurgitarlas y criar linfa a expensas <strong>de</strong> la<br />

63


sangre... Mil veces mejor preparadas están las al<strong>de</strong>anas para el gran combate <strong>de</strong> la gestación y<br />

alumbramiento, que al cabo es la verda<strong>de</strong>ra función femenina.<br />

Siguió explanando su teoría, queriendo manifestar que no ignoraba las más recientes y osadas<br />

hipótesis científicas, alar<strong>de</strong>ando <strong>de</strong> materialismo higiénico, pon<strong>de</strong>rando mucho la acción<br />

bienhechora <strong>de</strong> la madre naturaleza. Veíase que era mozo inteligente, <strong>de</strong> bastante lectura y<br />

<strong>de</strong>terminado a lidiar con las enfermeda<strong>de</strong>s ajenas; mas la amarillez biliosa <strong>de</strong> su rostro, la livi<strong>de</strong>z<br />

y secura <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>lgados labios, no prometían salud robusta. Aquel fanático <strong>de</strong> la higiene no<br />

predicaba con el ejemplo. Asegurábase que tenía la culpa el ron y una pana<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> Cebre, con<br />

salud para ven<strong>de</strong>r y regalar cuatro doctores higienistas.<br />

Don Pedro chupaba también con ensañamiento su cigarro y rumiaba las palabras <strong>de</strong>l médico, que<br />

por extraño caso, atendida la diferencia entre un pensamiento relleno <strong>de</strong> ciencia novísima y otro<br />

virgen hasta <strong>de</strong> lectura, conformaban en todo con su sentir. También el hidalgo rancio pensaba<br />

que la mujer <strong>de</strong>be ser principalmente muy apta para la propagación <strong>de</strong> la especie. Lo contrario le<br />

parecía un crimen. Acordábase mucho, mucho, con extraños remordimientos casi incestuosos,<br />

<strong>de</strong>l robusto tronco <strong>de</strong> su cuñada Rita. También recordó el nacimiento <strong>de</strong> Perucho, un día que<br />

Sabel estaba amasando. Por cierto que la borona que amasaba no hubiera tenido tiempo <strong>de</strong><br />

cocerse cuando el chiquillo berreaba ya diciendo a su modo que él era <strong>de</strong> Dios como los <strong>de</strong>más y<br />

necesitaba el sustento. Estas memorias le <strong>de</strong>spertaron una i<strong>de</strong>a muy importante.<br />

- Diga, Máximo... ¿le parece que mi mujer podrá criar?<br />

Máximo se echó a reír, saboreando el ron.<br />

- No pedir gollerías, señor don Pedro... ¡Criar! Esa función augusta exige complexión muy<br />

vigorosa y predominio <strong>de</strong>l temperamento sanguíneo... No pue<strong>de</strong> criar la señora.<br />

- Ella es la que se empeña en eso - dijo con <strong>de</strong>specho el marqués -; yo bien me figuré que era un<br />

disparate... por más que no creí a mi mujer tan en<strong>de</strong>ble... En fin, ahora tratamos <strong>de</strong> que no nazca<br />

el niño para rabiar <strong>de</strong> hambre. ¿Tendré tiempo <strong>de</strong> ir a Castrodorna? La hija <strong>de</strong> Felipe el casero,<br />

aquella mocetona, ¿no sabe usted?...<br />

-¿Pues no he <strong>de</strong> saber? ¡Gran vaca! Tiene usted ojo médico... Y está parida <strong>de</strong> dos meses. Lo que<br />

no sé es si los padres la <strong>de</strong>jarán venir. Creo que son gente honrada en su clase y no quieren<br />

divulgar lo <strong>de</strong> la hija.<br />

-¡Música celestial! Si hace ascos la traigo arrastrando por la trenza... A mí no me levanta la voz<br />

un casero mío. ¿Hay tiempo o no <strong>de</strong> ir allá?<br />

- Tiempo, sí. Ojalá acabásemos antes; pero no lleva trazas.<br />

Cuando el señorito salió, Máximo se sirvió otra copa <strong>de</strong> ron y dijo en confianza al capellán:<br />

- Si yo estuviese en el pellejo <strong>de</strong>l Felipe... ya le quiero un recado a don Pedro. ¿Cuándo se<br />

convencerán estos señoritos <strong>de</strong> que un casero no es un esclavo? Así andan las cosas <strong>de</strong> España:<br />

mucho <strong>de</strong> revolución, <strong>de</strong> libertad, <strong>de</strong> <strong>de</strong>rechos individuales... ¡Y al fin, por todas partes la tiranía,<br />

el privilegio, el feudalismo! Porque, vamos a ver, ¿qué es esto sino reproducir los ominosos<br />

tiempos <strong>de</strong> la gleba y las iniquida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la servidumbre? Que yo necesito tu hija, ¡zas!, pues<br />

contra tu voluntad te la cojo. Que me hace falta leche, una vaca humana, ¡zas!, si no quieres dar<br />

<strong>de</strong> mamar <strong>de</strong> grado a mi chiquillo, le darás por fuerza. Pero le estoy escandalizando a usted.<br />

Usted no piensa como yo, <strong>de</strong> seguro, en cuestiones sociales.<br />

- No señor; no me escandalizo - contestó apaciblemente Julián -. Al contrario... Me dan ganas <strong>de</strong><br />

reír porque me hace gracia verle a usted tan sofocado. Mire usted qué más querrá la hija <strong>de</strong><br />

Felipe que servir <strong>de</strong> ama <strong>de</strong> cría en esta casa. Bien mantenida, bien regalada, sin trabajar...<br />

Figúrese.<br />

-¿Y el albedrío? ¿Quiere usted coartar el albedrío, los <strong>de</strong>rechos individuales? Supóngase que la<br />

muchacha se encuentre mejor avenida con su honrada pobreza que con todos esos beneficios y<br />

ventajas que usted dice... ¿No es un acto abusivo traerla aquí <strong>de</strong> la trenza, porque es hija <strong>de</strong> un<br />

casero? Naturalmente que a usted no se lo parece; claro está. Vistiéndose por la cabeza, no se<br />

64


pue<strong>de</strong> pensar <strong>de</strong> otro modo; usted tiene que estar por el feudalismo y la teocracia. ¿Acerté? No<br />

me diga usted que no.<br />

- Yo no tengo i<strong>de</strong>as políticas - aseveró Julián sosegadamente; y <strong>de</strong> pronto, como recordando,<br />

añadió - ¿Y no sería bien dar una vuelta a ver cómo lo pasa la señorita?<br />

-¡Pchs!... No hago por ahora gran falta allá, pero voy a ver. Que no se lleven la botella <strong>de</strong>l ron,<br />

¿eh? Hasta <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un instante.<br />

Volvió en breve, e instalándose ante la copa mostró querer reanudar la conversación política, a la<br />

cual profesaba <strong>de</strong>smedida afición, prefiriendo, en su interior, que le contradijesen, pues entonces<br />

se encendía y exaltaba, encontrando inesperados argumentos. Las violentas discusiones en que se<br />

llegaba a vociferar y a injuriarse le esparcían la estancada bilis, y la función digestiva y<br />

respiratoria se le activaba, produciéndole gran bienestar. Disputaba por higiene: aquella gimnasia<br />

<strong>de</strong> la laringe y <strong>de</strong>l cerebro le <strong>de</strong>sinfartaba el hígado.<br />

-¿Con que usted no tiene i<strong>de</strong>as políticas? A otro perro con ese hueso, padre Julián... Todos los<br />

pájaros <strong>de</strong> pluma negra vuelan hacia atrás, no an<strong>de</strong>mos con cuentos. Y si no, a ver, hagamos la<br />

prueba: ¿qué piensa usted <strong>de</strong> la revolución? ¿Está usted conforme con la libertad <strong>de</strong> cultos? Aquí<br />

te quiero, escopeta. ¿Está usted <strong>de</strong> acuerdo con Suñer?<br />

-¡Vaya unas cosas que tiene el señor don Máximo! ¿Cómo he <strong>de</strong> estar <strong>de</strong> acuerdo con Suñer?<br />

¿No es ése que dijo en el Congreso blasfemias horrorosas? ¡Dios le alumbre!<br />

- Hable claro: ¿usted piensa como el abad <strong>de</strong> San Clemente <strong>de</strong> Boán? Ése dice que a Suñer y a<br />

los revolucionarios no se les convence con razones, sino a trabucazo limpio y palo seco. ¿Usted<br />

qué opina?<br />

- Son dichos <strong>de</strong> acaloramiento... Un sacerdote es hombre como todos y pue<strong>de</strong> enfadarse en una<br />

disputa y echar venablos por la boca.<br />

- Ya lo creo; y por lo mismo que es hombre como todos pue<strong>de</strong> tener intereses bastardos, pue<strong>de</strong><br />

querer vivir holgazanamente explotando la tontería <strong>de</strong>l prójimo, pue<strong>de</strong> darse buena vida con los<br />

capones y cabritos <strong>de</strong> los feligreses... No me negará usted esto.<br />

- Todos somos pecadores, don Máximo.<br />

- Y aún pue<strong>de</strong> hacer cosas peores, que... se sobrentien<strong>de</strong>n..., ¿eh? No sofocarse.<br />

- Sí, señor. Un sacerdote pue<strong>de</strong> hacer todas las cosas malas <strong>de</strong>l mundo. Si tuviésemos privilegio<br />

para no pecar, estábamos bien; nos habíamos salvado en el momento mismo <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>nación,<br />

que no era floja ganga. Cabalmente, la or<strong>de</strong>nación nos impone <strong>de</strong>beres más estrechos que a los<br />

<strong>de</strong>más cristianos, y es doblemente difícil que uno <strong>de</strong> nosotros sea bueno. Y para serlo <strong>de</strong>l modo<br />

que requeriría el camino <strong>de</strong> perfección en que <strong>de</strong>bemos entrar al or<strong>de</strong>narnos <strong>de</strong> sacerdotes, se<br />

necesita, aparte <strong>de</strong> nuestros esfuerzos, que la gracia <strong>de</strong> Dios nos ayu<strong>de</strong>. Ahí es nada.<br />

Díjolo en tono tan sincero y sencillo, que el médico amainó por algunos instantes.<br />

- Si todos fuesen como usted, don Julián...<br />

- Yo soy el último, el peor. No se fíe usted en apariencias.<br />

-¡Quiá! <strong>Los</strong> <strong>de</strong>más son buenas piezas, buenas..., y ni con la revolución hemos conseguido<br />

minarles el terreno... Le parecerá a usted mentira lo que amañaron estos días para dar gusto a ese<br />

bandido <strong>de</strong> Barbacana...<br />

No hallándose en antece<strong>de</strong>ntes, Julián guardaba silencio.<br />

- Figúrese usted - refirió el médico - que Barbacana tiene a sus ór<strong>de</strong>nes otro facineroso, un<br />

paisano <strong>de</strong> Castrodorna, conocido por el Tuerto, que va y viene a Portugal a salto <strong>de</strong> mata,<br />

porque una noche cosió a puñaladas a su mujer y al amante... Hace poco parece que le echó<br />

mano la justicia, pero Barbacana se empeñó en librarlo, y tanto sudaron él y los curas, que el<br />

hombre salió bajo fianza, y se pasea por ahí... De modo que, a pesar <strong>de</strong> los pesares, nos tiene<br />

usted como siempre, mandados por el infame Barbacana.<br />

- Pero - objetó Julián - yo he oído que aquí, cuando no reina Barbacana, reina otro cacique peor,<br />

que le llaman Trampeta, por los enredos y diabluras que arma a los pobres paisanos chupándoles<br />

el tuétano... Con que por fas o por nefas.<br />

65


- Eso... Eso tiene algo <strong>de</strong> verdad..., pero mire usted, al menos Trampeta no se propone levantar<br />

partidas... Con Barbacana es preciso concluir, pues correspon<strong>de</strong> con las juntas carlistas <strong>de</strong> la<br />

provincia para llevar el país a fuego y sangre... ¿Es usted partidario <strong>de</strong>l niño Terso?<br />

- Ya le dije que no tengo opiniones.<br />

- Es que no le da la gana <strong>de</strong> disputar.<br />

- Francamente, don Máximo, acierta usted. Estoy pendiente <strong>de</strong> esa pobre señorita... pensando en<br />

lo que pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>rle. Y no entiendo <strong>de</strong> política...; no se ría usted..., no entiendo. Sólo entiendo<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir misa; y el caso es que no la he dicho hoy todavía, y mientras no la diga no me <strong>de</strong>sayuno,<br />

y el estómago se me va... Aplicaré la misa por la necesidad presente. Yo no puedo - añadió con<br />

cierta melancolía - prestarle a la señorita otro auxilio.<br />

Marchóse, <strong>de</strong>jando al médico sorprendido <strong>de</strong> encontrar un cura que rehuía entrar en políticas<br />

discusiones, que por aquellos días reemplazaban a las teológicas en todas las sobremesas<br />

patronales, y celebró su misa con gran atención y minuciosidad en las ceremonias. El repique <strong>de</strong><br />

la campanilla <strong>de</strong>l acólito resonaba claro y argentino en la vetusta capilla vacía. Oíanse fuera<br />

gorjeos <strong>de</strong> pájaros en los árboles <strong>de</strong>l huerto, lejano chirrido <strong>de</strong> carros que salían al trabajo,<br />

rumores campestres gratos, calmantes, bienhechores. Era la misa <strong>de</strong> San Ramón Nonnato,<br />

elegida para la circunstancia; y cuando el celebrante pronunció «ejus nobis intercessione<br />

conce<strong>de</strong>, ut a peccatorum vinculis absoluti...», parecióle que las ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> dolor que ligaban a<br />

la pobre virgencita - que aún entonces se la representaba como tal el capellán - se rompían <strong>de</strong><br />

golpe, <strong>de</strong>jándola libre, gozosa y radiante, con la más feliz maternidad.<br />

Sin embargo, cuando regresó a la casa no había indicios <strong>de</strong> la susodicha ruptura <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas. En<br />

vez <strong>de</strong> las apresuradas idas y venidas <strong>de</strong> criados que siempre indican algún acontecimiento<br />

trascen<strong>de</strong>ntal, notó una calma <strong>de</strong> mal agüero. El señorito no volvía: verdad es que Castrodorna<br />

distaba bastante <strong>de</strong> los Pazos. Fue preciso sentarse a la mesa sin él. El médico no intentó disputar<br />

más, porque a su vez empezaba a hallarse preocupado con la flema <strong>de</strong>l here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> los<br />

Moscosos. Hay que <strong>de</strong>cir, en abono <strong>de</strong>l discutidor higienista, que tomaba su profesión por lo<br />

serio, y la respetaba tanto como Julián la suya. Probábalo su misma manía <strong>de</strong> la higiene y su<br />

culto <strong>de</strong> la salud, culto infundido por librotes mo<strong>de</strong>rnos que sustituyen al Dios <strong>de</strong>l Sinaí con la<br />

diosa Higia. Para Máximo Juncal, inmoralidad era sinónimo <strong>de</strong> escrofulosis, y el <strong>de</strong>ber se parecía<br />

bastante a una perfecta oxidación <strong>de</strong> los elementos asimilables. Disculpábase a sí propio ciertos<br />

extravíos, por tener un tanto obstruidas las vías hepáticas.<br />

En aquel momento, el peligro <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Moscoso <strong>de</strong>spertaba su instinto <strong>de</strong> lucha contra los<br />

males positivos <strong>de</strong> la tierra: el dolor, la enfermedad, la muerte. Comió distraídamente, y sólo<br />

bebió dos copas <strong>de</strong> ron. Julián apenas pasó bocado; preguntaba <strong>de</strong> tiempo en tiempo:<br />

-¿Qué ocurrirá por allí, don Máximo?<br />

Cesó <strong>de</strong> preguntar cuando el médico le hubo dado, a media voz, algunos <strong>de</strong>talles, empleando<br />

términos técnicos. La noche caía. Máximo apenas salía <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> la paciente. Sintióse Julián<br />

tan triste y solo, que ya se disponía a subir y encen<strong>de</strong>r su altar, para disfrutar al menos la<br />

compañía <strong>de</strong> las velas y los cuadritos. Pero don Pedro entró impetuosamente, como una ráfaga <strong>de</strong><br />

viento huracanado. Traía <strong>de</strong> la mano una muchachona color <strong>de</strong> tierra, un castillo <strong>de</strong> carne: el tipo<br />

clásico <strong>de</strong> la vaca humana.<br />

- XVII -<br />

Que Máximo Juncal, ya que es su oficio, reconozca <strong>de</strong>tenidamente la cuenca <strong>de</strong>l río lácteo <strong>de</strong> la<br />

po<strong>de</strong>rosa bestiaza, conducida por el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, no sin asombro <strong>de</strong> las gentes, en el borrén<br />

<strong>de</strong>lantero <strong>de</strong> la silla <strong>de</strong> su yegua, por no haber en Castrodorna otros medios <strong>de</strong> transporte, y no<br />

permitir la impaciencia <strong>de</strong> don Pedro que el ama viniese a pie. La yegua recordará toda la vida,<br />

66


con temblor general <strong>de</strong> su cuerpo, aquella jornada memorable en que tuvo que sufrir a la vez el<br />

peso <strong>de</strong>l actual representante <strong>de</strong> los Moscosos y el <strong>de</strong> la nodriza <strong>de</strong>l Moscoso futuro.<br />

Cayéronsele a don Pedro las alas <strong>de</strong>l corazón cuando vio que su here<strong>de</strong>ro no había llegado<br />

todavía. En aquel momento le pareció que un suceso tan próximo no se verificaría jamás. Apuró<br />

a Sabel reclamando la cena, pues traía un hambre feroz. Sabel la sirvió en persona, por hallarse<br />

aquel día muy ocupada Filomena, la doncella, que acostumbraba aten<strong>de</strong>r al comedor. Estaba<br />

Sabel fresca y apetecible como nunca, y las floridas carnes <strong>de</strong> su arremangado brazo, el brillo<br />

cobrizo <strong>de</strong> las conchas <strong>de</strong> su pelo, la melosa ternura y sensualidad <strong>de</strong> sus ojos azules, parecían<br />

contrastar con la situación, con la mujer que sufría atroces tormentos, medio agonizando, a corta<br />

distancia <strong>de</strong> allí. Hacía tiempo que el marqués no veía <strong>de</strong> cerca a Sabel. Más que mirarla, se<br />

pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que la examinó <strong>de</strong>spacio durante algunos minutos. Reparó que la moza no llevaba<br />

pendientes y que tenía una oreja rota; entonces recordó habérsela partido él mismo, al aplastar<br />

con la culata <strong>de</strong> su escopeta el zarcillo <strong>de</strong> filigrana, en un arrebato <strong>de</strong> brutales celos. La herida se<br />

había curado, pero la oreja tenía ahora dos lóbulos en vez <strong>de</strong> uno.<br />

-¿No duerme nada la señorita? - preguntaba Julián al médico.<br />

-A ratos, entre dolor y dolor... Precisamente me gusta a mí bien poco ese sopor en que cae. Esto<br />

no a<strong>de</strong>lanta ni se gradúa, y lo peor es que pier<strong>de</strong> fuerzas. Cada vez se me pone más débil. Pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cirse que lleva cuarenta y ocho horas sin probar alimento, pues me confesó que antes <strong>de</strong> avisar<br />

a su marido, mucho antes, ya se sintió mal y no pudo comer... Esto <strong>de</strong> los sueñecitos no me hace<br />

tilín. Para mí, más que modorra, son verda<strong>de</strong>ros síncopes.<br />

Don Pedro apoyaba con <strong>de</strong>saliento la cabeza en el cerrado puño.<br />

- Estoy convencido - dijo enfáticamente - <strong>de</strong> que semejantes cosas sólo les pasan a las señoritas<br />

educadas en el pueblo y con ciertas impertinencias y repulgos... Que les vengan a las mozas <strong>de</strong><br />

por aquí con síncopes y <strong>de</strong>smayos... Se atizan al cuerpo media olla <strong>de</strong> vino y <strong>de</strong>spachan esta<br />

faena cantando.<br />

- No, señor, hay <strong>de</strong> todo... Las linfático-nerviosas se aplanan... Yo he tenido casos...<br />

Explicó <strong>de</strong>tenidamente varias li<strong>de</strong>s, no muchas aún, porque empezaba a asistir, como quien dice.<br />

Él estaba por la expectativa: el mejor comadrón es el que más sabe aguardar. Sin embargo, se<br />

llega a un grado en que per<strong>de</strong>r un segundo es per<strong>de</strong>rlo todo. Al aseverar esto, pala<strong>de</strong>aba sorbos<br />

<strong>de</strong> ron.<br />

-¿Sabel? - llamó <strong>de</strong> repente.<br />

-¿Qué quiere, señorito Máximo? - contestó la moza con solicitud.<br />

-¿Dón<strong>de</strong> me han puesto una caja que traje?<br />

- En su cuarto, sobre la cama.<br />

-¡Ah!, bueno.<br />

Don Pedro miró al médico, comprendiendo <strong>de</strong> qué se trataba. No así Julián, que asustado por el<br />

hondo silencio que siguió al diálogo <strong>de</strong> Máximo y Sabel, interrogó indirectamente para saber qué<br />

encerraba la caja misteriosa.<br />

- Instrumentos - <strong>de</strong>claró el médico secamente.<br />

-¿Instrumentos..., para qué? - preguntó el capellán, sintiendo un sudor que le rezumaba por la<br />

raíz <strong>de</strong>l cabello.<br />

- Para operarla, ¡qué <strong>de</strong>monio! Si aquí se pudiese celebrar junta <strong>de</strong> médicos, yo <strong>de</strong>jaría quizás<br />

que la cosa marchase por sus pasos contados; pero recae sobre mí exclusivamente la<br />

responsabilidad <strong>de</strong> cuanto ocurra. No me he <strong>de</strong> cruzar <strong>de</strong> brazos, ni <strong>de</strong>jarme sorpren<strong>de</strong>r como un<br />

bolonio. Si al amanecer ha aumentado la postración y no veo yo síntomas claros <strong>de</strong> que esto se<br />

<strong>de</strong>senre<strong>de</strong>... hay que <strong>de</strong>terminarse. Ya pue<strong>de</strong> usted ir rezando al bendito San Ramón, señor<br />

capellán.<br />

-¡Si por rezar fuese! - exclamó ingenuamente Julián -. ¡Apenas llevo rezado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer!<br />

De tan sencilla confesión tomó pie el médico para contar mil graciosas historietas, don<strong>de</strong> se<br />

mezclaban donosamente la <strong>de</strong>voción y la obstetricia y <strong>de</strong>sempeñaba San Ramón papel muy<br />

67


principal. Refirió <strong>de</strong> su profesor en la clínica <strong>de</strong> Santiago, que al entrar en el cuarto <strong>de</strong> las<br />

parturientas y ver la estampa <strong>de</strong>l santo con sus correspondientes can<strong>de</strong>licas, solía gritar furioso:<br />

«Señores, o sobro yo o sobra el santo... Porque si me <strong>de</strong>sgracio me echarán la culpa, y si salimos<br />

bien dirán que fue milagro suyo...» Contó también algo bastante grotesco sobre rosas <strong>de</strong> Jericó,<br />

cintas <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong> Tortosa, y otros piadosos talismanes usados en ocasiones críticas. Al fin<br />

cesó en su cháchara, porque le rendía el sueño, ayudado por el ron. A fin <strong>de</strong> no aletargarse <strong>de</strong>l<br />

todo en la comodidad <strong>de</strong>l lecho, tendióse en el banco <strong>de</strong>l comedor, poniendo por almohada una<br />

cesta. El señorito, cruzando sobre la mesa ambos brazos, había <strong>de</strong>jado caer la frente sobre ellos y<br />

un silbido ahogado, preludio <strong>de</strong> ronquido, anunciaba que también le salteaba la gana <strong>de</strong> dormir.<br />

El alto reloj <strong>de</strong> pesas dio, con fatigado son, la medianoche.<br />

Julián era el único <strong>de</strong>spierto; sentía frío en las médulas y en los pómulos ardor <strong>de</strong> calentura.<br />

Subió a su cuarto, y empapando la toalla en agua fresca, se la aplicó a las sienes. Las velas <strong>de</strong>l<br />

altar estaban consumidas; las renovó, y colocó una almohada en el suelo para arrodillarse en ella,<br />

pues lo más molesto siempre era el dichoso hormigueo. Y empezó a subir con buen ánimo la<br />

cuesta arriba <strong>de</strong> la oración. A veces <strong>de</strong>smayaba, y su cuerpo juvenil, envuelto en las nieblas<br />

grises <strong>de</strong>l sueño, apetecía la limpia cama. Entonces cruzaba las manos, clavándose las uñas <strong>de</strong><br />

una en el dorso <strong>de</strong> otra, para <strong>de</strong>spabilarse. Quería rezar con <strong>de</strong>voción, tener conciencia <strong>de</strong> lo que<br />

pedía a Dios: no hablar <strong>de</strong> memoria. Sin embargo, <strong>de</strong>sfallecía. Acordóse <strong>de</strong> la oración <strong>de</strong>l Huerto<br />

y <strong>de</strong> aquella diferencia tan acertadamente establecida entre la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l espíritu y la <strong>de</strong> la<br />

carne. También recordó un pasaje bíblico: Moisés orando con los brazos levantados, porque, <strong>de</strong><br />

bajarlos, sería vencido Israel. Entonces se le ocurrió realizar algo que le flotaba en la<br />

imaginación. Quitó la almohada, quedándose con las rótulas apoyadas en el santo suelo; alzó los<br />

ojos, buscando a Dios más allá <strong>de</strong> las estampas y <strong>de</strong> las vigas <strong>de</strong>l techo; y abriendo los brazos en<br />

cruz, comenzó a orar fervorosamente en tal postura.<br />

El ambiente se volvió glacial; una tenue claridad, más lívida y opaca que la <strong>de</strong> la luna, asomó por<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la montaña. Dos o tres pájaros gorjearon en el huerto; el rumor <strong>de</strong> la presa <strong>de</strong>l molino<br />

se hizo menos profundo y sollozante. La aurora, que sólo tenía apoyado uno <strong>de</strong> sus rosados<br />

<strong>de</strong>dos en aquel rincón <strong>de</strong>l orbe, se atrevió a alargar toda la manecita, y un resplandor alegre,<br />

puro, bañó las rocas pizarrosas, haciéndolas rebrillar cual bruñida plancha <strong>de</strong> acero, y entró en el<br />

cuarto <strong>de</strong>l capellán, comiéndose la luz amarilla <strong>de</strong> los cirios. Mas Julián no veía el alba, no veía<br />

cosa ninguna... Es <strong>de</strong>cir, sí veía esas luces que encien<strong>de</strong> en nuestro cerebro la alteración <strong>de</strong> la<br />

sangre, esas estrellitas violadas, verdosas, carmesíes, color <strong>de</strong> azufre, que vibran sin alumbrar;<br />

que percibimos confundidas con el zumbar <strong>de</strong> los oídos y el ruido <strong>de</strong> péndulo gigante <strong>de</strong> las<br />

arterias, próximas a romperse... Sentíase <strong>de</strong>svanecer y morir; sus labios no pronunciaban ya<br />

frases, sino un murmullo, que todavía conservaba tonillo <strong>de</strong> oración. En medio <strong>de</strong> su doloroso<br />

vértigo oyó una voz que le pareció resonante como toque <strong>de</strong> clarín... La voz <strong>de</strong>cía algo. Julián<br />

entendió únicamente dos palabras:<br />

- Una niña.<br />

Quiso incorporarse, exhalando un gran suspiro, y lo hizo, ayudado por la persona que había<br />

entrado y no era otra sino Primitivo; pero apenas estuvo en pie, un atroz dolor en las<br />

articulaciones, una sensación <strong>de</strong> mazazo en el cráneo le echaron a tierra nuevamente.<br />

Desmayóse.<br />

Abajo, Máximo Juncal se lavaba las manos en la palangana <strong>de</strong> peltre sostenida por Sabel. En su<br />

cara lucía el júbilo <strong>de</strong>l triunfo mezclado con el sudor <strong>de</strong> la lucha, que corría a gotas medio<br />

congeladas ya por el frío <strong>de</strong>l amanecer. El marqués se paseaba por la habitación ceñudo,<br />

contraído, hosco, con esa expresión torva y estúpida a la vez que da la falta <strong>de</strong> sueño a las<br />

personas vigorosas, muy sometidas a la ley <strong>de</strong> la materia.<br />

- Ahora alegrarse, don Pedro - dijo el médico -. Lo peor está pasado. Se ha conseguido lo que<br />

usted tanto <strong>de</strong>seaba... ¿No quería usted que la criatura saliese toda viva y sin daño? Pues ahí la<br />

68


tenemos, sana y salva. Ha costado trabajillo..., pero al fin...<br />

Encogióse <strong>de</strong>spreciativamente <strong>de</strong> hombros el marqués, como amenguando el mérito <strong>de</strong>l<br />

facultativo, y murmuró no sé qué entre dientes, prosiguiendo en su paseo <strong>de</strong> arriba abajo y <strong>de</strong><br />

abajo arriba, con las manos metidas en los bolsillos, el pantalón tirante cual lo estaba el espíritu<br />

<strong>de</strong> su dueño.<br />

- Es un angelito, como dicen las viejas - añadió maliciosamente Juncal, que parecía gozarse en la<br />

cólera <strong>de</strong>l hidalgo -; sólo que angelito hembra. A estas cosas hay que resignarse; no se inventó el<br />

modo <strong>de</strong> escribir al cielo encargando y explicando bien el sexo que se <strong>de</strong>sea...<br />

Otro espumarajo <strong>de</strong> rabia y grosería brotó <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong> don Pedro. Juncal rompió a reír,<br />

secándose con la toalla.<br />

- La mitad <strong>de</strong> la culpa por lo menos la tendrá usted, señor marqués - exclamó -. ¿Quiere usted<br />

hacerme favor <strong>de</strong> un cigarrito?<br />

Al ofrecer la petaca abierta, don Pedro hizo una pregunta. Máximo recobró la seriedad para<br />

contestarla.<br />

- Yo no he dicho tanto como eso... Me parece que no. Cierto que cuando las batallas son muy<br />

porfiadas y reñidas pue<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r que el combatiente que<strong>de</strong> inválido; pero la naturaleza, que es<br />

muy sabia, al someter a la mujer a tan rudas pruebas, le ofrece también las más impensadas<br />

reparaciones... Ahora no es ocasión <strong>de</strong> pensar en eso, sino en que la madre se restablezca y la<br />

chiquita se críe. Temo algún percance inmediato... Voy a ver... La señora se ha quedado tan<br />

abatida...<br />

Entró Primitivo, y sin mostrar alteración ni susto dijo «que subiese don Máximo, que al capellán<br />

le había dado algo; que estaba como difunto».<br />

- Vamos allá, hombre, vamos allá. Esto no estaba en el programa - murmuró Juncal.<br />

-¡Qué trazas <strong>de</strong> mujercita tiene ese cura! ¡Qué poquito estuche! Lo que es éste no cogerá el<br />

trabuco, aunque lleguen a levantarse las partidas con que anda soñando el jabalí <strong>de</strong>l abad <strong>de</strong><br />

Boán.<br />

- XVIII -<br />

Largos días estuvo Nucha <strong>de</strong>tenida ante esas lóbregas puertas que llaman <strong>de</strong> la muerte, con un<br />

pie en el umbral, como diciendo: «¿Entraré? ¿No entraré?» Empujábanla hacia <strong>de</strong>ntro las<br />

horribles torturas físicas que habían sacudido sus nervios, la fiebre <strong>de</strong>voradora que trastornó su<br />

cerebro al invadir su pecho la ola <strong>de</strong> la leche inútil, el <strong>de</strong>sconsuelo <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r ofrecer a su niña<br />

aquel licor que la ahogaba, la extenuación <strong>de</strong> su ser <strong>de</strong>l cual la vida huía gota a gota sin que<br />

atajarla fuese posible. Pero la solicitaban hacia fuera la juventud, el ansia <strong>de</strong> existir que estimula<br />

a todo organismo, la ciencia <strong>de</strong>l gran higienista Juncal, y particularmente una manita pequeña,<br />

coloradilla, blanda, un puñito cerrado que asomaba entre los encajes <strong>de</strong> una chambra y los<br />

dobleces <strong>de</strong> un mantón.<br />

El primer día que Julián pudo ver a la enferma, no hacía muchos que se levantaba, para ten<strong>de</strong>rse,<br />

envuelta en mantas y abrigos, sobre vetusto y ancho canapé. No le era lícito incorporarse aún, y<br />

su cabeza reposaba en almohadones doblados al medio. Su rostro enflaquecido y exangüe<br />

amarilleaba como una faz <strong>de</strong> imagen <strong>de</strong> marfil, entre el marco <strong>de</strong>l negro cabello reluciente.<br />

Bizcaba más, por habérsele <strong>de</strong>bilitado mucho aquellos días el nervio óptico. Sonrió con dulzura<br />

al capellán, y le señaló una silla. Julián clavaba en ella esa mirada don<strong>de</strong> rebosaba la compasión,<br />

mirada <strong>de</strong>latora que en vano queremos sujetar y apagar cuando nos aproximamos a un enfermo<br />

grave.<br />

- La encuentro a usted con muy buen semblante, señorita - dijo el capellán mintiendo como un<br />

bellaco.<br />

69


- Pues usted - respondió ella lánguidamente - está algo <strong>de</strong>smejorado.<br />

Confesó que, en efecto, no andaba bueno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que..., <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se había acatarrado un poco. Le<br />

daba vergüenza referir lo <strong>de</strong> la noche en vela, el <strong>de</strong>smayo, la fuerte impresión moral y física<br />

sufrida con tal motivo. Nucha empezó a hablarle <strong>de</strong> algunas cosas indiferentes, y pasó sin<br />

transición a preguntarle:<br />

-¿Ha visto usted la pequeñita?<br />

- Sí, señora... El día <strong>de</strong>l bautizo. ¡Angelito! Lloró bien cuando le pusieron la sal y cuando sintió<br />

el agua fría...<br />

-¡Ah! Des<strong>de</strong> entonces ha crecido una cuarta lo menos y se ha vuelto hermosísima. Y alzando la<br />

voz y esforzándose, añadió:- ¡Ama, ama! Traiga la niña.<br />

Oyéronse pasos como <strong>de</strong> estatua colosal que anda, y entró la mocetona color <strong>de</strong> tierra, muy<br />

oronda con su vestido nuevo <strong>de</strong> merino azul ribeteado <strong>de</strong> negro terciopelo <strong>de</strong> tira, con el cual se<br />

asemejaba a la gigantona tradicional <strong>de</strong> la catedral <strong>de</strong> Santiago, llamada la Coca. A manera <strong>de</strong><br />

pajarito posado en grueso tronco, venía la inocente criatura recostada en el magno seno que la<br />

nutría. Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño<br />

<strong>de</strong> los niños. Julián no se cansaba <strong>de</strong> mirarla así.<br />

-¡Santita <strong>de</strong> Dios! - murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse<br />

a la frente.<br />

- Cójala usted, Julián... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña...<br />

No pesaba más que un ramo <strong>de</strong> flores, pero el capellán juró y perjuró que parecía hecha <strong>de</strong><br />

plomo. Aguardaba el ama en pie, y él se había sentado con la chiquilla en brazos.<br />

- Déjemela un poquito... - suplicó -. Ahora, mientras duerme... No <strong>de</strong>spertará <strong>de</strong> seguro en<br />

mucho tiempo.<br />

- Ya la llamaré cuando haga falta. Ama, váyase.<br />

La conversación giró sobre un tema muy socorrido y muy <strong>de</strong>l gusto <strong>de</strong> Nucha: las gracias <strong>de</strong> la<br />

pequeña... Tenía muchísimas, sí señor, y el que lo dudase sería un gran maja<strong>de</strong>ro. Por ejemplo:<br />

abría los ojos con travesura incomparable; estornudaba con redomada picardía; apretaba con su<br />

manita el <strong>de</strong>do <strong>de</strong> cualquiera, tan fuerte, que se requería el vigor <strong>de</strong> un Hércules para <strong>de</strong>sasirse; y<br />

aún hacía otros donaires, mejores para callados que para archivados por la crónica. Al referirlos,<br />

el rostro exangüe <strong>de</strong> Nucha se animaba, sus ojos brillaban, y la risa dilató sus labios dos o tres<br />

veces. Mas <strong>de</strong> pronto se nubló su cara, hasta el punto <strong>de</strong> que entre las pestañas le bailaron<br />

lágrimas, a las cuales no dio salida.<br />

- No me han <strong>de</strong>jado criarla, Julián... Manías <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Juncal, que aplica la higiene a todo, y<br />

vuelta con la higiene, y dale con la higiene... Me parece a mí que no iba a morirme por intentarlo<br />

dos meses, dos meses nada más. Pue<strong>de</strong> que me encontrase mejor <strong>de</strong> lo que estoy, y no tuviese<br />

que pasar un siglo clavada en este sofá, con el cuerpo sujeto y la imaginación loca y suelta por<br />

esos mundos <strong>de</strong> Dios... Porque así, no gozo <strong>de</strong>scanso: siempre se me figura que el ama me ahoga<br />

la niña, o me la <strong>de</strong>ja caer. Ahora estoy contenta, teniéndola aquí cerquita.<br />

Sonrió a la chiquilla dormida, y añadió:<br />

-¿No le encuentra usted parecido...?<br />

-¿Con usted?<br />

-¡Con su padre!... Es todito él en el corte <strong>de</strong> la frente...<br />

No manifestó el capellán su opinión. Mudó <strong>de</strong> asunto y continuó aquel día y los siguientes<br />

cumpliendo la obra <strong>de</strong> caridad <strong>de</strong> visitar al enfermo. En la lenta convalecencia y total soledad <strong>de</strong><br />

Nucha, falta le hacía que alguien se consagrase a tan piadoso oficio. Máximo Juncal venía un día<br />

sí y otro no; pero casi siempre <strong>de</strong> prisa, porque iba teniendo extensa clientela: le llamaban hasta<br />

<strong>de</strong> Vilamorta. El médico hablaba <strong>de</strong> política exhalando un aliento <strong>de</strong> vaho <strong>de</strong> ron, tratando <strong>de</strong><br />

pinchar y amoscar a Julián; y, en realidad, si Julián fuese capaz <strong>de</strong> amostazarse, habría <strong>de</strong> qué<br />

con las noticias que traía Máximo. Todo eran iglesias <strong>de</strong>rribadas, escándalos antirreligiosos,<br />

capillitas protestantes establecidas aquí o acullá, liberta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> enseñanza, <strong>de</strong> cultos, <strong>de</strong> esto y <strong>de</strong><br />

70


lo otro... Julián se limitaba a <strong>de</strong>plorar tamaños excesos, y a <strong>de</strong>sear que las cosas se arreglasen, lo<br />

cual no daba tela a Máximo para armar una <strong>de</strong> sus trifulcas favoritas, tan provechosas al<br />

esparcimiento <strong>de</strong> su bilis y tan fecundas en peripecias cuando tropezaba con curas ternes y<br />

carlistas, como el <strong>de</strong> Boán o el Arcipreste.<br />

Mientras el belicoso médico no venía, todo era paz y sosiego en la habitación <strong>de</strong> la enferma.<br />

Únicamente lo turbaba el llanto, prontamente acallado, <strong>de</strong> la niña. El capellán leía el Año<br />

cristiano en alta voz, y poblábase el ambiente <strong>de</strong> historias con sabor novelesco y poético:<br />

«Cecilia, hermosísima joven e ilustre dama romana, consagró su cuerpo a Jesucristo;<br />

<strong>de</strong>sposáronla sus padres con un caballero llamado Valeriano y se efectuó la boda con muchas<br />

fiestas, regocijos y bailes... Sólo el corazón <strong>de</strong> Cecilia estaba triste...» Seguía el relato <strong>de</strong> la<br />

mística noche nupcial, <strong>de</strong> la conversión <strong>de</strong> Valeriano, <strong>de</strong>l ángel que velaba a Cecilia para guardar<br />

su pureza, con el <strong>de</strong>senlace glorioso y épico <strong>de</strong>l martirio. Otras veces era un soldado, como San<br />

Menna; un obispo, como San Severo... La narración, <strong>de</strong>tallada y dramática, refería el<br />

interrogatorio <strong>de</strong>l juez, las respuestas briosas y libres <strong>de</strong> los mártires, los tormentos, la<br />

flagelación con nervios <strong>de</strong> buey, el ecúleo, las uñas <strong>de</strong> hierro, las hachas encendidas aplicadas al<br />

costado... «Y el caballero <strong>de</strong> Cristo estaba con un corazón esforzado y quieto, con semblante<br />

sereno, con una boca llena <strong>de</strong> risa (como si no fuera él sino otro el que pa<strong>de</strong>cía), haciendo burla<br />

<strong>de</strong> sus tormentos y pidiendo que se los acrecentasen...» Tales lecturas eran <strong>de</strong> fantástico efecto,<br />

particularmente al caer <strong>de</strong> las adustas tar<strong>de</strong>s invernales, cuando la hoja seca <strong>de</strong> los árboles se<br />

arremolinaba danzando, y las nubes <strong>de</strong>nsas y algodonáceas pasaban lentamente ante los cristales<br />

<strong>de</strong> la ventana profunda. Allá a lo lejos se oía el perpetuo sollozo <strong>de</strong> la represa, y chirriaban los<br />

carros cargados <strong>de</strong> tallos <strong>de</strong> maíz o ramaje <strong>de</strong> pino. Nucha escuchaba con atención, apoyada la<br />

barba en la mano. De tiempo en tiempo su seno se alzaba para suspirar.<br />

No era la primera vez que observaba Julián, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el parto, gran tristeza en la señorita. El<br />

capellán había recibido una carta <strong>de</strong> su madre que encerraba quizás la clave <strong>de</strong> los disgustos <strong>de</strong><br />

Nucha. Parece que la señorita Rita había engatusado <strong>de</strong> tal manera a la tía vieja <strong>de</strong> Orense, que<br />

ésta la <strong>de</strong>jaba por here<strong>de</strong>ra universal, <strong>de</strong>sheredando a su ahijada. A<strong>de</strong>más, la señorita Carmen<br />

estaba cada día más chocha por su estudiante, y se creía en el pueblo que, si don Manuel <strong>Pardo</strong><br />

negaba el consentimiento, la chica saldría <strong>de</strong>positada. También pasaban cosas terribles con la<br />

señorita Manolita: don Víctor <strong>de</strong> la Formoseda la plantaba por una artesana, sobrina <strong>de</strong> un<br />

canónigo. En fin, misia Rosario pedía a Dios paciencia para tantas tribulaciones (las <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

<strong>Pardo</strong> eran para misia Rosario como propias). Si todo esto había llegado a oídos <strong>de</strong> Nucha por<br />

conducto <strong>de</strong> su marido o <strong>de</strong> su padre, no tenía nada <strong>de</strong> extraño que suspirase así. Por otra parte,<br />

¡el <strong>de</strong>caimiento físico era tan visible! Ya no se parecía Nucha a más Virgen que a la <strong>de</strong>macrada<br />

imagen <strong>de</strong> la Soledad. Juncal la pulsaba atentamente, le or<strong>de</strong>naba alimentos muy nutritivos, la<br />

miraba con alarmante insistencia.<br />

Atendiendo a la niña, Nucha se reanimaba. Cuidábala con febril actividad. Todo se lo quería<br />

hacer ella, sin ce<strong>de</strong>r al ama más que la parte material <strong>de</strong> la cría. El ama, <strong>de</strong>cía ella, era un tonel<br />

lleno <strong>de</strong> leche que estaba allí para aplicarle la espita cuando fuese necesario y soltar el chorro: ni<br />

más ni menos. La comparación <strong>de</strong>l tonel es exactísima: el ama tenía hechura, color e inteligencia<br />

<strong>de</strong> tonel. Poseía también, como los toneles, un vientre magno. Daba gozo verla comer, mejor<br />

dicho, engullir: en la cocina, Sabel se entretenía en llenarle el plato o la taza a reverter, en<br />

ponerle <strong>de</strong>lante medio pan, cebándola igual que a los pavos. Con semejante mostrenco Sabel se<br />

la echaba <strong>de</strong> principesa, mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> <strong>de</strong>licados gustos y selectas aficiones. Como todo es relativo<br />

en el mundo, para la gente <strong>de</strong> escalera abajo <strong>de</strong> la casa solariega el ama representaba un salvaje<br />

muy gracioso y ridículo, y se reían tanto más con sus patochadas cuanto más fácilmente podían<br />

incurrir ellos en otras mayores. Realmente era el ama objeto curioso, no sólo para los payos, sino<br />

por distintas razones, para un etnógrafo investigador. Máximo Juncal refirió a Julián pormenores<br />

interesantes. En el valle don<strong>de</strong> se asienta la parroquia <strong>de</strong> que el ama procedía - valle situado en<br />

los últimos confines <strong>de</strong> Galicia, lindando con Portugal - las mujeres se distinguen por sus<br />

71


condiciones físicas y modo <strong>de</strong> vivir: son una especie <strong>de</strong> amazonas, resto <strong>de</strong> las guerreras galaicas<br />

<strong>de</strong> que hablan los geógrafos latinos; que si hoy no pue<strong>de</strong>n hacer la guerra sino a sus maridos,<br />

<strong>de</strong>stripan terrones con la misma furia que antes combatían; andan medio en cueros, luciendo sus<br />

fornidas y recias carnazas; aran, cavan, siegan, cargan carros <strong>de</strong> rama y esquilmo, soportan en<br />

sus hombros <strong>de</strong> cariáti<strong>de</strong> enormes pesos y viven, ya que no sin obra, por lo menos sin auxilio <strong>de</strong><br />

varón, pues los <strong>de</strong>l valle suelen emigrar a Lisboa en busca <strong>de</strong> colocaciones <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los catorce<br />

años, volviendo sólo al país un par <strong>de</strong> meses, para casarse y propagar la raza, y huyendo apenas<br />

cumplido su oficio <strong>de</strong> machos <strong>de</strong> colmena. A veces, en Portugal, reciben nuevas <strong>de</strong> infi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s<br />

conyugales, y, pasando la frontera una noche, acuchillan a los amantes dormidos: éste fue el<br />

crimen <strong>de</strong>l Tuerto protegido por Barbacana, cuya historia había contado también Juncal. No<br />

obstante, las hembras <strong>de</strong> Castrodorna suelen ser tan honestas como selváticas. El ama no<br />

<strong>de</strong>smentía su raza por la anchura <strong>de</strong>smesurada <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>ras y redon<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los rudos miembros.<br />

Costó un triunfo a Nucha vestirla racionalmente, y hacerle trocar la corta saya <strong>de</strong> bayeta ver<strong>de</strong>,<br />

que no le cubría la <strong>de</strong>snuda pantorrilla, por otra más cumplida y <strong>de</strong>corosa, consintiéndole<br />

únicamente el justillo, prenda clásica <strong>de</strong> ama <strong>de</strong> cría, que <strong>de</strong>ja rebosar las repletas ubres, y los<br />

característicos pendientes <strong>de</strong> enorme argolla, el torquis romano conservado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempo<br />

inmemorial en el valle. Fue una lid obligarle a poner los zapatos a diario, porque todas sus<br />

congéneres los reservan para las fiestas repicadas; fue una penitencia enseñarle el nombre y uso<br />

<strong>de</strong> cada objeto, aún <strong>de</strong> los más sencillos y corrientes; fue pensar en lo excusado convencerla <strong>de</strong><br />

que la niña que criaba era un ser <strong>de</strong>licado y frágil, que no se podía traer mal envuelto en retales<br />

<strong>de</strong> bayeta grana, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> una banasta mullida <strong>de</strong> helechos, y <strong>de</strong>jarse a la sombra <strong>de</strong> un roble, a<br />

merced <strong>de</strong>l viento, <strong>de</strong>l sol y <strong>de</strong> la lluvia, como los recién nacidos <strong>de</strong>l valle <strong>de</strong> Castrodorna; y<br />

Máximo Juncal, que aunque gran apologista <strong>de</strong> los artificios higiénicos lo era también <strong>de</strong> las<br />

milagrosas virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la naturaleza, hallaba alguna dificultad en conciliar ambos extremos, y<br />

salía <strong>de</strong>l paso apelando a su lectura más reciente, El origen <strong>de</strong> las especies, por Darwin, y<br />

aplicando ciertas leyes <strong>de</strong> adaptación al medio, herencia, etcétera, que le permitían afirmar que el<br />

método <strong>de</strong>l ama, si no hacía reventar como un triquitraque a la criatura, la fortalecería<br />

admirablemente.<br />

Por si acaso, Nucha no se atrevió a intentar la prueba, y <strong>de</strong>dicóse a cuidar en persona su tesoro,<br />

llevando la existencia atareada y minuciosa <strong>de</strong> las madres, en la cual es un acontecimiento que<br />

estén ahumadas las sopas, y un fracaso que se apague el brasero. Ella lavaba a su hijita, la vestía,<br />

la fajaba, la velaba dormida y la entretenía <strong>de</strong>spierta. La vida corría monótona, ocupadísima, sin<br />

embargo. El bueno <strong>de</strong> Julián, testigo <strong>de</strong> estas faenas, iba enterándose poco a poco <strong>de</strong> los para él<br />

arcanos misteriosos <strong>de</strong>l aseo y tocado <strong>de</strong> una criatura, llegando a familiarizarse con los múltiples<br />

objetos que componen el complicado ajuar <strong>de</strong> los recienes: gorras, ombligueros, culeros, pañales,<br />

fajas, microscópicos zapatos <strong>de</strong> crochet, capillos y baberos. Tales prendas, blanquísimas,<br />

adornadas con bordados y encajes, zahumadas con espliego, templaditas al sano calor <strong>de</strong> la<br />

camilla - calor doméstico si los hay - las tenía el capellán muchas veces en el regazo, mientras la<br />

madre, con la niña tendida boca abajo sobre su <strong>de</strong>lantal <strong>de</strong> hule, pasaba y repasaba la esponja por<br />

las carnes <strong>de</strong> tafetán, escocidas y medio <strong>de</strong>solladas por la excesiva finura <strong>de</strong> su tierna epi<strong>de</strong>rmis,<br />

las rociaba con refrescantes polvos <strong>de</strong> almidón y, apretando las nalgas con los <strong>de</strong>dos para que<br />

hiciesen hoyos, se las mostraba a Julián exclamando con júbilo:<br />

-¡Mire usted qué monada..., qué llenita se va poniendo!<br />

En materia <strong>de</strong> <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>ces infantiles, Julián no era voto, pues sólo conocía las <strong>de</strong> los angelotes <strong>de</strong><br />

los retablos; pero cavilaba para sus a<strong>de</strong>ntros que, a pesar <strong>de</strong> haber el pecado original corrompido<br />

toda carne, aquélla que le estaban enseñando era la cosa más pura y santa <strong>de</strong>l mundo: un lirio,<br />

una azucena <strong>de</strong> candor. La cabezuela blanda, cubierta <strong>de</strong> lanúgine rubia y suave por cima <strong>de</strong> las<br />

costras <strong>de</strong> la leche, tenía el olor especial que se nota en los nidos <strong>de</strong> paloma, don<strong>de</strong> hay pichones<br />

implumes todavía; y las manitas, cuyo pellejo rellenaba ya suave grasa, y cuyos <strong>de</strong>dos se<br />

redon<strong>de</strong>aban como los <strong>de</strong>l niño Dios cuando bendice; la faz, esculpida en cera color rosa; la<br />

72


oca, <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada y húmeda como coral pálido recién salido <strong>de</strong>l mar; los piececillos, encendidos<br />

por el talón a fuerza <strong>de</strong> agitarse en gracioso pataleo, eran otras tantas menu<strong>de</strong>ncias provocadoras<br />

<strong>de</strong> ese sentimiento mixto que <strong>de</strong>spiertan los niños muy pequeños hasta en el alma más<br />

empe<strong>de</strong>rnida: sentimiento complejo y humorístico, en que entra la compasión, la abnegación, un<br />

poco <strong>de</strong> respeto y un mucho <strong>de</strong> dulce burla, sin hiel <strong>de</strong> sátira.<br />

En Nucha, el espectáculo producía las hondas impresiones <strong>de</strong> la luna <strong>de</strong> miel maternal, exaltadas<br />

por un temperamento nervioso y una sensibilidad ya enfermiza. A aquel bollo blando, que aún<br />

parecía conservar la inconsistencia <strong>de</strong>l gelatinoso protoplasma, que aún no tenía conciencia <strong>de</strong> sí<br />

propio ni vivía más que para la sensación, la madre le atribuía sentido y presciencia, le insuflaba<br />

en locos besos su alma propia, y, en su concepto, la chiquilla lo entendía todo y sabía y ejecutaba<br />

mil cosas oportunísimas, y hasta se mofaba discretamente, a su manera, <strong>de</strong> los dichos y hechos<br />

<strong>de</strong>l ama. «Delirios impuestos por la naturaleza con muy sabios fines», explicaba Juncal. ¡Qué fue<br />

el primer día en que una sonrisa borró la grave y cómica seriedad <strong>de</strong> la diminuta cara y<br />

entreabrió con celeste expresión el estrecho filete <strong>de</strong> los labios! No era posible <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> recordar<br />

el tan traído como llevado símil <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> la aurora disipando las tinieblas. La madre pensó<br />

chochear <strong>de</strong> alegría.<br />

-¡Otra vez, otra vez! - exclamaba -. ¡Encanto, cielo, cielito, monadita mía, ríete, ríete!<br />

Por entonces la sonrisa no se dignó presentarse más. La zopenca <strong>de</strong>l ama negaba el hecho, cosa<br />

que enfurecía a la madre. Al otro día cupo a Julián la honra <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r la efímera lucecilla <strong>de</strong> la<br />

inteligencia naciente en la criatura, paseándole no sé qué baratijas relucientes <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los ojos.<br />

Julián iba perdiendo el miedo a la nena, que al principio creía fácil <strong>de</strong> <strong>de</strong>shacer entre los <strong>de</strong>dos<br />

como merengue; y mientras la madre enrollaba la faja o calentaba el pañal, solía tenerla en el<br />

regazo.<br />

- Más me fío en usted que en el ama - <strong>de</strong>cíale Nucha confi<strong>de</strong>ncialmente, <strong>de</strong>sahogando unos<br />

secretos celos maternales -. El ama es incapaz <strong>de</strong> sacramentos... Figúrese usted que para hacerse<br />

la raya al peinarse apoya el peine en la barbilla y lo va subiendo por la boca y la nariz hasta que<br />

acierta con la mitad <strong>de</strong> la frente; <strong>de</strong> otro modo no sabe... Me he empeñado en que no coma con<br />

los <strong>de</strong>dos, y ¿qué conseguí? Ahora come la carne asada con cuchara... Es un entremés, Julián.<br />

Cualquier día me estropea la chiquilla.<br />

El capellán perfeccionaba sus nociones <strong>de</strong>l arte <strong>de</strong> tener un chico en brazos sin que llore ni rabie.<br />

Consolidó su amistad con la pequeñuela un suceso que casi <strong>de</strong>bería pasarse en silencio: cierto<br />

húmedo calorcillo que un día sintió Julián penetrar al través <strong>de</strong> los pantalones... ¡Qué<br />

acontecimiento! Nucha y él lo celebraron con algazara y risa, como si fuese lo más entretenido y<br />

chusco. Julián brincaba <strong>de</strong> contento y se cogía la cintura, que le dolía con tantas carcajadas. La<br />

madre le ofreció su <strong>de</strong>lantal <strong>de</strong> hule, que él rehusó; ya tenía un pantalón viejo, <strong>de</strong>stinado a<br />

perecer en la <strong>de</strong>manda, y por nada <strong>de</strong>l mundo renunciaría a sentir aquella onda tibia... Su<br />

contacto <strong>de</strong>rretía no sé qué nieve <strong>de</strong> austeridad, cuajada sobre un corazón afeminado y virgen<br />

allá <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong>l seminario, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se había propuesto renunciar a toda familia y<br />

todo hogar en la tierra entrando en el sacerdocio; y al par encendía en él misterioso fuego,<br />

ternura humana, expansiva y dulce; el presbítero empezaba a querer a la niña con ceguera, a<br />

figurarse que, si la viese morir, se moriría él también, y otros muchos dislates por el estilo, que<br />

cohonestaba con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que, al fin, la chiquita era un ángel. No se cansaba <strong>de</strong> admirarla, <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>vorarla con los ojos, <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rar sus pupilas líquidas y misteriosas, como anegadas en leche,<br />

en cuyo fondo parecía reposar la serenidad misma.<br />

Una penosa i<strong>de</strong>a le acudía <strong>de</strong> vez en cuando. Acordábase <strong>de</strong> que había soñado con instituir en<br />

aquella casa el matrimonio cristiano cortado por el patrón <strong>de</strong> la Sacra Familia. Pues bien, el santo<br />

grupo estaba disuelto: allí faltaba San José o lo sustituía un clérigo, que era peor. No se veía al<br />

marqués casi nunca; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nacimiento <strong>de</strong> la niña, en vez <strong>de</strong> mostrarse más casero y sociable,<br />

volvía a las andadas, a su vida <strong>de</strong> cacerías, <strong>de</strong> excursiones a casa <strong>de</strong> los aba<strong>de</strong>s e hidalgos que<br />

poseían buenos perros y gustaban <strong>de</strong>l monte, a los caza<strong>de</strong>ros lejanos. Pasábase a veces una<br />

73


semana fuera <strong>de</strong> los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Su hablar era más áspero, su genio, más egoísta e<br />

impaciente, sus <strong>de</strong>seos y ór<strong>de</strong>nes se expresaban en forma más dura. Y aún notaba Julián más<br />

alarmantes indicios. Le inquietaba ver que Sabel recibía otra vez su antigua corte <strong>de</strong> sultana<br />

favorita, y que la Sabia y su progenie, con todas las parleras comadres y astrosos mendigos <strong>de</strong> la<br />

parroquia, pululaban allí, huyendo a escape cuando él se acercaba, llevando en el seno o bajo el<br />

mandil bultos sospechosos. Perucho ya no se ocultaba, antes se le encontraba por todas partes<br />

enredado en los pies, y, en suma, las cosas iban tornando al ser y estado que tuvieron antes.<br />

Trataba el bueno <strong>de</strong>l capellán <strong>de</strong> comulgarse a sí propio con ruedas <strong>de</strong> molino, diciéndose que<br />

aquello no significaba nada; pero la maldita casualidad se empeñó en abrirle los ojos cuando no<br />

quisiera. Una mañana que madrugó más <strong>de</strong> lo acostumbrado para <strong>de</strong>cir su misa, resolvió advertir<br />

a Sabel que le tuviese dispuesto el chocolate <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> media hora. Inútilmente llamó a su cuarto,<br />

situado cerca <strong>de</strong> la torre en que Julián dormía. Bajó con esperanzas <strong>de</strong> encontrarla en la cocina, y<br />

al pasar ante la puerta <strong>de</strong>l gran <strong>de</strong>spacho próximo al archivo, don<strong>de</strong> se había instalado don Pedro<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nacimiento <strong>de</strong> su hija, vio salir <strong>de</strong> allí a la moza, en <strong>de</strong>scuidado traje y soñolienta. Las<br />

reglas psicológicas aplicables a las conciencias culpadas exigían que Sabel se turbase: quien se<br />

turbó fue Julián. No sólo se turbó, pero subió <strong>de</strong> nuevo a su dormitorio, notando una sensación<br />

extraña, como si le hubiesen <strong>de</strong>scargado un fuerte golpe en las piernas quebrándoselas. Al entrar<br />

en su habitación, pensaba esto o algo análogo:<br />

«Vamos a ver, ¿quién es el guapo que dice misa hoy?»<br />

- XIX -<br />

No, ese guapo no era él. ¡Buena misa sería la que dijese, con la cabeza hecha una olla <strong>de</strong> grillos!<br />

Hasta reprimir los amotinados pensamientos que le acuciaban, hasta adoptar una resolución<br />

firme y vale<strong>de</strong>ra, Julián no se atrevía ni a pensar en el santo sacrificio.<br />

La cosa era bien clara. Situación: la misma <strong>de</strong>l año penúltimo. Tenía que marcharse <strong>de</strong> aquella<br />

casa echado por el feo vicio, por el <strong>de</strong>lito infame. No le era lícito permanecer allí ni un instante<br />

más. Salvo el <strong>de</strong>bido respeto, se había llevado la trampa el matrimonio cristiano, en cierto modo<br />

obra suya, y ya no quedaba rastro <strong>de</strong> hogar, sino una sentina <strong>de</strong> corrupción y pecado. A otra<br />

parte, pues, con la música.<br />

Sólo que... Vaya, hay cosas más fáciles <strong>de</strong> pensar que <strong>de</strong> hacer en este mundo. Todo era una<br />

montaña: encontrar pretexto, <strong>de</strong>spedirse, preparar el equipaje... La primera vez que pensó en irse<br />

<strong>de</strong> allí ya le costaba algún esfuerzo; hoy, la i<strong>de</strong>a sola <strong>de</strong> marchar le producía el mismo efecto que<br />

si le echasen sobre el alma un paño mojado en agua fría. ¿Por qué le disgustaba tanto la<br />

perspectiva <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> los Pazos? Bien mirado, él era un extraño en aquella casa.<br />

Es <strong>de</strong>cir, eso <strong>de</strong> extraño... Extraño no, pues vivía unido espiritualmente a la familia por el<br />

respeto, por la adhesión, por la costumbre. Sobre todo, la niña, la niña. El acordarse <strong>de</strong> la niña le<br />

<strong>de</strong>jó como embobado. No podía explicarse a sí mismo el gran sacudimiento interior que le<br />

causaba pensar que no volvería a cogerla en brazos. ¡Mire usted que estaba encariñado con la tal<br />

muñeca! Se le llenaron <strong>de</strong> lágrimas los ojos.<br />

«Bien <strong>de</strong>cían en el Seminario - murmuró con <strong>de</strong>specho - que soy muy apocado y muy... así...,<br />

como las mujeres, que por todo se afectan. ¡Vaya un sacerdote or<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> misa! Si tengo tal<br />

afición a chiquillos, no <strong>de</strong>bí abrazar la carrera que abracé. No, no; esto que voy diciendo es un<br />

<strong>de</strong>satino mayor todavía... Si me gustan los chiquillos y tengo vocación <strong>de</strong> ayo o niñero, ¿quién<br />

me priva <strong>de</strong> cuidar a los que andan <strong>de</strong>scalzos por las carreteras, pidiendo limosna? Son hijos <strong>de</strong><br />

Dios lo mismo que esta pobre pequeña <strong>de</strong> aquí... Hice mal, muy mal en tomarle tanta afición...<br />

Pero es que sólo un perro, ¡qué!, ni un perro...: sólo una fiera pue<strong>de</strong> besar a un angelito y no<br />

quererlo bien.»<br />

Resumiendo <strong>de</strong>spués sus cavilaciones, añadió para sí:<br />

74


«Soy un maja<strong>de</strong>ro, un Juan Lanas. No sé a qué he venido aquí la vez segunda. No <strong>de</strong>bí volver.<br />

Estaba visto que el señorito tenía que parar en esto. Mi poca energía tiene la culpa. Con riesgo <strong>de</strong><br />

la vida <strong>de</strong>bí barrer esa canalla, si no por buenas, a latigazos. Pero yo no tengo agallas, como dice<br />

muy bien el señorito, y ellos pue<strong>de</strong>n y saben más que yo, a pesar <strong>de</strong> ser unos brutos. Me han<br />

engañado, me han embaucado, no he puesto en la calle a esa moza <strong>de</strong>svergonzada, se han reído<br />

<strong>de</strong> mí y ha triunfado el infierno.»<br />

Mientras sostenía este monólogo, iba sacando <strong>de</strong> un cajón <strong>de</strong> la cómoda prendas <strong>de</strong> ropa blanca,<br />

a fin <strong>de</strong> hacer su equipaje, pues como todas las personas irresolutas, solía precipitarse en los<br />

primeros momentos y adoptar medidas que le ayudaban a engañarse a sí propio. Al paso que<br />

rellenaba la maleta, razonaba para consigo:<br />

«¿Señor, Señor, por qué ha <strong>de</strong> haber tanta maldad y tanta estupi<strong>de</strong>z en la tierra? ¿Por qué el<br />

hombre ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar que lo pesque el diablo con tan tosco anzuelo y cebo tan ruin? (diciendo esto<br />

alineaba en el baúl calcetines). Poseyendo la perla <strong>de</strong> las mujeres, el verda<strong>de</strong>ro trasunto <strong>de</strong> la<br />

mujer fuerte, una esposa castísima (este superlativo se le ocurrió al doblar cuidadosamente la<br />

sotana nueva), ¡ir a caer precisamente con una vil mozuela, una sirviente, una fregona, una<br />

<strong>de</strong>svergonzada que se va a picos pardos con el primer labriego que encuentra!»<br />

Llegaba aquí <strong>de</strong>l soliloquio cuando trataba sin éxito <strong>de</strong> acomodar el sombrero <strong>de</strong> canal <strong>de</strong> modo<br />

que la cubierta <strong>de</strong> la maleta no lo abollase.<br />

El ruido que hizo la tapa al <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, el gemido armonioso <strong>de</strong>l cuero, parecióle una voz irónica<br />

que le respondía:<br />

«Por eso, por eso mismo.»<br />

«¡Será posible! - murmuró el bueno <strong>de</strong>l capellán -. ¡Será posible que la abyección, que la<br />

indignidad, que la inmundicia misma <strong>de</strong>l pecado atraiga, estimule, sea un aperitivo, como las<br />

guindillas rabiosas, para el paladar estragado <strong>de</strong> los esclavos <strong>de</strong>l vicio! Y que en esto caigan, no<br />

personas <strong>de</strong> poco más o menos, sino señores <strong>de</strong> nacimiento, <strong>de</strong> rango, señores que...»<br />

Detúvose y, reflexivo, contó un montículo <strong>de</strong> pañuelos <strong>de</strong> narices que sobre la cómoda reposaba.<br />

«Cuatro, seis, siete... Pues yo tenía una docena, todos marcados... Pier<strong>de</strong>n aquí la ropa<br />

bastante...»<br />

Volvió a contar.<br />

«Seis, siete... Y uno en el bolsillo, ocho... Pue<strong>de</strong> que haya otro en la lavan<strong>de</strong>ra...»<br />

Dejólos caer <strong>de</strong> golpe. Acababa <strong>de</strong> recordar que uno <strong>de</strong> aquellos pañuelos se lo había atado él a<br />

la niñita <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la barba, para impedir que la baba le rozase el cuello. Suspiró hondamente, y<br />

abriendo otra vez el maletín, notó que la seda <strong>de</strong>l sombrero <strong>de</strong> canal se estropeaba con la tapa.<br />

«No cabe», pensó, y parecióle enorme dificultad para su viaje no po<strong>de</strong>r acomodar la canaleja.<br />

Miró el reloj: señalaba las diez. A las diez o poco más comía la chiquita su sopa y era la risa <strong>de</strong>l<br />

mundo verla con el hocico embadurnado <strong>de</strong> puches, empeñada en coger la cuchara y sin acertar a<br />

lograrlo. ¡Estaría tan mona! Resolvió bajar; al día siguiente le sería fácil colocar mejor su<br />

sombrero y resolver la marcha. Por veinticuatro horas más o menos...<br />

Este medicamento emoliente <strong>de</strong> la espera equivale, para la mayor parte <strong>de</strong> los caracteres, a<br />

infalible específico. No hay que vituperar su empleo, en atención a lo que consuela: en rigor, la<br />

vida es serie <strong>de</strong> aplazamientos, y sólo hay un <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong>finitivo, el último. Así que Julián<br />

concibió la luminosa i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> aguardar un poco, sintióse tranquilo; aun más: contento. No era su<br />

carácter muy jovial, propendiendo a una especie <strong>de</strong> morosidad soñadora y mórbida, como la <strong>de</strong><br />

las doncellas anémicas; pero en aquel punto respiraba con tal <strong>de</strong>sahogo por haber encontrado una<br />

solución, que sus manos temblaban, <strong>de</strong>shaciendo con alegre presteza el embutido <strong>de</strong> calcetines y<br />

ropa blanca y dando amable libertad al canal y manteo. Después se lanzó por las escaleras,<br />

dirigiéndose a la habitación <strong>de</strong> Nucha.<br />

Nada aconteció aquel día que lo diferenciase <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, pues allí la única variante solía ser el<br />

mayor o menor número <strong>de</strong> veces que mamaba la chiquitina, o la cantidad <strong>de</strong> pañales puestos a<br />

secar. Sin embargo, en tan pacífico interior veía el capellán <strong>de</strong>sarrollarse un drama mudo y<br />

75


terrible. Ya se explicaba perfectamente las melancolías, los suspiros ahogados <strong>de</strong> Nucha. Y<br />

mirándole a la cara y viéndola tan consumida, con la piel terrosa, los ojos mayores y más vagos,<br />

la hermosa boca contraída siempre, menos cuando sonreía a su hija, calculaba que la señorita,<br />

por fuerza, <strong>de</strong>bía saberlo todo, y una lástima profunda le inundaba el alma. Reprendióse a sí<br />

mismo por haber pensado siquiera en marcharse. Si la señorita necesitaba un amigo, un <strong>de</strong>fensor,<br />

¿en quién lo encontraría más que en él? Y lo necesitaría <strong>de</strong> fijo.<br />

La misma noche, antes <strong>de</strong> acostarse, presenció el capellán una escena extraña, que le sepultó en<br />

mayores confusiones. Como se le hubiese acabado el aceite a su velón <strong>de</strong> tres mecheros y no<br />

pudiese rezar ni leer, bajó a la cocina en <strong>de</strong>manda <strong>de</strong> combustible. Halló muy concurrido el sarao<br />

<strong>de</strong> Sabel. En los bancos que ro<strong>de</strong>aban el fuego no cabía más gente: mozas que hilaban, otras que<br />

mondaban patatas, oyendo las chuscadas y chocarrerías <strong>de</strong>l tío Pepe <strong>de</strong> Naya, vejete que era un<br />

puro costal <strong>de</strong> malicias, y que, viniendo a moler un saco <strong>de</strong> trigo al molino <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, don<strong>de</strong><br />

pensaba pasar la noche, no encontraba malo refocilarse en los Pazos con el cuenco <strong>de</strong> caldo <strong>de</strong><br />

unto y tajadas <strong>de</strong> cerdo que la hospitalaria Sabel le ofrecía. Mientras él pagaba el escote<br />

contando chascarrillos, en la gran mesa <strong>de</strong> la cocina, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el casamiento <strong>de</strong> don Pedro no<br />

usaban los amos, se veían, no lejos <strong>de</strong> la turbia luz <strong>de</strong> aceite, relieves <strong>de</strong> un festín más suculento:<br />

restos <strong>de</strong> carne en platos engrasados, una botella <strong>de</strong> vino <strong>de</strong>scorchada, una media tetilla, todo<br />

amontonado en un rincón, como barrido <strong>de</strong>spreciativamente por el hartazgo; y en el espacio libre<br />

<strong>de</strong> la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes, que si no recortados en forma ovada por<br />

exceso <strong>de</strong> uso, como aquellos <strong>de</strong> que se sirvieron Rinconete y Cortadillo, no les cedían en lo<br />

pringosos y sucios. En pie, <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ellos, la señora María la Sabia, extendiendo el <strong>de</strong>do negro<br />

y nudoso cual seca rama <strong>de</strong> árbol, los consultaba con a<strong>de</strong>mán reflexivo. Encorvada la horrenda<br />

sibila, alumbrada por el vivo fuego <strong>de</strong>l hogar y la luz <strong>de</strong> la lámpara, ponía miedo su estoposa<br />

pelambrera, su catadura <strong>de</strong> bruja en aquelarre, más monstruosa por el bocio enorme, ya que le<br />

<strong>de</strong>sfiguraba el cuello y remedaba un segundo rostro, rostro <strong>de</strong> visión infernal, sin ojos ni labios,<br />

liso y reluciente a modo <strong>de</strong> manzana cocida. Julián se <strong>de</strong>tuvo en lo alto <strong>de</strong> la escalera,<br />

contemplando las prácticas supersticiosas, que se interrumpirían <strong>de</strong> seguro si sus zapatillas<br />

hiciesen ruido y <strong>de</strong>latasen su presencia.<br />

Si él conociese a fondo la tenebrosísima y aún no <strong>de</strong>sacreditada ciencia <strong>de</strong> la cartomancia,<br />

¡cuánto más interesante le parecería el espectáculo! Entonces podría ver reunidos allí, como en el<br />

reparto <strong>de</strong> un drama, los personajes todos que jugaban en su vida y ocupaban su imaginación.<br />

Aquel rey <strong>de</strong> bastos, con hopalanda azul ribeteada <strong>de</strong> colorado, los pies simétricamente<br />

dispuestos, la gran maza ver<strong>de</strong> al hombro, se le figuraría bastante temible si supiese que<br />

representaba un hombre moreno casado - don Pedro -. La sota <strong>de</strong>l mismo palo se le antojaría<br />

menos fea si comprendiese que era símbolo <strong>de</strong> una señorita morena también - Nucha -. A la <strong>de</strong><br />

copas le daría un puntapié por insolente y borracha, atendido que personificaba a Sabel, una<br />

moza rubia y soltera. Lo más grave sería verse a sí mismo - un joven rubio - significado por el<br />

caballo <strong>de</strong> copas, azul por más señas, aunque ya todos estos colorines los había borrado la<br />

mugre.<br />

¡Pues qué suce<strong>de</strong>ría si <strong>de</strong>spués, cuando la vieja barajó los naipes y, repartiéndolos en cuatro<br />

montones, empezó a interpretar su sentido fatídico, pudiese él oír distintamente todas las<br />

palabras que salían <strong>de</strong>l antro espantable <strong>de</strong> su boca! Había allí concordancias <strong>de</strong> la sota <strong>de</strong> bastos<br />

con el ocho <strong>de</strong> copas, que anunciaban nada menos que amores secretos <strong>de</strong> mucha duración;<br />

apariciones <strong>de</strong>l ocho <strong>de</strong> bastos, que vaticinaban riñas entre cónyuges; reuniones <strong>de</strong> la sota <strong>de</strong><br />

espadas con la <strong>de</strong> copas patas arriba, que encerraban tétricos augurios <strong>de</strong> viu<strong>de</strong>z por muerte <strong>de</strong> la<br />

esposa. A bien que el cinco <strong>de</strong>l mismo palo profetizaba <strong>de</strong>spués unión feliz. Todo esto, dicho por<br />

la sibila en voz baja y cavernosa, lo escuchaba solamente la bella fregatriz Sabel, que con los<br />

brazos cruzados tras la espalda, el color arrebatado, se inclinaba sobre el oráculo, que más<br />

parecía provocarla a curiosidad que a regocijo. La jarana con que en el hogar se celebraban los<br />

chistes <strong>de</strong>l señor Pepe impedía que nadie atendiese al silabeo <strong>de</strong> la vieja. Merced a la situación<br />

76


<strong>de</strong> la escalera, dominaba Julián la mesa, trípo<strong>de</strong> y ara <strong>de</strong>l temeroso rito, y sin ser visto podía ver<br />

y entreoír algo. Escuchaba, tratando <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r mejor lo que sólo confusamente percibía, y<br />

como al hacerlo cargase sobre el barandal <strong>de</strong> la escalera, éste crujió levemente, y la bruja alzó su<br />

horrible carátula. En un santiamén recogió los naipes, y el capellán bajó, algo confuso <strong>de</strong> su<br />

espionaje involuntario, pero tan preocupado con lo que creía haber sorprendido, que ni se le<br />

ocurrió censurar el ejercicio <strong>de</strong> la hechicería. La bruja, empleando el tono humil<strong>de</strong> y servil <strong>de</strong><br />

siempre, se apresuró a explicarle que aquello era mero pasatiempo, «por se reír un poco».<br />

Volvió Julián a su cuarto agitadísimo. Ni él mismo sabía lo que le correteaba por el magín. Bien<br />

presumía antes a cuántos riesgos se exponían Nucha y su hija viviendo en los Pazos: ahora...,<br />

ahora los divisaba inminentes, clarísimos. ¡Tremenda situación! El capellán le daba vueltas en su<br />

cerebro excitado: a la niña la robarían para matarla <strong>de</strong> hambre; a Nucha la envenenarían tal vez...<br />

Intentaba serenarse. ¡Bah! No abundan tanto los crímenes por esos mundos, a Dios gracias. Hay<br />

jueces, hay magistrados, hay verdugos. Aquel hato <strong>de</strong> bribones se contentaría con explotar al<br />

señorito y a la casa, con hacer rancho <strong>de</strong> ella, con mandar anulando en su dignidad y po<strong>de</strong>río<br />

doméstico a la señorita. Pero..., ¿si no se contentaba?<br />

Dio cuerda a su velón, y apoyando los codos sobre la mesa intentó leer en las obras <strong>de</strong> Balmes,<br />

que le había prestado el cura <strong>de</strong> Naya, y en cuya lectura encontraba grato solaz su espíritu,<br />

prefiriendo el trato con tan simpática y persuasiva inteligencia a las honduras escolásticas <strong>de</strong><br />

Prisco y San Severino. Mas a la sazón no podía enten<strong>de</strong>r una sola línea <strong>de</strong>l filósofo, y sólo oía<br />

los tristes ruidos exteriores, el quejido constante <strong>de</strong> la presa, el gemir <strong>de</strong>l viento en los árboles.<br />

Su acalorada fantasía le fingió entre aquellos rumores quejumbrosos otro más lamentable aún,<br />

porque era personal: un grito humano. ¡Qué disparatada i<strong>de</strong>a! No hizo caso y siguió leyendo.<br />

Pero creyó escuchar <strong>de</strong> nuevo el ay tristísimo. ¿Serían los perros? Asomóse a la ventana: la luna<br />

bogaba en un cielo nebuloso, y allá a lo lejos se oía el aullar <strong>de</strong> un perro, ese aullar lúgubre que<br />

los al<strong>de</strong>anos llaman ventar la muerte y juzgan anuncio seguro <strong>de</strong>l próximo fallecimiento <strong>de</strong> una<br />

persona. Julián cerró la ventana estremeciéndose. No <strong>de</strong>spuntaba por valentón, y sus temores<br />

instintivos se aumentaban en la casa solariega, que le producía nuevamente la dolorosa<br />

impresión <strong>de</strong> los primeros días. Su temperamento linfático no poseía el secreto <strong>de</strong> ciertas<br />

saludables reacciones, con las cuales se <strong>de</strong>secha todo vano miedo, todo fantasma <strong>de</strong> la<br />

imaginación. Era capaz, y <strong>de</strong>mostrado lo tenía, <strong>de</strong> arrostrar cualquier riesgo grave, si creía que se<br />

lo or<strong>de</strong>naba su <strong>de</strong>ber; pero no <strong>de</strong> hacerlo con ánimo sereno, con el hermoso <strong>de</strong>sdén <strong>de</strong>l peligro,<br />

con el buen humor heroico que sólo cabe en personas <strong>de</strong> rica y roja sangre y firmes músculos. El<br />

valor propio <strong>de</strong> Julián era valor temblón, por <strong>de</strong>cirlo así; el breve arranque nervioso <strong>de</strong> las<br />

mujeres.<br />

Volvía a su conferencia con Balmes cuando... ¡Jesús nos valga! ¡Ahora sí, ahora sí que no cabía<br />

duda! Un chillido sobreagudo <strong>de</strong> terror había subido por el oscuro caracol y entrado por la puerta<br />

entornada. ¡Qué chillido! El velón le bailaba en las manos a Julián... Bajaba, sin embargo, muy<br />

aprisa, sin sentir sus propios movimientos, como en las espantosas caídas que damos soñando. Y<br />

volaba por los salones recorriendo la larga crujía para llegar hacia la parte <strong>de</strong>l archivo, don<strong>de</strong><br />

había sonado el grito horrible... El velón, oscilando más y más en su diestra trémula, proyectaba<br />

en las pare<strong>de</strong>s caleadas extravagantes manchones <strong>de</strong> sombra... Iba a dar la vuelta al pasillo que<br />

dividía el archivo <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> don Pedro, cuando vio... ¡Dios santo! Sí, era la escena misma, tal<br />

cual se la había figurado él... Nucha <strong>de</strong> pie, pero arrimada a la pared, con el rostro <strong>de</strong>sencajado<br />

<strong>de</strong> espanto, los ojos no ya vagos sino llenos <strong>de</strong> extravío mortal; enfrente su marido, blandiendo<br />

un arma enorme... Julián se arrojó entre los dos... Nucha volvió a chillar...<br />

-¡Ay!, ¡ay! ¡Qué hace usted! ¡Que se escapa... que se escapa!<br />

Comprendió entonces el alucinado capellán lo que ocurría, con no poca vergüenza y confusión<br />

suya... Por la pared trepaba aceleradamente, <strong>de</strong>seando huir <strong>de</strong> la luz, una araña <strong>de</strong> <strong>de</strong>smesurado<br />

grandor, un monstruoso vientre columpiado en ocho velludos zancos. Su carrera era tan rápida,<br />

77


que inútilmente trataba el señorito <strong>de</strong> alcanzarla con la bota; <strong>de</strong> repente Nucha se a<strong>de</strong>lantó, y con<br />

voz entre grave y medrosa repitió ingenuamente lo que había dicho mil veces en su niñez:<br />

-¡San Jorge... para la araña!<br />

El feo insecto se <strong>de</strong>tuvo a la entrada <strong>de</strong> la zona <strong>de</strong> sombra: la bota cayó sobre él. Julián, por<br />

reacción natural <strong>de</strong>l miedo disipado, que se trueca en inexplicable gozo, iba a reírse <strong>de</strong>l suceso;<br />

pero notó que Nucha, cerrando los ojos y apoyándose en la pared, se cubría la cara con el<br />

pañuelo.<br />

- No es nada, no es nada... - murmuraba.<br />

- Un poco <strong>de</strong> llanto nervioso... Ya pasará... Estoy aún algo débil...<br />

-¡Valiente cosa para tanto alboroto! - exclamó el marido encogiéndose <strong>de</strong> hombros -. ¡Os crían<br />

con más mimo! En mi vida he visto tal. Don Julián, ¿usted creyó que la casa se venía abajo? ¡Ea,<br />

a recogerse! Buenas noches.<br />

Tardó bastante el capellán en dormirse. Recapacitaba en sus terrores y concedía su ridiculez;<br />

prometíase vencer aquella pusilanimidad suya; pero duraba aún el <strong>de</strong>sasosiego: la impulsión<br />

estaba comunicada y almacenada en sinuosida<strong>de</strong>s cerebrales muy hondas. Apenas le otorgó sus<br />

favores el sueño, vino con él una legión <strong>de</strong> pesadillas a cual más negra y opresora. Empezó a<br />

soñar con los Pazos, con el gran caserón; mas, por extraña anomalía propia <strong>de</strong>l estado, cuyo<br />

fundamento son siempre nociones <strong>de</strong> lo real, pero barajadas, <strong>de</strong>squiciadas y revueltas merced al<br />

anárquico influjo <strong>de</strong> la imaginación, no veía la huronera tal cual la había visto siempre, con su<br />

vasta mole cuadrilonga, sus espaciosos salones, su ancho portalón inofensivo, su aspecto<br />

amazacotado, conventual, <strong>de</strong> construcción <strong>de</strong>l siglo XVIII; sino que, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser la misma,<br />

había mudado <strong>de</strong> forma; el huerto con bojes y estanque era ahora ancho y profundo foso; las<br />

macizas murallas se poblaban <strong>de</strong> saeteras, se coronaban <strong>de</strong> almenas; el portalón se volvía puente<br />

levadizo, con ca<strong>de</strong>nas rechinantes; en suma: era un castillote feudal hecho y <strong>de</strong>recho, sin que le<br />

faltase ni el romántico aditamento <strong>de</strong>l pendón <strong>de</strong> los Moscosos flotando en la torre <strong>de</strong>l homenaje;<br />

indudablemente, Julián había visto alguna pintura o leído alguna medrosa <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> esos<br />

espantajos <strong>de</strong>l pasado que nuestro siglo restaura con tanto cariño. Lo único que en el castillo<br />

recordaba los Pazos actuales era el majestuoso escudo <strong>de</strong> armas; pero aun en este mismo existía<br />

diferencia notable, pues Julián distinguía claramente que se habían animado los emblemas <strong>de</strong><br />

piedra, y el pino era un árbol ver<strong>de</strong> en cuya copa gemía el viento, y los dos lobos rapantes<br />

movían las cabezas exhalando aullidos lúgubres. Miraba Julián fascinado hacia lo alto <strong>de</strong> la<br />

torre, cuando vio en ella alarmante figurón: un caballero con visera calada, todo cubierto <strong>de</strong><br />

hierro; y aunque ni un <strong>de</strong>do <strong>de</strong> la mano se le <strong>de</strong>scubría, con el don adivinatorio que se adquiere<br />

soñando, Julián percibía al través <strong>de</strong> la celada la cara <strong>de</strong> don Pedro. Furioso, amenazador,<br />

enarbolaba don Pedro un arma extraña, una bota <strong>de</strong> acero, que se disponía a <strong>de</strong>jar caer sobre la<br />

cabeza <strong>de</strong>l capellán. Éste no hacía movimiento alguno para <strong>de</strong>sviarse, y la bota tampoco acababa<br />

<strong>de</strong> caer; era una angustia intolerable, una agonía sin término; <strong>de</strong> repente sintió que se le posaba<br />

en el hombro una lechuza feísima, con greñas blancas. Quiso gritar: en sueños el grito se queda<br />

siempre helado en la garganta. La lechuza reía silenciosamente. Para huir <strong>de</strong> ella, saltaba el foso;<br />

mas éste ya no era foso, sino la represa <strong>de</strong>l molino; el castillo feudal también mudaba <strong>de</strong> hechura<br />

sin saberse cómo; ahora se parecía a la clásica torre que tienen en las manos las imágenes <strong>de</strong><br />

Santa Bárbara; una construcción <strong>de</strong> cartón pintado, hecha <strong>de</strong> sillares muy cuadraditos, y a cuya<br />

ventana asomaba un rostro <strong>de</strong> mujer pálido, <strong>de</strong>scompuesto... Aquella mujer sacó un pie, luego<br />

otro... fue <strong>de</strong>scolgándose por la ventana abajo... ¡Qué asombro! ¡Era la sota <strong>de</strong> bastos, la<br />

mismísima sota <strong>de</strong> bastos, muy sucia, muy pringosa! Al pie <strong>de</strong>l muro la esperaba el caballo <strong>de</strong><br />

espadas, una rara alimaña azul, con la cola rayada <strong>de</strong> negro. Mas a poco Julián reconoció su<br />

error: ¡qué caballo <strong>de</strong> espadas! No era sino San Jorge en persona, el valeroso caballero andante<br />

<strong>de</strong> las celestiales milicias, con su dragón <strong>de</strong>bajo, un dragón que parecía araña, en cuya tenazuda<br />

boca hundía la lanza con <strong>de</strong>nuedo... Brillante y aguda, la lanza <strong>de</strong>scendía, se hincaba, se<br />

hincaba... Lo sorpren<strong>de</strong>nte es que el lanzazo lo sentía Julián en su propio costado... Lloraba muy<br />

78


ajito, queriendo hablar y pedir misericordia; nadie acudía en su auxilio, y la lanza le tenía ya<br />

atravesado <strong>de</strong> parte a parte... Despertó repentinamente, resintiéndose <strong>de</strong> una punzada dolorosa en<br />

la mano <strong>de</strong>recha, sobre la cual había gravitado el peso <strong>de</strong>l cuerpo todo, al acostarse <strong>de</strong>l lado<br />

izquierdo, posición favorable a las pesadillas.<br />

- XX -<br />

<strong>Los</strong> sueños <strong>de</strong> las noches <strong>de</strong> terror suelen parecer risibles apenas <strong>de</strong>spunta la claridad <strong>de</strong>l nuevo<br />

día; pero Julián, al saltar <strong>de</strong> la cama, no consiguió vencer la impresión <strong>de</strong>l suyo. Proseguía el<br />

hervor <strong>de</strong> la imaginación sobrexcitada: miró por la ventana, y el paisaje le pareció tétrico y<br />

siniestro; verdad es que entoldaban la bóveda celeste nubarrones <strong>de</strong> plomo con reflejos lívidos, y<br />

que el viento, sordo unas veces y sibilante otras, doblaba los árboles con ráfagas repentinas. El<br />

capellán bajó la escalera <strong>de</strong> caracol con ánimo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir su misa, que a causa <strong>de</strong>l mal estado <strong>de</strong> la<br />

capilla señorial acostumbraba celebrar en la parroquia. Al regresar y acercarse a la entrada <strong>de</strong> los<br />

Pazos, un remolino <strong>de</strong> hojas secas le envolvió los pies, una atmósfera fría le sobrecogió, y la<br />

gran huronera <strong>de</strong> piedra se le presentó imponente, ceñuda y terrible, con aspecto <strong>de</strong> prisión,<br />

como el castillo que había visto soñando. El edificio, bajo su toldo <strong>de</strong> negras nubes, con el ruido<br />

temeroso <strong>de</strong>l cierzo que lo fustigaba, era amenazador y siniestro. Julián penetró en él con el alma<br />

en un puño. Cruzó rápidamente el helado zaguán, la cavernosa cocina, y, atravesando los salones<br />

solitarios, se apresuró a refugiarse en la habitación <strong>de</strong> Nucha, don<strong>de</strong> acostumbraban servirle el<br />

chocolate por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la señorita.<br />

Encontró a ésta algo más <strong>de</strong>semblantada que <strong>de</strong> costumbre. Al abatimiento que <strong>de</strong> ordinario se<br />

revelaba en su rostro afilado, se agregaba una contracción y un azoramiento, indicios <strong>de</strong> gran<br />

tirantez nerviosa. Tenía a la niña en brazos, y al ver llegar a Julián le hizo rápidamente seña <strong>de</strong><br />

que ni chistase ni se menease, que el angelito andaba en tratos <strong>de</strong> aletargarse al calor <strong>de</strong>l seno<br />

maternal. Inclinada sobre la criatura, Nucha le echaba el aliento para mejor adormecerla, y<br />

arreglaba con febriles movimientos el pañolón calcetado que envolvía, como el capullo a la<br />

oruga, aquella vida naciente. Pestañeó la niña dos o tres veces, y luego cerró los ojitos, mientras<br />

su madre no cesaba <strong>de</strong> arrullarla con una nana aprendida <strong>de</strong>l ama, una especie <strong>de</strong> gemido cuya<br />

base era el triste, ¡lai... lai!, la queja lenta y larga <strong>de</strong> todas las canciones populares en Galicia. El<br />

canto fue <strong>de</strong>scendiendo, hasta concluir en la pronunciación melancólica y cariñosa <strong>de</strong> una sola<br />

letra, la e prolongada; y levantándose en puntas <strong>de</strong> pie, Nucha <strong>de</strong>positó a su hija en la cuna muy<br />

<strong>de</strong>licada y cuidadosamente, pues la chiquilla era tan lista - en opinión <strong>de</strong> su madre - que<br />

distinguía al punto la cuna <strong>de</strong>l brazo, y era capaz <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong>l sopor más profundo si se<br />

enteraba <strong>de</strong> la sustitución.<br />

Por lo mismo Julián y Nucha se hablaron muy <strong>de</strong> quedo, mientras la señorita manejaba la aguja<br />

<strong>de</strong> crochet calcetando unos zapatitos que parecían bolsas. Julián empezó por preguntar si se le<br />

había quitado el susto <strong>de</strong> la noche anterior.<br />

- Sí, pero todavía estoy no sé cómo.<br />

- Yo tampoco les tengo afición a esos bichos asquerosos... No los había visto tan gordos hasta<br />

que vine a la al<strong>de</strong>a. En el pueblo apenas los hay.<br />

- Pues yo - contestó Nucha - era antes muy valiente; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong>... que nació la pequeña, no sé<br />

qué me pasa; parece que me he vuelto medio tonta, que tengo miedo a todo...<br />

Interrumpió la labor, y alzó la cara; sus gran<strong>de</strong>s ojos estaban dilatados; sus labios, ligeramente<br />

trémulos.<br />

79


- Es una enfermedad, es una manía; ya lo conozco, pero no lo puedo remediar, por más que hago.<br />

Tengo la cabeza <strong>de</strong>bilitada; no pienso sino en cosas <strong>de</strong> susto, en espantos... ¿Ve usted qué<br />

chillidos di ayer por la dichosa araña? Pues <strong>de</strong> noche, cuando me quedo sola con la niña... -<br />

porque el ama durmiendo es lo mismo que si estuviese muerta; aunque le disparen al oído un<br />

cañón <strong>de</strong> a ocho no se mueve- haría a cada paso escenas por el estilo si no me dominase. No se<br />

lo digo a Juncal por vergüenza; pero veo cosas muy raras. La ropa que cuelgo me representa<br />

siempre hombres ahorcados, o difuntos que salen <strong>de</strong>l ataúd con la mortaja puesta; no importa que<br />

mientras está el quinqué encendido, antes <strong>de</strong> acostarme, la arregle así o asá; al fin toma esas<br />

hechuras extravagantes aun no bien apago la luz y enciendo la lamparilla. Hay veces que<br />

distingo personas sin cabeza; otras, al contrario, les veo la cara con todas sus facciones, la boca<br />

muy abierta y haciendo muecas... Esos mamarrachos que hay pintados en el biombo se mueven;<br />

y cuando crujen las ventanas con el viento, como esta noche, me pongo a cavilar si son almas <strong>de</strong>l<br />

otro mundo que se quejan...<br />

-¡Señorita! - exclamó dolorosamente Julián -. ¡Eso es contra la fe! No <strong>de</strong>bemos creer en<br />

aparecidos ni en brujerías.<br />

-¡Si yo no creo! - repuso la señorita riendo nerviosamente -. ¿Usted se figura que soy como el<br />

ama, que dice que ha visto en realidad la Compaña, con su procesión <strong>de</strong> luces allá a las altas<br />

horas? En mi vida he dado crédito a paparruchas semejantes; por eso digo que <strong>de</strong>bo <strong>de</strong> estar<br />

enferma, cuando me persiguen visiones y vestiglos... Lo que siempre me porfía el señor <strong>de</strong><br />

Juncal: fortalecerse, criar sangre... Lástima que la sangre no se compre en la tienda... ¿no le<br />

parece a usted?<br />

- O que... los sanos no se la podamos regalar a... los que... la necesitan...<br />

Dijo esto el presbítero titubeando, poniéndose encendido hasta la nuca, porque su impulso<br />

primero había sido exclamar: «Señorita Marcelina, aquí está mi sangre a la disposición <strong>de</strong><br />

usted.»<br />

El silencio producido por arranque tan vivo duró algunos segundos, durante los cuales ambos<br />

interlocutores miraron fijamente, distraídos y ensimismados, el paisaje que se alcanzaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

ancha y honda ventana fronteriza. Al pronto no lo vieron; luego su efecto sombrío les fue<br />

entrando, mal <strong>de</strong> su grado, por los ojos hasta el alma. Eran las montañas negras, duras, macizas<br />

en apariencia, bajo la oscurísima techumbre <strong>de</strong>l cielo tormentoso; era el valle alumbrado por las<br />

clarida<strong>de</strong>s pálidas <strong>de</strong> un angustiado sol; era el grupo <strong>de</strong> castaños, inmóvil unas veces, otras<br />

violentamente sacudido por la racha <strong>de</strong>l ventarrón furioso y <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado... A un mismo<br />

tiempo exclamaron los dos, capellán y señorita:<br />

-¡Qué día tan triste!<br />

Julián reflexionaba en la rara coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> los terrores <strong>de</strong> Nucha y los suyos propios; y,<br />

pensando alto, prorrumpía:<br />

- Señorita, también esta casa..., vamos, no es por <strong>de</strong>cir mal <strong>de</strong> ella, pero... es un poco miedosa.<br />

¿No le parece?<br />

<strong>Los</strong> ojos <strong>de</strong> Nucha se animaron, como si el capellán le hubiese adivinado un sentimiento que no<br />

se atrevía a manifestar.<br />

- Des<strong>de</strong> que ha venido el invierno - murmuró hablando consigo misma - no sé qué tiene ni qué<br />

trazas saca... que no me parece la misma... Hasta las murallas se han vuelto más gordas y la<br />

piedra más oscura... Será una tontería, ¡ya sé que lo será!, pero no me atrevo a salir <strong>de</strong> mi<br />

habitación, yo que antes revolvía todos los rincones y andaba por todas partes... Y no tengo<br />

remedio sino dar una vuelta por ella... Necesito ver si hay abajo, en el sótano, arcones para la<br />

ropa blanca... Hágame el favor <strong>de</strong> venir, Julián, ahora que la niña duerme... Quiero quitarme <strong>de</strong><br />

la cabeza estas aprensiones y estas tontunas.<br />

Intentó el capellán disuadirla: temía que se cansase, que se enfriase al atravesar los salones, al<br />

bajar al claustro. La señorita no dio más respuesta que <strong>de</strong>jar la labor, envolverse en su mantón y<br />

echar a andar. Cruzaron a buen paso la fila <strong>de</strong> habitaciones extensas, <strong>de</strong>samuebladas, casi vacías,<br />

80


don<strong>de</strong> las pisadas retumbaban sordamente. De tiempo en tiempo, Nucha volvía la cabeza atrás a<br />

ver si la seguía su acompañante, y el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> volverla revelaba alteración y zozobra. En la<br />

diestra columpiaba un manojo <strong>de</strong> llaves. Salieron al claustro superior, y por una escalerilla muy<br />

pendiente <strong>de</strong>scendieron al inferior, cuyas arcadas eran <strong>de</strong> piedra.<br />

Llegados al patín que cerraba el grave claustro, Nucha señaló a un pilar que tenía incrustada una<br />

argolla <strong>de</strong> hierro, <strong>de</strong> la cual colgaba aún un eslabón comido <strong>de</strong> orín.<br />

-¿Sabe usted qué era esto? - murmuró con apagada voz.<br />

- No sé - respondió Julián.<br />

- Dice Pedro - explicó la señorita - que estuvo ahí la ca<strong>de</strong>na con que tenían sujeto sus abuelos a<br />

un negro esclavo... ¿No parece mentira que se hiciesen semejantes cruelda<strong>de</strong>s? ¡Qué tiempos tan<br />

malos, Julián!<br />

- Señorita..., a don Máximo Juncal, que no piensa más que en política, todo se le vuelve hablar<br />

<strong>de</strong> eso; pero mire usted, en cada tiempo hay su legua <strong>de</strong> mal camino... Bastantes barbarida<strong>de</strong>s<br />

hacen hoy en día, y la religión anda perdida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> estas grescas.<br />

- Pero como aquí - observó Nucha, formulando sencillamente una observación históricofilosófica<br />

<strong>de</strong> bastante alcance - no ve uno sino las atrocida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los señores <strong>de</strong> otro tiempo...,<br />

parece que son las únicas que le dan en qué pensar... ¿Por qué serán tan malos cristianos los<br />

hombres? - añadió entreabriendo los labios con cándido asombro.<br />

El cielo se oscureció más en el momento <strong>de</strong> expresarse así Nucha; un relámpago alumbró<br />

súbitamente las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las arcadas <strong>de</strong>l claustro y el rostro <strong>de</strong> la señorita, que adquirió a<br />

la luz verdosa el aspecto trágico <strong>de</strong> una faz <strong>de</strong> imagen.<br />

-¡Santa Bárbara bendita! - articuló piadosamente el capellán, estremeciéndose -. Volvámonos<br />

arriba, señorita... Está tronando. Como este año no tuvimos cordonazo <strong>de</strong> San Francisco..., ya se<br />

ve, el equinoccio no quiere pasar sin esto... ¿Subimos?<br />

- No - resolvió Nucha, empeñada en combatir sus propios terrores -. Ésta es la puerta <strong>de</strong>l<br />

sótano... ¿Cuál será la llave?<br />

La buscó algún tiempo en el manojo. Al introducirla en la cerradura y empujar la puerta, otro<br />

relámpago bañó <strong>de</strong> claridad fantasmagórica el sitio en que iba a penetrar; rodó el carro <strong>de</strong>l<br />

trueno, pausado al principio, <strong>de</strong>spués ronco y formidable, como una voz hinchada por la cólera, y<br />

Nucha retrocedió con espanto.<br />

-¿Qué suce<strong>de</strong>, señorita querida? ¿Qué suce<strong>de</strong>? - gritó el capellán.<br />

-¡Nada... nada! - tartamu<strong>de</strong>ó la señora <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> -. Se me figuró al abrir que estaba ahí <strong>de</strong>ntro un<br />

perro muy gran<strong>de</strong>, sentado, y que se levantaba y se me echaba para mor<strong>de</strong>rme... ¿Si no los tendré<br />

cabales? Pues mire usted que juraría haberlo visto.<br />

-¡El dulce Nombre! No, señorita es que hace frío aquí, es que truena, es que es una locura andar<br />

ahora revolviendo en los sótanos... Retírese usted; yo buscaré lo que haga falta.<br />

- No - replicó Nucha con energía -. Ya me carga <strong>de</strong> veras ser tan boba... Quiero entrar antes, para<br />

que vea usted si comprendo perfectamente que todas son neceda<strong>de</strong>s... ¿Trae usted la cerilla? -<br />

gritó ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro.<br />

El capellán la encendió, y a su luz menos que dudosa vieron el sótano, mejor dicho, entrevieron<br />

las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>stilando humedad; el confuso montón <strong>de</strong> objetos retirados allí por inservibles y<br />

pudriéndose en los rincones; el conjunto <strong>de</strong> cosas informes y, por lo mismo, temerosas y vagas.<br />

En la penumbra <strong>de</strong> aquel lugar casi subterráneo, en el hacinamiento <strong>de</strong> vejestorios retirados por<br />

inservibles y entregados a las ratas, la pata <strong>de</strong> una mesa parecía un brazo momificado, la esfera<br />

<strong>de</strong> un reloj era la faz blanquecina <strong>de</strong> un muerto, y unas botas <strong>de</strong> montar carcomidas, asomando<br />

por entre papeles y trapos, <strong>de</strong>spertaban en la fantasía la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un hombre asesinado y oculto<br />

allí. No obstante, Nucha, con paso resuelto, fue <strong>de</strong>recha al caos húmedo y medroso, y, con la voz<br />

ahogada y conmovida <strong>de</strong> los que acaban <strong>de</strong> obtener un gran triunfo sobre sí mismos, gritó:<br />

- Aquí está el arcón... Que me lo suban <strong>de</strong>spués...<br />

81


Salió muy animada, satisfecha <strong>de</strong> su resolución, vencedora en la lucha cuerpo a cuerpo con el<br />

caserón que la asustaba. Al subir otra vez por la escalerilla, volvió a sobrecogerla el fragor <strong>de</strong> un<br />

trueno más hondo, po<strong>de</strong>roso y cercano que los anteriores. ¡Era preciso encen<strong>de</strong>r la vela <strong>de</strong>l<br />

Santísimo y rezar el Trisagio!<br />

Así lo hicieron al punto. La vela fue colocada sobre la cómoda <strong>de</strong> Nucha: un cirio bastante largo<br />

aún, <strong>de</strong> cera color <strong>de</strong> naranja, con muchas lágrimas y un pabilo que chisporroteaba y no acababa<br />

<strong>de</strong> ar<strong>de</strong>r. Antes <strong>de</strong> arrodillarse, cerraron las ma<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> la ventana, para evitar que la ojeada<br />

fulgurante <strong>de</strong>l relámpago les <strong>de</strong>slumbrase a cada minuto. Rugía con creciente ira el viento, y la<br />

tronada se había situado sobre los Pazos, oyéndose su estruendo lo mismo que si corriese por el<br />

tejado un escuadrón <strong>de</strong> caballos a galope o si un gigante se entretuviese en arrastrar un peñasco y<br />

llevarlo a tumbos por encima <strong>de</strong> las tejas. ¡Con cuánto fervor empezó el capellán a guiar el<br />

Trisagio misterioso! Anonadándose ante la cólera divina, cuya violencia sacudía y hacía<br />

retemblar a los Pazos como si fuesen una choza, pronunciaba:<br />

De la subitánea muerte<br />

<strong>de</strong>l rayo y <strong>de</strong> la centella<br />

libra este Trisagio, y sella<br />

a quien lo reza: y advierte...<br />

Nucha, <strong>de</strong> repente, se incorporaba lanzando un chillido, y corría al sofá, don<strong>de</strong> se reclinaba<br />

lanzando interrumpidas carcajadas histéricas, que sonaban a llanto. Sus manos crispadas<br />

arrancaban los corchetes <strong>de</strong> su traje, o comprimían sus sienes, o se clavaban en los almohadones<br />

<strong>de</strong>l sofá, arañándolos con furor... Aunque tan inexperto, Julián comprendió lo que ocurría: el<br />

espasmo inevitable, la explosión <strong>de</strong>l terror reprimido, el pago <strong>de</strong>l alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> valentía <strong>de</strong> la pobre<br />

Nucha...<br />

-¡Filomena, Filomena! Aquí, mujer, aquí... Agua, vinagre..., el frasquito aquél... ¿Dón<strong>de</strong> está el<br />

frasco que vino <strong>de</strong> la botica <strong>de</strong> Cebre? Aflójele el vestido... Ya me vuelvo <strong>de</strong> espaldas, mujer, no<br />

necesitaba avisármelo... Unos pañitos fríos en las sienes... ¡Si truena, que truene! Deje tronar...<br />

Acuda a la señorita... Déle aire con este papel aunque sea... ¿Ya está cubierta y floja? Se lo daré<br />

yo, poquito a poco... Que respire bien el vinagre...<br />

- XXI -<br />

Notóse días <strong>de</strong>spués alguna mejoría en el estado general <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, con lo cual el<br />

capellán revivió y se le animó también el marchito semblante. El marqués andaba en extremo<br />

distraído, organizando una cazata a los lejanos montes <strong>de</strong> Castrodorna, más allá <strong>de</strong>l río; el tiempo<br />

se aseguraba; las noches eran <strong>de</strong> helada, claras y glaciales; acercábase el plenilunio, y todo<br />

prometía feliz éxito. La víspera <strong>de</strong> la salida al caza<strong>de</strong>ro vinieron a dormir a los Pazos el notario<br />

<strong>de</strong> Cebre, el señorito <strong>de</strong> Limioso, el cura <strong>de</strong> Boán, el <strong>de</strong> Naya, y un cazador furtivo, escopeta<br />

negra infalible, conocida en el país por el alias <strong>de</strong> Bico <strong>de</strong> rato (hocico <strong>de</strong> ratón), mote<br />

apropiadísimo a la color tiznada <strong>de</strong> su cara, don<strong>de</strong> giraban dos ojuelos vivarachos. Llenóse la<br />

casa <strong>de</strong> ruido, <strong>de</strong> tilinteo <strong>de</strong> cascabeles, <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> uñas <strong>de</strong> perros sobre los pisos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra,<br />

<strong>de</strong> voces sonoras y <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes para tener en punto al amanecer todos los arreos <strong>de</strong> caza. La cena<br />

fue regocijada y ruidosa: se bromeó, se contaron <strong>de</strong> antemano las perdices que habían <strong>de</strong><br />

sucumbir, se saborearon por a<strong>de</strong>lantado las provisiones que se llevaban al monte, y se remojó<br />

previamente el gaznate con jarros <strong>de</strong> un tinto añejo que daba gloria. A la hora <strong>de</strong> los postres y <strong>de</strong>l<br />

café, habiéndose retirado Nucha, que por el ansia <strong>de</strong> su niña se recogía temprano, subieron <strong>de</strong> la<br />

82


cocina Primitivo y el ratón, y los futuros compañeros <strong>de</strong> glorias y fatigas comenzaron a<br />

fraternizar fumando y trincando a competencia. Era el momento más sabroso, el verda<strong>de</strong>ro<br />

instante <strong>de</strong> felicidad espiritual para un cazador <strong>de</strong> raza: era el minuto <strong>de</strong> las anécdotas cinegéticas<br />

y, sobre todo, <strong>de</strong> los embustes.<br />

Para éstos se establecía turno pacífico, pues nadie renunciaba a soltar su correspondiente bola, y<br />

crecían en magnitud conforme se enredaba la plática. Formaban círculo los cazadores, y a sus<br />

pies dormían enroscados los perros, con un ojo cerrado y otro entreabierto y <strong>de</strong> párpado<br />

convulso; a veces, cuando se aplacaban las risotadas y las frases chistosas, se oía a los canes<br />

tocar la guitarra, espulgarse a toda orquesta, ladrar por sueños, sacudir las orejas y suspirar con<br />

resignación. Nadie les hacía caso.<br />

El hocico <strong>de</strong> ratón tiene la palabra:<br />

-¡Pueda que no me lo crean y es tan cierto como que habemos <strong>de</strong> morir y la tierra nos ha <strong>de</strong><br />

comer! Para más verdá fue un día <strong>de</strong> San Silvestre...<br />

- Andarían las brujas sueltas - interrumpió el cura <strong>de</strong> Boán.<br />

- Si eran meigas o era el trasno, yo no lo sé: pero lo mismo que habemos <strong>de</strong> dar cuenta a Dios<br />

nuestro Señor <strong>de</strong> nuestras auciones, me pasó lo que les voy a contar. Andaba yo tras <strong>de</strong> una<br />

perdiz agachadito, agachadito y el ratón se agachaba en efecto, siguiendo su inveterada<br />

costumbre <strong>de</strong> representar cuanto hablaba, porque no llevaba perro ni diaño que lo valiese, y<br />

estaba, con perdón <strong>de</strong> las barbas honradas que me escuchan, para montar a caballo <strong>de</strong> un vallado,<br />

cuando oigo ¡tras tris, tras tras!, ¡tipirí, tipirá!, el andar <strong>de</strong> una liebre; ¡más lista venía... que las<br />

zantellas! Pues señor... viro la cabeza mismo así..., ¡con perdón <strong>de</strong> las barbas!, con mi escopeta<br />

más agarrada que la Bula..., y <strong>de</strong> repente, ¡pan!, me pasa una cosa <strong>de</strong>l otro mundo por encima <strong>de</strong><br />

la cabeza, y me caigo <strong>de</strong>l vallado abajo...<br />

Explosión <strong>de</strong> preguntas, <strong>de</strong> risas, <strong>de</strong> protestas.<br />

-¿Una cosa <strong>de</strong>l otro mundo?<br />

-¿Un ánima <strong>de</strong>l Purgatorio?<br />

-¿Pero él era persona o animal o qué mil rayos era?<br />

- Abrir la puerta, que esta mentira no cabe en la habitación.<br />

-¡Así Dios me salve y me dé la gloria como es verdad! - clamó el hocico <strong>de</strong> ratón, poniendo el<br />

semblante más compungido <strong>de</strong>l mundo -. ¡Era, con perdón, la <strong>de</strong>scarada <strong>de</strong> la liebre, que brincó<br />

por riba <strong>de</strong> mí y me tiró patas arriba!<br />

La aclaración produjo verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>lirio. Don Eugenio, el abad <strong>de</strong> Naya, se abría literalmente <strong>de</strong><br />

risa, apretándose las ca<strong>de</strong>ras con ambas manos, quejándose y <strong>de</strong>rramando lágrimas; el marqués<br />

<strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> lanzaba carcajadas po<strong>de</strong>rosas; hasta Primitivo modulaba una risa opaca y turbia. El<br />

bueno <strong>de</strong>l ratón no podía ya entreabrir los labios para hablar sin que la hilaridad se <strong>de</strong>satase. En<br />

toda reunión <strong>de</strong> cazadores (gente amiga <strong>de</strong> bromas pesadas) hay un bufón, un juglar, un gracioso<br />

obligado, y este papel correspondía <strong>de</strong> <strong>de</strong>recho a la escopeta negra, que se prestaba a<br />

<strong>de</strong>sempeñarlo <strong>de</strong> bonísima gana. Acostumbrado a pasarse los días y las noches al sereno, en<br />

espera <strong>de</strong> la liebre, <strong>de</strong>l conejo o <strong>de</strong> la perdiz; hecho a apretarse la cintura con una cuerda, a la<br />

manera <strong>de</strong> los salvajes, en las muchas ocasiones en que le faltaba un mendrugo <strong>de</strong> pan que roer,<br />

el mísero ratoncillo era dichoso cuando le tocaba cazar con gente <strong>de</strong> pro, <strong>de</strong> la que se lleva al<br />

caza<strong>de</strong>ro botas henchidas <strong>de</strong> lo añejo, lacones cocidos y cigarros; ufanábase cuando le<br />

celebraban sus patrañas: las narraba cada día con mayor seriedad, convicción y tono ingenuo, y a<br />

todas las chanzas respondía invocando a Dios y a los santos <strong>de</strong> la corte celestial en apoyo <strong>de</strong> sus<br />

aseveraciones estrambóticas.<br />

De pie, con las manos en los bolsillos <strong>de</strong>l pantalón, mapamundi <strong>de</strong> remiendos, y moviendo con<br />

risible rapi<strong>de</strong>z nariz y boca, que tenía <strong>de</strong> color <strong>de</strong> unto rancio, aguardaba a que le pidiesen algún<br />

nuevo episodio tan verosímil como el <strong>de</strong> la liebre; pero ahora el turno le correspondía a don<br />

Eugenio.<br />

83


-¿Saben - <strong>de</strong>cía medio llorando y salivando aún <strong>de</strong> risa - un caso que pasó entre el canónigo<br />

Castrelo y un señor muy chistoso, Ramírez <strong>de</strong> Orense?<br />

-¡El canónigo Castrelo! - exclamaron el cura <strong>de</strong> Boán y el marqués -. ¡Qué apunte! ¡De órdago!<br />

Ése las suelta... como la torre <strong>de</strong> la Catedral.<br />

- Pues verán, verán cómo encontró con la horma <strong>de</strong> su zapato don<strong>de</strong> menos se lo pensaba. Era<br />

una noche en el Casino, y estaban jugando al tresillo. Castrelo se puso, como <strong>de</strong> costumbre, a<br />

espetar cuentos <strong>de</strong> caza..., ¡mentira todos! Después <strong>de</strong> que se hartó, quiso encajar uno<br />

<strong>de</strong>scomunal y dijo así muy serio: «Sabrán uste<strong>de</strong>s que una mañana salí yo al monte, y entre unas<br />

matas oí así... un ruido sospechoso. Me acerco muy <strong>de</strong>spacito... el ruido seguía, dale que tienes.<br />

Me acerco más..., y ya no me cabe duda <strong>de</strong> que hay allí escondida una pieza. Armo, apunto,<br />

disparo..., ¡pum, pum! ¿Y qué creerán uste<strong>de</strong>s que maté, señores?» Todo el mundo a nombrar<br />

animales diferentes: que lobo, que zorro, que jabalí, y hasta hubo quien nombró a un oso...<br />

Castrelo a <strong>de</strong>cir que no con la cabeza..., hasta que por último saltó: «Pues ni zorro, ni lobo, ni<br />

jabalí... Lo que maté era... ¡un tigre <strong>de</strong> Bengala!»<br />

- Hombre, don Eugenio... ¡No fastidiar! - gritaron unánimemente los cazadores -. ¿Había <strong>de</strong><br />

atreverse Castrelo?... ¿Cómo no le <strong>de</strong>shicieron el morro <strong>de</strong> una bofetada allí mismo?<br />

Don Eugenio, no consiguiendo que le oyesen, hacía con la mano señas <strong>de</strong> que faltaba lo mejor<br />

<strong>de</strong>l cuento.<br />

-¡Paciencia! - exclamó por fin -. Tengan paciencia, que no se acabó. Pues, señor, ya uste<strong>de</strong>s<br />

compren<strong>de</strong>rán que en el Casino se armó una gresca. Empezaron a insultar a Castrelo y a tratarlo<br />

<strong>de</strong> mentiroso en su cara. Sólo el señor <strong>de</strong> Ramírez estaba muy formal, y apaciguaba a los<br />

alborotadores. «No hay que asombrarse, no hay que asombrarse; yo les contaré a uste<strong>de</strong>s una<br />

cosa que me pasó a mí cazando, que es más rara todavía que la <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Castrelo.» El<br />

canónigo empieza a escamarse y la gente a aten<strong>de</strong>r. «Sabrán uste<strong>de</strong>s que una mañana salí yo al<br />

monte, y, entre unas matas, oí así... un ruido sospechoso. Me acerco muy <strong>de</strong>spacito... El ruido<br />

seguía, dale que tienes. Me acerco más... Ya no me cabe duda <strong>de</strong> que hay allí escondida una<br />

pieza. Armo..., apunto..., disparo... ¡Pum, pum!... ¿Y qué creerá usted que maté, señor<br />

canónigo?» «¿Cómo <strong>de</strong>monios lo he <strong>de</strong> saber? Sería... un león.» «¡Ca!» «Pues sería... un<br />

elefante.» «¡Caaa!» «Sería... lo que usted guste, caramba.» «¡Una sota <strong>de</strong> bastos, señor <strong>de</strong><br />

Castrelo! ¡Era una sota <strong>de</strong> bastos!»<br />

Minutos <strong>de</strong> no enten<strong>de</strong>rse. El ratón reía con una especie <strong>de</strong> hipo agudo; el señorito <strong>de</strong> Limioso,<br />

ronca y gravemente; el cura <strong>de</strong> Boán, no sabiendo cómo <strong>de</strong>sahogar el regocijo, pateaba en el<br />

suelo y abofeteaba a la mesa.<br />

-¡Ey! - gritó don Eugenio -. Bico-<strong>de</strong>-rato, ¿no te has tropezado tú nunca con ningún tigre? Echa<br />

un vasito y cuéntanos si te encontraste alguno por ahí, hom.<br />

Atizóse el ratón su medio cuartillo; brilláronle los ojuelos, limpió el labio con la bocamanga <strong>de</strong><br />

la mugrienta chaqueta, y <strong>de</strong>claró con acento sincero y candoroso:<br />

- Lo que es trigues..., por estos montes no <strong>de</strong>be <strong>de</strong> los haber, que si no, ya los tendría matados;<br />

pero les diré lo que me pasó un día <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong> Agosto...<br />

-¿A las tres y diez minutos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>? - preguntó don Eugenio.<br />

- No..., habían <strong>de</strong> ser las once <strong>de</strong> la mañana, y pue<strong>de</strong> que aún no las fuesen. ¡Pero créanme, como<br />

que esa luz nos está alumbrando! Venía yo <strong>de</strong> tirar a las tórtolas en un sembrado, y me encontré<br />

a la chiquilla <strong>de</strong>l tío Pepe <strong>de</strong> Naya, que traía la vaca mismo cogida así y hacía a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong><br />

arrollarse una cuerda a la muñeca. «Buenos días.» «Santos y buenos.» «¿Me da las rulas?» «¿Y<br />

qué me das por ellas, rapaza?» «No tengo un ichavo triste.» «Pues déjame mamar <strong>de</strong> la vaquiña,<br />

que rabio <strong>de</strong> sed.» «Mame luego, pero no lo chupe todo.» Me arrodillo así el ratón medio se<br />

hincó <strong>de</strong> hinojos ante el abad <strong>de</strong> Naya, y or<strong>de</strong>ñando en la palma <strong>de</strong> la mano, con perdón, zampo<br />

la leche. ¡Qué fresca! «Vaya, rapaza... ¡San Antón te guar<strong>de</strong> la vaca!» Ando, ando, ando, ando, y<br />

al cuarto <strong>de</strong> legua <strong>de</strong> allí me entra un sueño por todo el cuerpo..., como que me voy quedando<br />

tonto. ¡A escotar! Me meto por el monte arriba, y llegando a don<strong>de</strong> hay unos tojos más altos que<br />

84


un cristiano, me tumbo así (con perdón) y saco el sombrero, y lo <strong>de</strong>jo <strong>de</strong> esta manera (reparen<br />

bien) sobre la yerba. Sueño fue, que hasta <strong>de</strong> allí a hora y media no volví en mi acuerdo. Voy a<br />

apañar mi sombrero para largar... Lo mismo que todos nos habernos <strong>de</strong> morir y resucitar en la<br />

gloria <strong>de</strong>l día <strong>de</strong>l Juicio, me veo <strong>de</strong>bajo una culebra más gorda que mi brazo drecho..., ¡con<br />

perdón!<br />

-¿Pero no que el izquierdo? - interrumpió don Eugenio picarescamente.<br />

-¡Muchísimo más gorda! - continuó el ratón imperturbable -, y toda rollada, rollada, rollada, que<br />

cabía allí <strong>de</strong>bajo..., ¡y durmiendo como una santa <strong>de</strong> Dios!<br />

-¿Pero roncar, no roncaba?<br />

- La con<strong>de</strong>nada acudía al olor <strong>de</strong> la leche..., y valió que le dio i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>rse en el chapeo...,<br />

que las intenciones bien se las conocí... ¡eran <strong>de</strong> metérseme por la boca, con perdón <strong>de</strong> las barbas<br />

honradas!<br />

Aunque se armó gran algazara, la mo<strong>de</strong>ró algún tanto el cura <strong>de</strong> Boán recordando las diversas<br />

ocasiones en que se oían contar casos análogos: culebras que se encontraban en los establos<br />

mamando <strong>de</strong>l pezón <strong>de</strong> las vacas, otras que se <strong>de</strong>slizaban en la cuna <strong>de</strong> los niños para beberles la<br />

leche en el estómago...<br />

Asistía Julián a la velada, entretenido y contento, porque la alegría y el humor <strong>de</strong> los cazadores le<br />

disipaba las i<strong>de</strong>as congojosas <strong>de</strong> algunos días atrás, el miedo a la Sabia, a Primitivo, a los Pazos,<br />

los lúgubres presentimientos acrecentados por la comunicación <strong>de</strong> los terrores nerviosos <strong>de</strong><br />

Nucha. Don Eugenio, viéndole animado, le porfiaba para que fuese a hacerles una visita al<br />

caza<strong>de</strong>ro; negábase Julián, pretextando la necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir misa, <strong>de</strong> rezar las horas canónicas:<br />

en realidad, era que no quería <strong>de</strong>jar enteramente sola a la señorita. Al cabo, tanto insistió don<br />

Eugenio, que hubo <strong>de</strong> prometer, aplazando para el último día.<br />

- No ha <strong>de</strong> haber nada <strong>de</strong> eso - exclamó el bullicioso párroco -. Mañana por la mañanita nos lo<br />

llevamos con nosotros... Se vuelve <strong>de</strong> allá pasado mañana temprano.<br />

Toda resistencia hubiera sido inútil, y más en tal momento, cuando la jarana crecía y el vino<br />

menguaba en los jarros. Julián sabía que aquella gente maleante y retozona era capaz <strong>de</strong> llevarlo<br />

por fuerza, si se negaba a ir <strong>de</strong> grado.<br />

- XXII -<br />

Tuvo, pues, que salir al romper el alba, dando diente con diente, caballero en la mansa pollinita,<br />

y siendo blanco <strong>de</strong> las bromas <strong>de</strong> los cazadores, porque iba vestido <strong>de</strong> modo asaz impropio para<br />

la ocasión, sin zamarra, ni polainas <strong>de</strong> cuero, ni sombrerazo, ni armas ofensivas o <strong>de</strong>fensivas <strong>de</strong><br />

ninguna especie. El día asomaba <strong>de</strong>spejado y magnífico: en las hierbas resplan<strong>de</strong>cían las<br />

cristalizaciones <strong>de</strong> la escarcha; la tierra se estremecía <strong>de</strong> frío y humeaba levemente a la primera<br />

caricia <strong>de</strong>l sol; el paso animado y gimnástico <strong>de</strong> los cazadores resonaba militarmente sobre el<br />

terreno endurecido por la helada.<br />

Des<strong>de</strong> el caza<strong>de</strong>ro, adon<strong>de</strong> llegaron a cosa <strong>de</strong> las nueve, <strong>de</strong>sparramáronse por el monte. Julián,<br />

no sabiendo qué hacer <strong>de</strong> su persona, quedóse pegado a don Eugenio, y le vio realizar dos<br />

proezas cinegéticas y meter en el morral dos pollitos <strong>de</strong> perdiz, tibios aún <strong>de</strong> la recién arrancada<br />

vida. Es <strong>de</strong> advertir que don Eugenio no gozaba fama <strong>de</strong> diestro tirador, por lo cual, al reunirse<br />

los cazadores a mediodía para comer en un repuesto encinar, el párroco <strong>de</strong> Naya invocó el<br />

testimonio <strong>de</strong> Julián para que asegurase que se las había visto tirar al vuelo.<br />

-¿Y qué es tirar al vuelo, don Julián? - le preguntaron todos.<br />

Como el capellán se quedó parado al hacerle tan insidiosa pregunta, ocurrióseles a los cazadores<br />

que sería cosa muy divertida darle a Julián una escopeta y un perro y que intentase cazar algo.<br />

Quieras que no quieras, fue preciso conformarse. Se le <strong>de</strong>stinó el Chonito, perdiguero<br />

infatigable, recastado, <strong>de</strong> hocico partido, el más ardiente y seguro <strong>de</strong> cuantos canes iban allí.<br />

85


- En cuanto vea que el perro se para - explicábale don Eugenio al novel cazador, que apenas<br />

sabía por dón<strong>de</strong> coger el arma mortífera -, se prepara usted y le anima para que entre..., y al salir<br />

las perdices, les apunta y hace fuego cuando se tiendan... Si es la cosa más fácil <strong>de</strong>l mundo...<br />

Chonito caminaba con la nariz pegada al suelo, sus ijares se estremecían <strong>de</strong> impaciencia, <strong>de</strong><br />

cuando en cuando se volvía para cerciorarse <strong>de</strong> que le acompañaba el cazador. De pronto tomó el<br />

trote hacia un matorral <strong>de</strong> urces, y repentinamente se quedó parado, en actitud escultural, tenso e<br />

inmóvil como si lo hubiesen fundido en bronce para colocar en un zócalo.<br />

-¡Ahora! - exclamó el <strong>de</strong> Naya -. Eh, Julián, mán<strong>de</strong>le que entre...<br />

- Entra, Chonito, entra - murmuró lánguidamente el capellán.<br />

El perro, sorprendido por el tono suave <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n, vaciló; por fin se lanzó entre las urces, y al<br />

punto mismo se oyó un revoloteo, y el bando salió en todas direcciones.<br />

-¡Ahora, con<strong>de</strong>nado, ahora! ¡Ese tiro! - gritó don Eugenio.<br />

Julián apretó el gatillo... Las aves volaron raudamente y se perdieron <strong>de</strong> vista en un segundo.<br />

Chonito, confuso, miraba al que había disparado, a la escopeta y al suelo: el hidalgo animal<br />

parecía preguntar con los ojos dón<strong>de</strong> se encontraba la perdiz herida, para portarla.<br />

Media hora <strong>de</strong>spués se repitió la escena, y el <strong>de</strong>sengaño <strong>de</strong> Chonito. Ni fue el último, porque más<br />

a<strong>de</strong>lante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía<br />

tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo<br />

fuego Julián. El perdiguero ladraba <strong>de</strong> entusiasmo y <strong>de</strong> gozo... Mas ninguna perdiz cayó.<br />

Entonces Chonito, clavando en el capellán una mirada casi humana, llena <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio, volvió<br />

grupas y se alejó corriendo a todo correr, sin dignarse oír las imperativas voces con que lo<br />

llamaban...<br />

No hay cómo encarecer lo que se celebró este rasgo <strong>de</strong> inteligencia a la hora <strong>de</strong> la cena. Se hizo<br />

chacota <strong>de</strong> Julián, y, en penitencia <strong>de</strong> su torpeza, se le con<strong>de</strong>nó a asistir inmediatamente, cansado<br />

y todo, a la espera <strong>de</strong> las liebres.<br />

La luna <strong>de</strong> aquella noche <strong>de</strong> diciembre semejaba disco <strong>de</strong> plata bruñida colgado <strong>de</strong> una cúpula <strong>de</strong><br />

cristal azul oscuro; el cielo se ensanchaba y se elevaba por virtud <strong>de</strong> la serenidad y transparencia<br />

casi boreales <strong>de</strong> la atmósfera.<br />

Caía helada, y en el aire parecía que se cruzaban millares <strong>de</strong> finísimas agujas, que apretaban las<br />

carnes y reconcentraban el calor vital en el corazón. Pero para la liebre, vestida con su abrigado<br />

manto <strong>de</strong> suave y tupido pelo, era noche <strong>de</strong> festín, noche <strong>de</strong> pacer los tiernos retoños <strong>de</strong> los<br />

pinos, la fresca hierba impregnada <strong>de</strong> rocío, las aromáticas plantas <strong>de</strong> la selva; y noche también<br />

<strong>de</strong> amor, noche <strong>de</strong> seguir a la tímida doncella <strong>de</strong> luengas orejas y breve rabo, sorpren<strong>de</strong>rla,<br />

conmoverla y arrastrarla a las sombrías profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l pinar...<br />

Tras <strong>de</strong> los pinos y matorrales se emboscaban en noches así los cazadores. Tendidos boca abajo,<br />

cubierto con un papel el cañón <strong>de</strong> la carabina a fin <strong>de</strong> que el olor <strong>de</strong> la pólvora no llegue a los<br />

finos órganos olfativos <strong>de</strong> la liebre, aplican el oído al suelo, y así se pasan a veces horas enteras.<br />

Sobre el piso endurecido por el hielo resuena claramente el trotecillo irregular <strong>de</strong> la caza;<br />

entonces el cazador se estremece, se en<strong>de</strong>reza, afianza en tierra la rodilla, apoya la escopeta en el<br />

hombro <strong>de</strong>recho, inclina el rostro y palpa nerviosamente el gatillo antes <strong>de</strong> apretarlo. A la<br />

claridad lunar divisa por fin un monstruo <strong>de</strong> fantástico aspecto, pegando brincos prodigiosos,<br />

apareciendo y <strong>de</strong>sapareciendo como una visión: la alternativa <strong>de</strong> la oscuridad <strong>de</strong> los árboles y <strong>de</strong><br />

los rayos espectrales y oblicuos <strong>de</strong> la luna hace parecer enorme a la inofensiva liebre, agiganta<br />

sus orejas, presta a sus saltos algo <strong>de</strong> funambulesco y temeroso, a sus rápidos movimientos una<br />

velocidad que <strong>de</strong>slumbra. Pero el cazador, con el <strong>de</strong>do ya en el gatillo, se contiene y no dispara.<br />

Sabe que el fantasma que acaba <strong>de</strong> cruzar al alcance <strong>de</strong> sus perdigones es la hembra, la Dulcinea<br />

perseguida y recuestada por innumerables galanes en la época <strong>de</strong>l celo, a quien el pudor obliga a<br />

ocultarse <strong>de</strong> día en su gazapera, que sale <strong>de</strong> noche, hambrienta y cansada, a <strong>de</strong>scabezar cogollos<br />

<strong>de</strong> pino, y tras <strong>de</strong> la cual, <strong>de</strong>salados y hechos almíbar, corren por lo menos tres o cuatro machos,<br />

<strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> románticas aventuras. Y si se <strong>de</strong>ja pasar <strong>de</strong>lante a la dama, ninguno <strong>de</strong> los nocturnos<br />

86


ondadores se <strong>de</strong>tendrá en su carrera loca, aunque oiga el tiro que corta la vida <strong>de</strong> su rival,<br />

aunque tropiece en el camino su ensangrentado cadáver, aunque el tufo <strong>de</strong> la pólvora le diga:<br />

«¡Al final <strong>de</strong> tu idilio está la muerte!»<br />

No, no se pararán. Acaso el instinto <strong>de</strong> cobardía propio <strong>de</strong> su raza les moverá a agazaparse<br />

breves minutos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un arbusto o <strong>de</strong> una peña; pero al primer imperceptible efluvio amoroso<br />

que les traiga la cortante brisa; al primer hálito <strong>de</strong> la hembra que se <strong>de</strong>staque <strong>de</strong>l olor <strong>de</strong> la resina<br />

exhalado por los pinares, los fogosos perseguidores se lanzarán <strong>de</strong> nuevo y con más brío, ciegos<br />

<strong>de</strong> amor, convulsos <strong>de</strong> <strong>de</strong>seo, y el cazador que los acecha los irá tendiendo uno por uno a sus<br />

pies, sobre la hierba en que soñaron tener lecho nupcial.<br />

- XXIII -<br />

En el corazón <strong>de</strong> la tierna here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los <strong>Ulloa</strong>s tenía el capellán, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algún tiempo, un<br />

rival completamente feliz y victorioso: Perucho.<br />

Le bastó presentarse para triunfar. Entró un día en la punta <strong>de</strong> los pies, y sin ser sentido fue<br />

arrimándose a la cuna. Nucha le ofrecía <strong>de</strong> vez en cuando golosinas y cal<strong>de</strong>rilla, y el rapaz, como<br />

suele suce<strong>de</strong>r a las fieras domesticadas, contrajo excesiva familiaridad y apego, y costaba trabajo<br />

echarle <strong>de</strong> allí, encontrándosele por todas partes, don<strong>de</strong> menos se pensaba, a manera <strong>de</strong> gatito<br />

pequeño viciado en el mimo y la compañía.<br />

Muchísimo le llamó la atención la chiquitina al pronto. Ni los pollos nuevos cuando rompían el<br />

cascarón, ni los cachorros <strong>de</strong> la Linda, ni los recentales <strong>de</strong> la vaca, consiguieron nunca fijar así<br />

las miradas atónitas <strong>de</strong> Perucho. No podía él darse cuenta <strong>de</strong> cómo ni por dón<strong>de</strong> había venido tan<br />

gran novedad; sobre este tema, se perdía en reflexiones. Rondaba la cuna incesantemente,<br />

poniéndose en riesgo notorio <strong>de</strong> recibir algún pescozón <strong>de</strong>l ama, y, como no le expulsasen, se<br />

estaba buena pieza con el <strong>de</strong>dito en la boca, absorto y embelesado, más parecido que nunca a los<br />

amorcillos <strong>de</strong> los jardines que dicen con su actitud: «Silencio.» Jamás se le había visto quieto<br />

tantas horas seguidas. Así que la niña empezó a tener asomos <strong>de</strong> conciencia <strong>de</strong> la vida exterior,<br />

dio claras muestras <strong>de</strong> que si ella le interesaba a Perucho, no le importaba menos Perucho a ella.<br />

Ambos personajes reconocieron en seguida su mutua importancia, y a este reconocimiento<br />

siguieron evi<strong>de</strong>ntes señales <strong>de</strong> concordia y regocijo. Apenas veía la chiquilla a Perucho, brillaban<br />

sus ojuelos, y <strong>de</strong> su boca entreabierta salía, unido a la cristalina y caliente baba <strong>de</strong> la <strong>de</strong>ntición,<br />

un amorosísimo gorjeo. Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la or<strong>de</strong>n,<br />

acercaba la cabeza cerrando los párpados; entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su<br />

sabor <strong>de</strong>l pelo ensortijado, metiendo los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> punta por boca, orejas y nariz, todo<br />

acompañado <strong>de</strong>l mismo gorjeo, y entreverado con chillidos <strong>de</strong> alegría cuando, por ejemplo,<br />

acertaba con el agujero <strong>de</strong> la oreja.<br />

Pasados los dos o tres primeros meses <strong>de</strong> lactancia, el genio <strong>de</strong> los niños se agria, y sus llantos y<br />

rabietas son frecuentes, porque empiezan los fenómenos precursores <strong>de</strong> la <strong>de</strong>ntición a<br />

molestarles. Cuando tal sucedía a su niña, Nucha solía emplear con buen resultado el talismán <strong>de</strong><br />

la presencia <strong>de</strong> Perucho. Un día que el berrenchín no cesaba, fue preciso acudir a expedientes<br />

más heroicos: sentar a Perucho en una silleta baja y ponerle en brazos a la chiquitina. Él se<br />

estaba quieto, inmóvil, con los ojos muy abiertos y fijos, sin osar respirar, tan hermoso, que<br />

daban ganas <strong>de</strong> comérselo. La chiquita, sin transición, había pasado <strong>de</strong> la furia a la bonanza, y<br />

reía abriendo un palmo <strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada boca; reía con los labios, con el mirar, con los pies<br />

bailarines, que <strong>de</strong>scargaban pataditas menudas en el muslo <strong>de</strong> Perucho. No se atrevía el rapaz ni<br />

a volver la cabeza, <strong>de</strong> puro encantado.<br />

A medida que la chiquilla atendía más, Perucho se ingeniaba en traerle juguetes inventados por<br />

él, que la divertían infinito. No se sabe lo que aquel galopín discurría para encontrar a cada paso<br />

cosas nuevas, ya fuesen flores, ya pajaritos vivos, ya ballestas <strong>de</strong> caña, ya todo género <strong>de</strong><br />

87


porquerías, que era lo que más entusiasmaba a la pequeña. Presentábase a lo mejor con una rana<br />

atada por una pata, perneando en grotescas contorsiones, o llegaba ufanísimo con un ratón<br />

acabadito <strong>de</strong> nacer, tan chico y asustado, que daba lástima. Tenía aquel cachidiablo la<br />

especialidad <strong>de</strong> los juguetes animados. En su pucho roto y agujereado almacenaba lagartijas,<br />

mariposas y mariquitas <strong>de</strong> Dios; en sus bolsillos y seno, nidos, frutos y gusanos. La señorita le<br />

tiraba bondadosamente <strong>de</strong> las orejas.<br />

- Como vuelvas a traer aquí tales ascos..., verás, verás. Te he <strong>de</strong> colgar <strong>de</strong> la chimenea como a<br />

los chorizos, para que te ahumes.<br />

Julián transigía con estas intimida<strong>de</strong>s, mientras no sorprendió el secreto <strong>de</strong> otras harto menos<br />

inocentes. Des<strong>de</strong> que madrugando había visto a Sabel salir <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> don Pedro, dábale un<br />

vuelco la sangre cada vez que tropezaba al chiquillo y notaba el afecto con que lo trataba Nucha<br />

a veces.<br />

Cierto día entró el capellán en la habitación <strong>de</strong> la señorita y encontró un inesperado espectáculo.<br />

En el centro <strong>de</strong> la cámara humeaba un colosal barreñón <strong>de</strong> loza, lleno <strong>de</strong> agua templada, y<br />

estrechamente abrazados y en cueros, el chiquillo sosteniendo en brazos a la niña, estaban<br />

Perucho y la here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> en el baño. Nucha, en cuclillas, vigilaba el grupo.<br />

- No hubo otro medio <strong>de</strong> reducirla a bañarse - exclamó al advertir la admiración <strong>de</strong> Julián -; y<br />

como don Máximo dice que el baño le conviene...<br />

- No me pasmo yo <strong>de</strong> ella - respondió el capellán -, sino <strong>de</strong> él, que le teme más al agua que al<br />

fuego.<br />

- A trueque <strong>de</strong> estar con la nena - replicó Nucha -, se <strong>de</strong>ja él bañar aunque sea en pez hirviendo.<br />

Ahí los tiene usted en sus glorias. ¿No parecen un par <strong>de</strong> hermanitos?<br />

Al pronunciar sin intención la frase, Nucha, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el suelo, alzaba la mirada hacia Julián. La<br />

<strong>de</strong>scomposición <strong>de</strong> la cara <strong>de</strong> éste fue tan instantánea, tan reveladora, tan elocuente, tan<br />

profunda, que la señora <strong>de</strong> Moscoso, apoyándose en una mano, se irguió <strong>de</strong> pronto, quedándose<br />

en pie frente a él. En aquel rostro consumido por la larga enfermedad, y bajo cuya piel fina se<br />

traslucía la ramificación venosa; en aquellos ojos vagos, <strong>de</strong> ancha pupila y córnea húmeda,<br />

cercados <strong>de</strong> azulada ojera, vio Julián encen<strong>de</strong>rse y fulgurar tras las negras pestañas una luz<br />

horrible, don<strong>de</strong> ardían la certeza, el asombro y el espanto. Calló. No tuvo ánimos para pronunciar<br />

una sola frase, ni disimulo para componer sus facciones alteradas.<br />

La niña, en el tibio bienestar <strong>de</strong>l baño, sonreía, y Perucho, sosteniéndola por los sobacos,<br />

hablándola con tierna algarabía <strong>de</strong> diminutivos cariñosos, la columpiaba en el líquido<br />

transparente, le abría los muslos para que recibiese en todas partes la frescura <strong>de</strong>l agua, imitando<br />

con religioso esmero lo que había visto practicar a Nucha. Ocurría la escena en un salón <strong>de</strong> los<br />

más chicos <strong>de</strong> la casa, dividido en dos por <strong>de</strong>scomunal y maltratadísimo biombo <strong>de</strong>l siglo<br />

pasado, pintado harto fantásticamente con paisajes inverosímiles: árboles picudos en fila que<br />

parecían lechugas, montañas semejantes a quesos <strong>de</strong> San Simón, nubarrones <strong>de</strong> hechura <strong>de</strong><br />

panecillos, y casas con techo colorado, dos ventanas y una puerta, siempre <strong>de</strong> frente al<br />

espectador. Ocultaba el biombo la cama <strong>de</strong> Nucha, <strong>de</strong> copete dorado y columnas salomónicas, y<br />

la cunita <strong>de</strong> la niña. Inmóvil por espacio <strong>de</strong> algunos segundos, la señorita recobró <strong>de</strong> improviso<br />

la acción. Se inclinó hacia el barreño y arrancó <strong>de</strong> golpe a su hija <strong>de</strong> brazos <strong>de</strong> Perucho.<br />

La criatura, sorprendida y asustada por el brusco movimiento, interrumpida en su diversión,<br />

rompió en llanto <strong>de</strong>sconsolado y repentino; y su madre, sin hacerle caso, entró corriendo tras el<br />

biombo, la echó en la cuna, y medio la arropó, volviendo a salir inmediatamente. Aún<br />

permanecía Perucho en el agua, asaz asombrado; la señorita le asió <strong>de</strong> los hombros, <strong>de</strong>l pelo, <strong>de</strong><br />

todas partes, y empujándole cruelmente, <strong>de</strong>snudo como estaba, le persiguió por el salón hasta<br />

expulsarle a empellones.<br />

-¡Largo <strong>de</strong> aquí! - <strong>de</strong>cía más pálida que nunca y con los ojos llameantes -. ¡Que no te vea yo<br />

entrar!... Como vuelvas te azoto, ¿entien<strong>de</strong>s?, ¡te azoto!<br />

88


Pasó tras el biombo otra vez, y Julián la siguió aturdido, sin saber lo que le sucedía. Con la<br />

cabeza baja, los labios temblones, la señora <strong>de</strong> Moscoso arreglaba, sin disimular el <strong>de</strong>satiento <strong>de</strong><br />

las manos, los pañales <strong>de</strong> su hija, cuyo llorar tenía ya inflexiones <strong>de</strong> pena como <strong>de</strong> persona<br />

mayor.<br />

- Llame usted al ama - or<strong>de</strong>nó secamente Nucha.<br />

Corrió Julián a obe<strong>de</strong>cer. A la puerta <strong>de</strong>l salón le cerraba el paso una cosa tendida en el suelo;<br />

alzó el pie; era Perucho, en cueros, acurrucado. No se le oía el llanto: veíase únicamente el brillo<br />

<strong>de</strong> los gruesos lagrimones, y el vaivén <strong>de</strong>l acongojado pecho. Compa<strong>de</strong>cido el capellán, levantó a<br />

la criatura. Sus carnes, mojadas aún, estaban amoratadas y yertas.<br />

- Ven por tu ropa - le dijo -. Llévala a tu madre para que te vista. Calla.<br />

Insensible como un espartano al mal físico, Perucho sólo pensaba en la injusticia cometida con<br />

él.<br />

- No hacía mal... - balbució, ahogándose -. No-ha-cí-a-mal... ningu... no...<br />

Volvió Julián con el ama, pero la criatura tardó bastante en consolarse al pecho. Ponía la boquita<br />

en el pezón, y <strong>de</strong> repente torcía la cara, hacía pucheros, iniciaba un llanto quejumbroso. Nucha,<br />

con andar automático, salió <strong>de</strong>l retrete formado por el biombo y se acercó a la ventana, haciendo<br />

seña a Julián <strong>de</strong> que la siguiese. Y, <strong>de</strong>mudados ambos, se contemplaron algunos minutos<br />

silenciosamente, ella preguntando con imperiosa ojeada, él resuelto ya a engañar, a mentir. Hay<br />

problemas que sólo lo son planteados a sangre fría; en momentos <strong>de</strong> apuro, los resuelve el<br />

instinto con seguridad maravillosa. Julián estaba <strong>de</strong>terminado a faltar a la verdad sin escrúpulos.<br />

Al cabo Nucha pronunció con sordo acento:<br />

- No crea que es la primera vez que se me ocurre que ese... chiquillo es... hijo <strong>de</strong> mi marido. Lo<br />

he pensado ya; sólo que fue como un relámpago, <strong>de</strong> esas cosas que <strong>de</strong>secha uno apenas las<br />

concibe. Ahora ya... ya estamos en otro caso. Sólo con ver su cara <strong>de</strong> usted...<br />

-¡Jesús!, ¡señorita Marcelina! ¿Qué tiene que ver mi cara?... No se acalore, le ruego que no se<br />

acalore... ¡Por fuerza esto es cosa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio! ¡Jesús mil veces!<br />

- No, no me acaloro - exclamó ella, respirando fuerte y pasándose por la frente la palma<br />

extendida.<br />

-¡Válgame Dios! Señorita, a usted le va mal. Se le ha vuelto un color... Estoy viendo que le da el<br />

ataque. ¿Quiere la cucharadita?<br />

- No, no y no; esto no es nada: un poco <strong>de</strong> ahogo en la garganta. Esto lo... noto muchas veces; es<br />

como una bola que se me forma allí... Al mismo tiempo parece que me barrenan la sien... Al<br />

caso, al caso. Decláreme usted lo que sabe. No calle nada.<br />

- Señorita... - Julián resolvió entonces, en su interior, apelar a eso que llaman subterfugio<br />

jesuítico, y no es sino natural recurso <strong>de</strong> cuantos, <strong>de</strong>testando la mentira, se ven compelidos a<br />

temer la verdad -. Señorita... Reniego <strong>de</strong> mi cara. ¡Lo que se le ha ido a ocurrir! Yo no pensaba<br />

en semejante cosa. No, señora, no.<br />

La esposa hincó más sus ojos en los <strong>de</strong>l capellán e hizo dos o tres interrogaciones concretas,<br />

terminantes. Aquí <strong>de</strong>l jesuitismo, mejor dicho, <strong>de</strong> la verdad cogida por don<strong>de</strong> no pincha ni corta.<br />

- Me pue<strong>de</strong> creer; ya ve que no había <strong>de</strong> tener gusto en <strong>de</strong>cir una cosa por otra: no sé <strong>de</strong> quién es<br />

el chiquillo. Nadie lo sabe <strong>de</strong> cierto. Parece natural que sea <strong>de</strong>l querido <strong>de</strong> la muchacha.<br />

-¿Usted está seguro <strong>de</strong> que tiene... querido?<br />

- Como <strong>de</strong> que ahora es <strong>de</strong> día.<br />

-¿Y <strong>de</strong> que el querido es un mozo al<strong>de</strong>ano?<br />

- Sí señora: un rapaz guapo por cierto; el que toca la gaita en las fiestas <strong>de</strong> Naya y en todas<br />

partes. Le he visto venir aquí mil veces, el año pasado, y... andaban juntos. Es más: me consta<br />

que trataban <strong>de</strong> sacar los papeles para casarse. Sí señora: me consta. Ya ve usted que...<br />

Nucha respiró <strong>de</strong> nuevo, llevándose la diestra a la garganta, que sin duda le oprimía el consabido<br />

ahogo. Sus facciones se serenaron un tanto, sin recobrar su habitual compostura y apacibilidad<br />

encantadora: persistía la arruga en el entrecejo, el extravío en el mirar.<br />

89


-¡Mi niña... - articuló en voz baja -, mi niña abrazada con él! Aunque usted diga y jure y<br />

perjure... Julián, esto hay que remediarlo. ¿Cómo voy a vivir <strong>de</strong> esta manera? ¡Ya me <strong>de</strong>bía usted<br />

avisar antes! Si el chiquillo y la mujer no salen <strong>de</strong> aquí, yo me volveré loca. Estoy enferma; estas<br />

cosas me hacen daño..., daño.<br />

Sonrió con amargura y añadió:<br />

- Tengo poca suerte... No he hecho mal a nadie, me he casado a gusto <strong>de</strong> papá, y mire usted<br />

¡cómo se me arreglan las cosas!<br />

- Señorita...<br />

- No me engañe usted también recalcó el también. Usted se ha criado en mi casa, Julián, y para<br />

mí es usted como <strong>de</strong> la familia. Aquí no cuento con otro amigo. Aconséjeme.<br />

- Señorita - exclamó el capellán con fuego -, quisiera librarla <strong>de</strong> todos los disgustos que pueda<br />

tener en el mundo, aunque me costase sangre <strong>de</strong> las venas.<br />

- O esa mujer se casa y se va - pronunció Nucha -, o...<br />

Interrumpió aquí la frase. Hay momentos críticos en que la mente acaricia dos o tres soluciones<br />

violentísimas, extremas, y la lengua, más cobar<strong>de</strong>, no se atreve a formularlas.<br />

- Pero, señorita Marcelina, no se mate así - porfió Julián -. Son figuraciones, señorita,<br />

figuraciones.<br />

Ella le tomó las manos entre las suyas, que ardían.<br />

- Dígale usted a mi marido que la eche, Julián. ¡Por amor <strong>de</strong> Dios y su madre santísima!<br />

El contacto <strong>de</strong> aquellas palmas febriles, la súplica, turbaron al capellán <strong>de</strong> un modo inexplicable,<br />

y sin reflexionar exclamó:<br />

-¡Tantas veces se lo he dicho!<br />

-¡Ve usted! - repuso ella, sacudiendo la cabeza y cruzando las manos.<br />

Enmu<strong>de</strong>cieron. En la campiña se oía el ronco graznido <strong>de</strong> los cuervos; tras el biombo, la niña<br />

lloriqueaba, inconsolable. Nucha se estremeció dos o tres veces. Por último articuló dando con<br />

los nudillos en los vidrios <strong>de</strong> la ventana:<br />

- Entonces seré yo...<br />

El capellán murmuró como si rezase:<br />

- Señorita... Por Dios... No se revuelva la cabeza... Déjese <strong>de</strong> eso...<br />

La señora <strong>de</strong> Moscoso cerró los ojos y apoyó la faz en los vidrios <strong>de</strong> la ventana. Procuraba<br />

contenerse: la energía y serenidad <strong>de</strong> su carácter querían salir a flote en tan <strong>de</strong>shecha tempestad.<br />

Pero agitaba sus hombros un temblor, que <strong>de</strong>lataba la tiranía <strong>de</strong>l sistema nervioso sobre su<br />

<strong>de</strong>bilitado organismo. El temblor, por fin, fue disminuyendo y cesando... Nucha se volvió, con<br />

los ojos secos y los nervios domados ya.<br />

- XXIV -<br />

Poco <strong>de</strong>spués sufrió una metamorfosis el vivir entumecido y soñoliento <strong>de</strong> los Pazos. Entró allí<br />

cierta hechicera más po<strong>de</strong>rosa que la señora María la Sabia: la política, si tal nombre merece el<br />

enredijo <strong>de</strong> intrigas y miserias que en las al<strong>de</strong>as lo recibe. Por todas partes cubre el manto <strong>de</strong> la<br />

política intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas; pero, al menos, en las capitales<br />

populosas, la superficie, el aspecto, y a veces los empeños <strong>de</strong> la lid, presentan carácter <strong>de</strong><br />

grandiosidad. Ennoblece la lucha la magnitud <strong>de</strong>l palenque; ascien<strong>de</strong> a ambición la codicia, y el<br />

fin material se sacrifica, en ocasiones, al fin i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> la victoria por la victoria. En el campo, ni<br />

aun por hipocresía o histrionismo se aparenta el menor propósito elevado y general. Las i<strong>de</strong>as no<br />

entran en juego, sino solamente las personas, y en el terreno más mezquino: rencores, odios,<br />

rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica. Un combate naval en una charca.<br />

Forzoso es reconocer, no obstante, que en la época <strong>de</strong> la revolución, la exaltación política, la fe<br />

en las teorías llevada al fanatismo, lograba infiltrarse doquiera, saneando con ráfagas <strong>de</strong> huracán<br />

90


el mefítico ambiente <strong>de</strong> las intrigas cuotidianas en las al<strong>de</strong>as. Vivía entonces España pendiente<br />

<strong>de</strong> una discusión <strong>de</strong> Cortes, <strong>de</strong> un grito que se daba aquí o acullá, en los talleres <strong>de</strong> un arsenal o<br />

en los vericuetos <strong>de</strong> una montaña; y cada quince días o cada mes, se agitaban, se <strong>de</strong>batían, se<br />

querían resolver <strong>de</strong>finitivamente cuestiones hondas, problemas que el legislador, el estadista y el<br />

sociólogo necesitan madurar lentamente, meditar quizás años enteros antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>scifrarlos, y que<br />

una multitud en revolución <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> en pocas horas, mediante una acalorada discusión<br />

parlamentaria, o una manifestación clamorosa y callejera. Entre el almuerzo y la comida se<br />

reformaba, se innovaba una sociedad; fumando un cigarro se <strong>de</strong>scubrían nuevos principios, y en<br />

el fondo <strong>de</strong> la vorágine batallaban las dos gran<strong>de</strong>s soluciones <strong>de</strong> raza, ambas fuertes porque se<br />

apoyaban en algo secular, lentamente sazonado al calor <strong>de</strong> la historia: la monarquía absoluta y la<br />

constitucional, por entonces disfrazada <strong>de</strong> monarquía <strong>de</strong>mocrática.<br />

La conmoción <strong>de</strong>l choque llegaba a todos lados, sin exceptuar las fieras montañas que cercaban a<br />

los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. También allí se politiqueaba. En las tabernas <strong>de</strong> Cebre, el día <strong>de</strong> la feria, se<br />

oía hablar <strong>de</strong> libertad <strong>de</strong> cultos, <strong>de</strong> <strong>de</strong>rechos individuales, <strong>de</strong> abolición <strong>de</strong> quintas, <strong>de</strong> fe<strong>de</strong>ración,<br />

<strong>de</strong> plebiscito - pronunciación no garantizada, por supuesto -. <strong>Los</strong> curas, al terminar las funciones,<br />

entierros y misas solemnes, se <strong>de</strong>moraban en el atrio, discutiendo con calor algunos síntomas<br />

recientes y elocuentísimos, la primer salida <strong>de</strong> aquellos famosos cuatro sacristanes, y otras<br />

menu<strong>de</strong>ncias. El señorito <strong>de</strong> Limioso, tradicionalista inveterado, como su padre y abuelo, había<br />

hecho dos o tres misteriosas excursiones hacia la parte <strong>de</strong>l Miño, cruzando la frontera <strong>de</strong><br />

Portugal, y susurrábase que celebraba entrevistas en Tuy con ciertos pájaros; afirmábase también<br />

que las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong> estaban ocupadísimas construyendo cartucheras y no sé qué más<br />

arreos bélicos, y a cada paso recibían secretos avisos <strong>de</strong> que se iba a practicar un registro en su<br />

casa.<br />

Sin embargo, los entendidos y prácticos en la materia comprendían que cualquier intentona a<br />

mano armada en territorio gallego se quedaría en agua <strong>de</strong> cerrajas, y que por más rumores que<br />

corriesen acerca <strong>de</strong> armamentos y organización en Portugal, venidas <strong>de</strong> tropa, nombramientos <strong>de</strong><br />

oficialidad, etc., la verda<strong>de</strong>ra batalla que allí se librase no sería en los campos, sino en las urnas;<br />

no por eso más incruenta. Gobernaban a la sazón el país los dos formidables caciques, abogado<br />

el uno y secretario el otro <strong>de</strong>l ayuntamiento <strong>de</strong> Cebre; esta villita y su región comarcana<br />

temblaban bajo el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> entrambos. Antagonistas perpetuos, su lucha, como la <strong>de</strong> los<br />

dictadores romanos, no <strong>de</strong>bía terminarse sino con la pérdida y muerte <strong>de</strong>l uno. Escribir la crónica<br />

<strong>de</strong> sus hazañas, <strong>de</strong> sus venganzas, <strong>de</strong> sus manejos, fuera cuento <strong>de</strong> nunca acabar. Para que nadie<br />

piense que sus proezas eran cosa <strong>de</strong> risa, importa advertir que algunas <strong>de</strong> las cruces que<br />

encontraba el viajante por los sen<strong>de</strong>ros, algún techo carbonizado, algún hombre sepultado en<br />

presidio para toda su vida, podían dar razón <strong>de</strong> tan encarnizado antagonismo.<br />

Conviene saber que ninguno <strong>de</strong> los dos adversarios tenía i<strong>de</strong>as políticas, dándoseles un bledo <strong>de</strong><br />

cuanto entonces se <strong>de</strong>batía en España; mas, por necesidad estratégica, representaba y encarnaba<br />

cada cual una ten<strong>de</strong>ncia y un partido: Barbacana, mo<strong>de</strong>rado antes <strong>de</strong> la Revolución, se <strong>de</strong>claraba<br />

ahora carlista; Trampeta, unionista bajo O'Donnell, avanzaba hacia el último confín <strong>de</strong>l<br />

liberalismo vencedor.<br />

Barbacana era más grave, más autoritario, más obstinado e implacable en la venganza personal,<br />

más certero en asestar el golpe, más ávido e hipócrita, encubriendo mejor sus alevosas trazas<br />

para <strong>de</strong>smantecar al <strong>de</strong>sventurado colono; era a<strong>de</strong>más hombre que prefería servirse <strong>de</strong> medios<br />

legales y manejar el código, diciendo que no hay tan seguro modo <strong>de</strong> acabar con un enemigo<br />

como empapelarlo: si no guarnecían tantas cruces los caminos por culpa <strong>de</strong> Barbacana, las<br />

cárceles hediondas <strong>de</strong>l distrito antaño, y hogaño las murallas <strong>de</strong> Ceuta y Melilla, podían revelar<br />

hasta dón<strong>de</strong> se extendía su influencia. En cambio Trampeta, si justificando su apodo no<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaba los enredos jurídicos, solía proce<strong>de</strong>r con más precipitación y violencia que Barbacana,<br />

asegurando la retirada menos hábilmente; así es que su adversario le tuvo varias veces cogido<br />

entre puertas, y por punto no le aniquiló. Trampeta poseía en <strong>de</strong>squite gran fertilidad <strong>de</strong> ingenio,<br />

91


suma audacia, expedientes impensados con que salir <strong>de</strong> los más graves compromisos. Barbacana<br />

servía mejor para preparar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su habitación una emboscada, hurtando el cuerpo <strong>de</strong>spués;<br />

Trampeta, para ejecutarla en persona y con fortuna. La comarca aborrecía a entrambos, pero<br />

Barbacana inspiraba más terror por su genio sombrío. En aquella ocasión Trampeta, encargado<br />

<strong>de</strong> representar las i<strong>de</strong>as dominantes y oficiales, se creía seguro <strong>de</strong> la impunidad, aunque quemase<br />

a medio Cebre y apalease, encausase y embargase al otro medio. Barbacana, con la superioridad<br />

<strong>de</strong> su inteligencia, y aun <strong>de</strong> su instrucción, comprendía dos cosas: primera, que se había arrimado<br />

a pared más sólida, a gente que no <strong>de</strong>sampara a sus amigos; segunda, que cuando se le antojase<br />

pasarse con armas y bagajes al campo opuesto, conseguiría siempre hundir a Trampeta. Ya había<br />

tirado sus líneas para el caso próximo <strong>de</strong> la elección <strong>de</strong> diputados.<br />

Trampeta, con actividad vertiginosa, hacía la cama al candidato <strong>de</strong>l gobierno. Muy a menudo iba<br />

a la capital <strong>de</strong> provincia, a conferenciar con el gobernador. En tales ocasiones, el secretario,<br />

calculando que hombre prevenido vale por dos, ni olvidaba las pistolas, ni omitía hacerse<br />

escoltar por sus sei<strong>de</strong>s más resueltos, pues no ignoraba que Barbacana tenía a sus ór<strong>de</strong>nes mozos<br />

<strong>de</strong> pelo en pecho, verbigracia el temible Tuerto <strong>de</strong> Castrodorna. Cada viaje era una viña para el<br />

bueno <strong>de</strong>l secretario, y muy beneficioso para los suyos: poco a poco las hechuras <strong>de</strong> Barbacana<br />

iban cayendo, y estancos, alguacilatos, guardianía <strong>de</strong> la cárcel, peones camineros, toda la<br />

plantilla oficial <strong>de</strong> Cebre, quedando a gusto <strong>de</strong> Trampeta. Sólo no pudo meterle el diente al juez,<br />

protegido en altas regiones por un pariente <strong>de</strong> la señora jueza, persona <strong>de</strong> viso. Obtuvo también<br />

que se hiciese la vista gorda en muchas cosas, que se cerrasen los ojos en otras, y que respecto a<br />

algunas sobreviniese ceguera total; y con esto y con las faculta<strong>de</strong>s latas <strong>de</strong> que se hallaba<br />

investido, <strong>de</strong>claró, puesta la mano en el pecho, que respondía <strong>de</strong> la elección <strong>de</strong> Cebre.<br />

Durante este periodo, Barbacana se hacía el muerto, limitándose a apoyar débilmente, como por<br />

compromiso, al candidato propuesto por la Junta carlista orensana, y recomendado por el<br />

Arcipreste <strong>de</strong> Loiro y los curas más activos, como el <strong>de</strong> Boán, el <strong>de</strong> Naya, el <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Bien se<br />

<strong>de</strong>jaba compren<strong>de</strong>r que Barbacana no tenía fe en el éxito. El candidato era una excelente persona<br />

<strong>de</strong> Orense, instruido, consecuentísirno tradicionalista, pero sin arraigo en el país y con fama <strong>de</strong><br />

poca malicia política. Sus mismos correligionarios no estaban a bien con él, por conceptuarle<br />

más hombre <strong>de</strong> bufete que <strong>de</strong> acción e intriga.<br />

Así las cosas, empezó a notarse que Primitivo, el montero mayor <strong>de</strong> los Pazos, venía a Cebre<br />

muy a menudo; y como allí se repara todo, se observó también que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> las<br />

acostumbradas estaciones en las tabernas, Primitivo se pasaba largas horas en casa <strong>de</strong> Barbacana.<br />

Éste vivía casi bloqueado en su domicilio, porque Trampeta, envalentonado con la embriaguez<br />

<strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r, profería amenazas, asegurando que Barbacana recibiría su pago en una corredoira<br />

(camino hondo). No obstante, el abogado se arriesgó a salir en compañía <strong>de</strong> Primitivo, y viéronse<br />

ir y venir curas influyentes y caciques subalternos, muchos <strong>de</strong> los cuales fueron también a los<br />

Pazos: unos a comer, otros por la tar<strong>de</strong>. Y como no hay secreto bien guardado entre tres, y menos<br />

entre tres docenas, el país y el gobierno supieron pronto la gran noticia: el candidato <strong>de</strong> la Junta<br />

se retiraba <strong>de</strong> buen grado, y en su lugar Barbacana apoyaba, con el nombre <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pendiente, a<br />

don Pedro Moscoso, conocido por marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Des<strong>de</strong> que se enteró <strong>de</strong>l complot, Trampeta pareció atacado <strong>de</strong>l baile <strong>de</strong> San Vito. Menu<strong>de</strong>ó<br />

viajes a la capital: eran <strong>de</strong> oír sus explicaciones y comentarios en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l gobernador.<br />

- Todo lo arma - <strong>de</strong>cía él - ese cerdo cebado <strong>de</strong>l Arcipreste, unido al faccioso <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> Boán e<br />

instigando al usurero <strong>de</strong>l mayordomo <strong>de</strong> los Pazos, el cual a su vez mete en danza al malcriado<br />

<strong>de</strong>l señorito, que está enredado con su hija. ¡Vaya un candidato! - exclamaba frenético -, ¡vaya<br />

un candidato que los neos escogen! ¡Siquiera el otro era persona honrada! Y alzaba mucho la voz<br />

al llegar a esto <strong>de</strong> la honra<strong>de</strong>z.<br />

Viendo el gobernador que el cacique perdía absolutamente la sangre fría, comprendió que el<br />

negocio andaba mal parado, y le preguntó severamente:<br />

-¿No ha respondido usted <strong>de</strong> la elección, con cualquier candidato que se presentase?<br />

92


- Sí señor, sí señor... - repuso apresuradamente Trampeta -. Sino que considérese: ¿quién contaba<br />

con semejante cosa <strong>de</strong>l otro mundo?<br />

Atropellándose al hablar, <strong>de</strong> pura rabia y <strong>de</strong>specho, insistió en que nadie imaginaría que el<br />

marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, un señorito que sólo pensaba en cazar, se echase a político; que, a pesar <strong>de</strong> la<br />

gran influencia <strong>de</strong> la casa y <strong>de</strong> ejercer su nombre bastante prestigio entre los paisanos, la<br />

aristocracia montañesa y los curas, la tentativa importaría un comino si no la hubiese tomado <strong>de</strong><br />

su cuenta Barbacana y no le ayudase un po<strong>de</strong>roso cacique subalterno, que antes fluctuaba entre<br />

el partido <strong>de</strong> Barbacana y el <strong>de</strong> Trampeta, pero en esta ocasión se había <strong>de</strong>cidido, y era el mismo<br />

mayordomo <strong>de</strong> los Pazos, hombre resuelto y sutil como un zorro, que disponía <strong>de</strong> numerosos<br />

votos seguros, pues muchísima gente le <strong>de</strong>bía cuartos que tenía esquilmada la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> a<br />

cuyas expensas se enriquecía con disimulo y que este solemne bribón, al arrimo <strong>de</strong>l gran<br />

encausador Barbacana, se alzaría con el distrito, si no se llevaba el asunto a rajatabla y sin<br />

contemplaciones.<br />

Quien conozca poco o mucho el mecanismo electoral no dudará que el gobernador hizo jugar el<br />

telégrafo para que sin pérdida <strong>de</strong> tiempo, y por más influencias que se atravesasen, fuese<br />

removido el juez <strong>de</strong> Cebre y las pocas hechuras <strong>de</strong> Barbacana que en el distrito restaban ya.<br />

Deseaba el gobernador triunfar en Cebre sin apelar a recursos extraordinarios y arbitrarieda<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong> monta, pues sabía que, si no era probable que jamás se levantasen allí partidas, en cambio la<br />

sangre humana manchaba a menudo mesas y urnas electorales; pero la nueva combinación le<br />

obligaba a no reparar en medios y conferir al insigne Trampeta po<strong>de</strong>res ilimitados...<br />

Mientras el secretario se prevenía, el abogado no se dormía en las pajas. La aceptación <strong>de</strong>l<br />

señorito, al pronto, le había vuelto loco <strong>de</strong> contento. No tenía don Pedro i<strong>de</strong>as políticas, aun<br />

cuando se inclinaba al absolutismo, creyendo inocentemente que con él vendría el<br />

restablecimiento <strong>de</strong> cosas que lisonjeaban su orgullo <strong>de</strong> raza, como por ejemplo, los vínculos y<br />

mayorazgos; fuera <strong>de</strong> esto, inclinábase al escepticismo indiferente <strong>de</strong> los labriegos, y era incapaz<br />

<strong>de</strong> soñar, como el caballeresco hidalgo <strong>de</strong> Limioso, en la quijotada <strong>de</strong> entrar por la frontera <strong>de</strong>l<br />

Miño a la cabeza <strong>de</strong> doscientos hombres. Mas a falta <strong>de</strong> pasión política, le impulsó a aceptar la<br />

diputación su vanidad. Él era la primera persona <strong>de</strong>l país, la más importante, la <strong>de</strong> origen más<br />

ilustre: su familia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempo inmemorial, figuraba al frente <strong>de</strong> la nobleza comarcana; en esto<br />

hizo hincapié el Arcipreste <strong>de</strong> Loiro para convencerle <strong>de</strong> que le correspondía la representación<br />

<strong>de</strong>l distrito. Primitivo no <strong>de</strong>sarrolló mucha elocuencia para apoyar la <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong>l<br />

Arcipreste: limitóse a <strong>de</strong>cir, empleando un expresivo plural y cerrando el puño:<br />

- Tenemos al país así.<br />

Des<strong>de</strong> que corrió la noticia comenzó el señorito a sentirse halagado por la especie <strong>de</strong> pleitohomenaje<br />

que se presentaron a rendirle infinidad <strong>de</strong> personas, todo el señorío <strong>de</strong> los contornos, el<br />

clero casi unánime, y los muchos adictos y partidarios <strong>de</strong> Barbacana, capitaneados por este<br />

mismo. A don Pedro se le ensanchaba el pulmón. Bien entendía que Primitivo estaba entre<br />

bastidores; pero al fin y al cabo, el incensado era él. Mostró aquellos días gran cordialidad y<br />

humor excelente y campechano. Hizo caricias a su hija y or<strong>de</strong>nó se le pusiese un traje nuevo, con<br />

bordados, para que la viesen así las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong>, que se proponían no contribuir con<br />

menos <strong>de</strong> cien votos al triunfo <strong>de</strong>l representante <strong>de</strong> la aristocracia montañesa. Él también -<br />

porque los candidatos noveles tienen su época <strong>de</strong> cortejos en que rondan la diputación como se<br />

ronda a las muchachas, y se afeitan con esmero y tratan <strong>de</strong> lucir sus prendas físicas - cuidó algo<br />

más <strong>de</strong> su persona, lamentablemente <strong>de</strong>satendida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el regreso a los Pazos, y como estaba<br />

entonces en el apogeo <strong>de</strong> su belleza, más bien masculina que varonil, las muñidoras electorales<br />

se ufanaban <strong>de</strong> enviar tan guapo mozo al Congreso. Por entonces, la pasión política sacaba<br />

partido hasta <strong>de</strong> la estatura, <strong>de</strong>l color <strong>de</strong>l pelo, <strong>de</strong> la edad.<br />

Des<strong>de</strong> que empezó a hervir la olla, hubo en los Pazos mesa franca: se veía correr a Filomena y a<br />

Sabel por los salones a<strong>de</strong>lante, llevando y trayendo ban<strong>de</strong>jas con tostado jerez y bizcochos; oíase<br />

93


el retintín <strong>de</strong> las cucharillas en las tazas <strong>de</strong> café y el choque <strong>de</strong> los vasos. Abajo, en la cocina,<br />

Primitivo obsequiaba a sus gentes con vino <strong>de</strong>l Bor<strong>de</strong> y tarterones <strong>de</strong> bacalao, gran<strong>de</strong>s fuentes <strong>de</strong><br />

berzas y cerdo. A menudo se juntaban ambas mesas, la <strong>de</strong> abajo y la <strong>de</strong> arriba, y se discutía, y se<br />

reía y se contaban cuentos subidos <strong>de</strong> color, y se <strong>de</strong>spellejaba a azadonazos - porque no cabe<br />

nombrar el escalpelo - a Trampeta y a los <strong>de</strong> su bando, removiendo entre risotadas, cigarros e<br />

interjecciones, el inmenso <strong>de</strong>tritus <strong>de</strong> trampas mayores y menores en que <strong>de</strong>scansaba la fortuna<br />

<strong>de</strong>l secretario <strong>de</strong> Cebre.<br />

- De esta vez - <strong>de</strong>cía el cura <strong>de</strong> Boán, viejo terne y firme, que echaba fuego por los ojos y gozaba<br />

fama <strong>de</strong>l mejor cazador <strong>de</strong>l distrito <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Primitivo -, <strong>de</strong> esta vez los fastidiamos, quoniam!<br />

Nucha no asistía a las sesiones <strong>de</strong>l comité. Se presentaba únicamente cuando las visitas eran tales<br />

que lo requerían; atendía a suministrar las cosas indispensables para el perenne festín, pero huía<br />

<strong>de</strong> él. Tampoco Julián bajaba sino rara vez a las asambleas, y en ellas apenas <strong>de</strong>scosía los labios,<br />

mereciendo por esto que el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> se ratificase en su opinión <strong>de</strong> que los capellanes<br />

atildados no sirven para nada <strong>de</strong> provecho. No obstante, apenas averiguó el comité que Julián<br />

tenía bonita letra cursiva, y ortografía asaz correcta, se echó mano <strong>de</strong> él para misivas <strong>de</strong><br />

compromiso. A<strong>de</strong>más, le cayó otra ocupación.<br />

Sucedió que el Arcipreste <strong>de</strong> Loiro, que había conocido y tratado mucho a la señora doña<br />

Micaela, madre <strong>de</strong> don Pedro, quiso ver otra vez toda la casa, y también la capilla, don<strong>de</strong> algunas<br />

veces había dicho misa en vida <strong>de</strong> la difunta, que esté en gloria. Don Pedro se la mostró <strong>de</strong> mala<br />

gana, y el Arcipreste se escandalizó al entrar. Estaba la capilla casi a tejavana: la lluvia corría por<br />

el retablo abajo; las vestiduras <strong>de</strong> las imágenes parecían harapos; todo respiraba el mayor<br />

abandono, el frío y tristeza especial <strong>de</strong> las iglesias <strong>de</strong>scuidadas. Julián ya se encontraba cansado<br />

<strong>de</strong> soltar indirectas al marqués sobre el estado lastimoso <strong>de</strong> la capilla, sin obtener resultado<br />

alguno; mas el asombro y las lamentaciones <strong>de</strong>l Arcipreste arañaron en la vanidad <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>, y consi<strong>de</strong>ró que sería <strong>de</strong> buen efecto, en momentos tales, lavarle la cara, repararla un<br />

poco. Se retejó con bastante celeridad, y con la misma un pintor, pedido a Orense, pintó y doró el<br />

retablo y los altares laterales, <strong>de</strong> suerte que la capilla parecía otra, y don Pedro la enseñaba con<br />

orgullo a los curas, a los señoritos, a la caciquería barbacanesca. Sólo faltaba ya trajear<br />

<strong>de</strong>centemente a los santos y recoser ornatos y mantelillos. De esta faena se encargó Nucha, bajo<br />

la dirección <strong>de</strong> Julián. Con tal motivo, refugiados en la capilla solitaria, no llegaba hasta ellos el<br />

barullo <strong>de</strong>l club electoral. Entre el capellán y la señorita <strong>de</strong>snudaban a San Pedro, peinaban los<br />

rizos <strong>de</strong> la Purísima, ribeteaban el sayal <strong>de</strong> San Antón, fregoteaban la aureola <strong>de</strong>l Niño Jesús.<br />

Hasta la boeta <strong>de</strong> las ánimas <strong>de</strong>l Purgatorio fue cuidadosamente lavada y barnizada <strong>de</strong> nuevo, y<br />

las ánimas en pelota, larguiruchas, acongojadas, ro<strong>de</strong>adas <strong>de</strong> llamas <strong>de</strong> almazarrón, salieron a luz<br />

en toda su edificante fealdad. Era semejante ocupación dulcísima para Julián: corrían las horas<br />

sin sentir en el callado recinto, que olía a pintura fresca y a espadaña traída por Nucha para<br />

adornar los altares; mientras armaba en un tallo <strong>de</strong> alambre una hoja <strong>de</strong> papel plateado o pasaba<br />

un paño húmedo por el vidrio <strong>de</strong> una urna, no necesitaba hablar: satisfacción interior y apacible<br />

le llenaba el alma. A veces Nucha no hacía más que mandar la maniobra, sentada en una silleta<br />

baja con su niña en brazos (no quería apartarla <strong>de</strong> sí un instante). Julián trabajaba por dos: tenía<br />

una escala y se encaramaba a lo más alto <strong>de</strong>l retablo. No se atrevía a preguntar nada acerca <strong>de</strong><br />

asuntos íntimos, ni a averiguar si la señorita había tenido con su esposo conversación <strong>de</strong>cisiva<br />

respecto a Sabel; pero notaba el aire abatido, las <strong>de</strong>negridas ojeras, el frecuente suspirar <strong>de</strong> la<br />

esposa, y sacaba <strong>de</strong> estos indicios la natural consecuencia. Otros síntomas percibió que le<br />

acaloraron la fantasía, dándole no poco en qué cavilar. Nucha mostraba vehemente exaltación <strong>de</strong>l<br />

cariño maternal <strong>de</strong> algún tiempo a esta parte. Apenas se separaba <strong>de</strong> la chiquita cuando,<br />

<strong>de</strong>sasosegada e inquieta, salía a buscarla a ver qué le sucedía. En una ocasión, no encontrándola<br />

don<strong>de</strong> presumía, comenzó a exhalar gritos <strong>de</strong>sgarradores, exclamando: «¡Me la roban!, ¡me la<br />

roban!» Por fortuna, el ama se acercaba ya trayendo a la pequeña en brazos. A veces la besaba<br />

con tal frenesí, que la criatura rompía en llanto. Otras se quedaba embelesada mirándola con<br />

94


dulce e inefable sonrisa, y entonces Julián recordaba siempre las imágenes <strong>de</strong> la Virgen Madre,<br />

atónita <strong>de</strong> su milagrosa maternidad. Mas los instantes <strong>de</strong> amor tranquilo eran breves, y continuos<br />

los <strong>de</strong> sobresalto y dolorosa ternura. No consentía a Perucho acercarse por allí. Su fisonomía se<br />

alteraba al divisar el niño; y éste, arrastrándose por el suelo, olvidando sus travesuras diabólicas,<br />

sus latrocinios, su afición al establo, se emboscaba a la entrada <strong>de</strong> la capilla para ver salir a la<br />

nena y hacerle mil garatusas, que ella pagaba con risas <strong>de</strong> querubín, con júbilo <strong>de</strong>satinado, con el<br />

impulso <strong>de</strong> todo su cuerpecillo proyectado hacia a<strong>de</strong>lante, impaciente por lanzarse <strong>de</strong> brazos <strong>de</strong>l<br />

ama a los <strong>de</strong> Perucho.<br />

Un día notó Julián en Nucha algo más serio aún: no ya expresión <strong>de</strong> melancolía, sino hondo<br />

<strong>de</strong>caimiento físico y moral. Sus ojos se hallaban encendidos y abultados, como <strong>de</strong> haber llorado<br />

mucho tiempo seguido; su voz era <strong>de</strong>smayada y fatigosa; sus labios estaban resecos, tostados por<br />

la calentura y el insomnio. Allí no se veía ya la espina <strong>de</strong>l dolor que lentamente va hincándose,<br />

pero el puñal clavado <strong>de</strong> golpe hasta el pomo. Semejante espectáculo dio al traste con la<br />

pru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l capellán.<br />

- Usted está mala, señorita. A usted le pasa algo hoy.<br />

Nucha meneó la cabeza intentando sonreír.<br />

- No tengo nada.<br />

Lo doliente y <strong>de</strong>bilitado <strong>de</strong>l acento la <strong>de</strong>smentía.<br />

- Por Dios, señorita, no me responda que no... ¡Si lo estoy viendo! Señorita Marcelina...<br />

¡Válgame mi patrono San Julián! ¡Que no he <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r yo servirle <strong>de</strong> algo, prestarle ayuda o<br />

consuelo! Soy una persona humil<strong>de</strong>, inútil; pero con la intención, señorita, soy gran<strong>de</strong> como una<br />

montaña. ¡Quisiera, se lo digo con el corazón, que me mandase, que me mandase!<br />

Hacía estas protestas esgrimiendo un paño untado <strong>de</strong> tiza contra las sacras, cuyo cerco <strong>de</strong> metal<br />

limpiaba con <strong>de</strong>nuedo, sin mirarlo.<br />

Alzó Nucha los ojos, y en ellos lució un rayo instantáneo, un impulso <strong>de</strong> gritar, <strong>de</strong> quejarse, <strong>de</strong><br />

pedir auxilio... Al punto se apagó la llamarada, y encogiéndose <strong>de</strong> hombros levemente, la<br />

señorita repitió:<br />

- No tengo nada, Julián.<br />

En el suelo había una cesta llena <strong>de</strong> hortensias y rama ver<strong>de</strong>, <strong>de</strong>stinada al adorno <strong>de</strong> los floreros;<br />

Nucha empezó a colocarla con la <strong>de</strong>streza y <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za graciosa que <strong>de</strong>mostraba en el<br />

<strong>de</strong>sempeño <strong>de</strong> todos sus domésticos quehaceres. Julián, entre embelesado y afligido, seguía con<br />

la vista el arreglo <strong>de</strong> las azules flores en los tarros <strong>de</strong> loza, el movimiento <strong>de</strong> las manos<br />

enflaquecidas al través <strong>de</strong> las hojas ver<strong>de</strong>s. Notó que caía sobre ellas una gota <strong>de</strong> agua, gruesa,<br />

límpida, no proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la humedad <strong>de</strong>l rocío que aún bañaba las hortensias. Y casi al tiempo<br />

mismo advirtió otra cosa, que le cuajó la sangre <strong>de</strong> horror: en las muñecas <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong><br />

Moscoso se percibía una señal circular, amoratada, oscura... Con luci<strong>de</strong>z repentina, el capellán<br />

retrocedió dos años, escuchó <strong>de</strong> nuevo los quejidos <strong>de</strong> una mujer maltratada a culatazos, recordó<br />

la cocina, el hombre furioso... Completamente fuera <strong>de</strong> sí, <strong>de</strong>jó caer las sacras y tomó las manos<br />

<strong>de</strong> Nucha para convencerse <strong>de</strong> que, en efecto, existía la siniestra señal...<br />

Entraban a la sazón por la puerta <strong>de</strong> la capilla muchas personas: las señoritas <strong>de</strong> Molen<strong>de</strong>, el juez<br />

<strong>de</strong> Cebre, el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, conducidos por don Pedro, que los traía allí con objeto <strong>de</strong> que<br />

admirasen los trabajos <strong>de</strong> restauración. Nucha se volvió precipitadamente; Julián, trastornado,<br />

contestó balbuciendo al saludo <strong>de</strong> las señoritas. Primitivo, que venía a retaguardia, clavaba en él<br />

su mirada directa y escrutadora.<br />

- XXV -<br />

Si unas elecciones durasen mucho, acabarían con quien las maneja, a puro cansancio,<br />

molimiento y tensión <strong>de</strong>l cuerpo y <strong>de</strong>l espíritu, pues los odios enconados, la perpetua sospecha<br />

95


<strong>de</strong> traición, las ardientes promesas, las amenazas, las murmuraciones, las correrías y cartas<br />

incesantes, los mensajes, las intrigas, la falta <strong>de</strong> sueño, las comidas sin or<strong>de</strong>n, componen una<br />

existencia vertiginosa e inaguantable. Acerca <strong>de</strong> los inconvenientes prácticos <strong>de</strong>l sistema<br />

parlamentario estaban muy <strong>de</strong> acuerdo la yegua y la borrica que, con un caballo recio y joven<br />

nuevamente adquirido por el mayordomo para su uso privado, completaban las caballerizas <strong>de</strong><br />

los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. ¡Buenas cosas pensaban ellos <strong>de</strong> las elecciones allá en su mente asnal y<br />

rocinesca, mientras ja<strong>de</strong>aban exánimes <strong>de</strong> tanto trotar, y humeaba todo su pobre cuerpo bañado<br />

en sudor!<br />

¡Pues qué diré <strong>de</strong> la mula en que Trampeta solía hacer sus excursiones a la capital! Ya las<br />

costillas le agujereaban la piel, <strong>de</strong> tan flaca como se había puesto. Día y noche estaba el insigne<br />

cacique atravesado en la carretera, y a cada viaje la elección <strong>de</strong> Cebre se presentaba más dudosa,<br />

más peliaguda, y Trampeta, <strong>de</strong>sesperado, vociferaba en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l Gobernador que<br />

importaba <strong>de</strong>splegar fuerza, <strong>de</strong>stituir, colocar, asustar, prometer, y, sobre todo, que el candidato<br />

cunero <strong>de</strong>l gobierno aflojase la bolsa, pues <strong>de</strong> otro modo el distrito se largaba, se largaba, se<br />

largaba <strong>de</strong> entre las manos.<br />

-¿Pues no <strong>de</strong>cía usted - gritó un día el Gobernador con vehementes impulsos <strong>de</strong> mandar al<br />

infierno al gran secretario - que la elección no sería muy costosa; que los adversarios no podían<br />

gastar nada; que la Junta carlista <strong>de</strong> Orense no soltaba un céntimo; que la casa <strong>de</strong> los Pazos no<br />

soltaba un céntimo tampoco, porque a pesar <strong>de</strong> sus buenas rentas está siempre a la quinta<br />

pregunta?<br />

- Ahí verá usted, señor - contestó Trampeta -. Todo eso es mucha verdad; pero hay momentos en<br />

que el hombre..., pues... cambia sus auciones, como usted me enseña (Trampeta tenía esta<br />

muletilla). El marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>...<br />

-¡Qué marqués ni qué calabazas! - interrumpió con impaciencia el Gobernador.<br />

- Bueno, es una costumbre que hay <strong>de</strong> llamarle así... Y mire usted que llevo un mes <strong>de</strong> porclamar<br />

en todos lados que no hay semejante marqués, que el gobierno le ha sacado el título para dárselo<br />

a otro más liberal, y que ese título <strong>de</strong> marqués quien se lo ha ofrecido es Carlos siete, para<br />

cuando venga la Inquisición y el diezmo, como usted me enseña...<br />

- A<strong>de</strong>lante, a<strong>de</strong>lante - exclamó el Gobernador, que aquel día <strong>de</strong>bía estar nervioso -. Decía usted<br />

que el marqués o lo que sea... en vista <strong>de</strong> las circunstancias...<br />

- No reparará en un par <strong>de</strong> miles <strong>de</strong> duros más o menos, no señor.<br />

-¿Si no los tenía, los habrá pedido?<br />

-¡Catá! <strong>Los</strong> ha pedido a su suegro <strong>de</strong> Santiago; y como el suegro <strong>de</strong> Santiago no tiene tampoco<br />

una peseta disponible, como usted me enseña... héteme aquí que se los ha dado el suegro <strong>de</strong> los<br />

Pazos.<br />

-¿Se le cuentan dos suegros a ese candidato carlista? - preguntó el gobernador, que a su pesar se<br />

divertía con los chismes <strong>de</strong>l secretario.<br />

- No será el primero, como usted me enseña - dijo Trampeta riéndose <strong>de</strong> la chuscada -. Ya<br />

entien<strong>de</strong> por quién hablo... ¿eh?<br />

-¡Ah!, sí, la muchacha ésa que vivía en la casa antes <strong>de</strong> que Moscoso se casase, y <strong>de</strong> la cual tiene<br />

un hijo... Ya ve usted cómo me acuerdo.<br />

- El hijo... el hijo será <strong>de</strong> quien Dios disponga, señor gobernador... Su madre lo sabrá..., si es que<br />

lo sabe.<br />

- Bien, eso para la elección importa un rábano... Al grano: los recursos <strong>de</strong> que Moscoso<br />

dispone...<br />

- Pues se los ha facilitado el mayordomo, el Primitivo, el suegro <strong>de</strong> cultis... Y usted me<br />

preguntará: ¿cómo un infeliz mayordomo tiene miles <strong>de</strong> duros? Y yo respondo: prestando a<br />

réditos <strong>de</strong>l ocho por ciento al mes, y más los años <strong>de</strong> hambre, y metiendo miedo a todo el mundo<br />

para que le paguen bien y no le nieguen una miserable <strong>de</strong>uda <strong>de</strong> un duro... - Y usted dirá: ¿<strong>de</strong><br />

dón<strong>de</strong> saca ese Primitivo o ese ladrón el dinero para prestar? - Y yo replico: <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong> su<br />

96


mismo amo, robándole en la venta <strong>de</strong>l fruto, dándolo a un precio y abonándoselo a otro,<br />

engañándole en la administración y en los arriendos, pegándosela, como usted me enseña, por<br />

activa y por pasiva... - Y usted dirá...<br />

Este modo dialogado era un recurso <strong>de</strong> la oratoria trampetil, <strong>de</strong>l cual echaba mano cuando quería<br />

persuadir al auditorio. El gobernador le interrumpió:<br />

- Con permiso <strong>de</strong> usted lo diré yo mismo. ¿Qué cuenta le tiene a ese galopín prestarle a su amo<br />

los miles <strong>de</strong> duros que tan trabajosamente le ha cogido?<br />

-¡Me caso!... - votó el secretario -. <strong>Los</strong> miles <strong>de</strong> duros, como usted me enseña, no se prestan sin<br />

hipoteca, sin garantías <strong>de</strong> una clás o <strong>de</strong> otra, y el Primitivo no ha nacido en el año <strong>de</strong> los tontos.<br />

Así queda seguro el capital y el amo sujeto.<br />

- Comprendo, comprendo - articuló con viveza el Gobernador. Queriendo dar una muestra <strong>de</strong> su<br />

penetración, añadió: - Y le conviene sacar diputado al señorito, para disponer <strong>de</strong> más influencia<br />

en el país y po<strong>de</strong>r hacer todo cuanto le acomo<strong>de</strong>...<br />

Trampeta miró al funcionario con la mezcla <strong>de</strong> asombro y <strong>de</strong> gozosa ironía que las personas <strong>de</strong><br />

educación inferior muestran cuando oyen a las más elevadas <strong>de</strong>cir una simpleza gorda.<br />

- Como usted me enseña, señor gobernador - pronunció -, no hay nada <strong>de</strong> eso... Don Pedro,<br />

diputado <strong>de</strong> oposición o in<strong>de</strong>pendiente o conforme les dé la gana <strong>de</strong> llamarle, servirá <strong>de</strong> tanto a<br />

los suyos como la carabina <strong>de</strong> Ambrosio... Primitivo, arrimándose a un servidor <strong>de</strong> usted o al<br />

judío, con perdón, <strong>de</strong> Barbacana, conseguiría lo que quisiese ¿eh?, sin necesidad <strong>de</strong> sacar<br />

diputado al amo... Y Primitivo, hasta que le dio la ventolera, siempre fue <strong>de</strong> los míos... Zorro<br />

como él no lo hay en toda la provincia... Ése ha <strong>de</strong> acabar por envolvernos a Barbacana y a mí.<br />

- Y entonces Barbacana ¿por qué se ha <strong>de</strong>clarado a favor <strong>de</strong>l señorito?<br />

- Porque Barbacana va con los curas a don<strong>de</strong> lo lleven. Ya sabe lo que hace... Usted, un suponer,<br />

está ahí hoy y se larga mañana; pero los curas están siempre, y lo mismo el señorío... los<br />

Limiosos, los Mén<strong>de</strong>z...<br />

Y dando suelta al torrente <strong>de</strong> su rencor, el cacique añadió apretando los puños:<br />

-¡Me caso con Dios! Mientras no hundamos a Barbacana, no se hará nada en Cebre.<br />

-¡Corriente! Pues facilítenos usted la manera <strong>de</strong> hundirlo. Ganas no faltan.<br />

Trampeta se quedó un rato pensativo, y con la cuadrada uña <strong>de</strong>l pulgar, quemada <strong>de</strong>l cigarro, se<br />

rascó la perilla.<br />

- Lo que yo cavilo es ¿qué cuenta le tendrá al raposo <strong>de</strong> Primitivo esta diputación <strong>de</strong>l amo?...<br />

Ahora se aprovecha <strong>de</strong> dos cosas: lo que le pilla como hipoteca y lo que le mama corriendo con<br />

los gastos electorales y presentándole luego, como usted me enseña, las cuentas <strong>de</strong>l Gran<br />

Capitán... Pero si vencen y me hacen diputado a mi señor don Pedro, y éste vuela para Madrí, y<br />

allí pi<strong>de</strong> cuartos por otro lado, que sí pedirá, y abre el ojo para ver las picardías <strong>de</strong> su<br />

mayordomo, y no se vuelve a acordar <strong>de</strong> la moza ni <strong>de</strong>l chiquillo..., entonces...<br />

Tornó a rascarse la perilla, suspenso y meditabundo, como el que persigue la solución <strong>de</strong> un<br />

problema muy intrincado. Sus agudísimas faculta<strong>de</strong>s intelectuales estaban todas en ejercicio.<br />

Pero no daba con el cabo <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja.<br />

- Al caso - insistió el gobernador -. De lo que se trata es <strong>de</strong> que no nos <strong>de</strong>rroten<br />

vergonzosamente. El candidato es primo <strong>de</strong>l ministro; hemos respondido <strong>de</strong> la elección.<br />

- Contra el candidato <strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Orense.<br />

-¿Piensa usted que allá admiten esas distinciones? Estamos a triunfar contra cualquiera. No<br />

an<strong>de</strong>mos con circunloquios; ¿cree usted que vamos a salir rabo entre piernas? ¿Sí o no?<br />

Trampeta permanecía in<strong>de</strong>ciso. Al cabo levantó la faz, con el orgullo <strong>de</strong> un gran estratégico,<br />

seguro siempre <strong>de</strong> inventar algún ardid para burlar al enemigo.<br />

- Mire usted - dijo -, hasta la fecha Barbacana no ha podido acabar con este cura, aunque me ha<br />

jugado dos o tres buenas... Pero a jugarlas no me gana él ni Dios... Sólo que a mí no se me<br />

ocurren las mejores tretas hasta que tocan a romper el fuego... Entonces ni el diablo discurre lo<br />

que yo discurro. Tengo aquí - y se dio una puñada en la negruzca frente - una cosa que rebulle,<br />

97


pero que aún no sale por más que hago... Saldrá, como usted me enseña, cuando llegue el<br />

mismísimo punto resfinado <strong>de</strong> la ocasión...<br />

Y blandiendo el brazo <strong>de</strong>recho repetidas veces <strong>de</strong> arriba abajo, como un sable, añadió en voz<br />

hueca:<br />

- Fuera miedo. ¡Se gana!<br />

Mientras el secretario cabil<strong>de</strong>aba con la primera autoridad civil <strong>de</strong> la provincia, Barbacana daba<br />

audiencia al Arcipreste <strong>de</strong> Loiro, que había querido ir en persona a tomar noticias <strong>de</strong> cómo<br />

andaban los negocios por Cebre, y se arrellanaba en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l abogado, sorbiendo, por<br />

fusique <strong>de</strong> plata, polvos <strong>de</strong> un rapé Macuba, que acaso nadie gastaba ya sino él en toda Galicia, y<br />

que le traían <strong>de</strong> contrabando, con gran misterio y cobrándole un dineral.<br />

El Arcipreste, a quien en Santiago conocían por el apodo <strong>de</strong> Sobres <strong>de</strong> Envelopes, a causa <strong>de</strong> una<br />

candorosa pregunta en mal hora formulada en una tienda, había sido en otro tiempo, cuando<br />

simple abad <strong>de</strong> Anles, el mejor instrumento electoral conocido. Dijéronle una vez que iba<br />

perdida la elección que él manejaba; gritó él furioso: «¿Per<strong>de</strong>r el cura <strong>de</strong> Anles una elección?»,<br />

y, al gritar, dio el más soberano puntapié a la urna, que era un puchero, haciéndola volar en miles<br />

<strong>de</strong> pedazos, <strong>de</strong>sparramando las cédulas y logrando, con tan sencillo expediente, que su candidato<br />

triunfase. La hazaña le valió la gran cruz <strong>de</strong> Isabel la Católica. En el día, obesidad, años y<br />

sor<strong>de</strong>ra le impedían tomar parte activa; pero quedábale la afición y el compás, no habiendo para<br />

él cosa tan gustosa como un electoral cotarro.<br />

Siempre que el arcipreste venía a Cebre, pasaba un ratito en el estanco y cartería, don<strong>de</strong> se<br />

charlaba <strong>de</strong> política por los codos, se leían papeles <strong>de</strong> Madrid, y se enmendaba la plana a todos<br />

los gobernantes y estadistas habidos y por haber, oyéndose a menudo frases <strong>de</strong>l corte siguiente:<br />

«Yo, Presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Consejo <strong>de</strong> Ministros, arreglo eso <strong>de</strong> una plumada.» «Yo que Prim, no me<br />

arredro por tan poco.» Y aún solía levantarse la voz <strong>de</strong> algún tonsurado exclamando: «Pónganme<br />

a mí don<strong>de</strong> está el Papa, y verán cómo lo resuelvo mucho mejor en un periquete.»<br />

Al salir <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> Barbacana, encontró el arcipreste en la cartería al juez y al escribano, y a la<br />

puerta a don Eugenio, <strong>de</strong>satando su yegua <strong>de</strong> una argolla y dispuesto a montar.<br />

- Aguárdate un poco, Naya - le dijo familiarmente, dándole, según costumbre entre curas, el<br />

nombre <strong>de</strong> su parroquia -. Voy a ver los partes <strong>de</strong> los periódicos, y <strong>de</strong>spués nos largamos juntos.<br />

- Yo tomo hacia los Pazos.<br />

- Yo también. Di allá en la posada que me traigan aquí la mula.<br />

Cumplió don Eugenio el encargo diligentemente, y a poco ambos eclesiásticos, envueltos en<br />

cumplidos montecristos, atados los sombreros por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la barba con un pañuelo para que no<br />

se los llevase el viento fuerte que corría, bajaban el repecho <strong>de</strong> la carretera al sosegado paso <strong>de</strong><br />

sus monturas. Naturalmente hablaban <strong>de</strong> la batalla próxima, <strong>de</strong>l candidato y <strong>de</strong> otras<br />

particularida<strong>de</strong>s referentes a la elección. El arcipreste lo veía todo muy <strong>de</strong> color <strong>de</strong> rosa, y estaba<br />

tan cierto <strong>de</strong> vencer, que ya pensaba en llevar la música <strong>de</strong> Cebre a los Pazos para dar serenata al<br />

diputado electo. Don Eugenio, aunque animado, no se las prometía tan felices. El gobierno<br />

dispone <strong>de</strong> mucha fuerza, ¡qué diantre!, y cuando ve la cosa mal parada recurre a la coacción,<br />

haciendo las elecciones por medio <strong>de</strong> la Guardia Civil. Todo eso <strong>de</strong> Cortes era, según dicho <strong>de</strong>l<br />

abad <strong>de</strong> Boán, una solemnísima farsa.<br />

- Pues por esta vez - contestaba el arcipreste, manoteando y bufando para <strong>de</strong>senredarse <strong>de</strong> la<br />

esclavina <strong>de</strong>l montecristo, que el viento le envolvía alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la cara -, por esta vez, les hemos<br />

<strong>de</strong> hacer tragar saliva. Al menos el distrito <strong>de</strong> Cebre enviará al congreso una persona <strong>de</strong>cente,<br />

hijo <strong>de</strong>l país, jefe <strong>de</strong> una casa respetable y antigua, que nos conoce mejor que esos pillastres<br />

venidos <strong>de</strong> fuera.<br />

- Eso es muy cierto - respondió don Eugenio, que rara vez contra<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> frente a sus<br />

interlocutores -; a mí me gusta, como al que más, que la casa <strong>de</strong> los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> represente a<br />

Cebre; y si no fuese por cosas que todos sabemos...<br />

98


El arcipreste, muy grave, sorbió el fusique o cañuto. Amaba entrañablemente a don Pedro, a<br />

quien, como suele <strong>de</strong>cirse, había visto nacer, y a<strong>de</strong>más profesaba el principio <strong>de</strong> respetar la<br />

alcurnia.<br />

- Bien, hombre, bien - gruñó -, <strong>de</strong>jémonos <strong>de</strong> murmuraciones... Cada uno tiene sus <strong>de</strong>fectos y sus<br />

pecados, y a Dios dará cuenta <strong>de</strong> ellos. No hay que meterse en vidas ajenas.<br />

Don Eugenio, como si no entendiese, insistió, repitiendo cuanto acaba <strong>de</strong> oír en la cartería <strong>de</strong><br />

Cebre, don<strong>de</strong> se bordaban con escandalosos comentarios las noticias dadas por Trampeta al<br />

gobernador <strong>de</strong> la provincia. Todo lo refería gritando bastante, a fin <strong>de</strong> que el punto <strong>de</strong> sor<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l<br />

arcipreste, agravado por el viento, no le impidiese percibir lo más sustancial <strong>de</strong>l discurso. El<br />

travieso y maleante clérigo gozaba lo in<strong>de</strong>cible viendo al arcipreste sofocado, abotargado, con la<br />

mano en la oreja a guisa <strong>de</strong> embudo, o introduciendo rabiosamente el fusique en las narices.<br />

Cebre, según don Eugenio, hervía en indignación contra don Pedro Moscoso; los al<strong>de</strong>anos lo<br />

querían bien; pero en la villa, dominada por gentes que protegía Trampeta, se contaban horrores<br />

<strong>de</strong> los Pazos. De algunos días acá, justamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la candidatura <strong>de</strong>l marqués, se había<br />

<strong>de</strong>spertado en la población <strong>de</strong> Cebre un santo odio al pecado, una reprobación <strong>de</strong>l concubinato y<br />

la bastardía, un sentimiento tan exquisito <strong>de</strong> rectitud y moralidad, que asombraba; siendo <strong>de</strong><br />

advertir que este acceso <strong>de</strong> virtud se notaba únicamente en los satélites <strong>de</strong>l secretario, gente en su<br />

mayoría <strong>de</strong> la cáscara amarga y nada edificante en su conducta. Al enterarse <strong>de</strong> tales cosas, el<br />

arcipreste se amorataba <strong>de</strong> furor.<br />

-¡Fariseos, escribas! - rebufaba -. ¡Y luego nos llamarán a nosotros hipócritas! ¡Miren uste<strong>de</strong>s<br />

qué recato, qué <strong>de</strong>coro y qué vergüenza les ha entrado a los incircuncisos <strong>de</strong> Cebre! (en boca <strong>de</strong>l<br />

arcipreste, incircunciso era tremenda injuria). Como si el que más y el que menos <strong>de</strong> ese atajo <strong>de</strong><br />

tunantes no tuviese hechos méritos para ir a presidio... y al palo, sí señor, ¡al palo!<br />

Don Eugenio no podía contener la risa.<br />

- Hace siete años, la friolera <strong>de</strong> siete años - tartamu<strong>de</strong>ó el arcipreste calmándose un poco, pero<br />

respirando trabajosamente a causa <strong>de</strong>l mucho viento -, siete añitos que en los Pazos suce<strong>de</strong>... eso<br />

que tanto les asusta ahora... Y maldito si se han acordado <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir esta boca es mía. Pero con las<br />

elecciones... ¡Qué con<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> aire! Vamos a volar, muchacho.<br />

- Pues aún murmuran cosas peores - gritó el <strong>de</strong> Naya.<br />

-¿Eh? Si no se oye nada con este vendaval.<br />

- Que aún dicen cosas más serias - voceó don Eugenio, pegando su inquieta yegüecilla a la<br />

reverenda mula <strong>de</strong>l arcipreste.<br />

- Dirán que nos van a fusilar a todos... Lo que es a mí, ya me amenazó el secretario con<br />

formarme siete causas y meterme en chirona.<br />

- Qué causas ni qué... Baje usted la cabeza... Así... Aunque estamos solos no quiero gritar<br />

mucho...<br />

Agarrado don Eugenio al montecristo <strong>de</strong> su compañero, le explicó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca algo que las alas<br />

<strong>de</strong>l nor<strong>de</strong>ste se llevaron aprisa, con estri<strong>de</strong>nte y burlón silbido.<br />

-¡Caramelos! - rugió el arcipreste, sin que se le ocurriese una sola palabra más. Tardó aún cosa<br />

<strong>de</strong> dos minutos en recobrar la expedición <strong>de</strong> la lengua y en po<strong>de</strong>r escupir al ventarrón, cada vez<br />

más <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nado y furioso, una retahíla <strong>de</strong> injurias contra los infames calumniadores <strong>de</strong>l<br />

partido <strong>de</strong> Trampeta. El granuja <strong>de</strong> don Eugenio le <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>sahogar, y luego añadió:<br />

- Aún hay más, más.<br />

-¿Y qué más pue<strong>de</strong> haber? ¿Dicen también que el señorito don Pedro sale a robar a los caminos?<br />

¡Canalla <strong>de</strong> incircuncisos ésos, sin más Dios ni más ley que su panza!<br />

- Aseguran que la noticia viene por persona <strong>de</strong> la misma casa.<br />

-¿Eeeeh? Cargue el diablo con el viento.<br />

- Que la noticia viene por persona <strong>de</strong> la misma casa <strong>de</strong> los Pazos... ¿Ya me entien<strong>de</strong> usted? - Y<br />

don Eugenio guiñó el ojo.<br />

99


- Ya entiendo, ya... ¡Corazones <strong>de</strong> perro, lenguas <strong>de</strong> escorpión! Una señorita que es la honra<strong>de</strong>z<br />

en persona, <strong>de</strong> una familia tan buena, no <strong>de</strong>spreciando a nadie..., ¡y calumniarla, y para más con<br />

un or<strong>de</strong>nado <strong>de</strong> misa! ¡Liberaluchos in<strong>de</strong>centes, <strong>de</strong> éstos <strong>de</strong> por aquí, que se ven<strong>de</strong>n tres al<br />

cuarto! ¡Pero cómo está el mundo, Naya, cómo está el mundo!<br />

- Pues también aña<strong>de</strong>n...<br />

-¡Caramelos! ¿Acabarás hoy? ¡Qué tormenta se prepara, María Santísima! ¡Qué viento... qué<br />

viento!<br />

- Atiéndame, que esto no lo dicen ellos, sino Barbacana. Que esa persona <strong>de</strong> la casa - Primitivo,<br />

vamos - nos va a hacer una perrería gorda en la elección.<br />

-¿Eeeh? ¿Tú seque chocheas? Para, mula, a ver si oigo mejor. ¿Que Primitivo...?<br />

- No es seguro, no es seguro, no es seguro - vociferó el abad <strong>de</strong> Naya, que se divertía más que en<br />

un sainete.<br />

-¡Por vida <strong>de</strong> lo que malgasto, que esto ya pasa <strong>de</strong> raya! Hazme el favor <strong>de</strong> no volverme loco,<br />

¿eh?, que para eso bastante tengo con el viento maldito. ¡No quiero oír, no quiero oír más! -<br />

<strong>de</strong>claró esto en ocasión que su montecristo se alzaba rápidamente a impulsos <strong>de</strong> una ráfaga<br />

mayor, y se volvía todo hacia arriba, <strong>de</strong>jando al arcipreste como suelen pintar a Venus en la<br />

concha. Así que logró remediar el percance, hizo trotar a su mula, y no se oyó en el camino más<br />

voz que la <strong>de</strong>l nor<strong>de</strong>ste, que allá a lo lejos, sacudiendo castañares y robledales, remedaba<br />

majestuosa sinfonía.<br />

- XXVI -<br />

Amortiguada la primera impresión, no se atrevía Julián a interrogar a Nucha sobre lo que había<br />

visto. Hasta recelaba ir al cuarto <strong>de</strong> la señorita. Algún fundamento tenía este recelo. Aunque <strong>de</strong><br />

suyo confiado, creía notar el capellán que le espiaban. ¿Quién? Todo el mundo: Primitivo, Sabel,<br />

la vieja bruja, los criados. Como sentimos <strong>de</strong> noche, sin verla, la niebla húmeda que nos penetra<br />

y envuelve, así sentía Julián la <strong>de</strong>sconfianza, la malevolencia, la sospecha, la odiosidad que iba<br />

espesándose en torno suyo. Era cosa in<strong>de</strong>finible, pero patente. En dos o tres funciones a que<br />

asistió, figurósele que los curas le hablaban con acento hostil, que el arcipreste le examinaba<br />

frunciendo el entrecejo, y que únicamente don Eugenio le manifestaba la acostumbrada<br />

cordialidad. Pero acaso fuesen éstas vanas cavilaciones, y quizás soñaba también al imaginarse<br />

que, a la mesa, don Pedro seguía continuamente la dirección <strong>de</strong> sus ojos y acechaba sus<br />

movimientos. Esto le fatigaba tanto más cuanto que un irresistible anhelo le obligaba a mirar a<br />

Nucha muy a menudo, reparando a hurtadillas si estaba más <strong>de</strong>lgada, si comía con buen apetito,<br />

si se notaba algo nuevo en sus muñecas. La señal, oscura el primer día, fue ver<strong>de</strong>ando y<br />

<strong>de</strong>sapareciendo.<br />

La necesidad <strong>de</strong> ver a la niña acabó por po<strong>de</strong>r más que las vacilaciones <strong>de</strong> Julián. Arreglada ya la<br />

capilla, sólo en la habitación <strong>de</strong> su madre podía verla, y allí fue, no bastándole el beso robado en<br />

el corredor, cuando el ama lo cruzaba con la nena en brazos. Iba la criatura saliendo <strong>de</strong> esa edad<br />

en que los niños parecen un lío <strong>de</strong> trapos, y sin per<strong>de</strong>r la gracia y atractivo <strong>de</strong>l ser in<strong>de</strong>fenso y<br />

débil, tenía el encanto <strong>de</strong> la personalidad, <strong>de</strong> la soltura cada vez mayor <strong>de</strong> sus movimientos y<br />

conciencia <strong>de</strong> sus actos. Ya adoptaba posturas <strong>de</strong> ángel <strong>de</strong> Murillo; ya cogía un objeto y acertaba<br />

a llevarlo a la cálida boca, en la impaciencia <strong>de</strong> la <strong>de</strong>ntición retrasada; ya ejecutaba con in<strong>de</strong>cible<br />

monería ese movimiento cautivador entre todos los <strong>de</strong> los niños pequeños, <strong>de</strong> ten<strong>de</strong>r no sólo los<br />

brazos, sino el cuerpo entero, con abandono absoluto, hacia la persona que les es simpática;<br />

actitud que las nodrizas llaman irse con la gente. Hacía tiempo que la pequeña redoblaba la risa,<br />

y su carcajada melodiosa, repentina y breve, era sólo comparable a gorjeo <strong>de</strong> pájaro. Ningún<br />

sonido articulado salía aún <strong>de</strong> su boca, pero sabía expresar divinamente, con las onomatopeyas<br />

que según ciertos filólogos fueron base <strong>de</strong>l lenguaje primitivo, todos sus afectos y antojos; en su<br />

100


cráneo, que empezaba a solidificarse, por más que en el centro latiese aún la abierta mollera, se<br />

espesaba el pelo, <strong>de</strong> día en día más oscuro, suave aún como piel <strong>de</strong> topo; sus piececitos se<br />

<strong>de</strong>sencorvaban, y los <strong>de</strong>dos, antes retorcidos, el pulgar vuelto hacia arriba, los otros botoncillos<br />

<strong>de</strong> rosa hacia abajo, se habituaban a la estación horizontal que exige el andar humano. Cada uno<br />

<strong>de</strong> estos gran<strong>de</strong>s progresos en el camino <strong>de</strong> la vida era sorpresa y placer inefable para Julián,<br />

confirmando su <strong>de</strong>dicación paternal al ser que le dispensaba el favor insigne <strong>de</strong> tirarle <strong>de</strong> la<br />

ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l reloj, manosearle los botones <strong>de</strong>l chaleco, ponerle como nuevo <strong>de</strong> baba y leche. ¡Qué<br />

no haría él por servir <strong>de</strong> algo a la nenita idolatrada! A veces el cariño le inspiraba i<strong>de</strong>as feroces,<br />

como agarrar un palo y moler las costillas a Primitivo; coger un látigo y dar el mismo trato a<br />

Sabel. Pero, ¡ay! Nadie pue<strong>de</strong> usurpar el puesto <strong>de</strong>l amo <strong>de</strong> casa, <strong>de</strong>l jefe <strong>de</strong> la familia; y el jefe...<br />

Al capellán le pesaba en el alma la fundación <strong>de</strong> aquel hogar cristiano. Recta había sido la<br />

intención, y amargo el fruto. ¡Sangre <strong>de</strong>l corazón daría él por ver a Nucha en un convento!<br />

¿Qué arbitrio adoptar ya? Julián presentía los inmensos inconvenientes <strong>de</strong> su intervención<br />

directa. Seguro <strong>de</strong> la teoría, firme en el terreno <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho, capaz <strong>de</strong> resistir pasivamente hasta<br />

morir, faltábale la vigorosa palanca <strong>de</strong> los actos humanos, la iniciativa. En aquella casa es<br />

indudable que andaban muchas cosas <strong>de</strong>squiciadas, otras torcidas y fuera <strong>de</strong> camino; el capellán<br />

asistía al drama, temía un <strong>de</strong>senlace trágico, sobre todo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la famosa señal en las muñecas,<br />

que no le salía <strong>de</strong> la acalorada imaginación; mostrábase taciturno; su color sonrosado se trocaba<br />

en amarillez <strong>de</strong> cera; rezaba más aún que <strong>de</strong> costumbre; ayunaba; <strong>de</strong>cía la misa con el alma<br />

elevada, como la diría en tiempos <strong>de</strong> martirio; <strong>de</strong>seaba ofrecer la existencia por el bienestar <strong>de</strong> la<br />

señorita; pero, a no ser en uno <strong>de</strong> sus momentos <strong>de</strong> arrechucho puramente nervioso, no podía, no<br />

sabía, no acertaba a dar un paso, a adoptar una medida - aunque ésta fuese tan fácil y hace<strong>de</strong>ra<br />

como escribir cuatro renglones a don Manuel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, informándole <strong>de</strong> lo que ocurría a<br />

su hija -. Siempre encontraba pretextos para aplazar toda acción, tan socorridos como éste,<br />

verbigracia:<br />

- Dejemos que pasen las elecciones.<br />

Las elecciones le infundían esperanzas <strong>de</strong> que, si el señorito, elegido diputado, salía <strong>de</strong> la<br />

huronera, <strong>de</strong> entre la gente inicua que lo prendía en sus re<strong>de</strong>s, era posible que Dios le tocase en el<br />

corazón y mudase <strong>de</strong> conducta.<br />

Una cosa preocupaba mucho al buen capellán: ¿el señorito se iría solo a Madrid, o llevaría a su<br />

mujer y a la pequeña? Julián ponía a Dios por testigo <strong>de</strong> que <strong>de</strong>seaba esto último, si bien al<br />

pensar qué podía suce<strong>de</strong>r le entraba una hipocondría mortal. La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> no ver más a nené<br />

durante meses o años, <strong>de</strong> no tenerla en las rodillas montada a caballito, <strong>de</strong> quedarse allí, frente a<br />

frente con Sabel, como en oscuro pozo habitado por una sabandija, le era intolerable. Duro le<br />

parecía que se marchase la señorita, pero lo <strong>de</strong> la niña..., lo <strong>de</strong> la niña...<br />

«Si me la <strong>de</strong>jasen -pensaba- la cuidaría yo perfectamente.»<br />

Acercábase la batalla <strong>de</strong>cisiva. <strong>Los</strong> Pazos eran un jubileo, un ir y venir <strong>de</strong> adictos y correveidiles,<br />

un entrar y salir <strong>de</strong> mensajes, <strong>de</strong> ór<strong>de</strong>nes y contraór<strong>de</strong>nes, que le daban semejanza con un cuartel<br />

general. Siempre había en las cuadras caballos o mulas forasteras, masticando abundante pienso,<br />

y en los anchos salones se oía crujir incesante <strong>de</strong> botas altas, pisadas <strong>de</strong> fuertes zapatos, cuando<br />

no pateo <strong>de</strong> zuecos. Julián se tropezaba con curas sofocados, respirando bélico ardor, que le<br />

hablaban <strong>de</strong> los trabajos, pasmándose <strong>de</strong> ver que no tomaba parte en nada... ¡En tan solemne y<br />

crítica ocasión, el capellán <strong>de</strong> los Pazos no tenía <strong>de</strong>recho a dormir ni a comer!<br />

Seguía reparando que algunos aba<strong>de</strong>s se mostraban con él así como airados o resentidos, en<br />

especial el arcipreste, el más encariñado con la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>; pues mientras el cura <strong>de</strong> Boán y<br />

aun el <strong>de</strong> Naya atendían sobre todo al triunfo político, el arcipreste miraba principalmente al<br />

esplendor <strong>de</strong>l hidalgo solar, al buen nombre <strong>de</strong> los Moscosos.<br />

Todo anunciaba que el señor <strong>de</strong> los Pazos se llevaría el gato al agua, a pesar <strong>de</strong>l enorme aparato<br />

<strong>de</strong> fuerza <strong>de</strong>splegado por el gobierno. Se contaban los votos, se hacía un censo, se sabía que la<br />

superioridad numérica era tal, que las mayores diabluras <strong>de</strong> Trampeta no la echarían abajo. No<br />

101


disponía el gobierno en el distrito sino <strong>de</strong> lo que, pomposamente hablando, pue<strong>de</strong> llamarse el<br />

elemento oficial. Si es verdad que éste influye mucho en Galicia, merced al carácter sumiso <strong>de</strong><br />

los labriegos, allí en Cebre no podía contrapesar la acción <strong>de</strong> curas y señoritos reunidos en torno<br />

<strong>de</strong>l formidable cacique Barbacana. El arcipreste resoplaba <strong>de</strong> gozo. ¡Cosa rara! Barbacana<br />

mismo era el único que no se las contaba felices. Preocupado y <strong>de</strong> peor humor a cada instante,<br />

torcía el gesto cuando algún cura entraba en su <strong>de</strong>spacho frotándose las manos <strong>de</strong> gusto, a<br />

noticiarle adhesiones, caza <strong>de</strong> votos.<br />

¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! ¡Qué lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a<br />

pulgada, empleando todo género <strong>de</strong> zancadillas y ardi<strong>de</strong>s! Trampeta parecía haberse convertido<br />

en media docena <strong>de</strong> hombres para trampetear a la vez en media docena <strong>de</strong> sitios. Trueques <strong>de</strong><br />

papeletas, retrasos y a<strong>de</strong>lantos <strong>de</strong> hora, falsificaciones, amenazas, palos, no fueron arbitrios<br />

peculiares <strong>de</strong> esta elección, por haberse ensayado en otras muchas; pero uniéronse a las<br />

estratagemas usuales algunos rasgos <strong>de</strong> ingenio sutil, enteramente inéditos. En un colegio, las<br />

capas <strong>de</strong> los electores <strong>de</strong>l marqués se rociaron <strong>de</strong> aguarrás y se les prendió fuego<br />

disimuladamente por medio <strong>de</strong> un fósforo, con que los infelices salieron dando alaridos, y no<br />

aparecieron más. En otro se colocó la mesa electoral en un <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong> escalera; los votantes no<br />

podían subir sino <strong>de</strong> uno en uno, y doce paniaguados <strong>de</strong> Trampeta, haciendo fila, tuvieron<br />

interceptado el sitio durante toda la mañana, moliendo muy a su sabor a puñadas y coces a quien<br />

intentaba el asalto. Picardía discreta y mañosa fue la practicada en Cebre mismo.<br />

Acudían allí los curas acompañando y animando al rebaño <strong>de</strong> electores, a fin <strong>de</strong> que no se<br />

<strong>de</strong>jasen dominar por el pánico en el momento <strong>de</strong> <strong>de</strong>positar el voto. Para evitar que «se la<br />

jugasen», don Eugenio, valiéndose <strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> intervención, sentó en la mesa a un labriego<br />

<strong>de</strong> los más adictos suyos, con or<strong>de</strong>n terminante <strong>de</strong> no separar la vista un minuto <strong>de</strong> la urna. «¿Tú<br />

entendiste, Roque? No me apartas los ojos <strong>de</strong> ella, así se hunda el mundo.» Instalóse el payo,<br />

apoyando los codos en la mesa y las manos en los carrillos, contemplando <strong>de</strong> hito en hito la<br />

misteriosa olla, tan fijamente como si intentase alguna experiencia <strong>de</strong> hipnotismo. Apenas<br />

alentaba, ni se movía más que si fuese hecho <strong>de</strong> piedra. Trampeta en persona, que daba sus<br />

vueltas por allí, llegó a impacientarse viendo al inmóvil testigo, pues ya otra olla rellena <strong>de</strong><br />

papeletas, cubiertas a gusto <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> y <strong>de</strong>l secretario <strong>de</strong> la mesa, se escondía <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ésta,<br />

aguardando ocasión propicia <strong>de</strong> sustituir a la verda<strong>de</strong>ra urna. Destacó, pues, un sei<strong>de</strong> encargado<br />

<strong>de</strong> seducir al vigilante, convidándole a comer, a echar un trago, recurriendo a todo género <strong>de</strong><br />

insinuaciones halagüeñas. Tiempo perdido: el centinela ni siquiera miraba <strong>de</strong> reojo para ver a su<br />

interlocutor: su cabeza redonda, peluda, sus salientes mandíbulas, sus ojos que no pestañeaban,<br />

parecían imagen <strong>de</strong> la misma obstinación. Y era preciso sacarle <strong>de</strong> allí, porque se acercaba la<br />

hora sacramental, las cuatro, y había que ejecutar el escamoteo <strong>de</strong> la olla. Trampeta se agitó, hizo<br />

a sus adláteres preguntas referentes a la biografía <strong>de</strong>l vigilante, y averiguó que tenía un pleito <strong>de</strong><br />

tercería en la Audiencia, por el cual le habían embargado los bueyes y los frutos. Acercóse a la<br />

mesa disimuladamente, púsole una mano en el hombro, y gritó: «¡Fulano... ganaste el pleito!»<br />

Saltó el labriego, electrizado. «¡Qué me dices, hombre!» «Se falló en la Audiencia ayer.» «Tú<br />

loqueas.» «Lo que oyes.» En este intervalo el secretario <strong>de</strong> la mesa verificaba el trueque <strong>de</strong><br />

pucheros: ni visto ni oído. El alcal<strong>de</strong> se levantó con solemnidad. «¡Señores... se va a proce<strong>de</strong>r al<br />

discutinio!» Entra la gente en tropel: comienza la lectura <strong>de</strong> papeletas; míranse los curas atónitos,<br />

al ver que el nombre <strong>de</strong> su candidato no aparece «¿Tú te moviste <strong>de</strong> ahí?», pregunta el abad <strong>de</strong><br />

Naya al centinela. «No, señor», respon<strong>de</strong> éste con tal acento <strong>de</strong> sinceridad, que no consentía<br />

sospecha. «Aquí alguien nos ven<strong>de</strong>», articula el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> en voz bronca, mirando<br />

<strong>de</strong>sconfiadamente a don Eugenio. Trampeta, con las manos en los bolsillos, ríe a socapa.<br />

Tales amaños mermaron <strong>de</strong> un modo notable la votación <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, <strong>de</strong>jando<br />

circunscrita la lucha, en el último momento, a disputarse un corto número <strong>de</strong> votos, <strong>de</strong>l cual<br />

<strong>de</strong>pendía la victoria. Y llegado el instante crítico, cuando los ulloístas se juzgaban ya dueños <strong>de</strong>l<br />

campo, inclinaron la balanza <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>l gobierno <strong>de</strong>fecciones completamente impensadas, por<br />

102


no <strong>de</strong>cir abominables traiciones, <strong>de</strong> personas con quienes se contaba en absoluto, habiendo<br />

respondido <strong>de</strong> ellas la misma casa <strong>de</strong> los Pazos, por boca <strong>de</strong> su mayordomo. Golpe tan repentino<br />

y alevoso no pudo prevenirse ni evitarse. Primitivo, <strong>de</strong>smintiendo su acostumbrada<br />

impasibilidad, dio rienda a una cólera furiosa, <strong>de</strong>satándose en amenazas absurdas contra los<br />

tránsfugas.<br />

Quien se mostró estoico fue Barbacana. La tar<strong>de</strong> que se supo la pérdida <strong>de</strong>finitiva <strong>de</strong> la elección,<br />

el abogado estaba en su <strong>de</strong>spacho, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> tres o cuatro personas. Ahogándose como ballena<br />

encallada en una playa y a quien el mar <strong>de</strong>ja en seco, entró el arcipreste, morado <strong>de</strong> <strong>de</strong>specho y<br />

furor. Desplomóse en un sillón <strong>de</strong> cuero; echó ambas manos a la garganta, arrancó el alzacuello,<br />

los botones <strong>de</strong> camisa y almilla; y trémulo, con los espejuelos torcidos y el fusique oprimido en<br />

el crispado puño izquierdo, se enjugó el sudor con un pañuelo <strong>de</strong> hierbas. La serenidad <strong>de</strong>l<br />

cacique le sacó <strong>de</strong> tino.<br />

-¡Me pasmo, caramelos! Me pasmo <strong>de</strong> verle con esa flema! ¿O no sabe lo que pasa?<br />

- Yo no me apuro por cosas que están previstas. En materia <strong>de</strong> elecciones no se me coge a mí <strong>de</strong><br />

susto.<br />

-¿Usted se esperaba lo que ocurre?<br />

- Como si lo viera. Aquí está el abad <strong>de</strong> Naya, que pue<strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r <strong>de</strong> que se lo profeticé. No<br />

atestiguo con muertos.<br />

- Verdad es - corroboró don Eugenio, harto compungido.<br />

-¿Y entonces, santo <strong>de</strong> Dios, a qué tenernos embromados?<br />

- No les íbamos a <strong>de</strong>jar el distrito por suyo sin disputárselo siquiera. ¿Les gustaría a uste<strong>de</strong>s?<br />

Legalmente, el triunfo es nuestro.<br />

- Legalmente... ¡Toma, caramelos! ¡Legalmente sí, pero vénganos con legalida<strong>de</strong>s! ¡Y esos Judas<br />

con<strong>de</strong>nados que nos faltaron cuando precisamente pendía <strong>de</strong> ellos la cosa! ¡El herrero <strong>de</strong><br />

Gondás, los dos Ponlles, el albéitar...!<br />

- Ésos no son Judas, no sea inocente, señor arcipreste: ésa es gente mandada, que acata una<br />

consigna. El Judas es otro.<br />

-¿Eeeeh? Ya entiendo, ya... ¡Hombre, si es cierta esa maldad - que no puedo convencerme, que<br />

se me atraganta -, aún sería poco para el traidor el castigo <strong>de</strong> Judas! Pero usted, santo, ¿por qué<br />

no le atajó? ¿Por qué no avisó? ¿Por qué no le arrancó la careta a ese pillo? Si el señor marqués<br />

<strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> supiese que tenía en casa al traidor, con atarlo al pie <strong>de</strong> la cama y cruzarlo a latigazos...<br />

¡Su propio mayordomo! No sé cómo pudo usted estarse así con esa flema.<br />

- Se dice luego; pero mire usted: cuando la elección estriba en una persona, y no cabe cerciorarse<br />

<strong>de</strong> si está <strong>de</strong> buena o mala fe, <strong>de</strong> poco sirve revelar sospechas... Hay que aguardar el golpe atado<br />

<strong>de</strong> pies y manos..., son cosas que se ven a la prueba, y si salen mal, se <strong>de</strong>be callar y guardarlas...<br />

Al pronunciar la palabra guardarlas, el cacique se daba una puñada en el pecho, cuya concavidad<br />

retumbó sordamente, lo mismo que <strong>de</strong>bía retumbar la <strong>de</strong> san Jerónimo cuando el santo la hería<br />

con el famoso pedrusco.<br />

Y algo se asemejaba Barbacana al tipo <strong>de</strong> los san Jerónimos <strong>de</strong> escuela española, amojamados y<br />

huesudos, caracterizados por la luenga y enmarañada barba y el sombrío fuego <strong>de</strong> las pupilas<br />

negras.<br />

- De aquí no salen - añadió con torvo acento -, y aquí no pier<strong>de</strong>n el tiempo, que todavía nadie se<br />

la hizo a Barbacana sin que algún día se la pagase. Y respecto <strong>de</strong>l Judas, ¿cómo quería usted que<br />

lo pudiésemos <strong>de</strong>senmascarar, si ahora, lo mismo que en tiempo <strong>de</strong> la pasión <strong>de</strong> Nuestro Señor<br />

Jesucristo, tenía la bolsa en la mano? A ver, señor arcipreste, ¿quién nos ha facilitado las<br />

municiones para esta batalla?<br />

-¿Que quién las ha facilitado? En realidad <strong>de</strong> verdad, la casa <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

-¿Las tenía disponibles? ¿Sí o no? Ahí está el toque. Como esas casas no son más que vanidad y<br />

vanidad, por no confesar que le faltaban los cuartos y no pedirlos a una persona <strong>de</strong> conocida<br />

103


honra<strong>de</strong>z, pongo por ejemplo, un servidor, va y los recibe <strong>de</strong> un pillastre, <strong>de</strong> una sanguijuela que<br />

le está chupando cuanto posee.<br />

- Buenas cosas van a <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> nosotros los badulaques <strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Orense. Que somos unos<br />

estafermos y que no servimos para nada. ¡Per<strong>de</strong>r una elección! Es la primera vez <strong>de</strong> mi vida.<br />

- No. Que escogimos un candidato muy simple. Hablando en plata, eso es lo que dirá la Junta <strong>de</strong><br />

Orense.<br />

- Poco a poco - exclamó el arcipreste dispuesto a romper lanzas por su caro señorito -. No<br />

estamos conformes...<br />

Aquí llegaban <strong>de</strong> su plática, y el auditorio, que se componía, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong>l abad <strong>de</strong> Naya, <strong>de</strong>l <strong>de</strong><br />

Boán y <strong>de</strong>l señorito <strong>de</strong> Limioso, guardaba el silencio <strong>de</strong> la humillación y la <strong>de</strong>rrota. De repente<br />

un espantoso estruendo, formado por los más discordantes y fieros ruidos que pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>sgarrar<br />

el tímpano humano, asordó la estancia. Sartenes rascadas con tenedores y cucharas <strong>de</strong> hierro;<br />

tiestos <strong>de</strong> cocina tocados como címbalos; cacerolas, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las cuales se agitaba en<br />

vertiginoso remolino un molinillo <strong>de</strong> batir chocolate; peroles <strong>de</strong> cobre en que tañían broncas<br />

campanadas fuertes manos <strong>de</strong> almirez; latas atadas a un cor<strong>de</strong>l y arrastradas por el suelo;<br />

trébe<strong>de</strong>s repicados con varillas <strong>de</strong> hierro, y, por cima <strong>de</strong> todo, la lúgubre y ronca voz <strong>de</strong>l cuerno,<br />

y la horrenda vociferación <strong>de</strong> muchas gargantas humanas, con esa cavernosidad que comunica a<br />

la laringe el exceso <strong>de</strong> vino en el estómago. Realmente acababan los bienaventurados músicos <strong>de</strong><br />

agotar una redonda corambre, que en la Casa Consistorial les había brindado la munificencia <strong>de</strong>l<br />

secretario. Por entonces aún ignoraban los electores campesinos ciertos refinamientos, y no<br />

sabían pedir <strong>de</strong>l vino que hierve y hace espuma, como algunos años <strong>de</strong>spués, contentándose con<br />

buen tinto empecinado <strong>de</strong>l Bor<strong>de</strong>. Al través <strong>de</strong> las vidrieras <strong>de</strong> Barbacana penetraba, junto con el<br />

sonido <strong>de</strong> los hórridos instrumentos y <strong>de</strong>scompasada gritería, vaho vinoso, el olor tabernario <strong>de</strong><br />

aquella patulea, ebria <strong>de</strong> algo más que <strong>de</strong>l triunfo. El arcipreste se en<strong>de</strong>rezaba los espejuelos; su<br />

rostro congestionado revelaba inquietud. El cura <strong>de</strong> Boán fruncía el cano entrecejo. Don Eugenio<br />

se inclinaba a echarlo todo a broma. El señorito <strong>de</strong> Limioso, resuelto y tranquilo, se aproximó a<br />

la ventana, alzó un visillo y miró.<br />

La cencerrada proseguía, implacable, frenética, azotando y arañando el aire como una multitud<br />

<strong>de</strong> gatos en celo el tejado don<strong>de</strong> pelean; súbitamente, <strong>de</strong> entre el alboroto grotesco se <strong>de</strong>stacó un<br />

clamor que en España siempre tiene mucho <strong>de</strong> trágico: un muera.<br />

-¡Muera el Terso!<br />

Un enjambre <strong>de</strong> mueras y vivas salió tras el primero.<br />

-¡Mueran los curas!<br />

-¡Muera la tiranía!<br />

-¡Viva Cebre y nuestro diputado!<br />

-¡Viva la Soberanía Nacional!<br />

-¡Muera el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>!<br />

Más enérgico, más intencionado, más claro que los restantes, brotó este grito:<br />

-¡Muera el ladrón faucioso Barbacana!<br />

Y el vocerío, unánime, repitió:<br />

-¡Mueraaaa!<br />

Instantáneamente apareció junto a la mesa <strong>de</strong>l abogado un hombre <strong>de</strong> siniestra catadura, hasta<br />

entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona <strong>de</strong> baja condición<br />

en la ciudad: chaqueta <strong>de</strong> paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> hacha,<br />

redoblaban la dureza <strong>de</strong> su fisonomía, abultada <strong>de</strong> pómulos y ancha <strong>de</strong> sienes. Uno <strong>de</strong> sus<br />

hundidos ojuelos ver<strong>de</strong>s relucía felinamente; el otro, inmóvil y cubierto con gruesa nube blanca,<br />

semejaba hecho <strong>de</strong> cristal cuajado.<br />

Abriendo Barbacana el cajón <strong>de</strong> su pupitre, sacaba <strong>de</strong> él dos enormes pistolas <strong>de</strong> arzón,<br />

prehistóricas sin duda, y las reconocía para cerciorarse <strong>de</strong> que estaban cargadas. Mirando al<br />

aparecido fijamente, pareció ofrecérselas con leve enarcamiento <strong>de</strong> cejas. Por toda respuesta, el<br />

104


Tuerto <strong>de</strong> Castrodorna hizo asomar al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> su faja el extremo <strong>de</strong> una navaja <strong>de</strong> cachas<br />

amarillas, que volvió a ocultar al punto. El arcipreste, que había perdido los bríos con la obesidad<br />

y los años, sobresaltóse mucho.<br />

- Déjese <strong>de</strong> calaveradas, mi amigo. Por si acaso, me parece oportuno salir por la puerta <strong>de</strong> atrás.<br />

¿Eh? No es cosa <strong>de</strong> aguardar a que esos incircuncisos vengan aquí a darle a uno tósigo.<br />

Mas ya el cura <strong>de</strong> Boán y el señorito <strong>de</strong> Limioso, unidos al Tuerto, formaban un grupo lleno <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cisión. El señorito <strong>de</strong> Limioso, no <strong>de</strong>smintiendo su vieja sangre hidalga, aguardaba<br />

sosegadamente, sin fanfarronería alguna, pero con impávido corazón; el abad <strong>de</strong> Boán, nacido<br />

con más vocación <strong>de</strong> guerrillero que <strong>de</strong> misacantano, apretaba con júbilo la pistola, olfateaba el<br />

peligro, y, a ser caballo, hubiera relinchado <strong>de</strong> gozo; el Tuerto, encogido y crispado como un<br />

tigre, se situaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la puerta a fin <strong>de</strong> <strong>de</strong>stripar a mansalva al primero que entrase.<br />

- No tenga miedo, señor arcipreste... - murmuró gravemente Barbacana -. Perro que ladra no<br />

muer<strong>de</strong>. Ni a romperme un vidrio se atreverán esos bocalanes. Pero conviene estar dispuesto, por<br />

si acaso, a enseñarles los dientes.<br />

Resonaban nutridos y feroces los mueras; mas en efecto, ni una piedra sola venía a herir los<br />

cristales. El señorito <strong>de</strong> Limioso se acercó otra vez, levantó el visillo y llamó a don Eugenio.<br />

- Mire, Naya, mire para aquí... Buena gana tienen <strong>de</strong> subir ni <strong>de</strong> tirar piedras... Están bailando.<br />

Don Eugenio se llegó a la vidriera y soltó la carcajada. Entre la patulea <strong>de</strong> beodos, dos sei<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

Trampeta, carcelero el uno, el otro alguacil, trataban <strong>de</strong> calentar a algunos <strong>de</strong> los que chillaban<br />

más fuerte, para que atacasen la morada <strong>de</strong>l abogado; señalaban a la puerta, indicaban con<br />

a<strong>de</strong>manes elocuentes lo fácil que sería echarla abajo y entrar. Pero los borrachos, que no por<br />

estarlo perdían la cautelosa pru<strong>de</strong>ncia, el saludable temor que inspira el cacique al labriego, se<br />

hacían los <strong>de</strong>sentendidos, limitándose a berrear, a herir cazos y sartenes con más furia. Y en el<br />

centro <strong>de</strong>l corro, al compás <strong>de</strong> los almireces y cacerolas, brincaban como locos los más tomados<br />

<strong>de</strong> la bebida, los verda<strong>de</strong>ros pellejos.<br />

- Señores - dijo en grave y enronquecida voz Ramón Limioso -: Es siquiera una mala vergüenza<br />

que esos pillos nos tengan aquí sitiados... Me dan ganas <strong>de</strong> salir y pegarles una corrida, que no<br />

paren hasta el Ayuntamiento.<br />

- Hombre - gruñó el abad <strong>de</strong> Boán -, usted poco habla, pero bueno. Vamos a meterles miedo,<br />

¡quoniam! Estornudando solamente, espanto yo media docena <strong>de</strong> esos pellejones.<br />

No pronunció el Tuerto palabra; únicamente su ojo verdoso se encendió con fosfórica luz, y miró<br />

a Barbacana, como pidiéndole permiso <strong>de</strong> tomar parte en la empresa. Barbacana hizo con la<br />

cabeza señal afirmativa, pero le indicó al mismo tiempo que guardase la navaja.<br />

- Tiene razón - exclamó el hidalgo <strong>de</strong> Limioso, en<strong>de</strong>rezando la cabeza y dilatando las ventanillas<br />

<strong>de</strong> la nariz con altanera expresión, muy <strong>de</strong>susada en su lánguida y triste faz -. A esa gente, a<br />

palos y latigazos se les sacu<strong>de</strong> el polvo. No ensuciar un arma que uno usa para el monte, para las<br />

perdices y las liebres, que valen más que ellos (fuera el alma).<br />

Y al <strong>de</strong>cir fuera el alma, persignóse el señorito.<br />

- Tengan miramiento, hombre, tengan miramiento... - murmuraba el arcipreste difícilmente,<br />

extendiendo las manos como para calmar los ánimos irritados. (¡Cuán lejos estaban los tiempos<br />

belicosos en que aseguraba una elección a puntapiés!)<br />

Barbacana no se opuso a la hazaña; al contrario, pasó a otra estancia y volvió con un haz <strong>de</strong><br />

junquillos, palos y bastones. El cura <strong>de</strong> Boán no quiso más garrote que el suyo, que era<br />

formidable; Ramón Limioso, fiel a su <strong>de</strong>sdén <strong>de</strong> la grey villana, asió el látigo más <strong>de</strong>lgado, un<br />

latiguillo <strong>de</strong> montar. El Tuerto empuñó una especie <strong>de</strong> tralla, que, manejada por diestra vigorosa,<br />

<strong>de</strong>bía ser <strong>de</strong> terrible efecto.<br />

Bajaron cautelosamente la escalera, cuidando <strong>de</strong> no zapatear, previsión que el endiablado<br />

estrépito <strong>de</strong> la cencerrada hacía <strong>de</strong> todo punto ociosa. Tenía la puerta su tranca y los cerrojos<br />

corridos, medida <strong>de</strong> precaución adoptada por la cocinera <strong>de</strong>l abogado así que oyó estruendo <strong>de</strong><br />

motín. El abad <strong>de</strong> Boán los <strong>de</strong>scorrió impetuosamente, el Tuerto sacó la tranca, giró la llave en la<br />

105


cerradura, y clérigos y seglares se lanzaron contra la canalla sin avisar ni dar voces, con los<br />

dientes apretados, chispeantes los ojos, blandiendo látigos y esgrimiendo garrotes.<br />

No habrían transcurrido cinco minutos cuando Barbacana, que por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los visillos<br />

registraba el teatro <strong>de</strong>l combate, sonrió silenciosamente, o más bien regañó los labios,<br />

<strong>de</strong>scubriendo la amarilla <strong>de</strong>ntadura, y apretó con nerviosa violencia la barandilla <strong>de</strong> la ventana.<br />

En todas direcciones huían los <strong>de</strong>spavoridos borrachos, chillando como si los cargase un<br />

regimiento <strong>de</strong> caballería a galope: algunos tropezaban y caían <strong>de</strong> bruces, y la tralla <strong>de</strong>l Tuerto se<br />

les enroscaba alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los lomos, arrancándoles alaridos <strong>de</strong> dolor. Fustigaba el hidalgo <strong>de</strong><br />

Limioso con menos crueldad, pero con soberano <strong>de</strong>sprecio, como se fustigaría a una piara <strong>de</strong><br />

marranos. El cura <strong>de</strong> Boán sacudía estacazo limpio, con regularidad y energía infatigables. El <strong>de</strong><br />

Naya, incapaz <strong>de</strong> mantenerse <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los límites <strong>de</strong> su papel justiciero, insultaba, reía y<br />

vapuleaba a un mismo tiempo a los beodos.<br />

-¡Anda, tinaja, cuba, mosquito! ¡Toma, toma, para que vuelvas otra vez, pellejo, odre! ¡Ve a<br />

dormir la mona, cuero! ¡A la taberna con tus huesos, larpán, tonel <strong>de</strong> mosto! ¡A la cárcel,<br />

borrachos, a vomitar lo que tenéis en esas tripas!<br />

Limpia estaba la calle; más limpia ya que una patena: silencio profundo había sustituido al<br />

vocerío, a los mueras y a la cencerrada feroz. Por el suelo quedaban esparcidos <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> la<br />

batalla: cazos, almireces, cuernos <strong>de</strong> buey. En la escalera se oía el ruido <strong>de</strong> los vencedores, que<br />

subían celebrando el fácil triunfo. Delante <strong>de</strong> todos entró don Eugenio, que se echó en una<br />

butaca partiéndose a carcajadas y palmoteando. El cura <strong>de</strong> Boán le seguía limpiándose el sudor.<br />

Ramón Limioso, serio y aún melancólico, se limitó a entregar a Barbacana el latiguillo, sin<br />

<strong>de</strong>spegar los labios.<br />

-¡Van... buenos! - tartamu<strong>de</strong>ó el abad <strong>de</strong> Naya reventando <strong>de</strong> risa.<br />

- Yo mallé en ellos... como quien malla en centeno! - exclamó respirando con placer el <strong>de</strong> Boán.<br />

- Pues yo - explicó el hidalgo -, si supiese que habían <strong>de</strong> ser tan cobar<strong>de</strong>s y echar a correr sin<br />

volvérsenos siquiera, a fe que no me tomo el trabajo <strong>de</strong> salir.<br />

- No se fíen - observó el arcipreste -. Ahora en el Ayuntamiento los avergüenza Trampeta, y<br />

capaz es <strong>de</strong> venir acá en persona con los incircuncisos a darle un susto al señor Licenciado (así<br />

llamaban a Barbacana familiarmente sus amigos). Por si acaso, es pru<strong>de</strong>nte que estos señores<br />

pasen aquí la noche. Yo tengo que misar mañana en Loiro, y mi hermana estará muerta <strong>de</strong><br />

miedo..., que si no...<br />

- Nada <strong>de</strong> eso - replicó perentoriamente Barbacana -. Estos señores se vuelven cada uno a su<br />

casa. No hay cuidado ninguno. A mí... me basta con este mozo - añadió señalando al Tuerto,<br />

agazapado otra vez en su rincón.<br />

No fue posible reducir al cacique a que aceptase la guardia <strong>de</strong> honor que le ofrecían. Por otra<br />

parte, no se notaba síntoma alguno <strong>de</strong> que hubiese <strong>de</strong> alterarse el or<strong>de</strong>n nuevamente. Ni se oían a<br />

lo lejos vociferaciones <strong>de</strong> electores victoriosos. El soñoliento silencio <strong>de</strong> los pueblecillos<br />

pequeños y sin vida pesaba sobre la villa <strong>de</strong> Cebre. Tres héroes <strong>de</strong> la gran batida, y el arcipreste<br />

con ellos, salieron a caballo hacia la montaña. No iban cabizbajos, a fuer <strong>de</strong> muñidores<br />

electorales <strong>de</strong>rrotados, sino llenos <strong>de</strong> regocijo, con gran cháchara y broma, celebrando a más y<br />

mejor la somanta administrada a los borrachines cencerreadores. Don Eugenio estaba inspirado,<br />

oportuno, bullanguero, ocurrentísimo en una palabra; había que oírle remedar los aullidos y la<br />

caída <strong>de</strong> los ebrios en el lodo <strong>de</strong> la calle, y el gesto que ponía el cura <strong>de</strong> Boán al majar en ellos.<br />

Barbacana se quedó solo con el Tuerto. Si alguno <strong>de</strong> los molidos músicos <strong>de</strong> la cencerrada se<br />

atreviese a asomar la cabeza y mirar hacia las ventanas <strong>de</strong>l cacique, vería que, por fanfarronada o<br />

por <strong>de</strong>scuido, no estaban cerradas las ma<strong>de</strong>ras, y podría distinguir, al través <strong>de</strong> los visillos y<br />

<strong>de</strong>stacándose sobre el fondo <strong>de</strong> la habitación alumbrada por el quinqué, las cabezas <strong>de</strong>l abogado<br />

y <strong>de</strong> su feroz <strong>de</strong>fensor y sei<strong>de</strong>. Sin duda hablaban <strong>de</strong> algo importante, porque la plática fue larga.<br />

Una hora o algo más corrió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que encendieron la luz hasta que las ma<strong>de</strong>ras se cerraron,<br />

quedando la casa silenciosa, torva y sombría como quien oculta algún negro secreto.<br />

106


- XXVII -<br />

La persona en quien se notó mayor sentimiento por la pérdida <strong>de</strong> las elecciones fue Nucha.<br />

Des<strong>de</strong> la <strong>de</strong>rrota, se <strong>de</strong>smejoró más <strong>de</strong> lo que estaba, y creció su abatimiento físico y moral.<br />

Apenas salía <strong>de</strong> su habitación don<strong>de</strong> vivía esclava <strong>de</strong> su niña, cosida a ella día y noche. En la<br />

mesa, mientras comía poco y sin gana, guardaba silencio, y a veces Julián, que no apartaba los<br />

ojos <strong>de</strong> la señorita, la veía mover los labios, cosa frecuente en las personas poseídas <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a<br />

fija, que hablan para sí, sin emitir la voz. Don Pedro, como nunca huraño, no se tomaba el<br />

trabajo <strong>de</strong> intentar un asomo <strong>de</strong> conversación. Mascaba firme, bebía seco, y tenía los ojos fijos<br />

en el plato, cuando no en las vigas <strong>de</strong>l techo; jamás en sus comensales.<br />

Tan <strong>de</strong>shecha y acabada le parecía al capellán la señorita, que un día se atrevió, venciendo<br />

recelos inexplicables, a llamar aparte a don Pedro, preguntándole en voz entrecortada si no sería<br />

bueno avisar al señor <strong>de</strong> Juncal, para que viese...<br />

-¿Está usted loco? - respondió don Pedro, fulminándole una mirada <strong>de</strong>spreciativa -. ¿Llamar a<br />

Juncal..., <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> lo que trabajó contra mí en las elecciones? Máximo Juncal no atravesará<br />

más las puertas <strong>de</strong> esta casa.<br />

No replicó el capellán, pero pocos días <strong>de</strong>spués, volviendo <strong>de</strong> Naya, se tropezó con el médico.<br />

Éste <strong>de</strong>tuvo su caballejo, y, sin apearse, contestó a las preguntas <strong>de</strong> Julián.<br />

-«Pue<strong>de</strong> ser grave..». Quedó muy débil <strong>de</strong>l parto, y necesitaba cuidados exquisitos... Las mujeres<br />

nerviosas sanan <strong>de</strong>l cuerpo cuando se les tranquiliza y se les distrae el espíritu... Mire, Julián,<br />

tendríamos que hablar para seis horas si yo le dijese todo lo que pienso <strong>de</strong> esa infeliz señorita, y<br />

<strong>de</strong> esos Pazos... Punto en boca... Bonito diputado querían uste<strong>de</strong>s enviar a las Cortes... Más<br />

valdría que sus padres lo hubiesen mandado a la escuela...<br />

Pue<strong>de</strong> ser grave... Esto principalmente se estampó en el pensamiento <strong>de</strong> Julián. Sí que podía ser<br />

grave: ¿Y <strong>de</strong> qué medios disponía él para conjurar la enfermedad y la muerte? De ninguno.<br />

Envidió a los médicos. Él sólo tenía faculta<strong>de</strong>s para curar el espíritu: ni aun ésas le servían, pues<br />

Nucha no se confesaba con él; y hasta la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que se confesase, <strong>de</strong> ver <strong>de</strong>snuda un alma tan<br />

hermosa, le turbaba y confundía.<br />

Muchas veces había pensado en semejante probabilidad: cualquier día era fácil que Nucha, por<br />

necesidad <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogo y <strong>de</strong> consuelo, viniese a echársele a los pies en el tribunal <strong>de</strong> la penitencia<br />

y a <strong>de</strong>mandarle consejos, fuerza, resignación. «¿Y quién soy yo - se <strong>de</strong>cía Julián - para guiar a<br />

una persona como la señorita Marcelina? Ni tengo edad, ni experiencia, ni sabiduría suficiente; y<br />

lo peor es que también me falta virtud, porque yo <strong>de</strong>bía aceptar gustoso todos los pa<strong>de</strong>cimientos<br />

<strong>de</strong> la señorita, creer que Dios se los envía para probarla, para acrecentar sus méritos, para darle<br />

mayor cantidad <strong>de</strong> gloria en el otro mundo... y soy tan malo, tan carnal, tan ciego, tan inepto, que<br />

me paso la vida dudando <strong>de</strong> la bondad divina porque veo a esta pobre señora entre adversida<strong>de</strong>s<br />

y tribulaciones pasajeras... Pues no ha <strong>de</strong> ser así - resolvía el capellán con esfuerzo -. He <strong>de</strong> abrir<br />

los ojos, que para eso tengo la luz <strong>de</strong> la fe, negada a los incrédulos, a los impíos, a los que están<br />

en pecado mortal. Si la señorita me viene a pedir que le ayu<strong>de</strong> a llevar la cruz, enseñémosle a que<br />

la abrace amorosamente. Es necesario que comprenda ella, y yo también, lo que significa esa<br />

cruz. Con ella se va a la felicidad única y verda<strong>de</strong>ra. Por muy dichosa que fuese la señorita aquí<br />

en el mundo, vamos a ver, ¿cuánto tiempo y <strong>de</strong> qué manera podría serlo? Aunque su marido la...<br />

estimase como merece, y la pusiese sobre las niñas <strong>de</strong> sus ojos, ¿se libraría por eso <strong>de</strong><br />

contrarieda<strong>de</strong>s, enfermeda<strong>de</strong>s, vejez y muerte? Y cuando llega la hora <strong>de</strong> la muerte, ¿qué importa<br />

ni <strong>de</strong> qué sirve haber pasado un poco más alegre y tranquila esta vidilla perece<strong>de</strong>ra y<br />

<strong>de</strong>spreciable?»<br />

Tenía Julián a la mano siempre un ejemplar <strong>de</strong> la Imitación <strong>de</strong> Cristo; era la mo<strong>de</strong>sta edición <strong>de</strong><br />

la Librería religiosa, y castiza y admirable traducción <strong>de</strong>l P. Nieremberg. Al frente <strong>de</strong> la portada<br />

107


había un grabado, bien ínfimo como obra <strong>de</strong> arte, que proporcionaba al capellán mucho alivio<br />

cada vez que fijaba sus ojos en él. Representaba una colina, el Calvario; y por el estrecho<br />

sen<strong>de</strong>ro que conducía al lugar <strong>de</strong>l suplicio, iba subiendo lentamente Jesús, con la cruz a cuestas,<br />

y el rostro vuelto hacia un fraile que allá en lontananza se echaba otra cruz al hombro. Aunque<br />

malo el dibujo y peor el <strong>de</strong>sempeño, respiraba aquel grabado una especie <strong>de</strong> resignación<br />

melancólica, a<strong>de</strong>cuada a la situación moral <strong>de</strong>l presbítero. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberlo contemplado<br />

<strong>de</strong>spacio, parecíale sentir en los hombros una pesadumbre abrumadora y dulcísima a la vez, y<br />

una calma honda, como si se encontrase - calculaba él para sí - sepultado en el fondo <strong>de</strong>l mar, y<br />

el agua le ro<strong>de</strong>ase por todas partes, sin ahogarle. Entonces leía párrafos <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> oro, que se le<br />

entraban en el alma a manera <strong>de</strong> hierro enrojecido en la carne:<br />

«¿Por qué temes, pues, tomar la cruz, por la cual se va al reino? En la cruz está la salud, en la<br />

cruz está la vida, en la cruz está la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> los enemigos, en la cruz está la infusión <strong>de</strong> la<br />

suavidad soberana, en la cruz está la fortaleza <strong>de</strong>l corazón, en la cruz está el gozo <strong>de</strong>l espíritu, en<br />

la cruz está la suma virtud, en la cruz está la perfección <strong>de</strong> la santidad... Toma pues tu cruz, y<br />

sigue a Jesús... Mira que todo consiste en la cruz, y todo está en morir; y no hay otro camino para<br />

la vida y para la verda<strong>de</strong>ra paz que el <strong>de</strong> la santa cruz y continua mortificación... Dispón y<br />

or<strong>de</strong>na todas las cosas según tu querer, y no hallarás sino que has <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer algo, o <strong>de</strong> grado o<br />

por fuerza; y así siempre hallarás la cruz, porque o sentirás dolor en el cuerpo, o pa<strong>de</strong>cerás<br />

tribulación en el espíritu... Cuando llegares al punto <strong>de</strong> que la aflicción te sea dulce y gustosa por<br />

amor <strong>de</strong> Cristo, piensa entonces que te va bien, porque hallaste el paraíso en la tierra...»<br />

-¡Cuándo llegaré yo a este estado <strong>de</strong> bienaventuranza, Señor! - murmuraba Julián poniendo una<br />

señal en el libro -. Había oído algunas veces que Dios conce<strong>de</strong> lo que se le pi<strong>de</strong> mentalmente en<br />

el acto <strong>de</strong> consagrar la hostia, y con muchas veras le pedía llegar al punto <strong>de</strong> que su cruz... No, la<br />

<strong>de</strong> la pobre señorita, le fuese dulce y gustosa, como <strong>de</strong>cía Kempis...<br />

A la misa en la capilla remozada asistía siempre Nucha, oyéndola toda <strong>de</strong> rodillas, y retirándose<br />

cuando Julián daba gracias. Sin volverse ni distraerse en la oración, Julián conocía el instante en<br />

que se levantaba la señorita y el ruido imperceptible <strong>de</strong> sus pisadas sobre el entarimado nuevo.<br />

Cierta mañana no lo oyó. Este hecho tan sencillo le privó <strong>de</strong> rezar con sosiego. Al alzarse, vio a<br />

Nucha también en pie, el índice sobre los labios. Perucho, que ayudaba a misa con <strong>de</strong>sembarazo<br />

notable, se <strong>de</strong>dicaba a apagar los cirios, valiéndose <strong>de</strong> una luenga caña. La mirada <strong>de</strong> la señorita<br />

<strong>de</strong>cía elocuentemente:<br />

«Que se vaya ese niño.»<br />

El capellán or<strong>de</strong>nó al acólito que <strong>de</strong>spejase.<br />

Tardó éste algo en obe<strong>de</strong>cer, <strong>de</strong>teniéndose en doblar la toalla <strong>de</strong>l lavatorio. Al fin se fue, no muy<br />

<strong>de</strong> su grado. Llenaba la capilla olor <strong>de</strong> flores y barniz fresco; por las ventanas entraba una luz<br />

caliente, que cernían visillos <strong>de</strong> tafetán carmesí; y las carnes <strong>de</strong> los santos <strong>de</strong>l altar adquirían<br />

apariencia <strong>de</strong> vida, y la pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> Nucha se sonroseaba artificialmente.<br />

-¿Julián? - preguntó con imperioso acento, extraño en ella.<br />

- Señorita... - respondió él en voz baja, por respeto al lugar sagrado. Tembláronle los labios y las<br />

manos se le enfriaron, pues creyó llegado el terrible momento <strong>de</strong> la confesión.<br />

- Tenemos que hablar. Y ha <strong>de</strong> ser aquí, por fuerza. En otras partes no falta quien aceche.<br />

- Es verdad que no falta.<br />

-¿Hará usted lo que le pida?<br />

- Ya sabe que...<br />

-¿Sea lo que sea?<br />

- Yo...<br />

Su turbación crecía: el corazón le latía con sordo ruido. Se recostó en el altar.<br />

- Es preciso - <strong>de</strong>claró Nucha sin apartar <strong>de</strong> él sus ojos, más que vagos, extraviados ya - que me<br />

ayu<strong>de</strong> usted a salir <strong>de</strong> aquí. De esta casa.<br />

-A... A... salir... - tartamu<strong>de</strong>ó Julián, aturdido.<br />

108


- Quiero marcharme. Llevarme a mi niña. Volverme junto a mi padre. Para conseguirlo hay que<br />

guardar secreto. Si lo saben aquí, me encerrarán con llave. Me apartarán <strong>de</strong> la pequeña. La<br />

matarán. Sé <strong>de</strong> fijo que la matarán.<br />

El tono, la expresión, la actitud, eran <strong>de</strong> quien no posee la plenitud <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s mentales; <strong>de</strong><br />

mujer impulsada por excitación nerviosa que raya en <strong>de</strong>svarío.<br />

- Señorita... - articuló el capellán, no menos alterado -, no esté <strong>de</strong> pie, no esté <strong>de</strong> pie... Siéntese<br />

en este banquito... Hablemos con tranquilidad... Ya conozco que tiene disgustos, señorita... Se<br />

necesita paciencia, pru<strong>de</strong>ncia... Cálmese...<br />

Nucha se <strong>de</strong>jó caer en el banco. Respiraba fatigosamente, como persona en quien se cumplen<br />

mal las funciones pulmonares. Sus orejas, blanquecinas y <strong>de</strong>spegadas <strong>de</strong>l cráneo,<br />

transparentaban la luz. Habiendo tomado aliento, habló con cierto reposo.<br />

-¡Paciencia y pru<strong>de</strong>ncia! Tengo cuanta cabe en una mujer. Aquí no viene al caso disimular: ya<br />

sabe usted cuándo empezó a clavárseme la espina; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día me propuse averiguar la<br />

verdad, y no me costó... gran trabajo. Digo, sí; me costó un... un combate... En fin, eso es lo que<br />

menos importa. Por mí no pensaría en irme, pues no estoy buena y se me figura que... duraré<br />

poco..., pero..., ¿y la niña?<br />

- La niña...<br />

- La van a matar, Julián, esas... gentes. ¿No ve usted que les estorba? ¿Pero no lo ve usted?<br />

- Por Dios le pido que se sosiegue... Hablemos con calma, con juicio...<br />

-¡Estoy harta <strong>de</strong> tener calma! - exclamó con enfado Nucha, como el que oye una gran simpleza -.<br />

He rogado, he rogado... He agotado todos los medios... No aguardo, no puedo aguardar más.<br />

Esperé a que se acabasen las elecciones dichosas, porque creía que saldríamos <strong>de</strong> aquí y entonces<br />

se me pasaría el miedo... Yo tengo miedo en esta casa, ya lo sabe usted, Julián; miedo horrible...<br />

Sobre todo <strong>de</strong> noche.<br />

A la luz <strong>de</strong>l sol, que tamizaban los visillos carmesíes, Julián vio las pupilas dilatadas <strong>de</strong> la<br />

señorita, sus entreabiertos labios, sus enarcadas cejas, la expresión <strong>de</strong> mortal terror pintada en su<br />

rostro.<br />

- Tengo mucho miedo - repitió estremeciéndose.<br />

Renegaba Julián <strong>de</strong> su sosera. ¡Cuánto daría por ser elocuente! Y no se le ocurría nada, nada. <strong>Los</strong><br />

consuelos místicos que tenía preparados y atesorados, la teoría <strong>de</strong> abrazarse a la cruz..., todo se le<br />

había borrado ante aquel dolor voluntarioso, palpitante y <strong>de</strong>sbordado.<br />

- Ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegué... esta casa tan gran<strong>de</strong> y tan antigua... - prosiguió Nucha - me dio frío en la<br />

espalda... Sólo que ahora... no son tonterías <strong>de</strong> chiquilla mimada, no... Me van a matar a la<br />

pequeña... ¡Usted lo verá! Así que la <strong>de</strong>jo con el ama, estoy en brasas... Acabemos pronto... Esto<br />

se va a resolver ahora mismo. Acudo a usted, porque no puedo confiarme a nadie más... Usted<br />

quiere a mi niña.<br />

- Lo que es quererla... - balbució Julián, casi afónico <strong>de</strong> puro enternecido.<br />

- Estoy sola, sola... - repitió Nucha pasándose la mano por las mejillas. Su voz sonaba como<br />

entrecortada por lágrimas que contenía -. Pensé en confesarme con usted, pero... buena confesión<br />

te dé Dios... No obe<strong>de</strong>cería si usted me mandase quedarme aquí... Ya sé que es mi obligación: la<br />

mujer no <strong>de</strong>be apartarse <strong>de</strong>l marido. Mi resolución, cuando me casé, era...<br />

Detúvose <strong>de</strong> pronto, y careándose con Julián, le preguntó:<br />

-¿No le parece a usted como a mí que este casamiento tenía que salir mal? Mi hermana Rita ya<br />

era casi novia <strong>de</strong>l primo cuando él me pidió... Sin culpa mía, quedamos reñidas Rita y yo <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces... No sé cómo fue aquello; bien sabe Dios que no puse nada <strong>de</strong> mi parte para que Pedro<br />

se fijase en mí. Papá me aconsejó que, <strong>de</strong> todos modos, me casase con el primo... Yo seguí el<br />

consejo... Me propuse ser buena, quererle mucho, obe<strong>de</strong>cerle, cuidar <strong>de</strong> mis hijos... Dígame<br />

usted, Julián, ¿he faltado en algo?<br />

Julián cruzó las manos. Sus rodillas se doblaban, y a punto estuvo <strong>de</strong> hincarlas en tierra.<br />

Pronunció con entusiasmo:<br />

109


- Usted es un ángel, señorita Marcelina.<br />

- No... - replicó ella -, ángel no, pero no me acuerdo <strong>de</strong> haber hecho daño a nadie. He cuidado<br />

mucho a mi hermanito Gabriel, que era <strong>de</strong>licado <strong>de</strong> salud y no tenía madre...<br />

Al pronunciar esta frase, la ola rebosó, las lágrimas corrieron por fin; Nucha respiró mejor, como<br />

si aquellos recuerdos <strong>de</strong> la infancia templasen sus nervios y el llanto le diese alivio.<br />

- Y por cierto que le tomé tal cariño, que pensaba para mí: «Si tengo hijos algún día, no es<br />

posible quererlos más que a mi hermano.» Después he visto que esto era un disparate; a los hijos<br />

se les quiere muchísimo más aún.<br />

El cielo se nublaba lentamente, y se oscurecía la capilla. La señorita hablaba con sosiego<br />

melancólico.<br />

- Cuando mi hermano se fue al colegio <strong>de</strong> artillería, yo no pensé más que en dar gusto a papá, y<br />

en que se notase poco la falta <strong>de</strong> la pobre mamá... Mis hermanas preferían ir a paseo, porque,<br />

como son bonitas, les gustaban las diversiones. A mí me llamaban feúcha y bizca, y me<br />

aseguraban que no encontraría marido.<br />

-¡Ojalá! - exclamó Julián sin po<strong>de</strong>r reprimirse.<br />

- Yo me reía. ¿Para qué necesitaba casarme? Tenía a papá y a Gabriel con quien vivir siempre. Si<br />

ellos se me morían, podía entrar en un convento: el <strong>de</strong> las Carmelitas, en que está la tía Dolores,<br />

me gustaba mucho. En fin, no he tenido culpa ninguna <strong>de</strong>l disgusto <strong>de</strong> Rita. Cuando papá me<br />

enteró <strong>de</strong> las intenciones <strong>de</strong>l primo, le dije que no quería sacarle el novio a mi hermana, y<br />

entonces papá... me besuqueó mucho en los carrillos, como cuando era pequeña, y... me parece<br />

que le estoy oyendo... me respondió así: «Rita es una tonta..., cállate.» Pero por mucho que diga<br />

papá... ¡al primo le seguía gustando más Rita!...<br />

Continuó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> algunos segundos <strong>de</strong> silencio:<br />

- Ya ve usted que no tenía mucho por qué envidiarme mi hermana... ¡Cuánta hiel he tragado,<br />

Julián! Cuando lo pienso se me pone un nudo aquí...<br />

El capellán pudo al fin expresar parte <strong>de</strong> sus sentimientos.<br />

- No me extraña que se le ponga ese nudo... Soy yo y lo tengo también... Día y noche estoy<br />

cavilando en sus males, señorita... Cuando vi aquella señal... La lastimadura en la muñeca...<br />

Por primera vez durante la conversación se encendió el <strong>de</strong>scolorido rostro <strong>de</strong> Nucha, y sus ojos<br />

se velaron, cubriéndolos la caída <strong>de</strong> las pestañas. No respondió directamente.<br />

- Mire usted - murmuró con asomos <strong>de</strong> amarga sonrisa - que siempre me suce<strong>de</strong>n a mí <strong>de</strong>sgracias<br />

por cosas <strong>de</strong> que no tengo la culpa... Pedro se empeñaba en que yo le reclamase a papá la<br />

legítima <strong>de</strong> mamá, porque papá le negó un dinero que le hacía falta para las elecciones. También<br />

se disgustó mucho porque la tía Marcelina, que pensaba instituirme here<strong>de</strong>ra, creo que va a<br />

<strong>de</strong>jarle a Rita los bienes... Yo no tengo que ver con nada <strong>de</strong> eso... ¿Por qué me matan? Ya sé que<br />

soy pobre: no hay necesidad <strong>de</strong> repetírmelo... En fin, esto es lo <strong>de</strong> menos... Me dolió bastante<br />

más el que mi marido me dijese que por mí se ve sin sucesión la casa <strong>de</strong> Moscoso... ¡Sin<br />

sucesión! ¿Y mi niña? ¡Angelito <strong>de</strong> mis entrañas!<br />

Lloraba la infeliz señora, lentamente, sin sollozar. Sus párpados tenían ya el matiz rojizo que dan<br />

los pintores a los <strong>de</strong> las Dolorosas.<br />

- Lo mío - añadió - no me importa. Lo mío lo aguantaría hasta el último instante. Que me... traten<br />

<strong>de</strong> un modo... o <strong>de</strong> otro, que... que la criada... sea... ocupe mi sitio... bien..., bien, paciencia, sería<br />

cuestión <strong>de</strong> tener paciencia, <strong>de</strong> sufrir, <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse morir... Pero está <strong>de</strong> por medio la niña..., hay<br />

otro niño, otro hijo, un bastardo... La niña estorba... ¡La matarán!...<br />

Repitió solemnemente y muy <strong>de</strong>spacio:<br />

- La matarán. No me mire usted así. No estoy loca, sólo estoy excitada. He <strong>de</strong>terminado<br />

marcharme e irme a vivir con mi padre. Me parece que esto no es ningún pecado, ni tampoco el<br />

llevarme a la pequeña. ¡Y si peco, no me lo diga, Julianciño!... Es resolución irrevocable. Usted<br />

vendrá conmigo, porque sola no conseguiría realizar mi plan. ¿Me acompañará?<br />

110


Julián quiso objetar algo; ¿qué? No lo sabía él mismo. El diminutivo cariñoso usado por la<br />

señorita, la febril resolución con que hablaba, le vencieron. ¿Negarse a ayudar a la <strong>de</strong>sdichada?<br />

Imposible. ¿Pensar en lo que el proyecto tenía <strong>de</strong> extraño, <strong>de</strong> inconveniente? Ni se le ocurrió un<br />

minuto. A fuer <strong>de</strong> criatura candorosa, una fuga tan absurda le pareció hasta fácil. ¿Oponerse a la<br />

marcha? También él había tenido y tenía a cada instante miedo, miedo cerval, no sólo por la<br />

niña, sino por la madre: ¿acaso no se le había ocurrido mil veces que la existencia <strong>de</strong> las dos<br />

corría inminente peligro? A<strong>de</strong>más, ¿qué cosa en el mundo <strong>de</strong>jaría él <strong>de</strong> intentar por secar<br />

aquellos ojos puros, por sosegar aquel anheloso pecho, por ver <strong>de</strong> nuevo a la señorita segura,<br />

honrada, respetada, cercada <strong>de</strong> miramientos en la casa paterna?<br />

Se representaba la escena <strong>de</strong> la escapatoria. Sería al amanecer. Nucha iría envuelta en muchos<br />

abrigos. Él cargaría con la niña, dormidita y arropadísima también. Por si acaso llevaría en el<br />

bolsillo un tarro con leche caliente. Andando bien llegarían a Cebre en tres horas escasas. Allí se<br />

podían hacer sopas. La nena no pasaría hambre. Tomarían en el coche la berlina, el sitio más<br />

cómodo. Cada vuelta <strong>de</strong> la rueda les alejaría <strong>de</strong> los tétricos Pazos...<br />

Muy quedito, como quien se confiesa, empezaron a <strong>de</strong>batir y resolver estos pormenores. Otro<br />

rayo <strong>de</strong> sol entreabría las nubes, y los santos, en sus hornacinas, parecían sonreír benévolamente<br />

al grupo <strong>de</strong>l banquillo. Ni la Purísima <strong>de</strong> sueltos tirabuzones y traje blanco y azul, ni el san<br />

Antonio que hacía fiestas a un niño Jesús regor<strong>de</strong>te, ni el san Pedro con la tiara y las llaves, ni<br />

siquiera el arcángel san Miguel, el caballero <strong>de</strong> la ardiente espada, siempre dispuesto a rajar y<br />

hendir a Satanás, revelaban en sus rostros pintados <strong>de</strong> fresco el más leve enojo contra el capellán,<br />

ocupado en combinar los preliminares <strong>de</strong> un rapto en toda regla, arrebatando una hija a su padre<br />

y una mujer a su legítimo dueño.<br />

- XXVIII -<br />

Al llegar aquí <strong>de</strong> la narración, es preciso acudir, para completarla, a las reminiscencias que<br />

grabaron para siempre en la imaginación <strong>de</strong>l lindo rapazuelo, hijo <strong>de</strong> Sabel, los sucesos <strong>de</strong> la<br />

memorable mañana en que por última vez ayudó a misa al bonachón <strong>de</strong> don Julián (el cual, por<br />

más señas, solía darle dos cuartos una vez terminado el oficio divino).<br />

El primer recuerdo que Perucho conserva es que, al salir <strong>de</strong> la capilla, quedóse muy triste<br />

arrimado a la puerta, porque aquel día el capellán no le había dado cosa alguna. Chupándose el<br />

<strong>de</strong>do y en actitud meditabunda permaneció allí unos instantes, hasta que la misma falta <strong>de</strong> los<br />

dos cuartos acostumbrados le <strong>de</strong>scubrió un rayo <strong>de</strong> luz: ¡su abuelo le había prometido otros dos<br />

si le avisaba cuando la señora se quedase en la capilla <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> oída la misa! Raciocinando con<br />

sorpren<strong>de</strong>nte rigor matemático, calculó que pues perdía dos cuartos por un lado, era urgente<br />

ganarlos por otro; apenas concibió tan luminosa i<strong>de</strong>a, sintió que las piernas le bailaban, y echó a<br />

correr con toda la velocidad posible en busca <strong>de</strong> su abuelo.<br />

Atravesando la cocina, colóse en la habitación baja don<strong>de</strong> <strong>de</strong>spachaba Primitivo, y empujando la<br />

puerta, le vio sentado ante una gran mesa antigua, sobre la cual se encrespaba un maremágnum<br />

<strong>de</strong> papelotes cubiertos <strong>de</strong> cifras engarrapatadas, <strong>de</strong> apuntes escritos con letra jorobada y<br />

escabrosa, por mano que no <strong>de</strong>bía ser diestra ni aun en palotes. La mesa y el cuarto en general<br />

atraían a Perucho con el encanto que posee para la niñez lo <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado y revuelto, los sitios en<br />

que se acumulan muchas cosas variadas, pues imaginan ellos que cada montón <strong>de</strong> objetos es un<br />

mundo <strong>de</strong>sconocido, un <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> tesoros inestimables. Rara vez entraba allí Perucho; su<br />

abuelo acostumbraba echarle para que no sorprendiese ciertas operaciones financieras que el<br />

mayordomo gustaba <strong>de</strong> realizar sin testigos. Cuando el nieto entró, la cara pulimentada y oscura<br />

<strong>de</strong> Primitivo podía confundirse con el tono bronceado <strong>de</strong> un acervo <strong>de</strong> cal<strong>de</strong>rilla o montaña <strong>de</strong><br />

cobre, <strong>de</strong> la cual iban saliendo columnitas, columnitas que el mayordomo alineaba en correcta<br />

formación... Perucho se quedó <strong>de</strong>slumbrado ante tan fabulosa riqueza. ¡Allí estaban sus dos<br />

111


cuartos! ¡Menuda pepita <strong>de</strong> aquel gran cria<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> metal! Lleno <strong>de</strong> esperanza, alzó la voz cuanto<br />

pudo, y dio su recado. Que la señora estaba en la capilla, con el señor capellán... Que le habían<br />

<strong>de</strong>spedido <strong>de</strong> allí.<br />

Iba a añadir: «Y que se me <strong>de</strong>ben dos cuartos por la noticia» o cosa análoga, pero no le dio lugar<br />

a ello su abuelo, alzándose <strong>de</strong>l sillón con la agilidad <strong>de</strong> bicho montés que caracterizaba sus<br />

movimientos todos, no sin que al hacerlo produjese un tempestuoso remolino en el mar <strong>de</strong><br />

cal<strong>de</strong>rilla, y la caída <strong>de</strong> algunas torres que, con sonoro estrépito, se rindieron a la gran<br />

pesadumbre. Primitivo salió corriendo hacia el interior <strong>de</strong> la casa. El chiquillo se quedó allí,<br />

solicitado por las dos tentaciones más fuertes que en su vida había sufrido. Era una la <strong>de</strong> comerse<br />

las obleas, que con su provocativa blancura y encendido rojo le estaban convidando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />

bote <strong>de</strong> hojalata, y aun cuando sería más glorioso para nuestro héroe vencer el goloso capricho,<br />

la sinceridad obliga a <strong>de</strong>clarar que alargó el <strong>de</strong>do hume<strong>de</strong>cido en saliva, y fue pescando una, dos,<br />

tres, hasta zamparse cuantas encerraba el bote. Satisfecha esta concupiscencia, le apremió la otra,<br />

incitándole nada menos que a cobrarse por su mano <strong>de</strong> los dos cuartos prometidos, tomándolos<br />

<strong>de</strong>l montón que tenía allí <strong>de</strong>lante, a su disposición y albedrío. No sólo apetecía cobrarse <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>bido salario, sino que le seducían principalmente unos ochavos roñosos llamados <strong>de</strong> la fortuna<br />

en el país, y que, merced a consi<strong>de</strong>raciones muy lógicas en su mente infantil, le parecían<br />

preferibles a las piezas gordas. Las adquisiciones y placeres <strong>de</strong> Perucho los representaba<br />

generalmente un ochavo. Por un ochavo le daba la rosquillera, en ferias y romerías, caramelos <strong>de</strong><br />

alfeñique o rosquillas bastantes; por un ochavo le vendían bramante suficiente para el trompo, y<br />

le surtía el cohetero <strong>de</strong> pólvora en cantidad con que hacer regueritos; por un ochavo se procuraba<br />

tiras <strong>de</strong> mistos <strong>de</strong> cartón, groseras aleluyas impresas en papel amarillo, gallos <strong>de</strong> barro con un<br />

pito en parte no muy <strong>de</strong>corosa. Y todo esto lo tenía al alcance <strong>de</strong> su mano, como las obleas; ¡y<br />

nadie le veía ni podía <strong>de</strong>latarle! El angelote se empinó en la punta <strong>de</strong> los pies para alcanzar mejor<br />

el dinero, alargó a la vez ambas palmas, y las sumergió en el mar <strong>de</strong> cobre... Las paseó mucho<br />

rato por la superficie sin osar cerrarlas... Por fin hizo presa en un puñado <strong>de</strong> ochavos, y entonces<br />

apretó el puño fortísimamente, con la intensidad propia <strong>de</strong> los niños, que temen siempre se les<br />

escape la dicha por la mano abierta. Y así se mantuvo inmóvil, sin atreverse a retraer aquella<br />

diestra pecadora y cargada <strong>de</strong> botín al seguro rincón <strong>de</strong>l seno, don<strong>de</strong> almacenaba siempre sus<br />

latrocinios. Porque es <strong>de</strong> advertir que Perucho tenía bastante <strong>de</strong> caco, y con la mayor frescura se<br />

apropiaba huevos, fruta, y, en general, cuantos objetos codiciaba; pero, con respeto supersticioso<br />

<strong>de</strong> al<strong>de</strong>ano, que sólo juzga propiedad ajena el dinero, jamás había tocado a una moneda. En el<br />

alma <strong>de</strong> Perucho se verificaba una <strong>de</strong> esas encarnizadas luchas entre el <strong>de</strong>ber y la pasión,<br />

cantadas por la musa dramática: el ángel malo y el bueno le tiraban cada uno <strong>de</strong> una oreja, y no<br />

sabía a cuál aten<strong>de</strong>r. ¡Tremendo conflicto! Pero regocíjense el cielo y los hombres, pues venció<br />

el espíritu <strong>de</strong> luz. ¿Fue el primer <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> ese sentimiento <strong>de</strong> honor que dicta al hombre<br />

heroicos sacrificios? ¿Fue una gota <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> Moscoso, que realmente corría por sus venas<br />

y que, con la misteriosa energía <strong>de</strong> la transmisión hereditaria, le guió la voluntad como por<br />

medio <strong>de</strong> una rienda? ¿Fue temprano fruto <strong>de</strong> las lecciones <strong>de</strong> Julián y Nucha? Lo cierto es que<br />

el rapaz abrió la mano, separando mucho los <strong>de</strong>dos, y los ochavos apresados cayeron entre los<br />

restantes, con metálico retintín.<br />

No por eso hay que figurarse que Perucho renunciaba a sus dos cuartos, los ganados<br />

honradamente con la agilidad <strong>de</strong> sus piernas. ¡Renunciar! ¡A buena parte! Aquel mismo embrión<br />

<strong>de</strong> conciencia que en el fondo <strong>de</strong> su ser, don<strong>de</strong> todos tenemos escrita <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ab initio gran parte<br />

<strong>de</strong>l Decálogo, le gritaba: «no hurtarás», le dijo con no menor energía: «tienes <strong>de</strong>recho a reclamar<br />

lo que te ofrecieron.» Y, obe<strong>de</strong>ciendo a la impulsión, la criatura echó a correr en la misma<br />

dirección que su abuelo.<br />

Casualmente tropezó con él en la cocina, don<strong>de</strong> preguntaba algo a Sabel en queda voz.<br />

Acercósele Perucho, y asiéndole <strong>de</strong> la chaqueta exclamó:<br />

-¿Mis dos cuartos?<br />

112


No hizo caso Primitivo. Dialogaba con su hija, y, a lo que Perucho pudo compren<strong>de</strong>r, ésta<br />

explicaba que el señorito había salido <strong>de</strong> madrugada a tirar a los pollos <strong>de</strong> perdiz, y suponía que<br />

anduviese hacia la parte <strong>de</strong>l camino <strong>de</strong> Cebre. El abuelo soltó un juramento que usaba a menudo<br />

y que Perucho solía repetir por fanfarronada, y, sin más conversación, se alejó.<br />

Aseguró Perucho <strong>de</strong>spués que le había llamado la atención ver al abuelo salir sin tomar la<br />

escopeta y el sombrerón <strong>de</strong> alas anchas, prendas que no soltaba nunca. Semejante i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>bió<br />

ocurrírsele al chiquillo más tar<strong>de</strong>, en vista <strong>de</strong> los sucesos. Al pronto sólo pensó en alcanzar a<br />

Primitivo, y lo logró en lo alto <strong>de</strong>l camino que baja a los Pazos. Aunque el cazador iba como el<br />

pensamiento, el rapaz corría en regla también.<br />

-¡Anda al <strong>de</strong>monio! ¿Qué se te ofrece? - gruñó Primitivo al conocer a su nieto.<br />

-¡Mis dos cuartos!<br />

- Te doy cuatro en casa si me ayudas a buscar por el monte al señorito y le dices, en cuanto lo<br />

veas, lo que me dijiste a mí, ¿entien<strong>de</strong>s? Que el capellán está con la señora encerrado en la<br />

capilla y que te echaron <strong>de</strong> allí para quedar solos.<br />

El angelón fijó sus pupilas límpidas en los fascinadores ojuelos <strong>de</strong> víbora <strong>de</strong> su abuelo; y, sin<br />

esperar más instrucciones, abriendo mucho la boca, salió a galope hacia don<strong>de</strong> por instinto<br />

juzgaba él que el señorito <strong>de</strong>bía encontrarse. Volaba, con los puños apretados, haciendo saltar<br />

guijarros y tierra al golpe <strong>de</strong> sus piececillos encallecidos por la planta. Cruzaba por cima <strong>de</strong> los<br />

tojos sin sentir las espinas, hollando las flores <strong>de</strong>l rosado brezo, salvando matorrales casi tan<br />

altos como su persona, espantando la liebre oculta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un madroñero o la pega posada en<br />

las ramas bajas <strong>de</strong>l pino. De repente oyó el andar <strong>de</strong> una persona y vio al señorito salir <strong>de</strong> entre el<br />

robledal... Loco <strong>de</strong> júbilo se acercó a darle su recado, <strong>de</strong>l cual esperaba albricias. Éstas fueron la<br />

misma palabrota inmunda y atroz que había expectorado su abuelo en la cocina; y el señorito<br />

salió disparado en dirección <strong>de</strong> los Pazos, como si un torbellino lo arrebatase.<br />

Perucho se quedó algunos instantes suspenso y confuso; él afirma que al poco rato volvió a<br />

embargar su ánimo el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> los cuartos ofrecidos, que ya ascendían a la respetable suma <strong>de</strong><br />

cuatro. Para obtenerlos era menester buscar a su abuelo, y avisarle <strong>de</strong>l encuentro con el señorito;<br />

no lo tuvo por difícil, pues recordaba aproximadamente el punto <strong>de</strong>l bosque don<strong>de</strong> Primitivo<br />

quedaba; y por atajos y vericuetos sólo practicables para los conejos y para él, Perucho se lanzó<br />

tras la pista <strong>de</strong> su abuelo. Trepaba por un murallón medio <strong>de</strong>shecho ya, amparo <strong>de</strong> un viñedo<br />

colgado, por <strong>de</strong>cirlo así, en la falda abrupta <strong>de</strong>l monte, cuando <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong>l baluarte que<br />

escalaba creyó sentir rumor <strong>de</strong> pisadas, que la finura <strong>de</strong> su oído no confundió con las <strong>de</strong>l<br />

cazador; y con el instinto cauteloso <strong>de</strong> los niños hijos <strong>de</strong> la naturaleza y entregados a sí mismos,<br />

se agachó, quedando encubierto por el murallón <strong>de</strong> modo que sólo rebasase la frente. No podía<br />

dudarlo; eran pisadas humanas, bien distintas <strong>de</strong> la corrida <strong>de</strong> la liebre por entre las hojas, o <strong>de</strong><br />

los golpecitos secos y reiterados que sacu<strong>de</strong>n las patas unguladas <strong>de</strong>l zorro o <strong>de</strong>l perro. Pisadas<br />

humanas eran, aunque sí muy recelosas, apagadas y lentísimas. Parecían <strong>de</strong> alguien que<br />

procuraba emboscarse. Y, en efecto, poco tardó el niño en ver asomar, gateando entre los<br />

matorrales, a un hombre cuya <strong>de</strong>scripción acaso había oído mil veces en las veladas, en las<br />

<strong>de</strong>shojas, acompañada <strong>de</strong> exclamaciones <strong>de</strong> terror. El hongo gris, la faja roja, las recortadas<br />

patillas <strong>de</strong>stacándose sobre el rostro color <strong>de</strong> sebo, y sobre todo el ojo blanco, sin vista, frío<br />

como un pedazo <strong>de</strong> cuarzo <strong>de</strong> la carretera, en suma, la <strong>de</strong>sapacible catadura <strong>de</strong>l Tuerto <strong>de</strong><br />

Castrodorna <strong>de</strong>jaron absorto al chiquillo. Apretaba el Tuerto contra su pecho corto y ancho<br />

trabuco, y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> girar hacia todas partes el único lucero <strong>de</strong> su fea cara, <strong>de</strong> aguzar el oído,<br />

<strong>de</strong> olfatear, por <strong>de</strong>cirlo así, el aire, arrimóse al murallón, medio arrodillándose tras <strong>de</strong> un seto <strong>de</strong><br />

zarzas y brezo que lo guarnecía. Perucho, cuyos pies <strong>de</strong>scansaban en las anfractuosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

muro, se quedó como incrustado en él, sin osar respirar, ni bajarse, ni moverse, porque aquel<br />

hombre <strong>de</strong>sconocido, mal encarado y en acecho, le infundía el pavor irracional <strong>de</strong> los niños, que<br />

adivinan peligros cuya extensión ignoran. Por mucho que le aguijonease el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> sus cuatro<br />

cuartos, no se atrevía a <strong>de</strong>scolgarse <strong>de</strong>l murallón, temiendo hacer ruido y que le apuntasen con el<br />

113


cañón <strong>de</strong> aquel arma, cuya ancha boca <strong>de</strong>bía, <strong>de</strong> seguro, vomitar fuego y muerte... Así<br />

transcurrieron diez segundos <strong>de</strong> angustia para el angelote. Antes que pudiera entrar a cuentas con<br />

el miedo, ocurrió un nuevo inci<strong>de</strong>nte. Sintió otra vez pasos, no recelosos, como <strong>de</strong> quien se<br />

oculta, sino precipitados, como <strong>de</strong> quien va a don<strong>de</strong> le importa llegar presto; y por el camino<br />

hondo que limitaba el murallón divisó a su abuelo que avanzaba en dirección <strong>de</strong> los Pazos; sin<br />

duda, con su vista <strong>de</strong> águila había distinguido al señorito, y le seguía intentando darle alcance.<br />

Iba Primitivo distraído, con el propósito <strong>de</strong> reunirse a don Pedro, y no miraba a parte alguna.<br />

Llegó a atravesar por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l muro. El niño entonces vio una cosa terrible, una cosa que<br />

recordó años <strong>de</strong>spués y aun toda su vida: el hombre emboscado se incorporaba, con su único ojo<br />

centelleante y fiero; se echaba a la cara la formidable tercerola; se oía un espantoso trueno, voz<br />

<strong>de</strong> la bocaza negra; flotaba un borrón <strong>de</strong> humo, que el aire disipó instantáneamente, y al través <strong>de</strong><br />

sus últimos tules grises el abuelo giraba sobre sí mismo como una peonza, y caía boca abajo,<br />

mordiendo sin duda, en suprema convulsión, la hierba y el lodo <strong>de</strong>l camino.<br />

Asegura Perucho que no ha sabido jamás si fue el miedo o su propia voluntad lo que le obligó a<br />

<strong>de</strong>scolgarse <strong>de</strong>l murallón y <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r, más bien que a saltos, rodando, los atajos conocidos,<br />

magullándose el cuerpo, poniéndose en trizas la ropa, sin hacer caso <strong>de</strong> lo uno ni <strong>de</strong> lo otro.<br />

Rebotó como un pelota por entre las nudosas cepas; brincó por cima <strong>de</strong> los muros <strong>de</strong> piedra que<br />

las sostenían; salvó como una flecha sembrados <strong>de</strong> maíz; metióse <strong>de</strong> patas en los regatos,<br />

mojándose hasta la cintura, por no <strong>de</strong>tenerse a seguir las pasa<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> piedra; salvó vallados tres<br />

veces más altos que su cuerpo; cruzó setos, saltó hondonadas y zanjas, no comprendió por dón<strong>de</strong><br />

ni cómo, pero el caso es que, arañado, ensangrentado, sudoroso, ja<strong>de</strong>ante, se encontró en los<br />

Pazos, y maquinalmente volvió al punto <strong>de</strong> partida, la capilla, don<strong>de</strong> entró, enteramente olvidado<br />

<strong>de</strong> los cuatro cuartos, primer móvil <strong>de</strong> sus aventuras todas.<br />

Estaba escrito que aquella mañana había <strong>de</strong> ser fecunda en extraordinarias sorpresas. En la<br />

capilla acostumbraba Perucho notar que se hablaba bajito, se andaba <strong>de</strong>spacio, se contenía hasta<br />

la respiración: el menor <strong>de</strong>sliz en tal materia solía costarle un severo regaño <strong>de</strong> don Julián; <strong>de</strong><br />

modo que, sobreponiéndose el instinto y el hábito al azoramiento y trastorno, penetró en el<br />

sagrado lugar con actitud respetuosa. En él sucedía algo que le causó un asombro casi mayor que<br />

el <strong>de</strong> la catástrofe <strong>de</strong> su abuelo. Recostada en el altar se encontraba la señora <strong>de</strong> Moscoso, con un<br />

color como una muerta, los ojos cerrados, las cejas fruncidas, temblando con todo su cuerpo;<br />

frente a ella, el señorito vociferaba, muy <strong>de</strong>prisa y en a<strong>de</strong>mán amenazador, cosas que no<br />

entendió el niño; mientras el capellán, con las manos cruzadas y la fisonomía revelando un<br />

espanto y dolor tales que nunca había visto Perucho en rostro humano expresión parecida,<br />

imploraba, imploraba al señorito, a la señorita, al altar, a los santos..., y <strong>de</strong> repente, renunciando<br />

a la súplica, se colocaba, encendido y con los ojos chispeantes, dando cara al marqués, como<br />

<strong>de</strong>safiándole... Y Perucho comprendía a medias frases indignadas, frases injuriosas, frases don<strong>de</strong><br />

se <strong>de</strong>sbordaba la cólera, el furor, la indignación, la ira, el insulto; y, sin saber la causa <strong>de</strong> alboroto<br />

semejante, <strong>de</strong>ducía que el señorito estaba atrozmente enfadado, que iba a pegar a la señorita, a<br />

matarla quizás, a <strong>de</strong>shacer a don Julián, a echar abajo los altares, a quemar tal vez la capilla...<br />

El niño recordó entonces escenas análogas, pero cuyo teatro era la cocina <strong>de</strong> los Pazos, y las<br />

víctimas su madre y él: el señorito tenía entonces la misma cara, idéntico tono <strong>de</strong> voz. Y en<br />

medio <strong>de</strong> la confusión <strong>de</strong> su tierno cerebro, <strong>de</strong> los terrores que se reunían para apocarlo, una<br />

i<strong>de</strong>a, superior a todas, se levantó triunfante. No cabía duda que el señorito se disponía a acogotar<br />

a su esposa y al capellán; también acababan <strong>de</strong> matar a su abuelo en el monte; aquel día, según<br />

indicios, <strong>de</strong>bía ser el <strong>de</strong> la general matanza. ¿Quién sabe si, luego que acabase con su mujer y<br />

con don Julián, se le ocurriría al señorito quitar la vida a la nené? Semejante pensamiento<br />

<strong>de</strong>volvió a Perucho toda la actividad y energía que acostumbraba <strong>de</strong>splegar para el logro <strong>de</strong> sus<br />

azarosas empresas en corrales, gallineros y establos.<br />

Escurrióse bonitamente <strong>de</strong> la capilla, resuelto a salvar a toda costa la vida <strong>de</strong> la here<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />

Moscoso. ¿Cómo haría? Faltábale tiempo <strong>de</strong> madurar el plan: lo que importaba era obrar con<br />

114


celeridad y no arredrarse ante obstáculo alguno. Se <strong>de</strong>slizó sin ser visto por la cocina, y subió la<br />

escalera a escape. Llegado que hubo a las habitaciones altas, resi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> los señores, <strong>de</strong> tal<br />

manera supo amortiguar el ruido <strong>de</strong> sus pisadas, que el oído más fino lo confundiría con el<br />

susurro <strong>de</strong>l aire al agitar una cortina. Lo que él temía era encontrar cerrada la puerta <strong>de</strong>l<br />

dormitorio <strong>de</strong> Nucha. El corazón le dio un brinco <strong>de</strong> alegría al verla entornada.<br />

La empujó con suavidad <strong>de</strong> gato que escon<strong>de</strong> las uñas... Tenía la maldita puerta el vicio <strong>de</strong><br />

rechinar; pero tan sutil fue el empuje, que apenas gimió sordamente. Perucho se coló en la<br />

habitación, ocultándose tras <strong>de</strong>l biombo. Por uno <strong>de</strong> los muchos agujeros que éste lucía, miró al<br />

otro lado, hacia don<strong>de</strong> estaba la cuna. Vio a la niña dormida, y al ama, <strong>de</strong> bruces sobre el lecho<br />

<strong>de</strong> Nucha, roncando sordamente. No era <strong>de</strong> temer que se <strong>de</strong>spabilase la marmota: el rapaz podía<br />

a mansalva realizar sus propósitos.<br />

Sin embargo, convenía que no <strong>de</strong>spertase la chiquilla, no fuese a alborotar la casa lloriqueando.<br />

Perucho la tomó como quien toma un muñeco <strong>de</strong> cristal, muy rompedizo y precioso: sus palmas<br />

llenas <strong>de</strong> callos y sus brazos hechos a disparar certeras pedradas y a <strong>de</strong>scargar puñetazos en el<br />

testuz <strong>de</strong> los bueyes adquirieron <strong>de</strong> golpe <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za exquisita, y la nené, envuelta en el pañolón<br />

<strong>de</strong> calceta, no gruñó siguiera al trocar la cama por los brazos <strong>de</strong> su precoz raptor. Éste,<br />

conteniendo hasta el respirar, andando con paso furtivo, rápido y cauteloso - el andar <strong>de</strong> la gata<br />

que lleva a sus cachorros entre los dientes, colgados <strong>de</strong> la piel <strong>de</strong>l pescuezo -, se dirigió a buscar<br />

la salida por el claustro, pues <strong>de</strong> cruzar la cocina era probable una sorpresa.<br />

En el claustro se paró obra <strong>de</strong> diez segundos, para meditar. ¿Dón<strong>de</strong> escon<strong>de</strong>ría su tesoro? ¿En el<br />

pajar, en el herbeiro, en el hórreo, en el establo? Optó por el hórreo - el lugar menos frecuentado<br />

y más oscuro -. Bajaría la escalera, se enhebraría por el claustro, se colaría por las cuadras,<br />

salvaría la era, y <strong>de</strong>spués nada más sencillo que ocultarse en el escondrijo. Dicho y hecho.<br />

Arrimada al hórreo estaba la escala. Perucho comenzó a subir, operación bastante difícil atendido<br />

el estorbo que le hacía la chiquilla. Lo estrecho y vertical <strong>de</strong> los travesaños imponía la necesidad<br />

<strong>de</strong> agarrarse con manos y pies al ir ascendiendo: Perucho no disponía <strong>de</strong> las manos; la energía <strong>de</strong><br />

la voluntad se le comunicó al <strong>de</strong>do gordo <strong>de</strong>l pie, que semejaba casi prensil a fuerza <strong>de</strong> adaptarse<br />

y adherirse a las barras <strong>de</strong> palo, bruñidas ya con el uso. En mitad <strong>de</strong> la ascensión pensó que<br />

rodaba al pie <strong>de</strong>l hórreo, y apretó contra el pecho a la niña, que, <strong>de</strong>spertándose, rompió en<br />

llanto... ¡Que llorase! Allí no la oía alma viviente; por la era sólo vagaba media docena <strong>de</strong><br />

gallinas, disputando a dos gorrinos las hojas <strong>de</strong> una col. Perucho entró triunfante por la puerta<br />

<strong>de</strong>l hórreo...<br />

Las espigas <strong>de</strong> maíz no lo llenaban hasta el techo, <strong>de</strong>jando algún espacio suficiente para que dos<br />

personas minúsculas, como Perucho y su protegida, pudiesen acomodarse y revolverse. El rapaz<br />

se sentó sin soltar a la nena, diciéndole mil chuscadas y zalamerías a fin <strong>de</strong> acallarla, abusando<br />

<strong>de</strong>l diminutivo que tan cariñosa gracia adquiere en labios <strong>de</strong>l al<strong>de</strong>ano.<br />

- Reiniña, mona, ruliña, calla, calla, que te he <strong>de</strong> dar cosas bunitas, bunitas, bunitiñas... ¡Si no<br />

callas, viene un cocón y te come! ¡Velo ahí viene! ¡Calla, soliño, paloma blanca, rosita!<br />

No por virtud <strong>de</strong> las exhortaciones, pero sí por haber conocido a su amigo predilecto, la niña<br />

callaba ya. Mirábale, y, sonriendo regocijadamente, le pasaba las manos por la cara, gorjeaba, se<br />

bababa, y miraba con curiosidad alre<strong>de</strong>dor. Extrañaba el sitio. Enfrente, alre<strong>de</strong>dor, <strong>de</strong>bajo, por<br />

todos lados, la ro<strong>de</strong>aba un mar <strong>de</strong> espigas <strong>de</strong> oro, que al menor movimiento <strong>de</strong> Perucho se<br />

<strong>de</strong>rrumbaban en suaves cascadas, y don<strong>de</strong> el sol, penetrando por los intersticios <strong>de</strong>l enrejado <strong>de</strong>l<br />

hórreo, tendía galones más claros, movibles listas <strong>de</strong> luz. Perucho comprendió que poseía en las<br />

espigas un recurso inestimable para divertir a la pequeña. Tan pronto le daba una en la mano,<br />

como alzaba con muchas una especie <strong>de</strong> pirámi<strong>de</strong>; la nené se entretenía en <strong>de</strong>rribarla o forjarse la<br />

ilusión <strong>de</strong> que la <strong>de</strong>rribaba, pues realmente una patada <strong>de</strong> Perucho hacía el milagro. Reía ella lo<br />

mismo que una loca, y pedía impaciente, por señas, que le renovasen el juego.<br />

Pronto se cansó <strong>de</strong> él. Con todo, estaba <strong>de</strong> buen humor, gracias a la compañía <strong>de</strong> Perucho. Su<br />

mirada risueña y dulce, fija en la <strong>de</strong> su compañero, parecía <strong>de</strong>cirle: «¿Qué mejor juego que estar<br />

115


juntos? Disfrutemos <strong>de</strong> este bien que siempre nos han dado con tasa.» En vista <strong>de</strong> tan cariñosas<br />

disposiciones, Perucho se entregó al placer <strong>de</strong> halagarla a su sabor. Ya le apoyaba un <strong>de</strong>do en el<br />

carrillo, para provocarla a risa; ya remedaba a un lagarto, arrastrando la mano por el cuerpo <strong>de</strong> la<br />

nené arriba, e imitando los culebreos <strong>de</strong>l rabo; ya se fingía encolerizado, espantaba los ojos,<br />

hinchaba los carrillos, cerraba los puños y resoplaba fieramente; ya, tomando a la nena en peso,<br />

la subía en alto y figuraba <strong>de</strong>jarla caer <strong>de</strong> golpe sobre las espigas. Por último, recelando cansarla,<br />

la cogió en brazos, se sentó a la turca, y comenzó a mecerla y arrullarla blandamente, con tanta<br />

suavidad, precaución y ternura como pudiera su propia madre.<br />

¡Qué ganas, qué violentos antojos se le pasaban!... ¿De qué? En las veces que fue admitido a la<br />

intimidad <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong> Nucha y se le consintió aproximarse a la nené y vivir su vida,<br />

jamás osara hacerlo... Miedo <strong>de</strong> que le riñesen o echasen; vago respeto religioso que se imponía<br />

a su alma <strong>de</strong> pilluelo diabólico; vergüenza; falta <strong>de</strong> costumbre <strong>de</strong> sus labios, que a nadie besaban;<br />

todo se unía para impedirle satisfacer una aspiración que él juzgaba ambiciosa y punto menos<br />

que sacrílega... Pero ahora era dueño <strong>de</strong>l tesoro; ahora la nené le pertenecía; la había ganado en<br />

buena lid, la poseía por <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> conquista, ¡ese <strong>de</strong>recho que compren<strong>de</strong>n los mismos salvajes!<br />

A<strong>de</strong>lantó mucho el hocico, igual que si fuese a catar alguna golosina, y tocó la frente y los ojos<br />

<strong>de</strong> la pequeña... Después <strong>de</strong>senvolvió lentamente los pliegues <strong>de</strong>l mantón, y <strong>de</strong>scubrió las<br />

piernas, calentitas como chicharrones, que apenas se vieron libres <strong>de</strong>l envoltorio comenzaron a<br />

bailar, sacudiendo sus favoritas patadas <strong>de</strong> júbilo. Perucho alzó hasta la boca un pie, luego otro,<br />

y así alternando se pasó un rato regular; sus besos hacían cosquillas a la niña, que soltaba<br />

repentinas carcajadas y se quedaba luego muy seria; pero que en breve empezó a sentir el frío, y<br />

con la rapi<strong>de</strong>z que revisten en los niños muy chicos los cambios <strong>de</strong> temperatura, los piececillos<br />

se le quedaron casi helados. Al punto lo advirtió Perucho, y echándoles repetidas veces el<br />

aliento, como había visto hacer a la vaca con sus recentales, los envolvió en mantillas y pañolón,<br />

y nuevamente llegó a sí a la criatura, meciéndola.<br />

El más glorioso conquistador no aventajaba en orgullo y satisfacción a Perucho en tales<br />

momentos, cuando juzgaba evi<strong>de</strong>nte que había salvado a la nené <strong>de</strong> la <strong>de</strong>gollación segura y<br />

puéstola a buen recaudo, don<strong>de</strong> nadie daría con ella. Ni un minuto recordó al duro y bronceado<br />

abuelo tendido allá junto al paredón... A menudo se ve al niño, <strong>de</strong>shecho en lágrimas al pie <strong>de</strong>l<br />

cadáver <strong>de</strong> su madre, consolarse con un juguete o un cartucho <strong>de</strong> dulces; quizás vuelvan más<br />

a<strong>de</strong>lante la tristeza y el recuerdo, pero la impresión capital <strong>de</strong>l dolor ya se ha borrado para<br />

siempre. Así Perucho. La ventura <strong>de</strong> poseer a su nené adorada, la prez <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r su vida, le<br />

distraían <strong>de</strong> los trágicos acontecimientos recientes. No se acordaba <strong>de</strong>l abuelo, no, ni <strong>de</strong>l<br />

trabucazo que lo había tumbado como él tumbaba las perdices.<br />

Con todo, algo medroso y tétrico <strong>de</strong>bía pesar sobre su imaginación, según el cuento que empezó<br />

a referir en voz hueca a la nené, lo mismo que si ella pudiese compren<strong>de</strong>r lo que le hablaban.<br />

¿De dón<strong>de</strong> procedía este cuento, variante <strong>de</strong> la leyenda <strong>de</strong>l ogro? ¿Lo oiría Perucho en alguna<br />

velada junto al lar, mientras hilaban las viejas y pelaban castañas las mozas? ¿Sería creación <strong>de</strong><br />

su mente excitada por los terrores <strong>de</strong> un día tan excepcional? «Una ves - empezaba el cuento -<br />

era un rey muy malo, muy galopín, que se comía la gente y las personas vivas... Este rey tenía<br />

una nené bunita bunita, como la frol <strong>de</strong> mayo... y pequeñita pequeñita como un grano <strong>de</strong> millo<br />

(maíz quería <strong>de</strong>cir Perucho). Y el malo bribón <strong>de</strong>l rey quería comerla, porque era el coco, y tenía<br />

una cara más fea, más fea que la <strong>de</strong>l diaño... (Perucho hacía horribles muecas a fin <strong>de</strong> expresar la<br />

fealdad extraordinaria <strong>de</strong>l rey). Y una noche dijo él, dice: 'Heme <strong>de</strong> comer mañana por la<br />

mañanita trempano a la nené... así, así'. (Abría y cerraba la boca haciendo chocar las mandíbulas,<br />

como los papamoscas <strong>de</strong> las catedrales). Y había un pagarito sobre un árbole, y oyó al rey, y<br />

dijo, dice: 'Comer no la has <strong>de</strong> comer, coco feo.' ¿Y va y qué hace el pagarito? Entra por la<br />

ventanita... y el rey estaba durmiendo. (Recostaba la cabeza en las espigas <strong>de</strong> maíz y roncaba<br />

estrepitosamente para representar el sueño <strong>de</strong>l rey). Y va el pagarito y con el bico le saca un ojo,<br />

y el rey queda chosco. (Guiñaba el ojo izquierdo, mostrando cómo el rey se halló tuerto). Y el<br />

116


ey a <strong>de</strong>spertar y a llorar, llorar, llorar (imitación <strong>de</strong> llanto) por su ojo, y el pagarito a se reír muy<br />

puesto en el árbole... Y va y salta y dijo, dice: 'Si no comes a la nené y me la regalas, te doy el<br />

ojo...' Y va el rey y dice: 'Bueno...' Y va el pagarito y se casó con la nené, y estaba siempre<br />

cantando unas cosas muy preciosas, y tocando la gaita... (solo <strong>de</strong> este instrumento), y entré por<br />

una porta y salí por otra, ¡y manda el rey que te lo cuente otra vez!»<br />

La nené no oyó el final <strong>de</strong>l cuento... La música <strong>de</strong> las palabras, que no le <strong>de</strong>spertaban i<strong>de</strong>a<br />

alguna, el haber vuelto a entrar en calor, la misma satisfacción <strong>de</strong> estar con su favorito, le<br />

trajeron insensiblemente el sueño anterior, y Perucho, al armar la algazara acostumbrada cuando<br />

terminan los cuentos <strong>de</strong> cocos, la vio con los ojos cerrados... Acomodó lo mejor que pudo el<br />

lecho <strong>de</strong> espigas; llególe el mantón al rostro, como hacía Nucha, para que no se le enfriase el<br />

hociquito, y muy <strong>de</strong>nodado y resuelto a hacer centinela, se arrimó a la puerta <strong>de</strong>l hórreo, en una<br />

esquina, reclinándose en un montón <strong>de</strong> maíz. Pero fuese la inmovilidad, o el cansancio, o la<br />

reacción <strong>de</strong> tantas emociones consecutivas, también a él la cabeza le pesaba y se le entornaban<br />

los párpados. Se los frotó con los <strong>de</strong>dos, bostezó, luchó algunos minutos con el sueño invasor...<br />

Éste venció al cabo. <strong>Los</strong> dos ángeles refugiados en el hórreo dormían en paz.<br />

Entre las representaciones <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> pesadilla angustiosa que agitaba a Perucho, veía el<br />

muchacho un animalazo <strong>de</strong> <strong>de</strong>smesurado grandor, bestión fiero que se acercaba a él rugiendo,<br />

bramando y dispuesto a zampárselo <strong>de</strong> un bocado o a <strong>de</strong>shacerlo <strong>de</strong> una uñada... Se le erizó el<br />

cabello, le temblaron las carnes, y un sudor frío le empapó la sien... ¡Qué monstruo tan<br />

espantoso! Ya se acerca..., ya cae sobre Perucho..., sus garras se hincan en las carnes <strong>de</strong>l rapaz,<br />

su cuerpo <strong>de</strong>scomunal le cae encima lo mismo que una roca inmensa... El chiquillo abre los<br />

ojos...<br />

Sofocada y furiosa, vociferando, moliéndolo a su sabor a pescozones y cachetes, arrancándole el<br />

rizado pelo y pateándolo, estaba el ama, más enorme, más brutal que nunca. No hay que omitir<br />

que Perucho se condujo como un héroe. Bajando la cabeza, se atravesó en la entrada <strong>de</strong>l hórreo,<br />

y por espacio <strong>de</strong> algunos minutos <strong>de</strong>fendió su presa haciéndole muralla con el cuerpo... Pero el<br />

enorme volumen <strong>de</strong>l ama pesó sobre él y lo redujo a la inacción, comprimiéndolo y<br />

paralizándolo. Cuando el mísero chiquillo, medio ahogado, se sintió libre <strong>de</strong> aquella estatua <strong>de</strong><br />

plomo que a poco más le convierte en oblea, miró hacia atrás... La niña había <strong>de</strong>saparecido.<br />

Perucho no olvidará nunca el <strong>de</strong>sesperado llanto que <strong>de</strong>rramó por más <strong>de</strong> media hora<br />

revolcándose entre las espigas.<br />

- XXIX -<br />

Tampoco Julián olvidará el día en que ocurrieron acontecimientos tan extraordinarios; día<br />

dramático entre todos los <strong>de</strong> su existencia, en que le sucedió lo que no pudo imaginar jamás:<br />

verse acusado, por un marido, <strong>de</strong> inteligencias culpables con su mujer, por un marido que se<br />

quejaba <strong>de</strong> ultrajes mortales, que le amenazaba, que le expulsaba <strong>de</strong> su casa ignominiosamente y<br />

para siempre; y ver a la infeliz señorita, a la verda<strong>de</strong>ramente ofendida esposa, impotente para<br />

<strong>de</strong>smentir la ridícula y horrenda calumnia. ¿Y qué sería si hubiesen realizado su plan <strong>de</strong> fuga al<br />

día siguiente? ¡Entonces sí que tendrían que bajar la cabeza, darse por convictos!... ¡Y <strong>de</strong>cir que<br />

cinco minutos antes no se les prevenía siquiera la posibilidad <strong>de</strong> que don Pedro y el mundo lo<br />

interpretasen así!<br />

No, no lo olvidará Julián. No olvidará aquellas inesperadas tribulaciones, el valor repentino y ni<br />

aun <strong>de</strong> él mismo sospechado que <strong>de</strong>splegó en momentos tan críticos para arrojar a la faz <strong>de</strong>l<br />

marido cuanto le hervía en el alma, la reprobación, la indignación contenida por su habitual<br />

timi<strong>de</strong>z; el reto provocado por el bárbaro insulto; los calificativos terribles que acudían por vez<br />

primera a su boca, avezada únicamente a palabras <strong>de</strong> paz; el emplazamiento <strong>de</strong> hombre a hombre<br />

que lanzó al salir <strong>de</strong> la capilla... No olvidará, no, la escena terrible, por muchos años que pesen<br />

117


sobre sus hombros y por muchas canas que le enfríen las sienes. Ni olvidará tampoco su partida<br />

precipitada, sin dar tiempo a recoger el equipaje; cómo ensilló con sus propias inexpertas manos<br />

la yegua; cómo, <strong>de</strong>splegando una maestría <strong>de</strong>bida a la urgencia, había montado, espoleado,<br />

salido a galope, ejecutando todos estos actos mecánicamente, cual entre sueños, sin aguardar a<br />

que se disipase el corto hervor <strong>de</strong> la sangre, sin querer ver a la niña ni darle un beso, porque<br />

comprendía, estaba seguro <strong>de</strong> que, si lo hiciera, sería capaz <strong>de</strong> postrarse a los pies <strong>de</strong>l señorito,<br />

rogándole humil<strong>de</strong>mente que le permitiese quedarse allí en los Pazos, aunque fuese <strong>de</strong> pastor <strong>de</strong><br />

ganado o jornalero...<br />

No olvidará tampoco la salida <strong>de</strong> la casa solariega, la ascensión por el camino que el día <strong>de</strong> su<br />

llegada le pareció tan triste y lúgubre... El cielo está nublado; ciernen la claridad <strong>de</strong>l sol pardos<br />

crespones cada vez más <strong>de</strong>nsos; los pinos, juntando sus copas, susurran <strong>de</strong> un modo penetrante,<br />

prolongado y cariñoso; las ráfagas <strong>de</strong>l aire traen el olor sano <strong>de</strong> la resina y el aroma <strong>de</strong> miel <strong>de</strong><br />

los retamares. El crucero, a poca distancia, levanta sus brazos <strong>de</strong> piedra manchados por el oro<br />

viejo <strong>de</strong>l liquen... La yegua, <strong>de</strong> improviso, respinga, tiembla, se encabrita... Julián se agarra<br />

instintivamente a las crines, soltando la rienda... En el suelo hay un bulto, un hombre, un<br />

cadáver; la hierba, en <strong>de</strong>rredor suyo, se baña en sangre que empieza ya a cuajarse y<br />

ennegrecerse. Julián permanece allí, clavado, sin fuerzas, anonadado por una mezcla <strong>de</strong> asombro<br />

y gratitud a la Provi<strong>de</strong>ncia, que no pue<strong>de</strong> razonar, pero le subyuga... El cadáver tiene la faz<br />

contra tierra; no importa: Julián ha reconocido a Primitivo; es él mismo. El capellán no vacila, no<br />

discurre quién le habrá matado. ¡Cualquiera que sea el instrumento, lo dirige la mano <strong>de</strong> Dios!<br />

Desvía la yegua, se persigna, se aparta, se aleja <strong>de</strong>finitivamente, volviendo <strong>de</strong> cuando en cuando<br />

la cabeza para ver el negro bulto, sobre el fondo ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> la hierba y la blancura gris <strong>de</strong>l<br />

paredón...<br />

¡Ah! No, no olvida nada Julián. No olvida en Santiago, don<strong>de</strong> su llegada se glosa, don<strong>de</strong> su<br />

historia en los Pazos adquiere proporciones leyendarias, don<strong>de</strong> el éxito <strong>de</strong> las elecciones, la<br />

partida <strong>de</strong>l capellán, el asesinato <strong>de</strong>l mayordomo, se comentan, se adornan, entretienen al pueblo<br />

casi todo un mes, y don<strong>de</strong> las gentes le paran en la calle preguntándole qué ocurre por allá, qué<br />

suce<strong>de</strong> con Nucha <strong>Pardo</strong>, si es cierto que su marido la maltrata y que está muy enferma, y que las<br />

elecciones <strong>de</strong> Cebre han sido un escándalo gordo. No olvida cuando el arzobispo le llama a su<br />

cámara, a fin <strong>de</strong> inquirir qué hay <strong>de</strong> verdad en todo lo ocurrido, y él, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> arrodillarse, lo<br />

cuenta sin poner ni quitar una sílaba, encontrando en la sincera confesión inexplicable alivio, y<br />

besando, con el corazón <strong>de</strong>sahogado ya, la amatista que brilla sobre el anular <strong>de</strong>l prelado. No<br />

olvida cuando éste dispone enviarle a una parroquia apartadísima, especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>stierro, don<strong>de</strong><br />

vivirá completamente alejado <strong>de</strong>l mundo.<br />

Es una parroquia <strong>de</strong> montaña, más montaña que los Pazos, al pie <strong>de</strong> una sierra fragosa, en el<br />

corazón <strong>de</strong> Galicia. No hay en toda ella, ni en cuatro leguas a la redonda, una sola casa señorial;<br />

en otro tiempo, en épocas feudales, se alzó, fundado en peñasco vivo, un castillo roquero, hoy<br />

ruina comida por la hiedra y habitada por murciélagos y lagartos. <strong>Los</strong> feligreses <strong>de</strong> Julián son<br />

pobres pastores: en vísperas <strong>de</strong> fiesta y tiempo <strong>de</strong> oblata le obsequian con leche <strong>de</strong> cabra, queso<br />

<strong>de</strong> oveja, manteca en orzas <strong>de</strong> barro. Hablan dialecto cerradísimo, arduo <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r; visten<br />

<strong>de</strong> somonte y usan greñas largas, cortadas sobre la frente a la manera <strong>de</strong> los antiguos siervos. En<br />

invierno cae la nieve y aúllan los lobos en las inmediaciones <strong>de</strong> la rectoral; cuando Julián tiene<br />

que salir a las altas horas <strong>de</strong> la noche para llevar los sacramentos a algún moribundo, se ve<br />

obligado a cubrirse con coroza <strong>de</strong> paja y a calzar zuecos <strong>de</strong> palo; el sacristán va <strong>de</strong>lante,<br />

alumbrando con un farol, y entre la oscuridad nocturna, las encinas parecen fantasmas...<br />

Pasadas dos estaciones recibe una esquela, una papeleta orlada <strong>de</strong> negro; la lee sin enten<strong>de</strong>rla al<br />

pronto; <strong>de</strong>spués se entera bien <strong>de</strong>l contenido, y sin embargo no llora, no da señal alguna <strong>de</strong><br />

pena... Al contrario, aquel día y los siguientes experimenta como un sentirmento <strong>de</strong> consuelo, <strong>de</strong><br />

bienestar y <strong>de</strong> alegría, porque la señorita Nucha, en el cielo, estará <strong>de</strong>squitándose <strong>de</strong> lo sufrido en<br />

esta tierra miserable, don<strong>de</strong> sólo martirios aguardan a un alma como la suya... La doctrina<br />

118


esignada <strong>de</strong> la Imitación ha vuelto a reinar en su espíritu. Hasta el efecto <strong>de</strong> la noticia se borra<br />

pronto, y una especie <strong>de</strong> insensibilidad apacible va cauterizando el espíritu <strong>de</strong> Julián: piensa más<br />

en lo que le ro<strong>de</strong>a, se interesa por la iglesia <strong>de</strong>smantelada, trata <strong>de</strong> enseñar a leer a los salvajes<br />

chiquillos <strong>de</strong> la parroquia, funda una congregación <strong>de</strong> hijas <strong>de</strong> María para que las mozas no<br />

bailen los domingos... Y así pasa el tiempo, uniformemente, sin dichas ni amarguras, y la<br />

placi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la naturaleza penetra en el alma <strong>de</strong> Julián, y se acostumbra a vivir como los paisanos,<br />

pendiente <strong>de</strong> la cosecha, <strong>de</strong>seando la lluvia o el buen tiempo como el mayor beneficio que Dios<br />

pue<strong>de</strong> otorgar al hombre, calentándose en el lar, diciendo misa muy temprano y acostándose<br />

antes <strong>de</strong> encen<strong>de</strong>r luz, conociendo por las estrellas si se prepara agua o sol, recogiendo castaña y<br />

patata, entrando en el ritmo acompasado, narcótico y perenne <strong>de</strong> la vida agrícola, tan inflexible<br />

como la vuelta <strong>de</strong> las golondrinas en primavera y el girar eterno <strong>de</strong> nuestro globo, <strong>de</strong>scribiendo<br />

la misma elipse, al través <strong>de</strong>l espacio...<br />

Y, sin embargo, no olvida. Y en aquel rincón viene a sorpren<strong>de</strong>rle el ascenso, la traslación a la<br />

parroquia <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagravio <strong>de</strong>l arzobispo. La mitra alternaba con los señores <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong> en la presentación <strong>de</strong>l curato, y el arzobispo había querido manifestar así al humil<strong>de</strong><br />

párroco, enterrado diez años hacía en la montaña más fiera <strong>de</strong> la diócesis, que la calumnia pue<strong>de</strong><br />

empañar el cristal <strong>de</strong> la honra, no mancharlo.<br />

- XXX -<br />

Diez años son una etapa, no sólo en la vida <strong>de</strong>l individuo, sino en la <strong>de</strong> las naciones. Diez años<br />

compren<strong>de</strong>n un periodo <strong>de</strong> renovación: diez años rara vez corren en bal<strong>de</strong>, y el que mira hacia<br />

atrás suele sorpren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>l camino que se anda en una década. Mas así como hay personas, hay<br />

lugares para los cuales es insensible el paso <strong>de</strong> una décima parte <strong>de</strong> siglo. Ahí están los Pazos <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>, que no me <strong>de</strong>jarán mentir. La gran huronera, <strong>de</strong>safiando al tiempo, permanece tan pesada,<br />

tan sombría, tan adusta como siempre. Ninguna innovación útil o bella se nota en su mueblaje,<br />

en su huerto, en sus tierras <strong>de</strong> cultivo. <strong>Los</strong> lobos <strong>de</strong>l escudo <strong>de</strong> armas no se han amansado; el<br />

pino no echa renuevos; las mismas ondas simétricas <strong>de</strong> agua petrificada bañan los estribos <strong>de</strong> la<br />

puente señorial.<br />

En cambio la villita <strong>de</strong> Cebre, rindiendo culto al progreso, ha atendido a las mejoras morales y<br />

materiales, según frase <strong>de</strong> un cebreño ilustrado, que envía correspon<strong>de</strong>ncias a los diarios <strong>de</strong><br />

Pontevedra y Orense. No se charla ya <strong>de</strong> política solamente en el estanco: para eso se ha fundado<br />

un Círculo <strong>de</strong> Instrucción y Recreo, Artes y Ciencias (lo reza su reglamento) y se han establecido<br />

algunas tien<strong>de</strong>cillas que el cebreño susodicho <strong>de</strong>nomina bazares. Verdad es que los dos caciques<br />

aún continúan disputándose el mero y mixto imperio; mas ya parece seguro que Barbacana,<br />

representante <strong>de</strong> la reacción y la tradición, ce<strong>de</strong> ante Trampeta, encarnación viviente <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as<br />

avanzadas y <strong>de</strong> la nueva edad.<br />

Dicen algunos maliciosos que el secreto <strong>de</strong>l triunfo <strong>de</strong>l cacique liberal está en que su adversario,<br />

hoy canovista, se encuentra ya extremadamente viejo y achacoso, habiendo perdido mucha parte<br />

<strong>de</strong> sus bríos e indómito al par que traicionero carácter. Sea como quiera, el caso es que la<br />

influencia barbacanesca anda maltrecha y mermada.<br />

Quien ha envejecido bastante, <strong>de</strong> un modo prematuro, es el antiguo capellán <strong>de</strong> los Pazos. Su<br />

pelo está estriado <strong>de</strong> rayitas argentadas; su boca se sume; sus ojos se empañan; se encorvan sus<br />

lomos. Avanza <strong>de</strong>spaciosamente por el carrero angosto que serpea entre viñedos y matorrales<br />

conduciendo a la iglesia <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

¡Qué iglesia tan pobre! Más bien parece la casuca <strong>de</strong> un al<strong>de</strong>ano, conociéndose únicamente su<br />

sagrado <strong>de</strong>stino en la cruz que corona el tejadillo <strong>de</strong>l pórtico. La impresión es <strong>de</strong> melancolía y<br />

humedad, el atrio herboso está a todas horas, aun a las meridianas, muy salpicado y como<br />

empapado <strong>de</strong> rocío. La tierra <strong>de</strong>l atrio sube más alto que el peristilo <strong>de</strong> la iglesia, y ésta se hun<strong>de</strong>,<br />

119


se sepulta entre el terruño que lentamente va <strong>de</strong>sprendiéndose <strong>de</strong>l collado próximo. En una<br />

esquina <strong>de</strong>l atrio, un pequeño campanario aislado sostiene el rajado esquilón; en el centro, una<br />

cruz baja, sobre tres gradas <strong>de</strong> piedra, da al cuadro un toque poético, pensativo. Allí, en aquel<br />

rincón <strong>de</strong>l universo, vive Jesucristo... ¡pero cuán solo!, ¡cuán olvidado!<br />

Julián se <strong>de</strong>tuvo ante la cruz. Estaba viejo realmente, y también más varonil: algunos rasgos <strong>de</strong><br />

su fisonomía <strong>de</strong>licada se marcaban, se <strong>de</strong>lineaban con mayor firmeza; sus labios, contraídos y<br />

pali<strong>de</strong>cidos, revelaban la severidad <strong>de</strong>l hombre acostumbrado a dominar todo arranque pasional,<br />

todo impulso esencialmente terrestre. La edad viril le había enseñado y dado a conocer cuánto es<br />

el mérito y <strong>de</strong>be ser la corona <strong>de</strong>l sacerdote puro. Habíase vuelto muy indulgente con los <strong>de</strong>más,<br />

al par que severo consigo mismo.<br />

Al pisar el atrio <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> notaba una impresión singularísima. Parecíale que alguna persona muy<br />

querida, muy querida para él, andaba por allí, resucitada, viviente, envolviéndole en su presencia,<br />

calentándole con su aliento. ¿Y quién podía ser esa persona? ¡Válgame Dios! ¡Pues no daba<br />

ahora en el dislate <strong>de</strong> creer que la señora <strong>de</strong> Moscoso vivía, a pesar <strong>de</strong> haber leído su esquela <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>función! Tan rara alucinación era, sin duda, causada por la vuelta a <strong>Ulloa</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un<br />

paréntesis <strong>de</strong> dos lustros. ¡La muerte <strong>de</strong> la señora <strong>de</strong> Moscoso! Nada más fácil que cerciorarse <strong>de</strong><br />

ella... Allí estaba el cementerio. Acercarse a un muro coronado <strong>de</strong> hiedra, empujar una puerta <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra, y penetrar en su recinto.<br />

Era un lugar sombrío, aunque le faltasen los lánguidos sauces y cipreses que tan bien acompañan<br />

con sus actitu<strong>de</strong>s teatrales y majestuosas la solemnidad <strong>de</strong> los camposantos. Limitábanlo, <strong>de</strong> una<br />

parte, las tapias <strong>de</strong> la iglesia; <strong>de</strong> otra, tres murallones revestidos <strong>de</strong> hiedra y plantas parásitas; y la<br />

puerta, fronteriza a la <strong>de</strong> entrada por el atrio, la formaba un enverjado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, al través <strong>de</strong>l<br />

cual se veía diáfano y remoto horizonte <strong>de</strong> montañas, a la sazón color <strong>de</strong> violeta, por la hora, que<br />

era aquella en que el sol, sin calentar mucho todavía, empieza a subir hacia su zenit, y en que la<br />

naturaleza se <strong>de</strong>spierta como saliendo <strong>de</strong> un baño, estremecida <strong>de</strong> frescura y frío matinal. Sobre<br />

la verja se inclinaba añoso olivo, don<strong>de</strong> nidaban mil gorriones alborotadores, que a veces<br />

azotaban y sacudían el ramaje con su voleteo apresurado; y hacíale frente una enorme mata <strong>de</strong><br />

hortensia, mustia y doblegada por las lluvias <strong>de</strong> la estación, graciosamente enfermiza, con sus<br />

mazorcas <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayadas flores azules y amarillentas. A esto se reducía todo el ornato <strong>de</strong>l<br />

cementerio, mas no su vegetación, que por lo exuberante y viciosa ponía en el alma repugnancia<br />

y supersticioso pavor, induciendo a fantasear si en aquellas robustas ortigas, altas como la mitad<br />

<strong>de</strong> una persona, en aquella hierba crasa, en aquellos cardos vigorosos, cuyos pétalos ostentaban<br />

matices flavos <strong>de</strong> cirio, se habrían encarnado, por misteriosa transmigración, las almas,<br />

vegetativas también en cierto modo, <strong>de</strong> los que allí dormían para siempre, sin haber vivido, sin<br />

haber amado, sin haber palpitado jamás por ninguna i<strong>de</strong>a elevada, generosa, puramente espiritual<br />

y abstracta, <strong>de</strong> las que agitan la conciencia <strong>de</strong>l pensador y <strong>de</strong>l artista. Parecía que era sustancia<br />

humana - pero <strong>de</strong> una humanidad ruda, primitiva, inferior, hundida hasta el cuello en la<br />

ignorancia y en la materia - la que nutría y hacía brotar con tan enérgica pujanza y savia tan<br />

copiosa aquella flora lúgubre por su misma lozanía. Y en efecto, en el terreno, repujado <strong>de</strong><br />

pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie <strong>de</strong>l atrio, advertía a veces el pie<br />

durezas <strong>de</strong> ataú<strong>de</strong>s mal cubiertos y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si<br />

se pisaran miembros flácidos <strong>de</strong> cadáver. Un soplo helado, un olor peculiar <strong>de</strong> moho y<br />

podredumbre, un verda<strong>de</strong>ro ambiente sepulcral se alzaba <strong>de</strong>l suelo lleno <strong>de</strong> altibajos, rehenchido<br />

<strong>de</strong> difuntos amontonados unos encima <strong>de</strong> otros; y entre la verdura húmeda, surcada <strong>de</strong>l surco<br />

brillante que <strong>de</strong>jan tras sí el caracol y la babosa, torcíanse las cruces <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra negra fileteadas<br />

<strong>de</strong> blanco, con rótulos curiosos, cuajados <strong>de</strong> faltas <strong>de</strong> ortografía y peregrinos disparates. Julián,<br />

que sufría la inquietud, el hormigueo en la planta <strong>de</strong> los pies que nos causa la sensación <strong>de</strong> hollar<br />

algo blando, algo viviente, o que por lo menos estuvo dotado <strong>de</strong> sensibilidad y vida, experimentó<br />

<strong>de</strong> pronto gran turbación: una <strong>de</strong> las cruces, más alta que las <strong>de</strong>más, tenía escrito en letras<br />

blancas un nombre. Acercóse y <strong>de</strong>scifró la inscripción, sin pararse en <strong>de</strong>slices ortográficos:<br />

120


«Aquí hacen las cenizas <strong>de</strong> Primitibo Suarez, sus parientes y amijos ruegen a Dios por su<br />

alma»... El terreno, en aquel sitio, estaba turgente, formando una eminencia. Julián murmuró una<br />

oración, <strong>de</strong>svióse aprisa, creyendo sentir bajo sus plantas el cuerpo <strong>de</strong> bronce <strong>de</strong> su formidable<br />

enemigo. Al punto mismo se alzó <strong>de</strong> la cruz una mariposilla blanca, <strong>de</strong> esas últimas mariposas<br />

<strong>de</strong>l año que vuelan <strong>de</strong>spacio, como encogidas por la frialdad <strong>de</strong> la atmósfera, y se paran en<br />

seguida en el primer sitio favorable que encuentran. La siguió el nuevo cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> y la vio<br />

posarse en un mezquino mausoleo, arrinconado entre la esquina <strong>de</strong> la tapia y el ángulo entrante<br />

que formaba la pared <strong>de</strong> la iglesia.<br />

Allí se <strong>de</strong>tuvo el insecto, y allí también Julián, con el corazón palpitante, con la vista nublada, y<br />

el espíritu, por vez primera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largos años, trastornado y enteramente fuera <strong>de</strong> quicio, al<br />

choque <strong>de</strong> una conmoción tan honda y extraordinaria, que él mismo no hubiera podido explicarse<br />

cómo le invadía, avasallándole y sacándole <strong>de</strong> su natural ser y estado, rompiendo diques,<br />

saltando vallas, venciendo obstáculos, atropellando por todo, imponiéndose con la sobrehumana<br />

potencia <strong>de</strong> los sentimientos largo tiempo comprimidos y al fin dueños absolutos <strong>de</strong>l alma<br />

porque rebosan <strong>de</strong> ella, porque la inundan y sumergen. No echó <strong>de</strong> ver siquiera la ridiculez <strong>de</strong>l<br />

mausoleo, construido con piedras y cal, <strong>de</strong>corado con calaveras, huesos y otros emblemas<br />

fúnebres por la inexperta mano <strong>de</strong> algún embadurnador <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a; no necesitó <strong>de</strong>letrear la<br />

inscripción, porque sabía <strong>de</strong> seguro que don<strong>de</strong> se había <strong>de</strong>tenido la mariposa, allí <strong>de</strong>scansaba<br />

Nucha, la señorita Marcelina, la santa, la víctima, la virgencita siempre cándida y celeste. Allí<br />

estaba, sola, abandonada, vendida, ultrajada, calumniada, con las muñecas heridas por mano<br />

brutal y el rostro marchito por la enfermedad, el terror y el dolor... Pensando en esto, la oración<br />

se interrumpió en labios <strong>de</strong> Julián, la corriente <strong>de</strong>l existir retrocedió diez años, y en un transporte<br />

<strong>de</strong> los que en él eran poco frecuentes, pero súbitos e irresistibles, cayó <strong>de</strong> hinojos, abrió los<br />

brazos, besó ardientemente la pared <strong>de</strong>l nicho, sollozando como niño o mujer, frotando las<br />

mejillas contra la fría superficie, clavando las uñas en la cal, hasta arrancarla...<br />

Oyó risas, cuchicheos, jarana alegre, impropia <strong>de</strong>l lugar y la ocasión. Se volvió y se incorporó<br />

confuso. Tenía <strong>de</strong>lante una pareja hechicera, iluminada por el sol que ya ascendía aproximándose<br />

a la mitad <strong>de</strong>l cielo. Era el muchacho el más guapo adolescente que pue<strong>de</strong> soñar la fantasía; y si<br />

<strong>de</strong> chiquitín se parecía al Amor antiguo, la prolongación <strong>de</strong> líneas que distingue a la pubertad <strong>de</strong><br />

la infancia le daba ahora semejanza notable con los arcángeles y ángeles viajeros <strong>de</strong> los grabados<br />

bíblicos, que unen a la lin<strong>de</strong>za femenina y a los rizados bucles asomos <strong>de</strong> graciosa severidad<br />

varonil. En cuanto a la niña, espigadita para sus once años, hería el corazón <strong>de</strong> Julián por el<br />

sorpren<strong>de</strong>nte parecido con su pobre madre a la misma edad: idénticas largas trenzas negras,<br />

idéntico rostro pálido, pero más mate, más moreno, <strong>de</strong> óvalo más puro, <strong>de</strong> ojos más luminosos y<br />

mirada más firme. ¡Vaya si conocía Julián a la pareja! ¡Cuántas veces la había tenido en su<br />

regazo!<br />

Sólo una circunstancia le hizo dudar <strong>de</strong> si aquellos dos muchachos encantadores eran en realidad<br />

el bastardo y la here<strong>de</strong>ra legítima <strong>de</strong> Moscoso. Mientras el hijo <strong>de</strong> Sabel vestía ropa <strong>de</strong> buen<br />

paño, <strong>de</strong> hechura como entre al<strong>de</strong>ano acomodado y señorito, la hija <strong>de</strong> Nucha, cubierta con un<br />

traje <strong>de</strong> percal, asaz viejo, llevaba los zapatos tan rotos, que pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que iba <strong>de</strong>scalza.<br />

121


SEGUNDA PARTE<br />

La madre Naturaleza<br />

Tomo I<br />

- I -<br />

Las nubes, amontonadas y <strong>de</strong> un gris amoratado, como <strong>de</strong> tinta <strong>de</strong>sleída, fueron juntándose,<br />

juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas <strong>de</strong>l cielo, <strong>de</strong>liberando si se <strong>de</strong>sharían o no se<br />

<strong>de</strong>sharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones<br />

anchos, gruesos, legítima lluvia <strong>de</strong> estío, que doblaba las puntas <strong>de</strong> las yerbas y resonaba<br />

estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se<br />

<strong>de</strong>rritieron en rápidos y oblicuos hilos <strong>de</strong> agua, empapando la tierra, inundando los matorrales,<br />

sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través <strong>de</strong> la copa <strong>de</strong> los árboles<br />

para escurrir <strong>de</strong>spués tronco abajo, a manera <strong>de</strong> raudales <strong>de</strong> lágrimas por un semblante rugoso y<br />

moreno.<br />

Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, <strong>de</strong> majestuosa y<br />

vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna <strong>de</strong>l tronco, que<br />

parecía lanzarse arrogantemente hacia las <strong>de</strong>satadas nubes: árbol patriarcal, <strong>de</strong> esos que ven con<br />

indiferencia <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa suce<strong>de</strong>rse generaciones <strong>de</strong> chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les<br />

dan cuna y sepulcro en los senos <strong>de</strong> su rajada corteza.<br />

Al pronto fue útil el asilo: un ver<strong>de</strong> paraguas <strong>de</strong> ramaje cobijaba los arrimados cuerpos <strong>de</strong> la<br />

pareja, guareciéndolos <strong>de</strong>l agua terca y furiosa; y se reían <strong>de</strong> verla caer a distancia y <strong>de</strong> oír cómo<br />

fustigaba la cima <strong>de</strong>l castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la<br />

lluvia a correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro <strong>de</strong> la copa y buscando <strong>de</strong>spués su<br />

natural nivel. A un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el mancebo llevó la mano<br />

a la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la<br />

carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo las contrarieda<strong>de</strong>s que las venturas.<br />

- Se acabó... - pronunció ella cuando todavía la risa le retozaba en los labios -. Nos vamos a<br />

poner como una sopa. Caladitos.<br />

- El que se mete <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> hoja dos veces se moja - respondió él sentenciosamente -.<br />

Larguémonos <strong>de</strong> aquí ahora mismo. Sé sitios mejores.<br />

- Y mientras llegamos, el agua nos entra por el pescuezo, y nos sale por los pies.<br />

122


- Anda, tontiña. Remanga la falda y tapémonos la cabeza. Así, mujer, así. Verás qué cerquita está<br />

un escondrijo precioso.<br />

Alzó ella el vestido <strong>de</strong> lana a cuadros, cubriendo también a su compañero y realizando el<br />

simpático y tierno grupo <strong>de</strong> Pablo y Virginia, que parece anticipado y atrevido símbolo <strong>de</strong>l amor<br />

satisfecho. Cada cual asió una orilla <strong>de</strong>l traje, y al afrontar la lluvia, por instinto juntaron y<br />

cerraron bajo la barbilla la hendidura <strong>de</strong> la improvisada tienda, y sus rostros quedaron pegados el<br />

uno al otro, mejilla contra mejilla, confundiéndose el calor <strong>de</strong> su aliento y la ca<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su<br />

respiración. Caminaban medio a ciegas, él encorvado, por ser más alto, ro<strong>de</strong>ando con el brazo el<br />

talle <strong>de</strong> ella, y comunicando el impulso directivo, si bien el andar <strong>de</strong> los dos llevaba el mismo<br />

compás.<br />

Poco distaba el famoso escondrijo. Sólo necesitaron para acertar con él bajar un ribazo,<br />

resbaladizo por la humedad, y lindante con la carretera. Coronaban el ribazo gran<strong>de</strong>s peñascales,<br />

y en su fondo existía una cantera <strong>de</strong> pizarra, ahondada y explotada al construirse el camino real,<br />

y convertida en profunda cueva; excelente abrigo para ocasiones como la presente. Abandonada<br />

hacía tiempo por los trabajadores la cantera, volvía a enseñorearse <strong>de</strong> ella la vegetación,<br />

convirtiendo el hueco artificial en rústica y sombrosa gruta. En la cresta y márgenes <strong>de</strong>l ribazo<br />

crecía tupida maleza, y al <strong>de</strong>sbordarse, estrechaba la entrada <strong>de</strong> la excavación: al exterior se<br />

enmarañaba una abundante cabellera <strong>de</strong> zarzales, madreselvas, cabrifollos y clemátidas; <strong>de</strong>ntro,<br />

en las anfractuosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l muro lacerado por la piqueta, anidaban vencejos, estorninos y algún<br />

azor; los primeros salieron <strong>de</strong>spavoridos, revoloteando, cuando entró la pareja. Siendo muy bajo<br />

el sitio, e impregnado <strong>de</strong>l agua que recogía como una urna y <strong>de</strong>l calor <strong>de</strong>l sol que almacenaba en<br />

su recinto orientado al mediodía, encerraba una vegetación <strong>de</strong> invernáculo, o más bien <strong>de</strong> época<br />

antediluviana, <strong>de</strong> capas carboníferas: escolopendras y helechos enormes brotaban lozanos,<br />

<strong>de</strong>stacando sobre la sombría pizarra los penachos <strong>de</strong> pluma <strong>de</strong> sus vertebradas y recortadas hojas.<br />

Aun cuando el escondrijo daba espacio bastante, la pareja no se <strong>de</strong>sunió al acogerse allí, sino que<br />

enlazada se dirigió a lo más oscuro, sin <strong>de</strong>tenerse hasta tropezar con la pared, contra la cual se<br />

reclinó en silencio, al abrigo <strong>de</strong> la remangada falda. Ni menos se <strong>de</strong>sviaron sus rostros, tan<br />

cercanos, que él sentía el aletear <strong>de</strong> mariposa <strong>de</strong> los párpados <strong>de</strong> ella, y el cosquilleo <strong>de</strong> sus<br />

pestañas curvas. Dentro <strong>de</strong>l camarín <strong>de</strong> tela, los envolvía suavemente el calor mutuo que se<br />

prestaban: las manos, al sujetar bajo la barbilla la orla <strong>de</strong>l vestido, se entretejían, se fundían<br />

como si formasen parte <strong>de</strong> un mismo cuerpo. Al fin el mancebo fue aflojando poco a poco el<br />

brazo y la mano, y ella apartó cosa <strong>de</strong> media pulgada el rostro. La tela, <strong>de</strong>slizándose, cayó hacia<br />

atrás, y quedaron <strong>de</strong>scubiertos, agitados y sin saber qué <strong>de</strong>cirse. Llenaba la gruta el vaho<br />

po<strong>de</strong>roso <strong>de</strong> la robusta vegetación semi-palúdica, y el sofocante ardor <strong>de</strong> un día canicular. Fuera,<br />

seguía cayendo con ímpetu la lluvia, que tendía ante los ojos <strong>de</strong> la pareja refugiada una cortina<br />

<strong>de</strong> turbio cristal, y ayudaba a convertir en cerrado gabinete el barranco don<strong>de</strong> con palpitante<br />

corazón esperaban niña y muchacho que cesase el aguacero.<br />

No era la vez primera que se encontraban así, juntos y lejos <strong>de</strong> toda mirada humana, sin más<br />

compañía que la madre naturaleza, a cuyos pechos se habían criado. ¡En cuántas ocasiones, ya a<br />

la sombra <strong>de</strong>l gallinero o <strong>de</strong>l palomar que conserva la tibia atmósfera y el olor germinal <strong>de</strong> los<br />

nidos, ya en la soledad <strong>de</strong>l hórreo, sobre el lecho movedizo <strong>de</strong> las espigas doradas, ya al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

los setos, riéndose <strong>de</strong> la picadura <strong>de</strong> las espinas y <strong>de</strong>l bigote cár<strong>de</strong>no que pintan las moras, ya en<br />

el repuesto albergue <strong>de</strong> algún soto, o al pie <strong>de</strong> un vallado por don<strong>de</strong> serpeaban las lagartijas,<br />

habían pasado largas horas compartiendo el mendrugo <strong>de</strong> pan seco y duro ya a fuerza <strong>de</strong> andar<br />

en el bolsillo, las cerezas atadas en un pañuelo, las manzanas ver<strong>de</strong>s; jugando a los mismos<br />

juegos, durmiendo la siesta sobre la misma paja! ¿Entonces, a qué venía semejante turbación al<br />

recogerse en la gruta? Nada se había mudado en torno suyo; ellos eran quienes, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

comienzo <strong>de</strong> aquel verano, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que él regresara <strong>de</strong>l instituto <strong>de</strong> Orense a la al<strong>de</strong>a para las<br />

vacaciones, se sentían inmutados, diferentes y medio tontos. La niña, tan corretona y traviesa <strong>de</strong><br />

ordinario, tenía a <strong>de</strong>shora momentos <strong>de</strong> calma, <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ociosidad y reposo, lasitu<strong>de</strong>s que la<br />

123


movían a sentarse en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong> un campo o a apoyarse en un murallón, cuyo afelpado tapiz <strong>de</strong><br />

musgo rascaba distraídamente con las uñas. A veces clavaba a hurtadillas los ojos en el lindo<br />

rostro <strong>de</strong> su compañero <strong>de</strong> infancia, como si no le hubiese visto nunca; y <strong>de</strong> repente los volvía a<br />

otra parte, o los bajaba al suelo. También él la miraba mucho más, pero fijamente, sin rebozo,<br />

con ardientes y escrutadoras pupilas, buscando en pago otra ojeada semejante; y al paso que en<br />

ella crecía el instintivo recelo, en él sucedía a la intimidad siempre un tanto hostil y reñidora que<br />

cabe entre niños, al aire <strong>de</strong>spótico que adoptan los mayores y los varones con las chiquillas, un<br />

rendimiento, una ternura, una galantería refinada, manifestada a su manera, pero <strong>de</strong> continuo.<br />

Ayer, aunque inseparables y encariñados hasta el extremo <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r vivir sino juntos y <strong>de</strong> que<br />

les costase todos los inviernos una enfermedad la ausencia, cimentaban su amistad, más que las<br />

finezas, los pescozones, cachetes y mordiscos, las riñas y enfados, la superioridad cómica que se<br />

arrogaba él, y las malicias con que ella le burlaba. Hoy parecía como si ambos temiesen, al<br />

hablarse, herirse o suscitar alguna cuestión enojosa; no disputaban, no se peleaban nunca; el<br />

muchacho era siempre <strong>de</strong>l parecer <strong>de</strong> la niña. Esta cortedad y recelo mutuo se advertía más<br />

cuando estaban a solas. Delante <strong>de</strong> gente se restablecía la confianza y corrían las bromas añejas.<br />

Con todo eso no renunciaban a corretear juntos y sin compañía <strong>de</strong> nadie. A falta <strong>de</strong> testigos, les<br />

distraía y tranquilizaba la menor cosa: una flor, un fruto silvestre que recogían, una mosca ver<strong>de</strong><br />

que volaba rozando con la cara <strong>de</strong> la niña. Impremeditadamente se escudaban con la naturaleza,<br />

su protectora y cómplice.<br />

En la gruta, lo que les sacó <strong>de</strong> su momentáneo embeleso, fue observar la vegetación viciosa y<br />

tropical <strong>de</strong>l fondo. La niña, gran botánica por instinto, conocía todas las plantas y hierbas bonitas<br />

<strong>de</strong>l país; pero jamás había encontrado, ni a la orilla <strong>de</strong> las fuentes, tan elegantes hojas péndulas,<br />

tan colosales y perfumados helechos, tanto pulular <strong>de</strong> insectos como en aquel lugar húmedo y<br />

caluroso. Parecía que la naturaleza se revelaba allí más potente y lasciva que nunca, ostentando<br />

sus fuerzas genesíacas con libre impudor. Olores almizclados revelaban la presencia <strong>de</strong> millares<br />

<strong>de</strong> hormigas; y tras la exuberancia <strong>de</strong>l follaje, se divisaba la misteriosa y amenazadora forma <strong>de</strong><br />

la araña, y se arrastraba la oruga negra, <strong>de</strong> peludo lomo. La niña los miraba, estremeciéndose<br />

cuando al apartar las hojas <strong>de</strong>scubría algún secreto rito <strong>de</strong> la vida orgánica, el sacrificio <strong>de</strong> un<br />

moscón preso y agonizante en la red, el juego amoroso <strong>de</strong> dos insectos colgados <strong>de</strong> un tallo, la<br />

procesión <strong>de</strong> hormigones que acarreaban un cuerpo muerto.<br />

Entre tanto llovía a más y mejor. Sin embargo, así que hubo pasado cosa <strong>de</strong> una hora, el<br />

chubasco se aplacó casi repentinamente, pareció que la gruta se llenaba <strong>de</strong> claridad, y una<br />

bocanada <strong>de</strong> fragancia húmeda la inundó: el tufo especial <strong>de</strong> la tierra refrigerada y el hálito <strong>de</strong> las<br />

flores, que respiran al salir <strong>de</strong>l baño. También a los refugiados se les dilataron los pulmones, y a<br />

un mismo tiempo se lanzaron fuera <strong>de</strong>l escondrijo, hacia la boca <strong>de</strong> la cueva.<br />

Allí se pararon <strong>de</strong>slumbrados por inesperado espectáculo. La atmósfera, en su parte alta, estaba<br />

barrida <strong>de</strong> celajes, diáfana y serena: lucía el sol, y sobre el replegado ejército <strong>de</strong> nubes, se erguía<br />

vencedor, con inusitada limpi<strong>de</strong>z y magnificencia, un soberbio arcoiris, cuyo arranque surgía <strong>de</strong>l<br />

monte <strong>de</strong>l Pico-Me<strong>de</strong>lo, cogía en medio su alta cúspi<strong>de</strong>, y venía a rematar, disfumándose, en las<br />

brumas <strong>de</strong>l río Avieiro.<br />

No era esbozo <strong>de</strong> arcada borrosa y próxima a <strong>de</strong>svanecerse, sino un semicírculo <strong>de</strong>lineado con<br />

energía, semejante al pórtico <strong>de</strong> un palacio celestial, cuyo esmalte formaban los más bellos,<br />

intensos y puros colores que es dado sentir a la retina humana. El violado tenía la aterciopelada<br />

riqueza <strong>de</strong> una vestidura episcopal; el añil cegaba con su profunda vibración <strong>de</strong> zafiro; el azul<br />

ostentaba clarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> agua que refleja el hielo, frías limpi<strong>de</strong>ces <strong>de</strong> noche <strong>de</strong> luna; el ver<strong>de</strong> se<br />

tornasolaba con el halagüeño matiz <strong>de</strong> la esmeralda, en que tan voluptuosamente se recrea la<br />

pupila; y el amarillo, anaranjado y rojo parecían luz <strong>de</strong> bengala encendida en el firmamento,<br />

círculos concéntricos trazados por un compás celestial con fuego <strong>de</strong>l que abrasa a los serafines,<br />

fuego sin llamas, ascuas, ni humo.<br />

124


A la vista <strong>de</strong>l hermoso meteoro, aproximose la pareja, según la costumbre inveterada en los que<br />

se quieren, <strong>de</strong> expresarlo todo acercándose.<br />

-¡El Arco <strong>de</strong> la Vieja! - exclamó en dialecto la niña, señalando con una mano al horizonte y<br />

cogiéndose con la otra a la ropa <strong>de</strong>l muchacho.<br />

- Nunca vi otro tan claro. Si parece pintado, así Dios me salve. Chica, ¡qué bonito!<br />

-¡Mira, mira, mira! - chilló ella -. ¡El arco anda!<br />

-¿Que anda? Tú estás loca... ¡Ay, pues anda y bien que anda!<br />

El arco se trasladaba en efecto, con dulce e imponente lentitud, <strong>de</strong> manera teatral. Se vio un<br />

instante la cima <strong>de</strong>l Pico recortada sobre el fondo <strong>de</strong> vivos esmaltes; luego, poco a poco, el arco<br />

<strong>de</strong>jó atrás la montaña y vino a coronar con su curva magnífica la profundidad <strong>de</strong>l valle. Mas ya<br />

pali<strong>de</strong>cían sus tintas espléndidas, y se borraban sus líneas brillantes, <strong>de</strong>jando como un vapor <strong>de</strong><br />

colores, <strong>de</strong>licadísimo toque casi fundido ya con el firmamento, casi velado por la humareda <strong>de</strong><br />

las nubecillas blancas, que vagaban y se <strong>de</strong>shacían también.<br />

- II -<br />

A caminar por la carretera, fastidiosa <strong>de</strong> puro cómoda, prefirieron seguir atajos en cuyo<br />

conocimiento eran muy duchos, y aun cruzar los sembrados, <strong>de</strong>siertos a la sazón, pero don<strong>de</strong>,<br />

durante la noche entera y la madrugada, cuadrillas <strong>de</strong> mujeres habían estado segando el centeno -<br />

a las horas <strong>de</strong> calor no se siega, pues se <strong>de</strong>sgrana la espiga madura -. No se daban mucha priesa,<br />

al contrario, tácitamente estaban <strong>de</strong> acuerdo en no recogerse a techado hasta entrada la noche.<br />

Apenas comenzaba a caer la tar<strong>de</strong>. El campo, fresco y esponjado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tormenta y el<br />

riego <strong>de</strong> las nubes, oreado por suave vientecillo, convidaba a gozar <strong>de</strong> su hermosura: cada flor <strong>de</strong><br />

trébol, cada manzanilla, cada cardo, se había adornado el seno con un grueso brillante líquido; y<br />

grillos y cigarrones, seguros ya <strong>de</strong> que cesaba el diluvio, se atrevían a rebullirse en los<br />

barbechos, sintiendo con <strong>de</strong>leite la caricia <strong>de</strong>l sol sobre sus zancas ya enjutas.<br />

Vagaba la pareja sin rumbo cierto, cuando, casi <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> sus cabezas, en un sen<strong>de</strong>ro que se<br />

<strong>de</strong>speñaba hacia el valle, divisaron una figura rara, que se movía <strong>de</strong>spaciosamente. A un mismo<br />

tiempo la reconocieron ambos.<br />

-¡El señor Antón, el algebrista!<br />

-¡El atador <strong>de</strong> Boán!<br />

-¿A dón<strong>de</strong> irá?<br />

- Aventuro algo bueno que a casa <strong>de</strong> la Sabia.<br />

-¿Quién te lo dijo?<br />

- Tiene la vaca más vieja muy malita.<br />

-¿Vamos a ver?<br />

- Corriente. Hay que bajar por las viñas; si no, es mucha la vuelta.<br />

- Por las viñas. Ale.<br />

- Dame la mano.<br />

-¿Piensas que no sé bajar sola?<br />

El <strong>de</strong>scenso era casi vertical, y había que escalar paredones y tener cuidado <strong>de</strong> no <strong>de</strong>snucarse al<br />

sentar el pie sobre los guijarros; pero las cuatro piernas juveniles alcanzaron pronto al estafermo,<br />

que caminaba dibujando eses al tropezar en cualquier canto <strong>de</strong> la senda. Iba el señor Antón en<br />

mangas <strong>de</strong> camisa (por señas que la gastaba <strong>de</strong> estopa): chaqueta terciada al hombro y un pitillo<br />

tras la oreja <strong>de</strong>recha. <strong>Los</strong> pantalones pardos lucían un remiendo triangular azul en el lugar por<br />

don<strong>de</strong> más suelen gastarse, y otros dos, haciendo juego con el <strong>de</strong> las nalgas, en las perneras; <strong>de</strong><br />

puro cortos, <strong>de</strong>scubrían el hueso <strong>de</strong>l tobillo, cubierto apenas <strong>de</strong> curtida y momificada piel, y los<br />

zapatos torcidos y contraídos como una boca que hace muecas. Fuera <strong>de</strong>l bolsillo interior <strong>de</strong> la<br />

125


chaqueta asomaba un libro empastado en pergamino, cuyas esquinas habían roído los ratones y<br />

cuyas hojas atesoraban grasa suficiente para hacer el caldo una semana.<br />

Al sentir ruido <strong>de</strong> gente, volvió el rostro, que lo tenía más arrugado que una pasa, más sequito<br />

que un sarmiento, y con todas las facciones inclinadas unas hacia otras, a manera <strong>de</strong> piedras <strong>de</strong><br />

murallón que se <strong>de</strong>rrumba: la nariz <strong>de</strong>splomada sobre la barba, esta remontada hacia la boca, y<br />

las mejillas colgando en curtidos pellejos a ambos lados <strong>de</strong> la pronunciada nuez. En los pómulos<br />

parecía como si le hubiesen pintado con teja dos rosetas simétricas; los labios se le habían<br />

sumido; y <strong>de</strong> la abertura don<strong>de</strong> estuvieron partían innumerables rayitas y plieguecillos<br />

convergentes, remendando el varillaje <strong>de</strong> un paraguas. ¿Paraguas dijiste? No hay que omitir que<br />

bajo el codo izquierdo sujetaba el señor Antón uno colosal, <strong>de</strong> algodón colorado rabioso, con<br />

remates y contera <strong>de</strong> latón dorado; ni menos <strong>de</strong>be callarse que honraba su cabeza, por encima <strong>de</strong><br />

un pañuelo <strong>de</strong> yerbas, un venerable y caduco sombrero <strong>de</strong> copa alta, <strong>de</strong> los más empingorotados<br />

y <strong>de</strong> los más apabullados también.<br />

- Buenas tar<strong>de</strong>s, señorito don Perucho y la compaña... - dijo el vejestorio al alcanzarle la pareja.<br />

Era su voz opaca y aguar<strong>de</strong>ntosa, pero no tan cascada como pedían sus años.<br />

-¿A dón<strong>de</strong> va, señor Antón? - preguntó la niña.<br />

- Para servir a vuste<strong>de</strong>, señorita Manolita... ¡ahí a curar una vaca en casa <strong>de</strong> la señora María la<br />

Sabia...!<br />

-¿Qué le duele?<br />

- Parece ser que le ha salido, dispensando vuste<strong>de</strong>s, una tumificación muy atroz en los cadriles...<br />

con perdón, carraspo, aquí don<strong>de</strong> las personas humanas tenemos el hueso llamado líaco...<br />

-¿Un lobanillo?<br />

- Propiamente hablando, sí, señorito, un lobanillo.<br />

Riose Perucho, pues le hacía gracia la facha <strong>de</strong>l algebrista y su manía <strong>de</strong> aplicar a todo los cuatro<br />

términos <strong>de</strong> anatomía mal aprendidos en su libro ratonado. Moríase el vejete por dar<br />

explicaciones difusas acerca <strong>de</strong> los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> sus clientes, fuesen novillos, cerdos, canes<br />

o, como él <strong>de</strong>cía, personas humanas, que a todos indistintamente les sabía reparar los<br />

<strong>de</strong>sperfectos, con su ciencia heredada <strong>de</strong> encolar y recomponer la máquina animal. Ya llegaban<br />

al emparrado que sombreaba la casa <strong>de</strong> la Sabia.<br />

Era una casuca baja y construida con piedras mal trabadas: adornábala principalmente un balcón<br />

o solana <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, al cual nadie podía asomarse, por obstruirlo una barricada <strong>de</strong> enormes<br />

calabazas, <strong>de</strong> amarilla corteza, rameada <strong>de</strong> ver<strong>de</strong>; en una esquina colgaban a secar ropas <strong>de</strong><br />

recién nacido, y al través <strong>de</strong> ellas se abría paso una soberbia mata <strong>de</strong> claveles reventones, rojo<br />

coral, que florecía en una olla <strong>de</strong>sportillada, con las raíces escapándose <strong>de</strong> la tierra negruzca que<br />

las mantenía. A la puerta <strong>de</strong> la casa, una mujer moza, <strong>de</strong> rostro curtido ya, <strong>de</strong>sgranaba habas en<br />

una criba; a sus pies dos chiquillos <strong>de</strong> corta edad, con pelo casi blanco <strong>de</strong> puro rubio, se<br />

revolcaban por el suelo jugando con las vainas <strong>de</strong> las habas. Cuando vio asomar al algebrista y a<br />

los que él llamaba señoritos, levantose la mujer con servilismo obsequioso, pegando un moquete<br />

a los chiquillos, sin duda con el fin <strong>de</strong> agasajar mejor a la visita; no contaban con él, y la misma<br />

sorpresa les impidió llorar.<br />

La pareja entró. Tenía la casa piso <strong>de</strong> tierra; una escalera <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra conducía al sobrado o cuarto<br />

alto; y en el bajo se notaba una pintoresca mezcla <strong>de</strong> racionales e irracionales. El lar y la<br />

chimenea con asientos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra bajo su campana; la artesa <strong>de</strong> guardar el pan; el horno <strong>de</strong><br />

cocerlo; algunos taburetes con cuatro patas muy esparrancadas; la cuna <strong>de</strong> mimbres <strong>de</strong> una<br />

criatura y el leito o camarote <strong>de</strong> tablas en que dormía el matrimonio que la había engendrado,<br />

eran los muebles que pertenecían a la humanidad en aquel recinto. La animalidad invadía el<br />

resto. Al través <strong>de</strong> una división <strong>de</strong> tablones mal juntos pasaba el hálito caliente, el lento rumiar y<br />

los quejumbrosos mugidos <strong>de</strong>l ganado; gallinas y pollos escarbaban el suelo y huían con señales<br />

<strong>de</strong> ridículo terror, renqueando, al acercárseles la gente; dos o tres palomas se paseaban, muy<br />

sacadas <strong>de</strong> buche y muy balanceadas <strong>de</strong> cuello, esperando a que cayese alguna migaja; un<br />

126


marrano sin cebar, magro y peludo aún como un jabalí, sopeteaba con el hocico, gruñendo<br />

sordamente, en una tartera <strong>de</strong> barro don<strong>de</strong> nadaban berzas en aguachirle; un perro <strong>de</strong> esa raza<br />

híbrida llamada en el país <strong>de</strong> pajar, completamente tendido en tierra, dormía; al respirar, se<br />

señalaba bajo su piel la armazón <strong>de</strong>l costillaje, y <strong>de</strong> cuando en cuando, al posársele una mosca<br />

encima, un estremecimiento hacía ondular todos sus músculos, y sacudía, sin <strong>de</strong>spertarse, una<br />

oreja. Por un ventanillo, abierto en el testero, entraban las avispas a comerse los gajos <strong>de</strong> cerezas<br />

maduras que andaban rodando sobre la artesa; y si fuese posible prestar oído a unas trotadas<br />

menudas que allá arriba resonaban, se compren<strong>de</strong>ría que los ratones no andaban remisos en dar<br />

cuenta <strong>de</strong>l poco maíz restante <strong>de</strong> la cosecha anterior, ni <strong>de</strong> cuanto encontraban al alcance <strong>de</strong> los<br />

dientes. En medio <strong>de</strong> esta especie <strong>de</strong> arca <strong>de</strong> Noé, reposaba inmóvil, sentada al pie <strong>de</strong> la artesa,<br />

con los naipes mugrientos al alcance <strong>de</strong> la mano, la vieja bruja <strong>de</strong> la Sabia.<br />

Era su figura realmente espantable. Habíale crecido el bocio enorme, hasta el punto <strong>de</strong> que se le<br />

viese apenas el verda<strong>de</strong>ro rostro, abultando más la lustrosa y horrible segunda cara sin facciones,<br />

que le caía sobre el pecho, le subía hasta las orejas, y por lo hinchada y estirada contrastaba <strong>de</strong>l<br />

modo más repulsivo con el resto <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> la vieja, que parecía hecho <strong>de</strong> raíces <strong>de</strong> árboles, y<br />

tenía <strong>de</strong> los árboles añosos la rugosidad y oscuridad <strong>de</strong> la corteza, los nudos, las verrugas. Al ver<br />

entrar al algebrista y la compaña, la bruja se en<strong>de</strong>rezó y salió a recibirles, no sin echarse con<br />

sumo recato un pañuelo <strong>de</strong> algodón sobre los mechones <strong>de</strong> sus greñas blancas.<br />

La moza, entretanto, sacaba <strong>de</strong>l establo a la paciente, una vaca amarilla, y picándola con la<br />

aguijada, la empujaba fuera <strong>de</strong> la casa, a sitio <strong>de</strong>scubierto y claro. Cojeaba el infeliz animal, por<br />

culpa <strong>de</strong>l gran tumor que tenía en el ijar <strong>de</strong>recho; sus ojos estaban profundamente tristes, como<br />

los <strong>de</strong> todo irracional o niño enfermo. El sol pareció reanimar algo a la vaca, y se le dilató el<br />

hocico respirando aire puro. Ya salía tras ella el atador, poniendo la mano a guisa <strong>de</strong> pantalla<br />

ante los ojos, para que no le estorbase el sol que <strong>de</strong>clinaba.<br />

- Hace falta quien treme <strong>de</strong>l animal - dijo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> palpar aprisa el tumor -. Llama a tu<br />

hombre - añadió dirigiéndose a la moza.<br />

Habiendo Perucho ofrecido su ayuda, convino el algebrista en que bastaría con él y con la moza<br />

para sujetar a la doliente, y or<strong>de</strong>nó que la señora María se encargase <strong>de</strong> preparar la bizma <strong>de</strong> pez<br />

hirviendo. Remangose Perucho las mangas <strong>de</strong> chaqueta y camisa, y arrodillándose, asió con<br />

puño <strong>de</strong> hierro la pata <strong>de</strong>l animal, asentándola y afirmándola en tierra a fin <strong>de</strong> que no cocease<br />

con el dolor. El brazo <strong>de</strong>l mancebo era membrudo, atendida su edad, y la cuadratura <strong>de</strong> los<br />

músculos se diseñaba enérgicamente: sobre el cutis, fino como raso, rojeaba a la luz moribunda<br />

<strong>de</strong>l sol un vello <strong>de</strong>nso y suave. Su compañera le miraba con disimulo y atención, como si viese<br />

por primera vez aquella cabeza cubierta <strong>de</strong> ensortijados bucles, aquellas perfectas facciones<br />

trigueñas y sonrosadas, aquel cogote juvenil y fuerte como testuz <strong>de</strong> novillo bermejo, aquellas<br />

espaldas fornidas don<strong>de</strong> la postura y el esfuerzo para mantener inmóvil la pata <strong>de</strong>l animal hacían<br />

sobresalir el omoplato. De chiquita, la costumbre <strong>de</strong> ver a Pedro le impedía reparar su<br />

hermosura; ahora se le figuraba <strong>de</strong>scubrirla en toda su riqueza <strong>de</strong> pormenores esculturales, cosa<br />

que la turbaba mucho y tenía bastante culpa <strong>de</strong> la cortedad y <strong>de</strong>spego que mostraba al quedarse<br />

con él a solas. Se avergonzaba la niña <strong>de</strong> no ser tan linda como su amigo; <strong>de</strong> ser casi fea.<br />

También se recogió el atador las mangas <strong>de</strong> estopa, y sacó <strong>de</strong> la faltriquera <strong>de</strong>l pantalón una<br />

reluciente navaja <strong>de</strong> afeitar envuelta en un trapo. Agachose bajo la paciente, y empuñando el<br />

instrumento, con brioso girar <strong>de</strong> muñeca y haciendo terrible fuerza en el pulgar, sajó casi en<br />

redondo el lobanillo. Bramó y resopló <strong>de</strong> dolor la vaca, intentando huir; pero estaba bien sujeta y<br />

el corte dado ya. Sin hacer caso <strong>de</strong> los mugidos angustiosos ni <strong>de</strong> las inútiles sacudidas <strong>de</strong> la<br />

bestia, el señor Antón comenzó a esgrimir la navaja casi <strong>de</strong> plano, <strong>de</strong>sprendiendo la piel que<br />

cubría el tumor, y disecando poco a poco, con certera diestra, sus raíces, como quien <strong>de</strong>spren<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> un peñasco los tientos <strong>de</strong> un adherido pólipo. De rato en rato empapaba con trapos la sangre<br />

que corría y le impedía ver. Cada raíz encubría otras más menudas, y la navaja seguía escrutando<br />

los ijares <strong>de</strong>l animal, persiguiendo las últimas ramificaciones <strong>de</strong> la fea excrecencia. Ya casi la<br />

127


tenía <strong>de</strong>sprendida, cuando la vaca, que parecía resignada con su suerte, dio <strong>de</strong> pronto un empuje<br />

<strong>de</strong>sesperado y supremo, logró soltar las patas, <strong>de</strong>rribó <strong>de</strong> una patada el sombrero <strong>de</strong> copa alta <strong>de</strong>l<br />

algebrista y echó a correr furiosa. Ciega por el terror, fue a batir contra la muralla <strong>de</strong>l emparrado,<br />

don<strong>de</strong> la alcanzó Perucho. La agarró <strong>de</strong>l rabo primero, luego la cogió por los cuernos, y a<br />

remolque y a empujones y a puñadas la trajo otra vez a la clínica. El señor Antón acusaba a la<br />

moza <strong>de</strong> no valer nada, <strong>de</strong> haber aflojado la pata; y Manuela, con los ojos brillantes y la sonrisa<br />

en los labios, se ofrecía a sustituir ventajosamente a la al<strong>de</strong>ana.<br />

-¡Jesús, alabado sea Dios, qué valiente <strong>de</strong> señorita! - tartamu<strong>de</strong>ó la Sabia, apareciendo en la<br />

puerta.<br />

- Las que nos criamos en la montaña... - murmuró la niña arrodillándose y ciñendo con ambas<br />

manos, no muy blancas ni nada en<strong>de</strong>bles, el corvejón <strong>de</strong>l animal.<br />

- No hay cosa como las montañesas - <strong>de</strong>claró dogmáticamente el atador, encasquetándose otra<br />

vez su abollada bomba, sin la cual, al parecer, no era dueño <strong>de</strong> todos los recursos <strong>de</strong> la ciencia<br />

quirúrgica.<br />

- Remángate, Manola - aconsejó sin volver la cabeza Pedro -: si no vas a ponerte perdida.<br />

Notando que él no la miraba, Manolita se remangó. <strong>Los</strong> chiquillos, rubios como el cerro, que<br />

presenciaban la operación absortos, con la pupila dilatada y chupándose el <strong>de</strong>do índice, quisieron<br />

también cooperar al buen resultado, y vinieron a poner cada uno una manita en los corvejones <strong>de</strong><br />

la mártir. Poco duró el suplicio. El señor Antón, con su rapi<strong>de</strong>z y maestría acostumbradas,<br />

arrojaba ya triunfalmente hacia el campo más próximo una masa sanguinolenta e informe, que<br />

era el núcleo <strong>de</strong>l lobanillo y su aureola <strong>de</strong> raíces. Entre un furioso y <strong>de</strong>sesperado bramido <strong>de</strong> la<br />

vaca al sentir la pez hirviendo que le abrasaba los tejidos, y un ¡carraspo! <strong>de</strong>l algebrista que se<br />

levantaba vencedor, se acabó la operación y la víctima fue <strong>de</strong> nuevo encerrada en el establo.<br />

Echáronle en el pesebre un brazado <strong>de</strong> fresca yerba, y a poco su hocico húmedo, <strong>de</strong>l cual se<br />

<strong>de</strong>sprendía un hilo <strong>de</strong> baba, rumiaba con fruición la dulce golosina.<br />

- III -<br />

Sin embargo, aún le quedaban al señor Antón <strong>de</strong>beres facultativos que llenar en aquella casa. Le<br />

presentaron un ternero que andaba malucho <strong>de</strong> <strong>de</strong>sgano y rehusaba las cortezas <strong>de</strong> pan y la<br />

hierba más apetitosa. Le abrió la boca al punto, sacole <strong>de</strong> través la lengua, y <strong>de</strong>claró que tenía el<br />

piojo. Pidió los ingredientes <strong>de</strong> sal y ajo, que metió en una bolsita <strong>de</strong> lienzo; mojola en vinagre, y<br />

frotó con ella los bor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la lengua, para levantar las escamillas en que consistía el mal: sacó<br />

luego <strong>de</strong>l bolsillo - estuche unas tijeras <strong>de</strong> costura, y cortó las escamas, <strong>de</strong>jando al choto en<br />

disposición <strong>de</strong> zamparse todos los prados comarcanos. Tras el ternero vino un buey, cojo <strong>de</strong> la<br />

mano <strong>de</strong>recha: el doctor reconoció que tenía el pulgón y que era preciso meterle entre la pezuña<br />

un puñado <strong>de</strong> pólvora amasada y pren<strong>de</strong>rle fuego. El caso era que no se encontraba pólvora allí.<br />

- Que vayan por ella a los Pazos - exclamó servicialmente Perucho.<br />

- Mientras van y vuelven llega la noche, señorito - exclamó el atador -, y <strong>de</strong> aquí a Boán hay<br />

camino. Ya pasaré por aquí mañana o pasado lo más tar<strong>de</strong>, que me cumple verle la yegua al<br />

señor Ángel. No hay duda, que no muere el buey por eso.<br />

Quedó aplazada la voladura <strong>de</strong>l pulgón, pero no consintió la Sabia en que se partiese el algebrista<br />

sin tomar un taco y echar un cloris. Limpiándose el copioso sudor con el pañuelo <strong>de</strong> yerbas,<br />

sentose el señor Antón a la mesa, ante el zoquete <strong>de</strong> pan <strong>de</strong> centeno y el jarro <strong>de</strong> vino. Entabló<br />

conversación con el ama <strong>de</strong> casa, no habiendo querido los señoritos sentarse ni probar cosa<br />

alguna, porque les divertía más presenciar la cómica escena y oír, cruzando ojeadas y risas, la<br />

plática donosa que avivaban con sus preguntas. Estaba <strong>de</strong> buen humor el vejete, como siempre<br />

que terminaba felizmente una operación y se veía con el pichel <strong>de</strong> mosto <strong>de</strong>lante. A las quejas <strong>de</strong><br />

la Sabia, que se lamentaba <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los animales con tono <strong>de</strong> abuela cuando<br />

128


<strong>de</strong>plora achaques <strong>de</strong> sus nietos, respondía jocosamente el algebrista que, si no tuviese una<br />

riqueza en ganado, no se le pondría el ganado enfermo nunca.<br />

-¿A que a mí no se me mueren las vacas? En no las teniendo... catá.<br />

La bruja respondía a tan atinada observación con otra muy filosófica y cristiana:<br />

- Todos habemos <strong>de</strong> morir, si Dios quiere.<br />

De tal respuesta tomó pie el algebrista para procurar insinuarse, hablando <strong>de</strong>l bocio <strong>de</strong> la vieja, y<br />

comprometiéndose a extirpárselo con tanta prontitud como el tumor <strong>de</strong> la vaca, fuera el alma.<br />

Contó que precisamente acababa <strong>de</strong> realizar la misma operación en un labrador rico <strong>de</strong> Gondás.<br />

De cuatro a cinco tajos <strong>de</strong> navaja ¡zis, zas! (y al <strong>de</strong>cir zis, zas pasaba el <strong>de</strong>do por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l<br />

cuello <strong>de</strong>forme <strong>de</strong> la Sabia) le había sajado el bocio perfectísimamente, plantándole, para atajar<br />

la morragia, un emplasto don<strong>de</strong> se misturaban trementina, diaquilón, confortativo, minio,<br />

litargirio, incienso, pez blanca, pez dorada y pez negra...<br />

- Vamos, pez <strong>de</strong> todos los colores - dijo Perucho riendo.<br />

- No haga burla, señorito, no haga burla... Pues emplasto fue aquel que apretó, apretó, apretó (y<br />

el algebrista cerraba y apretaba el puño con toda su fuerza) y a los quince días...<br />

-¿Al campo santo?<br />

-¡Quedó como si tal cosa, más contento que un cuco! ¡La sabiduría pue<strong>de</strong> mucho, señorito!<br />

La bruja no se resolvía a empecinarse. Tantos años con aquello, y al fin iba durando: luego no<br />

era cosa <strong>de</strong> muerte. <strong>Los</strong> animales... no tiene que ver con las personas: si no se cuidan y se<br />

asisten, ni trabajan, ni dan leche, ni... En vista <strong>de</strong> que allí no necesitaban médico las personas<br />

humanas, el algebrista, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar temblando el jarro, sacó el pitillo que llevaba tras la<br />

oreja, encendiolo en las brasas <strong>de</strong>l lar, se terció la chaqueta, y con andar más que nunca<br />

dificultoso, tomó el camino <strong>de</strong>l valle.<br />

Acompañole la pareja, divertida con su charla. Era el señor Antón uno <strong>de</strong> esos personajes típicos,<br />

manifestación viviente, en una comarca, <strong>de</strong> los remotos orígenes y misteriosas afinida<strong>de</strong>s étnicas<br />

<strong>de</strong> la raza que la habita. En el país se contaban muchos que ejercían la profesión <strong>de</strong> algebristas,<br />

componiendo con singular <strong>de</strong>streza canillas rotas y húmeros <strong>de</strong>svencijados, reduciendo<br />

lujaciones y extirpando sarcomas, merced a no sé qué ciencia infusa o tradición comunicada<br />

hereditariamente, o recogida <strong>de</strong> labios <strong>de</strong> algún compostor viejo a quien el mozo había tomado<br />

los mol<strong>de</strong>s; pero ninguno tan acreditado y consultado en todas partes como el atador <strong>de</strong> Boán,<br />

que tenía fama <strong>de</strong> poner la ceniza en la frente a los médicos <strong>de</strong> Orense y Santiago, habiendo<br />

persona que vino expresamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Madrid, cuando todavía se viajaba en diligencia, a que el<br />

señor Antón le curase una fractura. No <strong>de</strong>svanecían al vejete las glorias científicas; pero sí le<br />

daban pretexto a <strong>de</strong>scuidar la labranza <strong>de</strong> sus tierras y entregarse a sabrosa vagancia cotidiana<br />

por riscos y breñas. Con su chaquetón al hombro en el verano, su montecristo <strong>de</strong> pardomonte en<br />

invierno, y siempre el pitillo tras la oreja, la chistera calada sobre el pañuelo, el paraguas<br />

colorado bajo el brazo y el libro grasiento en la faltriquera, recorría haciendo eses los sen<strong>de</strong>ros<br />

<strong>de</strong>l país, sintiendo en la cabeza y en la sangre la doble efervescencia <strong>de</strong>l aire puro y vivo <strong>de</strong> la<br />

montaña y <strong>de</strong> la libación <strong>de</strong> mosto o aguardiente hecha a los dioses lares <strong>de</strong> cada enfermo. La<br />

atmósfera can<strong>de</strong>nte, el cierzo glacial, las claras mañanas primaverales, las templadas noches, la<br />

borrasca, la bonanza, le tenían seco y oreado como un fruto <strong>de</strong> cuelga, como esas manzanas<br />

tabardillas cuya piel se arruga y contrae y adoba más que el mejor pergamino; y también, lo<br />

mismo que en ellas, la pulpa se concentraba guardando toda su virtud y sabor. No había viejo<br />

mejor conservado, más templado y rufo que el señor Antón: asegurábanlo las mozas trocando<br />

maliciosos guiños, y lo confirmaban los mozos haciendo con la mano alzada y el pulgar<br />

inclinado hacia la boca el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong>l que se atiza un buen traguete. Nunca se le encontraba que<br />

no estuviese bajo la alegre influencia <strong>de</strong>l jarro, o <strong>de</strong>l sol, que tenía la virtud <strong>de</strong> hacerle fermentar<br />

en las venas la reserva <strong>de</strong> espíritus alcohólicos. Entonces se <strong>de</strong>sataba su locuacidad, y le gustaba<br />

sobre todo platicar con los curas o con los al<strong>de</strong>anos viejos y duchos, en quienes, a falta <strong>de</strong><br />

instrucción, la experiencia <strong>de</strong> una larga vida ha <strong>de</strong>sarrollado cierta inteligencia práctica,<br />

129


haciéndoles <strong>de</strong>positarios <strong>de</strong>l caudal <strong>de</strong>l saber popular, ancho cauce <strong>de</strong> arena don<strong>de</strong> a trechos<br />

brilla alguna partícula <strong>de</strong> oro o algún diamante en bruto. El señor Antón tenía su filosofía allá a<br />

su modo, mitad bebida en tres o cuatro librotes viejos, en tomos <strong>de</strong>scabalados <strong>de</strong> Feijóo, en el<br />

Desi<strong>de</strong>rio y Electo, mitad inspirada por el espectáculo y la sugestión incesante <strong>de</strong> la madre<br />

naturaleza, <strong>de</strong> árboles y estrellas, ríos y nubes. En su cráneo estrecho y prolongado, verda<strong>de</strong>ro<br />

cráneo céltico, bullían a veces viejas i<strong>de</strong>as cosmogónicas, bocetos confusos <strong>de</strong> panteísmo y<br />

restos <strong>de</strong> cultos y creencias ancestrales. Por lo cual, al meterse en honduras, solía <strong>de</strong>cir muchos y<br />

muy peregrinos <strong>de</strong>spropósitos, mezclados con dictámenes y sentencias que sorprendían al verlos<br />

salir <strong>de</strong> aquella boca plegada como la jareta <strong>de</strong> un bolsón, envueltas en vaho aguar<strong>de</strong>ntoso y<br />

subrayadas por la risa <strong>de</strong> polichinela que establecía inmediata comunicación entre su nariz y su<br />

barba.<br />

Encontrándolo más alumbrado que <strong>de</strong> costumbre, moríase Perucho por tirarle <strong>de</strong> la lengua, y le<br />

seguía, llevando el <strong>de</strong>do meñique enganchado en el <strong>de</strong> Manuela y columpiando el brazo a<br />

compás, por hábito inveterado <strong>de</strong> contacto cariñoso.<br />

Chupaba el señor Antón su apestoso papelito, sumiendo la boca <strong>de</strong> tal manera que, más que con<br />

los labios, parecía aspirar el humo con la laringe. Al mismo tiempo iba filosofando sobre las<br />

enfermeda<strong>de</strong>s, la vejez y la muerte.<br />

- Mire, señorito, que esto <strong>de</strong> estar enfermo (aquí un traspiés), le tiene su aquel, ¡carraspo! Lee<br />

uno en libros, a lo mejor, que el hombre es, como quien dice, un gusano, y viene la soberbia, y<br />

replica: - No, gusano, no, que yo tengooo (ahuecó la voz enfáticamente), ¡lo que no tiene un<br />

gusanoooo! Pero llega la enfermedad, maina mainita (y remedaba los movimientos <strong>de</strong>l que se<br />

acerca muy cautelosamente a otro), y ya no se diferencia el verme <strong>de</strong>l hombre... ¡carraspo!<br />

Porque díganme: ¿uso yo una navaja para estripar, con perdón, las tumificaciones <strong>de</strong> las vacas y<br />

otra para las personas humanas? No señor, que uso la misma, que aquí la llevo en el bolsillo (y se<br />

golpeaba con fuerza el pecho). El emplasto o la cataplasma, ¿se misturan <strong>de</strong> otro modo? ¡No<br />

señoooor! Y en vista <strong>de</strong> ello...<br />

-¿Resulta, señor Antón, que a usted no le parece diferente un buey <strong>de</strong> un cristiano? ¿Eh? ¿Usted<br />

y yo valemos tanto como un jumento?<br />

- No sea tan materialista, señorito, ¡carraspo!... Son poquitos los que se hacen cargo <strong>de</strong> estas<br />

cosas perfundas... ¡Hay que abrir el ojo! ¿Tiene ahí un misto? Se me apaga el con<strong>de</strong>nado <strong>de</strong>l<br />

pitillo. Estimando la molestia... Vamos al <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> que la gente como usted y como yo, y las<br />

bestias, dispensando vuste<strong>de</strong>s, pa<strong>de</strong>cen <strong>de</strong> los mismos males, y en la botica no hay diferencias <strong>de</strong><br />

remedios, y la vida se les viene y se les va <strong>de</strong>l mismo modo, y todos pasan su tiempo <strong>de</strong><br />

chiquillos, porque los perritos pequeños lloran y enredan como las criaturas, y luego a las<br />

personas humanas les llega la <strong>de</strong> andar tras <strong>de</strong> las mozas, y andan que tolean, y también los<br />

perros se escapan <strong>de</strong> casa para perseguir a las perras, con perdón, y las buscan, y riñen por causa<br />

<strong>de</strong> ellas, y las obsequian como los señoritos a las señoritas... ¡Carraspoo!<br />

Al llegar a este punto el discurso <strong>de</strong>l atador, Pedro soltó los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Manuela para reír a<br />

carcajadas, y la montañesa le acompañó, sofocando la risa en la boca con la punta <strong>de</strong>l pañuelo.<br />

- Pero eso ya se sabe, señor Antón... ¡Vaya unas noticias que da! ¡Fresquitas!<br />

- Poco y poco, poco y poco... (se ignora si el algebrista lo <strong>de</strong>cía pensando en que el camino tenía<br />

muchas piedras y él más vino en el estómago, o siguiendo la ilación <strong>de</strong> su tesis trascen<strong>de</strong>ntal).<br />

Vamos a la custión... Digo, señorito, y no miento: un hombre valerá, estamos conformes, más<br />

que los animales; pero po<strong>de</strong>r... Vaya, po<strong>de</strong>r, no pue<strong>de</strong> más que un buey; y cuando le llega la <strong>de</strong><br />

cerrar el ojo, aunque sepa más que el rey Salimón, lo cierra... y abur. ¿Lo cierra o no, señorito?<br />

- Según y conforme... También los hay que se quedan con él muy abierto - murmuró Pedro para<br />

hacer rabiar al atador.<br />

- Demasiado nos enten<strong>de</strong>mos... - articuló este escupiendo, por el sitio en que algún día tuvo los<br />

colmillos, un chorro <strong>de</strong> saliva negruzca, cuya proyección cortó limpiándose el agujero <strong>de</strong> la boca<br />

con el dorso <strong>de</strong> la mano -. Señorito, escuche y perdone. ¡A lo que me da que pensar, carraspo!<br />

130


Esto <strong>de</strong>l nacer, y <strong>de</strong>l morir, y <strong>de</strong>l enfermarse, y <strong>de</strong>l comer, y <strong>de</strong>l beber, ¡atención! (hizo aquí una<br />

ese más arqueada que ninguna), es un... un... un aquel que pue<strong>de</strong> más que los animales y los<br />

hombres juntos, a modo <strong>de</strong> una endrómena muy gran<strong>de</strong>, muy graaaan<strong>de</strong>...<br />

El algebrista tendía la mano y la giraba en <strong>de</strong>rredor, señalando con amplio a<strong>de</strong>mán circular la<br />

profundidad <strong>de</strong>l valle <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, el anfiteatro <strong>de</strong> montañas que lo cierra, el río que espumaba<br />

cautivo en la hoz, todo lo cual se dominaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el sen<strong>de</strong>ro alto y escarpado. Pedro y Manuela,<br />

que habían vuelto a enganchar los <strong>de</strong>dos por instinto, miraban hacia don<strong>de</strong> apuntaba el viejo,<br />

tratando <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r la i<strong>de</strong>a rebozada en báquicos vapores que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cerebro <strong>de</strong>l señor<br />

Antón <strong>de</strong>scendía trabajosamente hasta su lengua.<br />

- Tan gran<strong>de</strong> - añadía extendiendo ya los dos brazos para mejor expresar la inmensidad- que me<br />

parece a mí, señorito, con perdón, que es tan gran<strong>de</strong> como el mundo... ¡Más aún, carraspo!<br />

-¿Más que el mundo? ¡Quieto, vino, quieto! - exclamó Pedro, significando que por boca <strong>de</strong>l<br />

algebrista hablaba la borrachera.<br />

- Más aún, sí señor. ¿De qué se pasma? Demasiado nos enten<strong>de</strong>mos. Un hombre ha leído algo...<br />

¿Tiene otro misto? Disimule.<br />

- Ahí va la caja. ¿Conque se ha leído mucho?<br />

Una sonrisa orgullosa dilató los plieguecillos <strong>de</strong> la consabida jareta.<br />

El saber, como dijo el otro, no ocupa lugar... No se burle, señorito, no se burle... Demasiado<br />

tendrá usted leído lo que llaman el Treato... el Trato...<br />

-¿Alguna comedia?<br />

-¡Comedia! Lo compuso un fraile, hablando con respeto... un fraile <strong>de</strong> esta tierra, con más<br />

sabiduría que todos los <strong>de</strong> España y <strong>de</strong>l mundo entero juntos... Pues allí dice, ¡sí, señorito!, que<br />

las estrellas <strong>de</strong>l cielo son como nosotros... ¡con perdón!, como este universo mundo <strong>de</strong> acá... y<br />

que también allí nacen, y mueren, y comen, y andan atrás <strong>de</strong> las muchachas...<br />

Al llegar aquí guiñó picarescamente el algebrista el ojo izquierdo a la bóveda celeste, y como si<br />

obe<strong>de</strong>ciese a un conjuro, el hermoso lucero <strong>de</strong> Venus comenzó a rielar con dulce brillo en el<br />

sereno espacio.<br />

-¡Hay que <strong>de</strong>sengañarse, hay que <strong>de</strong>sengañarse! - prosiguió el viejo moviendo la cabeza, que, al<br />

oscilar sobre el seco pescuezo, parecía una pasa pronta a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong>l rabo. Por muchas<br />

vueltas que se le dé, esta cosa gran<strong>de</strong>, gran<strong>de</strong>, grandísima (y reiteraba el a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> abarcar todo<br />

el valle con los brazos), pue<strong>de</strong> más que vusté, y que yo, y aquel, y que todos, ¡carraspiche! Yo<br />

me muero, verbo en gracia; bien, corriente, sí señor; ¿y <strong>de</strong>spués? La cosa gran<strong>de</strong> se queda tan<br />

fresca. Yo me divertí mis carnes; pero <strong>de</strong> yo ya propiamente no soy nada; se crían repollos, y<br />

patatas, y ortigas, y toda clas <strong>de</strong> hortalizas... ¿me entien<strong>de</strong>?<br />

-¿También <strong>de</strong> mi cuerpo se han <strong>de</strong> criar repollos? - preguntó Manolita.<br />

- Y ¡juy juy! - relinchó el algebrista, trompicándose en una piedra por culpa <strong>de</strong>l arrechucho <strong>de</strong><br />

galantería que le entró -. Del cuerpo <strong>de</strong> las señoritas buenas mozas se criará espliego, rositas <strong>de</strong><br />

Mayo...<br />

Adoptando <strong>de</strong> nuevo su gravedad filosófica, añadió:<br />

- Pero no se ponga hueca... Le es igual... igualito... ¿Qué más tiene volverse chirivía o malva <strong>de</strong><br />

olor?, carrás... Quiérese <strong>de</strong>cir que las estrellas <strong>de</strong>l cielo, y las tierras, y el mainzo, y el cuerpo <strong>de</strong><br />

vusté, y el mío, y el <strong>de</strong>l Papa, con perdón, y el espliego, y los repollos, y las vacas, y los gatos, es<br />

todito lo mismo, disimulando vusté, y no hay que andar escoge <strong>de</strong> aquí y escoge <strong>de</strong> allí... Todo lo<br />

mismo señorita, todo lo mismísimo... ¡La cosa gran<strong>de</strong>!<br />

Al llegar aquí <strong>de</strong> su perorata le besó un canto en la espinilla, y llevose la mano a la pierna,<br />

exhalando un ay doliente; pero al punto mismo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> refregarse la parte dolorida y tirar<br />

con rabia <strong>de</strong>l cigarro, que se apagaba <strong>de</strong> vez, volvió a su tema, balbuciendo con lengua todavía<br />

más estropajosa:<br />

- La co... la cosa gran<strong>de</strong>... se ríe <strong>de</strong> todo, sí, señor, <strong>de</strong> todo... Allá anda, carraspo... haciendo la<br />

burla a quien nace... y a quien muere... y a los que buscamos las mo... mozas... <strong>de</strong> rumbo... ¡juy!<br />

131


La cosa... g... gran... no nació en jamás... ni se ha <strong>de</strong> morir... Buena gana tiene... A cada a... ño...<br />

está... más... fres... frescachona... ¡juy!, vivan las rap... rapazas... ¡Ar<strong>de</strong>, cigarro, ar<strong>de</strong>, con<strong>de</strong>nado,<br />

si quieres, que... te... par... to...!<br />

- Echemos por las viñas, Manola - dijo Pedro a su compañera -. El algebrista va hoy como un<br />

templo. Ya no se le sacan <strong>de</strong>l cuerpo sino barbarida<strong>de</strong>s.<br />

-¿Y si tropieza y cae al río?<br />

-¡Qué disparate! Estaría muerto ya un millón <strong>de</strong> veces, mujer, si fuese capaz <strong>de</strong> caerse. Anda así<br />

toda la santa vida.<br />

- IV -<br />

Libres ya <strong>de</strong>l atador, tomaron un sen<strong>de</strong>ro más practicable, que por entre tierras labradías y<br />

viñedos conducía al gran castañar <strong>de</strong>l solariego caserón <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Aunque la luna, en cuarto<br />

creciente, dibujaba ya sobre el cielo verdoso una fina segur, todavía la claridad <strong>de</strong>l crepúsculo<br />

permitía registrar bien el paisaje; pero al ir entrando bajo la tenebrosa bóveda formada por el<br />

ramaje <strong>de</strong> los castaños, se encontró la pareja envuelta en la oscuridad, y en no sé qué <strong>de</strong><br />

pavoroso y sagrado, y fresco y solemne, como el ambiente <strong>de</strong> una iglesia. El suelo estaba seco y<br />

mullido, como suele estar en verano el <strong>de</strong> los bosques, y el pie lo hollaba con placer. No se oía<br />

más ruido que el rumor <strong>de</strong> las hojas, melodioso como una música distante <strong>de</strong> la cual apenas se<br />

percibe el acompañamiento. Instintivamente, Pedro y Manuela se aproximaron el uno al otro, y<br />

sus <strong>de</strong>dos se engancharon con más fuerza; pero el sentimiento que ahora los unía no era el<br />

mismo que allá en la gruta, sino una especie <strong>de</strong> comunión <strong>de</strong> los espíritus, simultáneamente<br />

agitados, sin que ellos mismos lo comprendiesen, por las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> muerte, <strong>de</strong> transformación y <strong>de</strong><br />

amor, removidas en la grosera plática <strong>de</strong>l vejete borracho.<br />

-¡Perucho! - murmuró ella alzando el rostro para mirar el <strong>de</strong> su compañero, que en aquella<br />

sombra veía pálido y sin contornos.<br />

-¿Qué quieres? - contestó él sacudiéndole el brazo.<br />

-¿Qué me dices <strong>de</strong> todo eso?... ¡Cuántas bobadas echó por aquella boca el señor Antón!<br />

- Está peneque, y chocho a<strong>de</strong>más.<br />

-¿Me volveré yo rosa? ¿Malvita <strong>de</strong> olor?<br />

- No tienes que volverte... Ya Dios te dio rosa y clavel y cuantas flores hay.<br />

- No empieces a meterte conmigo... ¡Que me enfado! ¿Y eso que dice <strong>de</strong> una cosa muy gran<strong>de</strong>,<br />

que está en el cielo, y en la tierra, y en todos los sitios?<br />

- Muchos ratos también se me pone a mí aquí - murmuró Pedro <strong>de</strong>teniéndose y señalando a la<br />

frente- que hay una cosa muy gran<strong>de</strong>... ¡y tan gran<strong>de</strong>!... Mayor que el cielo. ¿Sabes dón<strong>de</strong>,<br />

Manola? ¿A que no lo aciertas?<br />

-¿Yo qué sé? ¿Soy bruja o echo las cartas como la Sabia?<br />

El mancebo le tomó la mano, y la paseó por su pecho, hasta colocarla allí, don<strong>de</strong>, sin estar<br />

situado el corazón, se percibe mejor su diástole y sístole.<br />

- Aquí, aquí, aquí - repitió con ardiente voz, oprimiendo como para <strong>de</strong>shacerla la mano morena y<br />

fuerte <strong>de</strong> la muchacha, que se reía, tratando <strong>de</strong> soltarse.<br />

- Maja<strong>de</strong>ro, brutiño, que me lastimas.<br />

La soltó y ella siguió andando <strong>de</strong>lante en silencio. De cuando en cuando se percibía entre las<br />

hojas el corretear <strong>de</strong> una liebre, o resonaba el último gorjeo <strong>de</strong> un ave. A lo lejos arrullaban<br />

roncamente las tórtolas, bien alimentadas aquellos días con los granos caídos en los surcos <strong>de</strong>l<br />

centeno. También se escuchaba, dominando la sinfonía con sordina <strong>de</strong>l follaje, el gemido <strong>de</strong> los<br />

carros que volvían cargados <strong>de</strong> haces <strong>de</strong> mies a las eras.<br />

- Manola, no corras tanto... - exclamó Pedro con voz tan angustiada como si la chica se le<br />

escapase -. ¡Ave María, mujer! Parece que te van persiguiendo los canes. ¿Tienes miedo?<br />

132


- No sé a qué he <strong>de</strong> tener miedo.<br />

- Pues entonces, anda a modo, mujer... ¿Qué diversión se nos pier<strong>de</strong> en los Pazos? ¡Mira que es<br />

bonita! Padrino estará fumando un cigarro en el balcón, o viendo cómo arreglan las medas;<br />

mamá por allí, dando vueltas en la cocina; papá en la era, eso <strong>de</strong> fijo... las chiquillas ya<br />

dormirán... ¡va buena que dormirán! Oye, chica, la mano.<br />

Trabáronse como antes por los <strong>de</strong>dos meñiques y continuaron andando no muy <strong>de</strong>spacio. El<br />

bosque se hacía más intrincado y oscuro, y a veces un obstáculo, seto <strong>de</strong> maleza o valla <strong>de</strong><br />

renuevos <strong>de</strong> árboles, les obligaba a soltarse <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos, a levantar mucho el pie y tentar con la<br />

mano. Tropezó Manola en el cepo <strong>de</strong> un castaño cortado, y sin po<strong>de</strong>rlo evitar cayó <strong>de</strong> rodillas.<br />

Pedro se lanzó a sostenerla, pero ella se levantaba ya soltando la carcajada.<br />

-¡Vaya una montañesa, que tropieza en cualquier cosa como las señoritas <strong>de</strong>l pueblo! Por el afán<br />

<strong>de</strong> correr. Bien empleado.<br />

- Pero si no se ve miaja. Rabio por salir pronto <strong>de</strong> aquí.<br />

- Para irte a la cama, ¿eh? ¿Para <strong>de</strong>jarme solito?<br />

- Podías dar un repaso a los libros, haragán.<br />

- Mujer... ¡para cochinos tres meses que tiene uno <strong>de</strong> vacaciones! Yo antes pasaba contigo todo<br />

el año... ¿no te acuerdas? Siempre, siempre andábamos juntos... ¡Qué vida tan buena! Y bien<br />

aprendíamos reunidos, más <strong>de</strong> lo que aprendo ahora en clase... ¡Apenas tenemos leídos libros <strong>de</strong><br />

la estantería! ¿Te acuerdas cuando te enseñé las letras por uno que tiene estampas?<br />

- Pero <strong>de</strong> la mitad nos quedábamos a oscuras. De muchos sólo mirábamos las estampitas,<br />

aquellos monigotes tan <strong>de</strong>scarados.<br />

- Bueno, el caso es que estábamos más contentos, ¿eh? Yo al menos. ¿Y tú?<br />

Calló la niña montañesa, tal vez porque un haz <strong>de</strong> arbustos nuevos y un alto zarzal le cerraban el<br />

paso. Tuvieron que retroce<strong>de</strong>r y buscar entre los castaños la senda perdida.<br />

-¿No me contestas? ¿Vas enfadada conmigo?<br />

- No hay humor <strong>de</strong> hablar mientras esté uno en estas negruras.<br />

- Y <strong>de</strong>spués que salgamos al camino <strong>de</strong> la era, ¿me das palabra <strong>de</strong> que ro<strong>de</strong>aremos por los<br />

sembrados?<br />

- Sí, hombre, sí.<br />

-¿Manola?<br />

-¿Quée?<br />

Deslizábase a la sazón la pareja por un estrecho pasadizo <strong>de</strong> troncos <strong>de</strong> castaño, que apenas daba<br />

espacio a una persona <strong>de</strong> frente. La oscuridad disminuía; acercábanse a la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque. La<br />

niña alzó los ojos, vio la cara <strong>de</strong> su compañero y acompañó la interrogación <strong>de</strong> fingido mal<br />

humor con una sonrisa, y entonces él se inclinó, le echó las manos a la cabeza, y con una mezcla<br />

<strong>de</strong> expansión fraternal y vehemencia apasionada, apretole la frente entre las palmas,<br />

acariciándole y revolviéndole el cabello con los <strong>de</strong>dos, al mismo tiempo que balbucía:<br />

-¿Me quieres, eh?, ¿me quieres?<br />

- Sí, sí - tartamu<strong>de</strong>aba ella casi sin aliento, <strong>de</strong>liciosamente turbada por la violencia <strong>de</strong> la presión.<br />

-¿Como antes?, ¿como allá cuando éramos pequeñitos?, ¿eh? ¿Como si yo viviese aquí?<br />

-¡Ay!, me ahogas... me arrancas pelo - murmuró Manola, exhalando estas quejas con el mismo<br />

tono que diría: - Apriétame, ahógame más -. No obstante, Pedro la soltó, contentándose con<br />

guiarla <strong>de</strong> la mano hasta que salieron completamente <strong>de</strong>l bosque y en vez <strong>de</strong> árboles<br />

distinguieron frente a sí el carrerito que llevaba en <strong>de</strong>rechura a la era <strong>de</strong> los Pazos. Pero el<br />

mancebo torció a la izquierda, y Manola le siguió. Iban orillando un sembrado <strong>de</strong> trigo, que en<br />

aquel país abundan menos y se siegan más tar<strong>de</strong> que los <strong>de</strong> centeno. Si a la luz <strong>de</strong>l sol un trigal<br />

es cosa linda por su frescura <strong>de</strong> égloga, por los tonos pastoriles <strong>de</strong> sus espigas, amapolas, cardos<br />

y acianos, <strong>de</strong> noche gana en aromas lo que pier<strong>de</strong> en colores, y parece perfumado colchón<br />

tendido bajo un dosel <strong>de</strong> seda bordado <strong>de</strong> astros. Convida a tomar asiento el florido ribazo<br />

133


alfombrado <strong>de</strong> manzanillas, cuya vaga blancura se <strong>de</strong>staca sobre la franja <strong>de</strong> yerba; y allá <strong>de</strong>trás<br />

se oye el susurro casi imperceptible <strong>de</strong> los tallos que van y vienen como las ondas <strong>de</strong> una laguna.<br />

Dejose caer Manola en el ribazo, sentándose y recogiendo las faldas, y Pedro se echó enfrente <strong>de</strong><br />

ella, boca abajo, <strong>de</strong>scansando el rostro en la mano <strong>de</strong>recha. Así permanecieron dos o tres<br />

minutos, sin pronunciar palabra.<br />

- Debe <strong>de</strong> ser muy tar<strong>de</strong> - articuló la muchacha agarrando algunos tallos <strong>de</strong> trigo y empuñándolos<br />

para sacudir las espigas junto a la cara <strong>de</strong> Pedro.<br />

- Silencio... ¿No te da gusto tomar el fresco, chuchiña? Esta tar<strong>de</strong> no se paraba con el calor. ¿O<br />

tienes sed?<br />

- No - contestó lacónicamente.<br />

Transcurrió un momento, durante el cual Manola se entretuvo en arrancar una por una flores <strong>de</strong><br />

manzanilla, y juntarlas en el hueco <strong>de</strong> la mano. Al fin la impacientó el obediente mutismo <strong>de</strong> su<br />

compañero.<br />

-¿Qué haces, babeco?<br />

- Te estoy mirando.<br />

-¡Vaya una diversión!<br />

- Ya se ve. Como a ti ahora te ha dado por no mirarme. Parece que te van a enfermar los ojos si<br />

me miras. Te has vuelto conmigo más brava que un tojo.<br />

Ella, entre arisca y risueña, siguió arrancando las manzanillas silvestres. Un céfiro <strong>de</strong> los más<br />

blandos que jamás ha cantado poeta alguno, un soplo que parecía salir <strong>de</strong> labios <strong>de</strong> un niño<br />

dormido, pasando luego por los cálices <strong>de</strong> todas las madreselvas y las ramas <strong>de</strong> todas las mentas<br />

e hinojos, se divertía en halagarle la frente, inclinando <strong>de</strong>spués las <strong>de</strong>lgadas aristas <strong>de</strong> la espiga<br />

madura. A pesar <strong>de</strong> sus fingidas asperezas, Manola sentía un gozo inexplicable, una alegría<br />

nerviosa que le hacía temblar las manos al recoger las manzanillas. Con todo el alborozo <strong>de</strong> una<br />

chiquilla saboreaba la impresión nueva <strong>de</strong> tener allí, rendido, humil<strong>de</strong> y suplicante, al turbulento<br />

compañero <strong>de</strong> infancia, el que siempre podía más que ella en juegos y retozos, al que en la<br />

asociación íntima y diaria <strong>de</strong> sus vidas representaba la fuerza, el vigor, la agilidad, la <strong>de</strong>streza y<br />

el mando. Al sentirse investida por primera vez <strong>de</strong> la regia prerrogativa femenina, al compren<strong>de</strong>r<br />

claramente cómo y hasta dón<strong>de</strong> le tenía sujeta la voluntad su Pedro, se <strong>de</strong>leitaba en aparentar<br />

malhumor, en torcerle el gesto, en llevarle la contraria, en respon<strong>de</strong>rle secamente, en burlarse <strong>de</strong><br />

él con cualquier motivo, encubriendo así la mezcla <strong>de</strong> miedo y dicha, el ímpetu <strong>de</strong> su sangre<br />

virginal, ardorosa y pura, que se agolpaba toda al corazón, y subía <strong>de</strong>spués zumbando a los oídos<br />

produciéndole <strong>de</strong>leitoso mareo, al oír la voz <strong>de</strong> Pedro, y sobre todo al <strong>de</strong>tallar su belleza física.<br />

Justamente, mientras corría aquel tan halagüeño céfiro, Manuela se absorbía en la contemplación<br />

<strong>de</strong> su amigo, pero <strong>de</strong> reojo. La luminosa transparencia <strong>de</strong> la noche permitía ver los graciosos<br />

rizos <strong>de</strong>l mancebo cayendo sobre su frente blanca y tersa como el mármol, y distinguir la lin<strong>de</strong>za<br />

<strong>de</strong> sus facciones y <strong>de</strong> sus azules ojos, que entonces parecían muy oscuros.<br />

-¿Cómo me querrá tanto, siendo yo fea? - <strong>de</strong>cía para sus a<strong>de</strong>ntros Manola; y <strong>de</strong> repente,<br />

cogiendo todas las manzanillas, se las arrojó al rostro.<br />

- A casa, a casa enseguida, que son las tantas <strong>de</strong> la noche - murmuró arrodillándose, como si le<br />

costase trabajo incorporarse <strong>de</strong> una vez. Ya estaba allí Pedro para auxiliarla. Cuando eran<br />

chiquillos solía <strong>de</strong>jarla en el atolla<strong>de</strong>ro por algún tiempo hasta que pidiese misericordia, y reírse<br />

<strong>de</strong>scaradamente <strong>de</strong> sus apuros... Ahora no se atrevería a hacerla rabiar: él era el esclavo.<br />

Volvieron a tomar el sen<strong>de</strong>ro. A poco se encontraron en la era, vasto redon<strong>de</strong>l cercado por una<br />

parte <strong>de</strong> estrecha muralla y <strong>de</strong> manzanos gibosos. Por la otra, sobre el cielo estrellado, se<br />

<strong>de</strong>stacaba la cruz <strong>de</strong>l hórreo, y más arriba subían las ramas inmóviles <strong>de</strong> una higuera. Alre<strong>de</strong>dor,<br />

las medas o altos montículos <strong>de</strong> mies remedaban las tiendas <strong>de</strong> un campamento o la ranchería <strong>de</strong><br />

una india. Ya no había allí nadie: por el suelo quedaban todavía esparcidos algunos haces <strong>de</strong> la<br />

cosecha <strong>de</strong>l día.<br />

134


Un perro, ladrando hostilmente, se abalanzó contra la pareja; mas al reconocerla, trocó los<br />

ladridos <strong>de</strong> cólera en <strong>de</strong>lirantes aullidos <strong>de</strong> alegría, se echó al suelo, se revolcó, gimió, y por<br />

último, zaran<strong>de</strong>ando la cola <strong>de</strong> un modo insensato, con la lengua fuera <strong>de</strong> las fauces, trotando<br />

sobre la seca hierba <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro, y volviéndose a cada segundo, los precedió hasta los Pazos <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>.<br />

- V -<br />

Subía la diligencia <strong>de</strong> Santiago el repecho que hay antes <strong>de</strong> llegar a la villa <strong>de</strong> Cebre. Era la hora<br />

<strong>de</strong> mayor calor, las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. La persona <strong>de</strong> más duras entrañas se compa<strong>de</strong>cería <strong>de</strong> los<br />

viajeros encerrados en aquel cajón, don<strong>de</strong> si toda incomodidad tiene su asiento, el que lo paga<br />

suele contentarse con la mitad <strong>de</strong> uno.<br />

Venía atestado el coche, que era <strong>de</strong> los más angostos, <strong>de</strong>svencijados, duros y fementidos. En el<br />

interior, hombro contra hombro <strong>de</strong>l vecino <strong>de</strong>l lado, e incrustadas las piernas en las <strong>de</strong>l frontero,<br />

se acomodaban cinco estudiantes <strong>de</strong> carrera mayor en vacaciones, una moza chata, portadora <strong>de</strong><br />

un cesto <strong>de</strong> quesos, el notario <strong>de</strong> Cebre, y la mujer <strong>de</strong> un empleado <strong>de</strong> Orense, con el apéndice <strong>de</strong><br />

un niño <strong>de</strong> brazo. La atmósfera <strong>de</strong>l interior era sol, sol disuelto en polvo, sol blanquecino, crudo,<br />

implacable, centuplicado por la oscura refracción <strong>de</strong> los puercos vidrios, que ningún viajero<br />

osaba bajar, por temor <strong>de</strong> ahogarse entre la polvareda. La respiración se dificultaba: gotas <strong>de</strong><br />

sudor rezumaban <strong>de</strong> los semblantes, y moscas y tábanos - cuyo fastidioso enjambre había elegido<br />

allí domicilio - se agolpaban en los pescuezos y labios, chupándolas. No había modo <strong>de</strong> espantar<br />

a tan impertinentes bichos, porque ni nadie podía revolverse, ni ellos, enconados por el ambiente<br />

<strong>de</strong> fuego, soltaban la presa a dos tirones. Al <strong>de</strong>sabrido cosquilleo <strong>de</strong>l polvo en las fosas nasales<br />

se unía el punzante mal olor <strong>de</strong> los quesos, y aun sobresalía el <strong>de</strong>sapacible tufo <strong>de</strong>l correaje y el<br />

vaho nauseabundo tan peculiar a las diligencias como el olor <strong>de</strong>l carbón <strong>de</strong> piedra a los vapores.<br />

A <strong>de</strong>specho <strong>de</strong> todas estas molestias y otras muchas propias <strong>de</strong> semejante lugar, los estudiantes<br />

no perdían ripio, y armaban tal algazara y chacota, secundándolos el notario, que sus dichos, más<br />

picantes que el aguijón <strong>de</strong> los tábanos, habían parado como un tomate las orejas <strong>de</strong> la moza, la<br />

cual apretaba su cesta <strong>de</strong> quesos lo mismo que si fuese el más perfumado ramillete <strong>de</strong>l mundo.<br />

La mujer <strong>de</strong>l empleado, aunque nada iba con ella, creíase obligada por sus <strong>de</strong>beres <strong>de</strong> buena<br />

esposa y madre <strong>de</strong> familia a suspirar a cada minuto levantando los ojos al cielo, mientras<br />

abanicaba con un periódico al dormido vástago.<br />

No disfrutaban mayor <strong>de</strong>sahogo los <strong>de</strong> la berlina. De ordinario era esta el sitio <strong>de</strong> preferencia;<br />

pero aquel día una especial circunstancia lo había convertido en el más incómodo. Al salir <strong>de</strong><br />

Santiago muy <strong>de</strong> madrugada, los dos pasajeros que ya ocupaban las esquinas <strong>de</strong> la berlina<br />

entrevieron con terror, a la dudosa luz <strong>de</strong>l amanecer, otro pasajero <strong>de</strong> dimensiones anormales,<br />

que se aproximaba a la portezuela, sin duda con ánimo <strong>de</strong> subir y apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong>l tercer asiento.<br />

Al pronto no distinguieron sino un bulto oscuro, gigantesco, que exhalaba una especie <strong>de</strong><br />

gruñido, y se les ocurrió si sería algún animalazo extraño; pero oyeron al mayoral - viejo terne<br />

conocido por el Navarro, aunque era, según frase <strong>de</strong>l país, más gallego que las vacas- exclamar,<br />

en el tono flamenco y <strong>de</strong>senfadado que la gente <strong>de</strong> tralla cree indispensable requisito <strong>de</strong> su<br />

oficio, y con la mitad <strong>de</strong>l labio, pues el otro medio sujetaba una venenosa tagarnina:<br />

-¡Maldita sea mi suerte! ¿Cura a bordo? Vuelco tenemos.<br />

Casi al mismo tiempo el pasajero <strong>de</strong> la esquina izquierda, vivaracho, pequeño y moreno, tocó en<br />

el codo al <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha, que era alto, y le dijo a media voz:<br />

- Es el Arcipreste <strong>de</strong> Loiro... Veremos cómo se amaña para pasar al medio... Nosotros no<br />

soltamos nuestro rincón... ¡Se prepara buen sainete!...<br />

Mirole el otro viajero y encogiose <strong>de</strong> hombros, sin respon<strong>de</strong>r palabra. Entre el mayoral y el zagal<br />

procuraban izar la humanidad <strong>de</strong>l Arcipreste hasta las alturas <strong>de</strong> la berlina: empresa harto difícil,<br />

135


pues requería que el enorme vejestorio pusiese un pie en el cubo <strong>de</strong> la rueda, luego otro en el aro,<br />

y luego le empujasen y embutiesen <strong>de</strong>ntro por la estrecha abertura <strong>de</strong> la portezuela. El viajero<br />

pequeño reía a socapa, calculando el fracaso probable <strong>de</strong> la tentativa, por estar ocupado el<br />

rincón. Gran<strong>de</strong> fue su sorpresa al ver que el viajero alto llevaba la mano a su gorra <strong>de</strong> viaje,<br />

indicando un saludo; y en seguida se corría hacia el asiento <strong>de</strong>l centro, para <strong>de</strong>jar paso franco; y<br />

<strong>de</strong>spués, viendo que ni aun así conseguían introducir al obeso y octogenario Arcipreste, alargaba<br />

sus enguantadas manos y tiraba <strong>de</strong> él con fuerza hacia el interior, logrando por fin que atravesase<br />

la portezuela y se <strong>de</strong>splomase en el asiento <strong>de</strong>l rincón, haciendo retemblar con su peso la berlina<br />

y llenándola toda con su <strong>de</strong>smesurada corpulencia, al paso que refunfuñaba un - Felices días nos<br />

dé Dios.<br />

De soslayo - porque <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> entrar el Arcipreste nadie podía rebullirse y todos se encontraban<br />

estrictamente encajados, prensados como sardina en banasta - el viajero chico insinuó a su<br />

compañero:<br />

-¡Pero hombre, que se ha fastidiado usted! Ahora tiene usted que aguantarse en el medio todo el<br />

viaje. ¡Ha sido usted un tonto! El entremés era <strong>de</strong>jarle, a ver qué hacía.<br />

Enarcó las cejas el viajero <strong>de</strong> los guantes, dudando si mandar a paseo a aquel cernícalo o darle<br />

una lección. Al fin se volvió, como pudo, y dijo bajando la voz:<br />

- Es un viejo y un sacerdote.<br />

El viajero pequeño le miró con curiosidad, arrugando el gesto, y procurando discernir mejor, a la<br />

pálida luz <strong>de</strong>l amanecer, las trazas <strong>de</strong>l enguantado caballero. Parecíale hombre ya maduro, bien<br />

barbado, <strong>de</strong>scolorido <strong>de</strong> rostro, alto <strong>de</strong> estatura, no muy entrado en carnes - sin ser lo que se<br />

llama flaco - y vestido <strong>de</strong> un modo especialmente <strong>de</strong>coroso y correcto, por lo cual el observador<br />

pensó:<br />

- Este me huele a título o diputado <strong>de</strong> los conservadores. ¿Quién será, <strong>de</strong>monios, que no lo he<br />

visto nunca? - Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reflexionar breves instantes - De fijo - <strong>de</strong>cidió - es algún forastero<br />

que va a la finca <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> las Cruces o la <strong>de</strong>l <strong>de</strong> San Rafael... Claro. Allí todo el mundo se<br />

come los santos y les hace el salamelé a los curas... Pues el marqués <strong>de</strong> las Cruces no es, que a<br />

ese bien le conozco. El <strong>de</strong> San Rafael, menos... ¡ojalá! Nos haría reventar <strong>de</strong> risa con sus<br />

dichos... señor más ocurrente y más natural... ¿Será alguno <strong>de</strong> los maridos <strong>de</strong> las sobrinas? ¡Ca!,<br />

vendría la señora también con él. Pero, ¿quién rayos será?<br />

Ya no tuvo punto <strong>de</strong> reposo el activo y bullidor cerebro <strong>de</strong>l viajero chico, a quien no en vano<br />

daban amigos y adversarios (<strong>de</strong> las dos cosas tenía cosecha, a fuer <strong>de</strong> temible cacique) el<br />

sobrenombre significativo <strong>de</strong> Trampeta, queriendo expresar la fertilidad en expedientes y<br />

enredos que le distinguía. Toda la potencia escrutadora <strong>de</strong>l intelecto trampetil se aplicó a<br />

<strong>de</strong>spejar la incógnita <strong>de</strong>l misterioso viajero que cedía el asiento <strong>de</strong>l rincón a los curas. Con más<br />

atención que ningún novelista <strong>de</strong> los que se precian <strong>de</strong> <strong>de</strong>scribir con pelos y señales; con más<br />

escama que un agente <strong>de</strong> policía que sigue una pista, <strong>de</strong>dicose a estudiar e interpretar a su modo<br />

los actos <strong>de</strong> su compañero <strong>de</strong> viaje, a fin <strong>de</strong> rastrear algo. Después <strong>de</strong> que arrancó la diligencia,<br />

el viajero no había hecho sino bajar un cristal, el que le tocaba enfrente, con ánimo sin duda <strong>de</strong><br />

mirar el paisaje; pero al convencerse <strong>de</strong> que no se veían por allí sino los hierros <strong>de</strong>l pescante y<br />

los pies zapatudos <strong>de</strong>l mayoral, volvió a subirlo, y se recostó en el respaldo, resignadamente, no<br />

sin lanzar una ojeada, <strong>de</strong> tiempo en tiempo, hacia las ventanillas. Transcurrido un cuarto <strong>de</strong> hora,<br />

cuando ya habían perdido <strong>de</strong> vista el pueblo, sacó una petaca fina, y abriéndola, la ofreció a<br />

ambos compañeros sin hablar, pero con a<strong>de</strong>mán cortés. Trampeta alargó sus <strong>de</strong>dos peludos y<br />

cortos y cogió un cigarrillo diciendo: - Se estima -. El Arcipreste entreabrió un ojo (iba como<br />

aletargado, resoplando y con la cabeza temblona) y dijo que no con las cejas; al mismo tiempo<br />

<strong>de</strong>slizó la incierta mano, que <strong>de</strong> puro gruesa parecía hidrópica, bajo el balandrán, y exhibió una<br />

tabaquera <strong>de</strong> forma prehistórica, un gran fusique <strong>de</strong> plata, que arrimó a la nariz, sorbiendo con<br />

notoria complacencia el rapé.<br />

136


- No toma sino polvo... Está más viejo que la Bula... Yo no sé cómo no ha reventado ya -<br />

exclamó Trampeta, sin cuidarse <strong>de</strong> bajar la voz; por lo cual el otro viajero le amonestó algo<br />

severamente:<br />

- Mire usted que este señor pue<strong>de</strong> oír lo que usted dice <strong>de</strong> él.<br />

-¡Ca! Más sordo que una tapia - gritó Trampeta, como para probar su aserto -. Aunque le dispare<br />

un cañón junto a la oreja, ni esto. Siempre fue algo teniente; pero ahora, ¡María Santísima! La<br />

sor<strong>de</strong>ra, como usted me enseña, es un mal que crece mucho con los años. Y vamos a ver: ¿dirá<br />

usted al verlo tan acabado, que este bendito Arcipreste fue un remeje que te remejerás <strong>de</strong><br />

elecciones, que nos <strong>de</strong>jaba a todos tamañitos? Hoy no es ni su sombra... En sus tiempos era un<br />

<strong>de</strong>monio con sotana: no había quien se la empatase en toda la provincia. Cuentan que una vez<br />

dio un puntapié a la urna... Sin ir más lejos, allá cuando la Revolución, la gloriosa, ¿usté me<br />

entien<strong>de</strong>?, que andaban los carlistas muy alterados, como usté me enseña, por poco entre ese<br />

con<strong>de</strong>nado y otros <strong>de</strong> su laya me hacen per<strong>de</strong>r una elección reñidísima, y me sacan avante al<br />

Marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> contra el candidato <strong>de</strong>l gobierno.<br />

Al nombre <strong>de</strong>l Marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, el viajero enguantado, que hasta entonces escuchaba como<br />

quien oye llover, y sin ocuparse más que <strong>de</strong>l cigarrillo suave que fumaba, prestó atención y aun<br />

intentó volverse; pero esto no era factible, atendido que cada vez iban más apretados, porque el<br />

Arcipreste, reclinando la cabeza en la esquina, y cubriéndose la cara con un pañuelo blanco,<br />

adoptaba postura más cómoda, y ocupaba todavía más sitio.<br />

-¿Dice usted que las elecciones en que figuró el Marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>?...<br />

- Sí señor, sí señor... - repuso Trampeta, todo esponjado y contento <strong>de</strong> acertar con algo que<br />

interesaba al viajero y le hacía dar señales <strong>de</strong> vida -. Por cierto que <strong>de</strong>spués...<br />

- El Marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> - interrumpió el viajero- es don Pedro Moscoso, ¿verdad?<br />

- El mismo que viste y calza. Por cierto que...<br />

-¿El yerno <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage?<br />

No era sólo atención, era interés muy vivo lo que revelaba el semblante <strong>de</strong>l enguantado, y no<br />

pudiendo volver el cuerpo, torcía la barba sobre el hombro, clavando en Trampeta sus ojos<br />

garzos y gran<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> párpado marchito y enrojecido, como suelen tenerlo las personas que leen<br />

mucho o viven aprisa.<br />

- Aajá - articuló Trampeta afirmando con cabeza y manos y con todo el rebullicio <strong>de</strong> cuerpo que<br />

consentía la apretura -: ¡aajá! El mismito. ¿Al parecer usted lo conoce?<br />

No contestó el <strong>de</strong> los guantes, pero dijo con las pupilas: - Siga usted -. Trampeta, aunque tan<br />

observador y ladino, no era capaz <strong>de</strong> darse un punto a la lengua cuando esta le picaba.<br />

-¡Aquellas fueron unas elecciones... <strong>de</strong> la mar salada! Quedó que contar <strong>de</strong> ellas en el país para<br />

veinte años... Y como a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> los líos que hubo en ellas, vino <strong>de</strong>spués la muerte <strong>de</strong>l<br />

mayordomo <strong>de</strong>l marqués, que fue una cosa atroz...<br />

A pesar <strong>de</strong> la sor<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l Arcipreste, aquí bajó la voz Trampeta, y sus ojos vivos, ratoniles, se<br />

posaron oblicuamente en el clérigo. Este roncaba ya, con ahogado resuello <strong>de</strong> apoplético. El<br />

cacique se tranquilizó y prosiguió:<br />

- Lo <strong>de</strong>spabilaron en un monte por mandato <strong>de</strong> los mismos suyos; ni visto ni oído... ¡Un balazo<br />

limpio, <strong>de</strong> esos que <strong>de</strong>jan sequito a un hombre!<br />

- Ese mayordomo... - murmuró el <strong>de</strong> los guantes, fijando la vista en Trampeta, como si quisiera<br />

preguntarle algo; pero se contuvo y no prosiguió. Afortunadamente para él, Trampeta no era<br />

hombre <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar cojo el cuento.<br />

- Como usted me enseña, mi amigo, don<strong>de</strong> pasan ciertas cosas siempre hay misterios y<br />

<strong>de</strong>moniuras... ¿Usted conoce al marqués? Bueno: pues entonces ya sabe usted que vivía... mal<br />

arreglado, o enredado, o embrutecido, como se quiera <strong>de</strong>cir, con la hija <strong>de</strong> ese mayordomo que<br />

mataron... ¡y qué moza era, me valga Dios! Como unas flores. Pues cuando el marqués<br />

<strong>de</strong>terminó <strong>de</strong> casarse con la hija <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage...<br />

El enguantado hizo un movimiento.<br />

137


-¿También lo conoció, eh? - preguntó Trampeta.<br />

Dijo el viajero que sí con la cabeza, y el bueno <strong>de</strong>l Secretario prosiguió:<br />

- Pues, ¿usted me entien<strong>de</strong>? La boda <strong>de</strong>l señorito no le hizo maldita la gracia al truchimán <strong>de</strong>l<br />

mayordomo, que tenía más conchas que un galápago, y como no pudo vengarse <strong>de</strong> otro modo,<br />

fue y, ¿qué hizo? Preparó las elecciones muy preparaditas, y cuando el marqués estaba cerca <strong>de</strong><br />

triunfar, no sé cómo judas lo amañó...<br />

Aquí la mirada <strong>de</strong> Trampeta se hizo más oblicua y casi torva.<br />

- En fin, que vendió completamente a su amo, lo mismo que ven<strong>de</strong> uno los cerdos en el mercado,<br />

con perdón: una jugarreta que le costó al señorito la diputación, ni más ni menos... Y como usted<br />

me enseña... al vengativo <strong>de</strong> Barbacana, que es más malo que la quina...<br />

Pausa breve.<br />

-¿Usted no sabrá quién es Barbacana? ¡Dios nos libre! Entonces era el tirano <strong>de</strong>l país; uno <strong>de</strong><br />

esos tiranones terribles, como usted me enseña... Ahora ya va <strong>de</strong> capa caída... los años le pesan...<br />

le tenemos metido el resuello en el cuerpo... vaya si se lo tenemos... ¿Usted irá a Orense?, ¡pues<br />

pregúntele usted al gobernador qué apunte es Barbacana...!<br />

Al <strong>de</strong>cir esto observaba Trampeta el rostro <strong>de</strong>l enguantado, a ver si la referencia al gobernador le<br />

producía efecto. Viendo que no, pensó para su sayo: - No <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser diputado, ni cosa así -. Y<br />

añadió:<br />

- En fin, que se cree... ¿Usted me entien<strong>de</strong>?, que fue Barbacana quien... (A<strong>de</strong>mán muy expresivo<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>spabilar una luz con los <strong>de</strong>dos.)<br />

-¿Dice usted que mataron a ese hombre, al mayordomo <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>? - preguntó por fin<br />

el viajero <strong>de</strong> los guantes -. ¿Y dón<strong>de</strong>, y quién y por qué?<br />

-¿Quién? Un satélite <strong>de</strong> Barbacana, un facineroso malhechor relajado que se llama el Tuerto...<br />

Así que Barbacana tiene una rachita, ya anda él muy campante por el país, metiendo miedos a<br />

todo dios... ¡Uno <strong>de</strong> tantos escándalos! Pero ahora les hemos <strong>de</strong> atar corto <strong>de</strong> vez. ¿Dón<strong>de</strong>? En<br />

un monte, propiedad <strong>de</strong>l marqués... por el día y por el sol ¿Por qué? Pues como dije, en venganza<br />

<strong>de</strong> que le hizo al marqués per<strong>de</strong>r las elecciones.<br />

- Y la hija <strong>de</strong> ese hombre... ¿qué ha sido <strong>de</strong> ella? - interrogó el viajero, acariciándose la barba con<br />

la enguantada mano, para simular indiferencia que no sentía.<br />

- Ese es otro cantar... ¿Usted ya sabrá que el marqués enviudó <strong>de</strong> allí a poco?<br />

Una tristeza, una angustia profunda se grabó en el rostro <strong>de</strong>l viajero. Si Trampeta le mirase,<br />

ahora sí que vería la alteración <strong>de</strong> sus facciones. Pero Trampeta a la sazón encendía<br />

dificultosamente el cigarro.<br />

- Enviudó, porque la señorita se puso tisis... Parece que le dio muy mala vida por causa <strong>de</strong> la<br />

raída <strong>de</strong> la moza, y que andaba San Benito <strong>de</strong> Palermo... Ella era poquita cosa; <strong>de</strong> poco estuche...<br />

Pss...<br />

Aumentó la turbación <strong>de</strong>l viajero al <strong>de</strong>cir esto Trampeta, y la revelaron visibles señales. Sus ojos,<br />

que tenían más <strong>de</strong> pensativos que <strong>de</strong> brillantes, chispearon un momento; frunció el entrecejo, y<br />

por su frente <strong>de</strong>spejada corrieron una tras otra, como olas, tres o cuatro arrugas bastante<br />

profundas. Respiró tan fuerte y hondo, que Trampeta, volviéndose, le miró con mayor curiosidad<br />

aún.<br />

- Parece que la historia le toca a este señor <strong>de</strong> cerca... Tate... Hay que ver lo que se habla... ¡Me<br />

caso! No se me quita el vicio <strong>de</strong> ser parlanchín.<br />

Había amanecido <strong>de</strong>l todo, disipándose la niebla; el sol doraba ya con alegre reflejo las cimas <strong>de</strong><br />

los árboles, las aguas <strong>de</strong> los manantialillos que brincaban <strong>de</strong>l monte a la carretera, los cristales <strong>de</strong><br />

las casitas que <strong>de</strong> trecho en trecho se asomaban curiosas con su cerca, sus dos manzanos, su<br />

emparrado <strong>de</strong> vid, su meda <strong>de</strong> centeno junto al hórreo. A aquella hora, en que el calor no<br />

hostigaba todavía a jacos ni a viajeros, y la tierra <strong>de</strong>spertaba impregnada <strong>de</strong> rocío nocturno, y el<br />

sol se bebía la ligera brétema, no molestaría ir en la berlina, a no ser por los ronquidos <strong>de</strong>l<br />

Arcipreste, más hondos y atronadores cada vez, por su estorboso volumen, por las blasfemias <strong>de</strong>l<br />

138


mayoral, por el olor <strong>de</strong>sagradable <strong>de</strong>l forro <strong>de</strong>l coche. La claridad diurna alumbraba las facciones<br />

<strong>de</strong>l viajero <strong>de</strong> los guantes, <strong>de</strong>scubriendo en su barba corrida, bien recortada y no muy recia, unos<br />

cuantos hilos <strong>de</strong> plata; en su <strong>de</strong>ntadura una mella; en sus sienes lo ralo <strong>de</strong>l pelo; en sus mejillas,<br />

<strong>de</strong> piel fina y coloración mate, la azul señal <strong>de</strong> algunos granos <strong>de</strong> pólvora incrustados bajo el<br />

cutis. A un lado y a otro <strong>de</strong> la nariz, los quevedos <strong>de</strong> acero que solía gastar le habían labrado una<br />

especie <strong>de</strong> surco, rojo o amoratado. Su mirada, intensa, dulce, miope, tenía esa concentración<br />

propia <strong>de</strong> las personas muy inteligentes, bien avenidas con los libros, inclinadas a la reflexión y<br />

aun al ensueño.<br />

El cacique, en guardia contra las preguntas que se le pudiesen dirigir, esperaba; pero pasó un<br />

rato, y el viajero nada dijo; suspiró como quien <strong>de</strong>sahoga el pecho, y limpió con el pañuelo los<br />

quevedos, cerrándolos cuidadosamente para no romperlos. Trampeta le atisbaba receloso.<br />

-¡Borrico <strong>de</strong> mí! - pensó -. Dice que conoce al marqués... Será su amigo, y no querrá más<br />

chismes... Aunque don Pedro Moscoso, ¡qué ha <strong>de</strong> ser amigo <strong>de</strong> ninguna persona tan así... tan<br />

<strong>de</strong>cente!<br />

Ocupábase el viajero, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> bajarse con dificultad, en sacar <strong>de</strong> un cestito <strong>de</strong> paja un frasco<br />

blanco, forrado también <strong>de</strong> paja hasta el gollete, con reluciente tapa<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> metal.<br />

-¿Gusta usted un trago <strong>de</strong> vermut? - dijo al cacique.<br />

- No señor... Se aprecia... Llevo anís estrellado y buen aguardiente, que es lo mejor para el flato<br />

estando en ayunas... Pero ya maté el gusano antes <strong>de</strong> salir.<br />

Bebió el enguantado por un vaso oblongo, recogió todo, y <strong>de</strong>sabrochando mal como pudo las<br />

correas <strong>de</strong> su manta <strong>de</strong> viaje, tomó <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro un libro, amarillo, con las hojas sin cortar. Abrió<br />

como unas veinte o treinta sirviéndose <strong>de</strong> un cortaplumas, mirando a Trampeta como en espera<br />

<strong>de</strong> que terminaría la crónica chismográfica tan brillantemente comenzada. Vacilaba y <strong>de</strong>seaba<br />

hablar. Se <strong>de</strong>cidió por fin.<br />

- La hija <strong>de</strong>l mayordomo... - articuló.<br />

¡Qué tentación tan fuerte para el cacique! Más fuerte que su virtud. Ya no pudo contenerse.<br />

- Pues así que murió la señora, todo el mundo pensó que el marqués se casaba con ella... porque<br />

la muchacha tenía un chiquillo, y al marqués le había dado por tomarle un cariño atroz, <strong>de</strong><br />

repente... así como a la hija verda<strong>de</strong>ra, la que tuvo <strong>de</strong> su señora, no le hacía apenas caso... Y por<br />

cuanto salimos con que la moza apareció muy prendada y en tratos con un tal Ángel, el gaitero<br />

<strong>de</strong> Naya, un buen mozo también, y jurando y perjurando que el chiquillo era hijo <strong>de</strong>l gaitero<br />

dichoso... No hubo fuerzas humanas que la disuadiesen: que me caso, que me caso, y va y se<br />

casa con su querido, y el marqués, por no apartarse <strong>de</strong>l chiquillo, los <strong>de</strong>ja seguir <strong>de</strong> criados en<br />

casa, al frente <strong>de</strong> la labranza... y le da carrera al muchacho, y me lo trae hecho un señorito. Y<br />

unos dicen que si esto, que si aquello, que si lo otro, que si lo <strong>de</strong> más allá. Las lenguas, como<br />

usted me enseña, no hay quien las ate, ¿eh?, y usted, un suponer, no va a ponerle un tapón en la<br />

boca a todos.<br />

Al llegar aquí Trampeta, el viajero frunció las cejas otra vez. Después <strong>de</strong> dudar un instante, dijo<br />

reposada y cortésmente:<br />

- Con permiso <strong>de</strong> usted.<br />

Y tomando a sus pies, <strong>de</strong> entre el lío <strong>de</strong> la manta, un libro, se puso a leer sosegadamente,<br />

aprovechando el paso <strong>de</strong> procesión con que la diligencia subía, ¡a la cumbre, a la cumbre!<br />

Túvose Trampeta por chasqueado. <strong>Los</strong> indicios <strong>de</strong> curiosidad e interés <strong>de</strong>l viajero prometían<br />

plática larga y tendida, <strong>de</strong> esas que <strong>de</strong> repente, en un coche <strong>de</strong> línea, convierten en amigos<br />

íntimos a los dos indiferentes que un cuarto <strong>de</strong> hora antes dormitaban hombro contra hombro. Y<br />

héteme aquí que ahora el compañero se ponía a leer sin hacerle más caso. Echó una mirada sesga<br />

al libro, por si algo rastreaba: nuevo <strong>de</strong>sengaño. El libro estaba en un idioma que Trampeta no<br />

conocía ni aun para servirlo.<br />

¿Hay hablador curioso que se resigne a no chistar, <strong>de</strong>jando en paz a los que huyen <strong>de</strong> él<br />

refugiándose en un libro? Mil pretextos encontró Trampeta para distraer a su vecino y llamarle la<br />

139


atención. Ya le enseñaba un punto <strong>de</strong> vista, ya le nombraba un sitio, ya le bosquejaba en pocas<br />

palabras y muchos guiños <strong>de</strong> inteligencia la historia <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong> alguna quinta. Fuese por<br />

cortesía o porque le agradase, el enguantado atendía gustoso. Cerraba el libro metiendo el <strong>de</strong>do<br />

índice por entre dos páginas para no per<strong>de</strong>r la señal, y escuchaba, inclinando la cabeza, las<br />

indicaciones topográficas y chismográficas <strong>de</strong>l cacique.<br />

Habrían andado cosa <strong>de</strong> tres horas, y ya el sol, el polvo y los tábanos comenzaban a crucificar a<br />

los viajeros, cuando Trampeta tiró repentinamente <strong>de</strong> la manga al enguantado.<br />

- A bajarse tocan - le advirtió muy solícito como quien presta un servicio notable.<br />

-¿Decía usted? - exclamó el viajero sorprendido.<br />

-¿No va a la finca <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> las Cruces? Pues aquel es el soto. ¡Mayoral! ¡Para, mayoraal!<br />

- No señor. Si no voy allí.<br />

-¡Ah! Pensé. Ha <strong>de</strong> dispensar.<br />

La misma escena se repitió poco más a<strong>de</strong>lante, en el empalme <strong>de</strong>l camino que conduce a la<br />

soberbia quinta <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> San Rafael. Trampeta bien quisiera preguntar al enguantado -«¿A<br />

dón<strong>de</strong> judas va entonces?»- pero con toda su petulante grosería <strong>de</strong> cacique mimado por<br />

personajes muy conspicuos, dueño y señor feudal <strong>de</strong> un mediano trozo <strong>de</strong> territorio gallego, y<br />

por contera y remate, mal criado y zafio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus años juveniles, supo, a fuer <strong>de</strong> listo, notar en<br />

el semblante, modales y trazas <strong>de</strong>l viajero misterioso cierto no sé qué sumamente difícil <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>scribir, combinación <strong>de</strong> firmeza, <strong>de</strong> resolución y <strong>de</strong> superioridad, que sin violencia rechazaba<br />

la excesiva curiosidad <strong>de</strong>jándola burlada.<br />

- VI -<br />

Uno <strong>de</strong> los <strong>de</strong>leites más sibaríticos para el feroz egoísmo humano, es ver - <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una pra<strong>de</strong>ría<br />

fresca, toda empapada en agua, toda salpicada <strong>de</strong> amarillos ranunclos y <strong>de</strong>licadas gramíneas, a la<br />

sombra <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> álamos y un seto <strong>de</strong> mimbrales, regalado el oído con el suave murmurio<br />

<strong>de</strong>l cañaveral, el argentino cántico <strong>de</strong>l riachuelo y las piadas ternezas que se cruzan entre<br />

jilgueros, pardales y mirlos - cómo vence la cuesta <strong>de</strong> la carretera próxima, a paso <strong>de</strong> tortuga, el<br />

armatoste <strong>de</strong> la diligencia. Hace el pensamiento un paralelo (fuente <strong>de</strong> epicúreos goces,<br />

sazonados por el espectáculo <strong>de</strong>l martirio ajeno), entre aquella fastidiosa angostura y esta dulce<br />

libertad, aquellos malos olores y estas auras embalsamadas, aquel ambiente irrespirable y esta<br />

atmósfera clara y vibrante <strong>de</strong> átomos <strong>de</strong> sol, aquel impertinente contacto forzoso y esta soledad<br />

amable y reparadora, aquel <strong>de</strong>sapacible estrépito <strong>de</strong> ruedas y cristales y estos gorjeos <strong>de</strong> aves y<br />

manso ruido <strong>de</strong> viento, y por último, aquel riesgo próximo y esta seguridad <strong>de</strong>liciosa en el seno<br />

<strong>de</strong> una naturaleza amiga, risueña y penetrada <strong>de</strong> bondad.<br />

No todos razonan y analizan esta impresión con luci<strong>de</strong>z; pero apenas hay quien no la sienta y<br />

saboree. Bien la <strong>de</strong>finía y pala<strong>de</strong>aba el médico <strong>de</strong> Cebre, Máximo Juncal, entretenido en echar<br />

un cigarro, tumbado boca arriba en un pradillo <strong>de</strong> los más amenos que pue<strong>de</strong> soñar la<br />

imaginación. El médico vestía tuina <strong>de</strong> dril y calzaba zapatos <strong>de</strong> becerro; ni cuello ni corbata<br />

tenía; su camisa <strong>de</strong> dormir, <strong>de</strong>sabotonada, no tapaba unas clavículas duras y salientes como<br />

pechuga <strong>de</strong> gallo viejo ya <strong>de</strong>splumado; en sus manos afianzaba el último número <strong>de</strong> El Motín,<br />

don<strong>de</strong> acababa <strong>de</strong> leer las picardigüelas <strong>de</strong> un curiana allá en Navalcarnero, enviadas al periódico<br />

por un corresponsal rígidamente virtuoso, que escribía «lleno <strong>de</strong> indignación».<br />

Des<strong>de</strong> que por la carretera, bastante más elevada que el prado, vio Juncal asomar la nube <strong>de</strong><br />

polvo que anuncia la proximidad <strong>de</strong> un coche <strong>de</strong> línea, interrumpió la para él sabrosísima lectura<br />

<strong>de</strong> los sueltos clerófobos, y alzando la cabeza, entre chupada y chupada, púsose a consi<strong>de</strong>rar<br />

atentamente las trazas <strong>de</strong>l gran mamotreto. Oyó el repiqueteo <strong>de</strong> los cascabeles y campanillas,<br />

tan regocijado cuando el tiro trota, como melancólico cuando va a paso <strong>de</strong> caracol. Vio luego<br />

aparecer el macho <strong>de</strong>lantero, y a sus lomos el flaco zagal, vestido <strong>de</strong> lienzo azul, con gorra <strong>de</strong><br />

140


pelo encasquetada hasta la nuca, aletargado completamente bajo la influencia <strong>de</strong> un sol <strong>de</strong> brasa.<br />

Manteníase sin caer <strong>de</strong>l caballo merced a un milagro <strong>de</strong> equilibrio y a la costumbre <strong>de</strong> andar así,<br />

pero lo cierto es que dormía. Dormía también el mayoral; sólo que ese ya roncaba cínicamente,<br />

espatarrado en el pescante, con la bota casi <strong>de</strong>sangrada bajo el sobaco, el mango <strong>de</strong> la tralla<br />

escurriéndosele <strong>de</strong> la mano, los carrillos echando lumbre y colgándole <strong>de</strong> los labios un hilo <strong>de</strong><br />

baba vinosa. Y dormitarían los caballos <strong>de</strong>l tiro, si se lo permitiesen los encarnizados y fieros<br />

tábanos y las pelmas <strong>de</strong> las moscas, infatigables en lancetarles la piel. <strong>Los</strong> infelices jacos se<br />

estremecían, coceaban, sacudían las orejas con frenesí, se mosqueaban con el rabo, y solían<br />

arrancar al trote, creyendo huir <strong>de</strong> la tortura.<br />

- Bueno va - pensó en alto el médico, riéndose sin pizca <strong>de</strong> compasión -. El tiro campa por su<br />

respeto. ¡Y apenas va cargado el coche! No entiendo cómo no vuelca todos los días.<br />

En efecto, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos era el aspecto <strong>de</strong> la diligencia sumamente alarmante. La base <strong>de</strong> la caja<br />

parecía angostísima en relación con la cúspi<strong>de</strong>, que la formaba una inmensa vaca o imperial<br />

agobiada con cuádruple peso <strong>de</strong>l que razonablemente admitía. Por todas partes emergían <strong>de</strong> la<br />

polvorienta cubierta enormes baúles, cajones <strong>de</strong>scomunales, fardos <strong>de</strong> colchones, grupos <strong>de</strong><br />

sillas, pues la mujer <strong>de</strong>l empleado trasladaba su ajuar enterito. Del cupé, que también iba<br />

atestado <strong>de</strong> gente, sobresalían cestos con gabinas, y más líos, y más rebujos, y más maletas, y<br />

otra tanda <strong>de</strong> cajones. No se comprendía, al ver la penosa oscilación <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sproporcionada<br />

cabeza <strong>de</strong>l carruaje sobre las en<strong>de</strong>bles ruedas, que ya no se hubiese roto un eje, o que la mole no<br />

se rindiese a su propia pesadumbre. Algo que entrevió Juncal al través <strong>de</strong> los cristales <strong>de</strong> la<br />

berlina, completó su malicioso regocijo.<br />

- Y para más, ¡<strong>de</strong>ntro va el Arcipreste <strong>de</strong> Loiro! Diez o doce arrobas <strong>de</strong> suplemento. Lo que es<br />

hoy...<br />

Al pensar esto el médico, llegaba el tiro a la revuelta <strong>de</strong> un puentecillo tendido sobre un<br />

riachuelo <strong>de</strong> mezquino caudal - el mismo que corriendo entre mimbrales y alisos regaba la<br />

pra<strong>de</strong>ría -. Era la revuelta asaz rápida; el tiro, entregado a su propio impulso, la tomó muy en<br />

corto. Juncal se incorporó, soltando un terno. No tuvo tiempo a más, porque en un santiamén, sin<br />

saberse cómo, toda la balumba <strong>de</strong> coche y caballos se revolvió, se enredó, se hizo un ovillo, y al<br />

sentir el peso <strong>de</strong>l carruaje, que se inclinaba con crujido espantoso, encrespáronse los caballos,<br />

relinchando <strong>de</strong> ira y susto, irguiose la lanza por cima <strong>de</strong>l pretil <strong>de</strong>l puente, y el macho <strong>de</strong>lantero,<br />

con el zagal encima, y tras él un caballo <strong>de</strong> cortas, salieron <strong>de</strong>spedidos con ímpetu, haciendo<br />

¡plaf! en mitad <strong>de</strong>l riachuelo, lo mismo que ranas. Avínole bien a la diligencia, que la misma<br />

fuerza <strong>de</strong>l empuje rompió cuerdas y tirantes, impidiéndole precipitarse con el resto <strong>de</strong>l tiro <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

una altura no extraordinaria, pero suficiente para hacerla añicos. Su peso <strong>de</strong>scomunal la sujetó,<br />

volcada al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l puente y recostada en él.<br />

Dicen personas expertas en esta clase <strong>de</strong> lances, que ni los testigos oculares, ni las víctimas, son<br />

capaces <strong>de</strong> referir puntualmente las peripecias que se suce<strong>de</strong>n en un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos, ni<br />

menos recordar <strong>de</strong> qué manera, guiado por el instinto <strong>de</strong> conservación, se pone en salvo cada<br />

quisque.<br />

Yacía tumbado el coche; el mayoral había <strong>de</strong>spertado rodando <strong>de</strong>l pescante al suelo y abriéndose<br />

la cabeza, y sin duda por la <strong>de</strong>scalabradura se le refrescó y disipó la mona, pues ágil ya y<br />

<strong>de</strong>spabilado, se emperraba en aquietar y <strong>de</strong>senredar el tiro, metiéndose entre las bestias con<br />

intrepi<strong>de</strong>z salvaje, lidiando cuerpo a cuerpo, a coces y puñadas, con mulas y machos, sin<br />

diferenciarse <strong>de</strong> ellos más que en las espantosas blasfemias que escupía. En ventanillas y<br />

portezuelas fueron asomando cabezas, brazos, hombros, hasta pies, pugnando por romper su<br />

cautiverio. Surgieron dos estudiantes, tiraron por la moza, y la sacaron arrastro; y como se<br />

empeñase en recoger sus quesos, vociferaron y la <strong>de</strong>sviaron a empellones. La empleada salió<br />

pálida como la cera, apretando silenciosamente al niño que lloraba sin consuelo; luego el notario,<br />

echando venablos; y por la portezuela <strong>de</strong> la berlina, poco menos amarillo que la empleada, saltó<br />

Trampeta con una mano sangrando <strong>de</strong> la cortadura <strong>de</strong> un cristal. <strong>Los</strong> <strong>de</strong>l cupé, gente al<strong>de</strong>ana,<br />

141


<strong>de</strong>scendían aturdidos <strong>de</strong> sorpresa. En el mismo instante llegaba Juncal, a todo correr, al pie <strong>de</strong> la<br />

diligencia volcada.<br />

-¿Qué es eso, hombre?, ¿qué es eso? - preguntó Trampeta.<br />

- Ya lo ve, Máximo... Hoy nacimos todos... - respondió el cacique sin po<strong>de</strong>r hablar <strong>de</strong>l susto -.<br />

Míreme aquí, hom, si tengo cortada la vena...<br />

- Qué vena ni qué caracoles... Acudir a los que quedan <strong>de</strong>ntro, hombre... ¿ Queda alguien? A<br />

ver...<br />

Con ayuda <strong>de</strong> los estudiantes, tenía ya el mayoral casi apaciguado el tiro, y sólo le faltaba reducir<br />

a una mula que, habiéndose cogido la cabeza entre dos correas, a fuerza <strong>de</strong> patear se empeñaba<br />

en ahorcarse. El médico miró hacia el fondo <strong>de</strong> la berlina. Salía <strong>de</strong> allí un ahogado y entrecortado<br />

ronquido, tan hondo como el registro más grave <strong>de</strong> un órgano; y el médico vio a un viajero <strong>de</strong><br />

buenas trazas metido en la ardua faena <strong>de</strong> mover la masa gigante <strong>de</strong>l señor Arcipreste, y<br />

empujarla hacia la portezuela. Momentos antes Máximo Juncal se sentía animado <strong>de</strong> los más<br />

siniestros propósitos contra la Iglesia en general y el clero diocesano en particular; pero la vista<br />

<strong>de</strong>l lastimoso cuadro le ablandó las entrañas, que más que dañadas tenía curtidas por la hiel <strong>de</strong> un<br />

temperamento bilioso, y sin hacer caso <strong>de</strong> la herida <strong>de</strong> Trampeta, que este liaba con el pañuelo,<br />

acudió en auxilio <strong>de</strong>l viajero enguantado, a quien veía <strong>de</strong> espaldas, llamando al notario para<br />

refuerzo.<br />

- Empújelo usted hacia acá... Yo tiraré por la pierna... ¡Eh!, señor escriba, aguante usted aquí...<br />

coja este pie... así... quietos... ya pasó un muslo... ¡Arráncate nabo! ¡Ey... que me hundo, que me<br />

hundo! ¡Apuntáleme, escriba <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios!<br />

Salió en vilo, sostenida por los puños <strong>de</strong> Juncal y los fuertes brazos <strong>de</strong>l notario, la mole <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>sventurado Arcipreste, que dormido durante la catástrofe, no comprendía lo que pasaba, y se<br />

veía con sus compañeros <strong>de</strong> viaje encima, y una astilla <strong>de</strong> la <strong>de</strong>strozada caja hincándosele en un<br />

costado. Tal fue su estupor, que se le cortó el habla, y sólo exhalaba sordos ronquidos <strong>de</strong> agonía.<br />

Apareció hecho una lástima, con el rostro amoratado y congestionado, en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n los<br />

venerables cabellos blancos, la cabeza y manos no ya temblonas, sino perláticas, y el balandrán<br />

roto. Juncal torció el gesto, y falló para sí:<br />

- A sus años, esto echa a un hombre a la sepultura.<br />

El caritativo viajero salió a su vez; tiempo era ya. De la brega tenía <strong>de</strong>strozados los guantes y<br />

<strong>de</strong>scompuesto el traje; con los esfuerzos, se le había coloreado la tez y animado el rostro,<br />

quitándole, como suele <strong>de</strong>cirse, diez años <strong>de</strong> encima, o mejor dicho revelando su verda<strong>de</strong>ra edad,<br />

más alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los treinta y pico que <strong>de</strong> los cuarenta. Aproximósele Juncal muy solícito, y al<br />

fijar los ojos en él, se echó atrás admirado.<br />

- Usted dispense... - pronunció -. ¡Soy capaz <strong>de</strong> aventurar algo bueno a que es usted <strong>de</strong> la familia<br />

<strong>de</strong> la difunta señora <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, doña Marcelina <strong>Pardo</strong>!<br />

El viajero se sorprendió también.<br />

- Su hermano para servir a usted - contestó -. ¿Tanto me parezco?<br />

- Facción por facción, no señor: pero el aire, es una cosa, como dicen aquí, escupida... Conque es<br />

usted...<br />

- Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, para lo que usted guste mandar. No cree usted que ahora<br />

convendría...<br />

- Lo que conviene es que todos los pasajeros se vengan a Cebre, y allí se curarán los heridos, y<br />

los asustados tomarán un trago y un bocado para tranquilizarse... Al mayoral y al zagal les<br />

mandaremos gente que ayu<strong>de</strong> a en<strong>de</strong>rezar el coche, y a llevar los caballos a la cuadra, que falta<br />

les hace también. A bien que en Cebre ya <strong>de</strong> todas las maneras tenían que mudar tiro... Hay<br />

herrero que empalme la lanza rota, y carpintero que eche un remiendo a la caja... El coche no ha<br />

sufrido gran<strong>de</strong>s <strong>de</strong>sperfectos... Fue más el ruido que las nueces... El que tenga que curar algo, a<br />

mi casa enseguidita... ¿Usted ha salido ileso, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>?<br />

- Noto un dolor en este codo... Alguna rozadura.<br />

142


- Veremos... Usted no se va a la posada, que se viene a mi choza... Espero en Dios que podrá<br />

usted seguir el viaje.<br />

- Mi propósito era bajarme en Cebre. Y en efecto me he bajado, sólo más aprisa <strong>de</strong> lo que pensé.<br />

Sonriose al <strong>de</strong>cir esto, y Juncal le encontró «templado» y simpático. La caravana se puso en<br />

marcha: los estudiantes, <strong>de</strong> los cuales sólo uno tenía un chichón en la frente, iban locuaces y<br />

jaraneros, metiendo a barato el percance; la moza, antecogiendo su cestilla <strong>de</strong> quesos, que al fin<br />

había logrado rescatar; la mujer <strong>de</strong>l empleado cargada con su rorro, que se abría a puros llantos,<br />

sin que la madre le diese más consuelo que <strong>de</strong>cirle - calla que se lo hemos <strong>de</strong> contar a papá... a<br />

papaíto -, Trampeta con la mano liada, seguro ya <strong>de</strong> no <strong>de</strong>sangrarse y nuevamente cebada la<br />

curiosidad al saber que el enguantado viajero era el propio cuñado <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>; el<br />

notario <strong>de</strong> Cebre, tan arrimadito a la moza chata, como la moza a sus quesos; y el Arcipreste,<br />

cogido <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong> Juncal, flaqueándole las piernas, temblándole el cuerpo todo, gimiendo y<br />

resoplando.<br />

- VII -<br />

<strong>Los</strong> que no tenían casa ni amigos en Cebre, hubieron <strong>de</strong> dar con sus molidos cuerpos en el mesón<br />

que allí toma nombre <strong>de</strong> fonda; el Arcipreste fue a pedir hospitalidad a su correligionario el<br />

cacique Barbacana; y al viajero <strong>de</strong> los guantes, o sea don Gabriel <strong>Pardo</strong>, se lo llevó consigo el<br />

médico, sin permitir que se cobijase bajo otro techo sino el suyo, porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer instante<br />

le había entrado el cuñado <strong>de</strong>l marqués, - y cuenta que no simpatizaba fácilmente con las<br />

personas el bueno <strong>de</strong> Juncal.<br />

Agasajó a su huésped lo mejor que pudo y supo, diciéndole a cada rato que su señora estaba<br />

ausente, pero volvería <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un ratito, y entonces se sentarían a hacer penitencia. A pesar <strong>de</strong><br />

las i<strong>de</strong>as avanzadísimas <strong>de</strong> Juncal, que con la revolución se habían acentuado aún más en sentido<br />

anticlerical y biliosamente <strong>de</strong>magógico, guardose bien <strong>de</strong> informar a don Gabriel <strong>de</strong> que la<br />

susodicha señora (nombre con que se llenaba la boca), había sido una pana<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> las famosas<br />

<strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> Cebre: cierto que la <strong>de</strong> más almidonadas enaguas, limpias medias, rollizos<br />

mofletes y alegres y churrusqueiros ojos que tenía el país. Por sus muchos pecados, tropezó<br />

Juncal en aquel dulce escollo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada a Cebre, y al fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> unos cuantos años <strong>de</strong><br />

enharinamiento ilícito, un día se fue, como el resto <strong>de</strong> los mortales, a pedir al párroco la sanción<br />

<strong>de</strong> lo comenzado sin su venia. Y justo es añadir que a su mujer, tan jovial y sencilla ahora como<br />

antes, se le daba un ardite <strong>de</strong> la posición social, y solía <strong>de</strong>cir a menudo: - Cuando yo llevaba el<br />

pan a casa <strong>de</strong> don Fulano, o <strong>de</strong> don Zutano...-. Hasta por un resto <strong>de</strong> afición a las cosas <strong>de</strong>l<br />

oficio, había persuadido a su esposo a que adquiriese y explotase un molino, poco distante <strong>de</strong>l<br />

prado en que el médico presenció el vuelco <strong>de</strong> la diligencia. Mientras el marido leía o<br />

<strong>de</strong>scansaba, la buena <strong>de</strong> Catuxa, que así llamaba todo Cebre a la señora <strong>de</strong> don Máximo, era<br />

dichosa ayudando al molinero a cobrar las maquilas, midiendo el grano, regateando la molienda<br />

a sus antiguas colegas, charlando con ellas a pretexto <strong>de</strong>l negocio, y viviendo perpetuamente en<br />

la atmósfera <strong>de</strong> fino polvillo vegetal a que sus poros estaban hechos.<br />

Envuelta venía aún en flor <strong>de</strong> harina cuando entró en la salita don<strong>de</strong> la esperaban Máximo y<br />

Gabriel; traía los brazos remangados y el pelo gris como si se lo hubiesen recorrido con la borla<br />

impregnada <strong>de</strong> polvos <strong>de</strong> arroz, lo cual hacía más brillantes sus ojos, más límpido el sano carmín<br />

<strong>de</strong> sus trigueñas mejillas. Saludó sin cortedad, con expansiva lisura, y don Gabriel por su parte<br />

empezó a tratarla con tan reverente cortesía como a la más encopetada ricahembra; pero en breve<br />

comprendió que la complacería mudando <strong>de</strong> tono, y hablole con llaneza festiva, sin renunciar por<br />

eso a mostrarse <strong>de</strong>ferente y cortés. Ambos matices los notó Juncal, que no tenía pelo <strong>de</strong> tonto, y<br />

creció su inclinación hacia el viajero, que le parecía ahora tan discreto como caritativo antes.<br />

143


Comieron en una ancha sala con pocos muebles: Catuxa cerró casi <strong>de</strong>l todo las ma<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> las<br />

ventanas, por las cuales se colaba una <strong>de</strong>lgada cinta <strong>de</strong> luz, y ofreció a cada convidado una rama<br />

<strong>de</strong> nogal con mucho follaje, para que mientras comían no se <strong>de</strong>scuidasen en espantar las moscas.<br />

No hizo ascos a la comida don Gabriel, y alabó como se merecían algunos platos muy gustosos,<br />

los pollitos tiernos a<strong>de</strong>rezados con guisantes, las sutiles mantequillas trabajadas en figura <strong>de</strong><br />

espantable culebrón, con ojos <strong>de</strong> azabache y una flor <strong>de</strong> borraja hincada <strong>de</strong> trecho en trecho en el<br />

escamoso lomo. Tales primores gastronómicos revelaron a don Gabriel que la señora <strong>de</strong> Juncal<br />

trataba bien a su marido y le hacía grata la vida: así era en efecto, moral y físicamente, y por<br />

humillante que parezca esta confusión <strong>de</strong> fuerzas tan distintas, el genio apacible y las<br />

mantequillas suaves <strong>de</strong> Catuxa influían a partes iguales en sosegar las bilis <strong>de</strong>l médico.<br />

Mientras duró el festín, Juncal y su huésped hablaron mucho <strong>de</strong>l lance <strong>de</strong>l vuelco, <strong>de</strong>l escándalo<br />

<strong>de</strong> que menu<strong>de</strong>asen tanto, <strong>de</strong> que en no multando a las empresas, estas hacían su gusto, riéndose<br />

<strong>de</strong> quejas <strong>de</strong> viajeros y piernas rotas. Informose don Gabriel <strong>de</strong> los antece<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> su curioso<br />

compañero <strong>de</strong> viaje, y al referirle Juncal algunas <strong>de</strong> sus caciquescas hazañas, se rió recordando la<br />

indignación con que Trampeta con<strong>de</strong>naba en Barbacana otras muy parecidas. A los postres, notó<br />

el médico que su huésped parecía molestado, aunque haciendo esfuerzos para disimularlo.<br />

-¿Usted no se encuentra bien?<br />

- No es nada... Parece como si este brazo se me hubiese resentido un poco; me cuesta trabajo<br />

moverlo. No se apure usted ahora... Cuando nos levantemos <strong>de</strong> la mesa tendrá la bondad <strong>de</strong><br />

reconocérmelo, a ver qué ha sido.<br />

Quería Juncal verificarlo al punto, mas el huésped afirmó que no valía la pena <strong>de</strong> darse prisa, y el<br />

médico en persona preparó el café con una maquinilla <strong>de</strong> espíritu <strong>de</strong> vino, mientras Catuxa subía<br />

<strong>de</strong> la bo<strong>de</strong>ga una botella <strong>de</strong> ron muy añejo, guarnecida <strong>de</strong> telarañas. Tal regalo fue, como suele<br />

<strong>de</strong>cirse, pedir el goloso para el <strong>de</strong>seoso; porque si bien don Gabriel no se negó a gustar el rancio<br />

néctar, el caso es que Juncal le hizo la razón con tanta eficacia, que se bebió <strong>de</strong> él casi la mitad.<br />

Siempre había sido Juncal, aun en tiempos en que no se le caía <strong>de</strong> la boca la higiene, gran<strong>de</strong><br />

amigo <strong>de</strong>l licor <strong>de</strong> la Jamaica; pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se unió en santo vínculo a Catuxa, la ignorante<br />

pana<strong>de</strong>ra le obligó a practicar lo que predicaba, cerrando bajo siete llaves el ron y dándoselo por<br />

alquitara, o en ocasiones muy singulares, como la presente.<br />

Alzados los manteles, retiráronse Juncal y don Gabriel al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l primero, don<strong>de</strong> había<br />

estantes <strong>de</strong> libros profesionales, una cabeza <strong>de</strong>sollada y asquerosísima, con un ojo cerrado y otro<br />

abierto, que representaba el sistema venoso, estuches y carteras <strong>de</strong> lancetas y bisturíes, y no<br />

pocos números <strong>de</strong>l Motín y Las Dominicales rodando por sillas, pupitre y suelo. Despojose don<br />

Gabriel <strong>de</strong> su americana <strong>de</strong> paño gris a cuadros; <strong>de</strong>sabrochó el gemelo <strong>de</strong> su camisa y la levantó<br />

para mostrar el brazo lastimado. Lo palpó Juncal, se lo hizo mover, y observó<br />

concienzudamente, por las manifestaciones <strong>de</strong>l dolor, <strong>de</strong> qué índole y en qué punto residía la<br />

lesión. Dos o tres veces notó en el semblante <strong>de</strong>l viajero indicios <strong>de</strong> que reprimía un ¡Ay! Con<br />

seriedad e interés le dijo:<br />

- No repare usted en quejarse... Estamos a saber qué le duele, y cuánto y cómo.<br />

- Si he <strong>de</strong> ser franco - respondió sonriendo don Gabriel - me escuece unas miajas. Se conoce que<br />

al tratar <strong>de</strong> mover a aquel buen señor <strong>de</strong> Arcipreste, todo el peso <strong>de</strong> su cuerpo y <strong>de</strong>l mío juntos<br />

cargó sobre este brazo, que hacía fuerza en la <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong> la berlina... Será una dislocación <strong>de</strong>l<br />

hueso.<br />

- No señor; creo que no tiene usted nada más que un tendón relajado, aunque el pronóstico <strong>de</strong><br />

esta clase <strong>de</strong> lesiones es muy aventurado siempre, y se lleva uno cada chasco, que da la hora. Si<br />

usted fuese un labriego...<br />

-¿Qué suce<strong>de</strong>ría?<br />

- Se lo voy a <strong>de</strong>cir a usted con toda franqueza, por lo mismo que estoy hablando con una persona<br />

que me parece altamente ilustrada...<br />

- Por Dios...<br />

144


- No, no, mire usted que tengo buena nariz, y ciertas cosas se conocen en el olor. Pues lo que<br />

haría si usted fuese uno <strong>de</strong> esos que andan arando, sería llamar a un atador o algebrista, <strong>de</strong> los<br />

infinitos que hay por aquí...<br />

-¿Curan<strong>de</strong>ros?<br />

- Componedores; son al curan<strong>de</strong>ro lo que al médico el cirujano operador. Justamente aquí cerca<br />

tenemos uno, el más famoso diez leguas en contorno, que hace milagros. Cuando yo llegué <strong>de</strong> la<br />

Universidad, llegué lleno <strong>de</strong> fantasía, y me enfadaba si me <strong>de</strong>cían que los algebristas pue<strong>de</strong>n<br />

reducir una fractura sin <strong>de</strong>jar cojo o manco al paciente; <strong>de</strong>spués me fui convenciendo <strong>de</strong> que la<br />

naturaleza, así como es madre, es maestra <strong>de</strong>l hombre, y que el instinto y la práctica obran<br />

maravillas... Con cuatro emplastos y cocimientos, y sobre todo con la <strong>de</strong>streza manual, que esa<br />

raya en admirable...<br />

Decía todo esto Juncal mientras aplicaba compresas empapadas en árnica y vendaba el brazo <strong>de</strong><br />

don Gabriel.<br />

- Creo - respondió el paciente - que usted habla así por lo mismo que domina su arte y no teme<br />

competencias. No todos los médicos pensarán como usted en ese punto...<br />

- Pensar, tal vez, pero no quieren confesarlo; hasta los hay que persiguen <strong>de</strong> muerte a los<br />

algebristas. <strong>Los</strong> más encarnizados aún no son los médicos, sino los veterinarios, - porque los<br />

atadores curan indistintamente a hombres y animales, no reconociendo esta división artificial<br />

creada por nuestro orgullo. ¿Eh?<br />

El médico miró a don Gabriel como reclamando su aquiescencia a este rasgo <strong>de</strong> osadía científica.<br />

Don Gabriel sonrió. Se había terminado la cura, y bajaba la manga para vestirse otra vez.<br />

- Y <strong>de</strong>cir - murmuraba el médico ayudándole a pasar un brazo por una manga - que se ha llevado<br />

usted ese barquinazo por meterse a re<strong>de</strong>ntor <strong>de</strong> un hipopótamo <strong>de</strong> cura..., ¡<strong>de</strong> un parroqui<strong>de</strong>rmo!<br />

Suerte tuvo en dar con usted. Yo lo <strong>de</strong>jo allí en escabeche para toda su vida.<br />

Esto lo insinuaba Juncal con la secreta esperanza <strong>de</strong> provocar al viajero a espontanearse en<br />

política, para saber cómo pensaba y tener el gusto <strong>de</strong> discutir; pero se llevó chasco, pues don<br />

Gabriel no se dio por aludido, contentándose con hacer un leve a<strong>de</strong>mán, que podía significar: -<br />

Usted y cualquiera persona regular obraría como yo.<br />

- Ahora - or<strong>de</strong>nó Máximo - procure usted no hacer con ese brazo movimiento alguno, pues estas<br />

lesiones las cura la paciencia. Quietud y más quietud.<br />

-¡Qué diablura! - exclamó don Gabriel incorporándose -. El caso es que para montar a caballo,<br />

tendré sin remedio que usar <strong>de</strong> él... Porque es el izquierdo.<br />

-¡Bah! Las caballerías <strong>de</strong> aquí, lo mismo se rigen con la <strong>de</strong>recha que con la zurda. Mejor dicho,<br />

con ninguna <strong>de</strong> las dos. Ellas hacen lo que les da la real gana, y salen disparadas así que ven una<br />

hembra, y muer<strong>de</strong>n, y bailan el walse, y otros excesos... ¿A dón<strong>de</strong> quería usted ir? Si no es<br />

indiscreción.<br />

- De ninguna manera. Tengo que ir a la rectoral <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y <strong>de</strong>spués a los Pazos, a casa <strong>de</strong>... mi<br />

cuñado.<br />

En el rostro <strong>de</strong>l médico se pintó un segundo la irresolución, el temor <strong>de</strong> sobrar o faltar que tanto<br />

acucia a los que llevan mucho tiempo <strong>de</strong> vida campestre, sin trato que pueda llamarse social. Al<br />

fin se <strong>de</strong>terminó, y dijo con cordialidad suma:<br />

- Don Gabriel, no me creerá tal vez, pero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que le vi me ha inspirado simpatía... vamos, yo<br />

soy así; soy muy raro; hay gentes que no me llenan nunca, y usted me llenó incontinenti... Estoy<br />

con usted ya como si le hubiese tratado toda la vida... No le pon<strong>de</strong>ro... Soy franco, y lo que<br />

ofrezco lo ofrezco <strong>de</strong> corazón... Hoy es muy tar<strong>de</strong> ya para ir a don<strong>de</strong> usted quiera; ni tampoco<br />

conviene que mueva el brazo, al menos en las primeras veinticuatro horas. Ya que está en mi<br />

pobre choza, tenga la dignación <strong>de</strong> quedarse en ella. Sábanas lavadas y cena limpia no le han <strong>de</strong><br />

faltar. Mañana por la fresca, <strong>de</strong>spués que <strong>de</strong>scanse, le doy mi yegüecita, que la gobernará con la<br />

punta <strong>de</strong> un <strong>de</strong>do, cojo otra hacanea, y le acompaño hasta la rectoral <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>... ¡o hasta el cabo<br />

<strong>de</strong>l mundo, si se precisa!<br />

145


No era don Gabriel hombre capaz <strong>de</strong> contestar con mil y tantos cumplimientos a una<br />

improvisación semejante. Tomó la diestra <strong>de</strong>l médico, la apretó, y dijo con sencillez afectuosa:<br />

- Aquí me quedo, amigo Juncal... Y crea usted que doy por bien empleado el percance.<br />

Sintió Juncal que se ponía colorado <strong>de</strong> placer... Para disimular la emoción, echó a correr hacia la<br />

puerta, gritando:<br />

-¡Catalina!... ¡Catalina!... ¡Esposa!... ¡Catalina!<br />

Presentose la lozana pana<strong>de</strong>ra, <strong>de</strong> mandil blanco lo mismo que en sus buenos tiempos, con el<br />

pelo alborotado y una sonrisa complaciente en su bermeja y apetecible boca.<br />

- Prepararás la cama en el cuarto <strong>de</strong>l armario gran<strong>de</strong>... Don Gabriel nos hace el favor <strong>de</strong> se<br />

quedar esta noche.<br />

La sonrisa <strong>de</strong>l ama <strong>de</strong> casa fue al oírlo más alegre todavía; sus ojos chispearon, y pronunció con<br />

el acento gutural y cantarín <strong>de</strong> las muchachas <strong>de</strong> Cebre:<br />

- De hoy en un año vuelva a quedarse, señor, y que sea con salú.<br />

- Tray un pañuelo <strong>de</strong> seda, mujer... - murmuró su esposo -. Hay que hacerle un sostén para el<br />

brazo malo.<br />

Con prontitud y no sin gracia se quitó Catuxa el que llevaba a la garganta, que era carmesí con<br />

lista negra, y ella misma lo ató al cuello <strong>de</strong>l forastero, diciendo mimosamente, con suavidad <strong>de</strong>l<br />

todo galiciana:<br />

-¿Queda así a gustiño, señor?<br />

Don Gabriel agra<strong>de</strong>ció sonriendo. El diminutivo, el calor <strong>de</strong> la seda que había estado en contacto<br />

con la piel <strong>de</strong> la arrogante moza, le produjeron el efecto <strong>de</strong> una caricia <strong>de</strong>l país natal, a don<strong>de</strong><br />

volvía por vez primera <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una ausencia muy prolongada.<br />

- VIII -<br />

El cuarto que dio Juncal a su huésped era en la planta baja, cerca <strong>de</strong>l comedor, y tenía puertecilla<br />

<strong>de</strong> salida a una especie <strong>de</strong> patio o corral, don<strong>de</strong> por el día escarbaba media docena <strong>de</strong> gallinas a<br />

la sombra <strong>de</strong> un emparrado. Don Gabriel, al retirarse <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una cena no menos regalada que<br />

la comida, sintió <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> respirar el aire fresco <strong>de</strong> la noche; apagó la vela, y alzando el pestillo<br />

se encontró en el corral. Sentose en el banco <strong>de</strong> piedra entoldado por la parra, y encendiendo un<br />

papelito y recostándose en la pared, tibia aún <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> todo el día, empezó a mirar a la<br />

oscuridad. La cual era completa, intensísima, sin que la disipase estrella alguna; una <strong>de</strong> esas<br />

noches como boca <strong>de</strong> lobo, en que le parece a uno más infinito el espacio, más alto e inaccesible<br />

el cielo, y la tierra menos real, pues al per<strong>de</strong>r sus apariencias sensibles, sus variadísimas formas y<br />

colores, diríase que se fun<strong>de</strong> y <strong>de</strong>svanece, sin que en ella que<strong>de</strong> existente más que nuestra<br />

imaginación soñadora.<br />

En aquellas remotas y negras profundida<strong>de</strong>s nada vio al pronto don Gabriel, pero al poco rato,<br />

fuese merced a los generosos espíritus <strong>de</strong>l añejo ron <strong>de</strong> Juncal, o a que era para don Gabriel uno<br />

<strong>de</strong> esos momentos en que hace crisis la vida <strong>de</strong>l hombre, y este se da cuenta exacta <strong>de</strong> que entra<br />

en un camino nuevo y el porvenir va a ser muy diferente <strong>de</strong>l pasado, comenzó a alzarse <strong>de</strong>l<br />

oscuro telón <strong>de</strong> fondo una especie <strong>de</strong> niebla mental, una nube confusa, blanquecina primero,<br />

rojiza <strong>de</strong>spués, y en ella se <strong>de</strong>linearon y perfilaron cada vez con mayor claridad escenas <strong>de</strong> su<br />

existencia.<br />

Primero se vio niño, en un gran caserón <strong>de</strong> un pueblo triste, pero no en brazos <strong>de</strong> su madre, pues<br />

no recordaba haberla conocido jamás, sino en los <strong>de</strong> otra niña casi tan chica como él. Aquella<br />

niña era pálida; tenía los ojos gran<strong>de</strong>s y negros, y algo bizcos; solía estar malucha; pero, sana o<br />

enferma, no se apartaba una línea <strong>de</strong> él. Acordábase <strong>de</strong> que le llamaba mamita, y la hacía rabiar y<br />

<strong>de</strong>squerer con sus travesuras. Un recuerdo sobre todo estaba fijo en su mente. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la niña<br />

pálida, vivían en el caserón otras niñas sonrosadas, enredadoras y alegres, que le trataban con<br />

146


menos blandura, y aun le cascaban las liendres con el menor pretexto. Un día - podría tener<br />

entonces Gabriel cinco años -, se le había ocurrido entrar en el cuarto <strong>de</strong> la mayor <strong>de</strong> sus<br />

hermanas, Rita, la cual poseía un canario domesticado que cantaba a maravilla y a quien<br />

llamaban el músico. Gabriel se moría por el canario, y soñaba siempre con imitar a Rita: sacarlo<br />

<strong>de</strong> la jaula, montarlo en el <strong>de</strong>do, darle azúcar, y que se pusiese a redoblar y trinar allí. ¡Era tan<br />

gracioso cuando meneaba la cabecita a <strong>de</strong>recha e izquierda, cuando se sacudía erizando las<br />

plumas <strong>de</strong> oro! Para lograr su <strong>de</strong>seo, aprovechaba la ocasión <strong>de</strong> un domingo por la mañana: todo<br />

el mundo estaba en misa: momento <strong>de</strong>cisivo y supremo. Escurríase al cuarto <strong>de</strong> su hermana, y<br />

divisaba la jaulita <strong>de</strong> alambre azul balanceándose ante la vidriera, con su hoja <strong>de</strong> lechuga entre<br />

los hierros, y el pájaro que saltaba <strong>de</strong> la varilla central, <strong>de</strong>scendía al come<strong>de</strong>ro a triturar un grano<br />

<strong>de</strong> alpiste, y vuelta a la varilla. Contempló ansiosamente el lindo avechucho. ¿Cómo llegarle?<br />

Ocurriósele una i<strong>de</strong>a luminosa. Poner una silla sobre la cómoda <strong>de</strong> su hermana. Mi dicho, mi<br />

hecho. Colocarla más o menos trabajosamente, trepar, encaramarse, echar mano al garfio que<br />

sujetaba la jaula, todo se hizo en un verbo. Sólo que la silla, mal afianzada, no conservó el<br />

equilibrio al inclinarse Gabriel, y ¡oh dolor!, cuando ya tenía en sus manos el <strong>de</strong>seado músico,<br />

¡pataplín!, se fue <strong>de</strong> cabeza al suelo, jaula en mano, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una regular altura. Recibió el golpe en<br />

la frente, y quedose breves momentos aturdido. Al recobrar los espíritus se encontró con que<br />

tenía asida la jaula por la argolla... La jaula sí: ¿pero el músico? Gabriel miró hacia todas partes,<br />

y al pronto nada vio, o por mejor <strong>de</strong>cir, vio algo que le paralizó <strong>de</strong> terror: en una esquina, el<br />

gatazo <strong>de</strong> la casa, tendido en postura <strong>de</strong> esfinge que acecha, contemplaba inmóvil un punto <strong>de</strong> la<br />

estancia... Gabriel siguió la dirección <strong>de</strong> aquellas pupilas <strong>de</strong> esmeralda, y divisó al músico, todo<br />

anhelante aún <strong>de</strong>l golpe y <strong>de</strong>l susto, hecho un ovillo entre los pliegues <strong>de</strong>l cortinaje que cubría la<br />

vidriera... El niño perdió completamente la sangre fría, y loco <strong>de</strong> miedo, púsose a hacer lo más<br />

conveniente para el gato: sacudir la cortina y espantar al pajarillo. El aturdido músico revoloteó<br />

un momento, dio contra los cristales <strong>de</strong> la ventana, y dolorido y exánime, vino a caer sobre la<br />

almohada <strong>de</strong> la cama <strong>de</strong> Rita... ¡Horror!... el gato en acecho pega un brinco <strong>de</strong> tigre... ¡Adiós,<br />

música!<br />

Gabriel, como Caín <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> matar a su hermano, había corrido a escon<strong>de</strong>rse al cuarto más<br />

oscuro <strong>de</strong> la casa, en que se guardaban baúles y trastos, y don<strong>de</strong> no tardó en <strong>de</strong>scubrirle Rita al<br />

volver <strong>de</strong> misa y encontrarse con la jaula por tierra y algunas plumas amarillas, espeluznadas y<br />

sanguinolentas, revoloteando sobre su lecho... -¡Pícaro, infame!, te he <strong>de</strong> <strong>de</strong>sollar vivo, ¡muñeco<br />

<strong>de</strong>l <strong>de</strong>monio!, ¡te he <strong>de</strong> estirar las orejas hasta que sangren!-. <strong>Los</strong> oídos <strong>de</strong> Gabriel apenas<br />

pudieron recoger el sonido <strong>de</strong> estas ternezas, porque al mismo tiempo diez <strong>de</strong>ditos recios y<br />

furiosos le tiraban con cuanta fuerza tenían <strong>de</strong> las orejas... Y luego pasaban a los carrillos,<br />

escribiendo allí los mandamientos, y <strong>de</strong>spués bajaban a parte que es ocioso nombrar, y se daban<br />

gusto con la mejor mano <strong>de</strong> azotaina que recuerdan los siglos; y en pos las uñas, por no quedar<br />

<strong>de</strong>sairadas, se ejercitaron en pellizcar y retorcer la carne, ya hecha una amapola, hasta<br />

acar<strong>de</strong>nalarla <strong>de</strong> veras, y en seguida, sin darle al culpable tiempo ni a gritar, le asieron <strong>de</strong> las<br />

muñecas, le llevaron arrastrando al <strong>de</strong>sván, le metieron allí, echaron la llave... Al punto mismo se<br />

oyó en la puerta el altercado <strong>de</strong> dos vocecillas, y en pos la brega <strong>de</strong> dos cuerpos... Giró la llave<br />

otra vez, y la mamita pálida, la hermana protectora, entró anhelante, <strong>de</strong>sgreñada y victoriosa,<br />

cogió en brazos a su niño, lo arrebató a su cuarto, lo curó, lo calmó, se lo comió a besos y a<br />

caricias...<br />

¡Qué ojeriza le profesó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día Gabriel a la hermana mayor! ¡Cómo se acostumbró a<br />

envolverse en las faldas <strong>de</strong> la pequeña, hasta que fue adquiriendo su autonomía al <strong>de</strong>sarrollársele<br />

el vigor masculino, con el cual, a los diez o doce años podía más él solo que lo que llamaba<br />

<strong>de</strong>spreciativamente el gallinero <strong>de</strong> sus hermanas!<br />

Se veía concurriendo al Instituto <strong>de</strong> segunda enseñanza, aprendiéndose por la noche <strong>de</strong> malísima<br />

gana la conferencia que había <strong>de</strong> dar al día siguiente, y merced a la fuerza y precisión con que se<br />

nos presentan ciertos recuerdos, en la negra inmensidad nocturna veía <strong>de</strong>stacarse, como en el<br />

147


cristal <strong>de</strong> un claro espejo, al estudiantillo inclinado sobre el libro enfadoso, dando tormento con<br />

nerviosa mano a los mechones <strong>de</strong> pelo que caían sobre la frente, o pintando soldados con fusil al<br />

hombro y barcos y todo género <strong>de</strong> monigotes sobre el margen <strong>de</strong> las páginas, mientras torturaba<br />

la memoria para incrustar en ella, por ejemplo, los pretéritos y supinos <strong>de</strong> la segunda<br />

conjugación, moneo, mones, monere, monui, monitum, avisar... que los compañeros <strong>de</strong> clase se<br />

apuntaban unos a otros <strong>de</strong> esta manera: mono, mona, monitos, monitas, micos... Al recordar<br />

semejantes puerilida<strong>de</strong>s, se sonreía don Gabriel... ¡Cuántas veces recordaba haberse levantado y<br />

llamado a su hermana!<br />

- Nucha, tómame la lección, que me parece que ya la sé.<br />

Luego una impresión imborrable: la marcha <strong>de</strong> Santiago, el ingreso en el colegio <strong>de</strong> artillería <strong>de</strong><br />

Segovia, los días terribles <strong>de</strong> la novatada, la sujeción al galonista, el llanto <strong>de</strong> furor<br />

reconcentrado que le abrasó las pupilas cuando por primera vez tuvo que limpiarle y embetunarle<br />

las botas... Y siempre el recuerdo <strong>de</strong> su hermana, para la cual, más bien que para su padre, se<br />

hizo fotografiar apenas vistió, radiante <strong>de</strong> orgullo y alegría, el uniforme <strong>de</strong>l cuerpo, y <strong>de</strong> la cual<br />

hablaba a sus primeros amigos <strong>de</strong> colegio con tal insistencia y exageración, que alguno <strong>de</strong> ellos,<br />

sin conocerla, se puso a escribirle cartitas amorosas que leía a Gabriel... Luego, la confusión<br />

abrumadora <strong>de</strong> los primeros estudios serios, <strong>de</strong> las matemáticas sublimes, <strong>de</strong> tanta abstrusidad<br />

como tenían que meterse en la divina chola para los exámenes... Ahora que Gabriel reflexionaba<br />

acerca <strong>de</strong> tales estudios y mentalmente pasaba lista a sus compañeros <strong>de</strong> aca<strong>de</strong>mia,<br />

maravillábase pensando que <strong>de</strong> aquella hueste nutrida <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus tiernos años con tanta<br />

trigonometría rectilínea, tanta álgebra y tanta geometría <strong>de</strong>l espacio, no había salido ningún<br />

portentoso geómetra, ningún autor <strong>de</strong> obras profundas y serias, ni siquiera ningún estratégico<br />

consumado, y al contrario, por regla general, apenas se encontraba compañero suyo que al<br />

terminar la carrera se distinguiese por algún concepto, o rebasase <strong>de</strong>l nivel <strong>de</strong> las inteligencias<br />

medianas... Mucho caviló sobre el caso don Gabriel, y vino a dar en que la balumba algebraica,<br />

el cálculo, las geometrías y trigonometrías se las aprendían los más <strong>de</strong> memoria y carretilla, a<br />

fuerza <strong>de</strong> machacar, para vomitarlas <strong>de</strong> corrido en los exámenes; que los alumnos salían a la<br />

pizarra como sale el prestidigitador al tablado, a hacer un juego <strong>de</strong> cubiletes en que no toma<br />

parte el entendimiento; y que esta material gimnasia <strong>de</strong> la memoria sin el <strong>de</strong>sarrollo armonioso y<br />

correlativo <strong>de</strong> la razón, antes que provechosa era funesta, matando en germen las faculta<strong>de</strong>s<br />

naturales y apabullando la masa encefálica que venía a quedarse como un higo paso. Todo esto<br />

se le había ocurrido a posteriori. En el colegio estaba lleno su corazón <strong>de</strong> esa buena fe absoluta<br />

<strong>de</strong> los primeros años <strong>de</strong> la vida, y ni soñaba en discutir las opiniones admitidas y las fórmulas<br />

consagradas: creía cuanto creían sus compañeros, viviendo persuadido como ellos <strong>de</strong> que ciertos<br />

profesores eran pozos <strong>de</strong> ciencia, aunque no se les conocía lo bastante, por encontrarse un tantico<br />

guillados <strong>de</strong>l abuso <strong>de</strong> las matemáticas... Con el pundonor innato que le obligaba en Santiago a<br />

repasar <strong>de</strong> noche la lección, Gabriel se aplicó a apren<strong>de</strong>r todas aquellas diabluras <strong>de</strong>l programa, y<br />

como su inteligencia era sensible y fresca su retentiva, a<strong>de</strong>lantó, a<strong>de</strong>lantó... Recordaba, no sin<br />

cierta lástima <strong>de</strong> sí mismo, que había hecho unos estudios brillantes. Le alabaron los profesores,<br />

<strong>de</strong>spertósele la emulación, no perdió curso...<br />

Sólo hubo una temporada, poco antes <strong>de</strong> salir a teniente, en que atrasó bastante, poniéndose a dos<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> ser perdigón. Fue al recibir la noticia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> su mamita, su hermana Nucha...<br />

Se la escribió su padre en persona, cosa que no ocurría sino en las ocasiones solemnes, pues el<br />

hidalgo <strong>de</strong> la Lage no se preciaba mucho <strong>de</strong> pendolista. Gabriel recordaba que en el primer<br />

momento sólo había sentido un asombro muy gran<strong>de</strong> al ver que semejante <strong>de</strong>sgracia no le<br />

producía más efecto. Con la carta abierta en la mano, miraba en torno suyo, pasando revista a<br />

todos los muebles <strong>de</strong>l gran dormitorio artesonado, contando los hierros <strong>de</strong> las camas. Hasta<br />

recordaba haber acabado <strong>de</strong> abrocharse los botones <strong>de</strong> la levita <strong>de</strong> uniforme, faena interrumpida<br />

cuando llegó la carta fatal. Luego, <strong>de</strong> repente, daba dos o tres pasos vacilantes, sepultaba el<br />

148


ostro en la almohada <strong>de</strong> su lecho, y empezaba a llorar a gotitas menudas, rápidas, que se le<br />

metían entre el naciente bigote y <strong>de</strong> allí se le colaban a los labios, ¡con un sabor tan amargo!<br />

¡Su pobre mamita! ¡Con qué vanidad le había él enviado su retrato; con qué orgullo había<br />

comprado, <strong>de</strong> sus economías, una sortija <strong>de</strong> oro para regalársela en su boda! ¡Qué admiración<br />

gozosa, unida a unos asomos <strong>de</strong> infantiles celos, había sentido al saber que su hermana tenía una<br />

chiquilla...! ¡Monada como ella! ¡Una chiquilla! Y ahora... fría, callada, apagados aquellos<br />

dulces y vagos ojos, metida en un ataúd, muerta, muerta, ¡muerta!<br />

Bien seguro estaba <strong>de</strong> no haber querido probar bocado en dos días. ¡Cómo le mortificaban los<br />

consuelos <strong>de</strong> sus compañeros y amigotes! Eran bien intencionados, eso sí; pero indiscretos,<br />

inoportunos, fuera <strong>de</strong> sazón, como suelen ser los afectos en la zonza e ingrata edad <strong>de</strong> la<br />

adolescencia. Empeñábanse en divertirlo, en llevárselo al café, o a ver una compañía <strong>de</strong><br />

zarzuela... ¡De zarzuela! Gabriel necesitaba un médico. A los ocho días se le <strong>de</strong>claraba una fiebre<br />

nerviosa, en la cual le contaron que había <strong>de</strong>lirado con su mamita, diciendo que quería irse junto<br />

a ella, al cielo o al infierno, don<strong>de</strong> estuviese... Pronto convaleció, y quedó más fuerte y más<br />

hombre, como si aquella fiebre hubiera sido la solución <strong>de</strong> una crisis lenta <strong>de</strong> pubertad tardía,<br />

acaso retrasada por estudios prematuros... Salió a teniente, y recordaba el orgullo <strong>de</strong> los galones<br />

y el <strong>de</strong> un hermoso bigote castaño, ya poblado, que propuso no afeitar nunca.<br />

Pasó <strong>de</strong> la aca<strong>de</strong>mia al siglo con la entidad moral que imprimen los colegios <strong>de</strong> carreras<br />

especiales, y señaladamente el <strong>de</strong> artillería: segunda naturaleza, <strong>de</strong> la cual sólo se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n,<br />

andando el tiempo, los que poseen gran espontaneidad o cierto instinto crítico, y que sobrevive<br />

aun en los que se retiran, aun en los mismos que reniegan <strong>de</strong> la carrera y manifiestan que les<br />

causa hondo hastío el uniforme. Volviendo atrás la vista, Gabriel se asombraba <strong>de</strong> ser aquel<br />

muchacho que salió <strong>de</strong>l colegio tan artillero, tan imbuido <strong>de</strong> ciertas altaneras niñerías que se<br />

llaman espíritu <strong>de</strong> cuerpo, tan convencido <strong>de</strong> la inmensa superioridad <strong>de</strong>l arma <strong>de</strong> artillería sobre<br />

todas las <strong>de</strong>más <strong>de</strong>l ejército español y aun <strong>de</strong>l mundo, y en particular tan arisco, tan dado a esa<br />

cosa particular que en el cuerpo llaman la peña, ten<strong>de</strong>ncia mixta <strong>de</strong> orgulloso retraimiento y <strong>de</strong><br />

feroz insociabilidad, que en él llegaba al extremo <strong>de</strong> pasarse tres horas en la esquina <strong>de</strong> una calle<br />

<strong>de</strong> Segovia, atisbando el momento en que saliesen <strong>de</strong> su casa unas señoras a quienes su padre le<br />

or<strong>de</strong>naba visitar, para cumplir con <strong>de</strong>jarles una tarjeta en la portería.<br />

¡Y que apenas era él entonces reaccionario, como los <strong>de</strong>más individuos <strong>de</strong>l noble cuerpo! Sentía<br />

un odio profundo hacia las i<strong>de</strong>as nuevas y la revolución, la cual justo es <strong>de</strong>cir que se hallaba en<br />

su más <strong>de</strong>satentado y anárquico período. Lo que Gabriel no le perdonaba a la setembrina<br />

mal<strong>de</strong>cida, era el haberle echado a per<strong>de</strong>r su España, la España histórica con<strong>de</strong>nsada en su<br />

cabeza <strong>de</strong> estudiante asiduo y formal, una España épica y gloriosa, compuesta <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s<br />

capitanes y monarcas invictos, cuyos bustos adornaban el Salón <strong>de</strong> los Reyes en el Alcázar.<br />

Gabriel se tenía por here<strong>de</strong>ro directo <strong>de</strong> aquellos héroes acorazados, esgrimidores <strong>de</strong> tizona.<br />

Arrinconados el montante y la espada, la artillería era el arma <strong>de</strong> los tiempos mo<strong>de</strong>rnos. ¡Qué <strong>de</strong><br />

ilusiones y <strong>de</strong> fermentaciones locas producía en Gabriel el solo nombre <strong>de</strong> batalla! A la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

barrer a cañonazos un reducto enemigo, le parecía no caberle el corazón en el pecho, y un frío<br />

sutil, el divino escalofrío <strong>de</strong>l entusiasmo, le serpeaba por la espina dorsal. En esta disposición <strong>de</strong><br />

ánimo le incorporaban a una batería montada y le enviaban a la guerra contra los carlistas en el<br />

Norte...<br />

Quince días a lo sumo recordaba que duraron sus fantasías heroicas. No eran aquellas las<br />

marciales funciones que había soñado. Si en las rudas montañas <strong>de</strong> Vasconia no faltaban las<br />

fatigas propias <strong>de</strong> la vida militar, los fríos, los calores, el agua hasta el tobillo, la nieve hasta<br />

media pierna, las raciones malas y escasas, el dormir punto menos que en el suelo, la ropa hecha<br />

girones, cuanto constituye el poético aparato <strong>de</strong> la campaña, en cambio no veía Gabriel el<br />

elemento moral que vigoriza la fibra y calienta los cascos; no veía flotar la sagrada ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la<br />

patria contra el odiado pabellón extranjero. Aquellas al<strong>de</strong>as en que entraba vencedor, eran<br />

españolas; aquellas gentes a quienes combatía, españolas también. Se llamaban carlistas, y él<br />

149


ama<strong>de</strong>ísta: única diferencia. Por otra parte la guerra, aunque civil, se hacía sin saña ni furor; en<br />

los intervalos en que no se disparaban tiros, los <strong>de</strong>stacamentos enemigos, divididos sólo por el<br />

ancho <strong>de</strong> una trinchera, se insultaban festivamente, llamándose carcas y guiris; también se<br />

prestaban pequeños servicios, pasándose El Cuartel Real y El Imparcial <strong>de</strong> campo a campo; y en<br />

los frecuentes ratos <strong>de</strong> tregua, bajaban, se hablaban, se pedían fuego para el cigarro, y el teniente<br />

<strong>de</strong> artillería guiri fraternizaba muy gustoso con los oficiales carcas, tan buenos mozos y tan<br />

elegantes y marciales con sus guerreras orladas <strong>de</strong> astracán, a cuyo lado izquierdo lucía el rojo<br />

corazón <strong>de</strong>l <strong>de</strong>tente, y sus boinas con borla <strong>de</strong> oro, gentilmente la<strong>de</strong>adas. A menudo hasta le<br />

sucedía a Gabriel dudar si el <strong>de</strong>ber y la patria estaban <strong>de</strong>l lado acá o <strong>de</strong>l lado allá <strong>de</strong> la trinchera.<br />

A pesar <strong>de</strong> las burlas con que sus compañeros acogían los pepinillos carlistas, en el campamento<br />

se contaban maravillas <strong>de</strong> la improvisada artillería <strong>de</strong> don Carlos, organizada en un <strong>de</strong>cir Jesús,<br />

por un par <strong>de</strong> oficiales que había ingresado en sus filas y algunos cabos y sargentos listos; cosa<br />

que inducía a Gabriel a pensar que no se necesitaban tantas matemáticas <strong>de</strong> colegio para<br />

santiguar al enemigo a cañonazos. Sí; Gabriel cumplía con su obligación; pero sin calor ni fe.<br />

Batirse, corriente, para eso vestía el uniforme; otra cosa que no se la pidieran. Un casco <strong>de</strong><br />

metralla saltaba los sesos a su asistente, aragonés más cabal que el oro, a quien Gabriel profesaba<br />

entrañable cariño, y su muerte le causaba la impresión <strong>de</strong> haber presenciado un aleve asesinato,<br />

más bien que un episodio bélico.<br />

Entre la oscuridad nocturna, Gabriel <strong>Pardo</strong> sonreía a la reminiscencia <strong>de</strong> un recelo que le apretó<br />

mucho por entonces. Al encontrarse tan frío en medio <strong>de</strong> las escaramuzas, al conocer que le<br />

hastiaba la guerrilla y la tienda, recordó que se había interrogado a sí mismo con un miedo<br />

atroz... <strong>de</strong> tener miedo.<br />

-¿Si seré un cobardón? ¿Si tendré la sangre blanca?<br />

Al ver cómo le felicitaban unánimemente los jefes y los compañeros por su serenidad,<br />

comprendió que lo que pa<strong>de</strong>cía era atrofia <strong>de</strong>l entusiasmo. Y así le cogió la disolución <strong>de</strong>l cuerpo<br />

<strong>de</strong> artillería por <strong>de</strong>creto revolucionario. Casi se alegró. Ya no tenía cariño al uniforme. Y sin<br />

embargo, todavía el espíritu <strong>de</strong> cuerpo le dominaba. Le cruzó por las mientes irse al campo<br />

carlista, y no lo hizo, porque los compañeros habían <strong>de</strong>terminado «aguardar, estar a ver venir».<br />

Se fue a Madrid, hospedándose en casa <strong>de</strong> unos parientes encumbrados, un título primo <strong>de</strong> su<br />

madre.<br />

¡Cuántos recuerdos se le agolpaban! La noche oscura parecía poblarse <strong>de</strong> estrellas y<br />

constelaciones, <strong>de</strong> centelleos misteriosos... Gabriel sentía una impresión, frecuente en las<br />

personas a quienes la viveza <strong>de</strong> la fantasía y <strong>de</strong> la sensibilidad hacen pasar, durante una<br />

existencia relativamente corta, por muchas y muy variadas fases psíquicas. Admirábase <strong>de</strong>l<br />

cambio producido en él por aquellos meses <strong>de</strong> resi<strong>de</strong>ncia en Madrid, y al mismo tiempo, se<br />

sorprendía ahora <strong>de</strong> lo que se había realizado en él entonces, y no creía ser la misma persona,<br />

sino evocar la historia <strong>de</strong> otro hombre. Él no fue ni pudo ser jamás el brillante y frívolo mancebo<br />

a quien tan especiales agasajos y tan lisonjera acogida dispensaron las damas <strong>de</strong> alto copete, que<br />

le obsequiaban por oficial <strong>de</strong>l cuerpo hostil a la Revolución y por hidalgo provinciano, pero <strong>de</strong><br />

vieja cepa, <strong>de</strong> veintitantos abriles y gallarda figura. ¡Cuán dulces bromas le habían sido<br />

disparadas entonces por risueños labios, recalcadas por el guiño semi-altanero y semi-picaresco<br />

<strong>de</strong> algunos flecheros ojos <strong>de</strong> rica hembra, a propósito <strong>de</strong> su afición a la peña, entonces erigida en<br />

sociedad reaccionaria, ojalatera <strong>de</strong>l alfonsismo! Gabriel en el fondo se sentía muy peñasco, igual<br />

que antes, y abominaba <strong>de</strong> saraos y visitas <strong>de</strong> cumplido, <strong>de</strong> andar poniéndose el frac y el ramito<br />

en el ojal, <strong>de</strong> saludos en la Castellana y bailes por todo lo fino; pero el asunto es que iba, iba, iba,<br />

seguía yendo, arrastrado por una blanca mano cuya piel suave le causaba mareos <strong>de</strong>liciosos... Era<br />

una viuda, hermana <strong>de</strong> la mujer <strong>de</strong> su primo, en cuya casa vivía; hermosa hembra <strong>de</strong> treinta y<br />

tantos, dotada <strong>de</strong> ingenio, oro y blasones... Gabriel no había tenido sino aventuras <strong>de</strong> alojamiento<br />

o <strong>de</strong> días <strong>de</strong> salida en Segovia. Volviose loco, y un día, con la mente y la sangre cal<strong>de</strong>adas, habló<br />

<strong>de</strong> bodas, para asegurar hasta el fin <strong>de</strong> la vida la dicha actual... Se le rieron blandamente, y como<br />

150


insistió, le pusieron <strong>de</strong> patitas fuera <strong>de</strong>l paraíso. ¡Qué crujida, Dios! Gabriel, al pensar en ella, se<br />

admiraba <strong>de</strong> su juventud, <strong>de</strong> su sincera pasión y <strong>de</strong> sus románticos <strong>de</strong>svaríos. Lo <strong>de</strong> menos era no<br />

dormir, no comer, sufrir abrasadora calentura, beber y jugar para aturdirse... ¿Pues no se le<br />

ocurrió cierta mañana mirar con ojos foscos y extraviados un par <strong>de</strong> pistolas inglesas?... ¡Aquello<br />

sí que tuvo gracia!, discurría hoy el hombre <strong>de</strong> pelo ralo acordándose <strong>de</strong> las fogosida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

teniente...<br />

El caso es que con el <strong>de</strong>sengaño amoroso, se había vuelto más peñasco que nunca. Por entonces,<br />

apartado ya <strong>de</strong>l gran mundo y <strong>de</strong> sus pompas y vanida<strong>de</strong>s, sin que le quedase más rastro que los<br />

buenos modales adquiridos, ese baño <strong>de</strong>licadísimo que sobre la corteza brusca <strong>de</strong>l tenientillo<br />

recién salido <strong>de</strong> la aca<strong>de</strong>mia <strong>de</strong>rrama el trato con damas y el ingreso familiar en círculos selectos<br />

- baño permanente cuando se recibe en la primera juventud - empezaron para Gabriel estudios<br />

libres que se impuso a sí propio. Convencido <strong>de</strong> que podía beber bastante alcohol sin<br />

emborracharse, y <strong>de</strong> que la embriaguez en él jamás era completa, <strong>de</strong>jándole siempre cierta<br />

luci<strong>de</strong>z dolorosa; <strong>de</strong> que el fatal tapete ver<strong>de</strong> no le divertía, y <strong>de</strong> que las mujeres, no queriéndolas<br />

mucho, le eran casi indiferentes, se dio a la lectura por recurso, y en ella encontró la <strong>de</strong>seada<br />

distracción, y la convalecencia <strong>de</strong> aquella herida al parecer tan profunda, y que en realidad no<br />

pasaba <strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>rmis.<br />

Con los libros sí que se había emborrachado <strong>de</strong> veras. Eran obras <strong>de</strong> filosofía alemana, unas<br />

traducidas al francés, otras en pésimo y bárbaro castellano. Pero Gabriel, más reflexivo que<br />

artista, más sediento <strong>de</strong> doctrina que <strong>de</strong> placer, no se entretenía con la forma; íbase al fondo, a la<br />

médula. Las matemáticas <strong>de</strong>l colegio le tenían divinamente preparado para las peliagudas<br />

ascensiones <strong>de</strong> la metafísica y las generosas quintaesencias <strong>de</strong> la ética. Eran sus actuales estudios<br />

lo que el riego a la planta tierna cuyas raíces penetran en terreno bien cultivado y removido ya.<br />

La inteligencia <strong>de</strong> Gabriel se abría, comprendiendo períodos enrevesados y diabólicos, y<br />

lisonjeaba su orgullo el que los <strong>de</strong>más afirmasen no po<strong>de</strong>r enten<strong>de</strong>r semejante monserga. Sus<br />

nuevas aficiones le pusieron en contacto con muchos jóvenes, prosélitos <strong>de</strong> la entonces flamante<br />

y boyante escuela krausista. Y resolvió que él era kantiano a puño cerrado, pero sin aplicar el<br />

método crítico <strong>de</strong>l maestro, como entonces se <strong>de</strong>cía, más que a las cosas <strong>de</strong> la ciencia; para las <strong>de</strong><br />

la vida se agarró con dientes y uñas a la ética <strong>de</strong> Krause. No sólo renegó <strong>de</strong> las aventuras, los<br />

naipes y el absintio, sino que empezó a aquilatar con más que monjiles escrúpulos la<br />

trascen<strong>de</strong>ncia y móvil <strong>de</strong> sus menores actos, a tener por grave <strong>de</strong>lito el asistir a una corrida <strong>de</strong><br />

toros o a un baile <strong>de</strong> máscaras. Ponía cuidado especial en que no saliese <strong>de</strong> sus labios ni siquiera<br />

una mentira oficiosa, en no <strong>de</strong>fraudar a nadie, en vivir <strong>de</strong> tal manera que sus acciones fuesen<br />

claras como el agua, honradas y serias... ¡La seriedad sobre todo!... Por las noches hacía examen<br />

<strong>de</strong> conciencia; por las mañanas elevaba, al <strong>de</strong>spertarse, el pensamiento a Dios -¡al Dios<br />

impersonal y sin entrañas!- Reprimidos los impulsos y ardores juveniles por la especie <strong>de</strong> fiebre<br />

filosófica que le abrasaba dulcemente el cerebro, sentía en las iglesias, a don<strong>de</strong> asistía con<br />

frecuencia suma, impulsos místicos, ternuras inexplicables, ganas <strong>de</strong> llorar, y entonces se creía<br />

íntimo con el ser...<br />

Cuánto había durado? ¿Cuánto? Las cosas políticas se encrespan; la <strong>de</strong>magogia y el<br />

cantonalismo escupen fuego y sangre; los carlistas medran, pululan, brotan por todas partes con<br />

armamento y municiones; Castelar llama a los artilleros; Gabriel duda, recela, se alarma ante la<br />

perspectiva <strong>de</strong> verter sangre humana; por fin sus nuevas i<strong>de</strong>as liberales y una carta <strong>de</strong> su padre le<br />

<strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n; va otra vez al Norte. Rodéanle sus antiguos amigos; en la maleta <strong>de</strong>l teniente vienen sin<br />

duda la Analítica, la Crítica <strong>de</strong>l juicio, la Crítica <strong>de</strong> la razón pura, la Teoría <strong>de</strong> lo infinito; pero a<br />

la primer marcha forzada, a la primer bocanada <strong>de</strong> aire montañés, al primer encuentro, a la<br />

primer tertulia en la tienda <strong>de</strong> campaña, parécele que entre él y los maestros <strong>de</strong> su entendimiento<br />

se interpone una muralla, un velo oscuro, y que en su alma se <strong>de</strong>rrumba, sin saber cómo, un<br />

edificio vasto. Y con el bienestar físico que producen el ejercicio y la actividad <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una<br />

vida contemplativa y se<strong>de</strong>ntaria; y la reacción violenta, propia <strong>de</strong> los temperamentos nerviosos y<br />

151


los caracteres impresionables, a los pocos días el teniente no se acuerda <strong>de</strong> Kant, da al diablo los<br />

Mandamientos <strong>de</strong> la humanidad, y muy a gusto se <strong>de</strong>ja arrastrar a las distracciones <strong>de</strong>l<br />

compañerismo, a los lances <strong>de</strong> la campaña y los episodios <strong>de</strong> alojamiento. La guerra se hace ya<br />

con más empuje, en vista <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saliento y merma <strong>de</strong> las fuerzas carlistas: Gabriel bate el cobre<br />

con fe, persuadido <strong>de</strong> que el or<strong>de</strong>n y la libertad están en las negras entrañas <strong>de</strong> los cañones <strong>de</strong> su<br />

batería; fraterniza con bandidos contraguerrilleros, lee con afán los periódicos políticos, vive <strong>de</strong><br />

acción y <strong>de</strong> lucha, y todas las mañanas se levanta <strong>de</strong>terminado a salvar a España... España le<br />

había dado en cambio la efectividad <strong>de</strong> capitán. Mas el golpe <strong>de</strong> Estado <strong>de</strong> Pavía y luego la<br />

proclamación <strong>de</strong> don Alfonso, que tanto alegraron a todo el noble cuerpo, le cortaron las alas <strong>de</strong>l<br />

espíritu a Gabriel <strong>Pardo</strong>, que era republicano teórico y andaba entonces vuelto tarumba por un<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> cosas muy recto y sensato, al modo sajón. Al otro día <strong>de</strong> recibir el grado <strong>de</strong><br />

comandante, viendo la guerra próxima a su fin, <strong>de</strong>silusionado más que nunca y sin gusto para<br />

pelear, recordaba haber tomado el camino <strong>de</strong> la corte.<br />

¡Qué vida tan sosa al principio la suya! Mal visto entre sus compañeros a causa <strong>de</strong> sus opiniones<br />

políticas; sin trato con sus antiguas relaciones; sin ánimos para volver a sepultarse en los libros<br />

<strong>de</strong> metafísica que eran hoy para él lo que la envoltura <strong>de</strong> la oruga cuando ya voló la mariposa,<br />

sintió <strong>de</strong> repente, convirtiendo los ojos hacia sí mismo, que no le quedaba en lo más íntimo sino<br />

<strong>de</strong>screimiento y cansancio. ¿Quién o qué le había <strong>de</strong>mostrado la inanidad <strong>de</strong> sus filosofías?<br />

Nadie. La fe no se <strong>de</strong>struye con razones: es error imaginar que hay argucia que eche abajo un<br />

sentimiento. La fe es como el amor - bien lo advertía Gabriel.<br />

¿Hay en el mundo <strong>de</strong>l pensamiento algún asi<strong>de</strong>ro firme? - discurrió entonces. Casualmente<br />

empezaban las corrientes positivistas: hablábase <strong>de</strong> realida<strong>de</strong>s científicas, <strong>de</strong> doctrinas basadas<br />

en hechos <strong>de</strong> experimentalismo. El comandante se propuso estudiar a fondo alguna ciencia,<br />

como se estudian las cosas para saberlas <strong>de</strong> verdad, y adquirir la suspirada certeza. Tenía un<br />

amigo, ex-profesor <strong>de</strong> geología en la Universidad, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> le expulsara el <strong>de</strong>creto <strong>de</strong> Orovio. Se<br />

puso bajo su dirección, y consagró seis horas diarias a trabajos <strong>de</strong> pormenor. Hacía unos cortes<br />

en las piedras y luego se <strong>de</strong>sojaba mirándolos al microscopio. Se cansó a cosa <strong>de</strong> medio año. La<br />

certeza consabida, por las nubes. Encontraba relaciones lógicas y armoniosas entre lo creado,<br />

leyes impuestas a la materia por voluntad al parecer inteligente, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia y conexión en los<br />

fenómenos; pero el enigma seguía, el misterio no se disipaba, la sustancia no parecía, la cantidad<br />

<strong>de</strong> incognoscible era la misma siempre. Gabriel tenía sobrada imaginación para sujetarse a la<br />

severa disciplina científica sin esperanza ni objeto, y fueron disminuyendo sus visitas al<br />

laboratorio <strong>de</strong> su amigo. ¿Y no había otra razón?... Pues, a <strong>de</strong>cir verdad...<br />

Muy aficionado a la música, Gabriel estaba abonado a una butaca <strong>de</strong>l Real - tercer turno.<br />

Resplan<strong>de</strong>cía el regio coliseo con la animación que le prestaba la buena sociedad ya completa y<br />

la restaurada monarquía: y, más que teatro, parecía elegante salón cuajado <strong>de</strong> belda<strong>de</strong>s. Al lado<br />

<strong>de</strong> Gabriel sentábanse un machucho brigadier <strong>de</strong> artillería y su joven esposa, <strong>de</strong>idad murciana, <strong>de</strong><br />

árabes ojos, que a cada acor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la música, o a cada nota <strong>de</strong> los amorosos dúos, se posaban en<br />

los <strong>de</strong>l comandante, <strong>de</strong>teniéndose un poco más <strong>de</strong> lo necesario. El brigadier, fumador<br />

empe<strong>de</strong>rnido, no recelaba salir en los entreactos <strong>de</strong>jando a su esposa bajo la salvaguardia <strong>de</strong>l<br />

subalterno. ¡Bendito señor, pensaba Gabriel, y cómo lo hizo Dios <strong>de</strong> confiado! A lo mejor el<br />

brigadier fue <strong>de</strong>stinado a Filipinas, y partió llevándose a su cara mitad. Gabriel, medio loco,<br />

según su costumbre en casos tales, habló <strong>de</strong> pedir el traslado... La hermosa brigadiera se negó,<br />

afirmando que su marido ya tenía sospechas, que el viaje era celosa precaución, y que si se<br />

encontraba con el comandante llovido <strong>de</strong>l cielo en Manila, habría la <strong>de</strong> Dios es Cristo. Y el<br />

enamorado la vio partir sin que nublase aquellos ojazos <strong>de</strong> terciopelo la humedad más leve... No,<br />

lo que es <strong>de</strong> esta vez, el comandante no hacía memoria <strong>de</strong> haber pensado en suicidios, pero cayó<br />

en misantropía amarga, rabiosa y prolongadísima que paró en un ataque <strong>de</strong> ictericia <strong>de</strong> los <strong>de</strong><br />

padre y muy señor mío. Destinado a Barcelona... ¡qué temporada la que pasó en la ciudad<br />

condal! ¿Cómo es posible aburrirse tanto y quedar con vida? A enfrascarse otra vez en los libros:<br />

152


no <strong>de</strong> filosofía ya, sino <strong>de</strong> ciencia militar, estudiando las propieda<strong>de</strong>s formidables <strong>de</strong> las materias<br />

explosivas que nuestro siglo refina y concentra a cada paso, lo mismo que si el objeto supremo<br />

<strong>de</strong> tanto a<strong>de</strong>lanto, <strong>de</strong> tanto progreso, fuese una conflagración universal. A leerse cuanto encontró<br />

sobre el asunto en revistas alemanas e inglesas, encargando obras especiales, y escribiendo dos o<br />

tres artículos en que lo resumía y exponía con bastante claridad, publicados en los periódicos y<br />

que le valieron ser citado como una gloria <strong>de</strong>l cuerpo. Por más señas que entonces fue cuando se<br />

le chamuscó la cara probando pólvora, y se le metieron unos cuantos granos en la mejilla.<br />

Ocurriole la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> gestionar que le diesen una comisión para el extranjero; lo consiguió, viajó<br />

por Francia, Alemania, Inglaterra, países que él creía cifra y compendio <strong>de</strong> la civilización<br />

posible. Al pronto, impresión pesimista: Francia era una gran tienda <strong>de</strong> modas, Alemania un<br />

vasto cuartel, Inglaterra un país <strong>de</strong> egoístas brutales y <strong>de</strong> hipócritas ñoños. Pero al regresar a<br />

España, al notar el dulce temblor que sólo las almas <strong>de</strong> cántaro pue<strong>de</strong>n no sentir en el punto <strong>de</strong><br />

hollar otra vez tierra patria, mudó <strong>de</strong> opinión sin saber por qué: echó <strong>de</strong> menos el oxigenado aire<br />

francés, y le pareció entrar en una casa venida a menos, en una comarca semi-salvaje, don<strong>de</strong> era<br />

postiza y exótica y prestada la exigua cultura, los a<strong>de</strong>lantos y la forma <strong>de</strong>l vivir mo<strong>de</strong>rno, don<strong>de</strong><br />

el tren corría más triste y lánguido, don<strong>de</strong> la gente echaba <strong>de</strong> sí tufo <strong>de</strong> grosería y miseria... Al<br />

acercarse a Madrid y atravesar los páramos que lo ro<strong>de</strong>an, al subir por la cuesta <strong>de</strong> Areneros, al<br />

ver las calles estrechas, torcidas, mal empedradas, el <strong>de</strong>sanimado comercio, al oír el canturrear<br />

<strong>de</strong> los ciegos y el pregón <strong>de</strong> la lotería, pensó encontrarse en uno <strong>de</strong> esos prehistóricos<br />

poblachones <strong>de</strong> Castilla, fosilizados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tiempo <strong>de</strong> los moros... ¡Madrid! Ese era Madrid...<br />

esa era España... ¡la España santa <strong>de</strong> sus ensueños <strong>de</strong> adolescente!<br />

Empezó a hablar, mejor dicho, a perorar don<strong>de</strong> quiera que encontraba auditorio, proponiendo<br />

una campaña activísima, especie <strong>de</strong> coalición <strong>de</strong> todos los elementos intelectuales <strong>de</strong>l país, a fin<br />

<strong>de</strong> civilizarlo e impulsarlo hacia sen<strong>de</strong>ros don<strong>de</strong> no quería el muy remolón sentar el pie... Un día,<br />

en el Centro militar, al caer la tar<strong>de</strong>, Gabriel sorprendió un diálogo <strong>de</strong> sofá a butaca.<br />

-¿Y el comandante <strong>Pardo</strong>? - preguntaba el sofá -. ¿Le ha visto usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que ha llegado <strong>de</strong> su<br />

excursión por tierras <strong>de</strong> extranjis?<br />

- Ayer me le encontré en la Carrera... - respondía la butaca.<br />

-¿Y qué cuenta? ¿Viene entusiasmado?<br />

-¿Entusiasmado? Decidido a que crucen por doquier caminos y canales. Siempre dije yo que se<br />

guillaba; pero ahora, me ratifico. Sonámbulo. Chifladísimo.<br />

- De remate - confirmó el sofá.<br />

No hizo falta más para que el gran reformador entrase a cuentas consigo mismo. -¿Será cierto,<br />

Gabriel? ¿Serás tú un chiflado, un badulaque que se mete a arreglar lo que no entien<strong>de</strong>, que todo<br />

lo intenta y <strong>de</strong> todo se cansa, y que se acerca ya a la madurez sin encontrar ancla don<strong>de</strong> amarrar<br />

el bajel <strong>de</strong> la vida? Soldadito <strong>de</strong> papel, ¿cuántos caballos te han matado ya? Pero, ¿es culpa tuya<br />

si esos caballos no los montas frescos, sino rendidos y exánimes? ¿Has pedido tú tantas<br />

gollerías? Verbigracia: ¿qué le pediste al amor? Sinceridad y firmeza. ¡Qué diantre!, tú ibas<br />

<strong>de</strong>recho al término <strong>de</strong> la pasión, que se sobrepone y <strong>de</strong>be sobreponerse a intereses mezquinos...<br />

¿Y a la filosofía, a la ciencia? Certidumbre: una regla moral para seguirla, un Dios en quien<br />

creer, a quien elevar el alma. ¿Y al uniforme que vistes, y a la patria a quien sirves, y las<br />

convicciones políticas que profesas? Un i<strong>de</strong>al a quien sacrificar todas las energías, todo el calor<br />

que te sobraba... ¡Vive Dios! Que a cada cosa le pedías tú lo justo, lo que pue<strong>de</strong> y <strong>de</strong>be contener,<br />

y nada más. ¿Es culpa tuya si el amor es distracción frívola, la ciencia nombre pomposo que<br />

disfraza nuestra ignorancia trascen<strong>de</strong>ntal y la política farsa más triste y vil que todas?<br />

Al llegar a esta parte <strong>de</strong> sus recuerdos autobiográficos, alzó Gabriel la vista al cielo, como<br />

buscando huellas <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r augusto que rige nuestro <strong>de</strong>stino terrestre. Y eso que él sabía que<br />

aquel gran espacio oscuro que le envolvía por todas partes no era más que el firmamento<br />

astronómico, con sus millares <strong>de</strong> millares <strong>de</strong> soles, <strong>de</strong> planetas, <strong>de</strong> mundos chicos y gran<strong>de</strong>s...<br />

153


¿Tendrán razón los que creen que andan las almas viajando por ahí? - pensaba, al acordarse <strong>de</strong> la<br />

muerte <strong>de</strong> su padre. Por cierto que no la había sentido con la misma fuerza que la <strong>de</strong> su hermana,<br />

porque Gabriel y don Manuel <strong>Pardo</strong> eran naturalezas que no simpatizaban: pertenecían a dos<br />

generaciones muy diversas, y en realidad no se entendían; con todo, vino el dolor natural y justo,<br />

pues siempre hace su oficio la sangre. Bastante abatido llegó Gabriel a Santiago... Y apenas hubo<br />

puesto el pie en el caserón solariego - ya suyo -, <strong>de</strong> los envejecidos muebles, <strong>de</strong> los cuadros cuyo<br />

asunto tenía clavado en la memoria, <strong>de</strong> las cortinas <strong>de</strong> apagado color, <strong>de</strong> los rincones familiares,<br />

se alzó radiante, amorosa, poetizada por la muerte y la distancia, la imagen, no <strong>de</strong> su padre, sino<br />

<strong>de</strong> su hermana Marcelina, la mamita, la única mujer que con <strong>de</strong>sinteresado amor le había<br />

querido; y aquellas lágrimas que un día lloró el alumno, el mancebo colegial, subieron ahora más<br />

que a los párpados, al corazón <strong>de</strong> Gabriel, <strong>de</strong>rramándose en benéfico rocío. Recorrió toda la<br />

casa: buscaba en ella no sé qué; tal vez un fantasma -¡el <strong>de</strong>l tiempo pasado! El caserón estaba<br />

solitario, triste, sin otros moradores que una criada antigua, cuyas perezosas chancletas, así como<br />

el hálito <strong>de</strong> un cascado reloj <strong>de</strong> pared, era lo único que pugnaba con el alto silencio <strong>de</strong> los<br />

salones y corredores vacíos. Ninguna <strong>de</strong> las tres hermanas que tenía vivas Gabriel había acudido<br />

allí para acompañarle: todas estaban casadas, la menor mal, con un estudiante <strong>de</strong> medicina, hoy<br />

médico <strong>de</strong> un partido; la otra con un hidalgo rico <strong>de</strong> la montaña; la mayor con un ingeniero<br />

andaluz, con quien residía en una provincia distante. Gabriel escudriñaba todas las habitaciones,<br />

tocaba con una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción y <strong>de</strong> pueril curiosidad los objetos que por allí andaban<br />

diseminados. En el que fue cuarto <strong>de</strong> su mamita encontró <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l tocador horquillas, una caja<br />

<strong>de</strong> polvos, un alfiler grueso: lo manoseó todo: probablemente sería <strong>de</strong> ella. Sobre la cabecera <strong>de</strong>l<br />

difundo don Manuel campeaba un ramo <strong>de</strong> pensamientos trabajado en pelo negro, encerrado en<br />

un marco <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra oscura: abajo <strong>de</strong>cía en letrita cursiva y muy regarabateada: Nucha a su<br />

querido papá. Gabriel pegó los labios al cristal, besando religiosa y lentamente la reliquia.<br />

Después se <strong>de</strong>jó caer en una butaca que tenía los muelles rotos, vencidos <strong>de</strong>l enorme peso <strong>de</strong> don<br />

Manuel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, y sus meditaciones tomaron un giro inusitado.<br />

¿Cómo no se le habría ocurrido antes? ¿Por qué, hasta que circunstancias fortuitas le arrojaron al<br />

hogar viejo, no le cruzó por las mientes i<strong>de</strong>a tan sencilla... perogrullada semejante? ¿Es posible<br />

que se pase un hombre la vida con la linterna <strong>de</strong> Diógenes en la mano, buscando sendas y<br />

probando <strong>de</strong>rroteros, cuando la felicidad le está prevenida en el cumplimiento <strong>de</strong> la ley natural?<br />

La esposa, el hijo, la familia; arca santa don<strong>de</strong> se salva <strong>de</strong>l diluvio toda fe; Jordán en que se<br />

regenera y purifica el alma.<br />

Varias veces había notado don Gabriel la irresistible ten<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> su imaginación viva, ardorosa<br />

y plástica, a construir, con la vista <strong>de</strong> un objeto, sobre la base <strong>de</strong> una palabra, un poema entero,<br />

un sistema, una teoría vasta y universal, llegando siempre a las últimas y extremas<br />

consecuencias: propensión que le explicaba fácilmente los muchos <strong>de</strong>sengaños sufridos y aquello<br />

que llamaba él caérsele muertos los caballos. Le sucedía también que la experiencia no le<br />

enseñaba a cautelar, y cada nueva construcción la emprendía con igual lujo y <strong>de</strong>rroche <strong>de</strong><br />

ilusiones y esperanzas. En la vieja poltrona paterna, ante la cama <strong>de</strong> dorado copete don<strong>de</strong> tal vez<br />

había venido al mundo, comenzó a edificar un palacio conyugal, sintiendo el tiempo perdido y<br />

lamentando no haber caído antes en la cuenta <strong>de</strong> que todo sujeto válido, todo individuo sano e<br />

inteligente, con mediano caudal, buena carrera e hidalgo nombre, está muy obligado a crear una<br />

familia, ayudando a preparar así la nueva generación que ha <strong>de</strong> sustituir a ésta tan exhausta, tan<br />

sin conciencia ni generosos propósitos.<br />

- Yo no soy un chiflado - pensaba don Gabriel, respirando sin percibirlo por la herida -. Yo soy<br />

víctima <strong>de</strong> mi época y <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> mi nación, ni más ni menos. Y nuestro <strong>de</strong>stino corre parejas.<br />

<strong>Los</strong> mismos <strong>de</strong>sencantos hemos sufrido; iguales caminos hemos emprendido, y las mismas<br />

esperanzas quiméricas nos han agitado. ¿Fue estéril todo? ¿Hemos perdido malamente el<br />

tiempo? ¿Sentenciados vivimos a no producir ni fundar cosa alguna? Cansados, sí, porque el<br />

cansancio sigue a la lucha; pero ¿no hemos aprendido, ni progresado nada? Yo, sin ir más lejos,<br />

154


¿soy el mismo que cuando salí <strong>de</strong>l colegio? ¿No ha ganado algo mi educación externa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

frecuenté el gran mundo? El suceso <strong>de</strong> mis amoríos malogrados ¿no me curó y preservó <strong>de</strong><br />

ilícitos y torpes <strong>de</strong>vaneos? Aquellos libros que no me dieron la certeza, ¿por ventura no me<br />

cultivaron y ensancharon el entendimiento, no me hicieron más recto, más tolerante y más<br />

reflexivo? Mis sueños <strong>de</strong> gloria militar, mis rachas políticas, ¿no sirven, cuando menos, para<br />

probarme a mí mismo que aspiro a algo superior, que me intereso por mi raza y por mi patria,<br />

que siento y que vivo? No, Gabriel, lo que es <strong>de</strong> eso no hay por qué arrepentirse. Y a no ser por<br />

tus años <strong>de</strong> peregrinación y aprendizaje, ¿valdrías hoy para fundar casa, para contribuir en la<br />

medida <strong>de</strong> tus fuerzas a la regeneración <strong>de</strong> la sociedad y a la <strong>de</strong>puración <strong>de</strong> las costumbres... para<br />

formar a tus hijos... ¡si Dios...!<br />

Cuando el nombre divino surgía, ya que no <strong>de</strong> los labios, <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong>l comandante, iba el<br />

crepúsculo lento <strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> Mayo difumando los objetos y haciendo más<br />

melancólica la soledad <strong>de</strong>l vacío dormitorio paternal. Sintió Gabriel que el corazón se le llenaba<br />

<strong>de</strong> ternura, y no sabiendo cómo <strong>de</strong>sahogarla, llamó cariñosamente a la <strong>de</strong>crépita servidora, y en<br />

tono festivo, en voz casi humil<strong>de</strong>, pidiole que trajese luz.<br />

Así que la bujía quedó colocada sobre la cómoda <strong>de</strong> su padre, fijáronse los ojos <strong>de</strong> Gabriel en el<br />

antiguo mueble, muy distinto <strong>de</strong> los que hoy se construyen. La cubierta hacía <strong>de</strong>clive, y<br />

recordaba Gabriel que al abrirse formaba un escritorio, <strong>de</strong>scubriendo una especie <strong>de</strong> templete<br />

con columnas, y múltiples cajoncitos adornados <strong>de</strong> raros herrajes, que ocultaban secretos.<br />

¡Secretos! De niño, esta palabra le infundía curiosidad rabiosa y una especie <strong>de</strong> terror...<br />

¡Secretos! Sonriose, sacó <strong>de</strong>l bolsillo un llavero, probó varias llavecicas... Una servía... Cayó la<br />

cubierta, y los <strong>de</strong>dos impacientes <strong>de</strong> Gabriel empezaron a escudriñar los famosos secretos <strong>de</strong> la<br />

cómoda, cual si en ellos se encerrase algún escondido tesoro... <strong>Los</strong> buenos <strong>de</strong> los secretos no<br />

tenían mucho <strong>de</strong> tales, y cualquier ratero, por torpe que fuese, lograría como Gabriel hacer girar<br />

sobre su base las dos columnas <strong>de</strong>l templete, y poner patente el hueco que existía <strong>de</strong>trás. Calle...<br />

pues había algo allí. Rollos <strong>de</strong> dinero... <strong>Los</strong> <strong>de</strong>shizo: eran moneditas <strong>de</strong> premio, Carlos terceros y<br />

cuartos, guardados sin duda por su padre para evitarles la ignominia <strong>de</strong> la refundición... Y allá,<br />

en el fondo, muy en el fondo, un papel amarillento ya por las dobleces, atado con una sedita<br />

negra... Maquinalmente lo cogió, lo abrió, rompió la sedita. Cayó una sortija <strong>de</strong> oro con perlas<br />

menudas, y vio Gabriel, cuyo corazón literalmente brincaba contra la carne <strong>de</strong>l pecho, que el<br />

papel era una carta, escrita con tinta ya <strong>de</strong>scolorida, y letra no muy suelta. Sus ojos, vidriados por<br />

un velo <strong>de</strong> humedad, leyeron casi <strong>de</strong> una ojeada: -«Querido papá, felicito a usted los días; sabe<br />

Dios quién vivirá el año que viene; hágame el favor, si me empeoro, <strong>de</strong> darle a mi hermano<br />

Gabriel la sortijita adjunta, y que mucho me acuerdo <strong>de</strong> él y le quiero; que si yo llego a faltar, ahí<br />

queda mi niña. Usted y él no <strong>de</strong>jarán <strong>de</strong> mirar por ella: moriré tranquila confiando en eso...».<br />

Una lágrima, una verda<strong>de</strong>ra lágrima, redonda y rápida en su curso, se precipitó sobre la firma -<br />

«Su amante hija, Marcelina <strong>Pardo</strong>».<br />

El comandante apoyó el papel contra los ojos al escon<strong>de</strong>r la cara en las manos, y se reclinó en la<br />

cómoda, vencido por uno <strong>de</strong> esos terremotos <strong>de</strong>l corazón que modifican las actitu<strong>de</strong>s y las elevan<br />

a la altura trágica sin que lo advirtamos nosotros mismos... Pasados quince minutos, alzó la<br />

frente, con una firme resolución y una promesa.<br />

La misma que repetía ahora a la majestuosa noche.<br />

- IX -<br />

Tan enamorado estaba Juncal <strong>de</strong> las buenas trazas y discreción <strong>de</strong> su huésped, que al día<br />

siguiente quiso entrarle en persona el chocolate, varios periódicos, un mazo <strong>de</strong> tolerables regalías<br />

y una cal<strong>de</strong>retilla con agua caliente por si acostumbraba afeitarse. No le maravilló poco<br />

encontrar a don Gabriel ya en pie, calzado y vestido. ¡Qué madrugador! ¡Y en ayunas! ¿Qué tal<br />

155


el brazo? ¿Preferiría don Gabriel el chocolate en la huerta, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los limoneros? Don Gabriel<br />

dijo que sí, que lo prefería.<br />

Razón llevaba en ello, porque la mañanita estaba fresca, el azahar trascendía a gloria, y sobre la<br />

rústica mesilla <strong>de</strong> piedra encandilaba los ojos y excitaba el paladar la vista <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ja con el<br />

pocillo <strong>de</strong> Caracas, la pella <strong>de</strong> manteca recién batida, que aún rezumaba suero, el vaso <strong>de</strong> agua<br />

serenada en el pozo, el pan <strong>de</strong> dorada corteza y las lengüetas rubias <strong>de</strong> los bizcochos finamente<br />

espolvoreados <strong>de</strong> azúcar.<br />

- Su señora <strong>de</strong> usted es una gran ama <strong>de</strong> casa - observó jovialmente don Gabriel al sorber el<br />

último residuo <strong>de</strong>l aromático chocolate -. Nos trata a cuerpo <strong>de</strong> rey. Es increíble el gusto con que<br />

se come en el campo, y qué bien sabe todo. Parece que se le quitan a uno diez años <strong>de</strong> encima.<br />

Con efecto, fuese por obra <strong>de</strong>l campo o por otras causas, semejaba remozado el huésped <strong>de</strong><br />

Juncal.<br />

-¿Usted quiere ir esta tar<strong>de</strong> a casa <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, sin falta? ¿No sería mejor <strong>de</strong>scansar otro<br />

diita en mi choza?<br />

- Me urge, amigo Juncal. Pero si usted por esa ojeriza que profesa al clero, no quiere<br />

acompañarme... - murmuró don Gabriel risueño, limpiándose los bigotes con encarnizamiento, a<br />

fuer <strong>de</strong> hombre pulcro.<br />

-¿Quién?, ¿yo?, ¿a casa <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>? ¡Por vida <strong>de</strong>l chápiro ver<strong>de</strong>! Si todos fuesen como<br />

ese... me parece que acabaría por volverme beato.<br />

- No todos pue<strong>de</strong>n ser iguales, señor don Máximo, usted bien lo sabe.<br />

- Mire usted, natural sería que el clero... Digo, creo que les tocaba dar ejemplo a los <strong>de</strong>más.<br />

- El clero es el reflejo <strong>de</strong> la sociedad en que vivimos. No estamos ahora en los primeros siglos<br />

<strong>de</strong>l cristianismo - replicó con cierta malicia discreta don Gabriel mirando a Juncal que echaba<br />

lumbres con un eslabón para darle mecha encendida, pues a causa <strong>de</strong>l viento y <strong>de</strong> las caminatas,<br />

el médico había proscrito los fósforos.<br />

- Ríase usted <strong>de</strong> cuentos... Bien gordos y repolludos andan los tales parrocetáceos - refunfuñó<br />

Máximo empleando el vocabulario peculiar <strong>de</strong>l Motín- a cuenta <strong>de</strong> nuestra bobería... Más tocino<br />

tiene el Arcipreste encima <strong>de</strong> su alma, que siete puercos cebados.<br />

- Pues en realidad, la profesión es <strong>de</strong> las menos lucrativas que hoy se pue<strong>de</strong>n seguir. ¿Por<br />

ambición, quién diablos va a hacerse clérigo? Amigo, seamos razonables. Antaño, <strong>de</strong>cir<br />

canónigo era <strong>de</strong>cir hombre <strong>de</strong> vida regalona y riñón cubierto; hogaño el canónigo a quien le<br />

alcanza el sueldo para comer principio y llevar manteos <strong>de</strong>centes, se tiene por dichoso. Un cura<br />

<strong>de</strong> al<strong>de</strong>a es un pobre <strong>de</strong> solemnidad: cuando más, llegará a don<strong>de</strong> llegue un labriego acomodado:<br />

a tener la <strong>de</strong>spensa regularmente abastecida; y eso, para un hombre que recibió cierta instrucción<br />

y tiene por consecuencia necesida<strong>de</strong>s que no tiene el labriego... ya usted ve... Esto lo sabrá usted<br />

mejor que yo, porque hasta ahora mi carrera me mantuvo alejado <strong>de</strong> Galicia.<br />

-¿Es usted artillero, señor don Gabriel?<br />

- Para servir a usted.<br />

- Por muchísimos años. ¿Grado?<br />

- Comandante efectivo. Hoy exce<strong>de</strong>nte, a petición mía. Convénzase usted: al clero no le<br />

po<strong>de</strong>mos exigir tantas cosas.<br />

- Pero usted también sabe <strong>de</strong> sobra... ¿porque usted habrá viajado?, ¿eh?<br />

- Sí, he estado algún tiempo en el extranjero.<br />

- En otras partes, la ilustración, la moralidad...<br />

- Moralidad... Sí... Pero el hombre es hombre en todas partes. El clero protestante, en Inglaterra<br />

por ejemplo, alar<strong>de</strong>a <strong>de</strong> muy moral; sólo que un vicario protestante, en resumidas cuentas, es un<br />

hombre casado, un empleado con buen sueldo y respetadísimo; ¿qué ha <strong>de</strong> hacer? ¿Tendría usted<br />

disculpa si incurriese en algún <strong>de</strong>sliz, amigo Juncal, con esa bella, complaciente y hacendosa<br />

mitad, y esta dorada medianía que goza? Y a<strong>de</strong>más toma usted un chocolate... ¡Cuántas veces<br />

156


habrá usted echado en cara a los frailes la afición a chocolatear! ¡Pues lo que es usted... no se<br />

<strong>de</strong>scuida!<br />

Dijo esto don Gabriel golpeando familiarmente en el hombro <strong>de</strong>l médico, porque veía a éste<br />

colgado <strong>de</strong> su boca y oyéndole como a un oráculo, y no quería poner cátedra. Sucedíale a veces<br />

avergonzarse <strong>de</strong>l calor que involuntariamente tenían sus palabras al discutir o afirmar, y para<br />

disimularlo recurría a la ironía y a la broma. Juncal se extasiaba encontrando tanta sencillez y<br />

llaneza en aquel hombre cuya superioridad intelectual, social y hasta psíquica le había<br />

subyugado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer instante.<br />

- Vamos - pensaba para su capote -, que aunque fuese mi hermano no estaría más contento <strong>de</strong><br />

tenerle aquí. Y todo cuanto dice me convence... No sé disputar con él, ¡qué rábano! - Echose el<br />

sombrero atrás con un papirotazo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do cordial sobre la yema <strong>de</strong>l pulgar, a<strong>de</strong>mán muy suyo<br />

cuando quería explicar <strong>de</strong>tenidamente alguna cosa, y añadió:- Mire usted, así que conozca al<br />

cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> y le compare con los <strong>de</strong>más... Se quita la camisa por dársela a los pobres: no alza<br />

los ojos <strong>de</strong>l suelo: dicen que hasta trae cilicio... Apenas quiere cobrar a los feligreses ni oblata, ni<br />

<strong>de</strong>rechos, ni nada, y su criado (porque ese no entien<strong>de</strong> <strong>de</strong> amas ni <strong>de</strong> bellaquerías) está que trina,<br />

como que les falta a veces hasta para arrimar el puchero a la lumbre.<br />

- Bien, ese ya es un santo - repuso Gabriel -. ¡Si abundase tal género, qué mayor milagro! Pero<br />

en general, ¿qué va usted a exigirle, señor don Máximo, a una clase tan mal retribuida? ¿Qué<br />

instrucción, dice usted? ¿Sabe usted lo que cuesta la carrera <strong>de</strong> un seminarista? Una futesa,<br />

porque si costase mucho, la Iglesia no podría sostenerlos... ¡Instrucción! ¿Dón<strong>de</strong> se recluta la<br />

clase sacerdotal? Entre los labriegos o los muchachos más pobres <strong>de</strong> las poblaciones. La clase<br />

media, que es la cantera <strong>de</strong> que se extraen hoy los sabios, buena gana tiene <strong>de</strong> enviar al<br />

seminario sus hijos... <strong>Los</strong> manda a las universida<strong>de</strong>s, y <strong>de</strong> allí, si pue<strong>de</strong>, al Parlamento, caminito<br />

<strong>de</strong>l Ministerio, o al menos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino pingüe... En las clases altas, por milagro aparece una<br />

vocación al sacerdocio: ¡los tiempos no son <strong>de</strong> fe! La aristocracia es <strong>de</strong>vota, mas no lo bastante<br />

para producir otro duque <strong>de</strong> Gandía. Y los pocos que se inclinan a la Iglesia, van a las ór<strong>de</strong>nes,<br />

en particular a los jesuitas. Así y todo, nuestro episcopado, señor <strong>de</strong> Juncal, le aseguro a usted<br />

que compite con cualquiera <strong>de</strong> Europa, en luces y en piedad... Y nuestro clero parroquial, aunque<br />

algo atrasado y díscolo, posee virtu<strong>de</strong>s y cualida<strong>de</strong>s que no son <strong>de</strong> <strong>de</strong>spreciar.<br />

- Es usted... - preguntó Juncal con la cara más afligida <strong>de</strong>l mundo - es usted... neocatólico, por lo<br />

visto.<br />

- No, nada <strong>de</strong> eso - respondió apaciblemente Gabriel -. Soy, platónicamente hablando,<br />

avanzadísimo; tengo i<strong>de</strong>as mucho más disolventes que las <strong>de</strong> usted solamente... Pero ¡qué<br />

limoneros tan hermosos!<br />

Tomó una rama y respiró con <strong>de</strong>licia los cálices blancos, <strong>de</strong> pétalos duros como la cuajada cera.<br />

- Estoy encantado con mi tierra, don Máximo... Es <strong>de</strong> los países más poéticos y hermosos que se<br />

pue<strong>de</strong>n soñar. Yo no conocía ni esa parte <strong>de</strong> Vigo, tan pintoresca, tan amena, ni esto <strong>de</strong> aquí; y lo<br />

poco que ya he visto, me seduce... El suelo y el cielo, una <strong>de</strong>licia; el entresuelo... gente amable y<br />

cariñosa hasta lo sumo; las mujeres parece que le arrullan a uno en vez <strong>de</strong> hablarle.<br />

-¿Mecha otra vez?<br />

- Gracias, no fumo más. ¿Vamos a saludar a la señora? Aún no le hemos dado los buenos días.<br />

- Catalina apreciará tanto... Pero a estas horas... va en el molino, <strong>de</strong> seguro. Así que alistó el<br />

chocolate, le faltó tiempo para recrearse con aquel barullo <strong>de</strong> dos mil diablos que arman las<br />

parroquianas...<br />

Una mariposilla blanca, la vanesa <strong>de</strong> las coles que abundaban por allí, vino revoloteando a<br />

posarse en el sombrero <strong>de</strong> Juncal. Don Gabriel tendió los <strong>de</strong>dos índice y pulgar entreabiertos,<br />

para asirla <strong>de</strong> las alas. La mariposa, como si olfatease aquellos amenazadores <strong>de</strong>dos, voló con<br />

gran rapi<strong>de</strong>z, muy alto, entre la radiante serenidad matutina. Don Gabriel la siguió con los ojos<br />

estirando el pescuezo, y el médico reparó en lo bien cuidada (sin afeminación) que traía la barba<br />

el comandante. Cada pormenor acrecentaba la simpatía en el médico, que estancado en la cultura<br />

157


<strong>de</strong> los años universitarios, arrinconado en un poblachón, olvidado ya, a fuerza <strong>de</strong> bienestar<br />

material y <strong>de</strong> pereza mental, <strong>de</strong> sus antiguas lecturas científicas, y sus gran<strong>de</strong>s teorías higiénicas,<br />

conservaba no obstante la facultad <strong>de</strong> respetar y admirar, en un grado casi supersticioso, cuando<br />

veía en alguien la plenitud <strong>de</strong> circulación y el oxígeno intelectual que él había ido perdiendo<br />

poco a poco. A<strong>de</strong>más, ¡era tan cortés, resuelto, <strong>de</strong>spejado y afable aquel señor!<br />

Gabriel permanecía con los ojos medio guiñados, como cuando seguimos un objeto distante. Sin<br />

embargo, la mariposa había <strong>de</strong>saparecido hacía tiempo. El artillero se volvió <strong>de</strong> repente.<br />

- Don Máximo, ¿me hará usted el favor <strong>de</strong> contestar francamente a varias preguntas que tengo<br />

que hacerle?<br />

- Señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>, por Dios... Me manda y yo obe<strong>de</strong>zco. En cuanto le pueda servir...<br />

- Pensaba enten<strong>de</strong>rme con el abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>; pero por la <strong>de</strong>scripción que usted me hace <strong>de</strong> él,<br />

temo... ¿cómo diré?... temo que sea uno <strong>de</strong> esos seres angelicales, pero inocentes y pacatos, que<br />

no le sacan a uno <strong>de</strong> dudas... y que a<strong>de</strong>más, por lo mismo que son buenos, conocen mal a la<br />

gente que les ro<strong>de</strong>a. (A medida que hablaba don Gabriel, aprobaba más enérgicamente con la<br />

cabeza el médico, murmurando -¡por ahí, por ahí!) Usted es un hombre inteligente y honrado,<br />

Juncal...<br />

Ruborizose este como se ruborizan los morenos, dorándosele la piel hasta por las sienes, y con<br />

algo atragantado en la nuez, murmuró:<br />

- Honrado... eso sí... Me tengo por honrado, señor don Gabriel. Tanto como el que más.<br />

- Pues yo fío en usted enteramente. Sepa que he venido aquí con objeto <strong>de</strong> casarme...<br />

Abrió Juncal dos ojos tamaños como dos aros <strong>de</strong> servilleta.<br />

-...Con mi sobrina, la señorita <strong>de</strong> Moscoso.<br />

-¿La señorita <strong>de</strong> Moscoso? - exclamó el médico apenas repuesto <strong>de</strong> la sorpresa -. ¿Qué me dice,<br />

don Gabriel? ¿La señorita Manolita? ¡No sabía ni lo menos!<br />

- Ya lo creo - repuso Gabriel soltando la risa -. Como que tampoco lo sabía yo mismo pocos días<br />

hace; ni lo sabe nadie aún. Es usted la primera persona a quien se lo cuento.<br />

Juncal sintió dulce cosquilleo en la vanidad, y aturrullado <strong>de</strong> puro satisfecho, trató <strong>de</strong> formular<br />

varias preguntas, que Gabriel atajó a<strong>de</strong>lantándose a ellas.<br />

- Diré a usted, para que comprenda mi propósito, que la persona a quien más quise yo en el<br />

mundo fue mi pobre hermana Marcelina, la que casó con don Pedro Moscoso; y si hay cielo -<br />

aquí le tembló un poco la voz a don Gabriel- allí <strong>de</strong>be estar pidiendo por mí, porque fue una...<br />

már... una santa. Al morir me <strong>de</strong>jó encargada su hija; no lo supe hasta que mi padre falleció. Yo<br />

me encuentro hoy libre, no muy viejo aún, sin compromisos ni lazos que me aten, con regular<br />

hacienda y <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong>l calor <strong>de</strong> una familia. Teniendo Manolita padre como tiene, un tío... no<br />

está autorizado para velar por ella. Un marido, es otra cosa. Si no le repugno a mi sobrina y<br />

quiere ser mi mujer... Estoy <strong>de</strong>terminado a casarme cuanto antes.<br />

Oía Juncal, y poniendo las manos en los hombros <strong>de</strong>l artillero, respondió vagamente, cual si<br />

hablase consigo mismo:<br />

- En efecto... no hay duda que... Realmente, ¿quién mejor? La verdad es...<br />

Miró don Gabriel, sonriéndose <strong>de</strong> alegría, al médico. Su corazón se dilataba dulcemente con la<br />

confi<strong>de</strong>ncia, y se le ocurría que por la serena atmósfera revoloteaba un porvenir dichoso,<br />

columpiado en el espacio infinito, como la mariposilla blanca, que una superstición popular cree<br />

nuncio <strong>de</strong> dicha. Clavó sus ojos garzos en el médico: la luz <strong>de</strong>l día hacía centellear en ellos<br />

filamentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>rretido oro. Se había guardado los quevedos en el bolsillo, y parpa<strong>de</strong>aba como<br />

suelen los miopes cuando la claridad les <strong>de</strong>slumbra.<br />

- Francamente, Juncal, no conozco a mi sobrina Manuela ni sé... ¿Cómo es?<br />

- El retrato <strong>de</strong> su difunta madre, que esté en gloria - respondió muy cristianamente el tremendo<br />

clerófobo Juncal.<br />

-¡De su madre! - repitió el artillero extasiado.<br />

158


- Pero más buena moza, no <strong>de</strong>spreciando a la pobre señorita... La madre era... algo bisoja y<br />

<strong>de</strong>lgada... Ésta mira <strong>de</strong>recho, y tiene unos ojazos como moras maduras... Alta, carnes apretaditas,<br />

morena con tanto andar al sol... buenas trenzas <strong>de</strong> pelo negro... y bien constituida. No digamos<br />

que sea una chica hermosísima, porque no tiene las perfecciones allá hechas a torno; pero pue<strong>de</strong><br />

campar en cualquier parte... Vaya si pue<strong>de</strong>.<br />

- Si se parece a Nucha, para mí ha <strong>de</strong> ser un serafín, don Máximo.<br />

- Y a usted se parece también, no se ría, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>... Ya sabe que a usted lo saqué yo ayer<br />

en el coche, por su hermana.<br />

- Siempre hay eso que se llama aire <strong>de</strong> familia... Don Máximo, mire usted que aún no he<br />

empezado, como quien dice, a preguntar lo que quiero saber. Yo he sido franco con usted, ¿usted<br />

lo será conmigo?<br />

- No faltaba más. Aunque me fuera la vida en respon<strong>de</strong>r.<br />

- Diga usted. Mi cuñado...<br />

- X -<br />

Juncal terminó la semblanza y biografía <strong>de</strong> don Pedro Moscoso y <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, conocido por<br />

marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, con las siguientes filosóficas reflexiones:<br />

- No todos sus <strong>de</strong>fectos hay que imputárselos a él, sino (hablemos claro) a la crianza empecatada<br />

que le dieron... Sería mejor que se educase él solito o con los perros y las liebres, que en po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> aquel tutor tan animal, Dios me perdone... y tan listo para sus conveniencias... ¡Y se llamaba<br />

como usted, don Gabriel!<br />

El comandante sonrió.<br />

- Maldito lo que se parecen... Como iba diciendo, yo, hace años, muchos años, que no pongo los<br />

pies en los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquellas elecciones dichosas en que anduve contra don Pedro...<br />

Porque lo primero <strong>de</strong> todo son las i<strong>de</strong>as y los principios, ¿verdad, don Gabriel?<br />

- Sin duda, sobre todo cuando uno los ha pesado y examinado y está seguro <strong>de</strong> su bondad -<br />

respondió el artillero.<br />

- Tiene usted razón. A veces se calienta la cabeza, y hace uno disparates... pero en fin, yo soy<br />

liberal <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nací, y en vez <strong>de</strong> enfriar con los años, me exalto más.<br />

-¿Dice usted que no va usted por allí? ¿Cómo anda <strong>de</strong> salud... mi cuñado?<br />

- Regular... está muy grueso y pa<strong>de</strong>ce bastante <strong>de</strong> la gota, como el difunto tío, por lo cual dicen<br />

que gasta muy mal humor, y que ha perdido la agilidad, <strong>de</strong> manera es que no pue<strong>de</strong> salir a caza<br />

como antes.<br />

- Y... ¡acuér<strong>de</strong>se usted <strong>de</strong> que me ha prometido ser franco! ¿Y... esa mujer que tiene en casa?<br />

- Mire usted, como yo no voy por allí... con repetirle lo que se cuenta... y unos hablan <strong>de</strong> un<br />

modo y otros <strong>de</strong> otro; pero yo me atendré a lo que dicen los más formales y los que acostumbran<br />

ir a los Pazos. Usted ya sabe que tal mujer estaba en la casa antes <strong>de</strong> casarse su señor cuñado;<br />

enredados los dos, por supuesto, y el padre siendo el verda<strong>de</strong>ro mayordomo y en realidad el<br />

dueño <strong>de</strong> la casa, aunque por plataforma trajeron allí al infeliz <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que no sirve<br />

para el caso... Había un chiquillo precioso, y pasaba por hijo <strong>de</strong>l marqués. Pero resultó que<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la boda <strong>de</strong> don Pedro, la muchacha por su parte se empeñó en casarse con un paisano<br />

<strong>de</strong> quien estaba enamoradísima, y a quien le colgó, ¿usted se entera?, el milagro <strong>de</strong>l rapaz. Este<br />

paisano, que ahora anda hecho un caballero, siempre <strong>de</strong> tiros largos, se llama el Gallo <strong>de</strong> apodo,<br />

y nadie le conoce sino por el apodo o por el Gaitero <strong>de</strong> Naya, porque lo fue; y el remoquete <strong>de</strong><br />

Gallo se lo pusieron sin duda por lo bien plantado y arrogante mozo, que lo es, mejorando lo<br />

presente. Un poco antes mataron al padre <strong>de</strong> la muchacha...<br />

-¿No le asesinaron por una cuestión electoral?<br />

- Justo... Según eso ¿está usted en autos?<br />

159


- Uno que venía conmigo en la berlina... el Arcipreste no... el otro...<br />

-¿Trampeta?<br />

- Pequeño, vivaracho, entrecano...<br />

- El mismo. Pues le contó verdad. Al gran pillastre <strong>de</strong> Primitivo me lo <strong>de</strong>spabilaron <strong>de</strong> un<br />

trabucazo, en venganza <strong>de</strong> que los había vendido a última hora, tanto que les hizo per<strong>de</strong>r la<br />

elección (Juncal bajó la voz involuntariamente). ¿Ve usted aquellas tapias, pasadas las<br />

primeras... don<strong>de</strong> asoman las ramas <strong>de</strong> un cerezo con fruta? Pues son las <strong>de</strong>l huerto <strong>de</strong><br />

Barbacana, el cacique más temible que hubo en el país... Dicen que ese or<strong>de</strong>nó la ejecución,<br />

aunque el verdugo fue una especie <strong>de</strong> facineroso que anda siempre a salto <strong>de</strong> mata, <strong>de</strong> aquí a<br />

Portugal y <strong>de</strong> Portugal aquí...<br />

Gabriel meditaba, sepultando la quijada en el pecho. Luego se caló distraídamente los quevedos.<br />

- Así somos, amigo Juncal... Un país imposible, en ese terreno sobre todo. Antes que aquí se<br />

formen costumbres en armonía con el constitucionalismo, tiene que ir una poca <strong>de</strong> agua a su<br />

molino <strong>de</strong> usted... Decía cierto hombre político que el sistema parlamentario era una cosa<br />

excelente, que nos había <strong>de</strong> hacer felices <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> setecientos años... Yo entiendo que se quedó<br />

corto. Al caso; dígame todo lo concerniente a la historia...<br />

- Hoy en día, a Barbacana ya lo llevan acorralado, y se cree que trata <strong>de</strong> levantar la casa e irse a<br />

morir en paz a Orense... Porque va viejo, y no le <strong>de</strong>jan respirar sus enemigos. El que vino con<br />

usted, Trampeta, con el aquel <strong>de</strong> protegido <strong>de</strong> Sagasta, es ahora quien sierra <strong>de</strong> arriba... En fin,<br />

todo ello para nuestro cuento importa un comino. Así que mataron al padre, la muchacha se casó<br />

con su Gallo y cuando se creía que el marqués los iba a echar con cajas <strong>de</strong>stempladas, resulta que<br />

se quedan en la casa, ellos y el rapaz, y que está su señor cuñado contentísimo con tal muñeco...<br />

Esto fue antes, muy poco antes <strong>de</strong> morir la señorita, su hermana...<br />

Gabriel suspiró, juntando rápidamente el entrecejo.<br />

- No había quedado nada fuerte <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el nacimiento <strong>de</strong> la niña: yo la asistí, y necesité echar<br />

mano <strong>de</strong> todos los recursos <strong>de</strong> la ciencia para que...<br />

-¿Usted asistió a mi hermana? - exclamó el artillero, cuyos ojos <strong>de</strong>stellaron simpatía, casi<br />

ternura, hume<strong>de</strong>ciéndose con esa humedad que es como el primer vaho <strong>de</strong> una lágrima antes <strong>de</strong><br />

subir a empañar la pupila.<br />

- Entonces, sí señor; que <strong>de</strong>spués, como dije a usted, el marqués hizo punto en no volverme a<br />

llamar... La pobre señora se quedó, según dicen, como un pajarito; se le atravesaron unas flemas<br />

en la garganta...<br />

<strong>Los</strong> ojos <strong>de</strong> Gabriel, ya secos, ardientes y escrutadores, se posaron en Juncal.<br />

- Don Máximo, ¿cree usted en su conciencia que mi hermana murió <strong>de</strong> muerte natural? -<br />

pronunció con tal acento, que el médico tartamu<strong>de</strong>aba al contestar:<br />

- Sí señor... ¡sí señor!, ¡sí señor! Puedo atestiguarlo con sólo una vez que la vi en la feria <strong>de</strong><br />

Vilamorta, don<strong>de</strong> estaba comprando no sé qué, allá unos seis meses antes <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sgracia. La<br />

fallé y dije (pue<strong>de</strong> usted creerme como estamos aquí y Dios en el cielo): - No dura medio año<br />

esta señorita -. (Pasose Gabriel la mano por la frente). Don Gabriel - prosiguió el médico -, ¿qué<br />

le hemos <strong>de</strong> hacer? Su hermana era <strong>de</strong>licada; necesitaba algodones; encontró tojos y espinas...<br />

De todas las maneras, ella siempre fue poquita cosa... Volviendo a la niña, no digamos que su<br />

padre la maltrate, pero apenas le hace caso... Él contaba con un varón, y recuerdo que cuando<br />

nació la pequeña, ya renegó y echó por aquella boca una ristra <strong>de</strong> barbarida<strong>de</strong>s... Al que adora es<br />

al chiquillo <strong>de</strong> la Sabel. Si lo querrá, que hasta que se ha empeñado en que estudie, y lo manda a<br />

Orense al Instituto, y piensa enviarlo a Santiago a concluir carrera... El muchacho anda lo mismo<br />

que un mayorazgo: su buen reloj <strong>de</strong> oro, su buena ropa <strong>de</strong> paño, la camisola fina, el bastoncito o<br />

el látigo cuando va a las ferias... y yegua para montar, y dinero en el bolsillo...<br />

Asió Juncal con misterio la solapa <strong>de</strong> la americana <strong>de</strong> don Gabriel, y arrimando la boca a su oído<br />

susurró:<br />

- Dicen que le quiere <strong>de</strong>jar bajo cuerda casi todo cuanto tiene...<br />

160


En vez <strong>de</strong> fruncir el ceño el artillero, <strong>de</strong>spejose su encapotada fisonomía, y contestó en voz<br />

serena:<br />

- Ojalá. ¿Se admira usted <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>sinterés? Pues no hay <strong>de</strong> qué. Es cierto que consi<strong>de</strong>ro<br />

obligación <strong>de</strong>l hombre sostener la familia que crea al casarse; pero no soy <strong>de</strong> esos tipos que tanto<br />

les gustan a los autores dramáticos <strong>de</strong> ahora, que no se casan con una mujer <strong>de</strong> quien están<br />

perdidamente enamorados, sólo porque es rica. En el caso presente me alegro, porque cuantas<br />

menos esperanzas <strong>de</strong> riqueza tenga mi sobrina, más fácilmente se avendrán a dármela, a mí que<br />

no he <strong>de</strong> exigir dote... Confieso que tenía yo mis miedos <strong>de</strong> que me diese calabazas mi señor<br />

cuñado. Verdad es que como no me las dé Manolita, soy abonado hasta para robarla... ni más ni<br />

menos que en las novelas <strong>de</strong> allá <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong>l rey que rabió.<br />

Miró Juncal la fisonomía <strong>de</strong>l artillero, a ver si hablaba en broma o en veras. Revelaba cierta<br />

juvenil intrepi<strong>de</strong>z, y la resolución <strong>de</strong> poner por obra gran<strong>de</strong>s hazañas, a pesar <strong>de</strong> los blancos hilos<br />

sembrados por la barba y el pelo que escaseaba en las sienes.<br />

- Si ella no me quiere... y bien pue<strong>de</strong> ser, que al fin soy viejo para ella... (Juncal hizo con manos<br />

y rostro furiosos signos negativos)... entonces, no habrá rapto. De todos modos, por cuestión <strong>de</strong><br />

cuartos, no se ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>shacer la boda: yo lo fío. Aparte <strong>de</strong> que, siendo ese chico hijo <strong>de</strong>l<br />

marqués, natural me parece que le toque algo <strong>de</strong> la fortuna paterna.<br />

-¿Quién sabe <strong>de</strong> quién es el chico? Y es como un pino <strong>de</strong> oro.<br />

-¿Más lindo que mi sobrina? Mire usted que voy a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r, sin haberla visto, como el ingenioso<br />

hidalgo, que es la más hermosa mujer <strong>de</strong> la tierra.<br />

- De fea no tiene nada: pero <strong>de</strong> vestir, la traen... así... nada más que regular. Muchas veces no se<br />

diferencia <strong>de</strong> una costurerita <strong>de</strong> Cebre... Vamos, la pobre tuvo poca suerte hasta el día.<br />

- A arreglar todo eso venimos - contestó Gabriel levantándose, como <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> echar a andar<br />

sin dilación en busca <strong>de</strong> su futura esposa. Su huésped le imitó.<br />

- Entonces, ¿a qué hora <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> quiere usted salir para la rectoral <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>? - preguntó muy<br />

solícito.<br />

- He mudado <strong>de</strong> plan; ya no voy... Iré <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un par <strong>de</strong> días a saludar al señor cura. Tengo por<br />

usted cuantos informes necesito, y puedo presentarme hoy mismo en los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> sin<br />

inconveniente alguno.<br />

-¿Le corre tanta prisa?<br />

-¿Qué quiere usted? Cuando uno está enamorado...<br />

Juncal se rió, y volvió a mirar a su interlocutor, gozándose en verle tan animoso. El sol ascendía,<br />

la proyección <strong>de</strong> sombra <strong>de</strong> las tapias y el emparrado empezaba a acortarse. Por la puerta <strong>de</strong>l<br />

huerto asomó una figura humana inundada <strong>de</strong> luz, <strong>de</strong> frescura y color: era una mujer, Catuxa,<br />

con el <strong>de</strong>lantal recogido y levantado, lleno <strong>de</strong> ahechaduras <strong>de</strong> trigo que arrojaba a puñados en<br />

torno suyo chillando agudamente: - Pitos, pitos, pitos... pipí, pipí, pipí...-. Seguíanla los pollos<br />

nuevos, amarillos como canarios, con sus listos ojillos <strong>de</strong> azabache, con sus corpezuelos que aún<br />

conservaban la forma <strong>de</strong>l cascarón, columpiados sobre las patitas en<strong>de</strong>bles. Detrás venía la<br />

gallina, una gallina pedreña, grave y cacareadora, honrada madre <strong>de</strong> familia, llena <strong>de</strong> dignidad. A<br />

la nidada seguía una horda confusa <strong>de</strong> volátiles: pollos flacos y belicosos, gallinas jóvenes muy<br />

púdicas y mo<strong>de</strong>stas, muy sumisas al hermosísimo bajá, al gallo rojizo con cresta <strong>de</strong> fuego y ojos<br />

<strong>de</strong> ágata <strong>de</strong>rretida, que las custodiaba y les señalaba con un cacareo lleno <strong>de</strong> <strong>de</strong>ferencia el<br />

sustento esparcido, sin dignarse probarlo. Don Gabriel se <strong>de</strong>tuvo muy interesado por aquel<br />

cuadro <strong>de</strong> bo<strong>de</strong>gón, que rebosaba alegría. El gallo le recordó el mote <strong>de</strong>l marido <strong>de</strong> Sabel y, por<br />

inevitable enlace <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Y al pensar que estaría en ellos por la tar<strong>de</strong> y<br />

conocería a la que ya nombraba mentalmente su novia, la circulación se le paralizó un momento,<br />

y sintió que se le enfriaban las manos, como suce<strong>de</strong> en los instantes graves y <strong>de</strong>cisivos.<br />

-¡Fantasía, fantasía! - pensó -. Cuidadito... ¡no empieces ya a hacer <strong>de</strong> las tuyas!<br />

161


- XI -<br />

Antes <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> Cebre a caballo, rigiendo una yegua y una mulita, <strong>de</strong>tuviéronse cortos<br />

momentos Juncal y don Gabriel en el alpendre o cobertizo <strong>de</strong>l patio <strong>de</strong>l mesón don<strong>de</strong> remudaba<br />

tiro la diligencia. Yacían allí las víctimas <strong>de</strong>l siniestro, una mula con una pata toda entablillada, y<br />

no lejos, sobre paja esparcida, cubierto por una manta, temblando aún <strong>de</strong> la bárbara cura que<br />

acababan <strong>de</strong> hacerle, el infeliz <strong>de</strong>lantero, no menos entablillado que la mula. A su cabecera<br />

(llamémosle así) estaba el facultativo, que no era sino el famoso señor Antón, el algebrista <strong>de</strong><br />

Boán. Máximo dio un codazo a don Gabriel, advirtiéndole que reparase en la peregrina catadura<br />

<strong>de</strong>l viejo, el cual no se turbó poco ni mucho al encontrarse cogido infraganti <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> usurpación<br />

<strong>de</strong> atribuciones; saludó, sacó <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la oreja la colilla, y empezó a chuparla, a vueltas <strong>de</strong><br />

inauditos esfuerzos <strong>de</strong> su barba, <strong>de</strong>terminada a juntarse <strong>de</strong> una vez con la nariz.<br />

Miró Gabriel al pobre mozo que gemía, con los ojos cerrados, la cabeza entrapajada y una pierna<br />

tiesa <strong>de</strong>l terrible aparato que acababan <strong>de</strong> colocarle, y consistía en más <strong>de</strong> una docena <strong>de</strong> talas o<br />

astillas <strong>de</strong> cañas <strong>de</strong> cortas dimensiones, <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la bizma <strong>de</strong> pez hirviendo que le habían<br />

aplicado. La criada y el amo <strong>de</strong>l mesón se limpiaban aún el sudor que les chorreaba por la frente,<br />

cansados <strong>de</strong> ayudar a la operación <strong>de</strong> la compostura tirando con toda su fuerza <strong>de</strong> la pierna rota<br />

hasta hacer estallar los huesos, a fin <strong>de</strong> concertar las articulaciones, mientras el paciente veía<br />

todos los planetas, incluso los telescópicos.<br />

- Mire si tenía razón - murmuró Máximo -. Estoy ahí a la puerta, y han preferido mandar llamar a<br />

éste <strong>de</strong> más <strong>de</strong> tres leguas... Es verdad que él ha curado <strong>de</strong> una vez al muchacho y a la mula, cosa<br />

que yo no haría.<br />

Gabriel observaba al algebrista como se observa un tipo <strong>de</strong> cuadro <strong>de</strong> género, <strong>de</strong> los que trasladó<br />

al lienzo para admiración <strong>de</strong> las eda<strong>de</strong>s el pincel <strong>de</strong> Velázquez y Goya.<br />

- Me gustaría darle palique si no tuviésemos el tiempo tan tasado- indicó al médico.<br />

-¡Bah! No tenga miedo, que al señor Antón se lo encontrará usted a cada paso por ahí... Raro es<br />

que pase un mes sin que dé vuelta por los Pazos: como hay mucho ganado...<br />

Antes <strong>de</strong> ponerse en camino, don Gabriel sacó <strong>de</strong> la petaca algunos cigarros, que tendió al<br />

atador. Tomolos este con su flema y reposo habituales; y arrojando la ya apurada colilla, se tocó<br />

el ala <strong>de</strong>l grotesco sombrero, mientras con la izquierda cogía el vaso colmado <strong>de</strong> vino que le<br />

brindaba la mesonera.<br />

<strong>Los</strong> jinetes refrenaron el primer ímpetu <strong>de</strong> sus cabalgaduras, a fin <strong>de</strong> no cansarlas ni cansarse, y<br />

adoptaron una ambladura pacífica. Era la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> esas <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong>l año, que en los países<br />

templados suelen ostentar incomparable magnificencia y hermosura. Campesinos aromas <strong>de</strong><br />

saúco venían a veces en alas <strong>de</strong> una ligerísima brisa, apenas perceptible. La yegua <strong>de</strong> Juncal, que<br />

montaba el comandante, no <strong>de</strong>smentía los encomios <strong>de</strong> su dueño. Regíala Gabriel con la diestra,<br />

y bien pudiera <strong>de</strong>jarle flotar las riendas sobre el pescuezo, pues aunque lucia y redondita <strong>de</strong><br />

ancas, gracias al salvado <strong>de</strong> Catuxa, era la propia mansedumbre. Sólo se permitía <strong>de</strong> rato el<br />

exceso <strong>de</strong> torcer el cuello, sacudir el hocico y rociar <strong>de</strong> baba y espuma los pantalones <strong>de</strong>l jinete;<br />

pero aun esto mismo lo hacía con cierta docilidad afectuosa.<br />

Gabriel se <strong>de</strong>jaba columpiar blandamente, penetrado <strong>de</strong> un bienestar intenso, <strong>de</strong> una embriaguez<br />

espiritual, que ya conocía <strong>de</strong> antiguo, por haberla experimentado cuantas veces se divisaba en su<br />

vida un horizonte o un camino nuevo. Era una especie <strong>de</strong> eretismo <strong>de</strong> la imaginación, que al<br />

cal<strong>de</strong>arse <strong>de</strong>sarrollaba, como en sucesión <strong>de</strong> cuadros disolventes, escenas <strong>de</strong> la existencia futura,<br />

realzadas con toques <strong>de</strong> poesía, entretejidas con lo mejor y más grato que esa existencia podía<br />

dar <strong>de</strong> sí, con su expresión más i<strong>de</strong>al. En la fantasía incorregible <strong>de</strong>l artillero, los objetos y los<br />

sucesos representaban todo cuanto el novelista o el autor dramático pudiese <strong>de</strong>sear para la<br />

creación artística, y por lo mismo que no <strong>de</strong>sahogaba esta ebullición en el papel, allá <strong>de</strong>ntro<br />

seguía borbotando. Si la realidad no se arreglaba <strong>de</strong>spués conforme al mo<strong>de</strong>lo fantástico, Gabriel<br />

162


solía pedirle estrechas cuentas; <strong>de</strong> aquí sus reiteradas <strong>de</strong>cepciones. Soñador tanto más temible<br />

cuanto que guardaba sepulcral silencio acerca <strong>de</strong> sus ensueños, y a nadie comunicaba sus<br />

fracasos - los caballos muertos, que <strong>de</strong>cía él para sí -. Conociéndose, solía proponerse mayor<br />

cautela, y echar el torno a la imaginación. Pero esta llevaba siempre la mejor parte.<br />

Verbigracia, en el caso presente. ¿Pues no habíamos quedado en que el pedir la mano <strong>de</strong> su<br />

sobrina era el cumplimiento <strong>de</strong> un austero <strong>de</strong>ber, un tributo pagado a la memoria <strong>de</strong> un ser<br />

querido, un acto sencillo y grave? ¿Bastarían dos o tres frases <strong>de</strong> Juncal, el olor <strong>de</strong> las flores<br />

silvestres y el hervor <strong>de</strong> su propia mollera para edificar sobre la base <strong>de</strong> la obligación moral el<br />

castillo <strong>de</strong> naipes <strong>de</strong> la pasión? ¿Por qué pensaba en su sobrina incesantemente, y se la figuraba<br />

<strong>de</strong> mil maneras, y discurría, enlazando experiencias y recuerdos, cómo sorpren<strong>de</strong>rla, interesarla y<br />

enamorarla, hablando pronto? ¿Por qué se <strong>de</strong>leitaba en imaginar la inocencia selvática <strong>de</strong> su<br />

sobrina, su carácter algo arisco, y el rendimiento y ternura con que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las primeras<br />

esquiveces, le caería sobre el corazón más blanda que una breva; y por qué se veía disipando<br />

poco a poco su ignorancia, educándola, formándola, iniciándola en los goces y bienes <strong>de</strong> la<br />

civilización, y otras veces volvía la torta, y se veía a sí propio hecho un al<strong>de</strong>ano, y a Manolita,<br />

con los brazos arremangados como Catuxa, dando <strong>de</strong> comer a las gallinas, o... ¡celeste visión,<br />

espectáculo inefable!, arrimando al blanco y redondo pecho una criaturita medio en pelota, toda<br />

bañada <strong>de</strong> Sol...?<br />

La naturaleza se asemeja a la música en esto <strong>de</strong> ajustarse a nuestros pensamientos y estados <strong>de</strong><br />

ánimo. No le parecieron a Gabriel tristes y lúgubres ni los abruptos <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros que se<br />

suspen<strong>de</strong>n sobre el río Avieiro, ni los pinares negros cuya mancha limitaba el horizonte, ni los<br />

montes calvos o poblados <strong>de</strong> aliaga, ni los caminos hondos, que cubría espesa bóveda <strong>de</strong> zarzal.<br />

Al contrario, miraba con interés los pormenores <strong>de</strong>l paisaje, y al llegar al crucero <strong>de</strong> piedra y al<br />

copudo castaño que le formaba natural pabellón, exclamó con entusiasmo:<br />

-¡Qué hermoso sitio! Ni i<strong>de</strong>ado por un pintor escenógrafo <strong>de</strong> talento.<br />

- Cerquita <strong>de</strong> aquí - advirtió Juncal - mataron al excomulgado <strong>de</strong> Primitivo, el mayordomo <strong>de</strong> los<br />

Pazos. Mire usted: <strong>de</strong>bió ser por allí, don<strong>de</strong> blanquea aquel paredón... El chiquillo, el nieto, el<br />

Perucho, lo estuvo viendo muy agachadito <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las piedras... Se le ha <strong>de</strong> acordar cada vez<br />

que pase por aquí... si es que tiene valor <strong>de</strong> pasar.<br />

Gabriel se volvió un poco sobre la silla española que vestía su yegua, y exclamó como el que<br />

pregunta algo <strong>de</strong> sumo interés que se le ha olvidado:<br />

-¿Qué tal índole es la <strong>de</strong> ese chico? ¿Maltrata a mi sobrina? ¿La mortifica? ¿Le tiene envidia?<br />

¿Hace por malquistarla con mi cuñado?<br />

-¡Él maltratarla! ¡A su sobrina! Pues si no ha habido en el mundo cariño más apretado que el <strong>de</strong><br />

tales criaturas. Des<strong>de</strong> que nació la niña, Perucho se volvió chocho, lo que se llama chocho, por<br />

ella; la señora y el ama no sabían cómo hacer para quitarse <strong>de</strong> encima al chiquillo, que no hacía<br />

sino llorar por la nené. Allí estaba siempre, como un perrito fal<strong>de</strong>ro; ni por pegarle; le digo a<br />

usted que era mucho cuento tal afición. Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> fallecer la señora, ¡Dios nos libre! El<br />

niñero <strong>de</strong> la señorita Manolita en realidad ha sido Perucho. Siempre juntos, correteando por ahí.<br />

¡Pocas veces me los tengo encontrados por los sotos, haciendo magostos, por las viñas picando<br />

uvas, o chapuzando por los pantanos! Y que no sé cómo no se mataron un millón <strong>de</strong> veces o no<br />

rodaron por los <strong>de</strong>speña<strong>de</strong>ros al río. El chiquillo es fuerte como un toro ¡más sano y recio! Un<br />

hijo verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> la naturaleza. Sólo una enfermedad le conocí, y verá usted cuál. Cátate que se<br />

le pone en la cabeza al marqués, y otros dicen que al farolón <strong>de</strong>l Gallo, enviar al rapaz a Orense<br />

para que estudie; y quién le dice a usted que el primer año, cuando tocaron a separarse, los dos<br />

chiquillos cayeron malos qué sé yo <strong>de</strong> qué... <strong>de</strong> una cosa que aquí llamamos sauda<strong>de</strong>s... ¿Usted<br />

compren<strong>de</strong> el término? Porque usted lleva años <strong>de</strong> faltar <strong>de</strong> Galicia...<br />

- Sí, ya sé qué quiere <strong>de</strong>cir sauda<strong>de</strong>s. <strong>Los</strong> catalanes llaman a eso anyoransa. En castellano no hay<br />

modo tan expresivo <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo.<br />

163


- Ajajá. Pues el chiquillo, el primer año, se <strong>de</strong>smejoró bastante y vino todo encogido, como los<br />

gatos cuando tienen morriña; pero así que volvieron a sus correrías, sanó y se puso otra vez<br />

alegre. Y a cada curso la misma función. Siempre triste y rabiando en Orense (parece que la<br />

cabeza no la tiene el chico allá para gran<strong>de</strong>s sabidurías) y, apenas pintan las cerezas y toma las<br />

<strong>de</strong> Villadiego, otra vez más contento que un cuco, y a corretear con su...<br />

Juncal dudó y vaciló al llegar aquí. Por vez primera acaso, se le vino a las mientes una i<strong>de</strong>a muy<br />

rara, <strong>de</strong> esas que hacen signarse aun a los menos <strong>de</strong>votos murmurando -¡Ave María!- <strong>de</strong> esas que<br />

no se ocurren en mil años, y una circunstancia fortuita sugiere en un segundo...<br />

Cruzáronse sus miradas con las <strong>de</strong> don Gabriel, que le parecieron reflejo <strong>de</strong> su propio<br />

pensamiento, reflejo tan exacto como el <strong>de</strong>l cielo en el río; y entonces el artillero, sin reprimir<br />

una angustia que revelaba el empañado timbre <strong>de</strong> la voz, terminó el período:<br />

- Con su hermana.<br />

Calló Juncal. Lo que ambos cavilaban no era para dicho en alto.<br />

Reinó un silencio abrumador, cargado <strong>de</strong> electricidad. Estaban en sitio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cual se divisaba<br />

ya perfectamente la mole cuadrangular <strong>de</strong> los Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y el sen<strong>de</strong>ro escarpado que a ellos<br />

conducía. Juncal dio una sofrenada a su mula.<br />

- Yo no paso <strong>de</strong> aquí, don Gabriel... Si llego hasta la puerta, extrañarán más que no entre... y la<br />

verdad, como está uno así... político... no me da la gana <strong>de</strong> que piensen que aproveché la ocasión<br />

para meter las narices en casa <strong>de</strong> su señor cuñado. Mañana vendrá el criado mío a recoger la<br />

yegua...<br />

Gabriel tendió la mano sana buscando la <strong>de</strong>l médico.<br />

- Me tendrá usted en Cebre cuando menos lo piense, a charlar, amigo Juncal... A usted y a su<br />

señora les <strong>de</strong>bo un recibimiento y una hospitalidad <strong>de</strong> esas... que no se olvidan.<br />

- Por Dios, don Gabriel... No avergüence a los pobres... Dispensar las faltas que hubiese. La<br />

buena voluntad no escaseaba: pero usted pasaría mil incomodida<strong>de</strong>s, señor.<br />

- Le digo a usted que no la olvidaré...<br />

Y el rostro <strong>de</strong>l artillero expresó gratitud afectuosa.<br />

-¡Cuidar el brazo, no hacer nada con él! - gritaba Juncal <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos, volviéndose y apoyando la<br />

palma sobre el anca <strong>de</strong> la mula. Y diez minutos <strong>de</strong>spués aún repetía para sí:- ¡Qué simpático...<br />

qué persona tan <strong>de</strong>cente!... ¡Qué instruido... qué modos finos!...<br />

El médico, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> volver grupas, apuró lo posible a la mulita con ánimo <strong>de</strong> llegar pronto a su<br />

casa. Iba pesaroso y cabizbajo, porque ahora le venía el trasacuerdo <strong>de</strong> que no había preguntado<br />

al comandante <strong>Pardo</strong> sus opiniones políticas y su dictamen acerca <strong>de</strong>l porvenir <strong>de</strong> la regencia y<br />

posible advenimiento <strong>de</strong> la república.<br />

-¿Cómo pensará este señor? - discurría Juncal, mientras el trote <strong>de</strong> la mula le zaran<strong>de</strong>aba los<br />

intestinos -. ¿Qué será? ¿Liberal o carcunda? Vamos, carcunda es imposible... Tan simpático...<br />

¡qué había <strong>de</strong> ser carcunda! Pues sea lo que quiera... <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar en lo cierto.<br />

- XII -<br />

Por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los Pazos cruzaba un mozallón conduciendo una pareja <strong>de</strong> bueyes sueltos,<br />

picándoles con la aguijada a fin <strong>de</strong> que anduviesen más aprisa. Gabriel le preguntó, para<br />

orientarse, pues ignoraba a cuál <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong>l vasto edificio tenía que llamar. Ofreciose el<br />

mozo a guiarle adon<strong>de</strong> estuviese el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que no sería en casa, sino en la era, viendo<br />

recoger la cosecha <strong>de</strong>l centeno. Arrendando el artillero su dócil montura, echó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l mozo y<br />

<strong>de</strong> los bueyes.<br />

Dieron vuelta casi completa a la cerca <strong>de</strong> los Pazos, pues la era se encontraba situada más allá<br />

<strong>de</strong>l huerto, a espaldas <strong>de</strong>l solariego caserón. Gabriel aprovechó la coyuntura <strong>de</strong> enterarse <strong>de</strong>l<br />

edificio, en cuyas trazas conventuales discernía rastros <strong>de</strong> aspecto bélico y feudal, aire <strong>de</strong><br />

164


fortaleza, por el grosor <strong>de</strong> los muros, la angostura <strong>de</strong> las ventanas, reminiscencia <strong>de</strong> las antiguas<br />

saeteras, las rejas que <strong>de</strong>fendían la planta baja, las fuertes puertas y los disimulados postigos, las<br />

torres que estaban pidiendo almenas, y sobre todo, el montés blasón, el pino, la puente y las<br />

sangrientas cabezas <strong>de</strong> lobo.<br />

Indicaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos la era la roja cruz <strong>de</strong>l hórreo; se oía el coro estri<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> los ejes <strong>de</strong> los<br />

carros, que salían vacíos para volver cargados <strong>de</strong> cosecha. Era la hora en que los bueyes,<br />

rociados con unto y aceite como preservativo <strong>de</strong> las moscas, cumplen con buen ánimo su pesada<br />

faena, y se <strong>de</strong>jan uncir mansamente al yugo, mosqueando <strong>de</strong>spacio el ijar con las crinadas colas.<br />

Gabriel se tropezó con dos o tres carros, y al emparejar con ellos, pensó que su chirrido le<br />

rompiese el tímpano. Delante <strong>de</strong> la era se apeó ayudado por su guía; entregole las riendas, y<br />

entró.<br />

Un enjambre <strong>de</strong> fornidos gañanes, vestidos solamente con grosera camisa y calzón <strong>de</strong> estopa,<br />

alguno con un rudimentario chaleco y una faja <strong>de</strong> lana, empezaban a elevar, al lado <strong>de</strong> una meda<br />

o montículo enorme <strong>de</strong> mies, otro que prometía no ser más chico. Dirigía la faena un hombre <strong>de</strong><br />

gallarda estatura, moreno y patilludo, <strong>de</strong> buena presencia, vestido a lo señor, con americana,<br />

cuello almidonado, leontina y bastón, y muy zafio y patán en el aire; Gabriel pensó que sería el<br />

mayordomo, el Gallo. Sentado en un banquillo hecho <strong>de</strong> un tablón grueso, cuyas patas eran<br />

cuatro leños que, espatarrándose, miraban hacia los cuatro puntos cardinales, estaba otro hombre<br />

más corpulento, más obeso, más entrado en edad o más combatido por ella, con barba<br />

aborrascada y ya canosa, y vientre potente, que resaltaba por la posición que le imponía la poca<br />

altura <strong>de</strong>l banco. A Gabriel le pasó por los ojos una niebla: creyó ver a su padre, don Manuel<br />

<strong>Pardo</strong>, tal cual era hacía unos quince o veinte años; y con mayor cordialidad <strong>de</strong> la que traía<br />

premeditada, se fue <strong>de</strong>recho a saludar al marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Este alzó la cabeza muy sorprendido; el Gallo, sin volverse, giró sus ojos redondos, <strong>de</strong> niña<br />

oscura y pupila aurífera, como los <strong>de</strong>l sultán <strong>de</strong>l corral, hacia el recién llegado; los mozos<br />

suspendieron la faena, y Gabriel, en medio <strong>de</strong>l repentino silencio, notó en las plantas <strong>de</strong> los pies<br />

una sensación muelle y grata, parecida a la <strong>de</strong>l que entra en un salón hollando tupidas alfombras.<br />

Eran los extendidos haces <strong>de</strong> centeno que pisaba.<br />

El hidalgo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> se puso en pie, y se hizo con la mano una pantalla, porque los rayos <strong>de</strong>l sol<br />

poniente daban <strong>de</strong> lleno en la cara <strong>de</strong> Gabriel, y no le permitían verla a su gusto. El comandante<br />

se acercó más a su cuñado, y alargó la diestra, diciendo:<br />

- No me conocerás... Te diré quien soy... Gabriel, Gabriel <strong>Pardo</strong>, el hermano <strong>de</strong> tu mujer.<br />

-¿Gabriel <strong>Pardo</strong>?<br />

Revelaba la exclamación <strong>de</strong> don Pedro Moscoso, no solamente sorpresa, sino hosco recelo, como<br />

el que infun<strong>de</strong>n las cosas o las personas cuya inesperada presencia resucita épocas <strong>de</strong> recuerdo<br />

ingrato. Viendo Gabriel que no le tomaban la mano que tendía, hízose un poco atrás, y murmuró<br />

serenamente:<br />

- Vengo a verte y a pedirte posada unos cuantos días... ¿Te parece mal la libertad que me tomo?<br />

¿Me recibirás con gusto? Di la verdad; no quisiera contrariarte.<br />

-¡Jesús... hombre! - prorrumpió el hidalgo esforzándose al fin por manifestar cordialidad y<br />

contento, pues no <strong>de</strong>sconocía la virtud primitiva <strong>de</strong> la hospitalidad -. Seas muy bienvenido: estás<br />

en tu casa. ¡Ángel! - or<strong>de</strong>nó dirigiéndose al Gallo, - que recojan el caballo <strong>de</strong>l señor, que le <strong>de</strong>n<br />

cebada... ¿Quieres refrescar, tomar algo? Vendrás molestado <strong>de</strong>l viaje. Vamos a casa enseguida.<br />

- No por cierto. De Cebre aquí a caballo, no es jornada para rendir a nadie. Siéntate don<strong>de</strong><br />

estabas; si lo permites, me quedaré aquí; lo prefiero.<br />

- Como tú dispongas; pero si estás cansado y... ¡Ey, Ángel! - gritó al individuo que ya se<br />

alejaba:- a tu mujer que prepare tostado y unos bizcochos. ¡Vaya, hombre, vaya! - añadió<br />

volviéndose a Gabriel -. Tú por acá, por este país...<br />

- He llegado ayer - contestó Gabriel comprendiendo que una vez más se le pedía cuenta <strong>de</strong> su<br />

presencia y razón plausible <strong>de</strong> su venida -. Estaba en la diligencia que volcó - y al <strong>de</strong>cir así,<br />

165


señalaba su brazo replegado, sostenido aún por el pañuelo <strong>de</strong> seda <strong>de</strong> Catuxa -. Ha sido preciso<br />

<strong>de</strong>scansar <strong>de</strong>l batacazo.<br />

-¡Hola, conque en la diligencia que volcó! ¡Ey, tú, Sarnoso! - exclamó el hidalgo dirigiéndose a<br />

uno <strong>de</strong> los gañanes -. ¿No dijiste tú que vieras entrar en Cebre ayer una mula y un <strong>de</strong>lantero<br />

estropeados?<br />

- Con perdón - respondió el Sarnoso tocándose una pierna - llevaban esto crebado, dispensando<br />

usted.<br />

- Sí, es verdad; hoy se les hizo la cura - confirmó Gabriel.<br />

El vuelco <strong>de</strong> la diligencia empezó a dar mucho juego. El Sarnoso agregó <strong>de</strong>talles; Gabriel añadió<br />

otros; el marqués no se saciaba <strong>de</strong> preguntar, con esa curiosidad <strong>de</strong> los acontecimientos ínfimos<br />

propia <strong>de</strong> las personas que viven en soledad y sin distracción <strong>de</strong> ninguna clase. Gabriel le<br />

examinaba a hurtadillas. Para los cincuenta y pico en que <strong>de</strong>bía frisar, parecíale muy atropellado<br />

y <strong>de</strong>sfigurado el marqués, tan barrigón, con la tez tan inyectada, con el pescuezo y nuca tan<br />

anchos y gruesos, con las manos tan nudosas por las falanges como suelen estar las <strong>de</strong> los<br />

labriegos que por espacio <strong>de</strong> medio siglo se han consagrado a beber el hálito <strong>de</strong> la tierra, y a<br />

rasgarle el seno diariamente. A modo <strong>de</strong> maleza que inva<strong>de</strong> un muro abandonado, veía el<br />

artillero en el conducto auditivo, en las fosas nasales, en las cejas, en las muñecas <strong>de</strong> su cuñado,<br />

que teñía <strong>de</strong> rojo el sol poniente, una vegetación, un musgo piloso, que acrecentaba su aspecto<br />

inculto y <strong>de</strong>sapacible. El abandono <strong>de</strong> la persona, las incesantes fatigas <strong>de</strong> la caza, la absorción<br />

<strong>de</strong> humedad, <strong>de</strong> sol, <strong>de</strong> viento frío, la nutrición excesiva, la bebida <strong>de</strong>stemplada, el sueño a<br />

pierna suelta, el exceso en suma <strong>de</strong> vida animal, habían arruinado rápidamente la torre <strong>de</strong> aquella<br />

un tiempo robustísima y arrogante persona, <strong>de</strong> distinta manera pero tan por completo como lo<br />

harían las excitaciones, las luchas morales y las emociones febriles <strong>de</strong> la vida cortesana. Tal vez<br />

parecía mayor la ruina por la falta <strong>de</strong> artificio en ocultarla y remediarla. Ceñido aquel mismo<br />

abdomen por una faja, bajo un pantalón negro hábilmente cortado; <strong>de</strong>smochada aquella misma<br />

cabeza por un diestro peluquero; raídas aquellas mejillas con afiladísima navaja, y suavizada<br />

aquella barba con brillantina; añadido a todo ello cierto aire entre galante y grave, que<br />

caracteriza a las personas respetables en un salón, es seguro que más <strong>de</strong> cuatro damas dirían, al<br />

ver pasar al marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>: -¡Qué bien conservado! Cuarenta años es lo más que representa.<br />

Lo cierto es que Gabriel, al ver en su cuñado señales evi<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l peso <strong>de</strong> los años y <strong>de</strong>l<br />

esfuerzo con que iba <strong>de</strong>scendiendo ya el agrio repecho <strong>de</strong> la vida, sintió por él esa compasión<br />

involuntaria que inspiran a los corazones generosos las personas aborrecidas o antipáticas,<br />

cuando se ven que caminan al <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> las humanas tribulaciones, flaquezas e iniquida<strong>de</strong>s -<br />

la muerte.<br />

-¡Yo que le tenía por un castillo! - pensó -. Pero también los castillos se <strong>de</strong>smoronan.<br />

De su parte el marqués, lleno <strong>de</strong> curiosidad y suspicacia, estaba que daría el <strong>de</strong>do meñique por<br />

saber qué viento traía a su cuñado. Pensaba en recriminaciones, en acusaciones, en cuentas <strong>de</strong>l<br />

pasado ajustadas ahora por quien tenía <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> ajustarlas, y pensaba también en cosa más<br />

inmediata y práctica, en una discusión referente a las partijas que se hallaban incoadas y<br />

pendientes <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fallecimiento <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> la Lage. Por más que el aire abierto y franco que<br />

traía Gabriel <strong>de</strong>cía a voces - no vengo aquí a ocuparme en cuestiones <strong>de</strong> intereses - el marqués <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong> se fijó en la última hipótesis, y la dio por segura, y empezó a tirar mentalmente sus líneas y<br />

a combinar su estrategia. Con los años, el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> había contraído las aficiones <strong>de</strong> los<br />

labriegos viejos, para los cuales no hay plato más gustoso que una discusión <strong>de</strong> pertenencia, un<br />

litigio, un enredo cualquiera en que si no danza el papel sellado, esté por lo menos en ocasión <strong>de</strong><br />

danzar.<br />

Como anticipándose a indicar el verda<strong>de</strong>ro objeto <strong>de</strong> su venida, Gabriel, habiéndose quitado su<br />

sombrero hongo <strong>de</strong> fieltro, que le <strong>de</strong>jaba una raya roja en la frente, y pasándose con movimiento<br />

juvenil la mano por el cabello para arreglarlo y calados mejor los quevedos, preguntó:<br />

166


- Y... ¿qué tal mi sobrina Manuela? Estoy <strong>de</strong>seando verla. Debe ser toda una mujer... ¿estará<br />

guapísima?<br />

El marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> gruñó, creyendo que el gruñido era la mejor manera <strong>de</strong> contestar a lo que<br />

juzgaba cumplimiento. Al fin articuló:<br />

- Ahora la verás... Milagro que no anda por aquí. Estarán ella y Perucho... como dos cabritos,<br />

triscando. <strong>Los</strong> pocos años, ya se ve... Cuando vamos viejos se acaba el humor... Más tengo<br />

corrido yo por esos vericuetos, que ningún muchacho <strong>de</strong> hoy en día. Pero a cada cerdo le llega su<br />

San Martín, como dicen... Todos vamos para allá - dijo apoyando su grueso mentón en el puño<br />

<strong>de</strong> su palo, y señalando con la cabeza a punto muy distante.<br />

Gabriel se entretenía contemplando el espectáculo <strong>de</strong> la era, que le parecía, acaso por la plenitud<br />

<strong>de</strong> su corazón y el rosado vapor en que sabía bañar las cosas su fantasía incurable, henchida <strong>de</strong><br />

soberana quietud y paz. La puesta <strong>de</strong>l sol era <strong>de</strong> las más espléndidas, y los últimos resplandores<br />

<strong>de</strong>l astro inundaban <strong>de</strong> rubia claridad la cima <strong>de</strong> las medas, convertían en cinta <strong>de</strong> oro bruñido la<br />

atadura <strong>de</strong> los haces, daban toques clarísimos <strong>de</strong> esmeralda a la copa <strong>de</strong> los árboles, mientras las<br />

ramas bajas se oscurecían hasta llegar al completo negror. Se oían los últimos pitíos <strong>de</strong> los<br />

pájaros, dispuestos ya a recogerse, el canto ritmado <strong>de</strong>l ¡pas-pa-llás! en el barbecho, el arrullo <strong>de</strong><br />

las tórtolas, que se <strong>de</strong>jaban caer por bandadas en los sembrados, en busca <strong>de</strong>l rezago <strong>de</strong> granos y<br />

espigas que allí había <strong>de</strong>rramado la hoz, y la lamentación interminable <strong>de</strong>l carro cargado, tan<br />

áspera <strong>de</strong> cerca como melodiosa <strong>de</strong> lejos. A trechos se escuchaba también otra queja<br />

prolongadísima, pero humana, un ¡ala laaaá! <strong>de</strong> segadoras, y todo ello formaba una especie <strong>de</strong><br />

sinfonía - porque Gabriel no discernía bien los ruidos, ni podía <strong>de</strong>cir cuáles salían <strong>de</strong> laringe <strong>de</strong><br />

pájaro y cuáles <strong>de</strong> femenina garganta- una sinfonía que inclinaba a la contemplación y en la cual<br />

sólo <strong>de</strong>safinaba la voz enronquecida <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Incorporose este, haciendo segunda vez pantalla <strong>de</strong> la mano.<br />

-¿No preguntabas por tu sobrina? Me parece que ahí la tienes. ¡Vela allí!<br />

-¿En dón<strong>de</strong>? - preguntó Gabriel, que no veía nada ni oía más que un discordante quejido, que<br />

poco a poco iba convirtiéndose en insoportable estridor.<br />

Entre el marco que dos higueras retorcidas, cargadas <strong>de</strong> fruto, formaban a la puerta <strong>de</strong> la era,<br />

<strong>de</strong>sembocó entonces una yunta <strong>de</strong> amarillos y lucios bueyes, tirando <strong>de</strong> un carro atestado <strong>de</strong><br />

gavillas <strong>de</strong> centeno. Reparó Gabriel con sorpresa la forma primitiva <strong>de</strong>l carro, que mejor que<br />

instrumento <strong>de</strong> labranza parecía máquina <strong>de</strong> guerra: la llanta angosta, la rueda sin rayos,<br />

claveteada <strong>de</strong> clavos gruesos, el bor<strong>de</strong> hecho con empalizada <strong>de</strong> agudas estacas, don<strong>de</strong> para<br />

sujetar la carga, <strong>de</strong>scansa un tosco enrejado <strong>de</strong> mimbres, <strong>de</strong> quitaipón. Pero al alzar la vista <strong>de</strong><br />

las ruedas, fijó su atención un objeto más curioso: un grupo que se <strong>de</strong>stacaba en la cúspi<strong>de</strong> <strong>de</strong>l<br />

carro, un mancebo y una mocita, tendidos más que sentados en los haces <strong>de</strong> mies y hundido el<br />

cuerpo en su blando colchón; una mocita y un mancebo risueños, morenos, vertiendo vida y<br />

salud, con los semblantes coloreados por el purpúreo reflejo <strong>de</strong>l Oeste don<strong>de</strong> se acumulaban esas<br />

franjas <strong>de</strong> arrebol que anuncian un día muy caluroso. Y venía tan íntima y arrimada la pareja,<br />

que más que carro <strong>de</strong> mies, parecía aquello el nido amoroso que la naturaleza brinda<br />

liberalmente, sea a la fiera entre la espinosa maleza <strong>de</strong>l bosque, sea al ave en la copa <strong>de</strong>l arbusto.<br />

Gabriel sintió <strong>de</strong> nuevo una extraña impresión; algo raro e inexplicable que le apretó la garganta<br />

y le nubló la vista.<br />

- XIII -<br />

Primero se bajó <strong>de</strong> un salto Perucho, y tendiendo los brazos, recibió a Manuela, a quien sostuvo<br />

por la cintura. Cayó la chica con las sayas en espiral, <strong>de</strong>jando ver hasta el tobillo su pie mal<br />

calzado con zapato grueso y media blanca. Al punto mismo <strong>de</strong> saltar vio al <strong>de</strong>sconocido, y se<br />

<strong>de</strong>tuvo como in<strong>de</strong>cisa. Perucho también pegó un respingo <strong>de</strong> animal montés que encuentra<br />

167


impensadamente al cazador. Gabriel clavó en su rostro la mirada, impulsado por ansia secreta e<br />

in<strong>de</strong>finible <strong>de</strong> saber si merecía su fama <strong>de</strong> belleza física el que él llamaba entre sí, con asomos <strong>de</strong><br />

humorismo, el bastardo <strong>de</strong> Moscoso.<br />

Para el escultor y el anatómico, belleza era, y <strong>de</strong> las más perfectas y cumplidas, aquel cuerpo<br />

bien proporcionado y mórbido, en que ya, a pesar <strong>de</strong> la juventud, se diseñaban líneas viriles, bien<br />

señaladas paletillas, vigorosos hombros, corvas don<strong>de</strong> se advertía la firmeza <strong>de</strong> los tendones; y<br />

rasgo también <strong>de</strong> belleza clásica y pura, la po<strong>de</strong>rosa nuca redon<strong>de</strong>ada, formando casi línea recta<br />

con la cabeza y cubierta <strong>de</strong> un vello rojizo; el trazo <strong>de</strong> la frente que continuaba sin entrada<br />

alguna; la vara <strong>de</strong> la correcta nariz; los labios arqueados, carnosos y frescos como dos mita<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

guinda; las mejillas ovales, sonrosadas, imberbes; la nariz y barba que ostentaban en el centro<br />

esa suave pero marcada meseta o planicie que se nota en los bustos griegos, y que los artistas<br />

mo<strong>de</strong>rnos no encuentran ya en sus mo<strong>de</strong>los vulgares, y por último el monte <strong>de</strong> bucles, digno <strong>de</strong><br />

una testa marmórea, <strong>de</strong> los cuales dos o tres se emancipaban hasta flotar sobre las cejas y<br />

estorbar a los ojos.<br />

Para Gabriel, más pensador e i<strong>de</strong>alista que artista y pagano, y a<strong>de</strong>más hombre mo<strong>de</strong>rno en toda<br />

la extensión <strong>de</strong> la palabra, aficionado a la expresión, prendado sobre todo, en el sexo varonil, <strong>de</strong><br />

las cabezas reflexivas, <strong>de</strong> las frentes anchas en que empieza a escasear el cabello, <strong>de</strong> las<br />

fisonomías que son una chispa, una llama, una i<strong>de</strong>a hecha carne, que habla por los ojos y se<br />

imprime en cada facción y se acentúa enérgicamente en la ahorquillada o puntiaguda barba, <strong>de</strong><br />

los cuerpos en que la disposición atlética y la hermosura <strong>de</strong> los miembros se disimula hábilmente<br />

bajo la forma <strong>de</strong> la vestidura usual entre gente bien educada; para Gabriel, <strong>de</strong>cimos, fuese por<br />

todas estas razones o por alguna otra que ni él mismo entendía, no solamente resultó<br />

incomprensible la lin<strong>de</strong>za <strong>de</strong> Perucho, sino que a pesar <strong>de</strong> su predisposición a la simpatía, sobre<br />

todo hacia la gente <strong>de</strong> posición inferior a la suya, le pareció hasta antipática e irritante aquella<br />

cabeza <strong>de</strong> joven <strong>de</strong>idad olímpica, aquella frescura campesina y tosca, aquella cara tallada en<br />

alabastro, pero encendida por una sangre moza y ardiente, savia vital grosera y propia <strong>de</strong> un<br />

labriego (así pensaba Gabriel); y sobre todo aquellos modales al<strong>de</strong>anos, aquel vestir lugareño,<br />

aquella extracción evi<strong>de</strong>ntemente rústica, revelada hasta en el modo <strong>de</strong> andar y en el olor a<br />

campo que le había comunicado la mies.<br />

En cambio -¡oh transacciones <strong>de</strong> la estética!- Gabriel se indignó <strong>de</strong> que alguien hubiese dudado<br />

<strong>de</strong> la hermosura <strong>de</strong> Manolita. ¡Manolita! Manolita sí que era guapa. Así como a Perucho se le<br />

estaba <strong>de</strong>spegando la americana y el pantalón, y su musculatura pedía a voces el calzón <strong>de</strong> estopa<br />

<strong>de</strong> los gañanes que erigían la meda, a Manolita (seguía pensando Gabriel) no le cuadraba bien el<br />

pobre vestidillo <strong>de</strong> lana, y su fino talle y su airosa cabecita menuda reclamaban un traje <strong>de</strong><br />

cachemir <strong>de</strong> corte elegante y sencillo, un sombrero Rubens con plumas negras - que lo llevaría<br />

divinamente -. ¿Parecido con su madre? Sí; mirándola bien, se parecía, se parecía mucho a la<br />

inolvidable mamita; los mismos ojazos negros, las mismas trenzas, la frente bombeada, el rostro<br />

larguito... pero animado, trigueño, con una vida exuberante que la pobre mamita no gozó nunca.<br />

Y a<strong>de</strong>más, serena e intrépida y <strong>de</strong>spegada y arisca. Al <strong>de</strong>cirle su padre: - Este señor es tu tío<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong>, el hermano <strong>de</strong> tu mamá -, la montañesa apuntó a boca jarro las pupilas, y<br />

murmuró con <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa gravedad:<br />

- Tenga usted buenas tar<strong>de</strong>s.<br />

Si más conversación, volvió la espalda, <strong>de</strong>slizándose tras <strong>de</strong> la meda. Gabriel se quedó algo<br />

sorprendido <strong>de</strong> semejante conducta por parte <strong>de</strong> su sobrina. Entre los números <strong>de</strong>l programa<br />

trazado por su imaginación, se contaba el <strong>de</strong>l recibimiento. Con el candor idílico que guardan en<br />

el fondo <strong>de</strong>l alma los muy ensoñadores, durante el camino se había imaginado una escena digna<br />

<strong>de</strong>l buril <strong>de</strong> un grabador inglés: una doncella candorosa aunque algo brava y asustadiza, que se<br />

ruborizase al verle, que le hiciese muy confusa y bajando los ojos varios saludos y reverencias,<br />

que luego consultase con tímida mirada a su padre, y autorizada por una seña <strong>de</strong> este, saliese<br />

precipitadamente, volviendo a poco rato con una ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> frutas y refrescos que brindar al<br />

168


forastero... Sí, ¡buenos refrescos te dé Dios! Maldito el caso que le hacía Manolita; y su padre, en<br />

vez <strong>de</strong> mostrar que extrañaba semejante comportamiento, ni lo notaba y seguía conversando con<br />

Gabriel, informándose asiduamente <strong>de</strong> ¿cómo había encontrado los asuntos <strong>de</strong> su padre, al<br />

hacerse cargo <strong>de</strong> ellos? ¿Cómo andaba el partido H y los foros X? El artillero contestaba; pero <strong>de</strong><br />

soslayo observaba atentamente lo que acontecía en la era. A su sobrina no la veía entonces; sí a<br />

Perucho, que en mangas <strong>de</strong> camisa, habiendo echado la americana sobre el yugo <strong>de</strong> los bueyes,<br />

ayudaba a <strong>de</strong>scargar el carro, mostrando <strong>de</strong>leitarse en la actividad muscular, que esparcía su<br />

sangre y la enviaba en olas a enrojecer su pescuezo y su frente blanca y lisa. Así que la carga <strong>de</strong>l<br />

carro estuvo por tierra, llegose a la meda empezada, en cuya cima vio Gabriel alzarse, como<br />

estatua en su pe<strong>de</strong>stal, a Manolita. Cruzáronse entre los dos muchachos frases, risas y una<br />

especie <strong>de</strong> gracioso reto; y empuñando Perucho con resolución una horquilla <strong>de</strong> palo, dio<br />

principio al juego <strong>de</strong> levantar con ella un haz y arrojárselo a la chica, que lo recibía en las manos<br />

como hubiera podido recibir una pelota <strong>de</strong> goma, sin titubear, y se lo pasaba al punto a un gañán<br />

encaramado también sobre la meseta <strong>de</strong> la meda, el cual lo sentaba y colocaba, espiga a<strong>de</strong>ntro,<br />

medando hábil y rápidamente.<br />

Gabriel no tenía ojos ni oídos más que para el juego. Su cuñado seguía habla que te hablarás, en<br />

el tono llano y cansado <strong>de</strong>l hombre para quien pasó la edad <strong>de</strong> los retozos y no cree que ya le<br />

importen a nadie. Y Gabriel se consumía, contestando cortésmente, pero distraído, con el alma a<br />

cien leguas <strong>de</strong> la plática. Al fin no pudo contenerse, y se levantó.<br />

-¿Tú querrás <strong>de</strong>scansar? ¿Tomas algo? ¿Cenas?... - interrogó obsequiosamente el marqués,<br />

dando muestras <strong>de</strong> querer llevarse a su huésped hacia casa.<br />

- No... Sí... Quisiera... - murmuró Gabriel un tanto confuso, porque al verse <strong>de</strong> pie le pareció<br />

ridículo <strong>de</strong>cir: - Lo que estoy <strong>de</strong>seando, a pesar <strong>de</strong> mi brazo vendado, es ponerme también a<br />

echar haces a la meda...-. Y no atreviéndose a confesar el capricho, se <strong>de</strong>jó guiar resignado hacia<br />

la gran mole <strong>de</strong> la casa solariega. Al salir siguió escuchando durante algunos segundos las risas<br />

<strong>de</strong> la pareja, el ¡jeeem! triunfal que dilataba la cavidad pulmonar <strong>de</strong> Perucho al lanzar los haces,<br />

y el impaciente -¡venga otro!- <strong>de</strong> Manolita cuando tardaban.<br />

- XIV -<br />

Al entrar en los Pazos experimentó Gabriel la impresión melancólica que sentimos al acercarnos<br />

a la sepultura <strong>de</strong> una persona querida, y la emoción profunda que nos causa ver con los ojos<br />

sitios que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace mucho tiempo visita nuestra imaginación. En sus años <strong>de</strong> colegio, Gabriel<br />

se representaba la casa <strong>de</strong> su hermana como una tacita <strong>de</strong> plata, elegante, espaciosa, cómoda;<br />

<strong>de</strong>spués sus i<strong>de</strong>as variaron bastante; pero nunca pudo figurársela tan ceñuda y <strong>de</strong>startalada como<br />

era en realidad.<br />

A la escalera salieron a hacerle los honores el Gallo y su esposa, la ex-bella fregatriz Sabel,<br />

causa <strong>de</strong> tantos disturbios, pecados y tristezas. Quien la hubiese visto cosa <strong>de</strong> diez y ocho años<br />

antes, cuando quería hacer prevaricar a los capellanes <strong>de</strong> la casa, no la conocería ahora. Las<br />

al<strong>de</strong>anas, aunque no se <strong>de</strong>diquen a labrar la tierra, no conservan, pasados los treinta, atractivo<br />

alguno, y en general se ajan y marchitan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los veinticinco. Sus extremida<strong>de</strong>s se <strong>de</strong>forman, su<br />

piel se curte, la osatura se les marca, el pelo se les vuelve áspero como cola <strong>de</strong> buey, el seno se<br />

esparce y abulta feamente, los labios se secan, en los ojos se <strong>de</strong>scubre, en vez <strong>de</strong> la chispa <strong>de</strong><br />

juguetona travesura propia <strong>de</strong> la mocedad, la codicia y el servilismo juntos, sello <strong>de</strong> la máscara<br />

labriega. Si la al<strong>de</strong>ana permanece soltera, la lozanía <strong>de</strong> los primeros años dura algo más; pero si<br />

se casa, es segura la ruina inmediata <strong>de</strong> su hermosura. Campesinas mozas vemos que tienen la<br />

balsámica frescura <strong>de</strong> las hierbas puestas a serenar la víspera <strong>de</strong> San Juan, y al año <strong>de</strong> consorcio<br />

no es posible conocerlas ni creer que son las mismas, y su tez lleva ya arrugas, las arrugas<br />

al<strong>de</strong>anas, que parecen grietas <strong>de</strong>l terruño. Todo el peso <strong>de</strong>l hogar les cae encima, y adiós risa<br />

169


alegre y labios colorados. Las coplas populares gallegas no celebran jamás la belleza en la mujer<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casada y madre: sus requiebros y ternezas son siempre para las rapazas, las nenas<br />

bunitas.<br />

Sabel no <strong>de</strong>smentía la regla. A los cuarenta y tantos años era lastimoso andrajo <strong>de</strong> lo que algún<br />

día fue la mejor moza diez leguas en contorno. El azul <strong>de</strong> sus pupilas, antes tan claro y puro,<br />

amarilleaba; su tez <strong>de</strong> albérchigo era piel <strong>de</strong> manzana que en el madurero se va secando; y los<br />

pómulos sobresalientes y la frente baja y la forma achatada <strong>de</strong>l cráneo se marcaban ahora con<br />

energía, completando una <strong>de</strong> esas cabezas <strong>de</strong> al<strong>de</strong>ana <strong>de</strong> las cuales dice cualquiera: «Más fácil<br />

sería convencer a una mula que a esta mujer, cuando se empeñe en algo».<br />

Con todo, su marido Ángel <strong>de</strong> Naya, por remoquete Gallo, la tenía no sólo convencida, sino<br />

subyugada y vencida por completo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos ya lejanos en que anhelaba <strong>de</strong>jar por él su<br />

puesto y corte <strong>de</strong> sultana favorita en los Pazos, e irse a cavar la tierra. Era una <strong>de</strong>voción fanática,<br />

una sumisión <strong>de</strong> la carne que rayaba en embrutecimiento, y una simpatía general <strong>de</strong> epi<strong>de</strong>rmis<br />

grosera y alma burda, que hacían <strong>de</strong> aquel matrimonio el más dichoso <strong>de</strong>l mundo. El varón, no<br />

obstante, calzaba más puntos que la hembra en inteligencia, en carácter, y hasta en ventajas<br />

físicas. Ajada y lacia ella, él conservaba su tipo <strong>de</strong> majo a la gallega y su triunfadora guapeza <strong>de</strong><br />

sultán <strong>de</strong> corral: el andar engallado, el ojo claro, redon<strong>de</strong>ado y vivo, las rizosas patillas y la<br />

fachenda en vestir y el empeño <strong>de</strong> presentarse con cierta dignidad harto cómica. Es <strong>de</strong> saber que<br />

el Gallo, sin madurar los vastos y mefistofélicos planes <strong>de</strong> su antecesor y suegro el terrible<br />

Primitivo, no era ajeno a miras <strong>de</strong> engran<strong>de</strong>cimiento personal, que <strong>de</strong>lataban indicios evi<strong>de</strong>ntes.<br />

El Gallo vestía <strong>de</strong> señor, lo que se dice <strong>de</strong> señor; encargaba a Orense camisolas, corbatas,<br />

pañuelos, capa, reloj, botitos, y por nada <strong>de</strong>l mundo se volvería a poner su pintoresco traje <strong>de</strong><br />

terciopelo <strong>de</strong> rizo azul, con botones <strong>de</strong> filigrana <strong>de</strong> plata, y la montera con plumas <strong>de</strong> pavo real,<br />

ni a oprimir bajo el sobaco el fol <strong>de</strong> la gaita a cuyo sonido habían danzado tantas veces las<br />

mozas. Paisano trasplantado a una capa superior, todo el afán <strong>de</strong>l Gallo era subir más, más aún,<br />

en la escala social. Nadie le obligaría a coger una horquilla o una azada: dirigía la faena agrícola,<br />

nunca tomaba parte activa en ella, porque soñaba con tener las manos blancas y no esclavas,<br />

como él <strong>de</strong>cía. Otra <strong>de</strong> sus pretensiones era leer óptimamente y escribir con perfección. Como<br />

todos los labriegos que apren<strong>de</strong>n a leer y escribir <strong>de</strong> chiquillos, su iniciación en esta maravillosa<br />

clave <strong>de</strong> los conocimientos humanos era muy relativa: sabe leer y escribir no es conocer los<br />

signos alfabéticos, nombrarlos, trazarlos; es sobre todo poseer las i<strong>de</strong>as que <strong>de</strong>spiertan esos<br />

signos. Por eso hay quien se ríe oyendo que para civilizar al pueblo conviene que todos sepan<br />

escritura y lectura; pues el pueblo no sabe leer ni escribir jamás, aunque lo aprenda. En<br />

resolución, el Gallo se <strong>de</strong>spepitaba por alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> lector y pendolista y acostumbraba por las<br />

noches, antes <strong>de</strong> acostarse, leerle a su mujer, en alta voz, el periódico político a que estaba<br />

suscrito y que proporcionaba una satisfacción profunda a su vanidad, al imprimir en la faja - Sr.<br />

D. Ángel Barbeito-Santiago-Cebre -. Por supuesto que leía <strong>de</strong> tal manera, que no sólo al caletre<br />

algo obtuso <strong>de</strong> Sabel, sino al más <strong>de</strong>spierto y agudo, le sería difícil sacar nada en limpio; porque<br />

suprimía radicalmente puntos y comas, se comía preposiciones y conjunciones, se merendaba<br />

pronombres y verbos, casaba sin dispensa palabras y repetía cuatro y seis veces sílabas difíciles,<br />

siendo <strong>de</strong> ver lo que se volvían en labios suyos las noticias referentes, verbigracia, al Mahdi, a<br />

los nihilistas, al rey Luis <strong>de</strong> Baviera o a los fenianos y liga agraria. Y todos estos sucesos,<br />

batallas, asolamientos y fieros males, cuanto más lejanos y más inaccesibles, razonablemente<br />

hablando, a su comprensión, más le <strong>de</strong>leitaban, interesaban y conmovían; y era curioso oírselos<br />

explicar, en tono dogmático, a otros labriegos menos enterados que él <strong>de</strong> la política exterior<br />

europea en cierta tertulia que solía juntarse en la cocina <strong>de</strong> los Pazos. Respecto a sus<br />

pretensiones <strong>de</strong> pendolista, había empezado a satisfacerlas <strong>de</strong>l modo siguiente: encargando a<br />

Orense una resmilla <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> cartas bien lustroso, <strong>de</strong> canto dorado, y mandando plantificar en<br />

mitad <strong>de</strong> cada hoja un A. B. cruzado, tamaño como la circunferencia <strong>de</strong> un duro; y ya provisto <strong>de</strong><br />

papel tan elegante y <strong>de</strong> escribanía y cabos <strong>de</strong> pluma en armonía con él, dio en escribir, para<br />

170


ejercitar la letra, cartas y más cartas a todo bicho viviente, tomando por pretexto, ya el felicitar<br />

los días, ya cualquier motivo análogo. También era para él gran preocupación el hablar, pues se<br />

esforzaba a que sus labios olvidasen el dialecto a que estaban avezados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la niñez, y no<br />

pronunciasen sino un castellano que sería muy correcto si salvásemos las innumerables jeadas,<br />

contracciones, diptongos, barbarismos y otros lunarcillos <strong>de</strong> su parla selecta. ¡Y cuanto más se<br />

empeñaba en sacudirse <strong>de</strong> los labios, <strong>de</strong> las manos, <strong>de</strong> los pies, el terruño nativo, la oscura capa<br />

<strong>de</strong> la madre tierra, más reaparecía, en sus <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> uñas córneas, en sus patillas cerdosas y<br />

encrespadas, en sus muñecas huesudas y en sus anchos pies, la extracción, la extracción<br />

in<strong>de</strong>leble, que le retenía en su primitiva esfera social! Si él lo comprendiese sería muy infeliz.<br />

Por fortuna suya creía todo lo contrario.<br />

Incapaz <strong>de</strong> los vastos cálculos <strong>de</strong> Primitivo, había <strong>de</strong>dicado a comprar tierras todo el dinero<br />

heredado <strong>de</strong> su difunto suegro, que no era poco y andaba esparcido por el país en préstamos a un<br />

rédito usurario. El Gallo amaba las fincas rústicas a fuer <strong>de</strong> labriego <strong>de</strong> raza. Instalado en los<br />

Pazos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, la casa más importante <strong>de</strong>l distrito, vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego lo ventajoso <strong>de</strong> su situación<br />

para papelonear; y como el Gallo antes pecaba <strong>de</strong> pródigo que <strong>de</strong> mezquino, condición frecuente<br />

en los gallegos, dígase lo que se quiera, su sueño dorado fue subir como la espuma, no tanto en<br />

caudal cuanto en posición y <strong>de</strong>coro; y se propuso, ya casado con Sabel, convertirse en señor y a<br />

ella en señora, y a Perucho en señorito verda<strong>de</strong>ro... Aquí conviene aclarar un <strong>de</strong>licado punto. Era<br />

<strong>de</strong> tal índole la vanidad <strong>de</strong>l buen Gallo, que <strong>de</strong>jándose tratar <strong>de</strong> papá por Perucho y sin razón<br />

alguna para regatearle el título <strong>de</strong> hijo, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que por las venas <strong>de</strong>l mozo pudiese circular<br />

más hidalga sangre, le ponía tan esponjado, tan hueco, tan fuera <strong>de</strong> sí <strong>de</strong> orgullo, que no había<br />

anchura bastante para él en toda el área <strong>de</strong> los Pazos. Lo pasado, el ayer <strong>de</strong> Sabel en aquella casa,<br />

lejos <strong>de</strong> indignarle o disgustarle, era el verda<strong>de</strong>ro atractivo que aún poseía a sus ojos una mujer<br />

marchita y cuadragenaria.<br />

El matrimonio salió a esperar al huésped en la meseta <strong>de</strong> la escalera, <strong>de</strong>shaciéndose en<br />

obsequiosos ofrecimientos al «señorito». Parecían los verda<strong>de</strong>ros dueños <strong>de</strong> la casa. Aunque<br />

Sabel no guisaba ya, ¡pues no faltaría otra cosa!, se enteró minuciosamente <strong>de</strong> lo que el huésped<br />

podía apetecer para su cena. ¿Una ensaladita? ¿Tortilla? ¿Lonjas <strong>de</strong> carne? ¿Chocolate? Gabriel<br />

repetía que cualquier cosa, que él comía <strong>de</strong> todo; y en esta porfía me lo iban llevando <strong>de</strong><br />

habitación en habitación, a cual más <strong>de</strong>startalada y sin muebles. En el comedor dieron fondo, y<br />

según la costumbre <strong>de</strong>l país, sentáronse ante la mesa libre <strong>de</strong> manteles, presenciando cómo la<br />

cubrían. Gabriel, al compren<strong>de</strong>r que se trataba <strong>de</strong> cenar, buscó con los ojos algo que no parecía<br />

por el comedor. Y al fin no pudo contenerse.<br />

-¿Y Manolita? - preguntó -. ¿Y Manolita? ¿No cena?<br />

-¿La chiquilla?... ¡Busca! ¿Quién cuenta con ella? - respondió el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, como si<br />

dijese la cosa más natural y corriente <strong>de</strong>l mundo -. ¿En tiempo <strong>de</strong> siega? Echarle un galgo. Ahora<br />

se juntarán en la era todas las segadoras, y armarán un bailoteo <strong>de</strong> cuatrocientos mil <strong>de</strong>monios, y<br />

pan<strong>de</strong>reta arriba y pan<strong>de</strong>reta abajo, y copla va y copla viene, y habiendo una luna hermosa como<br />

hay, tenemos broma hasta cerca <strong>de</strong> las diez.<br />

No replicó palabra Gabriel, por lo mismo que se le ocurrían infinidad <strong>de</strong> objeciones: pero no era<br />

ocasión <strong>de</strong> soltar la sin hueso allí <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la criada que entraba y salía llevando platos, vasos y<br />

servilletas. Su impulso era <strong>de</strong>cir: - Pues mira, vámonos a la era, y luego cenaremos juntos -, pero<br />

se contuvo: todo le parecía prematuro, in<strong>de</strong>licado y fuera <strong>de</strong> sazón mientras no tuviese con su<br />

cuñado una entrevista, lo que se llama una entrevista formal.<br />

Trató <strong>de</strong> entretenerse observando. Le parecía poético aquel comedor tan distinto <strong>de</strong> los que se<br />

ven en todas partes, sin aparadores, sin platitos japoneses o <strong>de</strong> Manises colgados por la muralla,<br />

sin cortinas ni chimenea; por todo adorno, barrocas pinturas al fresco, <strong>de</strong>sconchadas y<br />

empali<strong>de</strong>cidas, representando pájaros, racimos, panecillos, ratones que subían a comérselos, y<br />

otros caprichos <strong>de</strong> la fantasía <strong>de</strong>l pintor; y en el centro, frente a la vasta mesa <strong>de</strong> roble y a los<br />

bancos duros, <strong>de</strong> abacial respaldo, el péndulo solemne. También la mesa se le antojó que tenía<br />

171


carácter o cachet, ese no sé qué <strong>de</strong> arcaico que enamora a las cansadas imaginaciones mo<strong>de</strong>rnas,<br />

y se confirmó en ello al fijarse en el plato que le pusieron <strong>de</strong>lante, en cuyo fondo campeaban<br />

emblemas curiosísimos, que le trajeron a la memoria su edad infantil, pues en su casa siendo<br />

niño había visto loza idéntica. Era en efecto resto <strong>de</strong> dos docenas <strong>de</strong> platos traídos por doña<br />

Micaela, la madre <strong>de</strong>l marqués, que <strong>de</strong>bían formar parte <strong>de</strong> alguna soberbia vajilla hecha para un<br />

<strong>Pardo</strong> virrey o magnate: tenía en el centro el escudo <strong>de</strong> los <strong>Pardo</strong>s <strong>de</strong> la Lage dividido en dos<br />

cuarteles; en el <strong>de</strong> la <strong>de</strong>recha se encabritaban dos leones rampantes en campo <strong>de</strong> gules, y en el <strong>de</strong><br />

la izquierda otro león y cuatro cruces <strong>de</strong> Malta en campo <strong>de</strong> oro. Un casco con una cruz <strong>de</strong><br />

Caravaca por cimera remataba el escudo: sobre él se leía en una ban<strong>de</strong>rola la divisa: Fortis in<br />

fi<strong>de</strong> et regi fi<strong>de</strong>lis; bajo el escudo, en otra ban<strong>de</strong>rola, Per cruces ad triumphos. ¡Resto <strong>de</strong> algo<br />

glorioso, esculpida y dorada proa que recuerda al buque náufrago! Distrajo a Gabriel <strong>de</strong> la<br />

contemplación <strong>de</strong>l plato, su cuñado que con inmenso cucharón <strong>de</strong> plata le servía una sopa <strong>de</strong> pan<br />

humeante, grasienta y doradita. La sopa cubrió en un momento los lemas heroicos y los fieros<br />

leones, y no quedó ni señal <strong>de</strong> la pluma flotante <strong>de</strong>l casco, ni <strong>de</strong> los airosos picos en que se<br />

bifurcaban al extremo las gallardas ban<strong>de</strong>rolas <strong>de</strong> las divisas.<br />

Si Gabriel pudiese recordar otras épocas <strong>de</strong> los Pazos, notaría, no sólo en aquella exhibición <strong>de</strong><br />

vajilla blasonada, sino en mil <strong>de</strong>talles más, que allí reinaba cierta suntuosidad <strong>de</strong>sconocida cosa<br />

<strong>de</strong> veinte años antes. Y no era que don Pedro Moscoso se hubiese pulido y civilizado algo; al<br />

revés: con la mengua <strong>de</strong> sus fuerzas físicas, con el paso <strong>de</strong> la vida nómada <strong>de</strong> cazador a la más<br />

se<strong>de</strong>ntaria <strong>de</strong> hidalgo que cultiva sus tierras, con el terror <strong>de</strong> la gota, <strong>de</strong> la vejez y <strong>de</strong> la muerte,<br />

terror que se iba escribiendo en su huraño semblante, le había entrado mayor indiferencia que<br />

nunca por las finuras y elegancias: en cambio la materia le dominaba, cogiéndole por el flaco <strong>de</strong><br />

la gula, y como todos los gotosos, apetecía justamente los platos y vinos que más daño podían<br />

causarle. El ramo <strong>de</strong> pompas y vanida<strong>de</strong>s corría <strong>de</strong> cuenta <strong>de</strong>l insigne Gallo, en quien latía la<br />

inclinación más irresistible al fausto y esplendor, y que procuraba <strong>de</strong>slumbrar al huésped con la<br />

vajilla y con cuanto pudiese.<br />

Cuando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reposar la cena fumando un par <strong>de</strong> cigarrillos, pedía Gabriel a don Pedro una<br />

entrevista confi<strong>de</strong>ncial para el día siguiente, retirábase el Gallo a sus habitaciones en compañía<br />

<strong>de</strong> su mujer, la cual acababa <strong>de</strong> disponer todo lo necesario al alojamiento <strong>de</strong>l huésped. Nada<br />

menos que a sus habitaciones que eran en la planta baja, muy apañadas y cucas, con divisiones<br />

nuevecitas <strong>de</strong> barrotillo y enlucido <strong>de</strong> yeso. Todo lo que antes fue madriguera <strong>de</strong>l zorro<br />

Primitivo, lo había convertido el presuntuoso Gallo en corral digno <strong>de</strong> sus espolones y fachenda.<br />

Y cuanto tenían <strong>de</strong> <strong>de</strong>startalados y tristes los aposentos <strong>de</strong> arriba, que habitaba el señor, otro<br />

tanto <strong>de</strong> cómodos y alegres los <strong>de</strong> abajo, el nido que se labraba el mayordomo. Llenitas como un<br />

huevo, nada faltaba en ellas: ni los cómodos armarios recién pintados, ni las útiles perchas, ni las<br />

sillas y sofá <strong>de</strong> yute, ni el espejo gran<strong>de</strong> en la salita, ni las fotografías harto ridículas, en sus<br />

marcos dorados, ni cromos <strong>de</strong> frailes y majas, ni muñequitos <strong>de</strong> porcelana tocando el violín, ni<br />

calendario americano, ni, en suma, ninguno <strong>de</strong> los objetos que componen el falso bienestar y el<br />

lujo <strong>de</strong> similor que hoy penetra hasta en las al<strong>de</strong>as. La cama <strong>de</strong> matrimonio era negra maqueada,<br />

es <strong>de</strong>cir, con unos pecaminosos medallones dorados y unas inicuas guirnaldas <strong>de</strong> rosas; a cada<br />

viaje que el Gallo hacía a Orense, se le acrecentaba el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> trocarla por una dorada<br />

enteramente, lo cual era a sus ojos el colmo <strong>de</strong> la ostentación y sibaritismo humano; pero un<br />

vago recelo <strong>de</strong> lo que podría <strong>de</strong>cir la gente envidiosa y chismosa, le contenía siempre,<br />

reduciendo su vehemente capricho al estado <strong>de</strong> sueño, <strong>de</strong> aspiración imposible, y por lo mismo<br />

más seductora.<br />

Las pollitas, o sean las hijas <strong>de</strong>l Gallo, <strong>de</strong> siete y nueve años <strong>de</strong> edad, dormían ya como sardina<br />

en banasta en una misma cama, la una en posición natural, la otra con los pies hacia la cabecera;<br />

dormían con los ojos colorados y los carrillos hechos un tomate <strong>de</strong> tanto becerrear y llorar,<br />

porque querían ir a la era, a oír tocar la pan<strong>de</strong>reta y cantar la encomienda; pero su padre, que<br />

profesaba las más severas i<strong>de</strong>as respecto al <strong>de</strong>coro <strong>de</strong> las señoritas, no se lo había permitido.<br />

172


Sabel empezaba a soltarse los cordones <strong>de</strong> las innumerables sayas que vestía según la costumbre<br />

al<strong>de</strong>ana: y el Gallo, sentado en una butaca, al lado <strong>de</strong> una mesa que sustentaba la lámpara <strong>de</strong><br />

petróleo (una lámpara nada menos que <strong>de</strong> imitación <strong>de</strong> porcelana japonesa) tomó el periódico<br />

que a la sazón recibía, y era si no mienten las crónicas El Globo, y comenzó a chapucear sueltos,<br />

asombrándose mucho <strong>de</strong>l calor que hacía en Nueva York, y exclamando:<br />

-¡Ave María <strong>de</strong> gracia!... ¡Dice que están a noventa... y cin... y cin... co farengues... (95º<br />

Fahrenheit se cree que sería), y trin... trienta y ci... cinco y ciento gra... dos! (35º centígrados,<br />

supongo que rezaría la hoja.) Mujer... ¡qué pasmo!<br />

Sabel, que se acostaba entonces, respondió con una especie <strong>de</strong> complaciente gruñido, estirándose<br />

gustosa entre las sábanas, pues sin saber cuántos farengues <strong>de</strong> calor se gastaban por allí, sabía<br />

que había sudado el quilo el día entero. Y con ese género <strong>de</strong> gruñidos salía <strong>de</strong>l apuro siempre que<br />

su consorte se empeñaba en enseñarle el santito, el grabado, o mejor dicho el borrosísimo cliché<br />

<strong>de</strong>l periódico, para hacerle admirar cuatro chafarrinones y media docena <strong>de</strong> rayas en que una<br />

fantasía ardiente podía reconocer, ya una Al<strong>de</strong>a rusa a orillas <strong>de</strong>l Volga, ya la Vista <strong>de</strong><br />

Constantinopla tomada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Bósforo, con otros primores artísticos <strong>de</strong> la misma laya. Aquella<br />

noche, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pagar el imprescindible tributo a la política exterior y al movimiento europeo,<br />

ambos cónyuges, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> apagar el quinqué soplando fuertemente en la boca <strong>de</strong>l tubo, entre<br />

el silencio y la oscuridad y el bienestar <strong>de</strong>l lecho, que refuerza muchísimo la potencia discursiva,<br />

se echaron a indagar, comunicándose sus reflexiones, qué <strong>de</strong>monios sería aquella venida <strong>de</strong>l<br />

señorito don Gabriel.<br />

- XV -<br />

La primer noche <strong>de</strong> los Pazos fue para Gabriel <strong>Pardo</strong> noche <strong>de</strong> fiebre. Fiebre <strong>de</strong> impaciencia,<br />

fiebre <strong>de</strong> cólera, fiebre <strong>de</strong> recuerdos, <strong>de</strong> esperanzas, <strong>de</strong> curiosidad, <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible y hondo temor,<br />

y a<strong>de</strong>más... ¿por qué negarlo?, ¿por qué dudarlo?, ¡fiebre amorosa!<br />

¡Amorosa! ¡Una niña a quien había visto un cuarto <strong>de</strong> hora, que le había dicho buenas tar<strong>de</strong>s por<br />

junto y enseguida a recoger gavillas <strong>de</strong> centeno sin mirarle más a la cara! ¡Una niña cuyos rasgos<br />

fisiognómicos le sería imposible recordar con exactitud!<br />

- No soy yo quien se enamora, es mi imaginación con<strong>de</strong>nada - pensaba el comandante -. Parezco<br />

un ca<strong>de</strong>te. Pero es que en esa chiquilla he cifrado yo muchas cosas. La familia pasada y la futura,<br />

mi mamita y mi hogar, mis ya casi <strong>de</strong>svanecidas memorias <strong>de</strong> cariño y mis justas aspiraciones a<br />

los afectos santos que todo hombre tiene <strong>de</strong>recho a poseer. Por eso me ha entrado así, tan fuerte.<br />

Cabalmente le habían dado el cuarto <strong>de</strong> su mamita, ¡el cuarto en que había muerto! Él no lo<br />

sabía. Por una especie <strong>de</strong> convenio tácito consigo mismo, y a fuer <strong>de</strong> persona recta, le repugnaba<br />

hacer ninguna pregunta hostil o <strong>de</strong>sagradable en una casa adon<strong>de</strong> venía en son <strong>de</strong> paz; así es que<br />

no había querido ni enterarse <strong>de</strong> cuál era el cuarto. Se lo dieron porque, arreglado poco antes <strong>de</strong><br />

la boda, se encontraba más presentable que el resto <strong>de</strong> la <strong>de</strong>smantelada huronera, tan invadida<br />

por las aficiones agrícolas <strong>de</strong>l dueño, que en algún salón la cosecha <strong>de</strong> maíz sobrante se<br />

amontonaba a ambos lados en rimero <strong>de</strong> oro. Allí la cama barroca, con su dorado copete<br />

figurando el sol; allí el biombo con inverosímiles pinturas <strong>de</strong> casas y árboles; allí todavía el<br />

canapé <strong>de</strong> estilo Imperio en que se reclinaba la enferma, la honda ventana junto a la cual se<br />

sentaba a leer en un sillón <strong>de</strong> gutapercha ya <strong>de</strong>scascarado; sobre la cabecera estampas <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>voción, un rosario <strong>de</strong> azabache con engarce <strong>de</strong> plata... todo había sido conservado allí, no por<br />

respeto ni por ternura, sino por la indiferencia <strong>de</strong> la vida campesina, por el tamaño <strong>de</strong>l gran<br />

caserón, don<strong>de</strong> se pasaba un año sin que fuesen visitados algunos aposentos.<br />

Gabriel velaba revolviéndose en la cama, escuchando el silencio, ese silencio campesino en que<br />

vibran siempre ladridos <strong>de</strong> canes vigilantes, murmullos <strong>de</strong> agua y brisa, coros <strong>de</strong> ranas, y antes<br />

<strong>de</strong> la aurora, gemir <strong>de</strong> carros, y a la aurora, dianas <strong>de</strong> gallos <strong>de</strong> sangre ligera. Calculaba qué línea<br />

173


<strong>de</strong> conducta le convendría adoptar al día siguiente, al fin optó por la más leal. Hablaría con el<br />

hidalgo francamente, se lo diría todo, obraría <strong>de</strong> acuerdo con él y previo su consentimiento. Y si<br />

le negaba autorización para hacerse querer <strong>de</strong> la niña... bien, entonces le asistiría el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

tomársela.<br />

Llegó al cabo el amanecer y sucediole a Gabriel lo que a todos los que se pasan la noche en<br />

blanco suspirando por el día: que se quedó profunda e invenciblemente dormido. El marqués <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>, inveterado madrugador gracias a sus hábitos <strong>de</strong> caza y siesta, vino con impertinente celo a<br />

<strong>de</strong>spertar a su cuñado, aguijoneándole ya la curiosidad <strong>de</strong> saber el objeto <strong>de</strong> la venida <strong>de</strong>l<br />

comandante. Gabriel fue llamado al mundo real cuando más a su sabor se encontraba en el <strong>de</strong> las<br />

quimeras. Propuso el marqués, a guisa <strong>de</strong> armisticio, que la conversación fuese <strong>de</strong> cama a butaca,<br />

pero Gabriel rechazó las sábanas, y empezó a vestirse y lavarse en un aguamanil tan chico como<br />

incómodo, con dos toallas no mayores que pañuelos <strong>de</strong> narices. Convinieron en que la entrevista<br />

se celebraría <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> media hora en el <strong>de</strong>spacho y archivo <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> - archivo que<br />

ya volvía a encontrarse punto más punto menos, en su prístino estado, antes <strong>de</strong> arreglarlo cierto<br />

capellán.<br />

El artillero acudió puntualmente, y sin saber cómo, el diálogo que Gabriel se había propuesto que<br />

fuese sumamente correcto y formal, tomó en seguida giro humorístico, <strong>de</strong>scarado y hostil por<br />

ambas partes. - Me <strong>de</strong>jas pasmado. - No sé por qué. - Pero, vamos claros: ¿tú tienes gana <strong>de</strong><br />

broma? - Nada <strong>de</strong> eso: con nadie, y menos contigo. -¿En qué quedamos; me pi<strong>de</strong>s o no a<br />

Manolita? - No te la pido; lo que hago es advertirte que voy a intentar tomarla, porque me parece<br />

<strong>de</strong>sleal proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> otra manera: al fin eres su padre. -¿Tomarla? ¿Cómo se entien<strong>de</strong> eso <strong>de</strong><br />

tomarla? -¿Cómo se entien<strong>de</strong>? No como lo entien<strong>de</strong>s tú, sino <strong>de</strong> otro modo: y para explicártelo<br />

mejor, voy a ver si logro que la chica me quiera, y entonces... entonces sí que te la pido. - Sólo<br />

faltaba que tampoco me la pidieras entonces. - Pues bien mirado, si ella quiere darse, es cuando<br />

menos falta me hace que me la <strong>de</strong>s tú; pero... yo soy así. - Tú eres por lo visto una buena pieza. -<br />

Nada <strong>de</strong> eso; al contrario, por sencillez y por honra<strong>de</strong>z te cuento a ti todo esto. - Pero... ¿estará<br />

<strong>de</strong>cente que an<strong>de</strong>s tú por ahí acompañando a la chica, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> saber que tienes tales<br />

proyectos? - Mis proyectos son muy honestos, y no parece sino que tu hija anda muy recogida y<br />

pierniquebrada. -¡Hombre... hombre! - La has criado como un marimacho, sin recato ninguno,<br />

¿sabes? Y muy mal, por no <strong>de</strong>cir infernalmente. - Y a ti, ¿quién te da vela?... - Poca cosa: como<br />

que intento ser su marido, y como que soy el hermano <strong>de</strong> su madre. - Manolita es una chiquilla y,<br />

a<strong>de</strong>más... no anda sola. - No, ya sé que la acompaña... el hijo <strong>de</strong>l mayordomo -. (Aquí los ojos <strong>de</strong><br />

ambos cuñados cruzaron una mirada singular, y don Pedro acabó por bajarlos). - Siempre<br />

anduvieron juntos ella y ese rapaz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeñitos. -¡Bonita razón! En fin, al grano; ¿me<br />

permites, sí o no, que pruebe a agradar a Manolita? -¿Y si no te lo permito? - Lo haré sin tu<br />

permiso; sólo que lo haré <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera <strong>de</strong> tu casa, porque no me parecerá regular venir a meterme<br />

en ella para obrar contra tu gusto. - Y si te doy permiso y le agradas, ¿te casarás con ella? -<br />

¡Hombre!, ese es mi propósito: ¿pero y si tratada, no me gusta? No puedo empeñarte mi palabra.<br />

- Me estás proponiendo cosas raras. - Aún voy a proponerte otra más rara que todas las <strong>de</strong>más. Si<br />

se arregla la boda, no le <strong>de</strong>s un céntimo a tu hija <strong>de</strong> presente, y dispón tu testamento como te dé<br />

la gana y a favor <strong>de</strong> quien se te antoje. - Eh... Ni un cént... Quieto, quieto; mi hija no está en la<br />

calle; por <strong>de</strong> pronto tiene... la legítima materna. -(Por ahí te duele, pensó Gabriel cuando oyó<br />

esto). - La legítima materna <strong>de</strong> Manolita te la ce<strong>de</strong>ré: yo le señalaré <strong>de</strong> mi patrimonio, en carta<br />

dotal, otro tanto como le corresponda por herencia <strong>de</strong> su madre. - Yo... en realidad <strong>de</strong> verdad...<br />

así Dios me salve... - He dicho que ni un céntimo <strong>de</strong> presente, ¿cómo se dicen las cosas?... Y el<br />

día <strong>de</strong> mañana... lo que te dicte tu conciencia... y nada más. (La cara <strong>de</strong>l marqués se dilataba, su<br />

barba gris temblaba <strong>de</strong> placer.) -¡Vaya, vaya con don Gabriel <strong>Pardo</strong>! ¿Y cómo ha sido ese<br />

repentón <strong>de</strong> gustarte la chica? - Tres meses hace que me gusta. -¿Sin verla? -¡Se entien<strong>de</strong>! Casi<br />

no la he visto aún a estas horas. A ti, ¿qué te importa eso? Es cuenta <strong>de</strong> ella y mía. No se te pi<strong>de</strong><br />

sino la aquiescencia y nada más. - Pues... por mí... trato hecho. - Trato hecho... ¡Acabáramos!<br />

174


- Ya tengo - pensó Gabriel al volver a su cuarto - campo libre y carta blanca -. Pasábase el<br />

cepillo por la cabeza a fin <strong>de</strong> alisar y distribuir mejor sus cabellos finos y escasos, cuando el<br />

corazón le dio un brinco absurdo, inverosímil: unos <strong>de</strong>dos menudos herían aprisa la puerta, una<br />

voz que le era imposible confundir ya con otra alguna, preguntaba:<br />

-¿Hay permiso?<br />

Manolita entró. Venía vestida con algún más esmero que el día anterior, y su traje <strong>de</strong> percal color<br />

garbanzo salpicado <strong>de</strong> cabecitas <strong>de</strong> perros, látigos y gorras <strong>de</strong> jockey, revelaba pretensiones <strong>de</strong><br />

seguir la moda y proce<strong>de</strong>ncia orensana o pontevedresa. El peinado también indicaba más larga<br />

elaboración que la víspera, y había un lazo azul <strong>de</strong> raso al extremo <strong>de</strong> las trenzas. La muchacha<br />

se a<strong>de</strong>lantó sin cortedad alguna por el cuarto <strong>de</strong> su tío, y con cierta sequedad le dijo, <strong>de</strong> carretilla<br />

y en tono uniforme, a manera <strong>de</strong> chico que recita la lección:<br />

- Buenos días. ¿Cómo ha <strong>de</strong>scansado usted? Yo... bien. Dice papá que le lleve a ver el huerto y la<br />

casa toda.<br />

- Gracias, niña... ¿Y para venir conmigo te has compuesto así?<br />

- Mandó papá que me pusiese el vestido nuevo para acompañarle a usted.<br />

- ¿Te sería igual tutearme... o te parezco <strong>de</strong>masiado viejo? Di - añadió con unos visos <strong>de</strong><br />

melancolía.<br />

- Algo viejo es... y me da vergüenza.<br />

Gabriel se quedó encantado <strong>de</strong> la contestación. «Ella me tuteará» - pensó para sí; y añadió en voz<br />

alta:<br />

- Pues cuando tengamos más confianza. Ahora, vámonos por ahí, al huerto... Tengo más ganas<br />

<strong>de</strong> aire libre que <strong>de</strong> ver la casa. ¿Quieres mi brazo?<br />

-¡Brazo! ¡Ay, qué chiste! Tengo los dos que Dios me dio. Pue<strong>de</strong> que...<br />

-¿Qué?<br />

- Que si fuésemos por ahí... por montes... le tuviese yo que dar la mano.<br />

- Pues mira... Justamente quería pedirte ese favor. Que me enseñases paseos largos, sitios<br />

bonitos... Tú que conoces todo este país como tu propio cuarto.<br />

- Sí; pero a esta horita - notó la muchacha castañeteando los <strong>de</strong>dos- ¿quién se atreve a pasar más<br />

allá <strong>de</strong>l bosque? No se aguantará la calor, y usted que no tiene costumbre...<br />

- Pues al bosque ahora, y a la tar<strong>de</strong>... me llevarás a don<strong>de</strong> gustes, chiquilla.<br />

Volviose la muchacha con un movimiento <strong>de</strong> malhumor y aspereza, que ya dos veces había<br />

observado en ella Gabriel; y este síntoma infalible <strong>de</strong> <strong>de</strong>testable educación, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>salentar<br />

al artillero, le atrajo más. - Es un terreno inculto, virgen, lleno <strong>de</strong> espinos, ortigas, zarzales...<br />

¡Pobre huérfana, y pobre hermana mía! Si viviese... A falta suya, yo <strong>de</strong>sbrozaré esa maleza, a<br />

fuerza <strong>de</strong> paciencia y <strong>de</strong> cariño.<br />

La montañesa echó <strong>de</strong>lante, ágil y airosa como una cabrita montés, y su tío la seguía, rumiando<br />

aquello <strong>de</strong>l terreno virgen, y observando con gran placer que era aplicable así a lo moral como a<br />

lo físico <strong>de</strong> la muchacha. La cintura <strong>de</strong> Manolita, en vez <strong>de</strong> ser <strong>de</strong> forma cilíndrica, tenía las dos<br />

planicies <strong>de</strong>lante y <strong>de</strong>trás, que suelen <strong>de</strong>latar la inocencia <strong>de</strong>l cuerpo; su nuca (<strong>de</strong>scubierta por la<br />

raya que dividía las trenzas colgantes), su nuca, esa parte <strong>de</strong>l cuerpo femenino que el arte<br />

mo<strong>de</strong>rno ha rehabilitado <strong>de</strong>volviéndole todo su valor expresivo, era <strong>de</strong> las más tranquilizadoras,<br />

por su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z y pureza, y lo raro y lacio <strong>de</strong>l pelo corto que la sombreaba; su andar era andar <strong>de</strong><br />

cervatilla, sin langui<strong>de</strong>z alguna, y sus sienes rameadas <strong>de</strong> venas azules y su frente convexa la<br />

hacían semejante a las santas mártires o extáticas que se ven en los museos.<br />

-¡Cuánto tengo aquí que enmendar, que enseñar, que formar! - reflexionaba Gabriel, muy<br />

encariñado ya con su oficio <strong>de</strong> preceptor -. Pero hay terreno, hay sujeto... ¡La han <strong>de</strong>scuidado<br />

tanto! Lo que exista aquí <strong>de</strong> bueno ha <strong>de</strong> ser bueno <strong>de</strong> ley, por <strong>de</strong>berse exclusivamente a la<br />

fuerza e influjo <strong>de</strong>l natural, a la rectitud <strong>de</strong>l instinto. Más fácil es habérselas con esta niña,<br />

entregada a sí misma <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nació, que con esas chicas criadas en una atmósfera artificial, y a<br />

quienes la solicitud y los sabios... o hipócritas consejos <strong>de</strong> las mamás, tías, y amiguitas, han<br />

175


cubierto <strong>de</strong> un barniz tan espeso y compacto, que el <strong>de</strong>monio que sepa lo que hay <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> él. -<br />

¿Conque adón<strong>de</strong> me llevas?, ¿al bosque? ¡Pero qué modo <strong>de</strong> correr! - exclamó en voz alta,<br />

viendo que Manolita atravesaba velozmente las habitaciones <strong>de</strong> la casa, bajaba las escaleras <strong>de</strong><br />

cuatro saltos, y sin aflojar el paso se metía por el huerto.<br />

- Corra también - respondió la niña casi sin volver la cara -: ¡Todo esto <strong>de</strong> la casa y la huerta es<br />

más cargante! Ya iremos <strong>de</strong>spacio por el soto... Allí da gusto.<br />

Realmente el huerto parecía un horno. El día amenazaba ser <strong>de</strong>l todo canicular, y en la superficie<br />

<strong>de</strong>l estanque, los mismos escribanos <strong>de</strong> agua tenían pereza <strong>de</strong> echar complicadas firmas con sus<br />

largos zancos, y adormecidos sobre las verdosas plantas palúdicas se entregaban al goce <strong>de</strong> beber<br />

sol. <strong>Los</strong> átomos <strong>de</strong>l aire vibraban, prontos a inflamarse cuando el astro ascendiese a su zenit;<br />

innumerables insectos zumbaban entre la hierba; gorjeaban con viveza y regocijo los pájaros,<br />

seguros <strong>de</strong> que con aquel día tropical la espiga se abriría sola y los surcos se llenarían <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>rramada simiente; <strong>de</strong> cuando en cuando, una bandada <strong>de</strong> mariposas ejecutaba en el ambiente<br />

<strong>de</strong> fuego una figura <strong>de</strong> rigodón, y luego se <strong>de</strong>svanecía. Gabriel, sofocado, se había quitado el<br />

hongo, y abanicábase con él. Sin pararse, <strong>de</strong> soslayo la chica lo vio.<br />

- Va a pillar un soleado... ¡Ave María Purísima! Coja una hoja <strong>de</strong> berza y métala en el sombrero,<br />

que si no... mañana a estas horas está en la cama con un mal.<br />

Obe<strong>de</strong>ció el sabio consejo el artillero, y colocó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su hongo una hoja <strong>de</strong> col bien aplicada.<br />

-¿Y tú? - exclamó en seguida -. ¿Por qué no coges un soleado tú? No llevas nada en la cabeza.<br />

-¡Uy! ¡Yo! Yo ya tengo confianza con el sol.<br />

A lo lejos, más allá <strong>de</strong> los frutales <strong>de</strong>l huerto, que apenas daban sombra, <strong>de</strong>stacábase el soto,<br />

como una promesa <strong>de</strong> frescura y bienestar; el soto <strong>de</strong> castaños floridos, don<strong>de</strong> los rayos <strong>de</strong>l sol<br />

no tenían acceso. Pero Gabriel, fuese por <strong>de</strong>tenerse un minuto, o porque realmente el paseo<br />

convidaba a refrescar la boca, se <strong>de</strong>tuvo al pie <strong>de</strong> un ciruelo cargado <strong>de</strong> fruta, y llamó a su<br />

sobrina.<br />

-¿Manuela?<br />

Ella se volvió, asaz impaciente.<br />

-¿Sabes que <strong>de</strong> buena gana comería un par <strong>de</strong> ciruelas?<br />

- Pues cómalas, y buen provecho - respondió la chica encogiéndose <strong>de</strong> hombros.<br />

- Escógemelas; ten compasión <strong>de</strong> un pobre cortesano ignorante.<br />

-¿Seque no diferencia las ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las maduras?<br />

- No... Sé un poco amable. Ayúdame.<br />

Con el ceño fruncido, el a<strong>de</strong>mán entre hosco y burlón, la chica alargó los <strong>de</strong>dos, bajó una rama,<br />

fue tentando ciruelas... y en un abrir y cerrar <strong>de</strong> ojos, <strong>de</strong>jó caer una docena, como la pura miel,<br />

amarillas por la cara que miraba al sol y reventadas ya <strong>de</strong> tan dulces, en el pañuelo limpio,<br />

marcado con elegante cifra, que Gabriel tenía cogido por las puntas.<br />

- Mil gracias... Ahora...<br />

-¿Ahora qué?<br />

- Cómete tú una primero, para que me sepan mejor las <strong>de</strong>más.<br />

- No me da la gana... Estoy harta <strong>de</strong> ciruelas.<br />

- Pues dispensa... Una más o menos, no te produciría indigestión, y al comerla, cumplirías un<br />

<strong>de</strong>ber.<br />

-¿De qué? - preguntó ella fijando con dureza en Gabriel sus ojos ariscos.<br />

- El <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> las señoritas, que es hacerse agradables y simpáticas a todo el mundo, y con mayor<br />

razón a los huéspe<strong>de</strong>s que tienen en casa, y todavía más si son sus tíos y vienen a verlas.<br />

Una ojeada más fiera que las anteriores fue la respuesta <strong>de</strong> Manolita, que echó a andar apretando<br />

el paso, tanto que a Gabriel le costaba trabajo seguirla.<br />

- Chica, chica... - gritó -. Mira que he trepado por los vericuetos <strong>de</strong> las Provincias, pero tú eres un<br />

gamo... Aguarda un poco.<br />

176


Parose la muchacha, y agarrándose al tronco <strong>de</strong> un peral, y estribando en la pierna izquierda, con<br />

la punta <strong>de</strong>l pie <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>scribía semicírculos sobre la hierba. Al alcanzarla su tío, no dijo<br />

palabra; suspiró con resignación, y siguió andando con menos ímpetu, pero sin hacer caso <strong>de</strong>l<br />

forastero.<br />

Dejado atrás el huerto, pisaron la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque, alfombrada por las panojas amarillentas <strong>de</strong> la<br />

flor <strong>de</strong>l castaño, que empezaba a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse aquellos días y había impregnado el aire <strong>de</strong> un<br />

olorcillo que sin ser embriagador perfume, tiene algo <strong>de</strong> silvestre, <strong>de</strong> fresco, <strong>de</strong> forestal, <strong>de</strong><br />

húmedo y refrigerante, por <strong>de</strong>cirlo así, encantador para los que han nacido o vivido largo tiempo<br />

en la región gallega. No pecaba el soto <strong>de</strong> intrincado; como más próximo a la casa, había sido<br />

plantado con cierto or<strong>de</strong>n y simetría, y los troncos <strong>de</strong> sus magníficos árboles formaban calles en<br />

todas direcciones, aunque los obstruyese la maleza, <strong>de</strong>jando sólo relativamente limpia la <strong>de</strong>l<br />

centro, atajo que solían tomar los peatones que <strong>de</strong>scendían <strong>de</strong> la montaña, para llegar a los Pazos<br />

más pronto. El ramaje era tan tupido y formaba tan espesa bóveda, que sólo casualmente le<br />

atravesaba la claridad solar, engalanándolo con una estrella <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> visos irisados, trémula<br />

sobre la cortina ver<strong>de</strong>. Manolita andaba y andaba, pero más <strong>de</strong>spacio ya, con el involuntario<br />

recogimiento que produce la frescura y la oscuridad <strong>de</strong> un bosque. Gabriel emparejó con ella, y<br />

señalándole el repuesto y solitario lugar y la mullida hierba, le dijo:<br />

-¿Vamos a sentarnos un poco? Esto está envidiable.<br />

- Bien - contestó lacónicamente la muchacha, siempre con la misma agrazón en el acento y el<br />

gesto; y se tumbó como <strong>de</strong> mala gana en el blando tapiz.<br />

- XVI -<br />

-¡Cortezuda es la pobrecilla! - pensaba Gabriel mientras su sobrina callaba arrancando uno tras<br />

otro los pétalos <strong>de</strong> una flor silvestre. La flor, que era una margarita, le contestó -mucho- pero la<br />

muchacha, que nada tenía <strong>de</strong> romántica, no le había preguntado cosa alguna.<br />

- Manuela (esto ya iba dicho en voz alta y con dulzura y ansiedad) dispénsame que te haga una<br />

pregunta. ¿Estás así, incomodada y <strong>de</strong> mal humor, por culpa mía, por tener que acompañarme?<br />

Mira, dímelo francamente, porque... no tendrá nada <strong>de</strong> particular, ¿sabes? Lo que se dice nada.<br />

Un pariente forastero que llega ayer, llovido <strong>de</strong>l cielo; a quien tú no has visto jamás ni<br />

probablemente oído nombrar dos veces en toda tu vida; que no conoce tus gustos y costumbres,<br />

ni tú las <strong>de</strong> él... más viejo... mucho más viejo que tú; y que va tu padre y te manda que... lo<br />

acompañes, ¿no es eso? Hija, comprendo, comprendo perfectamente que reniegues <strong>de</strong> mí.<br />

Manuela bajó los ojos, que tenía clavados en el on<strong>de</strong>ante pabellón <strong>de</strong> las ramas, y miró a su tío<br />

primero con cierta sorpresa, <strong>de</strong>spués con atención. Gabriel, habiéndose quitado los quevedos,<br />

concentraba en sus expresivas pupilas toda la vida <strong>de</strong> su espíritu.<br />

- Como lo comprendo, no pienses que me he <strong>de</strong> enfadar contigo... Lo que te dije antes, cuando te<br />

pedí que comieses las ciruelas, fue pura broma. Yo no me enfado por sentimientos naturales y<br />

cosas propias <strong>de</strong> la edad; a<strong>de</strong>más, nada que venga <strong>de</strong> ti pue<strong>de</strong> enfadarme, niña. Tú pue<strong>de</strong>s hacer<br />

<strong>de</strong> mí lo que quieras.<br />

-¿Por qué? - preguntó la montañesa, cuya negra pupila se dilató <strong>de</strong> asombro.<br />

- Porque eres un ángel, y los ángeles no ofen<strong>de</strong>n a nadie... y porque aunque fueses un diablillo,<br />

yo... te querría, ¿sabes? Lo mismo que te quiero... con toda el alma... ¡con toda el alma!<br />

Fue dicha la frase con tan sabrosa mezcla <strong>de</strong> calor y galantería, <strong>de</strong> ternura paternal y fuego<br />

profano, que Manuela se sintió poco a poco enrojecer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la punta <strong>de</strong> la barbilla hasta la raíz<br />

<strong>de</strong>l cabello, y su infalible instinto femenil le dijo que había allí algo inusitado, algo distinto <strong>de</strong> lo<br />

que podía <strong>de</strong>cir un tío a una sobrina en el fondo <strong>de</strong> un bosque. Y otra vez se juntaron sus cejas, y<br />

su boca <strong>de</strong> finos labios adquirió expresión severísima.<br />

177


- Tu madre - añadió Gabriel como para atemperar el encendimiento <strong>de</strong> sus palabras- fue mi<br />

hermana <strong>de</strong>l corazón, y he conservado <strong>de</strong> ella tal memoria, que sólo por ser tú hija suya, besaría<br />

la tierra que pisas... ¿te ríes, chiquilla? Pues verás como lo hago, ahora mismo.<br />

Y sin más preliminares, Gabriel, que estaba recostado un poco más abajo que la niña, se volvió,<br />

llegó el rostro a las hierbas en que el pie <strong>de</strong> esta reposaba, y aplicoles un sonoro beso.<br />

La gravedad <strong>de</strong> la montañesa se disipó como el humo. Ver a aquel señor, tan elegante, tan fino,<br />

tan formal, que aunque no era precisamente viejo, parecía «persona <strong>de</strong> respeto», y que sin más ni<br />

más besuqueaba el suelo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella, le arrancó una viva y sonora carcajada. Gabriel le hizo<br />

coro.<br />

-¡Gracias a Dios que te veo reír! - dijo al disiparse el primer alborozo -. ¡Gracias a Dios! Todo lo<br />

que sea no estar con aquella cara <strong>de</strong> juez <strong>de</strong> antes, me gusta. A tu edad se <strong>de</strong>be reír... es lo<br />

natural. ¡Qué contento me da verte así! Sobrina mía... te <strong>de</strong>claro solemnemente que eres muy<br />

bonita cuando te ríes. (Ya lo sabía la niña, y aunque montañesa, no ignoraba que al reír se le<br />

ahondaba un par <strong>de</strong> graciosos hoyos en las mejillas y se lucían sus dientes, que en lo blancos y<br />

parejos afrentaban a los piñones). Por lo <strong>de</strong>más - siguió Gabriel - a mí, como te quiero, me<br />

pareces siempre muy linda... Sí, sobrinita. Antes <strong>de</strong> verte ya me gustabas...<br />

-¿Antes <strong>de</strong> verme? - interrogó la chiquilla con serenidad burlona, enjugándose con las yemas <strong>de</strong><br />

los <strong>de</strong>dos lágrimas <strong>de</strong> risa.<br />

- Antes. ¿De qué te pasmas? ¿Te acuerdas tú <strong>de</strong> tu mamá?<br />

- No... ¡Era yo tan cativa cuando se murió la pobre!<br />

-¿Y cómo te la figuras tú? ¿Fea o bonita?<br />

-¡Qué pregunta! Ya se sabe que bonita.<br />

- Pues... lo mismo me pasaba a mí contigo antes <strong>de</strong> verte. Ea: ¿están hechas las paces? ¿Somos<br />

amigos?<br />

- Sí señor - respondió Manuela entornando los párpados.<br />

-¿No estás disgustada por tener que acompañarme?<br />

- No señor...<br />

- Sí señor, no señor... ¡Ay, ay, ay! ¡Qué sonsonete! Mira que si me enfado... te hago reír otra vez.<br />

Ya que no quieres tutearme... al menos, no me digas señor: dime Gabriel, que es mi nombre.<br />

-¿Tío Gabriel?<br />

- Bueno, tío Gabriel, sí así te parece que te podrás ir acostumbrando a llamarme Gabriel a secas.<br />

Y ahora, que ya estamos con más confianza (Gabriel apoyó el codo sano en el suelo y se reclinó<br />

cómodamente), vamos, dime por qué estabas <strong>de</strong> mal humor conmigo esta mañana.<br />

- Porque... - Manuela iba sin duda a soltar un secreto formidable; pero <strong>de</strong> pronto sus labios se<br />

cerraron, sus ojos vagaron por el suelo, y murmuró enérgicamente -. Por nada.<br />

-¿Por nada?<br />

- Por... porque hablando francamente, era mejor que papá lo acompañase; yo no soy quien para<br />

entretenerlo ni darle conversación. Bonita diversión la que saca <strong>de</strong> estar conmigo. ¿De qué le he<br />

<strong>de</strong> hablar? Por eso me dio rabia que papá discurriese mandarme a papar moscas con usted.<br />

- Montañesita, eso que vas diciendo sí que es una chiquillada. No sólo me distrae tu compañía,<br />

sino que la he solicitado. ¿De dón<strong>de</strong> sacas tú que no tenemos <strong>de</strong> qué hablar? ¡Miren la muñeca!<br />

Vaya si tenemos: y tanto, que no se nos acabará en muchísimo tiempo la conversación.<br />

Podremos estar charlando una semana, y otra, y otra, y tener siempre cosas nuevas <strong>de</strong> qué tratar.<br />

Enarcó Manuela las cejas, entreabrió los labios, redon<strong>de</strong>ó los ojos, y se quedó como asombrada<br />

mirando al artillero.<br />

-¿No lo crees? - dijo este, que iba cortando con mucho primor, <strong>de</strong> una uñada, tallos <strong>de</strong><br />

gramíneas, y reuniéndolos, sin duda con ánimo <strong>de</strong> formar un ramillete.<br />

- No señor... tío Gabriel. Porque... yo soy una infeliz que me he criado aquí, entre los tojos, como<br />

quien dice, y usted anduvo mucho mundo y corrió muchos pueblos y sabe todo... Conmigo se<br />

tiene que aburrir, ¿eh?, aunque por darme jarabe diga eso. Otra le queda.<br />

178


-¡Ay, chiquilla! Te engañas <strong>de</strong> medio a medio. Pues si justamente te necesito; si me haces<br />

muchísima falta para explicarme, y enterarme, y ponerme al corriente <strong>de</strong> un sinnúmero <strong>de</strong> cosas<br />

importantísimas, en que eres tú maestra y yo no sé ni el a, b, c...<br />

- Vaya, vaya, vaya - canturreó la niña con su marcado acento <strong>de</strong>l país.<br />

- No hay vaya, vaya, que valga - murmuró Gabriel remedándola tan jovialmente, que no había<br />

modo <strong>de</strong> enojarse por la parodia -. Sí señora. Se lo digo a usted formalmente, con toda la<br />

formalidad que cabe en un comandante <strong>de</strong> artillería. Mira, hijita, por lo visto tú eres como Santo<br />

Tomás: ver y creer. Así es que te diré cuáles son esas cosas en que eres una sabia y yo un<br />

borrico. Son... las cosas <strong>de</strong> por aquí, <strong>de</strong>l campo.<br />

-¿Del campo?<br />

- Cabales... Atién<strong>de</strong>me... Yo me he criado en un pueblo, he estudiado en otro, he vivido en<br />

varios, y no he estado en lo que se llama campo, sino en el campamento, que es muy diferente...<br />

Allí mira uno la tierra <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong> cómo podrá, abierta en trincheras, servir para<br />

resguardarse <strong>de</strong>l enemigo... y las montañas que yo he visto y recorrido, ¿sabes lo que buscaba en<br />

ellas? Un punto estratégico en que situar una batería... para santiguar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí a cañonazos a los<br />

carlistas.<br />

Inclinose la montañesa hacia su tío, revelando en sus ojos brillantes, en su respiración agitada, el<br />

interés con que infaliblemente escucha la mujer toda historia en que juega el valor masculino.<br />

-¿Estuvo en muchas batallas? - preguntó mostrando gran curiosidad.<br />

- En unas pocas... pero no batallas campales y en gran<strong>de</strong>, hija mía, como esas que tú habrás visto<br />

pintadas o te habrás representado en la imaginación; fueron encuentros parciales, tomas <strong>de</strong><br />

fortines, asaltos <strong>de</strong> trincheras, escaramuzas, tiroteos <strong>de</strong> avanzadas...<br />

-¿Y muere gente en eso como en lo otro?<br />

-¡Ah! Morir, sí, lo mismo; en proporción, quizá sea más peligroso... Allí ve uno muy <strong>de</strong> cerca el<br />

brillo <strong>de</strong> las bayonetas y los machetes, y la boca <strong>de</strong> los rewólvers.<br />

-¿Y a usted... lo hirieron? ¿Le hicieron daño?<br />

- Sí, a veces... Rasguños.<br />

-¿En dón<strong>de</strong>? ¿Aquí? - exclamó la chiquilla alargando su <strong>de</strong>dito moreno hasta rozar con él la<br />

mejilla <strong>de</strong> su tío, el cual se estremeció dulcemente, como si le hiciese cosquillas una <strong>de</strong> las<br />

<strong>de</strong>licadas gramíneas que cortaba.<br />

- No... - dijo sin ocultar el estremecimiento -. Esto fue la explosión <strong>de</strong> un poco <strong>de</strong> pólvora que se<br />

me quedó embutida <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la piel...<br />

-¡Ay!, me ha <strong>de</strong> contar cómo fue. No..., pero antes las batallas.<br />

Gabriel se incorporó quedándose sentado en la hierba, con las piernas estiradas y el haz <strong>de</strong><br />

gramíneas en la mano. Habíalas verda<strong>de</strong>ramente airosas y elegantes, montadas en tallos como<br />

hilos; sus menudas simientes pajizas temblaban, bailaban, oscilaban, se encrespaban y bullían<br />

como burbujas <strong>de</strong> aire moreno, como gotas <strong>de</strong> agua enlodada; algunas semejaban bichitos,<br />

chinches; otras, como la agrostis, tenían la vaporosa tenuidad <strong>de</strong> esas vegetaciones que la fina<br />

punta <strong>de</strong>l pincel <strong>de</strong> los acuarelistas toca con trazos casi aéreos, allá al extremo <strong>de</strong> los países <strong>de</strong><br />

abanico: una bruma vegetal, un racimo <strong>de</strong> menudísimas gotas <strong>de</strong> rocío cuajadas. Con aquel fino<br />

puñado <strong>de</strong> hierba, Gabriel acarició la cabeza trigueña <strong>de</strong> su sobrina, diciendo con una explosión<br />

<strong>de</strong> alegría casi infantil:<br />

-¡Ah, pícara... pícara! Ves cómo tenemos <strong>de</strong> qué hablar... y nos sobra. ¿Lo ves, lo ves? Yo te<br />

cuento guerras o catástrofes como esta <strong>de</strong> la pólvora que se me metió entre cuero y carne, y<br />

muchas cosas más que me han pasado; y tú...<br />

-¡Bah! No haga burla, no haga burla... Ya se sabe que yo no puedo contar nada que valga dos<br />

nueces.<br />

- Que sí, mujer... Más que yo; doscientas veces más. Tú eres una doctora y yo un ignorantón.<br />

-¿Con tanto como estudió?<br />

179


- En los colegios, hija mía, nos enseñan cosas muy raras y estrafalarias, que andan en libros... y<br />

mira tú, lo bueno es que allí se quedan, porque luego, en la vida, no se las vuelve uno a encontrar<br />

ni por casualidad una sola vez. Pues sí... ¡tú vas a reírte <strong>de</strong> mí cuando veas lo tonto que soy! No<br />

diferencio el trigo <strong>de</strong>l centeno...<br />

La montañesa soltó una carcajada fresquísima.<br />

- No he visto nunca moler un molino... El único en que estuve lo tomamos a cañonazos: era un<br />

molino en que se habían hecho fuertes las gentes <strong>de</strong>l cabecilla Radica... Ya te figurarás que no<br />

molía entonces...<br />

Redobló la carcajada <strong>de</strong> Manuela.<br />

- Tampoco he visto segar... Ayer me enteré <strong>de</strong> que hacéis unas cosas que se llaman medas, que<br />

son como una pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> haces <strong>de</strong> mies... y eso porque te vi encaramada encima como un loro<br />

en su percha...<br />

Ya no era risa; era convulsión lo que agitaba a Manuela, obligándola a echarse atrás, a recostarse<br />

en el tronco <strong>de</strong>l castaño para no caer... Con una mano, a la usanza al<strong>de</strong>ana, se comprimía la<br />

ingle, y con otra se tapaba la boca y la nariz, pero entre sus <strong>de</strong>dos rezumaban y salpicaban<br />

chorros <strong>de</strong> risa que, por <strong>de</strong>cirlo así, caían sobre el rostro <strong>de</strong>l artillero.<br />

- Ay... ay... que me muero... que no puedo más... - <strong>de</strong>cía la chiquilla -. Ay... por Dios... no diga<br />

tontadas así...<br />

Sonreíase él, contento <strong>de</strong>l efecto producido, y haciendo girar entre pulgar e índice el fino tallo <strong>de</strong><br />

una gramínea, que por el volteo apresurado parecía una rueda <strong>de</strong> dorada niebla. Parose, al ver un<br />

insecto semejante a una media bola <strong>de</strong> coral pulido, con pintas <strong>de</strong> esmalte negro, que le había<br />

caído sobre el dorso <strong>de</strong> la mano y allí permanecía inmóvil.<br />

- Ahí tienes - murmuró dirigiéndose a su sobrina, que pasado el espasmo se había quedado como<br />

aturdida, con dos lágrimas que le asomaban al canto <strong>de</strong> los lagrimales -, mira si es verdad lo que<br />

tanto te hace reír, que ahora me veo en el apuro <strong>de</strong> ignorar qué fiera es esta que se me ha<br />

domiciliado en la mano.<br />

-¿Esa? - balbució la niña como saliendo <strong>de</strong> un letargo - es una mariquita <strong>de</strong> Dios.<br />

-¿Y por qué se está tan quieto este bicho divino?<br />

-¿Quiere que vuele? Yo la haré volar enseguida.<br />

-¿Pinchándola? No. Mira que yo, aquí don<strong>de</strong> me ves con estas barbas, no puedo sufrir que se<br />

lastime a ningún animal.<br />

-¿Piensa que yo soy un verdugo? Verá cómo vuela sólo con hablarle.<br />

Y la niña, acercándose tanto a la mano <strong>de</strong> su tío que este sintió el húmedo calor y la frescura <strong>de</strong><br />

su sano aliento, murmuró misteriosamente:<br />

- Mariquiña, voa, voa, que ch'ei <strong>de</strong> dar pan è ceboa.<br />

A las primeras sílabas <strong>de</strong>l conjuro el insecto se bullió; a las segundas removió sus patas, que<br />

parecían hechas <strong>de</strong> cabitos cortos <strong>de</strong> seda negra; a las terceras entreabrió las alas <strong>de</strong> coral,<br />

<strong>de</strong>scubriendo <strong>de</strong>bajo otras <strong>de</strong> gasa, <strong>de</strong> sombría irisación, que tenía replegadas como las alas<br />

membranosas <strong>de</strong>l murciélago; y antes <strong>de</strong> que la fórmula cabalística terminase, alzó el vuelo<br />

rápidamente y se perdió en el aire.<br />

- No he visto en los días <strong>de</strong> la vida animal más bien mandado - observó Gabriel un tanto<br />

sorprendido -. ¿Obe<strong>de</strong>cen así los <strong>de</strong>más bicharracos?<br />

-¿<strong>Los</strong> <strong>de</strong>más? ¡Buena gana! Si fuese una avispa y le clavase el aguijón... ya vería si obe<strong>de</strong>cen o<br />

no.<br />

-¿De modo que los bichos más dañinos son las avispas?<br />

-¡Uy!, otros son peores. Hay los <strong>de</strong> cuatro patas... Raposos y lobos; allá en lo más alto <strong>de</strong> la<br />

sierra, jabalíes; la marta, que se come las gallinas; el miñato, que mata las palomas... Pero a mí<br />

esos animales fieros no me dan cuidado ninguno; me gustaría ir con los cazadores cuando dan la<br />

batida a los lobos, que <strong>de</strong>be ser precioso; pero a lo que tengo miedo es a... los perros rabiosos, en<br />

este tiempo <strong>de</strong>l año. Dice que cuando muer<strong>de</strong>n, para que uno no se muera, hay que quemarle con<br />

180


un hierro ardiendo el sitio don<strong>de</strong> <strong>de</strong>jan la baba... ¡ih, ih, ihhh! (Manolita se estremeció, subiendo<br />

los hombros como si tuviese frío.)<br />

-¡Qué nerviosa es! - pensó para sí Gabriel, el cual, en medio <strong>de</strong> la embriaguez que le producía el<br />

ver a la niña tan domesticada ya y entretenida en tan familiar y afectuosa plática, no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

estudiarla, recordando que tenía que hacer con ella oficio <strong>de</strong> padre, <strong>de</strong> maestro, y aun quizás <strong>de</strong><br />

médico; tierno protectorado, acaso lo más dulce y atractivo <strong>de</strong> la obra <strong>de</strong> caridad que su corazón<br />

emprendía -. Al mismo tiempo - calculó mirando la coloración trigueña, encendida y melada <strong>de</strong>l<br />

rostro <strong>de</strong> su sobrina - hay sangre, generosa, rica y roja... Me gusta que tenga nervios: ¡por el<br />

camino <strong>de</strong> los nervios se pue<strong>de</strong> conseguir tanto <strong>de</strong> la mujer!<br />

Aún charlaron algo más antes <strong>de</strong> volver a los Pazos a la hora <strong>de</strong> la comida. Al atravesar el<br />

bosque, pudo ver el comandante que los nervios <strong>de</strong> su sobrina se estaban quietos en ocasiones<br />

que alborotarían los <strong>de</strong> una señorita cortesana. Allá, en lo más oscuro y enmarañado <strong>de</strong>l bosque,<br />

notó Gabriel un roce entre las hojas, algo parecido al cimbrear <strong>de</strong> una vara ver<strong>de</strong>; y al punto<br />

mismo vio pasar a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> sí, con el espinazo arqueado y enhiesto, arrastrado el pecho, la<br />

plana cabeza erguida, una gruesa culebra, distinguiendo la blancura azulada <strong>de</strong> su vientre. Sería<br />

como la muñeca <strong>de</strong> un niño, y mediría <strong>de</strong> largo vara y media. Gabriel se quedó fascinado,<br />

sintiendo el frío que causa la presencia <strong>de</strong> los reptiles. Manolita en cambio se bajó, y<br />

escudriñando entre las hojas caídas y la maleza, blandió triunfalmente un objeto amarillento,<br />

larguirucho, diáfano, que parecía hecho <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> seda untado con aceite, por encima<br />

imbricado <strong>de</strong> escamas, por <strong>de</strong>bajo plegado en pliegues horizontales; un andrajo orgánico, que<br />

aún parecía conservar la flexible curvatura <strong>de</strong>l tronco que momentos antes revestía.<br />

-¡La camisa <strong>de</strong> la culebra! - gritaba entusiasmada Manola -. ¡La ha soltado ahí la bribonaza!<br />

¡Vestido nuevo, que estamos en tiempo <strong>de</strong> feria! ¡Ah maldita! ¡Si yo tuviese una piedra con que<br />

esmagarte los sesos!... Mire, mire, mire - exclamó metiéndosela a Gabriel casi por los ojos -:<br />

mire la hechura <strong>de</strong> cabeza, mire la boca, mire los ojos... ¡cómo se conocen los ojos!<br />

-¿La llevas? - preguntó Gabriel viendo que se la enrollaba a la muñeca.<br />

-¡Toma! Para enseñársela a Perucho.<br />

- XVII -<br />

Después <strong>de</strong> comer, transcurrida la hora sagrada <strong>de</strong> la siesta, Gabriel sintió otra vez llamar a su<br />

puerta, no con los nudillos y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente como por la mañana, sino con el batir imperioso <strong>de</strong><br />

una manecita que manifiesta cierta cordialidad y <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ver pronto a la persona que busca.<br />

Saltó el comandante <strong>de</strong>l canapé en que se había recostado, más a leer que a dormir. Como todo<br />

hombre <strong>de</strong> hábitos intelectuales, Gabriel, al llegar a los Pazos, había buscado algún alimento <strong>de</strong>l<br />

alma, alguna lectura: el obsequioso Gallo le había ofrecido sus periódicos (el señor los leía<br />

también al día siguiente); pero Gabriel, recordando haber visto por la mañana en el archivo un<br />

armario-estantería don<strong>de</strong> encima <strong>de</strong> las oscuras encua<strong>de</strong>rnaciones <strong>de</strong> antiguos libros relucía<br />

algún filete <strong>de</strong> oro, se fue allá terminada la comida. Al abrir las hojas forradas, en vez <strong>de</strong> vidrios,<br />

<strong>de</strong> rejilla <strong>de</strong> alambre, salió una tufarada <strong>de</strong> moho, <strong>de</strong> polvo, <strong>de</strong> humedad; cenicientas polillas<br />

huyeron <strong>de</strong>spavoridas <strong>de</strong> su refugio predilecto. No se arredró: fue sacando volúmenes. Cada libro<br />

que abría era un <strong>de</strong>pósito <strong>de</strong> larvas, una red <strong>de</strong> túneles abiertos por el diente <strong>de</strong>l insecto<br />

bibliófilo: y el cadáver <strong>de</strong>l siglo XVIII se alzaba <strong>de</strong> su sepulcro, todo comido <strong>de</strong> gusanos: allí<br />

estaban, calados y alicatados por la polilla con mil pintorescos dibujos, La Enriqueida, El<br />

Contrato Social, la Moral universal, las Confesiones, la Nueva Heloísa: y también las novelas <strong>de</strong>l<br />

género sentimental interminable; Clara Harlowe, Pamela Andrews, a las cuales las ratas, por no<br />

ser menos que los bichos, habían roído los cantos y puesto como una sierra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> las hojas.<br />

Lo único que encontró Gabriel en mediano estado fueron las obras <strong>de</strong> Feijóo y Sarmiento, unos<br />

tomos <strong>de</strong>l Viajero universal y un ejemplar <strong>de</strong> los Nombres <strong>de</strong> Cristo, así como la traducción <strong>de</strong>l<br />

181


Cantar <strong>de</strong> los cantares, también <strong>de</strong>l Maestro León. Llevose para su cuarto lo más aceptable, y<br />

recordando sus aficiones filosóficas, se hundió en las luminosas simas platónicas <strong>de</strong> los<br />

Nombres. Pero entre su vista y la hoja <strong>de</strong> grueso papel en que el tiempo había <strong>de</strong>rramado un<br />

baño <strong>de</strong> ámbar, se interponían dos ojos serenos y ariscos, ojos <strong>de</strong> novilla virgen, que miraban con<br />

<strong>de</strong>spego primero y con pensativa curiosidad <strong>de</strong>spués. ¡Qué aprisa soltó el libro al oír llamar!<br />

-¿Está cansado? Si no, es hora <strong>de</strong> ir saliendo.<br />

-¿Adón<strong>de</strong>?<br />

- Por ahí. ¿No dijo que quería...?<br />

- Sí, chiquilla; contigo, al fin <strong>de</strong>l mundo.<br />

Ella se encogió <strong>de</strong> hombros, respuesta que tenía preparada para cuanto le sonaba a galante<br />

broma: pero ya sin el enfado rabiosillo <strong>de</strong> por la mañana.<br />

Al salir a campo abierto, sobrecogió a Gabriel el ardor sofocante <strong>de</strong>l día. El aire era fuego, fuego<br />

fluido que envolvía el cuerpo, penetraba en el cerebro, <strong>de</strong>rretía los sesos y causaba la sensación<br />

<strong>de</strong> hallarse metido en una zanja, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> hogueras. La naturaleza, abrumada por aquella<br />

temperatura canicular, yacía inmóvil: no corría brisa alguna. Manuela sin embargo andaba ligera,<br />

en términos que a su tío siempre le costaba trabajo seguirla. Tomaron un sen<strong>de</strong>ro oculto días<br />

antes por el movible mar <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l trigo: pero ya la vega había ido <strong>de</strong>spojándose <strong>de</strong>l manto <strong>de</strong><br />

seda amarilla, y la vista no se recreaba al contemplar, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los oteros, las anchas alfombras, tan<br />

alegres, que parecían un pedazo <strong>de</strong> luz solar: ahora se veía la <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z <strong>de</strong> la tierra, la negrura <strong>de</strong><br />

los surcos, invadidos por el estéril helecho, y sobre los cuales yacían los haces en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n como<br />

muertos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la batalla; entre las cortadas espigas doblaban la cabeza moribundas las<br />

amapolas <strong>de</strong> tafetán con corazón <strong>de</strong> terciopelo negro, las nevadas mejoranas, los cardos, las<br />

alfalfas y tréboles, toda la flora que se cobija a la sombra <strong>de</strong> la mies y vive por ella sola. Aún<br />

queda otra cosecha, en verano, otra planta tierna y ver<strong>de</strong> que esparce su polen fecundante por el<br />

aire encendido: es el maíz, el maíz susurrón y melancólico, nunca saciado <strong>de</strong> agua; la cosecha<br />

<strong>de</strong>l otoño gallego. Manuela fijó los ojos en la cortiña segada.<br />

- Después <strong>de</strong> que siegan ya parece que se escapa el verano- pronunció con cierta pesadumbre,<br />

pensando en alto, pues el verano era para ella la época suspirada, la época en que su compañero,<br />

su amigo <strong>de</strong> toda la vida, regresaba <strong>de</strong> Orense, y corrían y se solazaban juntos. Gabriel no<br />

comprendió el pesar <strong>de</strong> la montañesa: creyó que pensaba en el trigo no más, y miró a su vez los<br />

surcos. Empezaba a consi<strong>de</strong>rar con simpatía, aunque por reflejo, aquella cosa vasta y vaga, el<br />

campo, mas no se le ocultaba que la veía al través <strong>de</strong> Manuela, con ese interés que inspiran las<br />

cosas que son el ambiente y el marco <strong>de</strong> la persona querida.<br />

-¿Se pue<strong>de</strong> saber a dón<strong>de</strong> me lleva su alteza la infanta? - preguntó cuando cruzaron el barbecho y<br />

fueron bajando a una pequeña hondonada en que crecían hasta una docena <strong>de</strong> olmos muy bajos.<br />

- Vamos a la represa <strong>de</strong>l molino... le enseñaré cómo muele... porque si subiese por la montaña, se<br />

moriría con el calor que hace...<br />

- No, mujer... ¿por quién me tomas?, tú crees que yo soy una damita... Verás cómo no me canso,<br />

por muy largo que paseemos y por mucho que sea el calor.<br />

Lo cierto es que el artillero pensaba ahogarse. Des<strong>de</strong> los tiempos en que andaba a la greña con<br />

los carlistas, no había pasado sofocón por el estilo, y el andar rápido <strong>de</strong> la muchacha le ponía a<br />

prueba. Pero antes mártir que confesor. No quería darse por vencido ante un poco <strong>de</strong> sol, y, como<br />

todos los enamorados, quería alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> vigor y salud.<br />

- Vaya, vaya - dijo con graciosa roncería su sobrina - que si yo lo llevase allí (y señaló una<br />

cumbre no muy distante, que herida por el sol brillaba con resplandores micáceos), ya veríamos<br />

si podía volver por su pie.<br />

- Niña... ¿pero tú te imaginas que nunca he escalado montes? ¡Caramba, hija! Y con la batería,<br />

que es un poco más peliagudo. ¿Cómo se llama esa altura?<br />

- Pico-Me<strong>de</strong>lo. Otro día iremos allá, ya que se hace <strong>de</strong> tan valiente, a ver quién saca la lengua<br />

primero; pero hay que salir por la fresquita <strong>de</strong> la mañana y entonces se ve <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí una vista tan<br />

182


preciosa, que no sé: dicen que hasta se ve algo <strong>de</strong> Portugal. Es preciso que sea un día que sople<br />

vendaval, porque con él se ve más lejos que con el nordés. Y allí hay unas piedras viejísimas que<br />

dice que fueron <strong>de</strong> un castillo <strong>de</strong>l tiempo...<br />

La montañesa reflexionó, llamando en su ayuda todo su caudal <strong>de</strong> erudición.<br />

- Del tiempo <strong>de</strong> los moros - exclamó al fin muy formal.<br />

Viendo en el rostro <strong>de</strong> Gabriel una media sonrisa cariñosísima, añadió:<br />

-¡Bah! Me hace burla. Pues no le vuelvo a contar nada. ¡Cuidado ahí! Que se pue<strong>de</strong> resbalar en<br />

las hierbas, y ¡pataplún!<br />

Seguían orillando el diminuto barranco, en cuyo fondo iba cautivo un riachuelo que <strong>de</strong>spués se<br />

tendía encharcándose, antes <strong>de</strong> llegar al molino, invisible aún. La proximidad <strong>de</strong>l agua y la<br />

sombra <strong>de</strong> los olmos, en tal momento, hacían <strong>de</strong>l barranco un oasis. Entapizaban la superficie <strong>de</strong><br />

la charca esas plantas acuáticas, esas menudísimas ovas que parecen lentejuelas ver<strong>de</strong>gay, y<br />

engañan la vista representando una continuación <strong>de</strong>l prado: Manuela avisó al artillero,<br />

cogiéndole <strong>de</strong>l brazo, para que no metiese la bota entera y verda<strong>de</strong>ra en el río. Al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />

charca se arrastraban rojizas babosas y limazas negras <strong>de</strong> una cuarta <strong>de</strong> largo: daba grima<br />

pisarlas por la resistencia elástica que oponía su cuerpo. Espadañas, gladiolos y juncos elevaban<br />

sus lanzas airosas al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l agua. El terreno estaba empapado, y la suela <strong>de</strong> la bota <strong>de</strong> Gabriel,<br />

al posarse en la hierba, <strong>de</strong>jaba un ligero charco, borrado al punto. Oíase, misterioso y grave, el<br />

ruido <strong>de</strong>l agua en la presa. Manuela se volvió <strong>de</strong> pronto.<br />

-¿Sabe pescar? - dijo a su tío.<br />

-¡En qué aprieto me pones! Jamás he cogido una caña, ni una red, ni...<br />

-¡Qué lástima! Si Perucho viniese, esta noche <strong>de</strong> seguro que cenábamos una anguila tan gorda<br />

como mi brazo (y ceñía la manga <strong>de</strong> su traje para que se viese bien el grosor <strong>de</strong> la anguila.) Las<br />

hay hermosas en la presa. Entre el mismo barro las pescan con un pincho... Hay que<br />

remangarse...<br />

- Vea usted - pensaba para sí el artillero -. ¿De qué me sirven aquí filosofías ni matemáticas? Me<br />

convendría mucho, para conquistar a esta criatura, pescar anguilas. Yo aquí soy un ser inútil.<br />

Rota la cortina <strong>de</strong> olmos, apareció el estanque <strong>de</strong> la presa, <strong>de</strong>l cual emergían los escobones <strong>de</strong> las<br />

poas y las flores rosas <strong>de</strong> la salvia: el agua se precipitaba espumante, pero Manuela vio con<br />

sorpresa paradas las paletas <strong>de</strong>l molino.<br />

- Hoy no muele - dijo meneando la cabeza -. Ya me figuro por qué será; pero venga, que<br />

preguntamos.<br />

Desandó lo andado, y volviendo a meterse por entre los olmos, torció a la <strong>de</strong>recha por un maizal,<br />

y pararon ante una era mucho más chica que la <strong>de</strong> los Pazos, cerrada por humil<strong>de</strong> tapia. Un perro<br />

<strong>de</strong> amarillento pelaje, atado a una cuerda al pie <strong>de</strong>l hórreo, saltó ladrando como una fiera y<br />

arrojándose a mor<strong>de</strong>r; pero a la puerta <strong>de</strong> una casuca asomó una mujer anciana, y amansó al fiel<br />

vigilante con un -¡Quieto, can!- que en sus labios sonaba como regaño <strong>de</strong> persona cortés al<br />

criado que recibe mal una visita.<br />

- Entren, entren, mi ama y la compañía - suplicaba obsequiosamente la vieja, riéndose con<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong>ntada boca. Gabriel miró a la mujer y la encontró típica. Representaba unos sesenta años: el<br />

sol había curtido su piel, que en los sitios don<strong>de</strong> sobresalen los huesos tenía el bruñido y la fisura<br />

<strong>de</strong> la piel <strong>de</strong> los arneses cuando el uso la avellana. Sus ojos grises, incoloros, hacían un guiño<br />

entre malicioso y humil<strong>de</strong>; su pescuezo colgaba en pellejos negruzcos, confundiéndose su color<br />

y la sombra <strong>de</strong>l arranque <strong>de</strong>l pelo, única parte que <strong>de</strong>scubría el pañuelo atado a la usanza<br />

campesina, con una punta colgando sobre la espalda y dos cruzadas encima <strong>de</strong> la frente, a modo<br />

<strong>de</strong> orejas <strong>de</strong> liebre. Llevaba pendientes <strong>de</strong> prehistórica forma, parecidos a los que tal vez se<br />

encuentran en alguna sepultura; y el cruce <strong>de</strong> otro pañuelo sobre su pecho <strong>de</strong>jaba adivinar senos<br />

flojos <strong>de</strong> hembra cansada <strong>de</strong> criar numerosa prole. Remangadas las mangas <strong>de</strong> la camisa, se<br />

ostentaba su brazo - un poema <strong>de</strong> laboriosidad, un brazo en que las finas venas azules, que al<br />

escotarse las damas atraen la vista como el jaspeado <strong>de</strong> un rico mármol, eran gruesos troncos<br />

183


negruzcos, cuyas raíces se <strong>de</strong>stacaban en relieve sobre la carne terrosa, parecida a barro<br />

groseramente cocido -. El semblante <strong>de</strong> la vieja respiraba satisfacción y amabilidad, y guiaba a<br />

los visitadores hacia su casa como si les fuese a hacer los honores <strong>de</strong> un palacio.<br />

A la puerta estaba un rapazuelo como <strong>de</strong> dos años, <strong>de</strong> esos que se ven jugar ante todas las<br />

casucas <strong>de</strong> labrador gallego: cabeza gran<strong>de</strong>, pelo casi blanco <strong>de</strong> puro rubio, muy lacio y que cae<br />

hasta la nariz, barriguilla hidrópica, fruto <strong>de</strong> la alimentación vegetal, sayo que respinga por<br />

<strong>de</strong>lante, pies zambos, magníficos ojos negros que se clavan fascinados <strong>de</strong> terror en el que llega,<br />

el índice metido en la boca, y suspensa la respiración. El rapaz lucía un sombrero <strong>de</strong> paja con<br />

cinta negra, en el estado más lastimoso. La abuela, al entrar precediendo a Manolita y Gabriel, le<br />

dio un pequeño lapo para que se apartase, y en dialecto explicó, repitiendo cada cosa cien veces<br />

y con las mismas palabras, que los chiquillos eran unos <strong>de</strong>monios, que a este y a su hermana los<br />

había tenido que encerrar en el sobrado para po<strong>de</strong>r cocer con sosiego, que hacía más <strong>de</strong> dos<br />

horas que pedían bola, aun antes <strong>de</strong> estar amasada la harina y caliente el horno, y que si no le<br />

bastaba haber cuidado tantos hijos, ahora le caían encima los nietos.<br />

- Son los chiquillos <strong>de</strong>l molinero - dijo Manolita alzando al muñeco panzudo y besándolo en la<br />

faz, sin asco <strong>de</strong>l amasijo <strong>de</strong> tierra y algo peor que le cubría nariz y boca -. ¿Y, por qué no está<br />

hoy su hijo en el molino, señora Andrea? - preguntó a la vieja.<br />

-¡Ay mi ama... palomiña querida! - exclamó lastimosamente esta, levantando al cielo las manos,<br />

como para tomarlo por testigo <strong>de</strong> alguna gran iniquidad -. ¿Y no sabe que estos días, con el<br />

cuento <strong>de</strong> la siega... <strong>de</strong> la maja... no sabe cómo andan, paloma?<br />

Al entrar en la casa, lo primero que vio Gabriel fueron las cabezas <strong>de</strong> dos hermosos bueyes <strong>de</strong><br />

labor, que asomaban casi a flor <strong>de</strong> suelo, saliendo <strong>de</strong> un establo excavado más hondo. A un lado<br />

y otro, haces <strong>de</strong> hierba. A izquierda, la subida al sobrado, don<strong>de</strong> estaban las mejores habitaciones<br />

<strong>de</strong> la casa: una escalera endiablada y pina, por don<strong>de</strong> treparon todos, y tras ellos, a gatas, el<br />

chicuelo. Arriba encontraron a su hermanilla, morena <strong>de</strong> cuatro años, hosca, ojinegra, redondita<br />

<strong>de</strong> facciones; cuando le alabaron su hermosura tío y sobrina, respondioles la vieja con afable<br />

sonrisa:<br />

- De hoy en un año andará por ahí con la cuerda <strong>de</strong> la vaca...<br />

Gabriel sintió un estremecimiento humanitario. ¡Con la vaca, aquella criaturita poco más alta que<br />

un abanico cerrado, aquel ser lindo y frágil, aquellas mejillas que pedían besos; una cuerda<br />

gruesa, áspera, enrollada a aquella muñequita débil! En dos minutos la incorregible fantasía le<br />

sugirió mil disparates, entre ellos adoptar a la niña; todo paró en echar mano al bolsillo para<br />

darle una moneda <strong>de</strong> plata; pero se había <strong>de</strong>jado en los Pazos el portamonedas, y sólo encontró el<br />

pañuelo. Este era <strong>de</strong> los más elegantes para viaje y campo, <strong>de</strong> finísimo fular blanco, y las<br />

iniciales bordadas con seda negra. Se lo ató al cuello a la chiquilla, que bajaba los ojos<br />

asombrada y dudosa entre reír o llorar.<br />

-¿Cómo se dice? Se dice gracias, Dios se lo pague - gritó la abuela con mucha severidad; por lo<br />

cual la niña, volviendo la cabeza, optó por hacer un puchero <strong>de</strong> llanto. Vieron el sobrado en dos<br />

minutos: había el leito o cajón matrimonial, y la cama <strong>de</strong> la vieja, un brazado <strong>de</strong> paja fresca<br />

sobre una tarima; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se le había muerto su difuntiño, no podía dormir sino allí, porque<br />

tenía miedo en el antiguo leito. <strong>Los</strong> chiquillos dormirían... sabe Dios dón<strong>de</strong>: abajo, al calor <strong>de</strong>l<br />

establo <strong>de</strong> los bueyes, o tal vez en el horno. Dos o tres gatos cachorros correteaban por allí,<br />

magros, mohínos, atacados <strong>de</strong> esa neurosis que en el país les curan radicalmente cercenándoles<br />

<strong>de</strong> un hachazo la punta <strong>de</strong>l rabo. Otro gatazo lucio y hermosísimo salió a recibir a la gente que<br />

bajaba <strong>de</strong>l sobrado: era <strong>de</strong> los que llaman malteses, fondo blanco, manchas anaranjadas y negras<br />

distribuidas con la graciosa disimetría que embellece la piel <strong>de</strong>l tigre. Manuela se inquietó al ver<br />

al pequeñuelo rubio <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r solito por la escalera sin balaústre; la abuela se encogió <strong>de</strong><br />

hombros: ¡bah!, a los chiquillos los guarda el diablo; ¿pues no se había quedado un día colgado<br />

<strong>de</strong>l primer escalón, sosteniéndose con las uñas y berreando hasta que lo fueron a coger? Esa<br />

184


clase <strong>de</strong> hierba nunca muere... Que pasasen, que verían su bolla... Entraron en la cocina, que<br />

cogía a la <strong>de</strong>recha tanto trecho como los establos y el sobrado: recibía luz por la puerta <strong>de</strong> la<br />

división <strong>de</strong> tablas, que comunicaba con el corredor, y una poca más se colaba libremente por el<br />

techado a tejavana; es verdad que también la iluminaban los hilos <strong>de</strong> brasa <strong>de</strong> unos tallos o<br />

troncos menudos que ardían en el hogar. Encendió la vieja un fósforo, y enseñó orgullosamente<br />

un magnífico pan, una soberbia torta <strong>de</strong> brona, color <strong>de</strong> castaña madura, bien redonda, bien<br />

cocida, bien combada hacia el medio, bien cruzada <strong>de</strong> rayas formando un enrejado romboidal.<br />

Alumbró <strong>de</strong>spués con su fósforo las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l horno, cuya boca guarnecían ascuas<br />

inflamadas, y allá en el fondo se vieron tres o cuatro torterones enormes, que acababan <strong>de</strong><br />

cocerse. En el hogar resonaba un coro <strong>de</strong> grillos, muy bien afinado; un concierto misterioso, que<br />

sin lastimar el oído, vencía la tristeza <strong>de</strong>l silencio. La vieja partió la torta, y alargó un pedazo a<br />

Gabriel y otro a Manolita, rogándoles que no la <strong>de</strong>spreciasen, que probasen su pobreza. Hincaron<br />

el diente en el pan, <strong>de</strong> bonísima gana: al partirse el cortezón, <strong>de</strong>scubría una masa amarilla,<br />

caliente y sabrosa, que Manuela alabó mucho.<br />

- Pero, señora Andrea, ¿qué le echa a la brona? Por fuerza esta mujer es meiga, y tiene algún<br />

secreto... Si parece bizcocho <strong>de</strong> Vilamorta.<br />

-¡Ay mi ama, paloma! Ni siquiera mistura llevó, que se nos acabó el centeno y está el nuevo por<br />

majar aún... Cuando lo haya, entonces me ha <strong>de</strong> venir a probar mi bola...<br />

- Pues está mucho mejor hecha que la <strong>de</strong> casa; vaya si está... ¿Le gusta, tío Gabriel?<br />

- Riquísima... La mejor prueba es que he <strong>de</strong>spachado la mía ya... ¿Me das <strong>de</strong> la tuya?<br />

- Tome, tome, señor - murmuró la paisana ofreciendo otro trozo: pero al ver, a la luz <strong>de</strong>l fósforo,<br />

el rostro <strong>de</strong> Gabriel vuelto hacia su sobrina implorando el pedazo que la niña mordía aún, con la<br />

rápida intuición y la astuta sagacidad <strong>de</strong> las gentes <strong>de</strong>l campo, bajó lentamente el brazo y no<br />

insistió en el ofrecimiento. Cuando salieron, llamó la atención <strong>de</strong> Gabriel, enseñándole las<br />

puertas <strong>de</strong> su casa, todas carcomidas.<br />

- Señor - dijo en tono quejumbroso - ¿y no le ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir al señor marqués o al señor Ángel que<br />

nos ponga unas puertas nuevas? Estamos sin <strong>de</strong>fensa, señor, sin <strong>de</strong>fensa para el invierno... ¿Si<br />

entra gente mala y nos roban nuestra pobreza toda, señor?... Mi ama ¿no lo ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir en casa,<br />

por el alma <strong>de</strong> quien la parió, paloma?<br />

- Calle, calle - respondía Manuela -; que si les hiciesen caso, estaría siempre el carpintero<br />

amañándoles algo.<br />

- Pero mire, santa, mire... - Y la vieja arrancaba con los <strong>de</strong>dos astillas <strong>de</strong>l podrido ma<strong>de</strong>ramen<br />

para <strong>de</strong>mostrar la justicia <strong>de</strong> su pretensión. <strong>Los</strong> chiquillos, domesticados ya, venían a enredarse<br />

entre las piernas: Gabriel hubiera dado dos duros por tener allí uno, en pesetas, y repartirlas a<br />

aquella tropa.<br />

- Os he <strong>de</strong> traer una cosa... - les dijo besándolos con tanta resolución como su sobrina. El rapaz<br />

continuaba con su pucho encasquetado; la abuela se lo <strong>de</strong>rribó, advirtiéndole con la misma<br />

severidad <strong>de</strong> antes:<br />

-¿No se dice besustélamano? ¿O cómo se dice? - Y arrancando la cobertera <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> su<br />

nieto, la mostró a Gabriel metiendo los cinco <strong>de</strong>dos por otros tantos agujeros fenomenales:<br />

podían creerle que era un sombrero nuevecito, comprado en la última feria <strong>de</strong> Cebre; pero al<br />

enemigo <strong>de</strong>l rapaz, ¿qué se le había ocurrido hacer? Pues con la hoz <strong>de</strong> segar la hierba, lo había<br />

segado, perdonando uste<strong>de</strong>s... y así estaba ahora, que parecía un Antruejo (Antroido). Con esto,<br />

la buena <strong>de</strong> la vieja acompañó a las visitas hasta el límite <strong>de</strong> su era, a fin <strong>de</strong> librarlos <strong>de</strong>l<br />

colmilludo mastín, y los <strong>de</strong>spidió con un ¡vayan muy dichosos! que ahogaron los ladridos <strong>de</strong>l<br />

vigilante.<br />

- Vaya, ¿se divirtió? - preguntó Manuela muy risueña al salir.<br />

- No sabes cuánto, hija. No doy lo que acabo <strong>de</strong> ver por las más pintadas distracciones que pue<strong>de</strong><br />

ofrecer un pueblo. Chiquilla, no sólo me divierte, sino que me interesa... pero no sabes cómo.<br />

185


¿No te parece a ti que daría gusto ir entrando así en todas las casas <strong>de</strong> estas pobres gentes, una<br />

por una, y enterarse <strong>de</strong> lo que necesitan, <strong>de</strong> lo que quieren, <strong>de</strong> lo que piensan...?<br />

-¡Ay!, son tantas cosas las que necesitan... A mí y a Perucho nos rompen siempre los oídos<br />

pidiendo... Que una chaminé porque los mata el humo; que rebaja <strong>de</strong>l arriendo porque la cosecha<br />

fue mala; que perdón <strong>de</strong> la renta <strong>de</strong> castañas porque no se cogieron... El diablo y su madre. Si<br />

uno pudiera... Pero mi padre y Ángel no hacen caso maldito... Son muy pedigüeños; lo que es<br />

eso es la pura verdad. Yo... dar... les doy lo que tengo: toda mi ropa vieja... pero es poquita.<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong>, olvidando i<strong>de</strong>as humanitarias y fantasías sociológicas, sintió al oír estas frases,<br />

que dijo Manolita con acento alegre e indiferente, tiernísima compasión por su sobrina; y la miró<br />

<strong>de</strong> tal manera, que la montañesa volvió el rostro y cogió una rama <strong>de</strong>l espliego que formaba el<br />

seto <strong>de</strong>l huerto <strong>de</strong> la señora Andrea. Gabriel se alegró <strong>de</strong> la turbación <strong>de</strong> la niña. Le parecía<br />

imposible haberla amansado tanto en tan corto tiempo: indiferente <strong>de</strong>l todo hacía pocas horas en<br />

la era, áspera por la mañana, se había ablandado, conversaba familiar e íntimamente con él, se<br />

pasaba el día acompañándolo, sin dar muestras <strong>de</strong> cansancio ni <strong>de</strong> fastidio; más aún: sentía<br />

involuntariamente el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> aquel afecto nuevo, no se enojaba por miradas claras y expresivas<br />

ni por palabras o movimientos afectuosos; era en suma una cera virgen, y Gabriel presentía<br />

enajenado los <strong>de</strong>liciosos relieves que un hombre como él sabría imprimirle. Resolvió no espantar<br />

a la cierva, no insinuarse más por no per<strong>de</strong>r las conseguidas ventajas; seguir aprovechándolas,<br />

haciéndose simpático, adquiriendo cierto ascendiente sobre Manuela y aguardar un momento<br />

favorable.<br />

Bajaron hacia el fondo <strong>de</strong>l valle, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía estar terminándose la faena <strong>de</strong> la siega. De repente,<br />

recordó algo el artillero:<br />

- Tengo que ver al señor cura... ¿Me llevas allá?<br />

- Bien... justamente estamos cerquita <strong>de</strong> la iglesia y <strong>de</strong> la casa.<br />

- XVIII -<br />

La rectoral <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> su actual párroco, era la mansión más apacible y sosegada. El<br />

cura vivía con un criado, y no pisaba los aposentos otro pie femenino sino el <strong>de</strong> las mozuelas que<br />

en Pascua florida venían a traer las acostumbradas cestas <strong>de</strong> huevos, los quesos y los pollos - en<br />

cantidad bien escasa, pues el señor abad no exigía, y los labriegos se aprovechaban,<br />

contentándole con poco y malo.<br />

El criado era uno <strong>de</strong> esos fámulos eclesiásticos que sólo pue<strong>de</strong>n compararse con los asistentes <strong>de</strong><br />

militares, porque a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> una lealtad canina, son seres universales y andróginos, que reúnen<br />

todas las buenas cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l varón y <strong>de</strong> la hembra. El <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> podía servir <strong>de</strong><br />

mo<strong>de</strong>lo. Lo poseía por herencia <strong>de</strong> otro cura <strong>de</strong>l arciprestazgo, a quien Goros - que así se llamaba<br />

el sirviente - había cuidado y asistido hasta el último instante en una enfermedad larga y cruel,<br />

con tanto esmero como la enfermera más solícita. Al encontrar a Goros, el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> resolvió<br />

el problema que él juzgaba más arduo: arreglar la vida práctica sin admitir en casa mujeres.<br />

Goros tenía cuidado <strong>de</strong> levantarse por la mañana muy temprano, y <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertar a su amo, pues<br />

según <strong>de</strong>cía él en dialecto, <strong>de</strong>mostrando su pericia en asuntos <strong>de</strong> la vida eclesiástica, el clérigo y<br />

el zorro, si pier<strong>de</strong>n la mañana, lo pier<strong>de</strong>n todo; y cuando el párroco volvía <strong>de</strong> misar, le aguardaba<br />

ya un chocolate hecho al modo conventual, con una onza <strong>de</strong> cacao mitad Caracas y mitad<br />

Guayaquil, macho y sin espuma, confortativo como él solo. Mientras su amo rezaba, leía o<br />

asentaba alguna partida en el registro parroquial, Goros se <strong>de</strong>dicaba a guisar la comida, no sin<br />

haber entregado a medio día la llave <strong>de</strong> la iglesia al sacristán, para que tocase a las Ave-Marías.<br />

A la una, contada por el sol, único reloj <strong>de</strong> que se servía Goros para averiguar la hora que estaba<br />

al caer, llamaba a su amo y le servía con diligencia la apetitosa aunque frugal refacción: la taza<br />

<strong>de</strong> caldo <strong>de</strong> patatas o verdura con jamón, tocino y alubias <strong>de</strong> cosecha, el cocido con cerdo y<br />

186


garbanzos, el estofado <strong>de</strong> carne con cebollas, la fruta en el verano, el queso en invierno, el vinillo<br />

clarete, con olor a silvestre viola. El cura comía parcamente, distraído, pero así y todo, Goros<br />

notaba sus inconscientes golosinas, sus instintivas preferencias, y no se olvidaba jamás <strong>de</strong><br />

acercarle la tartera cuando el guisote le había agradado, ni <strong>de</strong> dorarle la sopa <strong>de</strong> pan, porque<br />

sabía que le gustaba así. Por la tar<strong>de</strong>, cuando el cura dormía su breve siesta o recorría el huerto<br />

con las manos a la espalda embelesándose en notar lo que había crecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el año pasado un<br />

arbusto, o se iba a visitar a algún feligrés enfermo o a cuidar <strong>de</strong>l ornato <strong>de</strong> la iglesia y el<br />

cementerio, lidiaba el bueno <strong>de</strong> Goros con la hortaliza, cavaba las patatas, plantaba coles,<br />

enviaba al pasto con un zagal <strong>de</strong> pocos años el ganado vacuno y la yegua, y luego bajaba al río, y<br />

con sus propias manos, cual otra Nausicaa, lavaba toda la ropa blanca, que lo hacía<br />

primorosamente, así como aplancharla y estirarla, sirviéndose <strong>de</strong> una <strong>de</strong> esas planchas antiguas,<br />

en forma <strong>de</strong> corazón, que ya no se ven sino arrumbadas en los <strong>de</strong>svanes. No eran estas las únicas<br />

habilida<strong>de</strong>s femeniles <strong>de</strong> Goros. Había que verle por las noches, a la luz <strong>de</strong> una candileja <strong>de</strong><br />

petróleo, provisto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>dal perforado por arriba y abajo, <strong>de</strong> los que usan las labradoras,<br />

bizcando <strong>de</strong>l esfuerzo que hacía para concentrar el rayo visual y enhebrar una aguja, apretando<br />

entre las rudas yemas <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos el hilo que antes había retorcido y hume<strong>de</strong>cido para aguzarlo;<br />

y cumplida la ardua faena <strong>de</strong> enhebrar, y encerando la hebra con un cabo <strong>de</strong> cera, <strong>de</strong>dicarse a<br />

pegar botones a los calzoncillos, echar remiendos a las camisas, poner bolsillos nuevos a los<br />

pantalones y aun zurcir las punteras <strong>de</strong> los calcetines <strong>de</strong>l cura; todo lo cual no iría curioso, pero<br />

sí muy firme, como los cosidos <strong>de</strong>l diablo. ¿Qué más? En las largas veladas <strong>de</strong> invierno, junto a<br />

la lumbre <strong>de</strong> sarmientos que chisporroteaba, acurrucado en el banco, Goros, con sus manos<br />

cansadas <strong>de</strong> labrar la tierra todo el día, aquellas manos peludas por el dorso, callosas por la<br />

palma y los pulpejos, zaran<strong>de</strong>aba cuatro agujones <strong>de</strong> hacer calceta, y a eso se <strong>de</strong>bían las buenas<br />

medias <strong>de</strong> lana gorda con que abrigaba pies y pantorrillas el señor cura.<br />

Si por hogar se entien<strong>de</strong>, no la asociación <strong>de</strong> seres humanos unidos por los lazos <strong>de</strong> la sangre o<br />

para la propagación y conservación <strong>de</strong> la especie, sino el techo bajo el cual viven en paz y en<br />

gracia <strong>de</strong> Dios y con cierta afectuosa comunicación <strong>de</strong> intereses y servicios, el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong><br />

había reconstruido con Goros el hogar que perdiera al fallecer su madre. Y en cierto modo, hasta<br />

don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> aplicarse la frase a dos individuos <strong>de</strong>l mismo sexo, Goros y él se completaban. El<br />

criado era para el cura, para el místico que apenas sentaba en la vida práctica la suela <strong>de</strong>l zapato,<br />

quien le impedía <strong>de</strong>smayarse <strong>de</strong> necesidad o perecer transido <strong>de</strong> frío en invierno. Por Goros tenía<br />

tejas en el tejado, leña <strong>de</strong> quemar en la leñera, huevos frescos para cenar y buen chocolate para el<br />

<strong>de</strong>sayuno, y por Goros cubría sus carnes con ropa limpia y <strong>de</strong> abrigo; por Goros le quedaban<br />

unos reales para traer <strong>de</strong> Cebre can<strong>de</strong>la, lienzo, aceite, sal, fósforos y loza; por Goros no faltaba<br />

nada en aquella rectoral <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a, humil<strong>de</strong> como la que más, y como ninguna aseada y abastecida<br />

<strong>de</strong> lo indispensable.<br />

Cuando Goros entró a servir al cura, hacía dos años que este había perdido a su madre y<br />

<strong>de</strong>spabilado las economías <strong>de</strong> la difunta entre carida<strong>de</strong>s, préstamos sin interés a feligreses<br />

pobres, ropa para la iglesia, ornato <strong>de</strong>l cementerio, y otros gastos superfluos. En el gobierno <strong>de</strong> la<br />

casa se habían sucedido dos viejas brujas, a cual más holgazana, ávida e impu<strong>de</strong>nte, porque el<br />

cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, al tomarlas, no les exigió más requisito que pasar <strong>de</strong> los sesenta y estar hechas<br />

unas láminas por lo arrugadas y horrorosas. En ese terreno el abad era intransigente, y sentía que<br />

no bastaba ser bueno, que era preciso también parecerlo y que, añadía suspirando, aun con las<br />

mejores intenciones se da a veces pasto a la calumnia. Las dos Parcas <strong>de</strong>jaron la rectoral<br />

<strong>de</strong>smantelada, y Goros tropezó con dificulta<strong>de</strong>s inmensas al principio <strong>de</strong> su misión restauradora.<br />

El cura casi no le daba un ochavo para sus gobiernos, y el fámulo no sabía a qué santo<br />

encomendarse. Poco a poco fue tomando confianza con su amo, y aun adquiriendo cierto imperio<br />

sobre él: y entonces siguió la pista al dinero <strong>de</strong>l cura, a las dádivas impremeditadas, a los<br />

feligreses morosos en el pago <strong>de</strong> <strong>de</strong>rechos, a los préstamos sin interés, al chorrear continuo <strong>de</strong><br />

limosnitas pequeñas que absorbían lo mejor <strong>de</strong> la paga, sin que literalmente quedase en el<br />

187


presbiterio con qué arrimar el puchero a la lumbre. Y sin que el cura lo notase, ni pudiese<br />

evitarlo, Goros empezó a luchar por la existencia, <strong>de</strong>fendiendo al pastor contra las ovejas que<br />

amenazaban tragárselo, como la tierra caída <strong>de</strong> la montaña iba tragándose la pobre iglesia <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong>. Goros se hizo recaudador, y a veces, con el instinto <strong>de</strong> rapacidad que caracteriza al<br />

al<strong>de</strong>ano, exactor y usurero. Reclamó y cobró algunas cantida<strong>de</strong>s prestadas, e introdujo severo<br />

or<strong>de</strong>n en los gastos equilibrándolos con los ingresos. Llegó el momento en que el cura, por no<br />

pensar en la moneda, entregó al criado la llave <strong>de</strong> la cómoda, diciéndole: - Mira si hay cuartos...<br />

dime si tenemos para esto o para lo otro -. Cabalmente era lo que Goros <strong>de</strong>seaba. Hecho<br />

inten<strong>de</strong>nte ya, equilibró el presupuesto, realizando varias combinaciones que traía entre ceja y<br />

ceja <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su llegada a casa <strong>de</strong>l cura. El primer dinero que pudo ahorrar, lo empleó en ganado,<br />

que dio a parcería; fue en persona a las ferias, hizo tratos ventajosos, y trajo a la casa <strong>de</strong>l cura un<br />

bienestar mo<strong>de</strong>sto. Así se estableció el <strong>de</strong>bido equilibrio entre las potesta<strong>de</strong>s, dándose a Dios lo<br />

que es <strong>de</strong> Dios, y al César lo que es <strong>de</strong>l César; el cura era el espíritu, Goros vino a hacer el oficio<br />

<strong>de</strong>l cuerpo, <strong>de</strong> la realidad sensible, factor <strong>de</strong>l cual no es posible prescindir acá abajo; y para que<br />

la similitud fuese completa, cuerpo y espíritu andaban siempre pleiteando, queriéndose llevar<br />

cada uno la mejor parte, pues el cura no hacía sino sonsacarle a su criado metálico y especies<br />

para satisfacer, como <strong>de</strong>cía Goros, el vicio <strong>de</strong> dar a todo Dios que llegaba por la puerta, y Goros<br />

por su parte no recelaba mentirle al cura y a ocultarle dinero a fin <strong>de</strong> que no lo <strong>de</strong>rrochase sin ton<br />

ni son.<br />

Cuando no estaba su amo presente, Goros soltaba la rienda a dos inclinaciones invencibles suyas:<br />

<strong>de</strong>cir irreverencias, y murmurar <strong>de</strong> los curas y las amas. Cuantas chanzonetas agudas o sátiras<br />

<strong>de</strong>solladoras ha creado la musa popular y la irrespetuosa imaginación <strong>de</strong> los labriegos contra las<br />

compañeras <strong>de</strong>l celibato eclesiástico, cuantas anécdotas saladas, coplas ver<strong>de</strong>s, chascarrillos que<br />

levantan ampolla, y dicharachos que ar<strong>de</strong>n en un candil, corren y se repiten en molinos, fiadas y<br />

<strong>de</strong>shojas, al amor <strong>de</strong> la lumbre, por este pueblo gallego que posee el instinto <strong>de</strong> la sátira obscena<br />

y <strong>de</strong>l contraste humorístico entre las profesiones consagradas al i<strong>de</strong>al y las caídas y extravíos <strong>de</strong><br />

la naturaleza, todas las sabía Goros <strong>de</strong> memoria; y apenas se reunía con gentes <strong>de</strong> su misma laya,<br />

bien en el atrio <strong>de</strong> una iglesia, a la salida <strong>de</strong> misa, bien a la mesa <strong>de</strong> una taberna, en las ferias<br />

don<strong>de</strong> chalaneaba y negociaba sus ganados, bien a lo largo <strong>de</strong> las corredoiras, cuando regresan<br />

juntos cuatro compadres semi-chispos, tan dispuestos a alumbrarse un garrotazo como a reírse<br />

mutuamente las gracias, vaciaba el saco y daba gusto a la lengua, y soltaba todo su repertorio <strong>de</strong><br />

irreverencias y verdores, todas las coplas sobre el clérigo y el ama, saliendo <strong>de</strong> aquella boca<br />

sapos y culebras, como <strong>de</strong> la <strong>de</strong> los energúmenos al alzarse la hostia.<br />

¿Quién será capaz <strong>de</strong> resolver si en el alma <strong>de</strong> Goros sería aquello chispa <strong>de</strong> la santa indignación<br />

que inflamó a tantos Padres <strong>de</strong> la Iglesia contra las mujeres que hacen prevaricar a los or<strong>de</strong>nados<br />

y contra el sexo femenino en general? Porque Goros, aparte <strong>de</strong> semejantes <strong>de</strong>sahogos verbales,<br />

era en su conducta el mejor cristiano <strong>de</strong>l mundo; cristiano viejo, rancio, con aquella piedad<br />

<strong>de</strong>sahogada y sólida, que ya no se encuentra a dos por tres. No perdía la misa un solo día festivo;<br />

confesábase dos o tres veces al año; sus costumbres eran morigeradas; no fumaba, no bebía, no<br />

comía con gula; pecaba sí <strong>de</strong> lenguaraz y aun <strong>de</strong> propenso a la codicia y a la tacañería; pero<br />

hombre <strong>de</strong> bien a carta cabal e incapaz <strong>de</strong> robar una hilacha a su amo. Y en cuanto a su<br />

continencia, más que virtud, semejaba manía <strong>de</strong> misógino; todo el mal que no hacía, se daba a<br />

suponerlo en los <strong>de</strong>más, siempre echando la culpa a las hembras; y no sólo las huía por cuenta<br />

propia, sino que no serviría para todos los tesoros <strong>de</strong>l mundo a un cura mujeriego. El exterior <strong>de</strong><br />

Goros tenía algo <strong>de</strong> extraño, muy en armonía con todas estas prendas <strong>de</strong> carácter; recordaba el <strong>de</strong><br />

un puerco espín, y las cerdas <strong>de</strong>l erizadísimo cabello, la barba recia, <strong>de</strong>scañonada a un <strong>de</strong>do <strong>de</strong> la<br />

piel, pues Goros andaba mal afeitado según la usanza <strong>de</strong> los eclesiásticos, contribuían a la<br />

semejanza.<br />

En presencia <strong>de</strong> su amo, los labios <strong>de</strong> Goros eran más limpios que si los hubiese purificado el<br />

ascua encendida <strong>de</strong>l profeta; bien se guardaría <strong>de</strong> repetir la menor <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>svergüenzas y pullas.<br />

188


Y no influía en este modo <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r el miedo a ser reprendido o <strong>de</strong>spedido, sino un respeto<br />

misterioso que le infundía el rostro <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>: le cortaba - <strong>de</strong>cía él - la palabra en la boca.<br />

Era un rostro mortificado, <strong>de</strong> esos que se ven en pinturas viejas, don<strong>de</strong> la sangre ha <strong>de</strong>saparecido<br />

y la carne se ha fundido, ahondándose las concavida<strong>de</strong>s todas, yéndose los ojos, al parecer, en<br />

busca <strong>de</strong>l cerebro y sumiéndose la boca que remata en dos líneas severas, jamás modificadas por<br />

la sonrisa. Goros abrigaba la convicción <strong>de</strong> que su amo era un santo y a ratos un simple. Algunos<br />

hábitos y prácticas <strong>de</strong>l cura le infundían temor vago; porque Goros era supersticioso, y a pesar <strong>de</strong><br />

sus irreverentes bravatas, tenía miedo cerval a los muertos y a los aparecidos. ¿Qué manía la <strong>de</strong>l<br />

señor abad, <strong>de</strong> pasarse horas y horas en el cementerio, y volver <strong>de</strong> allí con los ojos más hundidos<br />

y la boca más contraída que nunca?<br />

Al salir el abad para su misa, solían pasar entre amo y criado diálogos por el estilo <strong>de</strong>l siguiente:<br />

- Señor, ¿y ha <strong>de</strong> volver pronto para el chocolate? - preguntaba Goros partiendo astillas <strong>de</strong> leña<br />

menuda contra el hueso <strong>de</strong> la tibia <strong>de</strong>recha- (es <strong>de</strong> advertir que el fámulo tenía carne <strong>de</strong> perro).<br />

¿Parará mucho en el camposanto hoy?<br />

Un levísimo matiz sonrosado aparecía en los <strong>de</strong>secados pómulos <strong>de</strong>l cura, que contestaba<br />

haciéndose el distraído:<br />

- Tú prepara el chocolate... y si se enfría... lo arrimas un poquito a la lumbre...<br />

- Se echará <strong>de</strong> pierda - contestaba Goros que solía tratar con notable <strong>de</strong>senfado a la lengua<br />

castellana.<br />

- No, hombre... siempre está bueno a cualquier hora.<br />

No se atrevía el criado a porfiar. Aquella suavidad y mansedumbre le imponían silencio y<br />

obediencia, mejor que ningún regaño. Batía su chocolate con resignación y aguardaba.<br />

También por las tar<strong>de</strong>s solía el cura entretenerse más <strong>de</strong> la cuenta en el dichoso cementerio, y<br />

Goros, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la puesta <strong>de</strong>l sol no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> recelar que le sucediese algo; no sabía explicar<br />

qué, pues ningún riesgo concreto había en el breve camino <strong>de</strong> la iglesia a la rectoral. La<br />

inquietud le obligaba a situarse <strong>de</strong> centinela junto a la puerta <strong>de</strong>l huerto por don<strong>de</strong> solía entrar su<br />

amo. Allí se lo encontraron las dos visitas inesperadas que fueron a turbar el sosiego <strong>de</strong> la vida<br />

ascética <strong>de</strong>l abad <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

La montañesa y su tío pusieron el pie en el huerto <strong>de</strong>l cura cuando ya el sol <strong>de</strong>clinaba. Una gran<br />

melancolía inundaba el huerto, cuya puerta abrió Goros <strong>de</strong> par en par, <strong>de</strong>shaciéndose en muestras<br />

<strong>de</strong> cortesía <strong>de</strong>bidas a la presencia <strong>de</strong> Gabriel, pues a Manolita no era novedad verla por allí <strong>de</strong><br />

tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong>, y se la recibía como niña a quien el cura había tenido mil veces en brazos <strong>de</strong><br />

chiquita, pero las trazas <strong>de</strong>l comandante impusieron respeto al tosco fámulo.<br />

- De contadito llega el señor aba<strong>de</strong>... - murmuraba este -. Entren, pasen, siéntense... ¿Ven?, ya<br />

viene por allá...<br />

Sobre la zona encendida <strong>de</strong>l poniente, en el camino hondo, vieron tío y sobrina moverse y<br />

aproximarse una figura negra, y conforme se aproximaba, distinguía Gabriel sus contornos<br />

angulosos, acusados por la raída sotanuela, y su cabeza pálida, exangüe, en que dibujaban dos<br />

agujeros <strong>de</strong> sombra las concavida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los ojos.<br />

-¡Don Julián, don Julián! - gritó Manuela.<br />

El cura apretó el paso, y al tenerlo cerca, Gabriel reparó atónito en el carácter <strong>de</strong> su fisonomía, en<br />

el rostro <strong>de</strong>macrado, tan semejante a esas caras <strong>de</strong> frailes penitentes que surgen <strong>de</strong> un fondo <strong>de</strong><br />

betún sobre las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> refectorios y sacristías antiguas; en los ojos cavos, <strong>de</strong> párpado<br />

<strong>de</strong>lgadísimo, que <strong>de</strong>jaba transparentar el globo <strong>de</strong> la órbita; en el pliegue <strong>de</strong> la boca, semejante a<br />

un candado que cerrase las puertas <strong>de</strong>l alma. No parecía muy viejo el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>; pero se veía<br />

en él la anulación <strong>de</strong>l cuerpo. En aquella espléndida tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> verano, impregnada <strong>de</strong> calor, <strong>de</strong><br />

vida, <strong>de</strong> fecundidad y regocijo, Gabriel sintió, al ver al abad, repentino frío en la espalda, y el<br />

recuerdo <strong>de</strong> su hermana muerta cayó sobre él como el velo negro sobre la cabeza <strong>de</strong>l<br />

sentenciado.<br />

189


A<strong>de</strong>lantose, no obstante, y con el mayor respeto tomó la mano <strong>de</strong>l abad y aplicó a ella los labios.<br />

De puro sorprendido, no retiró la diestra Julián; pero a sus macerados pómulos afluyó un poco <strong>de</strong><br />

sangre... y balbució, clavando los ojos en la tierra:<br />

- Señor... señor...<br />

- Para servir a usted, Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, el hermano <strong>de</strong> Marcelina...<br />

La ola <strong>de</strong> sangre subió a la frente <strong>de</strong>l cura, bajó a las orejas, al cogote y pescuezo; un temblor<br />

agitó la cabeza y la mano que el artillero no había soltado aún. De repente, el cura se echó hacia<br />

atrás, <strong>de</strong>sprendió la mano, y la llevó a la frente, al mismo tiempo que se apoyaba en la tapia <strong>de</strong>l<br />

huerto. Ya se acercaba el artillero para sostenerle; pero recobrando su continente absorto y como<br />

fantasmagórico, al cual contribuían los ojos siempre bajos, el abad murmuró:<br />

- Por muchos años... Servidor <strong>de</strong> usted... Sea usted muy bien venido... Pase, suba; en la sala<br />

estará más cómodo que aquí.<br />

-¿Yo no soy nadie, don Julián? - preguntó Manuela ofendida <strong>de</strong> que el cura no hubiese<br />

contestado a su saludo.<br />

-¿Qué tal, Manolita? - exclamó Julián, y alzando los ojos, miró a la niña con indulgencia, aunque<br />

sin calor. Pero fue obra <strong>de</strong> un minuto. La cortina <strong>de</strong> los párpados volvió a caer, y el cura echó a<br />

andar, señalando a sus visitas el camino <strong>de</strong> la sala. Gabriel protestó: prefería quedarse en el<br />

huerto; y se sentaron en un banco <strong>de</strong> piedra, frente a unas coles. La conversación langui<strong>de</strong>cía. El<br />

cura preguntaba acerca <strong>de</strong>l viaje y <strong>de</strong>l vuelco, y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> oída la respuesta, transcurría un<br />

minuto <strong>de</strong> silencio. No sabía el artillero qué <strong>de</strong>cir: todo cuanto hablaba, y hasta el sonido <strong>de</strong> su<br />

voz, le parecía extraño y fuera <strong>de</strong> sazón, y sentía ese recelo, esa cautela y esa especie <strong>de</strong> sordina<br />

en el acento, en los movimientos y hasta en la mirada que procuran adoptar los profanos cuando<br />

visitan. ¡Extraña sensación! Nada <strong>de</strong> cuanto diga yo - pensaba Gabriel - pue<strong>de</strong> interesar a este<br />

santo; estamos en dos mundos diferentes: a él le parece extraño mi lenguaje, y no me entien<strong>de</strong>; y<br />

lo que es yo, tampoco le entiendo a él. ¡Un creyente a puño cerrado! - Y miraba con atención el<br />

rostro ascético y los ojos bajos -. Un hombre que tiene fe... ¿Qué le importa lo que a mí me<br />

preocupa? ¿Cómo haré para marcharme pronto, sin que parezca <strong>de</strong>scortesía?<br />

Su sobrina le dio el pretexto. Era tar<strong>de</strong>; había que estar en los Pazos para la cena. Y se<br />

<strong>de</strong>spidieron, siempre con la misma amabilidad triste y forzada por parte <strong>de</strong>l abad, y el mismo<br />

inexplicable recelo por la <strong>de</strong> Gabriel. Caminaron en silencio al salir <strong>de</strong> la rectoral: parecía que<br />

algo les pesaba sobre el corazón. Al acercarse a los Pazos, oyeron el alegre vocerío <strong>de</strong> segadores<br />

y segadoras, y Gabriel, divisando a su cuñado que presidía la faena, tomó hacia el campo don<strong>de</strong><br />

segaban. Sobre el fondo oscuro <strong>de</strong> la tierra vio blanquear las camisas y sayas, las fajas rojas y los<br />

pañuelos azules <strong>de</strong> labriegos y labriegas; contra un matorral <strong>de</strong>scansaba un jarro <strong>de</strong> barro, y la<br />

cuadrilla, entonando su inevitable ¡ay... le le! se daba prisa a atar los haces, sirviéndose <strong>de</strong> las<br />

rodillas para apretar la mies. El olor embriagador <strong>de</strong> los tallos cortados embalsamaba el aire, y el<br />

artillero sintió una ráfaga <strong>de</strong> alegría y contempló embelesado el cuadro.<br />

Mientras tanto, Manolita, andando <strong>de</strong>spacio y pensativa, tomaba el sen<strong>de</strong>rito que conducía a la<br />

lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque. Parecía, por su frecuente volver la cabeza hacia todos los lados, como si<br />

buscase o aguardase impaciente alguna cosa. Atravesó el soto: una neblina ligera, producida por<br />

el gran calor <strong>de</strong> todo el día, se alzaba <strong>de</strong>l suelo, y los dardos <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l sol no atravesaban ya el<br />

follaje. Al salir <strong>de</strong> la espesura, un hombre se irguió <strong>de</strong> repente ante la montañesa. El chillido que<br />

acudía a la garganta <strong>de</strong> Manuela se convirtió en risa alegre, conociendo a Perucho; mas la risa se<br />

apagó al ver la cara <strong>de</strong>mudada <strong>de</strong>l muchacho, sus ojos que <strong>de</strong>spedían fuego, su actitud <strong>de</strong> dolor<br />

sombrío, nueva en él. Manuela le miró ansiosa, y el mancebo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>rarla fijamente<br />

algunos segundos, le volvió la espalda, encogiéndose <strong>de</strong> hombros. La niña sintió en el corazón<br />

dolor agudo.<br />

-¡Pedro! - gritó. Muy rara vez le había llamado así.<br />

190


Él se alejaba <strong>de</strong>spacio. De repente dio la vuelta, y corriendo, tomó en sus brazos a la montañesa,<br />

la alzó <strong>de</strong>l suelo con ímpetu sobrehumano, y la estrujó contra su cuerpo, oprimiéndole las<br />

costillas e interceptándole la respiración. Y pegando la boca a la oreja, tartamu<strong>de</strong>ó:<br />

- Mañana sales conmigo, conmigo nada más.<br />

La niña ja<strong>de</strong>aba con dulcísima fatiga, y la voz <strong>de</strong> Perucho, sonando en el hueco <strong>de</strong> su oído, le<br />

parecía sorda y atronadora como el ruido <strong>de</strong>l Avieiro al saltar en las rocas. Un frío sutil corría<br />

por sus venas, y una felicidad sin nombre ni medida la agobiaba. Con la cabeza dijo que sí.<br />

-¿Conmigo?, ¿todo el día?, ¿me das palabra?<br />

- Sí - balbució ella, incapaz <strong>de</strong> articular otra frase.<br />

- Pues a las seis sales por el corral. Allí estoy yo esperando. ¡Adiós!<br />

Perdiendo casi el sentido, Manuela notó que <strong>de</strong> nuevo la estrechaban, y luego la <strong>de</strong>jaban<br />

suavemente en tierra. Abrió los ojos a tiempo que Perucho corría ya en dirección <strong>de</strong> los Pazos.<br />

Fin <strong>de</strong>l tomo primero<br />

Tomo II<br />

- XIX -<br />

Se vistió la montañesa su ropa <strong>de</strong> diario, falda y chaqueta <strong>de</strong> lanilla a cuadros blancos y negros; y<br />

apenas había tenido tiempo más que para frotarse apresuradamente el rostro con la toalla y<br />

atusarse el pelo ante un espejo todo estrellado por la alteración <strong>de</strong>l azogue, cuando, oyendo dar<br />

las seis en el asmático reloj <strong>de</strong>l comedor, salió <strong>de</strong> su cuarto andando <strong>de</strong> puntillas y bajó la<br />

escalera que comunicaba con la cocina, en aquel momento solitaria. Deslizose por el corredor <strong>de</strong><br />

las bo<strong>de</strong>gas, que conducía a las elegantes habitaciones <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong>l Gallo; y apenas dio tres<br />

pasos por él, una mano musculosa, aunque rehenchida y juvenil, asió la suya, y se sintió<br />

arrastrada, en medio <strong>de</strong> la oscuridad, hacia la puerta. Salieron <strong>de</strong> los Pazos, y con <strong>de</strong>leite<br />

inexplicable, bebieron juntos la primer onda <strong>de</strong> fresco matutino.<br />

Aunque el sol calentaba ya, aún se veía, sobre el azul turquesa <strong>de</strong>l cielo, al parecer lavado y<br />

reavivado por el copioso orvallo nocturno, la faz casi borrada <strong>de</strong> la luna, semejante a la huella<br />

que sobre una superficie <strong>de</strong> cristal azul <strong>de</strong>ja un <strong>de</strong>do impregnado <strong>de</strong> polvillo <strong>de</strong> plata.<br />

Sin <strong>de</strong>cirse palabra, asidos <strong>de</strong> la mano, caminando unidos con andar ajustado y rápido, siguieron<br />

la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong> los trigos segados ya, hume<strong>de</strong>ciéndose los pies al hollar la hierba y el tapiz <strong>de</strong><br />

manzanillas todas empapadas <strong>de</strong> helado rocío, próximo a convertirse en escarcha. Cosa <strong>de</strong> un<br />

cuarto <strong>de</strong> hora andarían así, ascendiendo hacia la falda <strong>de</strong>l monte, don<strong>de</strong> empezaban a<br />

escalonarse los paredones para el cultivo <strong>de</strong> las vi<strong>de</strong>s; y Perucho, en vez <strong>de</strong> aflojar el paso, lo<br />

apretaba más. A pesar <strong>de</strong> su ligereza <strong>de</strong> cabrita montés, Manuela mostró querer <strong>de</strong>tenerse un<br />

instante.<br />

- Anda, mujer, anda - dijo él imperiosamente.<br />

- Hombre, ya ando... pero déjame tomar aliento. ¿Qué discurso es este <strong>de</strong> ir como locos?<br />

191


- Es que no quiero que se <strong>de</strong>spierten tu padre y el forastero, y te echen menos, y te envíen a<br />

buscar.<br />

-¡El forastero! A tales horas dormirá como un santo. Buenos son esos señores <strong>de</strong>l pueblo para<br />

madrugar. No sé cómo no crían lana en el cuerpo.<br />

- Bien, bien... yo me entiendo y bailo solo. Desviémonos <strong>de</strong> casa lo más que podamos, y ya<br />

<strong>de</strong>scansaremos <strong>de</strong>spués.<br />

Al salir <strong>de</strong> la breve zona fértil y risueña <strong>de</strong>l valle, empezaba el paisaje a hacerse melancólico y<br />

abrupto. Abajo quedaban los maizales, los centenos y trigales a medio segar, los Pazos con su<br />

gran huerto, su vasto soto, sus terrenos <strong>de</strong> labradío, sus pra<strong>de</strong>rías; y el sen<strong>de</strong>ro, escabroso,<br />

interrumpido muchas veces por peñascales, caracoleaba entre viñedos colgados, por <strong>de</strong>cirlo así,<br />

en el <strong>de</strong>clive <strong>de</strong> la montaña. En otras ocasiones, al trepar por aquel sen<strong>de</strong>ro, la pareja se<br />

entretenía <strong>de</strong> mil modos: ya picando las moras maduras; ya tirando <strong>de</strong> los pámpanos <strong>de</strong> la vid,<br />

por gusto <strong>de</strong> probar su elástica resistencia y <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir entre el pomposo follaje el racimo <strong>de</strong><br />

agraz en el cual empieza a asomar el ligero tono carminoso, parecido al rosado <strong>de</strong> una mejilla; ya<br />

bombar<strong>de</strong>ando a pedradas los matorrales para espantar a los estorninos; ya rebuscando unas<br />

fresas chiquitas, purpúreas, fragantes, que se dan entre las viñas y son conocidas en el país por<br />

amores. Hoy, con la prisa que llevaba Perucho, no les tentaba la golosina. El mancebo subía por<br />

la recia cuesta con el sombrero echado atrás, la frente sudorosa, el rostro hecho una brasa (pues<br />

el sol se <strong>de</strong>sembozaba y picaba <strong>de</strong> firme), y sosteniendo a Manuela por la cintura, o, mejor dicho,<br />

empujándola para que anduviese más veloz. Al llegar a lo alto, cerca ya <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> la Sabia, la<br />

niña se <strong>de</strong>tuvo.<br />

-¿Qué te pasa?<br />

- No puedo más... ahogo... ¡Rabio <strong>de</strong> sed!<br />

-¿Sed? Allá arriba beberemos, en el arroyo.<br />

- Tú por fuerza chocheaste. ¿A dón<strong>de</strong> señalas? ¿Al Pico-Me<strong>de</strong>lo? ¿A los Castros?<br />

- Pues vaya una cosa para asustarse. Ya tenemos ido más lejos.<br />

- Si no bebo pronto, rabio como un can. No ves que con la prisa salí <strong>de</strong> casa en ayunas...<br />

- Bueno, pues a ver si la señora María nos da una cunca <strong>de</strong> leche. Pero <strong>de</strong>spáchala luego, ¿estás?<br />

No te entretengas en conversación.<br />

Ligera otra vez como una corza, a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> beber y refrescarse, cruzó Manuela bajo el<br />

emparrado, y empujó la cancilla <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la Sabia. La horrible vieja ya había <strong>de</strong>jado su<br />

camastro; pero sin duda por acabar <strong>de</strong> levantarse, o a causa <strong>de</strong>l calor, estaba sin pañuelo ni<br />

justillo, en camisa, con sólo un refajo <strong>de</strong> burdo picote, ribeteado <strong>de</strong> rojo: los copos <strong>de</strong> sus greñas<br />

aborrascadas le cubrían en parte el negro pescuezo, sin ocultar la monstruosa papera. -¡Leche!<br />

Dios la dé - contestó la sibila mirando <strong>de</strong> reojo a los dos muchachos. Todas las vacas enfermas;<br />

una recién operada, ya sabían los señoritos; ni tanto así <strong>de</strong> hierba con qué mantenerlas; la fuente<br />

sequita y el prado que daban ganas <strong>de</strong> llorar... ¡Leche! Que le pidiesen oro, que le pidiesen plata<br />

fina; pero leche... Y ya Manuela, <strong>de</strong>salentada por las exageraciones <strong>de</strong> la bruja, iba a<br />

conformarse con un poco <strong>de</strong> agua y suero, que la hechicera aseguraba ser regalo <strong>de</strong> un yerno<br />

suyo. Pero Perucho le arrancó <strong>de</strong> las manos el cuenco <strong>de</strong> barro lleno <strong>de</strong> aquella insípida mixtura.<br />

- Pareces tonta... ¿Que no hay leche? Vamos a ver ahora mismo si la hay o no la hay.<br />

Vertió el líquido que llenaba el cuenco, y se metió por el establo medio atropellando a la vieja<br />

que se le atravesaba <strong>de</strong>lante. ¡No haber leche! ¡No haber leche para él, para el nieto <strong>de</strong> Primitivo<br />

Suárez, para el hijo <strong>de</strong> Sabel, la que había estado más <strong>de</strong> diez años haciendo el caldo gordo y<br />

enriqueciendo a aquel atajo <strong>de</strong> pillos <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> la Sabia! Hasta piezas <strong>de</strong> loza estaba viendo en<br />

el vasar que conocía porque en algún tiempo guarnecieron la cocina <strong>de</strong> los Pazos... ¡Tenía gracia,<br />

hombre, no haber leche! ¡Con<strong>de</strong>nada bruja! Perucho se sentía animado <strong>de</strong> esa cólera que nos<br />

inflama cuando llegamos a la edad adulta contra las personas que hemos tenido que soportar,<br />

siéndonos muy antipáticas, en nuestra niñez. Determinado iba, si las vacas no tenían leche, a<br />

192


sangrarlas. Encendió un fósforo y alumbró las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la cueva: lo primero con que<br />

tropezaron sus ojos fue con unas ubres turgentes, unos pezones sonrosados, lubrificados por la<br />

linfa que rezumaba <strong>de</strong> la odre <strong>de</strong>masiado repleta. Arrimó el cuenco, echó mano..., calentó con<br />

dos o tres fricciones o golpecitos...¡Santo Dios! ¡Qué chorro grueso, perfumado, mantecoso!<br />

¡Qué bien soltaba la blanda teta su río <strong>de</strong> néctar, y qué calientes gotas salpicaban los párpados y<br />

labios <strong>de</strong> Perucho al or<strong>de</strong>ñar! ¡Qué espuma cándida la que se formaba en la cima <strong>de</strong>l cuenco,<br />

rebosando en burbujas que, al evaporarse, <strong>de</strong>jaban un arabesco, una blanca orla <strong>de</strong> randas sobre<br />

el barro! Loco <strong>de</strong> gozo, Perucho acarició el grueso cuello <strong>de</strong> la vaca, salió con su tazón lleno, y<br />

se lo metió a Manuela en la boca.<br />

-¿Que no había leche, eh, señora María <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios? - gritó -. ¿Que no había leche? Para mí<br />

lo hay todo ¿me entien<strong>de</strong> usted? ¡Caracoles! ¡Como vuelva a mentir! ¡Por embustera le ha <strong>de</strong> dar<br />

el enemigo muchos tizonazos allá en sus cal<strong>de</strong>ras!<br />

Manuela, retozándole la risa, bebía aquella gloria <strong>de</strong> leche, aquella sangre blanca, que traía en su<br />

temperatura la vida <strong>de</strong>l animal, el calor orgánico a ningún otro comparable. Perucho la miraba<br />

beber con orgullo y ufanía, satisfecho <strong>de</strong> sí mismo, mientras la vieja, <strong>de</strong>jándose caer sobre el<br />

tallo, fijaba en la niña su mirada siniestra a través <strong>de</strong> sus cejas hirsutas: beberle la leche <strong>de</strong> su<br />

vaca era como chuparle a ella por la sangría el propio licor <strong>de</strong> sus venas.<br />

- Aun parece que nos la está echando en cara, ¿eh Sabia?<br />

- Que les aproveche bien - murmuró entre dientes la sibila, con el mismo tono con que diría: -<br />

rejalgar se te vuelva.<br />

- Vaya, pues ya que nos convida tan atenta y <strong>de</strong> tan buen corazón, aguar<strong>de</strong>, aguar<strong>de</strong>. - Y Perucho<br />

llegose al armario misterioso <strong>de</strong> la bruja, abriolo <strong>de</strong> par en par, y <strong>de</strong> entre cucuruchos <strong>de</strong> papel <strong>de</strong><br />

estraza, frascos harto sospechosos, cabos <strong>de</strong> cera y naipes que ya tenían encima más <strong>de</strong> su peso<br />

<strong>de</strong> mugre, tomó un tanque <strong>de</strong> hojalata, entró <strong>de</strong> nuevo en el establo, y salió a poco rato con el<br />

tanque colmado <strong>de</strong> leche. Manuela podía beberse otra cunca, y a él también era justo que, por el<br />

trabajo <strong>de</strong> or<strong>de</strong>ñar, le tocase algo. Fue un golpe mortal para la hechicera. Al pronto se arrimó a la<br />

puerta con los brazos alzados al cielo, gimiendo y rogando al señorito que por Dios, por quien<br />

tenía en el otro mundo, no le secase la vaquiña, que <strong>de</strong> esta hecha se le moría, y el cucho<br />

también; y como Perucho respondiese con la más mofadora carcajada, se contó perdida ya, y se<br />

<strong>de</strong>jó caer en su asiento favorito, hecho <strong>de</strong> un fragmento <strong>de</strong> tronco <strong>de</strong> roble, volviendo la espalda<br />

por no ver <strong>de</strong>saparecer el contenido <strong>de</strong>l tanque. La niña montañesa hizo dos o tres remilgos antes<br />

<strong>de</strong> reincidir; pero así que llegó el cuenco a los labios, con in<strong>de</strong>cible y goloso <strong>de</strong>leite lo apuró<br />

enterito, y aún se relamió al verle el fondo. Perucho dio fin al tanque, que llevaría tal vez cuenco<br />

y medio; y acercándose a la bruja, le <strong>de</strong>scargó una palmada en el hombro.<br />

- Vaya, señora María, abur... Tan amigos, ¿eh? No hay que enfadarse... Más que le bebimos<br />

ahora <strong>de</strong> leche tiene usted bebido <strong>de</strong> vino en la cocinita <strong>de</strong> los Pazos... ¿Ya se le fue <strong>de</strong> la<br />

memoria? Y si me llevo este pedazo <strong>de</strong> brona - y enseñaba un zoquete que había sacado <strong>de</strong> la<br />

artesa- bastantes ferrados <strong>de</strong> maíz se ha comido usted allá a cuenta <strong>de</strong>l padrino... ¡Conservarse!...<br />

Salieron rápidamente, sin oír algo amenazador que rezongaba entre dientes la infernal bruja,<br />

ocupada sin duda en echarles cuantas maldiciones, plagas, conjuros y paulinas contenía su<br />

repertorio. A pocos pasos <strong>de</strong> la casa rompieron a reír mirándose.<br />

-¿Eh? ¿Qué tal sabía la leche?<br />

- Sabía a poco.<br />

-¡Mujer! Dijéraslo, y te or<strong>de</strong>ño la otra vaca. La grandísima tal y cual <strong>de</strong> la vieja tiene dos paridas,<br />

con leche así, que les revienta por la teta, y nos quería <strong>de</strong>jar rabiar <strong>de</strong> sed.<br />

- No, bien bastó lo que hiciste... Nos queda echando plagas. Hoy nos maldice todo el santo día.<br />

¿Será cierto eso <strong>de</strong> que estas mujeres hacen mal <strong>de</strong> ojo cuando les da la gana? ¿Y <strong>de</strong> que<br />

maldicen a la gente y la gente se muere pronto?<br />

-¡Mal <strong>de</strong> ojo! ¡Morirse! - y el estudiante se rió -. No, tontiña... Esas son mamarrachadas; bueno<br />

que las crea mi madre; ¿pero quién da crédito a tal cosa?<br />

193


- Pues a mí poca gracia me hace que me maldiga un espantajo así. De seguro que esta noche<br />

sueño con ella. ¡Qué horrorosa está con el bocio! ¿De qué se cogerán estos bocios, tú, Perucho?<br />

- Dice que <strong>de</strong> beber el agua que corre a la sombra <strong>de</strong>l nogal o <strong>de</strong> la higuera.<br />

-¡Ay! Dios me libre <strong>de</strong> catarla enjamás.<br />

Caminaban charlando, con tanta alegría como los mirlos, gorriones, jilgueros, pardillos y <strong>de</strong>más<br />

aves, no muy pintadas pero asaz parleras, que en setos, viñedos y árboles cantaban sus trovas a la<br />

radiante mañana. La leche bebida parecía habérseles subido a la cabeza, según iban <strong>de</strong><br />

alborotados y regocijados, y el cuerpo un poco magro <strong>de</strong> Manuela competía en agilidad con el<br />

robusto y bien mo<strong>de</strong>lado <strong>de</strong> Perucho. Echaban paso largo por las veredas anchas y practicables;<br />

y por las trochas difíciles subían corriendo, disputándose la prez <strong>de</strong> llegar más pronto a la meta<br />

señalada <strong>de</strong> antemano: un árbol, una piedra, un otero. De cuando en cuando se volvía Perucho y<br />

miraba hacia atrás.<br />

- Ya no se ven los Pazos - exclamaba con satisfacción, como si per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista la casa solariega<br />

fuese el objeto único <strong>de</strong> carrera tan <strong>de</strong>satinada.<br />

¡Qué se habían <strong>de</strong> ver los Pazos! Ni por pienso. Es <strong>de</strong> advertir que Perucho no había tomado el<br />

camino <strong>de</strong>l crucero, aquel camino para él <strong>de</strong> recordación tan trágica, sino echado por la parte<br />

opuesta, hacia sitios mucho menos frecuentados; la dirección <strong>de</strong> Naya. Entraba a la sazón en los<br />

montes que forman la hoz al través <strong>de</strong> la cual va cautivo, espumante y mugidor, el río Avieiro.<br />

Daba gusto pisar aquel terreno montuoso, tan seco, tan liso, y hollar el tapiz <strong>de</strong> flores <strong>de</strong> brezo,<br />

<strong>de</strong> tierno tojo inofensivo aún, los setos <strong>de</strong> madroñeros floridos, las matas <strong>de</strong> retama amarguísima,<br />

las orquí<strong>de</strong>as finas, con olor a almendra, toda la seca y enjuta y balsámica flora montés, que<br />

convida al cuerpo a ten<strong>de</strong>rse y le brinda un colchón higiénico, tibio <strong>de</strong>l calor solar, aromoso,<br />

regalado, incomparable. De trecho en trecho, algún pino ofrecía fresca sombra, ambiente<br />

resinoso, quitasol que susurraba al menor soplo <strong>de</strong> viento... Manuela sintió que le pesaban los<br />

párpados, y el cuerpo se le enlangui<strong>de</strong>cía. ¡La maldita leche!<br />

-¡Qué calor! - balbució -. De buena gana me tumbaba ahí, <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ese pino.<br />

Perucho dudó un instante; luego, como si se le ocurriese una objeción, pero no quisiese<br />

expresarla, respondió:<br />

- Ahí no. Yo te diré en dón<strong>de</strong> hemos <strong>de</strong> sentarnos.<br />

La montañesa obe<strong>de</strong>ció sin replicar. Des<strong>de</strong> tiempo inmemorial, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que ella andaba aún a<br />

gatas, Perucho dirigía el paseo, la zaran<strong>de</strong>aba a su gusto, la llevaba aquí y acullá, era el<br />

encargado <strong>de</strong> saber dón<strong>de</strong> se encontraban nidos, frutos, sitios bonitos, hacia qué lado convenía<br />

dirigir el mero<strong>de</strong>o. Rara vez intentó sublevarse Manuela y apropiarse la dirección <strong>de</strong>l grupo, y<br />

las contadas tentativas <strong>de</strong> in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia no produjeron más resultado que <strong>de</strong>mostrar la<br />

indiscutible superioridad y maestría <strong>de</strong> su amigo. En el invierno, mientras Perucho se secaba en<br />

Orense, Manuela, instantáneamente y como por arte maravilloso, aprendía a manejarse solita, y<br />

se encontraba <strong>de</strong> improviso profesora en topografía, conocedora <strong>de</strong> todos los caminos, rincones y<br />

andurriales <strong>de</strong>l valle; pero esto duraba hasta el regreso <strong>de</strong> Perucho: volvía él, y la montañesa<br />

olvidaba su ciencia y volvía a <strong>de</strong>scansar en su compañero, pasiva y gozosa.<br />

Seguían caminando, apartándose gran trecho <strong>de</strong> los Pazos y <strong>de</strong>scendiendo la corriente <strong>de</strong>l río<br />

Avieiro por vereditas incultas, aquí encontrando un pinar, allá un grupo <strong>de</strong> carrascas verdinegras,<br />

más a<strong>de</strong>lante un roble ufano <strong>de</strong> su robustez y <strong>de</strong> su hercúleo tronco, y siempre matorrales <strong>de</strong><br />

madroño y retama, por entre los cuales no el pie <strong>de</strong>l hombre, sino la naturaleza misma había<br />

abierto sen<strong>de</strong>ros, análogos a tortuosas calles <strong>de</strong> parque inglés. La luz <strong>de</strong>l sol, que ya tocaba al<br />

zenit, lo enrubiaba todo; encendía con tonos áureos la grama seca; daba color <strong>de</strong> ágata a las<br />

simientes <strong>de</strong> la retama; hacía transparentes como farolillos <strong>de</strong> papel <strong>de</strong> seda carmesí las flores <strong>de</strong>l<br />

brezo; convertía en follaje <strong>de</strong> raso recortado los brotes tiernos <strong>de</strong> las carrascas; calentaba con<br />

matices <strong>de</strong> venturina las hojas <strong>de</strong>l pino; prestaba a la bellota ver<strong>de</strong> el pulimento <strong>de</strong>l ja<strong>de</strong>; y en las<br />

alas vibrátiles <strong>de</strong> las mariposas monteses - esas mariposas tan distintas <strong>de</strong> las que se ven en<br />

terreno cultivado, esas mariposas que tienen colores <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y hoja seca -, y en los carapachos<br />

194


<strong>de</strong> los escarabajos, y en la negra coraza y cuernos <strong>de</strong> las vacas louras, encendía tintas vivas,<br />

reflejos metálicos, esmaltes <strong>de</strong> oro, brillo negro <strong>de</strong> tallado azabache. La intensidad <strong>de</strong>l calor<br />

arrancaba a los pinos todos sus olores <strong>de</strong> resina, a las plantas sus balsámicas exhalaciones; y<br />

entre el sol que le requemaba la sangre y el vaho que se elevaba <strong>de</strong> la ebullición <strong>de</strong> la tierra, y la<br />

leche que le aletargaba el cerebro, Manuela sentía como un comienzo <strong>de</strong> embriaguez, el estado<br />

inicial <strong>de</strong> la borrachera alcohólica, que pareciendo excitación no es en realidad sino sopor; el<br />

estado en que las manos resbalan sobre el objeto que quieren asir, en que los movimientos <strong>de</strong>l<br />

cuerpo no obe<strong>de</strong>cen a la voluntad, en que nos sentamos sin pesar sobre la silla y nos levantamos<br />

y andamos sin estribar en el suelo, porque el sentimiento <strong>de</strong> la gravedad se ha amortiguado<br />

mucho, y nuestras percepciones son vagas y turbias, y parece que ha <strong>de</strong>saparecido la resistencia<br />

<strong>de</strong> los medios, la <strong>de</strong>nsidad <strong>de</strong> la materia, la dureza <strong>de</strong> las esquinas y ángulos, y que los objetos en<br />

<strong>de</strong>rredor se han vuelto fluidos, y nuestro cuerpo también, y más que nada nuestro pensamiento.<br />

No es <strong>de</strong>sagradable el estado, al contrario, y la plétora <strong>de</strong> vida que produce se revelaba en el<br />

rostro <strong>de</strong> Manuela: sus ojos brillaban y su boca sonreía sin interrupción. La niña no preguntaba<br />

ya cosa alguna a su compañero: andaba, andaba tan ligera como se anda en sueños, sin sombra<br />

<strong>de</strong> cansancio, aunque apoyándose en Perucho y arrimándose a su cuerpo con instintiva ternura.<br />

Allá en la pequeña la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l monte divisó la espadaña <strong>de</strong>l campanario <strong>de</strong> Naya, que conocía, y<br />

le ocurrió pensar en el cura que podría darles un buen almuerzo <strong>de</strong> huevos y fruta a la sombra <strong>de</strong><br />

la fresca parra que entolda la rectoral; mas sin duda no era este el propósito <strong>de</strong> Perucho, pues<br />

tomó otra dirección, volviendo la espalda al campanario y hundiéndose en una trocha que<br />

serpeaba entre pinos, y a cuyos lados se alzaban peñascos enormes, calvos y blancos por la cima,<br />

jaspeados <strong>de</strong> liquen y musgo por la base. Manuela se <strong>de</strong>tuvo un momento; respiró; sus potencias<br />

se <strong>de</strong>spejaron un poco al benéfico influjo <strong>de</strong> la temperatura menos ardorosa: miró en <strong>de</strong>rredor,<br />

para saber dón<strong>de</strong> estaba. El Avieiro corría allá abajo, rumoroso y profundo, no muy distante.<br />

Por aquella parte se ensanchaba la hoz, hacíase muy suave, casi insensible, el <strong>de</strong>clive <strong>de</strong> las<br />

montañas, y el río, en vez <strong>de</strong> rodar encajonado, sujeto, con torsión colérica <strong>de</strong> serpiente cautiva,<br />

se extendía cada vez más ancho, bello y sosegado, ostentando la hermosura y gala soberana <strong>de</strong><br />

los ríos gallegos, la margen florida, el pradillo ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> juncos, salces y olmos, la placa <strong>de</strong><br />

agua serena que los refleja bañando sus raíces, el caprichoso remanso en que el agua muere más<br />

mansa, más sesga, con clarida<strong>de</strong>s misteriosas <strong>de</strong> cristal <strong>de</strong> roca ahumado; la frieira, la gran cueva<br />

a la sombra <strong>de</strong>l enorme peñasco, en que la sabrosa trucha busca la capa <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>nsa y no<br />

escan<strong>de</strong>cida por el sol; el cañaveral que nace <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la misma corriente, el molino, la presa,<br />

toda la graciosa ornamentación fluvial <strong>de</strong> un río <strong>de</strong> cauce hondo, <strong>de</strong> país húmedo, que recuerda<br />

las i<strong>de</strong>as gentílicas, las urnas, las náya<strong>de</strong>s, concepción clásica y encantadora <strong>de</strong>l río como<br />

divinidad.<br />

La humedad que siempre sube <strong>de</strong> los ríos y la frescura <strong>de</strong> la vegetación <strong>de</strong>spabilaron más y más<br />

a la niña.<br />

- Ya sé a dón<strong>de</strong> vamos -exclamó- a las Poldras. ¿Y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pasado el Avieiro, adón<strong>de</strong>? Me lo<br />

dices, ¿o está <strong>de</strong> Dios que no lo he <strong>de</strong> saber?<br />

- Calla... Ya verás.<br />

- Yo pensé que íbamos a Naya.<br />

-¿Para qué? ¿Para encontrarnos con el cura y que nos llevase por fuerza a comer consigo?<br />

- Pero... es que... comer, <strong>de</strong> todas maneras hay que comer en casa; y ya <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser tar<strong>de</strong>, tar<strong>de</strong>...<br />

No puedo tal día como hoy faltar <strong>de</strong> la mesa...<br />

- A ver si te callas, tonta. ¡Eh... cuidado con caerte <strong>de</strong> hocicos por la rama <strong>de</strong>l pino! Yo iré<br />

<strong>de</strong>lante... La mano... ¡Así!<br />

Con efecto, en las púas secas <strong>de</strong>l pino los pies resbalaban como si el terreno estuviese untado <strong>de</strong><br />

jabón.<br />

195


- XX -<br />

Patinando sobre aquellas púas endiabladas, se <strong>de</strong>slizaron y corrieron hasta un grupo <strong>de</strong> salces<br />

inclinado hacia el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Avieiro. Oíase el murmurio musical <strong>de</strong>l agua, y el ambiente, tan<br />

abrasador arriba, allí era casi benigno. Cruzaron por entre los salces <strong>de</strong>sviando la maleza tupida<br />

<strong>de</strong> los renuevos, y vieron ten<strong>de</strong>rse ante sus ojos toda la anchura <strong>de</strong>l río, que allí era mucha,<br />

cortándola a modo <strong>de</strong> irregular calzada las pasa<strong>de</strong>ras o poldras.<br />

En torno y por cima <strong>de</strong> las anchas losas oscuras, <strong>de</strong>sgastadas y pulidas como piedras <strong>de</strong> chispa<br />

por la incesante y envolvedora caricia <strong>de</strong> la corriente, el río se <strong>de</strong>strenzaba en ma<strong>de</strong>jas <strong>de</strong><br />

verdoso cristal, se aplanaba en <strong>de</strong>lgadas láminas, bebidas por el ardor <strong>de</strong>l sol apenas hacían<br />

brillar la bruñida superficie. Para una persona poco acostumbrada a tales aventuras, no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong><br />

ofrecer peligro el paso <strong>de</strong> las poldras. Sobre que se movían y danzaban al menor contacto, no<br />

eran menos resbaladizas que la rama <strong>de</strong>l pino. Nada más fácil allí que tomarse un baño<br />

involuntario.<br />

-¿Hemos <strong>de</strong> pasarlas? - preguntó la montañesa, con una sonrisa que significaba - a ver cuándo<br />

<strong>de</strong>terminas que paremos en alguna parte.<br />

- Las pasamos - or<strong>de</strong>nó Perucho con el tono mandón y <strong>de</strong>spótico que había adoptado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> por la<br />

mañana.<br />

Manuela tendió la vista alre<strong>de</strong>dor, y eligiendo un sitio favorable, la sombra <strong>de</strong> un árbol, se <strong>de</strong>jó<br />

caer en un ribacillo, y resignadamente comenzó a <strong>de</strong>sabrocharse las botas. Ni un segundo tardó<br />

Perucho en hincársele <strong>de</strong> rodillas <strong>de</strong>lante.<br />

- Yo te <strong>de</strong>scalzo... yo. Como cuando eras una cativa, ¿te acuerdas?, un tapón así... y yo te<br />

<strong>de</strong>scalzaba y vestía... y hasta te tengo peinado mil veces.<br />

Medio riendo, medio enfadándose, la muchacha no retiró el pie <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> su amigo. Este<br />

hacía ya saltar uno tras otro los botoncitos <strong>de</strong> la botina <strong>de</strong> casimir, mal hecha, muy redonda <strong>de</strong><br />

punta contra todas las leyes <strong>de</strong> moda. Tiró <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>licadamente, con un pellizco fino, <strong>de</strong>l talón<br />

<strong>de</strong> la media <strong>de</strong> algodón, y la media bajó; arrollola en el tobillo, y con un nuevo tirón <strong>de</strong>jó el pie<br />

<strong>de</strong>snudo. Sus palmas se distrajeron y embelesaron en acariciar aquel pie, que le recordaba la<br />

patita rosada y regor<strong>de</strong>ta <strong>de</strong> la nené a quien tanto había traído en brazos. Era un pie <strong>de</strong> montañesa<br />

que se calza siempre y que tiene en las venas sangre patricia; no muy gran<strong>de</strong>, algo encallecido<br />

por la planta, pero arqueado <strong>de</strong> empeine, con venillas azules, suave <strong>de</strong> talón y calcañar, redondo<br />

<strong>de</strong> tobillo, blanco <strong>de</strong> cutis, con los <strong>de</strong>dos rosados o más bien rojizos <strong>de</strong> la presión <strong>de</strong> la bota, y un<br />

poco montado el segundo sobre el gordo. El pie transpiraba, por haber andado mucho y aprisa.<br />

- Enfríate un poco... - murmuró el mancebo -. No pue<strong>de</strong>s meter el pie en el agua estando así; te<br />

va a dar un mal.<br />

- Que me haces cosquillas - exclamaba ella con nerviosa risa tratando <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r el pie bajo las<br />

enaguas -. Suelta, o te arrimo un cachete que te ha <strong>de</strong> saber a gloria.<br />

- Déjame verlo... ¡Qué bonito es! Lo tienes más blanco que la cara, Manola... Pero mucho más<br />

blanco.<br />

-¡Vaya un milagro! Como que la cara va por ahí <strong>de</strong>stapadita papando soles y lluvias. ¡Pasmón!<br />

¿Es la primera vez que ves un pie en tu vida? ¡Soltando!<br />

Soltó el que tenía asido, pero fue para <strong>de</strong>scalzar el otro con el mismo cariño y religiosa <strong>de</strong>voción,<br />

y abarcar ambos con una mano, uniéndolos por la planta.<br />

- Que me aprietas... que me rompes un <strong>de</strong>do... ¡Bruto!<br />

-¡Ay!, perdón - murmuró él; y bajándose, halagó con el rostro, sin besarlos, los pies <strong>de</strong>snudos. La<br />

montañesa se incorporó pegando un brinco, y echó a correr, y sentó la planta <strong>de</strong>scalza en la<br />

primer pasa<strong>de</strong>ra. Su amigo le gritó:<br />

- Chica, aguárdate... Déjame recoger las medias y las botas... Allá voy a darte la mano... Vas a<br />

caerte <strong>de</strong> cabeza en el río... ¡Loca <strong>de</strong> atar!<br />

196


Con saltos ligeros, volviendo la cabeza a cada brinco lo mismo que los pájaros, Manuela salvaba<br />

ya las poldras eligiendo diestramente el trecho seco a fin <strong>de</strong> caer en él. Dos o tres veces estuvo a<br />

punto <strong>de</strong> dar la zambullida, y la daría <strong>de</strong> fijo a no ser tan gran<strong>de</strong> su agilidad: saltaba largo, y era<br />

su ligereza la ligereza <strong>de</strong>l ave, <strong>de</strong> la golondrina que vuela rasando el agua. Remangaba las faldas<br />

al brincar, y su pierna, no torneada aún, pero <strong>de</strong> una magrez llena, don<strong>de</strong> las redon<strong>de</strong>ces futuras<br />

apuntaban ya, tenía al herirla el sol, la firmeza y granillo algo duro <strong>de</strong> una pierna acabada <strong>de</strong><br />

esculpir en mármol y no pulimentada aún.<br />

Casi había alcanzado la otra orilla, cuando Perucho voló tras ella. El muchacho, calzado con<br />

duros zapatos <strong>de</strong> doble suela, <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñaba <strong>de</strong>scalzarse, habiéndose contentado con remangar los<br />

pantalones.<br />

La chiquilla comprendió que llevaba ventaja a su compañero, y excitada por el juego, quiso<br />

hacerle correr un poco. Como una saeta se emboscó entre los árboles <strong>de</strong> la orilla, y <strong>de</strong>sapareció<br />

en la espesura dándose traza para que Perucho no supiese dón<strong>de</strong> se había metido. Pero al<br />

muchacho le asustó aquella pequeña contrariedad como si realmente su amiga se le perdiese <strong>de</strong><br />

vista, y gritó llamándola con oprimido corazón y angustiada voz: tan angustiada, que Manuela<br />

salió al punto <strong>de</strong> los matorrales, renunciando a continuar el juego.<br />

-¿Qué te pasa? - dijo riéndose al ver el semblante <strong>de</strong>mudado <strong>de</strong> Perucho.<br />

-¿Qué...? Que no me hagas judiadas... Vamos juntos, ¿entien<strong>de</strong>s? Tú no te apartes <strong>de</strong> mí. ¿Dón<strong>de</strong><br />

estabas? No, no sirve escon<strong>de</strong>rse.<br />

- Pues cálzame - exclamó ella sentándose en un peñasco.<br />

La calzó enjugándole antes los pies húmedos con la falda <strong>de</strong> su americana, y bromeando ya sobre<br />

el enfado y el susto <strong>de</strong>l escondite.<br />

- Y ahora... - murmuró la niña mientras él lidiaba con un botón empeñado en resbalarse <strong>de</strong>l ojal -<br />

¿a dón<strong>de</strong> vamos? ¿Seguimos como locos?<br />

- Ahora... ahora ven conmigo... Ya pararemos, mujer.<br />

Echaron monte arriba, alejándose <strong>de</strong> la refrigerante atmósfera <strong>de</strong>l río. Aquella montaña era más<br />

áspera aún, y en el suelo dominaban las carrascas y las encinas, que daban alguna sombra; pero<br />

siendo muy agria la subida, en los puntos <strong>de</strong>scubiertos quemaba el sol <strong>de</strong> un modo insufrible.<br />

Manuela ja<strong>de</strong>aba siguiendo a Perucho, que parecía llevar un objeto <strong>de</strong>terminado, pues miraba a<br />

un lado y a otro para orientarse. Al fin, divisó una encina vieja, un tronco perforado y hueco<br />

don<strong>de</strong> aún gallar<strong>de</strong>aba algún ramaje ver<strong>de</strong> en lugar <strong>de</strong> la copa <strong>de</strong>smochada; dio un grito <strong>de</strong><br />

júbilo, metió la cabeza <strong>de</strong>ntro con precaución, luego la mano, armada <strong>de</strong> una navaja, luego el<br />

brazo todo... y al cabo <strong>de</strong> unos cuantos minutos <strong>de</strong> manipulación misteriosa, sacó en triunfo algo,<br />

algo que hizo exhalar a la montañesa clamor alegre.<br />

¡Un panal soberbio <strong>de</strong> miel rubia, pura y balsámica, <strong>de</strong> aquella miel natural, un millón <strong>de</strong> veces<br />

más sabrosa que la <strong>de</strong> colmena, como si el insecto, libre ciudadano <strong>de</strong> su inocente república,<br />

ajena al protectorado <strong>de</strong>l hombre, libase un néctar más puro en los cálices <strong>de</strong> las flores, un polen<br />

más fecundo en sus estambres, elaborase un propóleos más adherente para afianzar la celdilla, y<br />

emplease procedimientos <strong>de</strong> <strong>de</strong>stilación más <strong>de</strong>licados para melificar la esencia <strong>de</strong> las plantas, el<br />

jugo precioso recogido aquí y acullá, en el prado, en la vega, en el castañar, en el monte!<br />

Manuela chillaba, reía <strong>de</strong> placer.<br />

- Pero tú mucho discurres... Pero ¿<strong>de</strong> dón<strong>de</strong> sacaste eso...? Pero tú creo que echas las cartas como<br />

la Sabia... ¿Quién te contó que ahí había miel?<br />

-¡Boba! ¡Gran milagro! Supe que unos hombres <strong>de</strong> las Poldras pillaron en este sitio un<br />

enjambre... pregunté si habían registrado el nido <strong>de</strong> la miel y contestaron que no, que ellos sólo<br />

andaban muertos y penados por las abejas, para llevarlas al colmenar... Yo dije ¡tate!, pues los<br />

panales han <strong>de</strong> estar allí, en un árbol hueco... Ya ves cómo acerté. ¿Qué tal el panalito? ¡Pecan<br />

los ojos en mirarlo!<br />

-¿Y si estuviesen en el tronco las abejas, ahora que andan tan furiosas con la borrachera <strong>de</strong> la flor<br />

<strong>de</strong>l castaño? Te comían vivo.<br />

197


-¡Bah! Yo sé la maña para que no piquen... Hay que meter poco ruido, moverse <strong>de</strong>spacio y<br />

bajarse al suelo cuando le sienten a uno...<br />

-¡A comer, a comer la miel! - gritó la montañesa palmoteando.<br />

- Ven, aquí hay una sombra, ¡una sombra que da la hora!<br />

Era la sombra la <strong>de</strong> una encina cuyas ramas formaban pabellón, y que caía sobre un ribazo todo<br />

estrellado <strong>de</strong> flores monteses, don<strong>de</strong> crecía el tojo o escajo tan nuevo y tierno, que sus pinchos<br />

no lastimaban. A<strong>de</strong>más parecía como si la mano <strong>de</strong>l hombre hubiese labrado allí esmeradamente<br />

un asiento, a la altura exigida por la comodidad. Perucho sacó su navaja, y <strong>de</strong>l bolsillo <strong>de</strong>l<br />

chaquetón hizo surgir el pedazo <strong>de</strong> brona tomado contra la voluntad <strong>de</strong> su dueña la Sabia.<br />

Partiolo en dos mita<strong>de</strong>s <strong>de</strong>siguales, dando la mayor a su compañera; y el panal <strong>de</strong> miel se<br />

sometió al mismo reparto. Sentada ya, tranquila, <strong>de</strong>scansando <strong>de</strong> la larga caminata y <strong>de</strong>l calor<br />

sufrido, con esa sensación <strong>de</strong> bienestar físico que produce el reposo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un violento<br />

esfuerzo muscular, y la pregustación <strong>de</strong> un manjar <strong>de</strong>licioso, virgen, fresco, sano, que hace fluir<br />

<strong>de</strong> la boca el humor <strong>de</strong> la saliva, Manuela, antes <strong>de</strong> hincar el diente en la miel puesta sobre el<br />

zoquete <strong>de</strong> pan, tocó en el hombro a su compañero:<br />

- Mira, en comiéndola nos largamos, y vuelta a casita... ¿eh? Ya me parece que dieron las doce<br />

en el campanario <strong>de</strong> Naya... Sabe Dios a qué hora llegaremos allá, y lo que andarán preguntando<br />

por nosotros.<br />

Él le echó el brazo al cuello, y con los <strong>de</strong>dos le daba golpecitos en la garganta.<br />

- Hoy no se vuelve - murmuró casi a su oído.<br />

Pegó un respingo la muchacha.<br />

-¿Tú loqueas? Si fuese en otro tiempo... bien, nadie se amoscaría; pero ¿ahora que está el tío<br />

Gabriel? Se armaría un ruido en<strong>de</strong>moniado por toda la casa.<br />

Perucho le tiró <strong>de</strong> la trenza.<br />

- Hoy no se vuelve... No me repliques, que no pue<strong>de</strong> ser. Hoy no se vuelve... ¿Sabes por qué?<br />

Por lo mismo, por eso... porque está tu tío, tu caballero <strong>de</strong> tío. Calla, calla, vidiña... Si quieres<br />

volver, vuélvete tú sola, muy enhorabuena; yo me quedo aquí... Yo no voy más a los Pazos.<br />

- A mí se me figura que tú chocheaste. Lo que a ti se te ocurre, no se le ocurre ni al mismo<br />

Pateta. ¡No volver a los Pazos! Pues apenas se alborotaría aquello todo.<br />

-¿Y qué nos importa, di? - murmuró el mancebo con ardorosa voz -. Tú eres muy mala, Manola:<br />

sí señor, muy mala; tú no me quieres a mí así, a este modo que yo te quiero. ¡Qué me has <strong>de</strong><br />

querer! Ni siquiera sabes lo que es cariño... <strong>de</strong> este. ¿Lo entien<strong>de</strong>s? Pues no lo sabes. Vamos, yo<br />

no digo que tú no me quieras una miajita; si me muriese, llorarías, ¡quién lo duda!, llorarías una<br />

semana, un mes... y te acordarías <strong>de</strong> mí un año... y soñarías conmigo por las noches, y <strong>de</strong>spués...<br />

te casarías con el tío Gabriel, y se acabó... se acabó Perucho.<br />

Su voz temblaba, enronquecida por la pasión.<br />

-¡Qué cosas dices! ¡Con el tío Gabriel! - exclamó la montañesa dilatando las pupilas <strong>de</strong> asombro<br />

y limpiándose distraídamente con el pañuelo la boca untada <strong>de</strong> pegajosa miel.<br />

- O con otro <strong>de</strong>l pueblo, otro señor elegante y <strong>de</strong> fachenda, así por el estilo... ¡Malacaste! Oye tú:<br />

aquí en la al<strong>de</strong>a no se hace uno cargo <strong>de</strong> ciertas cosas... pero allá en el pueblo... los estudiantes...<br />

unos con otros... nos abrimos los ojos... nos <strong>de</strong>spabilamos... ¿estás? Allá... cuando me<br />

preguntaban los compañeros que si tenía novia y que por qué no tomaba una en Orense...<br />

atien<strong>de</strong>, atien<strong>de</strong>... les dije así: - Tengo mi novia, ya se ve que la tengo, y es más bonita que todas<br />

las vuestras, y se llama Manuela, Manuela <strong>Ulloa</strong>...-. Y ellos a <strong>de</strong>cir: -¿Quién?, ¿la hija <strong>de</strong>l<br />

marqués? - La misma que viste y calza... <strong>de</strong>cid ahora que no es bonita, morrales...-. Y ellos con<br />

muchísima guasa me saltan: - En la vida la vimos... pero esa no es para ti, páparo... Esa es para<br />

un señor, porque es una señorita, hija <strong>de</strong> otro señor también... y tú eres hijo <strong>de</strong> una infeliz<br />

paisana... ¿eh?, date tono, date tono...-. Le santigüé las narices al que me lo cantó, pero me quedé<br />

198


pensando que lo acertaba... ¿Entien<strong>de</strong>s? Y tanta rabia me entró, que me eché a llorar como si<br />

fuese yo el que hubiese atrapado los soplamocos... Mira si sería verdad... que a... aún... aún...<br />

Manuela, que chupaba muy risueña el panal, alzó la vista y notó que su amigo tenía como una<br />

niebla ante aquellas hermosas pupilas azul celeste. En lo más profundo <strong>de</strong> su vanidad <strong>de</strong> hembra,<br />

quizás a medio <strong>de</strong>do <strong>de</strong> las telillas <strong>de</strong>l corazón, sintió algo, una punzada tan dulce, tan sabrosa...<br />

más que la propia miel que pala<strong>de</strong>aba. Volvió la cabeza, recostola en el hombro <strong>de</strong> su amigo.<br />

-¿Quién te manda llorimiquear ni apurarte? - pronunció enfáticamente.<br />

- Porque tenían razón - tartamu<strong>de</strong>ó él.<br />

- No señor. Yo te quiero a ti, ya se sabe. Mas que fueses hijo <strong>de</strong>l verdugo. Valientes tontos, y tú<br />

más tonto por hacerles caso.<br />

- Bien - murmuró él -; me quieres, corriente, estamos en eso; pero es allá un modo <strong>de</strong> querer<br />

que... Yo me entiendo. Es un querer, así... porque... porque uno se crió <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeñito junto con<br />

el otro, sin apartarse... y tienes costumbre <strong>de</strong> verme, como quien dice... y... y... Yo te voy a<br />

aclarar cómo me quieres, y si acierto, me lo confiesas. ¿Eh? ¿Me lo confiesas?<br />

- Hombre... - clamó ella con la boca atarugada <strong>de</strong> brona - siquiera das tiempo a uno para tragar el<br />

bocado y contestar... Conformes; te lo confesaré. ¡Falta saber qué es lo que he <strong>de</strong> con-fe-saaaar!<br />

- Tú me quieres... como quieren las hermanas a los hermanos. ¿Eh? ¿Acerté?<br />

- Mira tú. ¡Verdad! Si yo siempre pensé <strong>de</strong> chiquilla que lo eras, no entiendo por qué... - Aquí la<br />

montañesa dio indicios <strong>de</strong> quedarse pensativa, con la brona afianzada en los <strong>de</strong>dos, sin llevarla a<br />

la boca -. Y yo no sé qué más hermanos hemos <strong>de</strong> ser. Siempre juntos, siempre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que yo era<br />

así... (bajó la mano indicando una estatura inverosímil, menor que la <strong>de</strong> ningún recién nacido).<br />

Aún hay hermanos que no se crían tan juntos como nosotros.<br />

Perucho permaneció silencioso, con el pan caído a su lado sobre la hierba, una rodilla en el aire,<br />

que sostenía con las manos enclavijadas, y mirando hacia el horizonte.<br />

-¿Qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara <strong>de</strong> bobo?<br />

- Eso ya lo sabía yo... - exclamó él <strong>de</strong>sesperado, <strong>de</strong>scargándose <strong>de</strong> golpe una puñada en el muslo<br />

-. ¿Ves...? ¿Ves cómo tenían razón los <strong>de</strong> Orense? Lo que tú me quieres a mí... es... así... por eso,<br />

porque <strong>de</strong>s<strong>de</strong> chiquillos andamos juntitos y, a menos que fueses una loba, no me habías <strong>de</strong> tener<br />

aborrecimiento... ¡Pues andando! Siga la música... Y que se lo lleven a uno los diablos.<br />

Encarose violentamente con la niña, y tomándole las muñecas, se las apretó con toda su alma y<br />

todo su vigor montañés. Ella dio un chillido.<br />

- Yo te quiero a ti <strong>de</strong> otra manera, muy diferente... te quiero como a las novias, con amor, con<br />

amor (vociferó esta palabra). Si se calla uno más <strong>de</strong> cuatro veces, es por miramientos y<br />

consi<strong>de</strong>raciones y embelecos... Que se vayan a paseo todos ellos juntos... Aguantar que a uno no<br />

le quieran, ya es martirio bastante; pero ver que viene otro y con sus manos lavadas le escamotea<br />

la novia, le roba todo... Eso ya pasa <strong>de</strong> raya... No tengo paciencia para sufrirlo ni para verlo...<br />

No, y no, y no lo veré, me iré, me iré, aunque sea a la isla <strong>de</strong> Cuba.<br />

Manuela oyó todo esto <strong>de</strong>rramándose en risa, porque el enfado <strong>de</strong> su amigo le gustaba; y sobre<br />

todo, encantábale la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> calmarlo con unas cuantas frases cariñosas, que sin esfuerzo, antes<br />

muy a gusto suyo, le salían <strong>de</strong>l corazón.<br />

- Lo dicho: a ti hoy picote una avispa o un alacrán en el monte... Yo quisiera saber <strong>de</strong> dón<strong>de</strong><br />

sacas tanto disparate... ¿Quién te viene a quitar la novia, ni quién me coge a mí, ni me lleva, ni<br />

todas esas barbarida<strong>de</strong>s que sueñas tú?<br />

- El tío Gabriel te quiere; está enamorado <strong>de</strong> ti. Ha venido a casarse contigo. No me lo niegues.<br />

- Vaya, lo dicho.<br />

Manuela se tocó la frente con el <strong>de</strong>do y meneó la cabeza.<br />

- No, no me llames loco; porque me parece que haces risa <strong>de</strong> mí o que me quieres engañar. Dime<br />

sólo una cosa. ¿Te gusta tu tío Gabriel?<br />

-¿Gustar?... ¿Qué sé yo lo que es gustar, como tú dices? El tío Gabriel me parece muy bueno,<br />

muy listo, y un señor así... no sé cómo te diga... muy fino, y que sabe mucho <strong>de</strong> muchísimas<br />

199


cosas... Un señor diferente <strong>de</strong> los <strong>de</strong> por acá, <strong>de</strong> Ramón Limioso, <strong>de</strong>l sobrino <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> Boán,<br />

Javier, <strong>de</strong> los <strong>de</strong> Valeiro... <strong>de</strong> todos.<br />

- Ya lo ves - exclamó con aflicción el mancebo -; ya lo estás viendo... Tu tío... ¡te gusta!<br />

- Pues sí; claro que me gusta... ¡No tiene por qué no gustarme!<br />

Las correctas líneas <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Perucho se crisparon. Las raras veces que tal sucedía,<br />

pali<strong>de</strong>cían sus mejillas un poco, dilatábansele las fosas nasales, se oscurecían y centelleaban sus<br />

ojos <strong>de</strong> zafiro, poníase más guapo que nunca, y era notable su parecido con las estampas <strong>de</strong> la<br />

Biblia que representan al ángel exterminador o a los vengadores arcángeles que se hospedaron en<br />

casa <strong>de</strong> Lot el patriarca. Manuela lo contemplaba con placer, a hurtadillas; y <strong>de</strong> pronto,<br />

pasándole suavemente una mano por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cabeza y atrayéndolo a sí, murmuró:<br />

- Tú me gustas más, queridiño.<br />

- A ver, dilo otra vez.<br />

- Te lo daré por escrito. - Hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> escribir en el suelo con el <strong>de</strong>do, y <strong>de</strong>letreó: Me-gustas-más.<br />

- Manola, vidiña... A mí, ¿me quieres más a mí?<br />

- Más, más.<br />

-¿Te casarás conmigo?<br />

- Contigo.<br />

-¿Conmigo? ¿Aunque tú seas señorita y yo... un labrador?<br />

- Aunque fueses el último pobre <strong>de</strong> la parroquia. Yo no soy tampoco una señorita... como las<br />

<strong>de</strong>más. Soy una montañesa, criada entre las vacas. Estaría yo bonita allá en pueblos <strong>de</strong> no sé.<br />

Más señorito pareces tú que yo.<br />

- Y si tu padre...<br />

Manuela miró al suelo; su boca se contrajo por espacio <strong>de</strong> un segundo. Luego suspiró levemente:<br />

- Para el caso que me hace papá... Yo no sé <strong>de</strong> qué le sirvo... ¡Bah! Des<strong>de</strong> pequeñita sólo tú<br />

hiciste caso <strong>de</strong> mí, y me cumpliste los caprichos y me mimaste... Cuando necesitaba dos<br />

cuartos... ¿te acuerdas?, me los prestabas... o me los regalabas... Tú me traías los juguetes y las<br />

rosquillas <strong>de</strong> la feria... En el invierno, cuando te vas, parece que se me va lo mejor que tengo y<br />

me quedo sin sombra.<br />

-¡Qué gusto! - exclamó él, y con ímpetu irresistible se levantó, le apoyó las manos en los<br />

hombros, y la zaran<strong>de</strong>ó como se zaran<strong>de</strong>a al árbol para que suelte el fruto. Luego se le hincó <strong>de</strong><br />

rodillas <strong>de</strong>lante, sin el menor propósito <strong>de</strong> galantería.<br />

- Manola, ruliña, dame palabra <strong>de</strong> que nos hemos <strong>de</strong> casar tan pronto podamos. ¿Me la das,<br />

mujer?<br />

- Doy, hombre, doy.<br />

- Y <strong>de</strong> que hasta la tar<strong>de</strong> no volvemos a los Pazos.<br />

-¡Uy! Reñirán, se enfadarán, armarán un Cristo.<br />

- Que lo armen. Que riñan. Hoy el día es nuestro. Que nos busquen en la montaña. Aquí corre<br />

fresco, da gusto estar. ¿No comiste bastante? ¿Tienes hambre? Ahí va el pan, y más miel.<br />

-¿Y qué vamos a hacer aquí todo el día <strong>de</strong> Dios? - preguntó ella risueña y gozosa, como si la<br />

pregunta estuviese contestada <strong>de</strong> antemano.<br />

- Andar juntos - respondió él <strong>de</strong>cisivamente -. Y subir a los Castros. Des<strong>de</strong> aquí todavía estamos<br />

cerca <strong>de</strong> Naya.<br />

- XXI -<br />

Para subir a los Castros, había que <strong>de</strong>jar a un lado el monte y el encinar, torcer a la izquierda, y<br />

penetrar en uno <strong>de</strong> esos caminos hondos, característicos <strong>de</strong> Galicia, sepultados entre dos<br />

hereda<strong>de</strong>s altas, y cubiertos por el pabellón <strong>de</strong> maleza que crece en sus bor<strong>de</strong>s: caminos<br />

200


generalmente difíciles, porque la llanta <strong>de</strong>l carro los surca <strong>de</strong> profundas zanjas, <strong>de</strong> in<strong>de</strong>lebles<br />

arrugas; porque a ellos ha arrojado el labrador todos los guijarros con que la reja <strong>de</strong>l arado o la<br />

pala tropezó en las hereda<strong>de</strong>s limítrofes; porque allí se <strong>de</strong>tiene y se encharca el agua y se forma<br />

el barro; los peores caminos <strong>de</strong>l mundo en suma, y sin embargo encantadores, poéticos,<br />

abrigados en invierno porque almacenan el calor solar, y protegidos <strong>de</strong>l calor en verano por la<br />

sombra <strong>de</strong> las plantas que se cruzan cerrándolos como tupido mosquitero; encantadores porque<br />

están llenos <strong>de</strong> blancuras verdosas <strong>de</strong> saúco, pali<strong>de</strong>ces rosadas <strong>de</strong> flor <strong>de</strong> zarza, elegancias<br />

airosas <strong>de</strong> digital, enredadas cabelleras <strong>de</strong> madreselva que vierten fragancia, cuentas <strong>de</strong> coral <strong>de</strong><br />

fresilla, negruras apetitosas <strong>de</strong> mora madura, plumas finas <strong>de</strong> helecho, revoloteos y píos y<br />

caricias <strong>de</strong> pájaros, serpenteos perezosos <strong>de</strong> orugas, escapes <strong>de</strong> lagartos, contradanzas <strong>de</strong><br />

mariposas, encajes <strong>de</strong> telarañas sujetos con broches <strong>de</strong> rocío, y <strong>de</strong>smelenaduras fantásticas <strong>de</strong><br />

rojas barbas <strong>de</strong> capuchino, que allí, colgadas entre zarzas y matorrales, parecen ex-votos <strong>de</strong><br />

faunos que inmolaron su pelaje rudo al capricho <strong>de</strong> una ninfa. Y aquel camino en que penetró la<br />

pareja montañesa añadía a estos méritos, comunes a todas las corredoiras, un misterio especial,<br />

<strong>de</strong>bido a que era muy poco frecuentado <strong>de</strong> carros y <strong>de</strong> labriegos, y conservaba todo el mullido<br />

suave <strong>de</strong> su hierba virgen, que literalmente era un tapiz ver<strong>de</strong> clarísimo, salpicado <strong>de</strong> esas<br />

orquí<strong>de</strong>as color entre lila y rosa que asoman fuera <strong>de</strong> tierra sólo los pétalos, sin hoja ver<strong>de</strong><br />

alguna; y como a<strong>de</strong>más era estrecho, y muy hondo, la vegetación <strong>de</strong> sus bor<strong>de</strong>s, viciosa y lozana<br />

como ninguna, se había unido, y sólo a duras penas se filtraba <strong>de</strong> la bóveda una misteriosa y<br />

vaga claridad, una luz disuelta en oro y pasada al través <strong>de</strong> una cortina <strong>de</strong> tafetán ver<strong>de</strong>.<br />

Quien estuviese hecho a conocer estos caminos hondos, y el país gallego en general, no se<br />

admiraría <strong>de</strong> las particularida<strong>de</strong>s que presentaba aquella corredoira, así en su virginidad y<br />

misterio como en ser más honda que ninguna y en estar trazada con extraña regularidad, como<br />

obra don<strong>de</strong> no sólo se <strong>de</strong>scubría la mano <strong>de</strong>l hombre, sino una mano ducha y hábil, que da a sus<br />

obras proporción y simetría. El nombre <strong>de</strong> <strong>Los</strong> Castros que lleva el lugar le explicaría bien, si<br />

antes no se lo dijese su pericia, por qué estaba allí aquella zanja abierta como por la pala <strong>de</strong>l<br />

ingeniero militar <strong>de</strong> hoy, que ciertamente no la abriría más perfecta.<br />

Dos eran los Castros: Castro Pequeño y Castro Mayor, y se elevaban en doble colina escalonada,<br />

facilitando la ascensión <strong>de</strong>l uno al otro la trinchera, aunque también haciéndola más larga, pues<br />

era preciso seguirla y dar la vuelta a toda la base <strong>de</strong>l Castro Pequeño para intentar la ascensión al<br />

gran<strong>de</strong>, muchísimo más elevado y vasto. El estado <strong>de</strong> conservación <strong>de</strong> los dos campamentos era<br />

tan maravilloso; se veían tan claras las líneas <strong>de</strong>l reducto y el círculo perfecto <strong>de</strong> la profunda<br />

zanja que en torno lo <strong>de</strong>fendía, que aquella fortificación <strong>de</strong> tierra, levantada probablemente por<br />

legionarios romanos anteriores a Cristo, si es que no fue en tiempos aún más remotos trabajo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>fensa practicado para sustentar la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia galaica, aparecía más entero y robusto que las<br />

fortalezas, relativamente jóvenes, <strong>de</strong> la Edad-media. Ni el arado, ni el agua <strong>de</strong>l cielo, habían<br />

mordido la esbelta cortadura que a modo <strong>de</strong> ver<strong>de</strong> culebra se enrosca al pie <strong>de</strong> los Castros. No;<br />

no habían hecho más que vestirla <strong>de</strong> enreda<strong>de</strong>ras, <strong>de</strong> zarzales, <strong>de</strong> plantas y hierbas lozanísimas; y<br />

allí don<strong>de</strong> el soldado rompió el terruño para prevenir el ataque <strong>de</strong>l enemigo, se embosca hoy la<br />

ágil sabandija, y teje sus gasas el pardo arañón campesino.<br />

Subió lentamente la pareja, no apremiada ya por la angustia <strong>de</strong> hallarse cerca <strong>de</strong> sitio habitado<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> por la mañana impulsaba a Perucho a <strong>de</strong>sviarse <strong>de</strong>l caserón. Iban los dos montañeses<br />

radiantes <strong>de</strong> alegría, con el <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> la confesión y las promesas anteriores. Parecíales que<br />

sin más que trocar aquellas cuatro frases, se les había quitado <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante un estorbo grandísimo,<br />

y ensanchándoseles el corazón, y arreglado todo el porvenir a gusto y voluntad suya. En especial<br />

el galán no cabía en sí <strong>de</strong> gozo y orgullo, y sostenía a Manuela y la empujaba por la cintura con<br />

la tierna autoridad <strong>de</strong>l que cuida y atien<strong>de</strong> a una cosa absolutamente propia. Tranquilo y<br />

sosegado, hablaba <strong>de</strong> las cosas acostumbradas y se entregaba a las ocupaciones y a las<br />

investigaciones habituales en la pareja. Aquella corredoira <strong>de</strong> los Castros, en las actuales<br />

circunstancias, era para él un <strong>de</strong>scubrimiento. ¡Qué filón! Olvidados <strong>de</strong> todo el mundo,<br />

201


amontonábanse allá tesoros que no habían <strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñar nuestros exploradores. Hacia la parte que<br />

forma la solana <strong>de</strong> la colina, las moras se hallaban ya en estado <strong>de</strong> perfecta madurez, y millares<br />

<strong>de</strong> dulces bolitas negras acribillaban el ver<strong>de</strong> oscuro <strong>de</strong> los zarzales. En los sitios <strong>de</strong> más sombra<br />

y humedad, las perfumadas fresillas o amores abundaban, y las <strong>de</strong>lataba su aroma. Nidos, era una<br />

bendición <strong>de</strong> Dios los que aquella maleza cobijaba. Porque, <strong>de</strong>snuda <strong>de</strong> arbolado la cima <strong>de</strong> los<br />

Castros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca <strong>de</strong> veinte siglos que sin duda sus árboles habían sido cortados para levantar<br />

empalizadas, las aves no tenían más refugio que la zanja misteriosa, don<strong>de</strong> les sobraba pasto <strong>de</strong><br />

insectos y caudal <strong>de</strong> hierbas secas y plantas filamentosas para tejer la cuna <strong>de</strong> su prole. Así es<br />

que tras cada matorral un poco tupido, en cada rinconada favorable, se <strong>de</strong>scubrían redondas y<br />

breves camas, unas con huevos, cuatro o seis perlitas verdosas, otras con la cría, medio ciega,<br />

vestida <strong>de</strong> plumón amarillento. Y al entreabrir Manuela el ramaje para sorpren<strong>de</strong>r el secreto<br />

nupcial, no sólo volaba el pájaro palpitante <strong>de</strong> terror, sino que se oía corretear <strong>de</strong>spavorida a la<br />

lagartija, y el gusano se <strong>de</strong>tenía paralizado <strong>de</strong> miedo, enroscándose al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> una hoja con sus<br />

innumerables patitas rudimentarias.<br />

En la exploración y saqueo <strong>de</strong> la zanja gastarían más <strong>de</strong> hora y media los fugitivos. En la falda<br />

remangada <strong>de</strong> Manuela se amontonaban moras, fresas, frambuesas, mezcladas y revueltas con<br />

alguna flor que Perucho le había echado allí como por broma. Manuela prefería coger los frutos,<br />

y su amigo era siempre el encargado <strong>de</strong> obsequiarla con las orquí<strong>de</strong>as aromosas o con las largas<br />

ramas <strong>de</strong> madreselva. Andando, andando, la carga <strong>de</strong> fresas <strong>de</strong>saparecía y el <strong>de</strong>lantal se<br />

aligeraba: picaban por turno los dos enamorados, y al llegar a la cima <strong>de</strong>l Castro pequeño, la<br />

merienda <strong>de</strong> fruta silvestre había pasado a los estómagos.<br />

La cima <strong>de</strong>l Castro pequeño, don<strong>de</strong> empezaba a asomar el tierno maíz, era una meseta circular,<br />

perfectamente nivelada, como pica<strong>de</strong>ro gigantesco don<strong>de</strong> podían maniobrar todos los jinetes <strong>de</strong><br />

la or<strong>de</strong>n ecuestre. Las necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l cultivo habían abierto sen<strong>de</strong>ritos entre heredad y heredad,<br />

y a no ser por ellos, el Castro pequeño sería raso como la palma <strong>de</strong> la mano. Des<strong>de</strong> su altura se<br />

divisaba una hermosa extensión <strong>de</strong> tierra, y seguíase el curso <strong>de</strong>l Avieiro, distinguiéndose<br />

claramente y como próximas, pero a vista <strong>de</strong> pájaro, las Poldras, con el penachillo <strong>de</strong> espuma<br />

que a cada losa ponía el remolino y el batir colérico <strong>de</strong> la corriente. Ni un árbol, ni una mata alta<br />

en aquella gran planicie <strong>de</strong>l Castro, que rasa, monda, lisa e igual, parecería recién abandonada<br />

por sus belicosos inquilinos <strong>de</strong> otros días, a no verse en su terreno los golpes <strong>de</strong>l azadón y a no<br />

cubrirla, como velo uniforme, las tiernas plantas <strong>de</strong>l maíz nuevo.<br />

Mas no era allí todavía don<strong>de</strong> Perucho y Manuela se creían dueños <strong>de</strong>l campo y situados a su<br />

gusto para reposar un poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto correr. Aspiraban a subir al Castro mayor, ascensión<br />

difícil para otros, porque la trinchera, menos honda allí, <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser corredoira y estaba<br />

literalmente obstruida por los tojos recios, feroces y altísimos. Casi impracticable hacían la<br />

subida sus ramas entretejidas y espinosas. Perucho, con sus pantalones <strong>de</strong> paño fuerte, podría<br />

arriesgarse llevando en brazos a Manuela; pero era el trayecto <strong>de</strong>l ro<strong>de</strong>o <strong>de</strong> la zanja larguísimo, y<br />

a pesar <strong>de</strong>l vigor <strong>de</strong>l rapaz, bien podría cansarse antes <strong>de</strong> recorrer el hemiciclo que conducía a la<br />

entrada <strong>de</strong>l Castro. Tendió la vista, y sus ojos linces <strong>de</strong> montañés distinguieron al punto un<br />

sen<strong>de</strong>rito casi invisible, en el cual no cabía el pie <strong>de</strong> un hombre, y que serpeaba atrevidamente<br />

por el talud más vertical <strong>de</strong> la base <strong>de</strong>l Castro, yendo a parar en el matorral que guarnecía la<br />

cúspi<strong>de</strong>.<br />

-¡El camino <strong>de</strong>l zorro! - exclamó Perucho, señalando a su compañera, allá en lo alto, la boca <strong>de</strong><br />

la madriguera, que se entreparecía oculta por las zarzas y escajos -. Por ahí vamos a subir<br />

nosotros, que si no es el cuento <strong>de</strong> nunca acabar y <strong>de</strong> quedarse sin carne en las pantorrillas.<br />

Para llevar a cabo la difícil hazaña, yendo el montañés <strong>de</strong>lante y colocando el pie en las<br />

levísimas <strong>de</strong>sigualda<strong>de</strong>s que daban señal <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong>l zorro cuando subía y bajaba a su oculto<br />

asilo, Manuela, que seguía a Perucho, se le cogía no <strong>de</strong> la mano, pero <strong>de</strong> los faldones <strong>de</strong> la<br />

americana, y a veces <strong>de</strong>l paño <strong>de</strong>l pantalón. El apuro fue gran<strong>de</strong> en algunos puntos <strong>de</strong>l trayecto, y<br />

gran<strong>de</strong>s también las risas con que celebraron lo crítico <strong>de</strong> la situación aquella. Perucho se asía<br />

202


con las uñas a la tierra, a las plantas, a todo cuanto podía servirle <strong>de</strong> asi<strong>de</strong>ro, y al avanzar el pie<br />

hincaba la punta <strong>de</strong> golpe en la montaña, para <strong>de</strong>jar hecho sitio al pie <strong>de</strong> la niña. Al fin,<br />

sudorosos, encarnados y alegres, llegaron a la última etapa <strong>de</strong> la jornada, y agarrándose a unos<br />

menudos pinos que crecían <strong>de</strong>splomados sobre el talud, saltaron triunfantes <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l Castro<br />

Mayor.<br />

La impresión que producía este segundo reducto fortificado era harto diferente <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l primero.<br />

En éste el cultivo suavizaba el aspecto militar, y el alegre y fresco verdor <strong>de</strong>l maíz no permitía<br />

que acudiesen al ánimo i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> antiguas batallas, <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong>fensas heroicas; sobre la honda<br />

trinchera había tendido la naturaleza velo <strong>de</strong> florida vegetación, y las huellas <strong>de</strong> la vida humana,<br />

<strong>de</strong> la actividad rústica, el manto amigo <strong>de</strong> la agricultura, daban al viejo anfiteatro aspecto risueño<br />

y apacible. En el Castro Mayor, al contrario, se advertía cierta salvaje gran<strong>de</strong>za y <strong>de</strong>solación<br />

trágica, muy en armonía con su <strong>de</strong>stino y su puesto en la historia. Era aún, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> veinte<br />

siglos, el sitio <strong>de</strong> las <strong>de</strong>fensas heroicas, <strong>de</strong> las resistencias supremas; el sitio don<strong>de</strong>, rotas ya las<br />

empalizadas, invadido el Castro <strong>de</strong> abajo, se refugiaría la <strong>de</strong>strozada legión, llevándose sus<br />

muertos y sus heridos para darles, a falta <strong>de</strong> honrosa pira, túmulo en aquella elevada cumbre, y<br />

resuelta a ven<strong>de</strong>r caras las vidas a la hueste cántabro-galaica. La vegetación, los brezos altísimos<br />

y tostados por el sol, las carrascas, los tojos, todo adquiría allí entonación rojiza, <strong>de</strong>spertando la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un rocío <strong>de</strong> sangre que los hubiese bañado: a trechos, rompían la lisura <strong>de</strong>l inmenso<br />

circuito pequeñísimas eminencias, don<strong>de</strong> las plantas eran más lozanas todavía, y que a juzgar por<br />

su hechura cónica serían acaso túmulos. ¿Quién sabe si un investigador, un arqueólogo, un<br />

curioso, cavando en aquel suelo vestido <strong>de</strong> plantas monteses y <strong>de</strong> ruda y selvática flora,<br />

<strong>de</strong>scubriría ánforas, monedas, hierros <strong>de</strong> lanza, huesos humanos?<br />

La soledad era absoluta en aquel lugar elevado y casi inaccesible; el cielo parecía a la vez muy<br />

alto y muy próximo, y como nada limitaba la vista, horizonte inmenso lo ro<strong>de</strong>aba por todas<br />

partes, resultando el firmamento verda<strong>de</strong>ra bóveda <strong>de</strong> azul infinito y profundo, que encerraba a<br />

manera <strong>de</strong> fanal el inmenso anfiteatro. Las lejanías, más bajas que el Castro, se perdían<br />

gradualmente en tales tintas rosadas y cenicientas, que formaban la ilusión <strong>de</strong> un lago, o <strong>de</strong>l mar,<br />

cuya extensión se divisase lejos, muy lejos. Parecía que el Castro fuese una isla, suspendida<br />

sobre un océano <strong>de</strong> vapores. La calma y el silencio rayaban en fantásticos: allí no había pájaros,<br />

sea porque sólo un árbol - un viejo roble, digno <strong>de</strong> ser contemporáneo <strong>de</strong> los druidas - se alzaba<br />

en la gigantesca plataforma, como respetado por la pala <strong>de</strong> los soldados que habían nivelado el<br />

monte para fortificarlo, sea porque la altura, gravedad y solemnidad misteriosa <strong>de</strong> aquel sitio<br />

intimidase a las aves. Una liebre, galopando entre los brezos, fue el único ser viviente que<br />

encontraron los fugitivos.<br />

Divirtiéronse estos durante un buen rato en otear todo el país circunvecino, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

estratégica altura se dominaba completamente. El caserío <strong>de</strong> Naya se les presentaba a sus pies<br />

como esparcida bandada <strong>de</strong> palomas; más lejos las Poldras y el río espejeaban al sol; eran un hilo<br />

verdoso, roto a trechos por blancos espumarajos; y allá remoto, remoto, se hundía el valle <strong>de</strong> los<br />

Pazos, don<strong>de</strong> la casa solariega era un punto rojo, el color <strong>de</strong> sus tejas. Manuela mostró una<br />

especie <strong>de</strong> terror a la vista.<br />

-¡Madre mía <strong>de</strong>l Corpiño, qué lejos estamos <strong>de</strong> la casa!<br />

Perucho la tranquilizó riendo.<br />

- No, mujer... Parece así porque la vemos <strong>de</strong> alto. Vaya que <strong>de</strong> poco te pasmas. ¿No tienes<br />

voluntad <strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar? ¿No te pi<strong>de</strong> el cuerpo sentarte?<br />

- Hombre... me dan ganas <strong>de</strong> hacerte no sé qué. Hace mil años te dije que me cansaba, y ahora<br />

sales... Yo ya estaba aguardando a ver si querías que me cayese muerta. ¡Y con este calor! Aquí<br />

tan siquiera corre un poquito <strong>de</strong> aire.<br />

- Pues ven.<br />

Acercáronse al roble, cuyo ramaje horizontal y follaje oscurísimo formaban bóveda casi<br />

impenetrable a los rayos <strong>de</strong>l sol. Aquel natural pabellón no se estaba quieto, sino que la purísima<br />

203


y oxigenada brisa montañesa lo hacía palpitar blandamente, como la vela <strong>de</strong>l bote, obligando a<br />

sus recortadas hojas a que se acariciasen y exhalasen un murmullo como <strong>de</strong> seda arrugada. Al pie<br />

<strong>de</strong>l roble, el humus <strong>de</strong> las hojas y la sombra proyectada por las ramas habían contribuido a la<br />

formación <strong>de</strong> un pequeño ribazo resto acaso <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> aquellos túmulos, así como el duro y<br />

vigoroso roble habría chupado acaso la sustancia <strong>de</strong> sus raíces en las vísceras <strong>de</strong>l guerrero<br />

acribillado <strong>de</strong> heridas y enterrado allí en épocas lejanas.<br />

- Ahí tienes un sitio precioso - dijo Perucho.<br />

Dejose caer la montañesa, recostada más que sentada, en el tentador ribazo.<br />

- La hierba está blandita y huele bien... - exclamó la niña -. No hay tojos... ¡Qué ricura!<br />

-¿A ver? - murmuró él; y <strong>de</strong>splomose a su vez en el ribazo, riendo y apoyándose en las palmas<br />

<strong>de</strong> las manos.<br />

-¡Vaya! Ni un tojo para un remedio... ¡Y qué sombra <strong>de</strong> gloria! ¡Ay... gracias a Dios! Estaba<br />

muerta... Mira cómo sudo - añadió cogiendo la mano <strong>de</strong>l montañés y acercándola a su nuca<br />

húmeda.<br />

-¿Quieres escotar un cachito <strong>de</strong> siesta? - preguntó el mozo, mirándola con ternura -. Aquí hay un<br />

sitio que ni <strong>de</strong> encargo... Si hasta parece que la tierra hace figura <strong>de</strong> almohada... Yo te echaré la<br />

chaqueta para que acuestes la cabeza...<br />

- Y tú, ¿qué haces ínterin yo duermo? ¿Papas moscas?<br />

- Duermo también a tu ladito... Como marido y mujer. ¿No te gusta? Sí tal, sí tal.<br />

Quitose el chaquetón, y extendiolo con precauciones minuciosas, <strong>de</strong> modo que la cabeza <strong>de</strong><br />

Manuela quedase cómodamente reclinada en el cojín que formaba una manga bien envuelta con<br />

el cuerpo. Enseguida se tendió al lado <strong>de</strong> la montañesa, poniéndose bajo la nuca su hongo gris,<br />

para no coger una tortícolis. La hierba <strong>de</strong>l ribazo era en efecto olorosa, espesa, fina, menuda, y<br />

entretejida como la lana <strong>de</strong> una alfombra <strong>de</strong> precio. Al lado <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> Manuela crecía una<br />

gran mata <strong>de</strong> biznaga, cuyos airosos tallos prolongados y blancas umbelas <strong>de</strong> flores menuditas<br />

con la punta roja en medio, parecían, al <strong>de</strong>stacarse sobre el fondo azul <strong>de</strong>l horizonte, una<br />

transparente obra <strong>de</strong> hábil pintor. Por efecto <strong>de</strong> la posición, le parecían a la montañesa altísimas<br />

aquellas biznagas; más altas que los montes que se perdían en los tonos vagos y vaporosos <strong>de</strong>l<br />

horizonte lejano. Así se lo dijo a su compañero. Este respondió a la observación con una sonrisa<br />

cariñosa, y dijo:<br />

- Levanta un poco el cuerpo... te pasaré el brazo así por <strong>de</strong>bajo...<br />

Hízolo y quedaron careados. La claridad solar, que pugnaba por atravesar el follaje <strong>de</strong> la encina,<br />

les <strong>de</strong>rramaba en las pupilas un centelleo <strong>de</strong> pajuelas <strong>de</strong> oro; en los ojos negros <strong>de</strong> Manuela se<br />

convertían en reflejos <strong>de</strong> ágata, y en los azules <strong>de</strong> Perucho tenían el colorido <strong>de</strong> la gota <strong>de</strong> vino<br />

blanco expuesta a la luz... Complacíase la viva claridad en <strong>de</strong>scubrir, jugando, los más mínimos<br />

pormenores <strong>de</strong> aquellos rostros juveniles: doraba la pelusa <strong>de</strong> las mejillas: arrojaba una sombra<br />

rosada, con venillas rojas, en el tabique <strong>de</strong> la nariz, en el velo <strong>de</strong>l paladar, que se divisaba por<br />

entre los dientes nacarados y entreabiertos, y en el hueco <strong>de</strong> las orejas; daba tonos azulados al<br />

pelo negrísimo <strong>de</strong> la niña, e irisaba los rizos <strong>de</strong> Perucho, que se encendían y parecían una<br />

aureola, con visos como <strong>de</strong> venturina.<br />

Manuela alargó la mano, la hundió entre las sortijas <strong>de</strong> su amigo, y las <strong>de</strong>shizo y alborotó con<br />

placer inexplicable. Aquella cabellera magnífica, tan artísticamente colocada por la naturaleza,<br />

tan rica <strong>de</strong> tono que estaba pidiendo a voces la paleta <strong>de</strong> un pintor italiano para copiarla, era una<br />

<strong>de</strong> las cosas que más contribuían a mantener la admiración y el culto que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia<br />

tributaba a su compañero. Si hermoso era a la vista el pelo <strong>de</strong> Perucho, no menos dulce al tacto.<br />

¡Con qué elástica suavidad se enroscaban <strong>de</strong> suyo los bucles alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l <strong>de</strong>do! ¡Cómo se<br />

<strong>de</strong>shacían y partían cada uno en innumerables anillos, ligeros y gallardos, y cómo volvían luego<br />

a unirse en grueso y pesado tirabuzón, el bucle estatuario, la cifra <strong>de</strong> la gracia espiral! ¡Con qué<br />

indisciplina encantadora se esparcían por la frente o se agrupaban en la cima <strong>de</strong> la cabeza,<br />

haciéndola semejante a las testas marmóreas <strong>de</strong> los dioses griegos! Claro está que Manuela no se<br />

204


daba cuenta <strong>de</strong>l carácter clásico <strong>de</strong> las perfecciones <strong>de</strong> su amigo, mas no por eso le gustaba<br />

menos juguetear con la rizada melena.<br />

Pedro la <strong>de</strong>jaba a su disposición, cerrando los ojos y sintiendo un bienestar infinito e in<strong>de</strong>cible.<br />

La cortedad penosa experimentada el día en que se habían refugiado en la cantera, se había<br />

disipado con la conversación explícita <strong>de</strong> amor, las trocadas promesas, el <strong>de</strong>sahogo <strong>de</strong> la<br />

explicación mutua; y el montañés ni pedía ni soñaba dicha mayor que la <strong>de</strong> estar allí solos,<br />

próximos, seguros el uno <strong>de</strong>l otro, a razonable distancia <strong>de</strong> todo lo que fuese gente, habitación,<br />

obstáculos, mundo en suma; allí, en el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> la isla <strong>de</strong>l Castro, don<strong>de</strong> Perucho quisiera<br />

quedarse hasta la consumación <strong>de</strong> los siglos, con Manuela nada más. Ni el pensamiento <strong>de</strong> otras<br />

venturas le cruzaba por las mientes, y aunque la respiración <strong>de</strong> Manuela le calentaba el rostro y<br />

su mano le <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>naba y acariciaba el pelo, no hervía con ímpetu su sangre moza; sólo parecía<br />

correr con mayor regularidad por las venas. Tan feliz se encontraba, que olvidaba el transcurso<br />

<strong>de</strong>l tiempo y lo que pudiesen regañarles al volver al caserón, sumido en una <strong>de</strong> esas distracciones<br />

profundas propias <strong>de</strong> los momentos culminantes <strong>de</strong> la existencia, que rompen la tiranía <strong>de</strong>l<br />

pasado, anulan la memoria, suprimen la preocupación <strong>de</strong>l porvenir, y <strong>de</strong>jan sólo el momento<br />

presente con su solemnidad, su intensidad, su peso <strong>de</strong>cisivo en la balanza <strong>de</strong> nuestro <strong>de</strong>stino.<br />

De vez en cuando, a un leve estremecimiento <strong>de</strong>l follaje charolado <strong>de</strong>l roble, a una caricia más<br />

viva, más nerviosa y eléctrica <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> Manuela, Pedro entreabría los párpados, y su<br />

mirada clara y azul se cruzaba con la <strong>de</strong> aquellas pupilas negras, quebradas y enlangui<strong>de</strong>cidas a<br />

la sazón, que lo <strong>de</strong>voraban. Dos o tres veces retrocedió el montañés, - sintiendo en la conciencia<br />

una especie <strong>de</strong> punzada, un misterioso aviso, que al cabo, no en bal<strong>de</strong> tenía cuatro o seis años<br />

más que su compañera, y algo que en rigor podía llamarse conocimiento -; y otras tantas la niña<br />

volvió a acercársele, confiada y arrulladora, redoblando los halagos a los suaves rizos y a las<br />

redondas mejillas, don<strong>de</strong> no apuntaba aún ni sombra <strong>de</strong> barba. Al fin, sin saber cómo, sin<br />

estudio, sin premeditación, tan impensadamente como se encuentran las mariposas en la<br />

atmósfera primaveral, los rostros se unieron y los labios se juntaron con débil suspiro,<br />

mezclándose en los dos alientos el aroma fragante <strong>de</strong> las frambuesas y fresillas, y residuos <strong>de</strong>l<br />

sabor <strong>de</strong>licioso <strong>de</strong>l panal <strong>de</strong> miel.<br />

- XXII -<br />

Según suele suce<strong>de</strong>r cuando el calor <strong>de</strong>sazona el cuerpo y acontecimientos importantes ocurridos<br />

durante el día perturban el espíritu, Gabriel <strong>Pardo</strong> había pasado la noche en vigilia casi completa.<br />

Lo bueno fue que se acostara creyendo tener mucho sueño; pesábanle la cabeza y los párpados, y<br />

experimentó gran alivio al <strong>de</strong>snudarse, estirarse en las frescas sábanas <strong>de</strong> lino y sentir en las<br />

mejillas el contacto <strong>de</strong> la tersa almohada. Resuelto a consagrar diez minutos a pensamientos<br />

agradables antes <strong>de</strong> rendirse a la soñolencia que notaba, se colocó bien <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>recho, no sin<br />

apagar la luz y <strong>de</strong>jar sobre una silla, al alcance <strong>de</strong> la mano (pues en los Pazos sólo conocía el lujo<br />

<strong>de</strong> las mesas <strong>de</strong> noche el Gallo, que se había traído <strong>de</strong> Orense uno <strong>de</strong> los más feos ejemplares <strong>de</strong><br />

la especie, con su tableta <strong>de</strong> mármol y <strong>de</strong>más requilorios) la fosforera, la petaca y el pañuelo.<br />

Gozó <strong>de</strong> quietud y reposo los primeros instantes, <strong>de</strong>dicados a recordar inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> la jornada,<br />

dichos <strong>de</strong> Manuela, observaciones referentes a ella que conservaba apuntadas en la memoria,<br />

movimientos, actitu<strong>de</strong>s y otras menu<strong>de</strong>ncias por el estilo. En la oscuridad, paseando la palma <strong>de</strong><br />

la mano sobre el embozo <strong>de</strong> la sábana, pensaba el comandante:<br />

- La chiquilla posee un fondo sorpren<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> rectitud; a<strong>de</strong>más tiene, como su madre, tierno el<br />

corazón y las entrañas humanas; es fácil, es casi elemental el método para hacerse querer <strong>de</strong> ella:<br />

no hay más que aparecer muy cariñoso, interesarse por la pobrecita... lo cual la coge <strong>de</strong> nuevas,<br />

porque se ha criado en completo abandono, gracias a mi bendito cuñado y a sus líos e historias...<br />

Tenemos aquí lo que se llama un naife, o sea un diamante en bruto... y ¿quién sabe si vale más<br />

205


así? Se me figura que me hace doble gracia <strong>de</strong> esta manera; que sí señor... ¡Ah! Sencillez,<br />

carácter primitivo y campestre, comercio exclusivo con la madre naturaleza, su única maestra y<br />

su única protectora... Cargue el diablo con todo eso que está uno harto <strong>de</strong> ver por ahí: muñecas<br />

emperejiladas y vestidas según las cursilerías <strong>de</strong> La Moda Elegante, juguetes automáticos que<br />

tocan la Rapsodia Húngara entreverada <strong>de</strong> pifias... Luego dicen que tiene mucha ejecución...<br />

¡Ejecución! ¡Qué más ejecución que la que hacen ellas <strong>de</strong>l arte!... Muñecas que todas ríen como<br />

por resorte... que andan igual que si les tirasen <strong>de</strong> un hilito... que para fingirse cándidas ponen<br />

cara <strong>de</strong> tontas en las zarzuelas don<strong>de</strong> hay frases <strong>de</strong> doble sentido... que van a misa por rutina y<br />

por ver al novio, y a paseo para que rabie la amiguita si tienen gala que estrenar... Muñecas a<br />

quienes les han enseñado que es punto <strong>de</strong> honra no enterrarse con palma, y cargan con el primer<br />

marido que les sale... y <strong>de</strong>spués...<br />

Aquí se agolparon a la memoria <strong>de</strong> Gabriel los recuerdos, y varias gallardas siluetas <strong>de</strong><br />

pecadoras cruzaron por entre las tinieblas <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

-¡Qué antipática me es - prosiguió Gabriel haciendo calendarios - la mentira, la convención<br />

social! Convengamos en que hace falta, bueno... ¿Cómo se sostendría sin ella este edificio<br />

caduco, apuntalado por unas partes, carcomido por otras, remendado aquí y recompuesto acullá?<br />

¿Esta sociedad que parece un monumento mal restaurado, don<strong>de</strong> se amontonan hibridaciones <strong>de</strong><br />

todos los estilos y mescolanzas <strong>de</strong> todos los ór<strong>de</strong>nes... aquí una portada románica, luego un<br />

frontón dórico, <strong>de</strong>spués una techumbre <strong>de</strong> hierro a la mo<strong>de</strong>rna...? Aquí se tropieza usted con una<br />

preocupación proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Chindasvinto... más allá una i<strong>de</strong>a general que difundió algún<br />

apólogo traído <strong>de</strong>l Oriente por un cortesano <strong>de</strong>... ¡sabe Dios!, <strong>de</strong> un califa cualquiera o <strong>de</strong>l rey<br />

que rabió por gachas... y otra que ya se remontará a los iberos primitivos... y otra que la esparció<br />

ayer el estúpido artículo <strong>de</strong> fondo <strong>de</strong> un periódico político... Y ajústese usted a esta... y a<br />

aquella... y a la otra... y a la <strong>de</strong> más allá... Verdad es que todo hace falta para reprimir la<br />

bestialidad humana... A no ser por eso... ¡crac!<br />

Encontrando caliente ya el lado a que se había tendido, volviose Gabriel <strong>de</strong>l opuesto; y sin duda<br />

este cambio le sugirió i<strong>de</strong>as revolucionarias, porque pensó:<br />

-¡Valiente estafermo está la sociedad actual! Aunque la volasen con dinamita...<br />

Pero el rincón frío y agradable que halló hubo <strong>de</strong> inspirarle doctrinas conservadoras, y murmuró<br />

metiendo el brazo bajo la almohada, postura que era en él habitual:<br />

- Paciencia, Gabriel... Ningún hombre es tiempo; al tiempo correspon<strong>de</strong> esa obra histórica, si es<br />

que algún día ha <strong>de</strong> realizarse y no estamos sentenciados a rodar siempre el mismo peñasco,<br />

nosotros y los que vengan <strong>de</strong>trás... Calculemos que todo se lo lleva Pateta; ¿y qué ponemos allí,<br />

en el sitio <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>sbaratamos? Verdad que si reparásemos en pelillos, no habría a<strong>de</strong>lanto ni<br />

progreso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el mundo es mundo... No habría evolución... ¿O sí la habría; qué diablo? La<br />

evolución es fatal, y no está en nuestra mano precipitarla ni estorbarla... ¿Puedo yo impedir que<br />

ahora se cumplan perfectamente en mi cuerpo leyes fisiológicas y biológicas? ¡Cáspita, estoy<br />

hecho un pedante; si me oyesen en el Círculo! Me llamarían chiflado otra vez. Bueno; en<br />

resumen; la niña es una perla sin engarce... y yo <strong>de</strong>bo tratar <strong>de</strong> dormirme.<br />

Dejose oír en este momento la estri<strong>de</strong>nte trompetilla <strong>de</strong> un cínife, que guiado por el instinto<br />

venía, sonando su guerrera tocata, a caer sobre la víctima, suponiéndola aletargada e inerme.<br />

- La evolución sin lucha... Sin lucha, es una utopía. Quizás la lucha misma, el combate <strong>de</strong> todos<br />

contra todos, es la única clave <strong>de</strong>l misterio... Lo que dice muy bien Darwin en...<br />

El cínife, elevando su clarín bélico a las más altas notas, <strong>de</strong>scendía raudamente sobre el<br />

pensador, a quien creía dormido... Gabriel sintió un roce suave en la mejilla; luego le clavaron<br />

como una punta <strong>de</strong> aguja, can<strong>de</strong>nte y finísima. Aunque empapado en i<strong>de</strong>as raras, semibudistas,<br />

acerca <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber que tiene el hombre <strong>de</strong> no hacer sufrir al más pequeño avechucho el más<br />

insignificante dolor, Gabriel, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> diez segundos <strong>de</strong> astuta inmovilidad, alzó quedamente<br />

la mano, se <strong>de</strong>scargó un lapo bien calculado, con alevosía y ensañamiento, en el carrillo, y<br />

<strong>de</strong>spachurró al músico chupón.<br />

206


Como si la leve sajadura <strong>de</strong>l bisturí <strong>de</strong>l insecto le hubiese inoculado a Gabriel algún amoroso<br />

filtro, dio al punto vuelta hacia el mismo lado que acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar, y empezaron a fatigarle mil<br />

tiernos pensamientos relativos a su sobrina.<br />

-¿Me querrá algún día, <strong>de</strong> verdad, con toda su alma? Si la saco <strong>de</strong> este purgatorio, si le hago<br />

conocer la vida <strong>de</strong> las gentes racionales, si le enseño a gustar <strong>de</strong> la música y <strong>de</strong> las artes, si la<br />

restituyo a su verda<strong>de</strong>ra clase social..., al gobierno soberano <strong>de</strong> su casa, que hoy rige una<br />

fregona... y a<strong>de</strong>más le ofrezco muchísimo cariño, mucha amabilidad, para que no se haga cargo<br />

ella <strong>de</strong> la diferencia <strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s... que la hay, que la hay, no vale <strong>de</strong>cir que no... y menuda... Si<br />

juego con ella como con una chiquilla... si le otorgo mi confianza, como a una compañera...<br />

Me... me querrá <strong>de</strong>l modo que... La sentiré palpitar... así... azorada... turbada... embriagada... con<br />

esa mezcla <strong>de</strong> vergüenza y transporte... que... ¡Cosa más dulce!<br />

Aquí los recuerdos acudieron en tropel a la imaginación <strong>de</strong>l artillero, escudándose traidoramente<br />

con la oscuridad y el absoluto silencio que había seguido a la muerte <strong>de</strong>l cínife. Gabriel se volvió<br />

dos o tres veces <strong>de</strong> babor a estribor en la cama, al mismo tiempo que se le incrustaba en la mente<br />

esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>sconsoladora:<br />

- Adiós... Me he <strong>de</strong>spabilado. Ya no pego ojo en toda la noche.<br />

Trató <strong>de</strong> poner coto a la <strong>de</strong>senfrenada fantasía. - A dormir, a dormir - dijo casi en alto, con la<br />

resolución más firme. Eligió postura nueva; apretó los párpados; se sepultó más en la almohada,<br />

y aunque sintiendo <strong>de</strong>ntro el mosconeo confuso <strong>de</strong> sus cavilaciones, procuró fijarse en un solo<br />

pensamiento, porque sabía que así como la contemplación invariable <strong>de</strong> un punto brillante<br />

produce el hipnotismo, la fijeza <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a calma y adormece.<br />

Pronto se le apaciguó la efervescencia mental; pero en cambio, cuanto más se sosegaba la<br />

tempestad <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as, más se le iban afinando y complicando las percepciones <strong>de</strong> tres sentidos<br />

corporales: el oído, el olfato y el tacto. ¡El oído sobre todo! Era cosa asombrosa la <strong>de</strong> ruidos<br />

microscópicos que empezaron a <strong>de</strong>stacarse <strong>de</strong>l aparente silencio: carcomas que roían el<br />

entarimado <strong>de</strong> la cama; sutiles trotadas <strong>de</strong> ratones allá muy alto, sobre las vigas <strong>de</strong>l techo;<br />

chasquidos <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> los muebles; orfeones enteros <strong>de</strong> mosquitos; solos <strong>de</strong> bajo <strong>de</strong><br />

moscones; y por último, hondo rumor, como <strong>de</strong> resaca, <strong>de</strong> las propias arterias <strong>de</strong> Gabriel; <strong>de</strong>l<br />

torrente circulatorio en las válvulas <strong>de</strong>l corazón; <strong>de</strong> las sienes, <strong>de</strong> los pulsos. Al olfato llegaba el<br />

olor <strong>de</strong> resina seca <strong>de</strong>l antiguo barniz <strong>de</strong>l lecho; el vaho animal <strong>de</strong>l plumoncillo <strong>de</strong> la almohada;<br />

el vago aroma <strong>de</strong> lejía y el sano tufo <strong>de</strong> plancha <strong>de</strong> las sábanas; el rastro que en la atmósfera<br />

había quedado al extinguirse la última centella <strong>de</strong>l pábilo <strong>de</strong> la vela; y un perfume general <strong>de</strong><br />

campo, <strong>de</strong> mentas, <strong>de</strong> mies segada, <strong>de</strong> brona caliente, un olor a montañesa joven, que lejos <strong>de</strong> ser<br />

sedante para Gabriel, le atirantaba más los nervios. El tacto... ¿Quién no conoce esa <strong>de</strong>sazón <strong>de</strong><br />

la epi<strong>de</strong>rmis, primero imperceptible cosquilleo superficial, luego sensación insoportable <strong>de</strong> que<br />

nos corren por encima mil insectos, y advertimos el roce <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>ntadas patitas y <strong>de</strong> su cuerpo<br />

menudísimo, al cual el nuestro sirve <strong>de</strong> hipódromo...? Para producir esta molestia feroz sobra en<br />

verano la inflamación <strong>de</strong> la sangre que el calor ocasiona; si a ella se aña<strong>de</strong>n las travesuras <strong>de</strong><br />

algún parásito real y efectivo, <strong>de</strong> las cuales no preserva a veces ni la mayor pulcritud y aseo, es<br />

cosa <strong>de</strong> volverse loco.<br />

Parece que en la oscuridad y quietud <strong>de</strong> la cama se centuplican las incomodida<strong>de</strong>s, y todo se<br />

abulta y transforma. A Gabriel le sucedía así. El roer <strong>de</strong> la polilla ya le parecía el <strong>de</strong> una rata<br />

gigantesca; y las corridas <strong>de</strong> las ratas, cargas <strong>de</strong> caballería a galope tendido. <strong>Los</strong> concertantes <strong>de</strong><br />

mosquitos eran coros humanos, <strong>de</strong> esos en que toma parte una gran masa coral; los chasquidos<br />

<strong>de</strong>l ma<strong>de</strong>ramen, crujir formidable <strong>de</strong> techo que se <strong>de</strong>sploma; su propia respiración, el<br />

movimiento <strong>de</strong> enorme fuelle <strong>de</strong> fragua; y el curso <strong>de</strong> su sangre, impetuosa carrera <strong>de</strong> torrente<br />

aprisionado entre dos montañas, o ímpetu atronador <strong>de</strong> huracán encajonado en algún ventisquero<br />

<strong>de</strong> los Alpes... <strong>Los</strong> olores también por su persistencia en seguir flotando en la atmósfera,<br />

llegaban a pasar <strong>de</strong> la nariz a las últimas celdillas cerebrales, ocasionando mareo in<strong>de</strong>cible y<br />

ganas <strong>de</strong> estornudar, y verda<strong>de</strong>ra inquietud nerviosa. Las carreras <strong>de</strong> la piel y la fermentación <strong>de</strong><br />

207


la sangre crecían, y no pensaba Gabriel sino que un ejército <strong>de</strong> pulgas caninas y chinches<br />

sanguinarias le andaba recorriendo, con la mayor <strong>de</strong>svergüenza, el cuerpo todo. Notaba a<strong>de</strong>más<br />

una sensación rara, muy propia <strong>de</strong>l insomnio; y era que unas veces se le figuraba ser muy<br />

chiquirritito, y otras inmenso, hasta el punto <strong>de</strong> no caber en el espacio; y correlativamente con<br />

estas singulares imaginaciones, notaba que los objetos, ya se le venían encima, ya se retiraban a<br />

distancias tan inverosímiles que era imposible alcanzarlos... Le parecía haberse vuelto <strong>de</strong> goma<br />

elástica, y que una mano negra, sin consistencia ni forma, como el espacio hacia el cual miraba<br />

con los ojos muy abiertos, le encogía o le estiraba a su sabor... Y en aquel mismo espacio<br />

tenebroso empezaba la vista a distinguir clarida<strong>de</strong>s y luces espectrales, unas azules y como<br />

fosfóricas, otras amarillas o más bien color <strong>de</strong> azufre, que partiendo <strong>de</strong> un núcleo central<br />

brillante, se extendían, trémulas y vibradoras, y formaban poco a poco un nimbo violáceo, que<br />

irradiaba y se extinguía y volvía a irradiar y a extinguirse, a semejanza <strong>de</strong> esas ruedas llamadas<br />

cromátropas con que remata el espectáculo <strong>de</strong> los cuadros disolventes...<br />

- Esto ya no se pue<strong>de</strong> aguantar - exclamó Gabriel en alta y colérica voz; y saltando furioso <strong>de</strong> la<br />

cama o más bien <strong>de</strong>l potro <strong>de</strong>l martirio, echó mano a la caja <strong>de</strong> los fósforos y encendió la vela. El<br />

aposento quedó débilmente iluminado, con claridad triste, y el insomne experimentó, al ar<strong>de</strong>r la<br />

luz, la impresión <strong>de</strong>sapacible <strong>de</strong> un hombre a quien <strong>de</strong>spiertan al coger el primer sueño: parecíale<br />

antes estar completamente <strong>de</strong>svelado, excitadísimo, y ahora, la lumbre <strong>de</strong> la bujía, el movimiento<br />

<strong>de</strong> saltar <strong>de</strong> la cama, le revelaban que, al contrario, se encontraba medio adormecido, y a dos<br />

<strong>de</strong>dos <strong>de</strong> quedarse traspuesto. No obstante, apenas se echó otra vez y apoyó el rostro en la<br />

almohada sin apagar la luz y con un cigarrillo recién encendido en el canto <strong>de</strong> la boca, <strong>de</strong> nuevo<br />

se halló perfectamente <strong>de</strong>spabilado y en disposición <strong>de</strong> lavarse, ponerse el frac e irse a un baile, o<br />

salir para una cazata. Y claro está que los ruidos habían cesado, los olores también, y la picazón<br />

<strong>de</strong> la epi<strong>de</strong>rmis <strong>de</strong>saparecido por completo, no sintiendo Gabriel en ella sino bienestar, sin que<br />

ronchas ni otros indicios <strong>de</strong>latasen el paso <strong>de</strong> la cohorte enemiga.<br />

Lo que sintió a poco rato fue amargura y constricción en el paladar; sed ardiente.<br />

-¿Qué <strong>de</strong>monios voy a beber ahora? - pensó -. Aquí no se acostumbra <strong>de</strong>jar chisme, botellita, ni<br />

cosa que lo valga.<br />

Levantose y se dirigió al lavabo, resuelto a refrigerarse, en la última extremidad, con agua <strong>de</strong> la<br />

jarra; pero la había gastado toda en sus abluciones matinales, y como en las al<strong>de</strong>as no se<br />

sospecha ni remotamente que un hombre, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l refinamiento <strong>de</strong> lavarse bien por la<br />

mañana, pueda incurrir en el inaudito sibaritismo <strong>de</strong> volver a chapotear otra vez por la tar<strong>de</strong> o la<br />

noche, no es costumbre renovar la provisión. De mal humor con este inci<strong>de</strong>nte regresó Gabriel al<br />

lecho; la saliva le sabía a acíbar, el cuerpo le parecía que se lo habían puesto a secar en un horno,<br />

tal era la calentura que empezaba a abrasarle.<br />

-¡Noche toledana! - exclamó al ten<strong>de</strong>rse, no <strong>de</strong>bajo, sino encima ya <strong>de</strong> las sábanas -. Daría cinco<br />

duros por un vaso <strong>de</strong> agua. ¡Mal tratan al rey don Pedro, en la torre <strong>de</strong> Argelez! - añadió riéndose<br />

a pesar suyo <strong>de</strong> las contrarieda<strong>de</strong>s mínimas que le traían a mal traer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía algunas horas -.<br />

Dudo que pueda ya dormir en todo lo que falta <strong>de</strong> noche.<br />

Recordó que sobre una mesa tenía algunos libros <strong>de</strong> aquellos rancios y mohosos encontrados en<br />

la biblioteca <strong>de</strong>l caserón. Levantose y tomó uno <strong>de</strong> ellos, el que estaba encima, <strong>Los</strong> Nombres <strong>de</strong><br />

Cristo. Al abrirlo y <strong>de</strong>scifrar la portada, lo soltó murmurando:<br />

-¡Filosofías a estas horas! ¿A ver el otro?<br />

El otro era una edición <strong>de</strong> Salamanca <strong>de</strong> 1798; Traducción literal y <strong>de</strong>claración <strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> los<br />

Cantares <strong>de</strong> Salomón. Al lado <strong>de</strong> la portada se veía, en un grabado en ma<strong>de</strong>ra, la faz pensativa y<br />

melancólica, la espaciosa y abovedada frente <strong>de</strong>l Maestro León; <strong>de</strong>bajo un emblema, un árbol<br />

con el hacha al pie y la leyenda siguiente: ab ipso ferro. La polilla se había ensañado en el<br />

volumen, recortando caprichosos calados al través <strong>de</strong> las hojas.<br />

- Aquí tiene usted un libro curioso, el que le costó la cárcel a su autor - pensó el comandante -.<br />

Veremos si a mí me trae el sueño.<br />

208


Echado ya y vuelto hacia la luz, abrió con interés el <strong>de</strong>lgado volumen. Lo primero que le llamó<br />

la atención, en la primera hoja, fueron algunos garrapatos informes, que <strong>de</strong>lataban la mano <strong>de</strong> un<br />

niño, y el nombre <strong>de</strong> Pedro escrito con enormes y dificultosas letrazas. Gabriel comenzó la<br />

lectura. A los pocos minutos, el interés <strong>de</strong> lo que iba leyendo le hizo insensiblemente olvidar la<br />

sed y el <strong>de</strong>sasosiego nervioso; funcionó con gran actividad su imaginación y se tranquilizó su<br />

cuerpo. De dos cosas estaba pasmado el comandante, y al paso que iba leyendo, se las<br />

comunicaba a sí mismo en interior monólogo.<br />

-¡Demonio... qué retebién escribía el fraile! Tienen razón en <strong>de</strong>cir que estos mol<strong>de</strong>s se han<br />

perdido... ¡Zape, zape! Y no se mordía la lengua... Vaya unos comentarios, vaya unos escolios y<br />

aclaraciones, ¡como si la cosa <strong>de</strong> por sí no estuviese bastante clara ya! ¡Mire usted que estas<br />

metafísicas acerca <strong>de</strong>l beso! No, y es que ningún poeta ni ningún escritor <strong>de</strong> ahora discurriría<br />

explicación más bonita: está oliendo a Platón <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cien leguas... ¡Qué lindo! Este <strong>de</strong>seo <strong>de</strong><br />

cobrar cada uno que ama su alma, que siente serle robada por el otro, e irla a buscar en la boca y<br />

en el aliento ajeno, para restituirse <strong>de</strong> ella o acabar <strong>de</strong> entregarla toda... ¡Mire usted que es<br />

bonito, y endiablado, y poético, y todo lo <strong>de</strong>más que usted quiera! Ah... pues no digo nada los<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong>... ¡Santo Dios, santo fuerte! No, lo que es este libro... Luego se andan escandalizando<br />

<strong>de</strong> cualquier cosa que hoy se escriba, que ninguna tiene ni este fuego, ni esta fuerza, ni esta<br />

hermosura, ni esta... ¡acción comunicativa! ¡Pero qué hermosura tan gran<strong>de</strong>, qué lenguaje y...<br />

qué diabluras para libro piadoso...!<br />

Se hundió completamente en la lectura, embelesado, con el alma y los sentidos pendientes <strong>de</strong>l<br />

admirable cuanto breve poema. Una aspiración profana a la dicha amorosa llenaba todo su ser, y<br />

creía oír <strong>de</strong> los puros labios <strong>de</strong> la montañesita aquellas embriagadoras palabras: «No me mires,<br />

que soy algo morena, que mirome el sol: los hijos <strong>de</strong> mi madre porfiaron contra mí, pusiéronme<br />

por guarda <strong>de</strong> viñas: la mi viña no guardé...». Acabose el libro antes que las ganas <strong>de</strong> leer, y el<br />

artillero apagó <strong>de</strong> un rápido soplo la luz, quedándose embelesado en dulces representaciones y en<br />

proyectos sabrosos. La sed se le había calmado <strong>de</strong>l todo; la fantasía, aunque excitada por la<br />

lectura, cayó en esas vagueda<strong>de</strong>s precursoras <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scanso; las i<strong>de</strong>as perdieron su enlace y<br />

continuidad, se <strong>de</strong>slizaron, se hicieron flotantes e inconsistentes como el humo; Gabriel vio viñas<br />

y prados, campos <strong>de</strong> mies opulenta, un mar <strong>de</strong> mies que no concluía nunca; su sobrina le guiaba<br />

al través <strong>de</strong> él, diciéndole mil ternezas en bíblico estilo y en primorosa lengua castellana; el cura<br />

<strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> estaba allí, no austero y triste, sino paternal y venerable, con un jarro <strong>de</strong> agua fresca en<br />

la mano... Gabriel pegaba la boca al jarro, bebía, bebía... ¡Qué agua tan <strong>de</strong>lgada, tan refrigerante<br />

y <strong>de</strong>liciosa!<br />

Oyose la clara y atrevida voz <strong>de</strong>l gallo; un reflejo blanquecino penetró por las rendijas <strong>de</strong> las<br />

ventanas. El comandante <strong>Pardo</strong> dormía a pierna suelta.<br />

- XXIII -<br />

Se <strong>de</strong>spertó muy tar<strong>de</strong>, rendido <strong>de</strong> su lucha con el insomnio. Cuando la cocinera, mocita<br />

frescachona, rubia, <strong>de</strong> buenas carnes - que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la mudanza <strong>de</strong> estado <strong>de</strong> Sabel <strong>de</strong>sempeñaba el<br />

negociado <strong>de</strong> los pucheros - le subió el chocolate a petición suya, eran cerca <strong>de</strong> las nueve y<br />

media: hora extraordinaria para los Pazos, don<strong>de</strong> todo el mundo madrugaba siguiendo el ejemplo<br />

<strong>de</strong>l amo, a quien antes <strong>de</strong>spertaban con la aurora sus aficiones <strong>de</strong> cazador y ahora su<br />

consagración a las faenas agrícolas.<br />

<strong>Los</strong> pensamientos <strong>de</strong> Gabriel al <strong>de</strong>jar las ociosas plumas, <strong>de</strong>sayunarse y asearse, fueron<br />

sobremanera halagüeños. Su sobrina le esperaría ya, y en tan amable compañía prometíase otra<br />

jornada como la <strong>de</strong> la víspera, otro viaje <strong>de</strong> exploración por los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong> los Pazos y, al<br />

mismo tiempo, por los repliegues <strong>de</strong> un corazón candoroso, tierno y franco, don<strong>de</strong> el artillero<br />

quería penetrar a toda costa. Y no sólo por inclinación, sino por <strong>de</strong>ber, fundiéndose en su <strong>de</strong>seo<br />

209


los más egoístas y los más nobles sentimientos <strong>de</strong>l alma, que eso suele ser, bien mirado, el amor.<br />

Gabriel se atusó y acicaló lo mejor posible, y se peinó <strong>de</strong> manera que el pelo le adornase con<br />

mediana gracia la cabeza (aunque sin recurrir a artificios <strong>de</strong> tocador, indignos <strong>de</strong> tan varonil y<br />

discreta persona), y aguardó, con ansiedad natural y disculpable, los golpecitos en la puerta.<br />

Corrió tiempo. Nada. Impaciente ya, midió repetidas veces el aposento, lo recorrió y examinó<br />

todo, abrió la ventana, asomose a ella, miró el paisaje, notó que el día era canicular y la<br />

temperatura senegaliana, espantó con el pañuelo las impertinentes moscas que venían a posársele<br />

críticamente en el hueco <strong>de</strong> las orejas o en la comisura <strong>de</strong> los labios - don<strong>de</strong> más podían<br />

fastidiarle -, sonrió ante las ingenuas pinturas <strong>de</strong>l biombo, intentó coger un libro, miró el reloj...<br />

Nada. La incertidumbre le freía la sangre. Se <strong>de</strong>terminó a salir, buscando el camino <strong>de</strong> la<br />

habitación <strong>de</strong> su cuñado. Recorrió salones, más o menos <strong>de</strong>startalados, y durante la caminata<br />

observó algún hermoso vargueño con incrustaciones, <strong>de</strong> esos que hoy se pagan y estiman tanto,<br />

abandonado y estropeándose en un rincón, algún cuadro al óleo, cuyo asunto era imposible<br />

adivinar, <strong>de</strong> tal modo se habían ennegrecido los betunes y las tierras, y tan resquebrajado se<br />

hallaba por falta <strong>de</strong> barniz; vio, en suma, indicios <strong>de</strong> lo que pudo ser en otro tiempo aquella<br />

señorial morada, que inspiraba a Gabriel dilatadas tesis <strong>de</strong> filosofía histórica. Sólo que entonces<br />

no estaba el horno para pasteles. ¿Dón<strong>de</strong> se habría metido todo el mundo? Porque tampoco el<br />

hidalgo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> parecía por ninguna parte. En su habitación sólo encontró Gabriel a la vieja<br />

perra <strong>de</strong> caza, tendida bajo el rayo <strong>de</strong> sol que <strong>de</strong> una ventana caía. Al ruido <strong>de</strong> los pasos <strong>de</strong>l<br />

artillero, la perra entreabrió un ojo sin alzar el hocico que recostaba en las patas <strong>de</strong> <strong>de</strong>lante, y<br />

azotó el suelo con el muñón <strong>de</strong>l rabo, como dando los buenos días.<br />

En vista <strong>de</strong> que la casa parecía un palacio encantado o abandonado por sus moradores, Gabriel<br />

bajó a la cocina, don<strong>de</strong> halló a la nueva hermosa fregatriz ocupada en la labor <strong>de</strong> un picadillo.<br />

Con tanta energía meneaba la media luna sobre la tabla <strong>de</strong> picar, que la había excavado por el<br />

centro, y es seguro que en albondiguillas o chulas se tragarían los señores, a vuelta <strong>de</strong> pocos<br />

años, un castaño o roble enterito. Cuando Gabriel preguntó por el hidalgo, la moza dio paz a la<br />

media luna y le miró, abriendo la boca <strong>de</strong> un palmo.<br />

- Le está en la era... ¡con los que majan! - exclamó al fin asombrada <strong>de</strong> la pregunta.<br />

No comprendía Gabriel el asombro <strong>de</strong> la chica, ni toda la importancia <strong>de</strong> la gran faena <strong>de</strong> la<br />

maja, esa faena en que se asocian el cielo y la estación estival al trabajo <strong>de</strong>l hombre, esa faena<br />

que no pue<strong>de</strong> realizarse sino en el corazón <strong>de</strong>l año, en mitad <strong>de</strong> la canícula, en los brevísimos<br />

días, que en Galicia apenas llegarán a ocho, cuando el agricultor, pasándose el revés <strong>de</strong> la mano<br />

por la empapada frente y respirando fuerte, exclama:<br />

-¡Qué día <strong>de</strong> maja nos manda hoy Dios!<br />

A la entrada <strong>de</strong> la era <strong>de</strong> los Pazos, el comandante se paró sorprendido por el cuadro, para él<br />

novísimo, que se le ofrecía. No era posible imaginarlo más animado, más bucólico, más digno <strong>de</strong><br />

un pintor colorista, alumno <strong>de</strong> la naturaleza y fiel a la realidad, enemigo <strong>de</strong> afeminaciones <strong>de</strong><br />

dibujo y falsas luces cernidas por cortinas <strong>de</strong> taller. No siendo <strong>de</strong> piedra la era, habíanla<br />

barnizado con una costra espesa <strong>de</strong> boñiga <strong>de</strong> vaca, a fin <strong>de</strong> que el fruto no se confundiese entre<br />

la arena y el -93- polvo, y ro<strong>de</strong>ándola <strong>de</strong> sábanas sostenidas por cuerdas, con objeto <strong>de</strong> que el<br />

mismo grano no rebasase <strong>de</strong>l circuito don<strong>de</strong> se majaba. Las camadas <strong>de</strong> pan, ópimas, gruesas,<br />

mullidas, se tendían sobre el espacio cuadrilongo, en correcta formación: y los membrudos<br />

gañanes, remangados, en dos hileras situadas frente a frente, aporreaban con sus pértigas, a<br />

compás, la extendida mies, haciendo saltar las perlas <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>l trigo, impacientes ya por salirse,<br />

con el menor pretexto, <strong>de</strong>l estuche bruñido que las contiene. El sol, implacable, metálico, se<br />

bebía el sudor <strong>de</strong> los trabajadores apenas brotaba <strong>de</strong> los dilatados poros; y sin embargo, la faena<br />

seguía y seguía, que para sostener el esfuerzo allí estaban, entre camada y camada, los jarros <strong>de</strong><br />

vino corriendo <strong>de</strong> mano en mano. Las jornaleras, vestidas con sayas angostas <strong>de</strong> zaraza<br />

<strong>de</strong>steñida, que les señalan los recios muslos, sacu<strong>de</strong>n la paja, la colocan en rimeros gran<strong>de</strong>s,<br />

preparan la camada nueva, y entretanto el hombre, <strong>de</strong> pie, apoyado en el mallo, ebrio <strong>de</strong> sol,<br />

210


<strong>de</strong>spechugado, con la camisa <strong>de</strong> estopa pegada al cuerpo, <strong>de</strong>spacha aprisa el espeque o cigarro, y<br />

ya se escupe en la palma <strong>de</strong> las manos para volver a blandir el instrumento cuando suene la hora<br />

<strong>de</strong>l combate. ¡Hora terrible, en que se gastan energía y vigor suficientes para vivir un mes! La<br />

luz <strong>de</strong>slumbra y ciega; el ambiente es <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> horno, no corre ni el soplo <strong>de</strong> aire suficiente a<br />

inclinar el tallo <strong>de</strong> la más en<strong>de</strong>ble gramínea: las hojas <strong>de</strong> las higueras que ro<strong>de</strong>an la era <strong>de</strong> los<br />

Pazos permanecen inmóviles, como recortadas en hoja <strong>de</strong> lata, y los ver<strong>de</strong>s higos, tiesos, a modo<br />

<strong>de</strong> pencas <strong>de</strong> metal: a veces un pajarillo cae al suelo agonizando <strong>de</strong> sofoco, con el pico<br />

<strong>de</strong>sesperadamente abierto y la pluma erizada: en el lin<strong>de</strong>ro más cercano, la víbora saca su cabeza<br />

chata, encien<strong>de</strong> su ojillo <strong>de</strong> azabache, resbala sobre la hierba escan<strong>de</strong>cida, y los abejorros,<br />

aturdidos, no aciertan a salir <strong>de</strong>l cáliz <strong>de</strong> flor en que hundieron la trompa... ¡Y en el <strong>de</strong>smayo<br />

general <strong>de</strong> la naturaleza, que <strong>de</strong>sfallece y expira <strong>de</strong> calor, sólo el hombre reconoce su condición<br />

servil y cumple el precepto <strong>de</strong>l Génesis, azotando la mies que le ha <strong>de</strong> dar sustento!<br />

Gabriel, en cuya presencia nadie reparaba, porque el interés <strong>de</strong> la faena absorbía a todos,<br />

permanecía a la entrada <strong>de</strong> la era, protegido por la sombra <strong>de</strong>l hórreo, y <strong>de</strong>teniéndose en ir a<br />

saludar a su cuñado: verdad que este tenía el rostro más ceñudo y avinagrado que <strong>de</strong> costumbre,<br />

leyéndose en él cierta sombría preocupación, <strong>de</strong>bida a circunstancias que merecen referirse.<br />

Todos los años, al abrirse la maja, acostumbraba el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> sacudir la primera camada,<br />

<strong>de</strong>mostrando así a sus gañanes que si no ganaba el mismo jornal que ellos, no era por falta <strong>de</strong><br />

aptitud. Cuando el <strong>de</strong>scendiente <strong>de</strong> aquellos Moscosos que habían lidiado calzando espuela <strong>de</strong><br />

oro en los días, azarosos para el país gallego, <strong>de</strong>l reinado <strong>de</strong> Urraca y Alfonso <strong>de</strong> Aragón; <strong>de</strong><br />

aquellos Moscosos que se distinguieron entre los paladines portugueses en la ardiente África; <strong>de</strong><br />

aquellos Moscosos que hasta mediados <strong>de</strong>l siglo XIX conservaron en el límite <strong>de</strong> sus dominios<br />

erectos los ma<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> la horca, como protesta muda contra la supresión <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos<br />

señoriales; <strong>de</strong> aquellos Moscosos... en fin, <strong>de</strong> aquellos Moscosos <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, que si no en caudal en<br />

sangre azul podían competir con lo más añejo y calificado <strong>de</strong> la infanzonía española... cuando el<br />

<strong>de</strong>scendiente, digo, <strong>de</strong> tan claro linaje empuñaba el mallo y a la voz <strong>de</strong> a la una... a las dos... a las<br />

tres... se santiguaba, lo vibraba en el aire y lo <strong>de</strong>rrumbaba sobre la espiga, corría entre los<br />

malladores halagüeño murmullo, que crecía a medida que el señor, con compás admirable y<br />

pulso <strong>de</strong> atleta, reiteraba los golpes, sin cejar un punto, poniendo la ceniza en la frente al más<br />

alentado <strong>de</strong> sus mozos. Su abierta camisa <strong>de</strong>scubría el esternón bien <strong>de</strong>sarrollado, blanco,<br />

saliente, que con el trajín <strong>de</strong> la labor iba sonroseándose como el cutis <strong>de</strong> una doncella a quien<br />

agita la danza: sus mangas vueltas por más arriba <strong>de</strong>l codo permitían ver las montañuelas <strong>de</strong><br />

carne que el ejercicio alzaba y <strong>de</strong>primía en los robustos brazos. Y así que terminaba el vapuleo<br />

por no quedar ni sombra <strong>de</strong> grano en la espiga tendida, y don Pedro, sudoroso, humeante, pero<br />

con la respiración igual y <strong>de</strong>sahogada, se quedaba apoyado en su mallo y gritaba con firme voz -<br />

¡Ea!, ¡day un jarro <strong>de</strong> vino, retaco! ¡<strong>Los</strong> majadores tenemos que mojar la palabra!- ya no era<br />

murmullo, sino tempestad atronadora <strong>de</strong> plácemes, <strong>de</strong> alabanzas, <strong>de</strong> requiebros si así pue<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>cirse, dirigidos a lo que más admira el labriego en las personas nacidas en esfera superior: la<br />

fuerza física. Don Pedro sonreía, guiñaba el ojo, <strong>de</strong>jaba escurrir suavemente el mallo sobre la<br />

paja, se atizaba el jarro <strong>de</strong> una sentada no sin <strong>de</strong>cir antes «hasta verte, Jesús mío», y consumada<br />

esta segunda hazaña, que no se celebraba menos que la primera, echábase la chaqueta por los<br />

hombros, se encasquetaba el sombrero, y sentado en las gavillas <strong>de</strong> mies, fumaba como los otros<br />

trabajadores, pero con placer sereno e íntimo orgullo.<br />

Este año observaban atónitos los gañanes que el marqués no seguía la ya inveterada costumbre.<br />

Sentado estaba allí lo mismo que siempre; ¿cómo sería no coger el mallo? Hasta parece que no<br />

se le alegraba la cara viendo aquella gloria <strong>de</strong> Dios <strong>de</strong> los haces, nunca más lucidos ni <strong>de</strong> más<br />

limpia espiga, y aquel sol hecho <strong>de</strong> encargo para <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r el fruto, y aquel mar <strong>de</strong> oro don<strong>de</strong><br />

los mallos, al precipitarse, producían un ruido apagado, mate y sedoso que regocijaba el corazón.<br />

Lejos <strong>de</strong> manifestar el contento <strong>de</strong> otras veces, hasta se podía jurar que el hidalgo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> había<br />

exhalado media docena <strong>de</strong> suspiros. De tiempo en tiempo cruzaba las manos y se tentaba los<br />

211


azos, y fruncía el entrecejo, como el que no sabe a qué santo encomendarse. De repente<br />

Gabriel, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su atalaya, vio que el marqués se levantaba resuelto, se <strong>de</strong>spojaba <strong>de</strong> la americana<br />

a toda prisa, se remangaba...<br />

-¿Qué barbaridad irá a hacer este? - pensó <strong>Pardo</strong>.<br />

Se admiró más al verle asir la pértiga, colocarse en fila y zurrar valerosamente la mies. El señor<br />

<strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, en los primeros momentos, <strong>de</strong>mostró todo el esfuerzo y brío acostumbrados; pero a los<br />

pocos golpes, empezó a sentir lo que tanto temía, lo que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> por la mañana le nublaba la<br />

frente: la respiración se le acortaba, el brazo se resistía a levantar el instrumento, las carnes se le<br />

volvían algodón y se le doblaban las rodillas. Exclamó con angustia: -¡Alto, rapaces!- y los diez<br />

y nueve mallos <strong>de</strong> la cuadrilla permanecieron suspensos en el aire como si fuesen uno solo,<br />

mientras los gañanes miraban al señor con muda lástima y en un silencio tal, que pudiera oírse el<br />

vuelo <strong>de</strong> una mosca. Al fin <strong>de</strong>jó don Pedro caer la pértiga, se llevó ambas manos a la frente<br />

húmeda, y a vueltas <strong>de</strong> congojoso sobrealiento, murmuró:<br />

- Rapaces... Ya pasé <strong>de</strong> mozo. No sirvo... No darme el jarro.<br />

Cuchichearon los gañanes; algunos sacudieron la cabeza entre burlones y compasivos, no<br />

sabiendo si era pru<strong>de</strong>nte tomar el caso a risa o dolerse mucho <strong>de</strong> él. Don Pedro, <strong>de</strong>splomado en<br />

los haces, se enjugaba el sudor con un pañuelo amarillo; sus labios temblaban, su rostro estaba<br />

<strong>de</strong>mudado, y un dolor real, acerbo y hosco, se pintaba en él. Parecía como si el fracaso <strong>de</strong> su<br />

intento le echase <strong>de</strong> golpe diez años encima. Sus arrugas, su pelo gris, todas las señales <strong>de</strong> vejez<br />

se hacían más visibles. Y con los ojos cerrados, cubiertos por el pañuelo, la otra mano caída, la<br />

espalda encorvada y la cabeza temblorosa, el marqués se veía ya inútil para todo, baldado, preso<br />

en una silla, tendido <strong>de</strong>spués en la caja, entre cuatro cirios, en la pobre iglesia <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, o<br />

pudriéndose en el cementerio, don<strong>de</strong> hacía tiempo le aguardaba su mujer.<br />

Así se estuvo unos cuantos minutos, sin que los gañanes se atreviesen a continuar la tarea, ni casi<br />

a chistar. Un rumor profundo, contenido, salió <strong>de</strong> la multitud cuando don Pedro, levantándose<br />

impetuosamente, listo como un muchacho y con un semblante bien distinto, alegre y satisfecho,<br />

llamó con imperio al Gallo, que, ojo avizor, muy currutaco <strong>de</strong> traje, muy digno <strong>de</strong> apostura,<br />

asistía a la faena.<br />

-¡Ángel! ¡Ángel!<br />

- Señor...<br />

- Busca al señorito Perucho... Tráelo volando aquí... De mi parte, ¡que venga a majar la camada!<br />

Jamás impensado reconocimiento <strong>de</strong> príncipe here<strong>de</strong>ro produjo en corte alguna tan<br />

extraordinaria impresión como aquellas explícitas y graves palabras <strong>de</strong>l marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Inequívoca era la actitud; claro el sentido <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n; elocuente hasta no más el hecho; y si<br />

alguna duda les pudiese quedar a los maliciosos y a los murmuradores <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a acerca <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong><br />

Sabel, ¿qué pedían para convencerse? Llamarle a que majase la camada en lugar <strong>de</strong>l hidalgo, era<br />

lo mismo que <strong>de</strong>cirle ya sin ro<strong>de</strong>os ni tapujos: - <strong>Ulloa</strong> eres, y <strong>Ulloa</strong> quien te engendró.<br />

Todos miraron al Gallo, a ver qué gesto ponía. Nunca el semblante patilludo <strong>de</strong>l rústico buen<br />

mozo y su engallada apostura expresaron mayor majestad y convencimiento <strong>de</strong> la alta<br />

importancia <strong>de</strong> su misión en la señorial morada <strong>de</strong> los Pazos. Se en<strong>de</strong>rezó más, brilló su redonda<br />

pupila, y respondió con tono victorioso:<br />

- Se hará conforme al gusto <strong>de</strong> Usía.<br />

Salir el Gallo por un lado y entrar Gabriel por otro, fue simultáneo. Acercose a su cuñado, y<br />

hechos los saludos <strong>de</strong> or<strong>de</strong>nanza, sentose en los haces, y pidió noticias <strong>de</strong> su sobrina.<br />

-¿Quién sabe <strong>de</strong> ella? - respondió el padre -. Andará por ahí... ¿Has visto la maja? - añadió<br />

revelando sumo interés en la pregunta.<br />

- Sí, te he visto hecho un valiente...<br />

-¿A mí? ¡A mí me viste acabado, <strong>de</strong>rreado! Ya no sirve uno sino para echar al montón <strong>de</strong>l<br />

abono... A cada cerdo le llega su San Martín... Ya verás a Perucho majar la camada, que será la<br />

gloria <strong>de</strong>l mundo... Ey, Ángel... ¿Viene o no viene? ¿Qué... no está?<br />

212


- Dice que no... que salió tempranito con Manola... Que no voltaron aún.<br />

-¡Por vida <strong>de</strong>...! ¡Mal rayo!<br />

Volvió a encapotarse el rostro y a anudarse <strong>de</strong> veras el ceño <strong>de</strong>l hidalgo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

- XXIV -<br />

Comieron solos los dos cuñados. Al sentarse a la mesa, Gabriel manifestó extrañeza gran<strong>de</strong> por<br />

la ausencia <strong>de</strong> Manola, y don Pedro preguntó a los criados si los rapaces no parecían; la<br />

respuesta negativa no le <strong>de</strong>spejó el severo entrecejo. Érale difícil al hidalgo conservar muchas<br />

horas seguidas la afable disposición <strong>de</strong> los primeros momentos <strong>de</strong> hospitalidad; no sabía ejercitar<br />

la simpática virtud <strong>de</strong> la eutrapelia, que en resumen es cortesía y buena crianza, y al poco tiempo<br />

<strong>de</strong> tratar a una persona, se creía autorizado para obligarla a que le sufriese su mal humor, así<br />

como a imponerle su jovialidad, cuando estaba alegre, que no era cosa que ocurriese todos los<br />

días. Por su parte Gabriel, aunque siempre atento y sin prescindir <strong>de</strong> sus corteses maneras,<br />

también se mantenía serio, como hombre que tiene algo grave en qué pensar.<br />

Sus porqués y cavilaciones salieron a relucir a la hora <strong>de</strong>l café, cuando ya la moza en pernetas y<br />

el tagarote <strong>de</strong>l criado no tenían necesidad <strong>de</strong> entrar en el comedor. Hacíase el café allí mismo, en<br />

la mesa; lo preparaba don Pedro - único modo <strong>de</strong> que saliese a su gusto - en una maquinilla <strong>de</strong><br />

hojalata toda <strong>de</strong>sestañada, <strong>de</strong>rrotadísima, con lágrimas <strong>de</strong> estaño colgando a lo largo <strong>de</strong> su<br />

cilindro superior; artefacto casi inservible, pero irreemplazable para don Pedro, habituado a<br />

semejante chisme y persuadido <strong>de</strong> que en una cafetera nueva no le saldría bien la operación. Se<br />

filtraba el café lentamente, gota a gota, y en realidad resultaba fuerte, oscuro, aromático,<br />

exquisito. El marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> era inteligente en la materia; porque merece notarse que aquel<br />

burdo hidalgote, ajeno no sólo a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> lo que espiritualmente embellece y poetiza, sino <strong>de</strong> lo<br />

que hace materialmente grata la existencia, tenía en dos o tres ramos afinadísimo el sentido y el<br />

conocimiento, hasta rayar en sibarita: nadie como él distinguía un legítimo habano <strong>de</strong> primera,<br />

<strong>de</strong> las imitaciones más o menos hábiles; nadie entendía mejor el intríngulis <strong>de</strong>l café; nadie<br />

conocía tan perfectamente dos o tres clases <strong>de</strong> licores y vinos; y así como entendía fallaba, y que<br />

no le viniesen con cigarros <strong>de</strong>l estanco ni con Jerez <strong>de</strong> marcas inferiores. Ni él mismo podía<br />

<strong>de</strong>cir dón<strong>de</strong> había adquirido esta ciencia: acaso le venía <strong>de</strong> casta, como el gitano ser chalán y al<br />

árabe apreciar armas y caballos.<br />

Mientras se <strong>de</strong>stilaba el rico néctar, Gabriel, sin acritud ni severidad, antes con cierta blandura<br />

encaminada a hacerse los lares propicios, dijo a su cuñado:<br />

- Oye tú... ¿No le habrá sucedido a Manuela cosa mala? ¿Estás seguro?<br />

- Va con Perucho - respondió lacónicamente el marqués, dando vuelta a la llave, y acercando a la<br />

villa la taza <strong>de</strong> Gabriel, don<strong>de</strong> cayó un chorro negro, que <strong>de</strong>spedía balsámicos efluvios.<br />

- Perucho... - murmuró Gabriel <strong>Pardo</strong> como si se le atragantase el nombre - Perucho... es un<br />

muchacho <strong>de</strong> muy poca edad.<br />

- Poca edad... ¡Quién me diera en la suya! - exclamó el hidalgo, respirando por la herida <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>ca<strong>de</strong>ncia física -. ¡A esa edad, que le echen a uno encima disgustos y leguas <strong>de</strong> mal camino! A<br />

esa edad... salía yo para el monte a las cuatro <strong>de</strong> la mañana, que aún no se veía luz; y me estaba<br />

allí a pie firme hasta las ocho <strong>de</strong> la noche, que volvía para casa con el morral atacado <strong>de</strong><br />

perdices... Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las cuatro <strong>de</strong> la madrugada hasta las ocho <strong>de</strong> la noche llevaba aguantada toda<br />

la lluvia, que se me había secado encima <strong>de</strong>l cuerpo, y todo el sol, que maldito si le hacía yo más<br />

caso que a este café que bebo ahora, y todo el frío, y todas las brétemas, y los orvallos, y el<br />

pedrisco, y los <strong>de</strong>monios que me lleven... A veces no me contentaba con las horas <strong>de</strong>l día...<br />

¡buena gana <strong>de</strong> contentarme! ¡Cuántas noches <strong>de</strong> invierno tengo salido a las liebres, que andaban<br />

pastando en las viñas! Allí... con el tío Gabriel, tu tocayo... los dos escondiditos tras <strong>de</strong> un pino...<br />

tendidos boca abajo... con un papel tapando la boca <strong>de</strong> la carabina para que las con<strong>de</strong>nadas no<br />

213


olfateasen la pólvora... ¿Quieres más azúcar?... No... ¡Lo que es <strong>de</strong>l tiempo <strong>de</strong> Perucho... que me<br />

diesen a mí caza que matar y monte por don<strong>de</strong> andar y una empanada que comer y un jarro <strong>de</strong><br />

mosto, que me sabía todo a gloria...! Ahora... ¡se acabó!... Ya no está uno <strong>de</strong> recibo más que para<br />

sentarse en una silla... o para que le tiren al basurero.<br />

- Pues yo - <strong>de</strong>claró Gabriel, bebiendo aprisa el último sorbo <strong>de</strong> café - no estoy tan tranquilo como<br />

tú: a los enamorados (y aquí se sonrió) algunas impaciencias hay que perdonarnos. Si sabes poco<br />

más o menos hacia qué parte suele ir tu hija, me lo dices y salgo allá.<br />

-¿Y quién es capaz <strong>de</strong> saberlo? Como son locos, si les dio la gana <strong>de</strong> no parar hasta el Pico-<br />

Me<strong>de</strong>lo, allá se plantificaron... Tú bien conoces que tanto pudieron echar para Poniente como<br />

para Levante.<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong> se mordió el bigote estrujándolo con el pulgar contra los labios. Cualquier<br />

cristiano se da a Barrabás con semejantes respuestas en boca <strong>de</strong> un padre. Miró el artillero en<br />

<strong>de</strong>rredor suyo, y al ver que no andaba por allí nadie, ni Sabel, ni la cocinera, estuvo a punto <strong>de</strong><br />

vaciar el saco... Pero al fin el comedor era un sitio abierto, podía entrar gente <strong>de</strong> un momento a<br />

otro, y lo que a él se le asomaba a la lengua era para dicho privadamente. Siguió preguntando <strong>de</strong><br />

un modo indirecto.<br />

- Y... ¿acostumbra Manuela salir así muchas mañanas, y no volver a la hora <strong>de</strong> la comida?<br />

- Pocas... ¡Hombre!, ¿ha <strong>de</strong> vivir ella en el monte como vivía yo? No se le ocurre a nadie eso.<br />

Pero a veces, en tiempo <strong>de</strong> verano (ya se sabe) y estando Perucho, les ha sucedido cogerles lejos<br />

un chubasco, o una tormenta, y entonces, ¿sabes qué hacen? Se meten a comer en casa <strong>de</strong>l cura<br />

<strong>de</strong> Naya, o <strong>de</strong>l pobre <strong>de</strong> Boán, que en paz <strong>de</strong>scanse, cuando vivía... ¡Cura más templado! Se<br />

<strong>de</strong>fendió él solo contra una gavilla <strong>de</strong> más <strong>de</strong> veinte ladrones, que al fin me lo <strong>de</strong>spacharon para<br />

el otro mundo; pero antes <strong>de</strong>spachó él a uno <strong>de</strong> los galopines, y malhirió a media docena... ¡Era<br />

más perro!<br />

- Hoy ni llueve ni hay señales <strong>de</strong> borrasca - insistió con firmeza Gabriel -. Manuela no se habrá<br />

ido a comer a casa <strong>de</strong> nadie.<br />

- Eso es verdad... pero los chiquillos, viendo que ayer no pudieron andar juntos, tal día como hoy<br />

se habrán querido <strong>de</strong>squitar tomándolo por suyo todo.<br />

El artillero sintió algo molesto, agudo y frío en el corazón; algo que era inquietud, pena y susto a<br />

la vez. Dominando su turbación involuntaria, dijo en voz reposada y entera:<br />

- Yo, en tu caso, no lo consentiría. Parece mal que una señorita <strong>de</strong> los años <strong>de</strong> Manuela an<strong>de</strong> por<br />

los montes sin más compañía que un mocito poco mayor. Es inconveniente por todos estilos, y<br />

hasta es exponerla, con este sol <strong>de</strong> justicia, a que coja un tabardillo pintado.<br />

No obstante la mo<strong>de</strong>ración con que hablaba Gabriel, fuese por estar el hidalgo en punto <strong>de</strong><br />

caramelo o porque le moviese una secreta antipatía contra su cuñado, lo cierto es que exclamó<br />

casi a gritos, con bronca <strong>de</strong>scortesía y <strong>de</strong>spreciativo acento:<br />

-¡Allá en los pueblos se educa a las muchachas <strong>de</strong> un modo y por aquí las educamos <strong>de</strong> otro!...<br />

Allá queréis unas mojigatas, unas mírame y no me toques, que estén siempre haciendo remilgos,<br />

que no sirvan para nada, que se pongan a morir en cuanto mueven un pie <strong>de</strong> aquí a la escalera <strong>de</strong><br />

la cocina... y luego mucho <strong>de</strong> sí señor, <strong>de</strong> gran virtud y gran aquel, y luego sabe Dios lo que hay<br />

por <strong>de</strong>ntro, que <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cruz anda el diablo, y las que parecen unas santas... más vale callar.<br />

Y luego, al primer hijo, se emplastan, se acoquinan, y luego, revientan, ¡revientan <strong>de</strong> puro<br />

maulas!...<br />

Escuchaba Gabriel trémulo y bajando los ojos. Se sentía pali<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> ira; notaba y reprimía el<br />

temblor <strong>de</strong> sus labios, la llama que se le asomaba a las pupilas, y el impulso <strong>de</strong> sus nervios que le<br />

crispaban los puños. Un fuerte dolor en el epigastrio, el síntoma indudable <strong>de</strong> la cólera rugiente,<br />

le <strong>de</strong>cía que si aguardaba dos minutos más, no seguiría oyendo injuriar la memoria <strong>de</strong> su<br />

hermana sin cometer un disparate gordo. Tendió la mano <strong>de</strong>recha, y sin mirar al marqués,<br />

alcanzó un vaso lleno <strong>de</strong> agua y lo apuró <strong>de</strong> un trago. Con la frescura <strong>de</strong>l líquido, la voluntad<br />

214


vino en su ayuda: se incorporó, y dando la vuelta a la mesa, se llegó a don Pedro con la sonrisa<br />

en los labios, y le puso las manos en los hombros, no sin visible sorpresa <strong>de</strong>l hidalgo.<br />

- Si no fueses todavía más bárbaro que malo (y empleaba el tono humorístico que había usado ya<br />

para pedirle a Manuela), lograrías sacarme <strong>de</strong> mis casillas, y que me volviese tan incapaz y tan<br />

<strong>de</strong>satinado como tú... La suerte que te conozco, y te tomo a beneficio <strong>de</strong> inventario, ¿has oído?<br />

Pue<strong>de</strong>s echar por esa boca sapos y culebras: por un oído me entran y por otro me salen. No tienes<br />

pizca <strong>de</strong> trastienda, y no eres tú el que has <strong>de</strong> excitarme a mí y hacerme saltar... Eso quisieras.<br />

¿Cargarme yo? Si me das lástima, fantasmón; si esta mañana no pudiste levantar el palitroque<br />

aquel para tundir el trigo... No cierres los puños, que no te hago maldito el caso; a<strong>de</strong>más, que no<br />

puedo reñir contigo: somos yerno y suegro, como quien dice padre e hijo... y ya que tú no cuidas,<br />

como <strong>de</strong>bieras, <strong>de</strong> mi futura esposa, yo voy a buscarla, ¿entien<strong>de</strong>s tú?, y a fe <strong>de</strong> Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong><br />

la Lage, ¡te juro que no volverá a suce<strong>de</strong>r que an<strong>de</strong> por los montes sin que se sepa su para<strong>de</strong>ro!<br />

- XXV -<br />

Si vale <strong>de</strong>cir verdad, cuando salió <strong>de</strong>l caserón solariego como alma que lleva el diablo, por no oír<br />

la retahíla <strong>de</strong> palabrotas y berridos con que don Pedro contestó a su arenga, no sabía el<br />

comandante ni hacia dón<strong>de</strong> dirigirse ni a qué santo encomendarse para cumplir el programa <strong>de</strong><br />

encontrar a su sobrina. La hora era a<strong>de</strong>más tan cruel y el calor tan intolerable, que sólo estando a<br />

mal con la vida podía nadie echarse a andar por los sen<strong>de</strong>ros calcinados. Estarían cayendo las<br />

dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el momento en que los habitantes así racionales como irracionales <strong>de</strong> los Pazos<br />

se aprestaban a gozar las <strong>de</strong>licias <strong>de</strong> la siesta, tendiéndose cuál panza arriba, cuál <strong>de</strong> costado para<br />

roncar; <strong>de</strong>spatarrados los gañanes sobre los haces <strong>de</strong> paja, y estirados en completa inmovilidad<br />

los perros, sacudiendo solamente una oreja cuando se les posaba encima importuna mosca.<br />

Por vivo que fuese el celo <strong>de</strong> Gabriel, comprendió la locura <strong>de</strong> salir a <strong>de</strong>scubierta en momentos<br />

semejantes, e instintivamente buscó una sombra don<strong>de</strong> guarecerse y consultar consigo mismo.<br />

Dio consigo en la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l soto, al pie <strong>de</strong> un castaño, si no <strong>de</strong> los más altos, <strong>de</strong> los más acopados<br />

y frondosos, sobre cuyas flores caídas, que mullían dobladamente el tapiz <strong>de</strong> manzanilla y<br />

grama, encontró buen recosta<strong>de</strong>ro.<br />

. . . - No hay remedio... - comenzó a <strong>de</strong>vanar Gabriel -. Yo corto por lo sano... El animal <strong>de</strong> mi<br />

cuñado, tengo que reconocerlo, no ve esto que veo yo... Es que si lo viese y viéndolo lo<br />

consintiese... nada, cuatro tiros.<br />

. . .<br />

- Y yo, ¿qué veo, en resumen? ¿Tiene fundamento, tiene cuerpo, tiene base esta i<strong>de</strong>a? ¡No, y<br />

renó! Aquí no hay más que una cuestión <strong>de</strong> conveniencias <strong>de</strong>satendidas... impremeditaciones e<br />

ignorancias <strong>de</strong> una montañesilla inexperta... bárbara indiferencia, atroz <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> un hombre<br />

zafio y adocenado... fatalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> educación, <strong>de</strong> medio ambiente...<br />

. . . - No pue<strong>de</strong> negarse que mi venida aquí ha sido provi<strong>de</strong>ncial. El abandono en que está la niña,<br />

hija <strong>de</strong> mi pobre Nucha, clama al cielo... Debí enterarme antes, mucho antes. He <strong>de</strong>jado pasar<br />

años sin tomarme la molestia... Bien, yo no podía tampoco suponer... ¡Qué calor! Comprendo a<br />

los japoneses...<br />

. . . Suspiró y cortó una rama <strong>de</strong> castaño para abanicarse con ella. Lo que le sofocaba era, más<br />

que la temperatura, la reacción <strong>de</strong>l reciente acceso <strong>de</strong> cólera. El café que acababa <strong>de</strong> pala<strong>de</strong>ar le<br />

había <strong>de</strong>jado en la lengua un amargor agradable, y le producía ese ligero eretismo cerebral tan<br />

propicio a la creación artística y a la fácil emisión <strong>de</strong> la palabra. La naturaleza <strong>de</strong>sfallecía, y el<br />

rumoroso silencio <strong>de</strong>l bosque, el ronco quejido <strong>de</strong> la presa, la fragancia <strong>de</strong> las flores <strong>de</strong>l castaño,<br />

ayudaban a exaltar la fantasía <strong>de</strong> Gabriel, muy inclinada, como sabemos, a echarse por esos<br />

trigos.<br />

215


. . . -¿Por qué causa tal impresión la naturaleza? Yo lo había leído en libros, pero me costaba mis<br />

trabajos creerlo... ¡Esto <strong>de</strong> que, porque uno vea cuatro montañas y media docena <strong>de</strong> nubes, se<br />

ponga a meditar sobre orígenes, causas, el ser, la esencia, la fatalidad, y otras cien mil cosazas<br />

que carecen <strong>de</strong> solución! ¡Empeñarnos en que la naturaleza tiene voces, y voces que dicen algo<br />

misterioso y gran<strong>de</strong>! ¡Ay... a esto sí que se le pue<strong>de</strong> llamar chifladura! ¡Voces... Voces! ¡Unas<br />

voces que están hablando hace miles y miles <strong>de</strong> años, y a cada cual le dicen su cosa diferente!<br />

Deduzco que ellas no dicen maldita la cosa, y que nosotros las interpretamos a nuestra manera...<br />

Lo que pasa con las campanas: enseguida cantan lo que a uno se le antoja... Las voces están<br />

<strong>de</strong>ntro... A mi cuñado le suena la naturaleza así -¡Buen día <strong>de</strong> maja!- Y al creyente le murmura<br />

que hay Dios...<br />

. . . -¿Que no existe el mundo exterior; que lo creamos nosotros? ¡Puf! I<strong>de</strong>alismo trascen<strong>de</strong>ntal...<br />

Váyase a paseo este afán <strong>de</strong> escudriñar el fondo <strong>de</strong> todas las cosas...<br />

. . . Un saltón ver<strong>de</strong>, muy zanquilargo, vino a posarse en la mano <strong>de</strong>l pensador. Gabriel le cogió<br />

por las zancas traseras y le sujetó algún tiempo, divirtiéndose en ver la fuerza que hacía para<br />

soltarse. Al fin aflojó, y el bicho se puso en cobro pegando un brinco fenomenal.<br />

. . . - Y a Manuela, ¿qué le dirá la señora naturaleza, la única mamá que ha conocido?<br />

. . .<br />

En la memoria <strong>de</strong> Gabriel, como en placa fonográfica, empezaron a revivir fragmentos <strong>de</strong> la<br />

lectura <strong>de</strong> la noche anterior, sólo que encontrándoles un sentido y dándoles un alcance nuevo <strong>de</strong><br />

respuesta a la última pregunta.<br />

. . . -«La sazón es fresca y el campo está hermoso: todas las cosas favorecen a tu venida y ayudan<br />

a nuestro amor, y parece que la naturaleza nos a<strong>de</strong>reza y adorna el aposento... Voz <strong>de</strong> mi amado<br />

se oye: veislo viene atravesando por los montes y saltando por los collados... La izquierda suya<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi cabeza, y su <strong>de</strong>recha me abrazará... Hablado ha mi amado y díjome: levántate,<br />

amiga mía, galana mía, y vente... Ya ves, pasó la lluvia y el invierno fuese. <strong>Los</strong> capullos <strong>de</strong> las<br />

flores se <strong>de</strong>muestran en nuestra tierra, el tiempo <strong>de</strong> la poda es venido, oída es la voz <strong>de</strong> la tórtola<br />

en nuestro campo: la higuera brota sus higos, y las pequeñas uvas dan olor: por en<strong>de</strong>, levántate,<br />

amiga mía, hermosa mía y ven».<br />

. . .<br />

- Según los garrapatos que he visto en la edición, Manuela y su... ¡lo que sea!, aprendieron a leer<br />

por ese libro... Tiene algo <strong>de</strong> simbólico... La más negra no es el texto, sino los comentarios...<br />

Cuidado con aquello que dice <strong>de</strong> que el jugar a escon<strong>de</strong>rse burlando es regalo y juego<br />

graciosísimo <strong>de</strong>l amor... Sí, que no sabrían ellos solos retozar entre los árboles... Pues ¿y el<br />

enseñarles a que se fijen y reparen en los arrullos <strong>de</strong> las palomas y en los amoríos <strong>de</strong> los<br />

avechuchos?<br />

. . . - Lo más tremendo es la manía <strong>de</strong> llamarla hermana. «Robaste mi corazón, hermana mía<br />

esposa, robaste mi corazón con uno <strong>de</strong> los tus ojos en un sartal <strong>de</strong> tu cuello... Panal que <strong>de</strong>stila<br />

tus labios, esposa, miel y leche están en tu lengua; y el olor <strong>de</strong> tus vestidos, como el olor <strong>de</strong>l<br />

incienso. Huerto cerrado, hermana mía, esposa...».<br />

. . . - Este lenguaje oriental...<br />

. . .<br />

-«¿Quién te me dará como hermano que mamase los pechos <strong>de</strong> mi madre? Hallarteía fuera,<br />

besaríate, y ya nadie me <strong>de</strong>spreciaría».<br />

. . . - Con permiso <strong>de</strong> Fray Luis <strong>de</strong> León: lo que es sus comentarios a este pasaje, son una<br />

confusión lastimosa entre el amor y la fraternidad. No me negará nadie que es bonita escuela<br />

para las señoritas lo que dice a propósito <strong>de</strong> los amores <strong>de</strong>siguales... Cosa más disolvente que<br />

estos místicos y contempladores... ¡y el pasaje está más claro que el agua!<br />

. . . -«Porque se ha <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r que entre dos personas (aunque las <strong>de</strong>más calida<strong>de</strong>s o que se<br />

adquieren por ejercicio o que vienen por caso <strong>de</strong> fortuna o que se nace con ellas) pue<strong>de</strong> haber y<br />

hay gran<strong>de</strong>s y notables diferencias; pero unidas en caso <strong>de</strong> amor y voluntad, porque esta es<br />

216


señora y libre así como en todo es libre y señora; así todos en ella son iguales, sin conocer<br />

ventaja <strong>de</strong>l uno al otro, por diferentes estados y condiciones que sean».<br />

. . . -¡Caracoles con Fray Luis!<br />

. . . - Quieto, Gabriel, que estás discurriendo como un quídam, sin asomo <strong>de</strong> cultura, como si<br />

toda tu vida no te hubieses esforzado en ser racional... racional. Si tu sobrina ha leído eso, sería<br />

<strong>de</strong> niña, cuando <strong>de</strong>letreaba; y a fuerza <strong>de</strong> ser clásico y castizo y repulido, ni lo entendió entonces,<br />

ni lo enten<strong>de</strong>ría ahora. Esta lectura te hace efecto y te da en qué pensar a ti, por lo mismo que<br />

estás muy civilizado y muy saturado <strong>de</strong> libros y muy harto <strong>de</strong> meterte en honduras. Lo que es a<br />

ellos... No has <strong>de</strong> ser maja<strong>de</strong>ro por empeñarte en ser sagaz.<br />

. . . - Se me figura que la naturaleza se encara conmigo y me dice: Necio, pon a una pareja linda,<br />

salida apenas <strong>de</strong> la adolescencia, sola, sin protección, sin enseñanza, vagando libremente, como<br />

Adán y Eva en los días paradisíacos, por el seno <strong>de</strong> un valle amenísimo, en la estación<br />

apasionada <strong>de</strong>l año, entre flores que huelen bien, y alfombras <strong>de</strong> mullida hierba capaces <strong>de</strong> tentar<br />

a un santo. ¿Qué barrera, qué valla los divi<strong>de</strong>? Una enteramente ilusoria, i<strong>de</strong>al, valla que mis<br />

leyes, únicas a que ellos se sujetan, no reconocen, pues yo jamás he vedado a dos pájaros nacidos<br />

en el mismo nido que ani<strong>de</strong>n juntos a su vez en la primavera próxima... Y yo, única, madre y<br />

doctora <strong>de</strong> esa pareja, soy su cómplice también, porque la palabra que les susurro y el himno que<br />

les canto, son la verda<strong>de</strong>ra palabra y el himno verda<strong>de</strong>ro, y en esa palabra sola me cifro, y por<br />

esa palabra me conservo, y esa palabra es la clave <strong>de</strong> la creación, y yo la repito sin cesar, pues<br />

todo es en mí canto epitalámico, y para enten<strong>de</strong>rlo, simple, ¿qué falta hacen libros ni filosofías?<br />

. . . - Pero es cosa que eriza los pelos... La hija <strong>de</strong> mi hermana, la esperanza <strong>de</strong> mi corazón, caída<br />

en ese abismo... ¡Qué monstruosidad horrible!, y no hay duda... Soy un idiota en no haberlo<br />

comprendido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego... Presentimiento sí que lo tenía... Algo me dio el corazón ya en casa<br />

<strong>de</strong> Máximo Juncal... Ay, Nucha, pobre mamita, y qué bien hiciste en morirte... Todo el día solos,<br />

campando por su respeto a una o dos leguas <strong>de</strong> la casa... ¿Qué hacen a estas horas? ¿En qué clase<br />

<strong>de</strong> juego entretienen la siesta? De seguro...<br />

. . . - Maldito yo por no venir antes. Aunque sabe Dios <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cuándo... ¿Y qué hago ahora aquí,<br />

cavilando y lamentándome? Tocan a moverse... a buscarla, ¡voto a sanes!, y a <strong>de</strong>shacer este<br />

enredo horrible, y a sacarla <strong>de</strong> la abyección, y a cortar <strong>de</strong> raíz...<br />

. . . -¿Hacia dón<strong>de</strong> tomarían?<br />

- XXVI -<br />

Siguió el primer sen<strong>de</strong>ro que encontró, porque tan probable era que hubiesen pasado por aquel<br />

como por otro. Caminaba sin fijarse en el paisaje, ni formar i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> si se alejaba mucho <strong>de</strong> los<br />

Pazos; y sus ojos, <strong>de</strong>vorando el horizonte, trataban <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir un campanario, el <strong>de</strong> Naya. ¿No<br />

había dicho el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> que a Naya solían ir?<br />

Cruzó prados hume<strong>de</strong>cidos por el riego, y hereda<strong>de</strong>s acabadas <strong>de</strong> segar la víspera; se metió por<br />

entre viñedos; saltó vallados; atravesó huertos con frutales y costeó eras don<strong>de</strong> resonaba el<br />

ca<strong>de</strong>ncioso golpe <strong>de</strong>l mallo; en suma, gastó con la actividad y el movimiento su impaciencia<br />

torturadora, que le encendía la sangre y le ponía los nervios como cuerdas <strong>de</strong> guitarra. El<br />

ejercicio le hizo provecho; andando y andando, empezó a sentirse con la cabeza más <strong>de</strong>spejada y<br />

el corazón más tranquilo.<br />

Contribuía a ello el acercarse ya el instante <strong>de</strong> calma suprema, la hora religiosa, el anochecer. De<br />

la sombra que iba envolviendo el suelo emergían las copas <strong>de</strong> los árboles, coronadas aún por una<br />

pirámi<strong>de</strong> <strong>de</strong> claridad; al oeste, los arreboles se extendían en franjas inflamadas como el cráter <strong>de</strong><br />

un volcán: el contraste <strong>de</strong>l incendio, pues hasta forma <strong>de</strong> llamas tenían las nubes, hacía ver<strong>de</strong>ar<br />

el azul celeste, y unas cuantas nubecillas, dispersas hacia el poniente, parecían gigantescas rosas<br />

y bolas <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>sparramadas por el cielo. Una puesta <strong>de</strong> sol inverosímil, <strong>de</strong> esas que <strong>de</strong>jan<br />

217


quedar mal a los pintores cuando se les mete en la cabeza copiarlas. Sobre el grupo <strong>de</strong> árboles<br />

más abandonados ya <strong>de</strong> la luz diurna, se <strong>de</strong>splegaba, a manera <strong>de</strong> leve cortinilla plomiza, el<br />

humo que <strong>de</strong>spedía la chimenea <strong>de</strong> una cabaña; y <strong>de</strong> las hondonadas, don<strong>de</strong> se conservaba<br />

archivado el enervante calor <strong>de</strong> todo el día, se alzaban compactas huestes <strong>de</strong> mosquitos.<br />

De pronto levantó Gabriel la cabeza... Un tañido lento y lejano, una gota, por <strong>de</strong>cirlo así, <strong>de</strong><br />

música apacible, resignada, admirablemente poética en semejante lugar, sobre todo por lo bien<br />

que se armonizaba con los saudosos ay... le... le... que segadoras y majadores entonaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

los campos y las eras, se <strong>de</strong>jó oír repetidas veces, a intervalos iguales... El comandante se paró, y<br />

una especie <strong>de</strong> escalofrío recorrió su cuerpo. Se le arrasaron en lágrimas los ojos, lágrimas <strong>de</strong><br />

esas que no corren, que vuelven al punto <strong>de</strong> sumirse. ¡Cuántas veces había oído hablar <strong>de</strong> la<br />

poesía <strong>de</strong>l Angelus! Y sin conocerla, se la imaginaba <strong>de</strong>sflorada por tanta rima <strong>de</strong> coplero chirle,<br />

por tanto artículo sentimental... Fue esto mismo lo que aumentó la fuerza <strong>de</strong> la impresión, e hizo<br />

más inefable el misterioso tañido.<br />

- El que discurrió este toque <strong>de</strong> campana a estas horas, era un artista <strong>de</strong> primer or<strong>de</strong>n... ¡Cáspita!<br />

¿Hacia dón<strong>de</strong> ha sonado? ¿Estaré, sin saberlo, cerca <strong>de</strong> Naya? No pue<strong>de</strong> ser... He comprendido<br />

que Naya se encuentra a la subida <strong>de</strong>l monte... y hace un cuarto <strong>de</strong> hora lo menos que bajo <strong>de</strong>l<br />

valle. ¡Hola! ¡Si el campanario se ve asomar por allí! ¡Qué bajito! Es el <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, no me cabe<br />

duda.<br />

Ya todo era cuesta abajo, y Gabriel la <strong>de</strong>scendió con bastante ligereza, sólo que el caminillo daba<br />

mil vueltas y revueltas, y el comandante no se atrevía a atajar, temeroso <strong>de</strong> per<strong>de</strong>rse. Caía la<br />

noche con sosegada majestad; las luces <strong>de</strong> Bengala <strong>de</strong>l poniente se extinguían, y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l<br />

lucero salía una cohorte innumerable <strong>de</strong> estrellas. No distinguió Gabriel la iglesia hasta estar<br />

tocándola casi, y no fue milagro, porque la parroquial <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> cada día se iba sepultando más en<br />

la tragona tierra, que se la comía y envolvía por todos lados, <strong>de</strong>jando apenas sobresalir, como<br />

mástil <strong>de</strong> buque náufrago, la espadaña y el remate <strong>de</strong>l crucero <strong>de</strong>l atrio. La puerta <strong>de</strong>l vallado que<br />

ro<strong>de</strong>aba a este, bien fácilmente se podía saltar, sin más que levantar algo las piernas; pero<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong> no había entrado en el atrio por el gusto <strong>de</strong> entrar, sino por acercarse a algo que él<br />

sabía estar allí, y que le pesaba con remordimiento profundo no haber visitado antes, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

momento mismo <strong>de</strong> su arribo a los Pazos...<br />

Cosa <strong>de</strong> broma saltar la cerca <strong>de</strong>l atrio; mas no así penetrar en el cementerio <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Parecía<br />

como si se hubiese <strong>de</strong>fendido su acceso con esmero especial, nada común en las al<strong>de</strong>as, don<strong>de</strong><br />

los camposantos suelen andar mal preservados <strong>de</strong> la contingencia, remotísima en verdad, <strong>de</strong> una<br />

profanación. El muro que lo ro<strong>de</strong>aba era alto, bien recebado, y en el caballete se incrustaban<br />

recios cascotes <strong>de</strong> botella; la verja <strong>de</strong> la cancilla, sobre la cual se gallar<strong>de</strong>aba la copa <strong>de</strong> un<br />

corpulento olivo, se componía <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ros fuertes, recién pintados, terminados en unos pinchos<br />

<strong>de</strong> hierro. Asegurábanla sólida cerradura y grueso cerrojo.<br />

Gabriel comprendió que a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la cancilla <strong>de</strong>bía existir una puerta que comunicase<br />

directamente con el atrio, y no se engañó; sólo que era <strong>de</strong> dos hojas, y no menos sólida y maciza<br />

en su género que la cancilla. No se podía intentar abrirla; por fuerza, sería un acto irrespetuoso;<br />

en cuanto a llamar al sacristán, ni pensarlo; <strong>de</strong> fijo que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> sonar las oraciones, se habría<br />

retirado a su casa, <strong>de</strong>jando solos a los muertos y a la pobrecilla iglesia.<br />

Intentó al menos el comandante distinguir, al través <strong>de</strong> la verja, la traza <strong>de</strong>l cementerio,<br />

acostumbrando la vista a las tinieblas <strong>de</strong> la estrellada noche. Después <strong>de</strong> mirar fijamente y largo<br />

rato, adquirieron algún relieve las formas confusas. El cementerio parecía muy bien cuidado: las<br />

cruces, no <strong>de</strong>rrengadas como suelen andar en sitios tales, sino <strong>de</strong>rechas y puestas con simetría y<br />

<strong>de</strong>coro; la vegetación y los arbustos ostentando el no sé qué <strong>de</strong> los jardines, la gentil lozanía <strong>de</strong> la<br />

planta regada y dirigida por mano cariñosa. Sobre el fondo sombrío <strong>de</strong>l follaje se <strong>de</strong>stacaban<br />

irregulares manchones claros, que <strong>de</strong>bían ser flores. Flores eran, y ya los ojos <strong>de</strong> Gabriel,<br />

familiarizados con la oscuridad, podían hasta darles su nombre propio: las manchas redondas,<br />

218


hortensias; las largas, varas <strong>de</strong> azucenas blanquísimas. Lograba también, sin esfuerzo, contar los<br />

sen<strong>de</strong>ritos abiertos entre las cruces, y los montecillos que estas coronaban.<br />

A su izquierda distinguió claramente una especie <strong>de</strong> nicho abultado, con pretensiones <strong>de</strong><br />

mausoleo, y sobre cuya blancura se perfilaban, a modo <strong>de</strong> columnas <strong>de</strong> mármol negro, los<br />

troncos <strong>de</strong> dos cipreses muy tiernos aún, recién plantados sin duda. La mirada se le quedó fija en<br />

el mezquino monumento... Era allí... Se agarró con ambas manos a la verja, quedándose<br />

abismado en la contemplación que producen los objetos en los cuales, como en cifra, vemos<br />

representado nuestro <strong>de</strong>stino. ¡Allí, allí estaba el cariño santo <strong>de</strong> su vida, la que al cabo <strong>de</strong> tantos<br />

años, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la tumba, le había atraído a aquel ignorado valle!<br />

En el espíritu <strong>de</strong> Gabriel batallaban siempre dos ten<strong>de</strong>ncias opuestas: la <strong>de</strong> su imaginación<br />

propensa a cal<strong>de</strong>arse y <strong>de</strong>ducir <strong>de</strong> cada objeto o <strong>de</strong> cada suceso todo el elemento poético que<br />

pueda encerrar, y la <strong>de</strong> su entendimiento a analizar y calar a fondo todo ese mundo fantástico,<br />

<strong>de</strong>struyéndolo con implacable luci<strong>de</strong>z. Ante la cancilla <strong>de</strong> aquel cementerio <strong>de</strong> al<strong>de</strong>a, triunfaba<br />

momentáneamente la imaginación; <strong>de</strong> buen grado ofrecía treguas el entendimiento, y todo lo que<br />

en lugares semejantes evocan, sueñan y forjan los creyentes y los medrosos, los nerviosos y los<br />

alucinados, tuvo el comandate <strong>Pardo</strong> la dicha suprema <strong>de</strong> evocarlo, soñarlo y forjarlo por espacio<br />

<strong>de</strong> unos cuantos minutos. Apariciones, aspectos fantasmagóricos, formas que pue<strong>de</strong> tomar el ser<br />

querido que ya no pertenece a este mundo para presentarse a los que todavía permanecen en él, y<br />

esa sensación in<strong>de</strong>finible <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> un muerto, ese soplo sutil <strong>de</strong> lo invisible e<br />

impalpable, que cuaja la sangre e interrumpe los latidos <strong>de</strong>l corazón. Cuando se produce este<br />

género <strong>de</strong> exaltación, nadie la saborea con más extraño placer que los espíritus fuertes, los<br />

incrédulos: es el gozo <strong>de</strong> la mujer estéril que se siente madre; ¡es un <strong>de</strong>leite parecido al que causa<br />

la lectura <strong>de</strong> una novela <strong>de</strong> visiones y espectros a las altas horas <strong>de</strong> la noche, en la solitaria<br />

alcoba, con la persuasión <strong>de</strong> que no hay palabra <strong>de</strong> verdad en todo ello, y a la vez con<br />

involuntario recelo <strong>de</strong> mirar hacia los rincones adon<strong>de</strong> no llega la luz <strong>de</strong> la lámpara, por si allí<br />

está acechando la cosa sin nombre, el elemento sobrenatural que teme y anhela nuestro espíritu,<br />

ansioso <strong>de</strong> romper la pesada envoltura material y el insufrible enca<strong>de</strong>namiento lógico <strong>de</strong> las<br />

realida<strong>de</strong>s!<br />

Las flores <strong>de</strong> hortensia eran manos pálidas que hacían señas a Gabriel; las azucenas, flotantes<br />

pedazos <strong>de</strong> sudario; los cipreses, figuras humanas vestidas <strong>de</strong> negro, que inmóviles <strong>de</strong>fendían el<br />

acceso <strong>de</strong>l lugar don<strong>de</strong> reposaba Nucha... Y allá <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong>l mausoleo... ¡qué ilusión esta tan<br />

viva, tan fuerte, tan invencible!, sale un murmullo humil<strong>de</strong> y quejoso, como <strong>de</strong> rezo, un suspiro<br />

lento y arrancado <strong>de</strong> las entrañas... ¿Es posible que el oído sea juguete <strong>de</strong> semejantes<br />

alucinaciones? No hay duda, otro suspiro tristísimo... tan claro, que un estremecimiento recorre<br />

las vértebras <strong>de</strong>l comandante.<br />

Estas treguas <strong>de</strong>l entendimiento duran poco, y en el cerebro <strong>de</strong> Gabriel, que no poseía la frescura<br />

plástica <strong>de</strong> la ignorancia y <strong>de</strong> la juventud, la razón recobró al punto sus fueros. En un segundo, el<br />

apacible cementerio perdió su prestigio todo: lo vio lindo y alegre, como <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser a la luz<br />

solar. De su hermana, lo que estaba allí era el polvo... residuos orgánicos... ¡Materia! Y trató <strong>de</strong><br />

figurarse cómo estaría aquella materia inerte, qué aspecto tendrían, entre las podridas tablas <strong>de</strong>l<br />

ataúd y la húmeda frialdad <strong>de</strong>l nicho, los huesecillos <strong>de</strong> aquellos brazos tan amantes, en que se<br />

había reclinado <strong>de</strong> niño. Se le oprimió el corazón: por instinto alzó la frente y miró al cielo.<br />

- Si hay inmortalidad, ahí estará la pobre; en alguna <strong>de</strong> esas estrellas tan hermosas.<br />

El firmamento parecía vestido <strong>de</strong> gala, como para rechazar toda i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> muerte y podredumbre, y<br />

confirmar las <strong>de</strong> inmortalidad y gloria. Compensando la falta <strong>de</strong> la luna que no asomaría hasta<br />

mucho más tar<strong>de</strong>, los astros resplan<strong>de</strong>cían con tal magnificencia, que inducían a creer si toda la<br />

pedrería celestial acababa <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l taller <strong>de</strong>l joyero divino. Más que azul, semejaba negra la<br />

bóveda; las constelaciones la rasgaban con rúbricas <strong>de</strong> luz; algunos luceros titilaban vivos y<br />

próximos, otros se perdían en la insondable profundidad; la vía láctea <strong>de</strong>rramaba un mar <strong>de</strong><br />

cristalina leche, y Sirio, el gran brillante solitario, centelleaba más espléndido que nunca.<br />

219


También el suelo estaba <strong>de</strong> fiesta. La incomparable serenidad <strong>de</strong> la noche le envolvía en un<br />

hálito <strong>de</strong> amor: las sombras eran <strong>de</strong>nsas y vagas a la vez: los horizontes lejanos se disfumaban en<br />

azuladas nieblas: a pesar <strong>de</strong> la mucha calma no había silencio, sino murmurios imperceptibles,<br />

estremecimientos cariñosos, ráfagas <strong>de</strong> placer y vida; la savia antes <strong>de</strong> parar su curso y<br />

retroce<strong>de</strong>r al corazón <strong>de</strong> los árboles, aprovechaba aquel minuto <strong>de</strong> plenitud <strong>de</strong>l verano para<br />

saturar por completo el organismo vegetal, y lo que era acres aromas en el monte, en el valle<br />

atmósfera verda<strong>de</strong>ramente embalsamada. La iluminación <strong>de</strong> la noche nupcial, los farolillos<br />

venecianos <strong>de</strong> las bodas, los suministraban las luciérnagas, insectos en quienes ar<strong>de</strong> visiblemente<br />

el fuego amoroso...<br />

No podía Gabriel confundir el verdoso y fosforescente reflejo <strong>de</strong> los gusanos con la pequeña<br />

llama azul que se alzó <strong>de</strong> las profundida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l cementerio, y que revoloteando suavemente le<br />

pasó a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l rostro. Bien conoció el fuego fatuo, arrancado por el calor a aquel sitio bajo<br />

y húmedo y relleno <strong>de</strong> cadáveres humanos... Con todo, sintió que otra vez se le exaltaba la<br />

fantasía, y pegó el rostro a la verja escudriñando con avi<strong>de</strong>z el interior <strong>de</strong>l camposanto, por si<br />

tras el fuego surgía alguna forma blanca, ni más ni menos que en Roberto el Diablo... Y en<br />

efecto... ¡Chifladura, ilusión <strong>de</strong> óptica! Calle... Pues no, que bien claro lo está viendo... Algo se<br />

alza <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l nicho, junto a los cipreses... Algo que se inclina, vuelve a alzarse, se mueve...<br />

¡Una forma humana...! ¡Un hombre!<br />

Sólo tiene tiempo el artillero para adosarse al muro, al amparo <strong>de</strong> la sombra que proyecta el<br />

olivo. Rechina el cerrojo, gira la llave, se abre la verja, y sale la persona que momentos antes<br />

rezaba al pie <strong>de</strong>l mausoleo <strong>de</strong> Nucha. El rezador nocturno cierra cuidadosamente la verja, hace<br />

por última vez la señal <strong>de</strong> la cruz volviéndose hacia el cementerio, y pasa rozando con Gabriel y<br />

sin verle, con la cabeza baja, cabeza blanquecina y cuerpo encorvado y humil<strong>de</strong>.<br />

-¡El cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>!<br />

Se quedó Gabriel algún rato como si fuese hecho <strong>de</strong> piedra, sin darse cuenta <strong>de</strong>l porqué<br />

semejante persona, en tal sitio y entregada a tal ocupación, le parecía la clave <strong>de</strong> algún misterio,<br />

uno <strong>de</strong> esos cabos sueltos <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ja <strong>de</strong>l pasado, que guían para <strong>de</strong>scubrir historias viejas que<br />

nos importan o que <strong>de</strong>spiertan novelesco interés.<br />

-¡Ahí están los suspiros y los rezos que yo oía! - pensó, encogiéndose <strong>de</strong> hombros -. Si no acierta<br />

a salir ahora este buen señor, yo tendría una cosa rara que contar... y creería honradamente en<br />

una pamplina... inexplicable... ¡Ea, me he lucido con mi excursión! De Manuela, ni rastro...<br />

Verdad es que he visitado a la pobre mamita... ¡Adiós, adiós! (Volviéndose hacia la verja.) Y en<br />

realidad la caminata me ha calmado. Se me figura que esta tar<strong>de</strong> pensé mil <strong>de</strong>lirios y ofendí<br />

mortalmente con la imaginación a mi sobrina. ¿Cómo ha <strong>de</strong> estar profanada, <strong>de</strong>pravada, una niña<br />

que tiene aquel aire franco y sencillo y honesto a la vez, el aire y los ojos <strong>de</strong> su madre? Sé<br />

sincero, Gabriel, contigo mismo. (Deteniéndose y mirando a las estrellas.) Lo que te sucedió, que<br />

te encelaste, porque estás interesado por la muchacha... Pues amigo, eso no vale. ¿A qué viniste<br />

aquí? ¿A salvarla, verdad? Entonces, piensa en ella sobre todo. A un lado egoísmos; si no te<br />

quiere, que no te quiera; mírala como la <strong>de</strong>bió haber mirado su padre. A pedirle mañana una<br />

entrevista; a hablarle como nadie le ha hablado nunca a la criatura infeliz. Lo que tú has estado<br />

pensado allí al pie <strong>de</strong>l castaño, es una monstruosidad; pero con todo, bueno es prevenir hasta el<br />

que a otros se les ocurra la misma sospecha atroz. A ti, al hermano <strong>de</strong> su madre, correspon<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>recho el intervenir. Y caiga quien caiga, y así sea preciso pren<strong>de</strong>r fuego a los Pazos y llevarte a<br />

la muchacha en el arzón <strong>de</strong> la silla... Digo, no; esto <strong>de</strong> raptos es niñería romántica... Pero es<br />

<strong>de</strong>cir, que tengas ánimo y que no se te ponga por <strong>de</strong>lante ni el Sursumcorda, ¡qué diablos! Y<br />

cuidadito cómo le hablas a la montañesa... No hay que abrirle los ojos, ni lastimarla, que <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong> todo... reparo <strong>de</strong>berías tener en tocarla siquiera con el aliento... y morirte <strong>de</strong>berías <strong>de</strong><br />

vergüenza por las cosas que se te han ocurrido. ¡Pobre chiquilla! (Pausa.) ¡Qué noche tan<br />

hermosa! ¿Iré camino <strong>de</strong> los Pazos... o lo estaré <strong>de</strong>sandando? Por allí suena la presa <strong>de</strong>l molino...<br />

220


De noche se oye muy bien... Parece el sollozo <strong>de</strong> una persona inconsolable... Sí, hacia esa parte<br />

están los Pazos; en llegando al molino, ya los veo.<br />

El sollozo <strong>de</strong>l agua le guió a una corredoira, no tan honda ni tan cubierta <strong>de</strong> vegetación como la<br />

<strong>de</strong> los Castros, pero perfumada y misteriosa cual ninguna <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> serlo en el verano, y alumbrada<br />

a la sazón por la luz suave y espectral <strong>de</strong> las luciolas, que a centenares se escondían en las zarzas<br />

o se perseguían arrastrándose por la hierba. Tan lindo aspecto daban a las plantas las linternas <strong>de</strong><br />

aquellos bichejos, que el artillero, al salir <strong>de</strong>l túnel, se <strong>de</strong>tuvo y miró hacia atrás, para gozar <strong>de</strong>l<br />

fantástico espectáculo. Una línea fría le cruzó el rostro: era un tenuísimo hilo <strong>de</strong> la Virgen, y<br />

Gabriel alzó la vista hacia el matorral, queriendo adivinar <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salía la sutil hebra. Cuando<br />

bajó los ojos, se le figuró que al otro extremo <strong>de</strong>l túnel se movía un bulto confuso y gran<strong>de</strong>. El<br />

pálido resplandor <strong>de</strong> los gusanos, semejante al <strong>de</strong>stello <strong>de</strong> una sarta <strong>de</strong> aguamarinas y perlas, no<br />

le consintió al pronto discernir si eran bueyes o personas, y cuántas, lo que se iba aproximando<br />

en silencio. Gabriel, sin reflexionar, se emboscó tras las plantas con el corazón en prensa; si<br />

alguien le hubiese preguntado entonces ¿por qué te escon<strong>de</strong>s y por qué te azoras así?, no le sería<br />

posible dar contestación satisfactoria. El bulto se acercó... Era doble: se componía <strong>de</strong> dos<br />

cuerpos tan pegados el uno al otro como la goma al árbol; no hablaban; ¿para qué? Él la sostenía<br />

por la cintura, y ella se recostaba en su hombro y le pasaba el brazo izquierdo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />

cuello. Marchaban con el paso elástico y perezoso a la vez, propio <strong>de</strong> la juventud y <strong>de</strong> la dicha<br />

avara, que regatea los minutos.<br />

Hacía ya algunos que había <strong>de</strong>saparecido la enamorada pareja, y todavía estaba el artillero<br />

quieto, con los puños y los labios apretados, los ojos abiertos <strong>de</strong> par en par, el cuerpo<br />

tembloroso, los pies clavados en tierra como si se los remachasen, fulminado en suma por la<br />

última visión <strong>de</strong> aquella noche <strong>de</strong> verano. Al fin su pecho se dilató, como para respirar; estiró los<br />

brazos; <strong>de</strong>scargó una patada en el suelo; y mandando enhoramala sus filosofías, su pulcritud <strong>de</strong><br />

lenguaje y <strong>de</strong> educación, su cultura y su firmeza, arrojó, como arroja el caño <strong>de</strong> sangre la arteria<br />

cortada, una interjección obscena y vulgarísima, y añadió sordamente:<br />

-¡Qué vergüenza... qué barbaridad!<br />

- XXVII -<br />

No vayan uste<strong>de</strong>s a figurarse que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el entronizamiento <strong>de</strong>l Gallo y sus útiles reformas<br />

encaminadas a acrecentar el <strong>de</strong>coro y representación <strong>de</strong> los Pazos, o al menos <strong>de</strong> la mayordomía,<br />

se hubiese suprimido el tertulión <strong>de</strong> la cocina por las noches. Suprimir, no; <strong>de</strong>purar, es otra cosa.<br />

La autoridad <strong>de</strong>l buen ex-gaitero se empleaba en alejar mañosa o explícitamente <strong>de</strong> allí a la<br />

gentuza, como las nietas <strong>de</strong> la Sabia y otras lambonas que sólo andaban tras la intriga y a la<br />

socaliña <strong>de</strong>l pedazo <strong>de</strong> pan hoy, y mañana <strong>de</strong>l <strong>de</strong> cerdo, si a mano viene. Para semejantes brujas,<br />

chismosas y zurcidoras <strong>de</strong> volunta<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer día significó el Gallo con toda su<br />

autoridad <strong>de</strong> sultán y marido, la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> expulsión; ¡si conocería él el paño! Y Sabel, aunque<br />

muy dada a comadrear, hubo <strong>de</strong> conformarse - como se conformaría a andar a cuatro patas, si<br />

tales fuesen los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong>l insigne rey <strong>de</strong>l corral.<br />

Escogido ya el número <strong>de</strong> tertulianos, se redujo a los notables <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> y Naya, al pedáneo, a los<br />

labriegos cabezas <strong>de</strong> familia y colonos <strong>de</strong> los Pazos, al criado <strong>de</strong>l cura, al sacristán, al peón<br />

caminero, y <strong>de</strong>más personas <strong>de</strong> suposición que por allí podían encontrarse; <strong>de</strong> suerte que varió<br />

muchísimo el carácter <strong>de</strong> aquel sarao, y no se parecía en lo más mínimo a lo que fue en otros<br />

días, bajo la dominación <strong>de</strong> Primitivo el Terrible. Antaño, predominando el sexo femenino, se<br />

pagaba tributo muy crecido a la superstición: se refería el paso <strong>de</strong> la Compaña con su procesión<br />

<strong>de</strong> luces; se contaban las tribulaciones <strong>de</strong> la mocita a quien le había dado sombra <strong>de</strong> gato negro o<br />

atacádola el ramo cativo; se ofrecían recetas y medicinas para todos los males; se gastaba una<br />

noche en comentar el robo <strong>de</strong> una gallina o el feliz alumbramiento <strong>de</strong> una vaca; un viejo chusco<br />

221


efería cuentos, y las mozas, en ratos <strong>de</strong> buen humor, se tiroteaban a coplas, improvisándolas<br />

nuevas cuando se les acababan las antiguas. Toda esta diversión populachera era incompatible<br />

con los a<strong>de</strong>lantos <strong>de</strong> la civilización que pretendía introducir allí el Gallo. Bajo su influjo, la<br />

tertulia, compuesta <strong>de</strong> sesudos y doctos varones, se convirtió en una especie <strong>de</strong> ateneo o<br />

aca<strong>de</strong>mia, don<strong>de</strong> se ventilaban diariamente cuestiones arduas más o menos enlazadas con las<br />

ciencias políticas y morales. El Gallo se encargaba <strong>de</strong> la lectura <strong>de</strong> periódicos, que realizaba con<br />

aquel garabato y chiste que sabemos; y excusado me parece advertir lo bien informado que<br />

quedaba el público, y las exactísimas nociones que adquiría sobre cuanto Dios crió. Así es que el<br />

<strong>de</strong>bate era <strong>de</strong> lo más luminoso, y mal año para los gobernantes y repúblicos que no viniesen allí a<br />

ver resueltos por encanto los problemas que tanto les dan en qué enten<strong>de</strong>r. Había en la asamblea<br />

especialistas, profundo cada cual en la materia a que consagraba sus <strong>de</strong>svelos: Goros, el criado<br />

<strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, se <strong>de</strong>dicaba a la controversia teológica y a la exégesis religiosa, soltando cada<br />

herejía que temblaba el misterio; el señor pedáneo tenía a su cargo la política interior, cortaba<br />

sayos y daba atinadísimos consejos a Castelar y a Sagasta, hablaba <strong>de</strong> ellos como si fuesen sus<br />

compinches, y vaticinaba cuanto infaliblemente iba a producirse en el seno <strong>de</strong>l gabinete: un<br />

labriego machucho, el tío Pepe <strong>de</strong> Naya, antes encargado <strong>de</strong>l ramo <strong>de</strong> chascarrillos, corría ahora<br />

con el <strong>de</strong> hacienda, y exponía las más atrevidas teorías <strong>de</strong> los socialistas y comunistas<br />

revolucionarios, sin necesidad <strong>de</strong> haber leído a Proudhon ni cosa que lo valga; y el atador <strong>de</strong><br />

Boán, cuando llamado por <strong>de</strong>beres profesionales o alumbrado más <strong>de</strong> la cuenta se veía obligado<br />

a pasar la noche en <strong>Ulloa</strong>, <strong>de</strong>dicábase a la propaganda filosófica, y ponía cátedra <strong>de</strong> panteísmo,<br />

explicando cómo los hombres y las lechugas son una sola esencia en diferentes posiciones... o<br />

para <strong>de</strong>cirlo en sus propias palabras, lo mismito, carraspo, perdonando vusté.<br />

Uno <strong>de</strong> los mayores placeres <strong>de</strong> aquel senado campesino era confundir y aturdir con su ciencia a<br />

los ignorantuelos, a los criados <strong>de</strong> escalera abajo, o sea <strong>de</strong> establo y labranza, haciéndoles<br />

preguntas capciosas y divirtiéndose en acrecentar su estupi<strong>de</strong>z, cosa bastante difícil. A veces<br />

llamaban al pastor, aquel rapazuco escrofuloso que pa<strong>de</strong>ció persecución bajo Primitivo y era<br />

ahora un tagarote medio idiota; y excitando su vanidad (que todos la tienen) le hacían soltar<br />

peregrinos <strong>de</strong>spropósitos. Generalmente lo examinaban <strong>de</strong> teología.<br />

- Quitaday, marrano, que tan siquiera sabes quién es Dios.<br />

- Sé, sé - contestaba muy ufano el mozo rascándose la oreja.<br />

- Pues gomítalo.<br />

- Es un ángel rebel<strong>de</strong>, que por su...<br />

Coro <strong>de</strong> risotadas, <strong>de</strong> exclamaciones y <strong>de</strong> aplausos.<br />

- A ver - exclamaba Goros -; ¿para qué es el Sacramento <strong>de</strong>l Or<strong>de</strong>n?<br />

- Si me pregunta <strong>de</strong> cosas <strong>de</strong> allá <strong>de</strong> Madrí, yo mal le puedo dar sastifación.<br />

- Soo... ¡mulo! El Sacramento <strong>de</strong>l Or<strong>de</strong>n (abre el ojo) es para... ¡criar hijos para el cielo!<br />

- Bien, ya estamos en eso - contestaba muy serio el gañán, entre la algazara y regocijo <strong>de</strong>l ateneo<br />

<strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Con intermedios <strong>de</strong> este jaez se amenizaban las discusiones formales. Es <strong>de</strong> saber que en tiempo<br />

<strong>de</strong> verano, y más si el calor arreciaba, y con doble motivo si era en días <strong>de</strong> maja y siega, el<br />

ateneo trasladaba el local <strong>de</strong> sus sesiones <strong>de</strong> la cocina, a la parte <strong>de</strong>l huerto lindante con la era:<br />

colocábanse allí bancos, tallos, cestas volcadas panza arriba, y sin <strong>de</strong>rrochar más can<strong>de</strong>la que la<br />

que los astros o la luna ofrecían gratuitamente, gozando el fresco y oyendo en la era el canticio y<br />

el bailoteo <strong>de</strong> segadoras y majadores, <strong>de</strong>partían sabrosamente, echaban yescas para el cigarro, y<br />

la conversación giraba sobre temas <strong>de</strong> actualidad, agrícolas y rurales.<br />

En mitad <strong>de</strong> una acalorada discusión sobre la calidad <strong>de</strong>l trigo cayó allí Gabriel <strong>Pardo</strong>, que<br />

regresaba <strong>de</strong> su tremendo viaje a través <strong>de</strong>l valle <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Por fortuna, la luz estelar, con ser tan<br />

viva y refulgente, no bastaba a <strong>de</strong>scubrir al pronto lo <strong>de</strong>scompuesto <strong>de</strong> su semblante; pero bien se<br />

podía notar lo ronco <strong>de</strong> la voz en que exclamó, encarándose con el primer ateneísta que le salió<br />

al paso:<br />

222


-¿Dón<strong>de</strong> está Perucho?<br />

El Gallo se levantó obsequiosamente, y con sonrisa afable y la frase más selecta que pudo<br />

encontrar, respondió lo que sigue:<br />

- Señor don Grabiel, no le saberé <strong>de</strong>cir con eusautitú... Quizásmente que aún no tendrá voltado,<br />

en atención a que no se ha visto por aquí su comparecencia...<br />

-¡Falso! Es usted un embustero - gritó brutalmente el comandante, ciego <strong>de</strong> dolor y necesitado,<br />

con necesidad física, <strong>de</strong> <strong>de</strong>sahogar en alguien y <strong>de</strong> hacer daño... <strong>de</strong> pegar fuego a los Pazos, si<br />

pudiese -. ¡Ea! -añadió- a <strong>de</strong>cirme dón<strong>de</strong> está su hijo <strong>de</strong> usted o lo que sea... ¡Aquí no vale<br />

encubrir!<br />

¡Quién viera al rey <strong>de</strong>l corral erguirse sobre sus espolones, en<strong>de</strong>rezar la cresta, estirar el cuello, y<br />

exhalar este sonoro quiquiriquí!:<br />

- Adispensando las barbas honradas <strong>de</strong> usté, señorito don Grabiel, esas son palabras muy<br />

mayores y mi caballerosidá y mi dicencia, es un <strong>de</strong>cir, no me permiten...<br />

- Eh... ¿quién le cuenta a usted nada? ¿Qué se me importa por usted? - vociferó Gabriel<br />

nuevamente -. A quien necesito es a Perucho... Llámenle uste<strong>de</strong>s, pero en seguida.<br />

- Ha <strong>de</strong> estar en la era - indicó tímidamente el pastor.<br />

Gabriel no quiso oír más, y <strong>de</strong>sapareció como un rehilete en dirección <strong>de</strong> la era. Encontrola<br />

brillante, concurridísima. Una tanda <strong>de</strong> mozas y mozos bailaba el contrapás, al son <strong>de</strong> la<br />

pan<strong>de</strong>reta y la flauta; la tañedora <strong>de</strong> pan<strong>de</strong>ro cantaba esta copla:<br />

A lua vay encuberta...<br />

a min pouco se me dá:<br />

a lua que a min m'alumbra<br />

<strong>de</strong>ntro do meu peito está.<br />

Oíala como en sueños el comandante, <strong>de</strong>tenido a la entrada y presa entonces <strong>de</strong> un paroxismo <strong>de</strong><br />

ira que le hacía temblar como la vara ver<strong>de</strong>. Calma... sosiego... voy a echarlo todo a per<strong>de</strong>r...<br />

<strong>de</strong>cía consigo mismo; y al par que veía claramente su razón la necesidad <strong>de</strong> tener aplomo y<br />

presencia <strong>de</strong> ánimo, aquella parte <strong>de</strong> nosotros mismos que <strong>de</strong>biera llamarse la insurgente, le tenía<br />

entre sus uñas <strong>de</strong> fierecilla <strong>de</strong>senca<strong>de</strong>nada, y le soplaba al oído: - Qué gusto coger un palo...<br />

entrar en la era... <strong>de</strong>slomar a estacazos a todo el mundo... arrimar un fósforo a las medas... armar<br />

el revólver, y en un santiamén... pun, pun, a este quiero, a este no quiero...<br />

A su izquierda divisó un grupo, compuesto <strong>de</strong> Sabel y <strong>de</strong> varias comadres <strong>de</strong>l vecindario: y<br />

<strong>de</strong>lante, en pie, algo ensimismado, a Perucho en persona. Gabriel se le acercó, hasta ponerle la<br />

mano en el hombro; y al tenemos que hablar <strong>de</strong>l comandante, estremeciose el montañés, pero<br />

respondió con súbita firmeza:<br />

- Cuando usted guste.<br />

- Ahora mismo.<br />

- Bueno, ya voy.<br />

Echó <strong>de</strong>lante el mozo, y siguiole <strong>Pardo</strong>, sin añadir palabra. Alejándose <strong>de</strong> la gente, atravesaron el<br />

huerto, entraron en el corredor, llegaron a la cocina, don<strong>de</strong> la fregatriz revolvía en la sartén, con<br />

cuchara <strong>de</strong> palo, algo que olía a fritanga apetitosa; y el montañés, sin <strong>de</strong>tenerse, tomó una<br />

candileja <strong>de</strong> petróleo encendida, y guió a las habitaciones <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong>l Gallo, entre las cuales<br />

se contaba cierta salita, orgullo y prez <strong>de</strong>l mayordomo, porque en seis leguas a la redonda, sin<br />

exceptuar las casas majas <strong>de</strong> Cebre, no la había mejor puesta, ni más conforme a las exigencias<br />

<strong>de</strong>l gusto mo<strong>de</strong>rno, sin que le faltase siquiera -¡lujo inaudito, refinamiento increíble! - un<br />

entredós en vez <strong>de</strong> consola; un entredós <strong>de</strong> imitación <strong>de</strong> palo santo, con magníficos adornos <strong>de</strong><br />

un metal que sin pizca <strong>de</strong> vergüenza remedaba el bronce. Frente a este mueble, en que el Gallo<br />

tenía puesto su corazón, un soberbio diván <strong>de</strong> repis amarillo canario convidaba al reposo, y<br />

Perucho, <strong>de</strong>jando la candileja sobre el entredós, hizo seña al comandante <strong>de</strong> que podía sentarse si<br />

223


gustaba, al mismo tiempo que se le plantaba enfrente, con la cabeza erguida, resuelto el a<strong>de</strong>mán,<br />

algo pálidas, contra lo acostumbrado, las mejillas, y pronunciando en tono que a Gabriel le sonó<br />

provocativo:<br />

- Usted dirá, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>... ¿Qué se le ofrece?<br />

El comandante midió <strong>de</strong> alto a bajo al bastardo, frunciendo la boca, con el gesto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio<br />

más claro y más enérgico que pudo; acercose luego a la puerta, y dio vuelta a la llave, que halló<br />

puesta por <strong>de</strong>ntro; y volviéndose hacia el montañés, le escupió al rostro estas frases:<br />

-¡Se me ofrece <strong>de</strong>cirte que eres un pillastre y un ladrón, y que voy a darte tu merecido, canalla!<br />

¡A ti y a la perra que te parió! ¡Mamarracho in<strong>de</strong>cente!<br />

Lo raro era que Gabriel oía sus propias palabras como si las dijese otra persona; y allá en el<br />

fondo <strong>de</strong> su ser, las comentaba una voz, susurrando: - Es <strong>de</strong>masiado, ese hombre habla como un<br />

loco -. Y no podía, no podía sujetar la lengua, ni refrenar la indignación frenética. Por lo que<br />

hace a Perucho, oyendo aquellas cláusulas que abofeteaban, saltó lo mismo que si le hincasen en<br />

la carne un alfiler can<strong>de</strong>nte; <strong>de</strong>svió y echó atrás los codos, cerró los puños, y sacó el pecho, como<br />

para arrojarse sobre Gabriel. El furor ennegrecía sus pupilas azules, y daba a sus facciones<br />

correctas y bien <strong>de</strong>lineadas la ceñuda severidad <strong>de</strong> un rostro <strong>de</strong> Apolo flechero.<br />

- No... no me tutee usted - balbuceó reprimiéndose todavía - no me tutee ni me insulte... porque<br />

tan cierto como que Dios está en el cielo y nos oye...<br />

-¿Qué harás, bergante?<br />

- Lo va usted a saber ahora mismo - gritó el montañés, cuyos ojos eran dos llamas oscuras en una<br />

máscara trágica <strong>de</strong> alabastro. Un segundo duró para Gabriel la visión <strong>de</strong> aquel rostro admirable,<br />

porque instantáneamente sintió que dos barras <strong>de</strong> hierro flexibles y calientes se le adaptaban al<br />

cuerpo, prensándole las costillas hasta quitarle la respiración. Intentó <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse lo mejor<br />

posible, tenía los brazos en alto y libres y podía herir a su contrario en el rostro, arañarle, tirarle<br />

<strong>de</strong>l pelo; pero aun en tan crítica situación, comprendió lo femenil y bajo <strong>de</strong> resistir así, y ¡extraña<br />

cosa!, al verse cogido en la formidable tenaza, preso, subyugado, vencido por el mismo a quien<br />

venía a confundir y humillar, su ciega y furiosa ira y el hervor animal e instintivo <strong>de</strong> su sangre se<br />

calmaron como por obra <strong>de</strong> un conjuro, y hasta le pareció que experimentaba simpatía por el<br />

brioso mozo. Todo fue como un relámpago, porque el achuchón crecía, y el ahogo también, y el<br />

montañés tenía a su rival a dos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l suelo, aprestándose a ponerle en el pecho la rodilla.<br />

Intentó Gabriel un esfuerzo para rehacerse y librarse, pero Perucho apretó más, y mal lo hubiera<br />

pasado su enemigo, a no ser por una casual circunstancia. La butaca contra la cual estaba<br />

acorralado el comandante era nada menos que una mecedora, mueble que hacía la felicidad <strong>de</strong>l<br />

Gallo, por lo mismo que nadie <strong>de</strong> su familia ni <strong>de</strong> seis leguas en contorno acertaba a sentarse en<br />

ella sino <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reiterados ensayos, continuas lecciones y fracasos serios. Al peso <strong>de</strong> los dos<br />

combatientes, la mecedora cedió con movimiento <strong>de</strong> báscula, y el grupo vino a tierra, haciendo<br />

la dichosa mecedora el oficio <strong>de</strong> Beltrán Claquin en la noche <strong>de</strong> Montiel, pues Perucho, que<br />

estaba encima, se halló <strong>de</strong>bajo, y Gabriel, sin más auxilio que el <strong>de</strong> su propio peso y corpulencia,<br />

con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> movimientos que dicta el instinto <strong>de</strong> conservación, le sujetó y contuvo,<br />

teniéndole cogidas las muñecas e hincándole la rodilla en el estómago.<br />

-¡Máteme, ya que pue<strong>de</strong>! - tartamu<strong>de</strong>aba el montañés -. Máteme o suélteme, para que yo... le...<br />

ahog...<br />

El aliento se le acababa, porque el cuerpo <strong>de</strong> su adversario, gravitando sobre su pecho, le<br />

impedía respirar. Terminó la frase con un ¡z!, ¡z!, ¡z! cada vez más fatigoso... Vio en el espacio<br />

unas lucecitas amarillentas y moradas... luego sintió un bienestar inexplicable, y oyó una voz que<br />

<strong>de</strong>cía:<br />

- Pues anda, levántate y ahógame... ¿No pue<strong>de</strong>s? La mano.<br />

Se levantó sostenido por Gabriel, tambaleándose; dio dos o tres pasos sin objeto; se pasó la<br />

diestra por los ojos, y miró al artillero fijamente; y como viese en su rostro una tranquilidad muy<br />

distinta <strong>de</strong> la furia <strong>de</strong> antes, la tuvo por señal <strong>de</strong> mofa, cerró otra vez los puños, y bajando la<br />

224


cabeza como el novillo cuando embiste, se precipitó... Gabriel a<strong>de</strong>lantó las manos para parar el<br />

golpe, con calma <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa; entonces, el montañés se contuvo, <strong>de</strong>jó caer los brazos, dio media<br />

vuelta, y encogiéndose <strong>de</strong> hombros, exclamó:<br />

- Yo no pego a quien no me resiste... ¿Somos aquí chiquillos? ¿Estamos jugando, o qué?<br />

Callaba Gabriel y reflexionaba, sintiéndose ya, con íntima satisfacción, dueño <strong>de</strong> sí y capaz <strong>de</strong><br />

regir sus acciones. Seamos francos, pensaba; me he comportado como un bruto; he hablado<br />

como un <strong>de</strong>mente. A bien que en mí son momentáneas las excitaciones; que si me durase como<br />

me da, yo me <strong>de</strong>jaría atrás a todos los salvajes. Un poco <strong>de</strong> juicio, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>... Pero ahora se<br />

me figura que ya lo tengo <strong>de</strong> sobra.<br />

- Oiga usted... - dijo a Perucho, tosiendo para afianzar la voz -. Le he maltratado a usted hace un<br />

instante; hice mal, y lo reconozco. Es <strong>de</strong>cir: no me faltan motivos <strong>de</strong> hablarle a usted con toda la<br />

dureza posible; pero con razones, no con injurias... Debí empezar por ahí.<br />

- <strong>Los</strong> motivos que usted tiene, ya los sé yo... Demasiado que los sé.<br />

- Se equivoca usted... Hágame el obsequio <strong>de</strong> sentarse; ya ve que no le tuteo, ni le ofendo en lo<br />

más mínimo. Pero tenemos que hablar largamente y ajustar cuentas, <strong>de</strong> las cuales no he <strong>de</strong><br />

perdonarle a usted un céntimo si sale alcanzado... Vuelvo a rogarle que se siente.<br />

Perucho se <strong>de</strong>jó caer en el sofá con hosco a<strong>de</strong>más, arreglándose maquinalmente el cuello y la<br />

corbata, que ya no tenía muy en or<strong>de</strong>n antes y que con la refriega se habían insubordinado por<br />

completo. Ocupó Gabriel la mecedora <strong>de</strong> enfrente, y empezó a mecerse con movimiento<br />

automático. Arreglaba un discurso; pero lo que salió fue un trabucazo.<br />

-¿Usted sabe <strong>de</strong> quién es hijo? (al preguntarlo se encaró con Perucho).<br />

-¿Y a qué viene eso? - contestó el mozo -.¿No está usted cansado <strong>de</strong> conocer a mis padres?<br />

Déjeme usted en paz.<br />

-¿Y siendo sus padres <strong>de</strong> usted... un mayordomo y una criada... cómo se ha atrevido usted... a<br />

poner los ojos en mi sobrina? ¿Cómo se ha atrevido usted... (ensor<strong>de</strong>ciendo la voz, que vibraba<br />

<strong>de</strong> enojo aún) a levantarse hasta don<strong>de</strong> usted no pue<strong>de</strong> ni <strong>de</strong>be subir? ¡Sólo un hombre vil<br />

(acercándose al montañés) se aprovecha <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scuido y <strong>de</strong> la confianza ajena para... apo<strong>de</strong>rarse<br />

<strong>de</strong>... una señorita... y... abusar <strong>de</strong> ella, cuando come el pan <strong>de</strong> su casa!<br />

Perucho contenía los bramidos que se le venían a la laringe, y oía royéndose la uña <strong>de</strong>l pulgar<br />

con tal ensañamiento, que ya brotaba sangre. Al fin pudo formar voz humana en la garganta.<br />

- Quien... quien abusa es usted, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>... Sí, señor, abusa usted <strong>de</strong> mi posición, <strong>de</strong> verme<br />

un infeliz, un hijo <strong>de</strong> pobres, un <strong>de</strong>sdichado que no se pue<strong>de</strong> reponer contra usted como<br />

correspon<strong>de</strong>... Pero me repondré, caramba si me repondré... que tampoco no es uno ningún sapo,<br />

para <strong>de</strong>jarse patear sin volverse a quien lo patea... Y nos veremos las caras don<strong>de</strong> usted guste,<br />

que aunque me ve sin pelo en ella, soy hombre para cualquier hombre, y a mí no me espantan<br />

palabras ni obras... Y si a obras vamos... si se trata <strong>de</strong> romperse el alma por Manuela, porque<br />

usted la quiere para sí y ha venido a hacerle los cocos... ¡mejor, mejor! Nos la rompemos, y en<br />

paz... También le puedo contar algunas cositas que le lleguen a<strong>de</strong>ntro, para que tenga más modo<br />

otra vez... Que yo como el pan <strong>de</strong> esta casa; que Manuela es mi señorita, y que tumba y que<br />

dale... De eso <strong>de</strong> comer el pan, podíamos hablar mucho; porque, según le oí a mi madre, más<br />

dinero le <strong>de</strong>bía a mi abuelo la casa <strong>de</strong> los Pazos que mi abuelo a ella... De ser Manola mi<br />

señorita... cierto que ella es hija <strong>de</strong> un señor... pero maldito si se conoció nunca que lo fuese...<br />

Des<strong>de</strong> chiquillos andamos juntos, sin diferencias <strong>de</strong> clases ni <strong>de</strong> señoríos; y nadie nos recordó<br />

nuestra condición <strong>de</strong>sigual, hasta que cayó aquí, llovido <strong>de</strong>l cielo, el señor don Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong><br />

la Lage... Manola, ahí don<strong>de</strong> usted la ve, no tuvo en toda su vida nadie que la quisiese más que<br />

yo, yo (y se golpeaba el fornido pecho), nadie que se acordase <strong>de</strong> ella, no señor, ni su padre,<br />

¿usted lo oye?, ni su padre... Yo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que levantaba <strong>de</strong>l suelo tanto como una berza, la enseñé a<br />

andar, cargué con ella en brazos, para que no se mojase los pies cuando llovía, le di las sopas, le<br />

guardé el sueño, y le discurrí los juguetes y las diversiones... Yo le enseñé lo poco que sabe <strong>de</strong><br />

leer y escribir, que si no, ahora estaría firmando con una cruz... Yo la <strong>de</strong>fendí una vez <strong>de</strong> un<br />

225


perro <strong>de</strong> rabia... ¿Sabe usted lo que es un perro <strong>de</strong> rabia? ¡No, que en los pueblos eso no se ve<br />

nunca! Pues al perro, con aquellos ojos encarnizados y aquel hocico baboso, lo maté yo, pero no<br />

<strong>de</strong> lejos, sino <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerquita, así, echándome a él, machacándole la cabeza con una piedra<br />

gran<strong>de</strong>, mientras la chiquilla lloraba muerta <strong>de</strong> miedo... ¡Si no estoy yo allí, a tales horas Manola<br />

es ánima <strong>de</strong>l purgatorio! En el brazo y en la pierna me mordió el perro, y gracias que la ropa era<br />

fuerte, y allí se quedó la baba... Otra vez la cogí a la orillita <strong>de</strong> un barranco, que si me <strong>de</strong>scuido,<br />

al Avieiro se me larga... Yo me quemé la mano en el horno por sacarle una bolla caliente, que se<br />

le había antojado... ¿ve usted...?, aquí anda todavía la señal... Y yo por ella me echaría <strong>de</strong> cabeza<br />

al río, y me <strong>de</strong>jaría arrancar las tiras <strong>de</strong>l pellejo... Ni ella tiene sino a mí, ni yo sino a ella. ¿Que<br />

es usted su tío? ¿Y qué? ¿Se ha acordado usted <strong>de</strong> ella hasta la presente? ¡Buena gana! Andaba<br />

usted por esos mundos, muy bien divertido y recreado. Yo con ella, con ella siempre... ¡hasta<br />

morir! Me quiere, la quiero, y ni usted ni veinte como usted... ¡ni el mismo Dios <strong>de</strong>l cielo que<br />

bajase con toda la corte celestial!, me la quitan. ¡Así me valga Cristo, y antes yo ciegue que verla<br />

casada con usted!<br />

El montañés hablaba con presteza, accionando mucho, como escupiendo palabras y<br />

pensamientos que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy atrás le rebosaban <strong>de</strong>l corazón. Su gallarda persona y su acción<br />

fogosa y expresiva parecían no caber en la ridícula sala, bien como el gran actor no encuentra<br />

espacio en un escenario estrecho; y a cada molinete <strong>de</strong> su fuerte brazo se hallaban en inminente<br />

peligro los cromos, las cajas <strong>de</strong> cartón, las orquestas <strong>de</strong> perritos y gatitos <strong>de</strong> loza, las figuras <strong>de</strong><br />

yeso teñidas con purpurina imitando bronce, todas las simplezas importadas por el Gallo <strong>de</strong> sus<br />

excursiones orensanas, pues tan a<strong>de</strong>lantado estaba el buen sultán en la ciencia suntuaria <strong>de</strong><br />

nuestra época, que hasta cultivaba el bibelot. Gabriel oía, mostrando un rostro apenado, perplejo<br />

y meditabundo; a veces cruzaban por él vislumbres <strong>de</strong> compasión; otras, aquella pasión tan<br />

juvenil y fresca, tan vigorosamente expresada, le removía como remueve la escena <strong>de</strong> un drama<br />

magnífico; y su boca se crispaba <strong>de</strong> terror, lo mismo que si el conflicto, tan grave ya, creciese en<br />

proporciones y rayase en horrenda e invencible catástrofe... Viendo callado al artillero, Perucho<br />

se persuadió <strong>de</strong> que lo convencía, y continuó con más calor aún:<br />

- Si Manola es rica, sepan que yo no quiero sus riquezas, y que me futro y me refutro en ellas...<br />

Que el padrino gaste su dinero en lo que se le antoje; que lo gaste en cohetes, o lo dé a los pobres<br />

<strong>de</strong> la parroquia. Dios se lo pague por la carrera que me está dando, pero con carrera o sin ella...<br />

yo ganaré para mí y para mi mujer. Manola se crió como la hija <strong>de</strong> un labriego; no necesita lujos<br />

ni sedas; yo menos todavía. Mi madre no es pobre miserable: heredó <strong>de</strong>l abuelo un pasar, y me<br />

dará... Y si no me da, tal día hizo un año. Con cuatro pare<strong>de</strong>s y unas tejas, allá en el monte,<br />

frente a las Poldras, vivimos como unos reyes, sin acordarnos <strong>de</strong>l mundo y sus engañifas...<br />

Casualmente lo único para que sirvo yo es para arar y sachar: los estudios me revientan: paisano<br />

nací y paisano he <strong>de</strong> morir, con la tierra pegada a las manos... Una casita y una heredad y una<br />

pareja <strong>de</strong> bueyes con que labrarla, no hemos <strong>de</strong> ser tan infelices que eso nos falte..., y en<br />

teniendo eso, que se ría el mundo <strong>de</strong> mí, que yo me reiré <strong>de</strong>l mundo... y estaré como en el cielo,<br />

y Manola también... mientras que con usted rabiaría y se con<strong>de</strong>naría, porque no le quiere, no le<br />

quiere y no le quiere.<br />

Acabar su peroración el montañés y sentirse Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong>finitivamente vencido y arrastrado<br />

por la corriente <strong>de</strong> simpatía que empezaba a ablandarle <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que había ja<strong>de</strong>ado entre los brazos<br />

fuertes <strong>de</strong>l mozo, fueron cosas simultáneas. Obe<strong>de</strong>ciendo a impulso irresistible, tendió la mano<br />

para darle una palmada en el hombro; hízose atrás Perucho, tomando por nueva hostilidad lo que<br />

no era sino halago.<br />

-¡No ponerse en guardia, amigo, que no hay <strong>de</strong> qué! - exclamó el artillero, cuya noble fisonomía<br />

respiraba ya concordia y bondad al par que dolor y pena -. Tan no hay <strong>de</strong> qué, que se va usted a<br />

pasmar... Deme usted esa mano, y perdóneme todo cuanto le he dicho al entrar aquí... He<br />

procedido con injusticia, con barbarie y con grosería; pero si usted supiese cómo me estaba<br />

doliendo el alma, y cómo me duele aún... No conserve usted nada contra mí: <strong>de</strong>me la mano...<br />

226


<strong>Los</strong> ojos azules le miraron con <strong>de</strong>sconfianza, y Perucho retiró el brazo.<br />

- Mucho estimo eso que usted dice ahora, pero mejor fuera no venirse con esos <strong>de</strong>sprecios <strong>de</strong><br />

antes... Nadie tiene cara <strong>de</strong> corcho, y la vergüenza es <strong>de</strong> todo el mundo.<br />

- Usted lleva razón, pero yo la he perdido media hora <strong>de</strong> este aciago día... Motivo me ha sobrado<br />

para ello. ¡Óigame usted, por lo que más quiera! Por... por mi sobrina. Deme usted su palabra <strong>de</strong><br />

que hará lo que voy a rogarle.<br />

- No señor, no; yo no prometo nada tocante a Manola. ¿Y a qué viene mentir? Mejor es<br />

<strong>de</strong>sengañarle. Lo mismo da que lo prometa que que no lo prometa. Ahora prometería, pongo por<br />

caso, no arrimarme a ella en jamás, y <strong>de</strong> contado me volvería a pegar a sus faldas. Imposibles no<br />

se han <strong>de</strong> pedir a nadie.<br />

- No es eso... ¡Si usted no me oye...!<br />

-¿No es nada <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar a Manoliña?<br />

- No... Es que me prometa usted que <strong>de</strong> lo que vamos a hablar no dirá usted palabra a nadie... ¡a<br />

nadie <strong>de</strong> este mundo!<br />

- Corriente. Si no es más que eso...<br />

- No más.<br />

- Pues venga.<br />

- No... - replicó Gabriel bajando la voz -. Aquí no... Acompáñeme usted a mi cuarto... Tengo<br />

excelente oído... y juraría que anda gente en el corredor.<br />

- XXVIII -<br />

Como saliesen un poco más aprisa <strong>de</strong> lo justo, abriendo con ímpetu la puerta, estuvieron a punto<br />

<strong>de</strong> aplastar entre hoja y pared la nariz <strong>de</strong>l Gallo, el cual, sin género <strong>de</strong> duda, atisbaba. Al<br />

impensado portazo, lejos <strong>de</strong> enfadarse, sonrió con dignidad y afabilidad, murmurando no sé qué<br />

fórmulas <strong>de</strong> cortesía: su gran civilización le obligaba a mostrarse atento con las personas que<br />

visitaban su domicilio. Pero Gabriel y Perucho cruzaron por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él como sombras<br />

chinescas, y no le hicieron maldito el caso. Lo cual, unido a otros singulares inci<strong>de</strong>ntes, la ira <strong>de</strong><br />

Gabriel, su afán por encontrar a Perucho, lo extraño <strong>de</strong> la entrevista, la encerrona, le puso en<br />

alarma y <strong>de</strong>spertó su aguda suspicacia labriega. Rascose primero <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la oreja, luego al<br />

través <strong>de</strong> las patillas, y estas operaciones le ayudaron eficazmente a <strong>de</strong>liberar y a dar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego<br />

no muy lejos <strong>de</strong>l hito.<br />

Al entrar Perucho y Gabriel en la habitación <strong>de</strong> este, se encontraron a oscuras: el montañés rascó<br />

un fósforo contra el pantalón, y encendió la bujía; el artillero acudió a echar la llave, prevención<br />

contra importunos y curiosos. Para mayor seguridad, acercose a la ventana, bastante <strong>de</strong>sviada <strong>de</strong><br />

la puerta. Ninguno <strong>de</strong> los dos pensó en sentarse. Recostado en la pared, con la izquierda metida<br />

en el seno, al modo <strong>de</strong> los oradores cuando reposan, el brazo <strong>de</strong>recho caído a lo largo <strong>de</strong>l muslo,<br />

una pierna extendida y firme y otra cruzada y apoyada en la punta <strong>de</strong>l pie, Perucho aguardaba,<br />

animoso y resuelto, como el que no ha <strong>de</strong> transigir ni renunciar por más que hagan y digan. Con<br />

las manos en los bolsillos <strong>de</strong> la cazadora, la cabeza caída sobre el pecho, y meneándola un poco<br />

<strong>de</strong> arriba abajo, los labios plegados, arrugada la frente, Gabriel <strong>Pardo</strong> se paseaba in<strong>de</strong>ciso, tres<br />

pasitos arriba, tres abajo. Al fin hizo un movimiento <strong>de</strong> hombros como diciendo - pecho al agua -<br />

y, súbitamente, se en<strong>de</strong>rezó, encarose con el montañés y articuló lo que sigue:<br />

- Vamos claros... ¿Usted sabe o no sabe que es hermano <strong>de</strong> Manuela?<br />

Si asestó la puñalada contando con los efectos <strong>de</strong> su rapi<strong>de</strong>z, no le salió el cálculo fallido. El<br />

montañés abrió los brazos, la boca, los ojos, todas las puertas por don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> entrar el estupor y<br />

el espanto; enarcó las cejas, ensanchó la nariz... fue, por breves momentos, una estatua clásica; el<br />

escultor que allí se encontrase lamentaría, <strong>de</strong> fijo, que estuviese vestido el mo<strong>de</strong>lo. Y sin lanzar<br />

la exclamación que ya se asomaba a los labios, poco a poco mudó <strong>de</strong> aspecto, se hizo atrás, bajó<br />

227


los ojos, y se vio claramente en su fisonomía el paso <strong>de</strong>l tropel <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as que se agolpan <strong>de</strong><br />

improviso a un cerebro, la asociación <strong>de</strong> reminiscencias que, unidas <strong>de</strong> súbito en luminoso haz,<br />

extirpan una ignorancia inveterada; la revelación, en suma, la tremenda revelación, la que el<br />

enamorado, el esposo, el creyente, el padre convencido <strong>de</strong> la virtud <strong>de</strong> la adorada hija, se<br />

resisten, se niegan a recibir, hasta que les cae encima, contun<strong>de</strong>nte, brutal y mortífera, como un<br />

mazazo en el cráneo.<br />

-¡No! - balbuceó en ronca voz -. No, Jesús, Señor, no, no pue<strong>de</strong> ser... usted... vamos a ver... ¿ha<br />

venido aquí para volverme loco? ¿Eh? ¡Pues diviértase... en otra cosa! Yo... no quiero loquear...<br />

¡No se divierta conmigo! Jesús... ¡ay Dios!<br />

Llevose ambas manos a los rizos, y los mesó con repentino frenesí, con uno <strong>de</strong> esos a<strong>de</strong>manes<br />

primitivos que suele tener la mujer <strong>de</strong>l pueblo a vista <strong>de</strong>l cuerpo muerto <strong>de</strong> su hijo. Al mismo<br />

tiempo quebrantaba un gemido doloroso entre los apretados dientes. Rehaciéndose a poco, se<br />

cruzó <strong>de</strong> brazos y anduvo hacia Gabriel, retándole.<br />

- Mire usted, a mí no me venga usted con trapisondas... usted ha entrado aquí traído por el<br />

diablo, para engañarme y engañar a todo el mundo... Eso es mentira, mentira, mentira, aunque lo<br />

jure el Espíritu Santo... Malas lenguas, lenguas <strong>de</strong> escorpión inventaron esa maldad, porque...<br />

porque nací sirviendo mi madre en esta casa... Pero no pue<strong>de</strong> ser... ¡Madre mía <strong>de</strong>l Corpiño! No<br />

pue<strong>de</strong> ser... ¡No pue<strong>de</strong> ser! ¡Por el alma <strong>de</strong> quien tiene en el otro mundo, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>... no me<br />

mate, confiéseme que mintió... para quitarme a Manola...!<br />

Gabriel se acercó al bastardo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> y logró apoyarle la mano en el hombro; <strong>de</strong>spués le miró<br />

<strong>de</strong> hito en hito, poniendo en los ojos y en la expresión <strong>de</strong> la cara el alma <strong>de</strong>snuda.<br />

- La mitad <strong>de</strong> mi vida daría yo - dijo con inmensa nobleza - por tener la seguridad <strong>de</strong> que en sus<br />

venas <strong>de</strong> usted no corre una gota <strong>de</strong> la sangre <strong>de</strong> Moscoso. Créame... ¿No me cree? Sí, lo estoy<br />

viendo; me cree usted... Pues escuche; si usted fuese hijo <strong>de</strong>l mayordomo <strong>de</strong> los Pazos... yo,<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong> <strong>de</strong> la Lage, que soy... ¡qué diablos!, ¡un hombre <strong>de</strong> bien...!, me comprometía a<br />

casarlo a usted con mi sobrina. Porque he visto lo que usted la quiere... y porque... porque sería<br />

lo mejor para todos. ¿Cree usted esto que le aseguro?<br />

Sin fuerzas para contestar, el montañés hizo con la cabeza una señal <strong>de</strong> aquiescencia. Gabriel<br />

prosiguió:<br />

- No solamente mi cuñado le tiene a usted por hijo suyo, sino que le quiere entrañablemente,<br />

todo cuanto él es capaz <strong>de</strong> querer... más que a Manuela, ¡cien veces más!, y hoy, si se <strong>de</strong>scuida,<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos los majadores le llama a usted... lo que usted es. Su propósito es reconocerle, y<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reconocido, <strong>de</strong>jarle <strong>de</strong> sus bienes lo más que pueda... Su padrastro <strong>de</strong> usted lo sabe;<br />

su madre... ¡figúrese usted!, y... ¡es inconcebible que no haya llegado a conocimiento <strong>de</strong> usted<br />

jamás!<br />

- Me lo tienen dicho, me lo tienen dicho las mujeres en la feria y los estudiantes en Orense...<br />

Pero pensé que era guasa, por reírse <strong>de</strong> mí, y porque el... padrino... me daba carrera... ¡Estuve<br />

ciego, ciego! ¡Ay Dios mío, qué <strong>de</strong>sdicha, qué <strong>de</strong>sdicha tan gran<strong>de</strong>! ¡Lo que me suce<strong>de</strong>... lo que<br />

me suce<strong>de</strong>! ¡Pobre, infeliz Manola!<br />

Gimió esto cubriendo y abofeteando a la vez el rostro con las palmas; y a pasos inciertos, como<br />

los que se dan en el primer período <strong>de</strong> la embriaguez, se <strong>de</strong>jó caer <strong>de</strong> bruces, borracho <strong>de</strong> dolor,<br />

sobre la cama <strong>de</strong> Gabriel <strong>Pardo</strong>, cuya colcha mordió revolcando en ella la cara. Gabriel acudió y<br />

le obligó a levantarse, luchando a brazo partido con aquella <strong>de</strong>sesperación juvenil que no quería<br />

consuelo.<br />

- Vamos, serénese usted... ¿Qué hace usted, qué remedia con ponerse así? Serenidad... un poco<br />

<strong>de</strong> reflexión... Venga usted, criatura, venga a sentarse en el sofá... ¡Calma... calma! Con esos<br />

extremos lo echa usted más a per<strong>de</strong>r... Venga usted... ¡Respire un poco!<br />

En el sofá, don<strong>de</strong> le sentó medio por fuerza, Perucho volvió a <strong>de</strong>jar caer la cabeza sobre los<br />

brazos, y a escon<strong>de</strong>r la cara, con el mismo movimiento <strong>de</strong> fiera montés herida, que sólo aspira a<br />

228


agonizar sola y oculta. Balanceaba el cuello, como los niños obstinados en una perrera nerviosa,<br />

que ya les tiene incapaces <strong>de</strong> ver, <strong>de</strong> oír, ni <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r a las caricias que les hacen.<br />

- Sosiéguese usted - repetía el artillero -. ¿Quiere usted un sorbo <strong>de</strong> agua? Ea, ánimo, ¡qué<br />

vergüenza! Sea usted hombre.<br />

Se volvió rugiendo.<br />

- Soy hombre, aunque parezco chiquillo... Hombre para cualquiera, ¡repuño! Pero soy el hombre<br />

más infeliz, más infeliz que hay bajo la capa <strong>de</strong>l cielo... y un infame... sí, un infame, el infame <strong>de</strong><br />

los infames... Hoy mismo, hoy - y se retorcía las manos - he perdido a... a una santa <strong>de</strong> Dios, a<br />

Manola, malpocado... Debían quemarme como la Inquisición a las brujas... Que no quemase a la<br />

con<strong>de</strong>nada que nos echó esta mañana la paulina... y nos hizo mal <strong>de</strong> ojo, ¡por fuerza! Maldito <strong>de</strong><br />

mí, maldito... Pero qué más casti...<br />

Al <strong>de</strong>sventurado se le rompió la voz en un sollozo, y <strong>de</strong>jándose ir al empuje <strong>de</strong>l dolor, se recostó<br />

en el pecho <strong>de</strong> Gabriel <strong>Pardo</strong>, abriendo camino al llanto impetuoso, el llanto <strong>de</strong> las primeras<br />

penas graves <strong>de</strong> la vida, lágrimas <strong>de</strong> que tan avaros son <strong>de</strong>spués los ojos, y que torciendo su<br />

cauce, van a caer, vueltas gotas <strong>de</strong> hiel, sobre el corazón. Movido <strong>de</strong> infinita piedad, Gabriel<br />

instintivamente le alisó los bucles <strong>de</strong> crespa seda. Así los dos, remedaban el tierno grupo <strong>de</strong> la<br />

última cena <strong>de</strong> Jesús; y en aquel hermoso rostro, cercado <strong>de</strong> rizos castaño oscuro, un pintor<br />

encontraría acabado mo<strong>de</strong>lo para la cabeza <strong>de</strong>l discípulo amado.<br />

- Que llore, que llore... Le conviene.<br />

Casi agotado el llanto, agitaba los labios y la barbilla <strong>de</strong>l montañés temblor nervioso, y un ¡ay!<br />

entrecortado y plañi<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong>l todo infantil, infundía a Gabriel tentaciones <strong>de</strong> estrecharle y<br />

acariciarle como a un niño pequeño. Perucho se levantó con ímpetu, y se metió los puños en los<br />

ojos para secar el llanto, dominando el hipo <strong>de</strong>l sollozo con ancha aspiración <strong>de</strong> aire. <strong>Pardo</strong> le<br />

cogió, le sujetó, temeroso <strong>de</strong> algún acceso <strong>de</strong> rabia.<br />

- No se asuste... Déjeme... ¿Por qué me sujeta? Me <strong>de</strong>je digo. ¡También es fuerte cosa! ¡Le<br />

matan a uno, y luego ni le <strong>de</strong>jan menearse!<br />

-¿Es que quiere usted matar... por su parte... a Manuela? ¿Eh? ¿Se trata <strong>de</strong> eso? Le leo a usted en<br />

la cara... ¡y le sujeto para que no dé la última mano al asunto! Cuidado me llamo... ¡Manuela no<br />

ha <strong>de</strong> saber ni esto! ¿Eh, no se hace usted cargo <strong>de</strong> que tengo razón?<br />

- Sí, sí señor, razón en todo... Que no lo sepa, no... ¡Así no se la llevarán los <strong>de</strong>monios como a<br />

mí!<br />

- No se entregue usted a la <strong>de</strong>sesperación... La <strong>de</strong>sgracia que aflige a usted... ¡que nos aflige a<br />

todos!, es enorme... pero todavía hay algo que, bien mirado, le pue<strong>de</strong> a usted servir <strong>de</strong> consuelo.<br />

-¿Algo? ¿Qué algo? - preguntó con ansia el mozo, agarrándose al clavo ardiendo <strong>de</strong> la esperanza.<br />

- Que no hay por parte <strong>de</strong> usted tal infamia, sino impremeditación, locura, <strong>de</strong>satino, ¡infamia no!<br />

Usted tiene el alma <strong>de</strong>recha; aquí lo que está torcido son los acontecimientos... y la intención <strong>de</strong><br />

ciertas gentes... Otros son los criminales; usted sólo ha <strong>de</strong>linquido porque la sangre moza... En<br />

fin, al caso. (Queriendo estrecharle afectuosamente la mano; pero el montañés la retira con<br />

violencia.) Sí, comprendo que no le soy a usted <strong>de</strong>masiado simpático; en cambio usted a mí me<br />

ha interesado por completo... Acepte usted ahora mis consejos; <strong>de</strong>masiado conoce que me<br />

animan buenas intenciones. ¡Ea, valor! A lo hecho pecho: no hay po<strong>de</strong>r que <strong>de</strong>shaga lo que ya ha<br />

sucedido: a remediar en lo posible el daño... A eso estamos y eso es lo único que importa...<br />

¡Escuche, hombre! Usted se tiene que marchar inmediatamente <strong>de</strong> esta casa... y no volver en<br />

mucho tiempo, al menos mientras que Manuela no... no cambie <strong>de</strong> situación, o... ¡En fin, mucho<br />

tiempo! A estudiar a Barcelona o a Madrid... Yo le proporcionaré a usted fondos... colocación...<br />

Todo cuanto le haga falta.<br />

Un quejido <strong>de</strong> agonía alzó el pecho <strong>de</strong>l montañés.<br />

- Reflexione usted bien, mire la cuestión por todos sus aspectos: hay que marcharse.<br />

229


-¿No volveré ya en mi vida a ver a Manuela? - lloró el mozo, cayendo en el sofá e hincándose las<br />

uñas en la cabeza -. Pues entonces, el Avieiro, que es bien hondo... Así como así tendré mi<br />

merecido.<br />

- Vamos... ¡que estoy apelando a su razón <strong>de</strong> usted! No me responda con <strong>de</strong>lirios... ¿No ha dicho<br />

usted allá cuando empezamos a reñir (Gabriel se sonrió) que Dios está en el cielo y nos oye?<br />

¿Cree usted lo que dijo? ¿Lo cree?<br />

-¿Soy algún perro para no creer en Dios?<br />

- Pues... si hay Dios... y si usted cree en él... ¡mire que le está ofendiendo!<br />

Perucho asió <strong>de</strong> una muñeca a Gabriel, y se la oprimió con toda su fuerza, que no era poca; y<br />

acercándole mucho la cara, arrojó:<br />

- Pues si no hubiese Dios... ¡lo que es a Manola... soltar no la suelto!<br />

Buena pieza se quedó el comandante <strong>Pardo</strong> sin saber qué contestar, dominado, vencido. En la<br />

encarnizada batalla llevaba, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio, la peor parte; y lo extraño es que la <strong>de</strong>rrota moral<br />

que sufría, conocida <strong>de</strong> él solamente, le ocasionaba íntimo placer, y le apegaba cada vez más al<br />

antes <strong>de</strong>testado bastardo <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

Viendo callado a Gabriel, Perucho alentó un poco, y en tono <strong>de</strong> súplica humil<strong>de</strong>, murmuró:<br />

- Me iré, me iré... haré cuanto me man<strong>de</strong>n, y si quieren, me meteré en el Seminario <strong>de</strong> Santiago y<br />

seré cura... cualquier cosa... pero respóndame, señor, dígame la verdad... ¿Se va usted a casar con<br />

Manola cuando... <strong>de</strong>spués que... falte yo?<br />

Gabriel alzó la vista y le miró cara a cara. Tardó bastante, bastante en respon<strong>de</strong>r: sus ojos<br />

brillaron, adquirió su fisonomía aquella expresión elevada y generosa que era su única<br />

hermosura, y respondió serenamente:<br />

- Yo no le he <strong>de</strong> salvar a usted mintiéndole... Hoy más que nunca estoy dispuesto a casarme con<br />

mi sobrina... ¡No rechine usted los dientes, no se enfurezca, por todos los santos... oiga, oiga!<br />

Cuando ella, por su voluntad, sin imposiciones <strong>de</strong> ningún género, porque me cobre cariño o...<br />

porque necesite mi protección en cualquier terreno y por cualquier causa, se resuelva a casarse<br />

conmigo... yo estoy aquí; cuanto soy y valgo, <strong>de</strong> ella es... Pero jamás ¡jamás!, si ella no quiere...<br />

Y ella no querrá - fíese usted en mí, que tengo experiencia - ni en mucho tiempo, ni tal vez en su<br />

vida... Es aún más montañesa y más porfiada que usted... Sobre todo, ¡como no le hemos <strong>de</strong><br />

soltar el tiro <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirle lo que hay <strong>de</strong> por medio! Eso sí, usted tiene el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> procurar... ¡con<br />

resolución!, ¡con heroísmo!, que ella le olvi<strong>de</strong>, que ella no piense en usted... sino como se piensa<br />

en el compañero querido <strong>de</strong> la niñez... ¡Nada más! Usted se va, usted le escribe algo al<br />

principio... cariñosamente... pero... con cariño... fraternal... Luego escasean las cartas... Luego<br />

cesan... Luego... tiene usted novia, ¡novia!, y ella lo averigua... Si es verdad que usted quiere a<br />

Manuela, usted hará todo eso... ¡y mucho más!<br />

El montañés tenía los párpados entornados, la mirada vagabunda por los rincones <strong>de</strong>l aposento,<br />

repasando, probablemente sin verlas, las molduras barrocas <strong>de</strong> la cama, las pinturas <strong>de</strong>l biombo,<br />

los remates <strong>de</strong> época <strong>de</strong>l Imperio que lucía el vetusto sofá. Cuando acabó <strong>de</strong> hablar Gabriel, sus<br />

pupilas <strong>de</strong>stellaron, hizo con la mano <strong>de</strong>recha ese movimiento <strong>de</strong> sube y baja que dice<br />

clarísimamente: - Plazo... espera... - y se dirigió a la puerta. Pero Gabriel saltó y se interpuso,<br />

estorbándole la salida.<br />

- No se pasa... (en tono más cariñoso y festivo que otra cosa).<br />

- Haga usted favor... Si por lo visto usted está para bromas, yo no, y sentiría cometer una<br />

barbaridad.<br />

- En serio (con mucha energía), no le <strong>de</strong>jo a usted pasar sin que me diga adón<strong>de</strong>. De evitarle la<br />

barbaridad se trata.<br />

- Bueno, pues sépalo; tanto me da que lo sepa, y si le parece mal... (gesto grosero). No me da la<br />

gana <strong>de</strong> creer, por su honrada palabra <strong>de</strong> usted, que Manola y yo... En fin, usted quiere a<br />

Manola... yo le estorbo... le viene <strong>de</strong> perillas que me largue... y como no soy ningún páparo...<br />

230


¿eh?, no me mete usted el <strong>de</strong>do en la boca... Voy a la fuente limpia... a saber la verdad, ¡la<br />

verdad!<br />

-¿Cómo, cómo?, ¿a quién se la va usted a preguntar? ¡Cuidado... a mi sobrina nada!<br />

-¡Eh!... ¿Si pensará usted que ha <strong>de</strong> tener más miramientos que yo con Manola? ¡Repuño, que ya<br />

me cargó a mí esto! La verdad se la voy a sacar <strong>de</strong> las mismísimas entrañas a don Pedro<br />

Moscoso... y apartarse, ¡y <strong>de</strong>jarme <strong>de</strong> una vez!<br />

Ciñó los brazos al cuerpo <strong>de</strong>l artillero, y <strong>de</strong> un empujón lo lanzó a dos varas <strong>de</strong> distancia. Luego<br />

se precipitó hacia fuera.<br />

- XXIX -<br />

Muchas veces bajaba el marqués <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> a la científica tertulia <strong>de</strong> su cocina, sobre todo en<br />

invierno, cuando los vastos salones estaban convertidos en una nevera, y el lar con su alegre<br />

chisporroteo convidaba a acurrucarse en el banquillo <strong>de</strong>l rincón y dormitar al arrullo <strong>de</strong> las<br />

discusiones. En verano, y habiendo labores agrícolas emprendidas, prefería don Pedro el corro al<br />

aire libre <strong>de</strong> los jornaleros y jornaleras, don<strong>de</strong> se comentaban verbosamente los mínimos<br />

inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l día, el peso y el color <strong>de</strong> la espiga, el grueso <strong>de</strong> la paja. Y en todas estaciones,<br />

podía asegurarse que el hidalgo, a las diez y media, estaba retirado ya en su dormitorio.<br />

No lo había escogido como necio: era una habitación contigua al archivo, y aunque no <strong>de</strong> las<br />

mayores <strong>de</strong> la casa, abrigada <strong>de</strong>l frío y <strong>de</strong>l calor por lo grueso <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s. Parecía un nido <strong>de</strong><br />

urraca, tal revoltillo <strong>de</strong> cachivaches había en ella. Olía allí a perro <strong>de</strong> caza, y a ese otro tufillo<br />

llamado <strong>de</strong> hombre, siendo cosa segura que no lo <strong>de</strong>spi<strong>de</strong> ningún hombre aseado, y sí el tabaco<br />

frío, la ropa mal cuidada y el sudor rancio. Escopetas, morrales, polainas raídas, sombreros <strong>de</strong><br />

distintas formas y materias, bastones, garrotes, cachiporras, calabazas, frascos <strong>de</strong> pólvora,<br />

mugrientos collares <strong>de</strong> cascabeles, espigas enormes <strong>de</strong> maíz, conservadas por su tamaño,<br />

chaquetones <strong>de</strong> somonte, pantalones con perneras <strong>de</strong> cuero, yacían amontonados por los<br />

rincones, cubiertos con una capa <strong>de</strong> polvo, sobre la cual era dable, no sólo escribir con el <strong>de</strong>do,<br />

sino hasta grabar en hueco con buen realce. Único mueble serio <strong>de</strong> la habitación era la cama, <strong>de</strong><br />

testero salomónico y fondo <strong>de</strong> red, y la vasta mesa-escritorio, forrado por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> un cuero <strong>de</strong><br />

Córdoba que lucía los encantadores tonos pasados y mates <strong>de</strong>l oro, la plata, los rojos y azules que<br />

suelen prevalecer en tan hermoso producto <strong>de</strong> la industria nacional. En el centro, sobre un<br />

medallón <strong>de</strong> damasco carmesí ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> orlas <strong>de</strong> oro, estaba pintado el montés blasón <strong>de</strong> los<br />

Moscosos, las cabezas <strong>de</strong> lobo, el pino y la puente. Al hidalgo le servía la mesa para toda clase<br />

<strong>de</strong> menesteres y usos. Allí picaba tabaco y liaba cigarrillos; allí amontonaba su escasa<br />

correspon<strong>de</strong>ncia, haciendo oficio <strong>de</strong> prensapapeles una pistola <strong>de</strong> arzón inservible; allí tenía<br />

libros <strong>de</strong> cuentas que no consultaba jamás, así como mazos <strong>de</strong> plumas <strong>de</strong> ganso y otras <strong>de</strong> acero<br />

comidas <strong>de</strong> orín, al lado <strong>de</strong> una resma <strong>de</strong> papel sucio por las orillas ya, aunque su virginidad<br />

estuviese intacta; allí rodaba la cajita <strong>de</strong> píldoras contra el estreñimiento y el cajón <strong>de</strong> ricos<br />

habanos, el rollo <strong>de</strong> bramante y la navaja mohosa; y cuando venía el tiempo <strong>de</strong> las perdices y don<br />

Pedro intentaba rever<strong>de</strong>cer sus lauros cinegéticos, allí se cargaban a mano los cartuchos y allí se<br />

limpiaban y atersaban a fuerza <strong>de</strong> gamuza y aceite las mortíferas armas.<br />

Mientras Gabriel y Perucho discutían cosas harto graves en la estancia próxima, el hidalgo,<br />

recogido ya a la suya, entreteníase en contar las rayitas que durante la jornada había hecho en<br />

una caña con el cortaplumas. Cada rayita representaba una gavilla <strong>de</strong> trigo, y con este<br />

procedimiento sabía a punto fijo la cantidad <strong>de</strong> gavillas majadas. Abierta estaba la ventana, a<br />

causa <strong>de</strong>l mucho calor, y por ella entraban las falenas enamoradas <strong>de</strong> la luz a girar <strong>de</strong>mentes<br />

sobre el tubo <strong>de</strong>l quinqué: alguna vez un murciélago negro y fatídico venía, revoloteando<br />

torpemente, a caer sobre la mesa o a batir contra un rincón <strong>de</strong>l cuarto. En el cielo asomaba ya la<br />

luna, triste e indiferente.<br />

231


La puerta se abrió con fragor y estruendo; el hidalgo soltó su caña y miró... Casi en el mismo<br />

instante se <strong>de</strong>slizaba en el corredor una sombra, un hombre que no hacía ruido al andar, por la<br />

plausible razón <strong>de</strong> que llevaba los pies <strong>de</strong>scalzos. Una <strong>de</strong> las cosas mejor montadas en las al<strong>de</strong>as<br />

- con mayor perfección que en los palacios, o con mayor <strong>de</strong>scaro por lo menos - es el espionaje,<br />

y difícilmente hará un señor que vive ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> labriegos cosa que ellos no olfateen y atisben,<br />

siempre que el atisbarla convenga a sus miras o importe a su curiosidad. Este dato se refiere<br />

sobre todo al campesino <strong>de</strong> Galicia. Bajo el aspecto soñoliento y las trazas cariñosas y humil<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>l al<strong>de</strong>ano gallego, se escon<strong>de</strong> una trastienda, una penetración y una diplomacia incomparables,<br />

pudiéndose <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> él que siente crecer la hierba y corta un pelo en el aire, si no tan aprisa,<br />

quizás con mayor <strong>de</strong>streza que el gitano más ladino. A la perspicacia une la tenacidad y la<br />

paciencia; y si tuviese también la energía y el arranque, <strong>de</strong> cierto no habría raza como esta en el<br />

mundo. En suma, lo que el gallego se empeña en saber, lo rastrea mejor que el zorro rastrea el<br />

ave <strong>de</strong>scarriada. Primero se <strong>de</strong>jaría nuestro Gallo arrancar la cresta y la cola, que no ir a pegar el<br />

oído a la puerta <strong>de</strong> los señores aquella noche memorable. Resignándose a la ignominia <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>scalces, rondó el cuarto <strong>de</strong>l comandante; pero, ¡oh dolor!, nada se oía: el salón era extenso, y<br />

Gabriel precavido en cerrar y situarse. Ahora la cosa mudaba <strong>de</strong> aspecto: el dormitorio <strong>de</strong>l<br />

marqués era chico, y allí sí que no se diría palabra que se le escapase al Gallo.<br />

Una sola inquietud: ¿no saldría el comandante a cogerle con las manos en la masa? Se arrimó a<br />

la puerta <strong>de</strong> Gabriel y le oyó pasear arriba y abajo, con paso acelerado, indicio <strong>de</strong> agitación... -<br />

¡No sale! - <strong>de</strong>dujo el sultán -: ¡aguarda ahí por el otro!-. Así era en efecto. Gabriel no quería<br />

meter la mano entre la cuña y la ma<strong>de</strong>ra, y esperaba impaciente, pero esperaba. - Mis<br />

atribuciones no llegan a tanto... - <strong>de</strong>cía para sí -: allá se las hayan padre e hijo... Que se<br />

<strong>de</strong>sengañe, que se convenza... Ya veremos <strong>de</strong>spués.<br />

Tranquilo por esa parte el sultán, volvió al observatorio. Algo le estorbaba una vieja mampara,<br />

que reforzando la puerta, apagaba el ruido <strong>de</strong> las voces. Con todo, las más altas le llegaban bien<br />

distintas, y él no necesitaba otra cosa para coger el hilo <strong>de</strong>l diálogo.<br />

Acalorado, muy acalorado... Perucho preguntaba y el señor <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> daba explicaciones en tono<br />

brusco, a manera <strong>de</strong> persona que confirma una verdad sabida y conocida hace tiempo... ¡Calle!,<br />

aquí empieza el asombro <strong>de</strong>l Gallo... el mocoso <strong>de</strong>l rapaz, en vez <strong>de</strong> alegrarse, se pone como un<br />

potro bravo... ¡Un genio tan maino como gasta siempre, y ahora qué fantesía! ¡Dios nos libre!<br />

Está diciéndole trescientas al señor... Si este lo toma por malas, se va a armar la <strong>de</strong> saquinte... Le<br />

echa en cara que no lo reconoció <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeñito... ¡Se insolenta! Hoy hay aquí un terremoto...<br />

El señor... no se oye cuasimente... <strong>de</strong> indinado que está, parece que le sale la voz <strong>de</strong> <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

una olla... ¿Y el rapaz? Ese berra bien... ¡ay lo que está diciendo...! Que se va y que se va y que<br />

se va <strong>de</strong> esta casa arrenegada... Que se larga aunque tenga que pedir limosna por el mundo<br />

a<strong>de</strong>lante... Que más que se esté muriendo el señor y lo llame para cerrarle los ojos, no viene, sino<br />

que lo amarren con cor<strong>de</strong>les y lo traigan así codo con codo atado... Que se cisca en lo que le <strong>de</strong>je<br />

por testamento, y que no quiere <strong>de</strong> él ni la hostia... Ojo... habla el señor... ¡No se oye miga...!,<br />

todo lo entrapalla con toser y con la rabia que tiene... ¡El rapaz!... Que bueno, que si le mandan<br />

la Guardia Civil para traerlo acá <strong>de</strong> pareja en pareja, que vendrá a la fuerza pero que se ahorcará<br />

con la faja o se tirará al Avieiro... Que <strong>de</strong> lo que gane trabajando le ha <strong>de</strong> enviar el dinero que<br />

gastó con él, y que <strong>de</strong>spués no le <strong>de</strong>be nada, y ya lo pue<strong>de</strong> aborrecer a su gusto... Ahora el señor<br />

alborota... Que no lo tiente, que conforme lo hizo también lo <strong>de</strong>shace... que le tira a la cabeza un<br />

<strong>de</strong>monio... Que maldito y con<strong>de</strong>nado sea... ¡Arre!<br />

Esta última exclamación la lanzó para sí el Gallo, porque estuvo a punto <strong>de</strong> ser aplastado<br />

segunda vez por la puerta, que el montañés empujó furioso para salir, al mismo tiempo que<br />

voceaba, volviendo el rostro hacia el interior <strong>de</strong>l cuarto:<br />

- Pues con más motivo le maldigo yo, y maldito sea por toda la eternidad, amén. ¡Que no esté yo<br />

solo en el infierno!<br />

232


Tan aturdido y ebrio salía, que ni reparó en la presencia <strong>de</strong> una persona arrimada a la puerta.<br />

Corriendo se volvió a la habitación <strong>de</strong>l comandante, entró en ella... Bien quisiera continuar sus<br />

investigaciones el sultán, pero ni el rumor más mínimo llegó a sus oídos: si se hablaba allí, <strong>de</strong>bía<br />

ser en voz muy queda, lo mismo que cuando se confiesan las gentes.<br />

- XXX -<br />

¡Bueno venía el Motín aquella mañana; bueno, bueno! La caricatura, <strong>de</strong> las más chistosas; como<br />

que representaba a don Antonio con una lira, coronado <strong>de</strong> rosas y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> angelitos; y luego,<br />

en la sección <strong>de</strong> sueltos picantes, cada hazaña <strong>de</strong> los parroqui<strong>de</strong>rmos y clericerontes. Aquello sí<br />

que era ponerles las peras a cuarto. ¡Habrase visto sinvergüenzas! ¡Pues apenas andarían ellos<br />

<strong>de</strong>sbocados si no hubiese un Motín encargado <strong>de</strong> velar por la moral pública y <strong>de</strong>latar<br />

inexorablemente todas las picardigüelas <strong>de</strong> la gente negra! ¡Si con Motín y todo...!<br />

Juncal se rego<strong>de</strong>aba, partiéndose <strong>de</strong> risa o pegando en la mesa puñetazos <strong>de</strong> indignación, según<br />

lo requería el caso; pero tan divertido y absorto en la lectura, que no hizo caso <strong>de</strong>l perrillo<br />

acostado a sus pies cuando ladró anunciando que venía alguien. En efecto entró Catuxa,<br />

frescachona y vertiendo satisfacción al preguntar a su marido:<br />

-¿Que no ciertas quién tay viene?<br />

El alborozo <strong>de</strong> su mujer era inequívoco; el médico <strong>de</strong> Cebre cayó en la cuenta al punto, y saltó<br />

en la silla dando al Motín un papirotazo solemne y exclamando:<br />

-¿Don Gabriel <strong>Pardo</strong>?<br />

-¡El mismo!<br />

- Mujer... ¡y no lo haces subir! Anda, <strong>de</strong>spabílate ya... No, voy yo también... ¿Qué mómara!<br />

¡Menéate!<br />

- Si todavía no llegó a casa, ¡polvorín! Vilo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el patio; viene <strong>de</strong> a caballo. ¡Y corre como un<br />

loco! ¡Parece que viene a apagar un fuego!<br />

Máximo, sin querer oír más, bajó a paso <strong>de</strong> carga la escalera, salió al patio, y como la llave <strong>de</strong>l<br />

portón acostumbraba hacerse <strong>de</strong> pencas para girar, la emprendió a puñadas con la cerradura; a<br />

bien que la médica le sacó <strong>de</strong>l paso, que si no, <strong>de</strong> puro querer abrir pronto, no abre ni en un siglo.<br />

Y cuando la cabalgadura cubierta <strong>de</strong> sudor se <strong>de</strong>tuvo y fue a apearse el comandante, Juncal no se<br />

dio por contento sino recibiéndole en sus brazos. Hubo exclamaciones, afectuosas palmadicas en<br />

los hombros, carcajadas <strong>de</strong> gozo <strong>de</strong> Catuxa; y antes <strong>de</strong> preguntarse por la salud, ni <strong>de</strong> entrar bajo<br />

techado, ya se le habían ofrecido al huésped toda clase <strong>de</strong> manjares y bebidas, insistiendo en<br />

saber qué tomaría, hasta no <strong>de</strong>jarle respirar. La respuesta <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong> le llenó a la amable médica<br />

las medidas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo:<br />

- De buena gana tomaré chocolate, Catalina, si no le sirve <strong>de</strong> molestia... Ahora recuerdo que he<br />

salido <strong>de</strong> los Pazos en ayunas.<br />

Solos ya, sentáronse en el banco <strong>de</strong> piedra, y Gabriel dijo al médico que le miraba embelesado <strong>de</strong><br />

gratitud y regocijo:<br />

- No me agra<strong>de</strong>zca usted la visita; vengo a reclamar sus servicios profesionales.<br />

-¿Se le ha puesto peor el brazo? ¡Ya lo <strong>de</strong>cía yo! Con estas idas y venidas... No, y está usted<br />

algo... <strong>de</strong>smejorado, vamos; el semblante... y eso que viene sofocado... Mucha prisa trajo,<br />

¡caramba!<br />

-¡Bastante me acuerdo yo <strong>de</strong> mi brazo! Si usted no lo mienta ahora... ¡Hay en los Pazos gente<br />

enferma...!<br />

-¿En los Pazos? ¡Eso es lo peor! Pero ya sabe que yo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las elecciones...<br />

- Déjeme usted <strong>de</strong> elecciones... usted se viene conmigo.<br />

- Con usted, al fin <strong>de</strong>l mundo; sólo que si luego creen que me meto don<strong>de</strong> no me llaman...<br />

- Pierda usted cuidado.<br />

233


-¿Y quién está malo? ¿Es el marqués?<br />

- Y su hija.<br />

-¿<strong>Los</strong> dos?<br />

Gabriel dijo que sí con la cabeza, y se quedó unos instantes pensativo, acariciándose la barba.<br />

Realmente estaba pálido, ojeroso, abatido; pero le quedaba el aire <strong>de</strong> viril resolución que tan<br />

simpático le hacía.<br />

- Oiga usted, Juncal... ¿Puedo contar con usted? ¿Haría usted por mí algo que le pidiese? ¡No es<br />

cosa muy difícil!<br />

-¡Don Gabriel! Me está usted faltando... ¡Voto al chápiro...! ¡Por usted...! ¿Quiere... que organice<br />

un comité conservador en Cebre?<br />

-¡En política estaba yo pensando...! Lo primero es... no <strong>de</strong>cirle nada a Catalina. Que sepa que va<br />

usted a los Pazos, bien; que va usted por la enfermedad <strong>de</strong> mi cuñado, corriente... Pero <strong>de</strong> la <strong>de</strong><br />

mi sobrina, ni esto. ¿Conformes?<br />

- Hasta la pared <strong>de</strong> enfrente.<br />

- A<strong>de</strong>más... que nos marchemos cuanto antes.<br />

-¿Y el chocolate?<br />

- Pretexto para quitarnos <strong>de</strong> encima a la pobre Catalina. No haga usted caso. Diga que es urgente<br />

echar a andar, y que en vez <strong>de</strong> chocolate, me contento con... cualquier cosa bebida... ¿Leche,<br />

supongamos?<br />

- Bueno... pero en mientras que arrean la yegua, también está el chocolate listo.<br />

-¡Se lo suplico... arréela usted al vuelo!<br />

No bien acabó <strong>de</strong> manifestar este <strong>de</strong>seo, estaba el médico en la cuadra, dando al rapazuelo que<br />

curaba <strong>de</strong> su hacanea las necesarias ór<strong>de</strong>nes. A los tres minutos volvía junto a Gabriel.<br />

- Perdone, ya me doy prisa... pero es que no me ha dicho qué casta <strong>de</strong> mal es la que anda por los<br />

Pazos, y no sé qué he <strong>de</strong> llevar <strong>de</strong> medicamentos, instrumentos...<br />

- Manuela sufre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer por la tar<strong>de</strong>, fuertes accesos nerviosos... Pero muy fuertes...<br />

Convulsiones, lloreras..., soponcios... Desvaría un poco... yo creo que hay <strong>de</strong>lirio.<br />

-¡Bien! Mal conocido, herencia materna... Bromuro <strong>de</strong> potasio. Por suerte lo tengo recién<br />

preparadito. ¿Y el... marqués?<br />

- Ese no me parece que tenga cosa <strong>de</strong> cuidado... Ahogos, la sangre arrebatada a la cabeza...<br />

-¡Bah, bah! Coser y cantar... Me llevo la lanceta, y le doy cuerda para un año... Le han<br />

acostumbrado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muchacho a la sangría, y aunque yo las proscribo severamente, uniendo mi<br />

humil<strong>de</strong> opinión a la <strong>de</strong> los más ilustrados facultativos <strong>de</strong> Francia y Alemania... en este caso<br />

particular, me <strong>de</strong>claro empírico. El hábito es...<br />

- Por Dios... Despachemos - exclamó Gabriel, que parecía también necesitar bromuro, según la<br />

agitación, no por reprimida menos honda, que se observaba en su rostro y movimientos.<br />

Conviene <strong>de</strong>cir, en abono <strong>de</strong> la excelente voluntad <strong>de</strong> Juncal, que para ninguna <strong>de</strong> sus correrías<br />

médicas se preparó más brevemente que para aquélla. Ni tampoco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el mundo es<br />

mundo, se ha sorbido más aprisa ni <strong>de</strong> peores ganas una taza <strong>de</strong> chocolate que la presentada por<br />

Catuxa a <strong>Pardo</strong>... y cuidado que venía para abrir el apetito a un difunto, por lo espumosa y<br />

aromática.<br />

-¡Tan siquiera un bizcochito, señor! - suplicaba Catuxa -. Mire que están fresquitos <strong>de</strong> ahora, que<br />

cantan en los dientes... ¿Y el esponjado? ¡Ay, que el agua sola mata a un cristiano! Señor... ¿y las<br />

tostadas?<br />

- Cállate la boca ya - gritó Juncal severamente -; cuando hay apuro, hay apuro... El marqués <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong> se encuentra mal... y vamos allá a escape.<br />

Cosa <strong>de</strong> un kilómetro se habrían <strong>de</strong>sviado <strong>de</strong> Cebre, cuando don Gabriel, la<strong>de</strong>ándose en la silla,<br />

preguntó a Juncal:<br />

-¿Dice usted que es herencia materna lo <strong>de</strong> mi sobrina?<br />

234


- Sí señor, ¡en mi <strong>de</strong>sautorizada opinión al menos! La pobre doña Marcelina, que en gloria esté -<br />

masculló con gran compunción el impío clerófobo - era nerviosísima y algo débil, y aunque la<br />

señorita Manuela salió más robusta y se crió <strong>de</strong> otra manera muy distinta, en su edad es la cosa<br />

más fácil... Habrá tenido cualquier rabieta... Pero no pase susto, que ese no es mal <strong>de</strong> cuidado.<br />

Enmu<strong>de</strong>ció el artillero, y por algunos minutos no se oyó más que el trote <strong>de</strong> las dos yeguas sobre<br />

la carretera polvorosa. Gabriel callaba reflexionando, con la quijada metida en el pecho; <strong>de</strong><br />

aquellas reflexiones salió para volverse a Juncal y <strong>de</strong>cirle con tono suplicante y persuasivo:<br />

- Amigo Máximo, en esta ocasión espero <strong>de</strong> usted mucho... Espero que me pruebe que<br />

efectivamente he encontrado aquí lo que tan rara vez se tropieza uno por el mundo a<strong>de</strong>lante: un<br />

amigo verda<strong>de</strong>ro, <strong>de</strong> corazón.<br />

-¡Señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>! - exclamó el médico, a quien semejantes palabras cogían por su lado flaco-<br />

¡Bien pue<strong>de</strong> usted estar satisfecho - aunque la cosa no lo merece - <strong>de</strong> que ni a mi padre le tuve<br />

más respeto, ni a mis hermanos los quise más que a usted! Des<strong>de</strong> que le vi me entró una simpatía<br />

<strong>de</strong> repente... vamos, una cosa particular, que los diablos lleven si la sé explicar yo mismo. A mi<br />

señora se lo tengo dicho: mira, chica, si te da la ocurrencia <strong>de</strong> ponerte un día muy mala y quieres<br />

médico, que no sea el mismo día que me necesite don Gabriel... ¿Y luego, qué pensaba? Pero si<br />

no me pi<strong>de</strong> otra cosa <strong>de</strong> más importancia que darle bromuro a la sobrina... para eso, maldito si...<br />

- Las circunstancias - dijo Gabriel titubeando aún - son tales, que yo necesito creer a pie juntillas<br />

lo que usted me asegura para no per<strong>de</strong>r el tino y <strong>de</strong>sorientarme completamente. Voy a hablarle a<br />

usted con franqueza, como hablaría yo también a mi hermano...<br />

-¿Pongo la yegua al paso? La <strong>de</strong> usted no lo sentirá - preguntó Juncal, que oía con toda su alma.<br />

- Sí... conviene salir cuanto antes <strong>de</strong>l atolla<strong>de</strong>ro, y que nos entendamos los dos.<br />

- Hable con <strong>de</strong>scanso, que así me arrodillasen para fusilarme, <strong>de</strong> mi boca no saldría una palabra.<br />

- Eso quiero: cautela y secreto absoluto por parte <strong>de</strong> usted. Mi infeliz sobrina está <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer<br />

tar<strong>de</strong> en un estado <strong>de</strong> exaltación alarmantísimo. Yo creo que su razón se oscurece algunas veces.<br />

Y entonces grita, llora, habla, <strong>de</strong>sbarra, dice enormida<strong>de</strong>s que... que nadie <strong>de</strong>be oír, ¿lo entien<strong>de</strong><br />

usted?, ¡sino personas que antes se <strong>de</strong>jen arrancar la lengua que repetirlas!<br />

Juncal sacudió la cabeza gravemente, murmurando:<br />

-¡Entendido!<br />

- <strong>Los</strong> accesos - prosiguió el artillero - le dan con bastante intervalo, y <strong>de</strong>l uno al otro se queda<br />

como postrada y sin fuerzas. Ayer ha tenido dos, uno a las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y otro a las diez <strong>de</strong> la<br />

noche; dormitó unas horas, y a las tres <strong>de</strong> la madrugada, el acceso más fuerte, acompañado <strong>de</strong><br />

una copiosa hemorragia por las narices; a las siete, se repitió la función, sin hemorragia; y así<br />

que la <strong>de</strong>jé algo tranquila, suponiendo que tendríamos al menos tres o cuatro horas <strong>de</strong> plazo, me<br />

vine reventando la yegua... y así que acabe la explicación la volveré a reventar, para llegar antes<br />

<strong>de</strong> que el acceso se produzca. ¿Qué opina usted? ¿Le dará antes <strong>de</strong> mi vuelta?<br />

- Señor don Gabriel, esperanza en Dios... Es probable que no le dé. Según lo que usted me va<br />

contando, la neurosis <strong>de</strong> la señorita tiene carácter epiléptico, y hay un poco <strong>de</strong> ten<strong>de</strong>ncia al<br />

<strong>de</strong>svarío... Bien, ya pue<strong>de</strong> hablar, que es como si se lo dijese a un agujero abierto en la pared.<br />

Y... ¿Usted no sospecha algo <strong>de</strong> las causas <strong>de</strong> este mal tan repentino?<br />

En<strong>de</strong>rezose Gabriel en la silla, como afianzándose en una resolución inevitable.<br />

- Sin que yo se lo dijese, en cuanto llegue usted a los Pazos se enterará <strong>de</strong> que allí han ocurrido<br />

ayer y anteayer sucesos gravísimos... Basta para imponerle a usted el primero que encuentre, el<br />

mozo <strong>de</strong> cuadra que recoja la yegua. Anteayer, <strong>de</strong> noche, mi cuñado sostuvo un altercado terrible<br />

con... ese muchacho que pasaba por hijo <strong>de</strong> los mayordomos...<br />

- Bien, bien... Ya estamos al cabo... - indicó Juncal guiñando el ojo -. Pero ¡qué milagro<br />

enfadarse con él! Si lo quería por los quereres.<br />

- Mucho le quiere, en efecto; ¿<strong>de</strong> qué está malo hoy, sino <strong>de</strong>l berrinche? Pues... a consecuencia<br />

<strong>de</strong> la escena espantosa que se armó entre los dos, el muchacho, que es testarudo y resuelto,<br />

235


arregló ayer mañana su maletilla <strong>de</strong> estudiante, y ni visto ni oído... A pie se largó... y hasta la<br />

fecha no se ha vuelto a saber <strong>de</strong> él.<br />

Al ir narrando, fijábase don Gabriel en la expresión <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Juncal. Aunque este procuraba<br />

no <strong>de</strong>jar salir a él más pensamientos que los que no mortificasen ni alarmasen al artillero, no<br />

podía ocultar la luz que iba penetrando en su cerebro y que no tardaría en ser completa. La<br />

prueba es que exclamó como involuntariamente:<br />

- Ah... ya.<br />

- Sí - añadió <strong>Pardo</strong> con resignación -: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Manuela supo la marcha <strong>de</strong> su... amigo...<br />

-¿Y quién se la contó? ¿A que se lo encajaron <strong>de</strong> golpe y porrazo... con todas las exageraciones?<br />

-¡Lo mismito que usted lo piensa! La mayordoma...<br />

- Que es una vaca...<br />

- Se fue a abrazar con ella, llorando a gritos...<br />

- A berridos, que es como lloran semejantes bestias...<br />

- Y le dijo que Perucho no volvía más; que se había marchado <strong>de</strong>cidido a embarcarse para<br />

América, y que iba tan <strong>de</strong>sesperado, que era fácil que le diese por tomar arsénico...<br />

- Séneca, que le llaman así.<br />

- En fin, le dijo... ¿Hace falta más explicación?<br />

-¡Qué lástima <strong>de</strong> albarda, Dios me lo perdone, para esa pollina vieja! Bueno, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>; no<br />

añada más, no se moleste, sosiéguese; ya estamos enterados <strong>de</strong> lo que conviene ahora.<br />

Tranquilizarle a la niña el pensamiento... ¡todo lo posible...!<br />

- Y en especial...<br />

-¡Basta, basta! En especial, silencio... y que los curiosos se que<strong>de</strong>n a la puerta... La curiosidad,<br />

para la ropa blanca. Fíese en mí. ¿Al trote?<br />

- Al galope, que es cuesta arriba.<br />

Arrancaron las dos yeguas alzando una polvareda infernal.<br />

- XXXI -<br />

El sol había salido, y también el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> a celebrar el santo sacrificio <strong>de</strong> la misa. Goros,<br />

medio en cuclillas ante la piedra <strong>de</strong>l hogar, con las manos fuertemente hincadas en las ca<strong>de</strong>ras, el<br />

cuerpo inclinado hacia <strong>de</strong>lante, los carrillos inflados y la boca haciendo embudo, soplaba el<br />

fuego, al cual tenía aplicado un fósforo. Y a <strong>de</strong>cir verdad, no se necesitaba tanto aparato para que<br />

ardiesen cuatro ramas bien secas.<br />

Ladró el mastín en el patio, pero con ese tono falsamente irritado que indica que el vigilante<br />

conoce muy bien a la persona que llega, y ladra por llenar una fórmula. En efecto, cansado<br />

estaba el Fiel <strong>de</strong> contar en el número <strong>de</strong> sus conocidos al madrugador visitante. Como que,<br />

siendo aquel todavía cachorro, este se había encargado <strong>de</strong> la cruenta operación <strong>de</strong> cercenarle la<br />

punta <strong>de</strong>l rabo y la extremidad <strong>de</strong> las orejas.<br />

Venía el atador <strong>de</strong> Boán con el estómago ayuno <strong>de</strong> bebida, pues acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar la camada <strong>de</strong><br />

paja fresca con que aquella noche le había obsequiado el pedáneo; y si esta narración ha <strong>de</strong> ser<br />

<strong>de</strong>l todo verídica y puntual, conviene advertir que llevaba el propósito <strong>de</strong> matar el gusanillo en la<br />

cocina <strong>de</strong>l cura. Lo cual prueba que el señor Antón no estaba muy al tanto <strong>de</strong> las costumbres<br />

severas y espartanas <strong>de</strong>l incomparable Goros, incapaz <strong>de</strong> tener, como otros muchos <strong>de</strong> su clase,<br />

el frasquete <strong>de</strong>l aguardiente <strong>de</strong> caña oculto en algún rincón. Es más: ni siquiera por cortesía<br />

ofreció un tente-en-pie, un taco <strong>de</strong> pan y algo <strong>de</strong> comida <strong>de</strong> la víspera, y se contentó con<br />

respon<strong>de</strong>r secamente: - Felices nos los dé Dios - al saludo <strong>de</strong>l algebrista. La razón <strong>de</strong> esta<br />

sequedad era una razón profunda, seria y digna <strong>de</strong>l temple <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong> Goros. Allá en su<br />

conciencia <strong>de</strong> creyente a macha martillo y <strong>de</strong> persona bien informada en lo que respecta al<br />

dogma, Goros tenía al señor Antón por un en<strong>de</strong>moniado hereje, acusándole <strong>de</strong> que, merced al<br />

236


trato con las bestias, no diferenciaba a un cristiano <strong>de</strong> un animal, ni siquiera <strong>de</strong> una hortaliza, y<br />

para él era lo mismo una ristra <strong>de</strong> ajos, con perdón, que el alma <strong>de</strong> una persona humana. En las<br />

discusiones <strong>de</strong>l ateneo <strong>de</strong> los Pazos, Goros tenía siempre pedida la palabra en contra, así que el<br />

algebrista se <strong>de</strong>scolgaba con una <strong>de</strong> sus atrocida<strong>de</strong>s, allí estaba el criado <strong>de</strong>l cura hecho martillo<br />

<strong>de</strong> herejes, confutando las proposiciones panteísticas que el alcohol y el atavismo ponían en los<br />

sumidos labios <strong>de</strong>l componedor <strong>de</strong> Boán.<br />

-¿Vienes a ver a los animales? - preguntole aquella mañana <strong>de</strong>sapaciblemente -. Están bien<br />

lucidos. San Antón por <strong>de</strong>lante. No tienen falta <strong>de</strong> médico.<br />

- Vengo a me sentar... que el cuerpo <strong>de</strong>l hombre no es <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, y a las veces cánsase también.<br />

- Bueno, ahí está el banco.<br />

-¡Quién como tú! - suspiró el algebrista, quitándose el sombrero <strong>de</strong> copa alta y poniéndolo entre<br />

las rodillas -. ¡Hecho un canónigo, carraspo! Así te engordan los cachetes, que pareces fuera el<br />

alma el marrano <strong>de</strong>l pedáneo cuando lo van a matar.<br />

- Sí, sí, vente con endrómenas... Si hablases <strong>de</strong> otros criados <strong>de</strong> otros curas diferentes, <strong>de</strong> todos<br />

los más que hay por el mundo a<strong>de</strong>lante, que revientan <strong>de</strong> gordos y <strong>de</strong> ricos... a cuenta <strong>de</strong> los<br />

malpocados <strong>de</strong> los feligreses... Pero este mi señor, que antes <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> la muerte ya ha<br />

entrado <strong>de</strong> patas en la gloria, nunca tiene sino necesida<strong>de</strong>s y pobrezas, y si el criado fuese como<br />

los vagos a la chupandina <strong>de</strong>l jarro y <strong>de</strong>l pisquis <strong>de</strong> caña... ¡ya le quiero yo un recadito!<br />

-¡Mal hablado! Aun siquiera una gota te pedí.<br />

- Buena falta hace que me la pidas. Conozco yo las entenciones <strong>de</strong> la gente...<br />

Echose a reír el algebrista, pues no era él hombre que se formalizase por tan poco. De oírse<br />

llamar borrachón y pellejo estaba harto, y esas menu<strong>de</strong>ncias no lastimaban su dignidad. Al<br />

contrario, dábanle pretexto para explayarse en sus favoritas y perniciosas filosofías.<br />

- Bueno, carraspo, bueno; el hombre tampoco es <strong>de</strong> palo y ha <strong>de</strong> tener sus aficiones... quiérese<br />

<strong>de</strong>cir, sus perfirencias. Y si no, ¿para qué venimos a este mundo recon<strong>de</strong>nado? A la presente<br />

estamos aquí platicando los dos; pues cata que sale una mosca ver<strong>de</strong> <strong>de</strong>l estiércol y te pica... el<br />

caruncho sea contigo, y acabose; ya pue<strong>de</strong> el señor cura plantarse aquellos riquilorios negros con<br />

la cinta dorada. Que pasa un can con la lengua <strong>de</strong> fuera, un suponer, y te da una <strong>de</strong>ntada... pues<br />

como no te acudan con el hierro ardiendo, o no te pongan la cabeza <strong>de</strong> un conejo en vez <strong>de</strong> la<br />

tuya, que dice que es ahora la última moda <strong>de</strong> Francia para la rabia...<br />

- Vaya a contar mentiras al infierno - exclamó Goros furioso, <strong>de</strong>strozando en menudos<br />

fragmentos una onza <strong>de</strong> chocolate, pues el agua hervía ya en la chocolatera -. No sé cómo Dios<br />

no manda un rayo que te parta, cuando dices esos pecados <strong>de</strong> confundirnos con las bestias, ¡Jesús<br />

mil veces!<br />

-¡Si ya anda en los papeles! A fe <strong>de</strong> Antón, carraspo, que no te miento.<br />

- <strong>Los</strong> papeles son la perdición <strong>de</strong> hoy en día. <strong>Los</strong> que escriben los papeles, más malvados aún<br />

que las amas <strong>de</strong> los clérigos.<br />

- Asosiégate, hombre, que tú no has <strong>de</strong> arreglar el mundo, ni yo tampoco. Lo que se quiere <strong>de</strong>cir,<br />

es que para cuatro días que tenemos <strong>de</strong> vida, no <strong>de</strong>be un hombre privarse <strong>de</strong> lo que le gusta, en<br />

no haciendo daño a sus <strong>de</strong>semejantes.<br />

- Como los cerdos, con perdón, ¿eh? - vociferó Goros en el colmo <strong>de</strong> la indignación, mientras<br />

buscaba por la espetera el molinillo -. ¿Como los marranos? Comer, dormir, castizar, ¿y luego a<br />

podrirse en tierra? Calle, calle, que hasta parece que se me revuelve el estómago.<br />

Lo que se revolvía era el chocolate, bajo el vertiginoso girar <strong>de</strong>l molinillo en la chocolatera. El<br />

cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong>bilidad, y necesitaba que en el mismo momento <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong> la iglesia le<br />

metiesen en la boca su chocolate, fuese en el estado que fuese; por lo cual Goros acostumbraba<br />

tenerlo listo con anticipación, y el señor cura tomarlo <strong>de</strong>testable.<br />

- Yo no sé qué diferentes son <strong>de</strong> los marranos los hombres, carraspo - blasfemó el algebrista -.<br />

Tras <strong>de</strong> lo mismo andan; el comer, el beber, las mozas... Al fin, <strong>de</strong> una masa somos todos...<br />

-¡No sé cómo Dios aguanta a este empío en el mundo!<br />

237


-¿Y yo qué mal le hago a Dios, por si es caso? ¡De quien se ríe Dios es <strong>de</strong> los bobos que están<br />

ayunando y con flatos y pasando mala vida! ¿Para quién hizo Dios - vamos a ver, respon<strong>de</strong>,<br />

cristiano - para quién hizo Dios las cosas buenas, el vino, y más la comida, y más las muchachas<br />

<strong>de</strong> salero? ¿Las hizo Dios, sí o no? Pues si las hizo, no será para que nadie las escupa. Y si<br />

alguien las escupe, se ríe Dios <strong>de</strong> él, ¡carraspo y carraspiche!<br />

- Si le oye mi señor, le echa con cajas <strong>de</strong>stempladas <strong>de</strong> la cocina.<br />

-¿No va en los Pazos el señor abad? - preguntó el algebrista, mudando <strong>de</strong> tono, y como quien<br />

pregunta algo serio.<br />

-¿En los Pazos? No, va en misa.<br />

- Pues dice que lo van a llamar <strong>de</strong> los Pazos.<br />

-¡Milagro! ¿Para qué será?<br />

- Para echarle los <strong>de</strong>sconjuros y los asperges a la señorita Manola, que tiene el ramo cativo, y<br />

para darle la esterminación a don Pedro, que está en los últimos.<br />

-¿Quién le dijo todo eso?<br />

- El estanquero <strong>de</strong> Naya. Allá estive <strong>de</strong> noche.<br />

- Pues es una mentirería <strong>de</strong>scarada. Ayer noche fui a los Pazos a ver qué sucedía. También me lo<br />

encargó el señor abad. Y ni la señorita Manola está en<strong>de</strong>moniada, ni el marqués tan malo.<br />

- El haber hay en la casa un rebumbio <strong>de</strong> dos mil júncaras. ¿Hay o no?<br />

- Rebumbio lo hay, eso es como el Evangelio; pero eusageran, que no es tanto.<br />

-¿Y será mentira también el cuento <strong>de</strong> lo que pasó con el Perucho, el hijo <strong>de</strong> la Sabel? Por Naya<br />

anda el cuento más corrido, ¡que no sé!<br />

- Largó <strong>de</strong> casa, y no se sabe a <strong>de</strong>rechas el motivo. Ese es el caso.<br />

La fisonomía <strong>de</strong>l algebrista, truhanesca y socarrona como ella sola, se contrajo y arrugó con el<br />

más malicioso gesto posible.<br />

- El motivo... Endrómenas, carraspo... Unos dicen <strong>de</strong> una manera, otros <strong>de</strong> la otra, y tú vete a<br />

saber la verdá...<br />

- La verdá sólo Dios - sentenció Goros...<br />

- O el diaño, que inda es más listo. Pues señor, que dicen unos que la señorita tuvo un disgusto<br />

grandísimo con el padre, a que había <strong>de</strong> echar <strong>de</strong> casa al Perucho, y que hasta que lo echó no<br />

paró. Otros que ese señor que está ahí... ¡ese <strong>de</strong> los cuatro ojos!<br />

- Ya sé. El hermano <strong>de</strong> la difunta señora.<br />

- Que fue quien porfió por echar a Perucho, porque quiere casarse con la señorita... y así supo<br />

que don Pedro le <strong>de</strong>jaba cuartos por testamento, amenazó a Perucho <strong>de</strong> matarlo y por poco lo<br />

mata... hasta que se tuvo que largar con viento fresco. Que otros... (aquí el guiño se hizo más<br />

malicioso) que si andaban, si no andaban, si el Perucho y la Manola y el otro y todos... ¡El diablo<br />

y más su madre! El cuento es que juraban que el señor no salía <strong>de</strong> esta... que estaba gunizando...<br />

y que tenían llamado al médico <strong>de</strong> Cebre, aquel con quien riñeran por mor <strong>de</strong> las eleuciones...<br />

Goros sacó en esto la chocolatera <strong>de</strong>l fuego, porque ya había dado los dos hervores <strong>de</strong> rúbrica; y<br />

meneando la cabeza con aire filosófico, pronunció:<br />

- Ni por ser rico... ni por ser señor... ni por poca edá... ni por sabiduría... Cuando llega la <strong>de</strong> pagar<br />

la gabela <strong>de</strong> las enfermeda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sgracias y <strong>de</strong> la muerte negra...<br />

El algebrista callaba, como el que no tiene ganas <strong>de</strong> armar disputa otra vez, y picaba con la uña,<br />

<strong>de</strong> una gruesa tagarnina, cantidad bastante para liar un papelito. Así que lo hubo liado, se<br />

encasquetó la monumental chistera, y acercándose al fogón, murmuró con tonillo insinuante:<br />

-¿Conque no das ni una pinga?<br />

- No gasto - respondió el criado <strong>de</strong>l cura áspera y lacónicamente.<br />

- Da entonces lumbre para el cigarro, que no te arruinará, cutre, sarnoso.<br />

Goros le alargó el tizón, y el componedor, con un cigarrillo en el canto <strong>de</strong> la boca, salió<br />

rezongando un<br />

-¡Conservarse!<br />

238


Creyose el perro en el compromiso <strong>de</strong> soltar un ladrido <strong>de</strong> alarma al ver salir al señor Antón; mas<br />

<strong>de</strong> allí a dos minutos, rompió a ladrar con verda<strong>de</strong>ro frenesí, con ese bronco ladrido, casi trágico,<br />

que es aviso y reto a la vez. Goros se lanzó fuera y se halló, a la puerta <strong>de</strong>l patio, con el señor <strong>de</strong><br />

los cuatro ojos.<br />

- XXXII -<br />

-¿El señor cura? ¿Está en casa?<br />

-¡Ay señor! Va en la misa... ya hace un bocadito que salió.<br />

-¿Tardará mucho?<br />

-¿Quién es capaz <strong>de</strong> saberlo? La misa se <strong>de</strong>spabila pronto; solamente que <strong>de</strong>spués, si le da la<br />

gana <strong>de</strong> ir a rezar al camposanto... lo mismo pue<strong>de</strong> tardar media hora que una. Si quiere, voy a<br />

buscarlo en un instante.<br />

- Nada <strong>de</strong> eso... Déjele usted que rece. No tengo prisa; esperaré.<br />

-¡Quieto, can! ¡Quieto, arrenegado! Pase, entre, haga el favor <strong>de</strong> subir.<br />

Pasábase por la cocina para llegar a la sala <strong>de</strong>l cura, sala que hacía oficio <strong>de</strong> comedor, y se<br />

reducía a cuatro pare<strong>de</strong>s enyesadas, una mesa vieja con tapete <strong>de</strong> hule, una Virgen <strong>de</strong>l Carmen<br />

<strong>de</strong> bulto, encerrada en su urna <strong>de</strong> cristal y caoba, y puesta sobre una cómoda asaz ventruda y<br />

apolillada, y media docena <strong>de</strong> sillas <strong>de</strong> Vitoria. Goros se <strong>de</strong>shacía buscando y ofreciendo la<br />

menos <strong>de</strong>svencijada y vieja.<br />

- Gracias, estoy muy bien - afirmó el artillero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar asiento -; no <strong>de</strong>je usted sus<br />

quehaceres, amigo; váyase a trabajar.<br />

La verdad es que <strong>de</strong>seaba estar solo, como todos los que lidian con preocupaciones muy serias.<br />

Pesado silencio llenaba la salita, y lo interrumpía sólo el zumbido <strong>de</strong> un moscardón, que se<br />

aporreaba la cabeza contra los vidrios <strong>de</strong> la ventana. Gabriel <strong>Pardo</strong> acercó su silla a la mesa, y<br />

apoyando en esta los codos, <strong>de</strong>jó caer sobre las palmas <strong>de</strong> las manos la frente, experimentando<br />

algún consuelo al oprimirse los párpados y las sienes doloridas. Ni él mismo sabía por qué,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dos o tres días <strong>de</strong> febril actividad, <strong>de</strong> lucha encarnizada con una situación espantosa,<br />

le entraba ahora tan inmenso <strong>de</strong>saliento, tales ganas <strong>de</strong> echarlo todo a rodar, meterse en un coche<br />

y volverse a Santiago, a Madrid...<br />

Tres noches llevaba sin dormir y tres días sin comer casi, y tal vez por culpa <strong>de</strong> la vigilia y<br />

abstinencia le parecía en aquel instante que su cerebro estaba reblan<strong>de</strong>cido, y que sus i<strong>de</strong>as eran<br />

como esos círculos que hace en el agua la piedra arrojadiza; no tenían consistencia alguna. A<br />

fuerza <strong>de</strong> encontrarse frente a frente, <strong>de</strong> lidiar cuerpo a cuerpo con uno <strong>de</strong> los problemas más<br />

tremendos que pue<strong>de</strong>n acongojar a la razón humana, ya había perdido la brújula, y el<br />

<strong>de</strong>sbarajuste <strong>de</strong> su criterio le amedrentaba. - Vamos a ver (y era la centésima vez que repetía<br />

aquel soliloquio mental). Aquí se han tronzado moralmente dos existencias; se les ha estropeado<br />

la vida a dos seres en la flor <strong>de</strong> la edad. <strong>Los</strong> dos se causan horror a sí mismos; los dos se creen<br />

reos <strong>de</strong> un crimen, <strong>de</strong> un pecado espantoso... y los dos, bien lo veo, seguirán queriéndose largo<br />

tiempo aún. ¿Son <strong>de</strong>lincuentes en rigor? Por <strong>de</strong> pronto, que no lo sabían; pero supongamos que<br />

lo supiesen, y así y todo... No, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la ley natural, eso no es crimen, ni lo ha sido nunca. Si<br />

en los tiempos primitivos, <strong>de</strong> una sola pareja se formó la raza humana, ¿cómo diantres se pobló<br />

el mundo sino con eso? ¡Ea, se acabó; está visto que yo no tengo lo que llaman por ahí sentido<br />

moral! ¡A fuerza <strong>de</strong> lecturas, <strong>de</strong> estudiar y <strong>de</strong> ejercitar la razón, me he acostumbrado a ver el pro<br />

y el contra <strong>de</strong> todas las cosas...! ¡Me he lucido! Lo que la humanidad encuentra claro como el<br />

agua, lo que un niño pue<strong>de</strong> resolver con las nociones aprendidas en la escuela, a mí me parece<br />

hondísimo e insoluble... Sólo en el primer momento, guiado por mi instinto, procedo con lógica;<br />

así cuando quería matar a Perucho; entonces era yo un hombre resuelto, no un divagador<br />

miserable; pero, ¿cuánto me dura a mí esa fuerza, esa convicción? Diez minutos; el tiempo que<br />

239


tardo en echarme a filosofar sobre el asunto y empezar con porqués, con atenuaciones,<br />

indulgencias y tolerancias... ¡El cáncer que me roe a mí es la indulgencia, la indulgencia! ¿Me<br />

casaría yo, aunque fuese lícito, con una <strong>de</strong> mis hermanas? No, y estoy disculpando el incesto.<br />

Como aquella vez que encontré mil excusas a la cobardía <strong>de</strong>l famoso Zaldívar, el que se guardó<br />

varios bofetones y no quiso batirse... ¡y luego tuve que echármelas yo <strong>de</strong> matón para que no se<br />

figurasen que <strong>de</strong>fendía causa propia! Aún me río... ¡Cómo me puse cuando el otro botarate <strong>de</strong><br />

Morón me dijo con mucha soflama que era cómodo tener ciertas teorías a mano...! Aún se <strong>de</strong>ben<br />

acordar en el café <strong>de</strong> la que allí se armó... ¡Ay, y qué cansado estoy <strong>de</strong> estas dislocaciones <strong>de</strong> la<br />

razón, <strong>de</strong> este afán <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rlo y explicarlo todo! La calamidad <strong>de</strong> nuestro siglo. Quisiera<br />

tener el cerebro virgen, ¡qué hermosura! ¡Pensar y sentir como yo mismo; con energía, con<br />

espontaneidad, equivocándome o disparatando, pero por mi cuenta! Ese montañés me ha<br />

inspirado simpatía, cariño, envidia, admiración. Él se cree el hombre más infeliz <strong>de</strong> la tierra, y yo<br />

me trocaría por él ahora mismo... ¡Con qué sinceridad y entereza siente, piensa y quiere! Vamos,<br />

que ya daría yo algo por po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>cir con aquella voz, aquel tono y aquella energía: -¿Soy algún<br />

perro para no creer en Dios?<br />

Gabriel se oprimió más las sienes. El moscardón seguía zumbando y golpeándose, incansable en<br />

su empeño <strong>de</strong> romper un vidrio con la cabeza para salir al aire y a la libertad que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> fuera le<br />

estaban convidando. Levantose <strong>Pardo</strong>, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> librarse, con la acción, <strong>de</strong> la tortura <strong>de</strong><br />

aquellas cavilaciones estériles y mareantes. Púsose a pasear <strong>de</strong> arriba abajo por la sala,<br />

escuchando el crujido <strong>de</strong> sus botas nuevas, unas botas <strong>de</strong> becerro blanco encargadas para la<br />

expedición al valle <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Se paró ante la urna <strong>de</strong> la Virgen <strong>de</strong>l Carmen, y la miró<br />

atentamente, reparando en su corona, en la inocente travesura <strong>de</strong> los ojos <strong>de</strong>l niño, en la forma<br />

<strong>de</strong>l escapulario... ¡De veras que ya iba tardando el cura! Sentía Gabriel esa necesidad <strong>de</strong><br />

movimiento que entretiene la impaciencia. Salió a la cocina, don<strong>de</strong> Goros mondaba patatas; y<br />

abriendo la petaca, le ofreció cordialmente un cigarro. El criado <strong>de</strong>l cura se puso <strong>de</strong> pie, sonrió<br />

complacientemente y se rascó el cogote <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la oreja, a<strong>de</strong>mán favorito <strong>de</strong>l gallego cuando<br />

<strong>de</strong>libera para entre sí. Gabriel adivinó.<br />

-¿No fuma usted?<br />

- No señor, no gasto, hase <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir la verdad. Dios se lo pague y la Virgen Santísima y <strong>de</strong> hoy en<br />

un año me dé otro.<br />

-¡Pues si no le he dado a usted ninguno!<br />

- La intención es lo que se estima, señor. No se le va el tiempo; con su permiso, cumple avisar al<br />

señor abad.<br />

- No, hombre; si ya no es posible que tar<strong>de</strong> mucho. Tiene el abad una casita muy mona...<br />

¿Produce mucho el huerto?<br />

- No señor, apenas nada... ¿Quiere molestarse en ver cuatro coles?<br />

- Si usted no tiene ocupación precisa...<br />

- Jesús, señor... Venga por aquí. (Goros tomó la <strong>de</strong>lantera.) Esto es una poquita cosa que yo la<br />

trabajo cuando tengo vagar... (Encogiéndose <strong>de</strong> hombros con aire resignado.) Porque el señor<br />

abad... ¡mi alma como la suya!, no mete un triste jornalero, y yo a veces me levanto antes <strong>de</strong> ser<br />

día, y con un farol en la mano voy cuidando... Y todo me lo come el verme...<br />

Obligaba la cortesía a Gabriel a fijarse en un repollo comido <strong>de</strong> orugas, un tomate que rojeaba,<br />

un pavío chiquito, enfermo <strong>de</strong> un flujo <strong>de</strong> goma, y un peral muy cargado ya. Luego entraron en<br />

la corraliza don<strong>de</strong> se ofrecía a los ojos un cuadro <strong>de</strong> familia interesante. Era una marrana<br />

soberbia en medio <strong>de</strong> su ventregada <strong>de</strong> guarros, los más rosados y lucios que pue<strong>de</strong>n verse. La<br />

madre vino a frotarse cariñosamente contra Goros; pero al ver a Gabriel gruñó con recelo y echó<br />

al trote, seguida <strong>de</strong> sus críos, hacia la pocilga. Goros la llamó con cariñosos apelativos,<br />

diminutivos y onomatopeyas, para sosegarla.<br />

- Quina, quiniña... cuch, cuch, cuch...<br />

-¡Qué gran<strong>de</strong> es y qué hermosa! - observó Gabriel para lisonjear la vanidad <strong>de</strong> Goros.<br />

240


- Es muy hermosísima, sí señor; y eso que está chupada <strong>de</strong> criar. Cuando se cebe tendrá con<br />

perdón unas carnes y unos tocinos... como los <strong>de</strong>l Arcipreste <strong>de</strong> Boán. ¿Le conoce, señorito? -<br />

exclamó el criado, que ya estaba rabiando por vaciar el saco <strong>de</strong> las chanzas irreverentes.<br />

- Algo - respondió Gabriel sonriendo.<br />

-¿Y no le parece, dispensando usté, que se la podíamos enviar <strong>de</strong> ama? - añadió Goros señalando<br />

a la puerca. Como Gabriel no celebró mucho el chiste, Goros mudó <strong>de</strong> estilo.<br />

-¿Ve los que tiene? - dijo enseñando los cochinillos -. Pues a todos los ha criado... Es el segundo<br />

año que cría... Aquel ya es hijo suyo - añadió mostrando en un rincón <strong>de</strong> la corraliza un cerdazo<br />

corpulento, pero con un aire hosco y feroz que recordaba al jabalí montés -. Matamos el cerdo<br />

viejo por Todos los Santos... y quedó ese para padre.<br />

Mientras Gabriel consi<strong>de</strong>raba a aquel Edipo <strong>de</strong> la raza porcuna, un gracioso animal vino a<br />

enredársele entre los pies: era una paloma calzuda, moñuda, <strong>de</strong> cuello tornasolado don<strong>de</strong><br />

reverberaban los más lindos colores; giraba arrullando, y su ronquera era honda, triste y<br />

voluptuosa a la vez. Gabriel se inclinó hacia ella, y el ave, sin asustarse mucho, se limitó a<br />

<strong>de</strong>sviarse unos cuantos pasos <strong>de</strong> sus patitas rosadas.<br />

-¿Hay palomar? - preguntó <strong>Pardo</strong>.<br />

- No señor... (El criado estregó el pulgar contra el índice, como indicando que no sobraba dinero<br />

para meterse en aventuras.) Pero el señor abad... como Dios lo dio tan blando <strong>de</strong> corazón... y<br />

como las palomas le gustan... mantiene a las <strong>de</strong> todos los palomares <strong>de</strong> por ahí, y siempre<br />

tenemos la casa llena <strong>de</strong> estas bribonas... Siquiera sacamos un par <strong>de</strong> pichones para asarlos; aquí<br />

no vienen sino a llenar el papo y marcharse... ¡Largo, galopinas! - añadió dirigiéndose a varias<br />

que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tejado <strong>de</strong>scendían a la corraliza volando corto -. ¡Ay señor! - añadió el criado<br />

tristemente -: es mucho gusto servir a un santo... ¡pero también... los trabajos que se pasan para ir<br />

viviendo acaban con uno! Aquí no se cobran <strong>de</strong>rechos... aquí los feligreses se ríen <strong>de</strong>l señor, y no<br />

traen ni huevos, ni gallinas, ni fruta, ni nada... Aquí la fiesta <strong>de</strong>l Patrón, como si no la hubiera...<br />

¡Aquí se guarda el tocino y la carne para los enfermos <strong>de</strong> la parroquia, y nosotros pasamos con<br />

berzas y unto!<br />

Latió el perro <strong>de</strong> alegría; abriose la puerta <strong>de</strong>l patio que comunicaba con la corraliza, y apareció<br />

el cura flaco, sumido <strong>de</strong> carnes, encorvado, canoso, <strong>de</strong> ojos azules muy apagados, vestido con<br />

una sotanuela color <strong>de</strong> ala <strong>de</strong> mosca, pero limpia. Gabriel se <strong>de</strong>scubrió, se a<strong>de</strong>lantó, y antes <strong>de</strong><br />

saludarle inclinose y le estampó un gran beso en la mano.<br />

- XXXIII -<br />

Para hablar a su gusto y sin temor <strong>de</strong> que ningún oído indiscreto sorprendiese la conversación, se<br />

encerraron en el dormitorio <strong>de</strong>l cura, que parecía celda. Como no había más que una silla,<br />

Gabriel se sentó en el poyo <strong>de</strong> la ventana. Y charló, charló, <strong>de</strong>sahogando su corazón y aliviando<br />

su cabeza con el relato circunstanciado <strong>de</strong> toda la tragedia ocurrida en la casa señorial. El cura le<br />

oía sin levantar los ojos <strong>de</strong>l suelo, con las manos puestas en las rodillas, cogiéndose a veces la<br />

barba como para reflexionar, y a veces moviendo los labios lo mismo que si hablase, pero sin<br />

pronunciar palabra ninguna. De tiempo en tiempo carraspeaba para afianzar la voz, costumbre <strong>de</strong><br />

todos los que han ejercitado el confesonario, y hacía una pregunta, contrayendo la boca al <strong>de</strong>cir<br />

las cosas graves. Gabriel respondía clara, explícita, llanamente: jamás recordaba haber tenido tal<br />

satisfacción y tan provechoso <strong>de</strong>sahogo en confiarse y <strong>de</strong>snudarse el alma.<br />

-¿Y dice usted - interrogó el cura - que ese <strong>de</strong>sdichado está ya bien lejos <strong>de</strong> aquí? La separación<br />

es lo primero que importa.<br />

- Sí, padre. Yo le proporcioné dinero; yo le consolé lo mejor que supe; yo le acompañé hasta la<br />

diligencia, y le di carta para una persona <strong>de</strong> Madrid que inmediatamente que llegue le colocará<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>pendiente en una tienda. Le conviene trabajar, para que se le quiten <strong>de</strong> la cabeza las<br />

241


cavilaciones. Y no tenga usted miedo, que no le <strong>de</strong>jaré <strong>de</strong> la mano. Me consi<strong>de</strong>ro obligado a eso<br />

y a<strong>de</strong>más ¡me ha dado tanta lástima! Le aseguro a usted que iba cobrándole cariño.<br />

-¿Y usted... no sospecha con qué objeto quiere verme la señorita Manuela?<br />

- Quiere confesarse, o cosa semejante; quiere... ¿Qué ha <strong>de</strong> querer la pobrecilla? Imagínese<br />

usted... Consejo, luz; ¡que la ayu<strong>de</strong>n a salir <strong>de</strong>l pozo en que cayó hace cuatro días! El mal ha<br />

cedido; bien lo <strong>de</strong>cía el médico <strong>de</strong> Cebre, que el daño físico era poca cosa y fácilmente se<br />

vencería. Ya no hay convulsiones, ni querer batir con la cabeza contra la pared, ni aquello <strong>de</strong><br />

llamar a gritos a Perucho y acusarse en voz alta <strong>de</strong> los más horribles <strong>de</strong>litos... Figúrese usted que<br />

hasta dijo que ella había matado a su madre. Así es que la tuvimos secuestrada, sin permitir que<br />

en el cuarto entrase nadie... ¡y ojalá hubiésemos empezado por ahí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Perucho se<br />

marchó! Entonces no le hubieran contado... ¿No le parece a usted una fatalidad que supiese el<br />

parentesco que la une a aquel infeliz? Han cargado su conciencia <strong>de</strong> negras sombras; la han<br />

torturado con remordimientos que pudieron ahorrársele <strong>de</strong>l todo... ¡la han colocado a dos <strong>de</strong>dos<br />

<strong>de</strong> la locura!<br />

- Me parece que no está usted en lo cierto, señor don Gabriel - respondió lentamente el cura <strong>de</strong><br />

<strong>Ulloa</strong> -. Si la niña ignorase que hay entre ella y el hijo <strong>de</strong> Sabel un obstáculo eterno e invencible,<br />

le seguiría amando y no veríamos nunca extinguida la pasión incestuosa. Estas <strong>de</strong>sgracias tan<br />

terribles provienen cabalmente <strong>de</strong> no haberle abierto los ojos a tiempo: ¡tremenda<br />

responsabilidad para los que estaban obligados a velar por ella! Dios se lo perdone en su infinita<br />

misericordia.<br />

- Me coge <strong>de</strong> lleno esa responsabilidad, padre. Yo <strong>de</strong>bí venir antes a conocer a la hija <strong>de</strong> mi<br />

pobre hermana, a saber cómo vivía, cómo la educaban. Nada <strong>de</strong> eso hice, y será un<br />

remordimiento que me ha <strong>de</strong> durar tanto como la vida. Y usted, usted que es un santo...<br />

- Señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>, no me abochorne. Soy el último y el más miserable pecador.<br />

- Bien, pues usted... ¡que es un malvado! - exclamó sonriendo cariñosamente el artillero -, ¿no<br />

tuvo ocasión <strong>de</strong> insinuarle... no se confesaba la niña con usted?<br />

- Algún año por el Precepto... Confesiones a escape, en que no es posible echarle la sonda a un<br />

alma y ver lo que tiene <strong>de</strong>ntro. Todo lo han <strong>de</strong>scuidado en esa pobrecita, hasta los <strong>de</strong>beres<br />

religiosos, y si hay en ella bondad y honra<strong>de</strong>z...<br />

-¡Ya lo creo que la hay...! - protestó Gabriel con viveza.<br />

- Será por virtud natural y por misericordia <strong>de</strong> Dios... Nada le han enseñado; la han <strong>de</strong>jado vivir<br />

entregada a sí misma, por montes y breñas como los salvajes. Ha caído muy hondo; pero ¿cómo<br />

no había <strong>de</strong> caer? ¡Al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l abismo la empujaban!<br />

-¿Cómo es que no la veía usted más a menudo? ¿Usted que tanto quiso a su madre?<br />

La fisonomía <strong>de</strong>l cura se animó y alteró un tanto. Gabriel le había observado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un principio,<br />

y notado que el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, ahora como en la primera entrevista, parecía llevar sobre las<br />

facciones una máscara, una especie <strong>de</strong> barniz <strong>de</strong> impasibilidad, austeridad y <strong>de</strong>sasimiento, que le<br />

daba gran semejanza con algunas pinturas <strong>de</strong> santos contemplativos que andan por las sacristías.<br />

La expresión se había recogido al interior, por <strong>de</strong>cirlo así; los ojos, muy sumidos bajo el convexo<br />

párpado, miraban positivamente para a<strong>de</strong>ntro. Eran sus trazas como <strong>de</strong> hombre que huye <strong>de</strong> la<br />

vida <strong>de</strong> relación y se concentra en su pensamiento, procurando envolverse en una especie <strong>de</strong><br />

mística indiferencia por las cosas exteriores, que no es egoísmo porque no impi<strong>de</strong> la continua<br />

disposición <strong>de</strong>l ánimo al bien, sino que parece coraza que protege a un corazón excesivamente<br />

blando contra roces y heridas. La forma cristiana <strong>de</strong> la impasibilidad estoica. Pero ante la directa<br />

pregunta <strong>de</strong> Gabriel, quebrantose la tranquilidad <strong>de</strong>l cura: un leve matiz rojo le tiñó las mejillas,<br />

y brillaron sus apagados ojos. No <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ser tan flemático, en el fondo, el bueno <strong>de</strong>l abad.<br />

- No señor - pronunció más aprisa y en tono algo agitado -. Le hablaré a usted con franqueza<br />

absoluta, por ser usted quien es y por el caso extraordinario en que estamos... Hace muchos años<br />

que yo no frecuento la casa <strong>de</strong> los Pazos, en que tuve la honra <strong>de</strong> ser capellán, parte por el<br />

carácter <strong>de</strong> su señor hermano político <strong>de</strong> usted (todos tenemos nuestros <strong>de</strong>fectos, nuestras<br />

242


arezas), parte porque me traían aquellas pare<strong>de</strong>s recuerdos... bastante tristes. De esto no<br />

necesitamos hablar más. Respecto a la niña, mire usted... Cuando era pequeñita, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse<br />

que recién-nacida, le tenía yo cobrado un cariño... un cariño que no sé: muy gran<strong>de</strong> podrá ser el<br />

amor <strong>de</strong> los padres para sus hijos, pero lo que es el que yo tenía al angelito <strong>de</strong> Dios, es una cosa<br />

que no se pue<strong>de</strong> explicar con palabras. Como luego me fui <strong>de</strong> aquí y tardé bastante tiempo en<br />

volver (hasta que me presentaron para este curato), pu<strong>de</strong> meditar y consi<strong>de</strong>rar las cosas <strong>de</strong> otro<br />

modo, con más calma; y entonces evité ver mucho a la niña, por no poner el corazón en cosas <strong>de</strong>l<br />

mundo y en las criaturas, que <strong>de</strong> ahí vienen amarguras sin cuento y tribulaciones muy gran<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>l espíritu... El que se casa, bien está y justo es que quiera a sus hijos sobre todas las cosas,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Dios; pero el sacerdote, y en especial el párroco, ha <strong>de</strong> ser padre <strong>de</strong> todas sus ovejas,<br />

pues tal es su oficio... y no amar mucho en particular a nadie, para po<strong>de</strong>r amar a todos, y amarlos<br />

no en sí, sino en Cristo, que es el modo <strong>de</strong>recho. Así he creído que <strong>de</strong>bía hacer, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>...<br />

En cuanto al motivo, no pienso haber errado; pero, a po<strong>de</strong>r prever los acontecimientos y el<br />

peligro <strong>de</strong> la niña, <strong>de</strong>bí proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> otro modo. Yo, que estaba cerca, soy muchísimo más<br />

<strong>de</strong>lincuente y reo <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuido que usted que estaba lejísimos y no podía razonablemente suponer<br />

que corriese Manuela ningún riesgo teniendo al lado a su padre.<br />

- Pues ahora - exclamó Gabriel - se me figura que nada remediamos con andar volviendo la vista<br />

atrás y lamentar lo ocurrido. El lance es espantoso; a hacerle cara, y a reparar en lo posible<br />

(hablo por mí) el <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> que somos reos. Yo tengo aquí en esta mano la reparación. Lo que<br />

necesita ahora mi sobrina es rehabilitarse a sus propios ojos; es volver a estimarse a sí misma; es<br />

reconciliarse con su propia conciencia. Es muy joven, muy inexperta, muy sencilla, ya por efecto<br />

<strong>de</strong> su carácter, ya <strong>de</strong> sus hábitos; y cree haber cometido uno <strong>de</strong> esos crímenes horribles que la<br />

hacen acreedora a que caiga sobre su cabeza el fuego <strong>de</strong>l cielo, que abrasó a los habitantes <strong>de</strong> las<br />

cinco ciuda<strong>de</strong>s aquellas... Cuando no se ha vivido, señor cura, no es posible tener i<strong>de</strong>a exacta <strong>de</strong><br />

la magnitud y trascen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> nuestros actos, ni <strong>de</strong>l grado <strong>de</strong> responsabilidad que nos toca en<br />

ellos; así es que la pobre chica, no le quiero a usted <strong>de</strong>cir ni cómo se trata a sí misma, ni las cosas<br />

que se llama, ni las culpas que se echa, ni las atrocida<strong>de</strong>s que ensarta sobre el tema <strong>de</strong> que se<br />

quiere morir, <strong>de</strong> que no estará tranquila hasta que le canten el responso, y otras mil cosas<br />

análogas. Des<strong>de</strong> que ha pasado el acceso nervioso, permanece calladita y vuelta <strong>de</strong> cara a la<br />

pared, y sólo se le saca <strong>de</strong> cuando en cuando un -¡Ay Jesús, ay Jesús, yo me quiero confesar...!-<br />

pero, en resumidas cuentas, el estado <strong>de</strong> ánimo entonces y ahora es el mismo, y aquí no hay más<br />

que una solución: tranquilizar, calmar, restaurar ese espíritu. Yo lo he intentado por todos los<br />

medios; pero a mí no me oye ni me atien<strong>de</strong>, mientras que a usted le llama... Su sagrado prestigio<br />

<strong>de</strong> usted lo pue<strong>de</strong> todo en esta ocasión.<br />

- Cuanto <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>penda...<br />

Y <strong>de</strong> mí; ¿no ha entendido usted aún? Lo diré más claro. Hágale usted compren<strong>de</strong>r que nada ha<br />

perdido, que no está ni infamada ni maldita, una vez que su tío, persona <strong>de</strong>cente por los cuatro<br />

costados, la pi<strong>de</strong> por mujer, la quiere con todo su corazón, y está dispuesto a ser para ella cuanto<br />

le negó la suerte hasta el día: padre, madre, hermano, protector, esposo amantísimo... que con<br />

todos estos cariños diferentes la sabré querer yo.<br />

Reinó en la celdita prolongado silencio. El cura recobraba su expresión tranquila; reflexionaba.<br />

Por último, interrogó:<br />

-¿Usted se casaría con ella, sin reparar...?<br />

- Sin reparar en lo sucedido.<br />

- Y nunca...<br />

- Y nunca se lo había <strong>de</strong> traer a la memoria.<br />

- Según eso, ¿está usted... prendado <strong>de</strong> su sobrina?<br />

- No señor. Prendado, no, según suele enten<strong>de</strong>rse esa palabra. La quiero; y a<strong>de</strong>más pago una<br />

<strong>de</strong>uda.<br />

243


- No <strong>de</strong>smiente usted la buena sangre, señor don Gabriel... Alguien le estará a usted dando las<br />

gracias y pidiendo por usted <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el cielo.<br />

- No - respondió Gabriel levantándose- si aquí quien ha <strong>de</strong> hacer el milagro es usted... Mi <strong>de</strong>stino<br />

y el <strong>de</strong> Manuela están en sus manos.<br />

- En las <strong>de</strong> Dios - respondió fervorosamente el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>. Dicho esto, se levantó, volvió la<br />

vista hacia una <strong>de</strong>testable litografía <strong>de</strong>l Corazón <strong>de</strong> Jesús, que tenía colgada a la cabecera <strong>de</strong> la<br />

cama, y movió los labios aprisa; aquello sí era rezar.<br />

- XXXIV -<br />

A tiempo que el párroco <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> cruzaba, sereno en apariencia, aquellos salones tan poblados<br />

para él <strong>de</strong> memorias y <strong>de</strong> diabólicas insidias y asechanzas contra su reposo, Juncal salía <strong>de</strong>l<br />

cuarto <strong>de</strong> la enferma. A la pregunta ansiosa <strong>de</strong> Gabriel, el médico dio respuesta sumamente<br />

satisfactoria:<br />

- Mejor, mucho mejor... Se ha comido la patita <strong>de</strong> la gallina, toda entera... Se bebió un vaso <strong>de</strong><br />

tostado...<br />

-¿Por su voluntad?<br />

- No; tuve que rogarle mucho, pero <strong>de</strong>spués se veía que lo <strong>de</strong>spachaba sin repugnancia. A esa<br />

edad, la naturaleza ayuda... Señor abad; ¡felices!<br />

- Igualmente, don Máximo... ¿De manera que no hay inconveniente en entrar junto a ella?<br />

- Al contrario... tiene afán por verle a usted.<br />

- Pues señores... hasta luego.<br />

Así que el cura <strong>de</strong>sapareció tras la puerta <strong>de</strong>l cuarto, Juncal enganchó el brazo <strong>de</strong>recho en el <strong>de</strong>l<br />

comandante, y le llevó hacia el claustro, diciendo afectuosamente:<br />

- Véngase, véngase a tomar un poco el aire... usted va a salir <strong>de</strong> esta batalla con una enfermedad.<br />

Duerme y come tan poco como la enferma, y eso no pue<strong>de</strong> ser... A ella la sostuvo hasta hoy la<br />

excitación nerviosa; usted está en diferente caso.<br />

- Bch... ¿Cómo sigue don Pedro? No voy allá porque se pone hecho un lobo cuando me ve... ¡La<br />

manía <strong>de</strong> que yo he venido a traer la <strong>de</strong>sgracia a esta casa!<br />

- Mire, seguir no le sigue peor; mañana o pasado se levantará, y parecerá muy fuerte; pero...<br />

confieso que me ha dado un chasco. Físicamente (consiste en la diferencia <strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s) le ha<br />

hecho la cosa más eco que a la muchacha... Ha sido un golpe terrible. Y que nada; que no se<br />

acostumbra a que el chico se haya marchado. Hasta los jabalíes <strong>de</strong>l monte quieren a sus<br />

cachorros; esto lo prueba.<br />

- Bonita está esta casa. Dígole a usted, Máximo, que ar<strong>de</strong> en un candil. No hablemos <strong>de</strong><br />

Manuela; pero entre don Pedro que aúlla, y las gentes <strong>de</strong> abajo, que me arman cada gazapera y<br />

cada red... Porque ahora sus baterías se dirigen a que don Pedro reconozca... Piensan que va a<br />

liárselas, y... a lo que estamos, tuerta.<br />

- Bueno es que usted se impuso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer instante... Si no, ¿quién pararía aquí?<br />

- Me impuse; no quiero que molesten a un enfermo; pero lo <strong>de</strong>l reconocimiento lo consi<strong>de</strong>ro muy<br />

justo. Si ese cernícalo me quisiese oír, se lo aconsejaría. ¡Cuántos daños se hubieran evitado, con<br />

hacerlo al tiempo <strong>de</strong>bido!<br />

Juncal inclinó la cabeza en señal <strong>de</strong> asentimiento, y los dos amigos siguieron paseando por el<br />

claustro, o mejor dicho por la solana, sostenida en pilastras <strong>de</strong> piedra, con el escudo <strong>de</strong> Moscoso,<br />

que formaba el cuerpo superior <strong>de</strong>l claustro. El liquen, a la luz <strong>de</strong>l sol, estriaba <strong>de</strong> oro la piedra; y<br />

bajo los aleros <strong>de</strong>l tejado se oía el pitío alborotador <strong>de</strong> las golondrinas, que <strong>de</strong>smintiendo la<br />

popular creencia <strong>de</strong> que sólo anidan en casas don<strong>de</strong> reinan paz y ventura, entraban y salían en<br />

sus nidos, con vuelo airoso.<br />

244


- Don Gabriel, usted está alterado - exclamó el médico notando la irregularidad <strong>de</strong>l andar y los<br />

movimientos <strong>de</strong>l comandante. Todo el cuerpo <strong>de</strong> Gabriel, en efecto, vibraba como una cal<strong>de</strong>ra <strong>de</strong><br />

vapor a tensión muy alta -. ¿No se lo dije, que acabaría usted por ponerse más malo que su<br />

sobrina?<br />

- No es eso, no es eso... - exclamó con vehemencia el comandante, soltando el brazo <strong>de</strong> su amigo<br />

y reclinándose en una <strong>de</strong> las pilastras -. Es... que ahora, en este mismo instante, se <strong>de</strong>ci<strong>de</strong> el<br />

<strong>de</strong>stino <strong>de</strong> mi vida y el <strong>de</strong> Manuela. El cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> lleva un encargo mío...<br />

-¡Mi madre querida! - exclamó con cómico terror Juncal, agarrándose con las manos la cabeza -.<br />

¡Ha puesto usted su <strong>de</strong>stino en manos <strong>de</strong> un clericeronte! ¡Estamos frescos! Ay, don Gabriel, <strong>de</strong><br />

aquí va a salir una falcatrúa... Verá, verá, verá.<br />

-¡Hombre! - repuso Gabriel sin po<strong>de</strong>r evitar la risa -. Yo pensé que hacía usted una excepción<br />

honrosísima en favor <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>.<br />

- Entendámonos, entendámonos... Hasta cierto punto nada más. ¡El clérigo siempre es clérigo!<br />

Don<strong>de</strong> él pone la mano, todo lo <strong>de</strong>ja llevado <strong>de</strong> Judas. ¿Usted piensa que a mí me hizo gracia el<br />

que la chica llamase por él y quisiera verlo a toda costa? ¡Mal síntoma, síntoma funesto! Yo a<br />

sanarla, y el clérigo... ¡ya lo verá usted!, a enfermarla otra vez, y <strong>de</strong> más cuidado que la primera.<br />

Mucho será que hoy no tengamos la convulsión y la llorerita... ¡Mecachis en los que vienen ahí a<br />

alborotar a la gente!<br />

- Vamos, Máximo, tolerancia, tolerancia... ¿De modo que si usted pudiese, al cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong> me lo<br />

metía en el buque con los <strong>de</strong>más, y con los <strong>de</strong>más me lo enviaba a tierra <strong>de</strong> salvajes?<br />

-¡Pues claro, señor! ¿No hace falta un apóstol para convertir a los infieles? Pues así habría un<br />

apóstol entre muchos pillos... Y nos quedaríamos libres por acá <strong>de</strong> apóstoles, porque nosotros ya<br />

estamos convertidos hace rato.<br />

En tomando la ampolleta Juncal sobre esta cuestión, no era fácil atajarle; y como Gabriel se reía<br />

a veces <strong>de</strong> sus extravagantes dichos, el médico sacaba todo su repertorio. Mientras el<br />

comandante apuraba el cigarro, el médico refería la vida y milagros <strong>de</strong> todos los aba<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

contorno, más o menos recargada <strong>de</strong> arabescos y viñetas.<br />

- El <strong>de</strong> Boán... a ese ya lo habían <strong>de</strong>spachado por bueno: lo atacaron veinte facinerosos en su<br />

casa, y les probó que servía mejor que ellos para el oficio: si se <strong>de</strong>scuidan, me los escabecha a<br />

todos... Mire qué mansedumbre evangélica. El <strong>de</strong> Naya no me la da a mí con su carita<br />

complaciente: <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser un pillo redomado: más amigo <strong>de</strong> diversión y gau<strong>de</strong>amus... Si le<br />

estuviesen dando la consagración <strong>de</strong> obispo y oyese que al lado se iban a disparar unos cohetes y<br />

a hinchar un globo, tira con la mitra y echa mano al tizón... El arcipreste <strong>de</strong> Loiro... dice que se<br />

come él solo un capón cebado y que le chorrea la grasa <strong>de</strong> la enjundia por el queso abajo, hasta el<br />

ombligo... ¡Pues no digo nada <strong>de</strong>l nuevo que nos han mandado a Cebre! Más bruto no lo hace<br />

Dios aunque se empeñe... y tiene pretensiones <strong>de</strong> orador sagrado, porque en Santiago le dieron<br />

una faena <strong>de</strong> cavador; en un mismo día predicó por la mañana el sermón <strong>de</strong>l Encuentro, al aire<br />

libre, y por la tar<strong>de</strong> el <strong>de</strong> la Agonía: total cuatro horas <strong>de</strong> echar el pulmón, y <strong>de</strong> hacer chacota <strong>de</strong><br />

él los estudiantes. Y lo más célebre fue que en el sermón <strong>de</strong>l Encuentro llevaba una pelliz, eso sí,<br />

muy planchada y muy rizadita; y cuando para enternecer al público hizo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> abrazar a la<br />

Virgen para consolarla <strong>de</strong> la ausencia <strong>de</strong> su hijo, los estudiantes gritaban: ¡Ay mi pelliz! Así que<br />

se enteró el Arzobispo, dicen que le pasó recado <strong>de</strong> que no predicase más... Aquí cuando echa la<br />

plática atur<strong>de</strong> la iglesia... Según dicen; que yo, ya imaginará usted que no asisto a semejante<br />

iniquidad... Usted está distraído, vamos; no le cuento a usted más cuentos <strong>de</strong> esa gente.<br />

- No, cuente usted; así entretengo un poco la ansiedad inevitable. Porque sepa usted que a mí lo<br />

único que me saca <strong>de</strong> quicio y me <strong>de</strong>sata los nervios, es la expectación y la incertidumbre. Para<br />

las <strong>de</strong>sgracias verda<strong>de</strong>ras, para los males ya conocidos, creo que no me falta resistencia; y eso<br />

que no la doy <strong>de</strong> estoico.<br />

245


Siguió Juncal refiriendo cuentos <strong>de</strong> curas; pero como todo se agota, la conversación iba<br />

langui<strong>de</strong>ciendo mucho. Gabriel, <strong>de</strong> cuando en cuando, entraba en el salón, recorría dos o tres<br />

habitaciones, y salía siempre diciendo:<br />

-¡Nada... nada...! ¡La cosa va larga!<br />

- Ya verá usted - respondía Juncal - cómo el bueno <strong>de</strong>l cura le mete escrúpulos en la cabeza a la<br />

señorita.<br />

- XXXV -<br />

- Queda muy sosegada, y en un estado <strong>de</strong> ánimo bastante bueno. Mañana, Dios mediante,<br />

recibirá al Señor - respondió el cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, fijando los ojos en un nudo <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l piso,<br />

pues aquella habitación <strong>de</strong> Gabriel <strong>Pardo</strong> era la misma, la <strong>de</strong> su hermana, y ten<strong>de</strong>r la vista<br />

alre<strong>de</strong>dor una prueba muy fuerte para el espíritu <strong>de</strong>l párroco.<br />

- Y...<br />

- Todo se lo he expuesto y se lo he manifestado <strong>de</strong> la mejor manera posible y apoyándolo con<br />

cuantas razones me sugirió mi pobre inteligencia. Le he dicho que usted le dispensaba una honra<br />

y le daba una prueba <strong>de</strong> afecto grandísima, elevándola al puesto <strong>de</strong> esposa suya, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

que...<br />

-¡Ay Dios mío! - exclamó Gabriel tristemente -. Si se lo ha presentado usted como un favor, <strong>de</strong><br />

fijo que se ha resentido su orgullo... y por altivez, por <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, habrá sido capaz <strong>de</strong> negarse...<br />

- No señor, no...<br />

-¿Ha dicho que sí?, ¿ha dicho que sí? - preguntó Gabriel afanosamente.<br />

- Se ha negado...<br />

-¡Ya!<br />

- Pero por otras causas, que usted y yo estamos en el caso <strong>de</strong> respetar.<br />

-¿Otras causas?<br />

- Manuela se encuentra sinceramente arrepentida... La <strong>de</strong>sventura, el golpe que ha recibido le<br />

han abierto mucho los ojos <strong>de</strong>l alma. No <strong>de</strong>sea más que expiar y llorar su culpa...<br />

-¡Su culpa! - exclamó Gabriel, con acento <strong>de</strong> protesta -. ¡Su culpa, pobre criatura abandonada,<br />

sin consejo, sin cariño <strong>de</strong> nadie! ¡Don Julián, don Julián! Ocasiones hay en que yo me con<strong>de</strong>no a<br />

mí mismo por mi <strong>de</strong>testable propensión a la indulgencia; porque creo que se me han roto todos<br />

los resortes morales; pero ahora... ¡quisiera tener en esta mano todo el perdón y todo el amor <strong>de</strong>l<br />

mundo... para <strong>de</strong>rramarlo sobre la cabeza <strong>de</strong> mi sobrina! ¡Ella es inocente... otros, otros somos<br />

los culpables!<br />

- Otros - replicó con mansa firmeza el cura - son acaso más culpables que ella; pero ella tampoco<br />

es inocente, señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong>. Ella lo compren<strong>de</strong> y lo reconoce, y <strong>de</strong>sea, así que su padre se ponga<br />

bueno, retirarse a un convento <strong>de</strong> Santiago.<br />

-¡Monja! - exclamó <strong>Pardo</strong> -. Monja... ¡Quiere ser monja!<br />

- Por ahora, no señor. La vocación no viene en un día, y yo siempre le daría el consejo <strong>de</strong> que<br />

<strong>de</strong>sconfiase <strong>de</strong> una vocación repentina, dictada por sinsabores o <strong>de</strong>sengaños <strong>de</strong>l mundo. Lo que<br />

Manuela quiere es retiro y <strong>de</strong>scanso que le cure las heridas y sitio en que hacer penitencia <strong>de</strong> su<br />

pecado. Yo le he hablado <strong>de</strong> bodas, <strong>de</strong> esposo y <strong>de</strong> alegría; me ha respondido celda y llanto. En<br />

mí no estaba <strong>de</strong>sviarla <strong>de</strong> ese propósito, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que me lo manifestó. No me lo permitía mi oficio<br />

a aquella cabecera.<br />

Gabriel se acercó al cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y tomándole con agitación las manos,<br />

- Sí, padre - exclamó -; sí, sí, usted es el único que podía apartarla <strong>de</strong> ese triste cautiverio en que<br />

va a caer voluntariamente... Entrará allí ahora, porque cree, porque piensa que se le ha acabado el<br />

mundo y que ha <strong>de</strong>linquido atrozmente; porque tiene vergüenza y dolor, porque no sabe lo que le<br />

pasa... Después <strong>de</strong> entrar allí, lo que suce<strong>de</strong>; ya no se atreverá a salir, y se creerá en el<br />

246


compromiso <strong>de</strong> tomar el hábito, y lo tomará, y sufrirá, y vivirá mártir, y acaso morirá<br />

<strong>de</strong>sesperada... Don Julián, ¡usted que tanto ha querido a su madre...!<br />

<strong>Pardo</strong> sintió temblar en la suya la mano <strong>de</strong>l cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, y creyó que el argumento había hecho<br />

fuerza. En efecto, el cura se levantó, y como si <strong>de</strong>spertase <strong>de</strong> un sueño, abrió sus ojos siempre<br />

entornados y los paseó por los muebles, por la habitación, los clavó en la ventana. Y con<br />

expresión <strong>de</strong> angustia, con acento hondo y muy distinto <strong>de</strong> la voz sorda y tranquila que tenía<br />

siempre, gritó:<br />

-¡Ojalá que su madre hubiera entrado en el convento también! Dios llama a la hija... ¡Que vaya!<br />

¡Que vaya! Virgen Santísima, ¡ampárala, recíbela, sosténla, quítala <strong>de</strong>l mundo!<br />

Por primera vez sintió el comandante un impulso <strong>de</strong> ira contra aquel hombre que poseía a sus<br />

ojos la aureola y el prestigio <strong>de</strong>l santo, o - para emplear con más exactitud el lenguaje interno <strong>de</strong><br />

Gabriel - <strong>de</strong>l hombre honrado que ajusta a sus convicciones su vida, y no tiene para sus<br />

semejantes sino ternura y caridad. Rebosando enojo, le apostrofó rudamente:<br />

-¡Don Julián, permítame usted que le diga que eso es un enorme <strong>de</strong>sacierto! Manuela pue<strong>de</strong> ser<br />

en el mundo feliz, buena y honrada... y es un horror que vaya a sacrificarse, a enterrarse y a<br />

consumirse entre cuatro pare<strong>de</strong>s, sin chispa <strong>de</strong> <strong>de</strong>voción ni <strong>de</strong> humor para ello... ¿por qué? Por<br />

una <strong>de</strong>sdicha que ha tenido, por una falta que todo disculpa, cuyo alcance ella no ha podido<br />

compren<strong>de</strong>r, y cuya raíz y origen están, al fin y al cabo, en lo más sagrado y respetable que<br />

existe... ¡en la naturaleza!<br />

- Señor <strong>de</strong> <strong>Pardo</strong> - respondió el cura, que ya había recobrado su apacibilidad <strong>de</strong> costumbre- lo<br />

que la naturaleza yerra, lo enmienda la gracia; y el advenimiento <strong>de</strong> Cristo y los méritos <strong>de</strong> su<br />

sangre preciosa fueron cabalmente para eso; para remediar la falta <strong>de</strong> nuestros primeros padres y<br />

sanar a la naturaleza enferma. La ley <strong>de</strong> naturaleza, aislada, sola, invóquenla las bestias: nosotros<br />

invocamos otra más alta... Para eso somos hombres, hijos <strong>de</strong> Dios y redimidos por él. Dejemos<br />

esto; yo <strong>de</strong>searía que usted no se quedase con el recelo <strong>de</strong> que he influido directamente en el<br />

ánimo <strong>de</strong> la señorita. Vaya usted junto a ella, pregúntele, ínstele... haga usted su oficio, que la<br />

Virgen Santísima no ha <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuidarse en hacer el suyo... Yo me vuelvo a mi casa, si no tiene<br />

usted nada que mandar a este humil<strong>de</strong> servidor y capellán.<br />

- Voy junto a mi sobrina ahora mismo - respondió Gabriel retando al cura con su <strong>de</strong>cisión y con<br />

su cólera.<br />

- XXXVI -<br />

Entró medio a tientas, porque el cuarto estaba casi a oscuras, a causa <strong>de</strong> que la jaqueca <strong>de</strong> la niña<br />

no le consentía ver luz. No tardaron sin embargo las pupilas <strong>de</strong> Gabriel en acostumbrarse a<br />

aquella penumbra lo bastante para distinguir, en el fondo <strong>de</strong>l cuarto, la blancura <strong>de</strong> las sábanas y<br />

la cabeza <strong>de</strong> Manuela sobre el marco <strong>de</strong> su negrísimo pelo. Al acercarse el comandante,<br />

levantose Juncal y se retiró discretamente. La montañesa yacía inmóvil, con los ojos cerrados, y<br />

<strong>de</strong> la cama se alzaba ese olor especial que los enfermeros llaman olor a calentura, y que se nota<br />

por más ligera que sea la fiebre.<br />

A la cabecera <strong>de</strong> la cama estaba vacante la silla que el médico había <strong>de</strong>jado; pero Gabriel la<br />

separó, e hincando una rodilla en tierra, puso la mano <strong>de</strong>recha sobre el embozo <strong>de</strong> la sábana.<br />

- Manuela - cuchicheó.<br />

La enferma abrió los ojos, sin respon<strong>de</strong>r.<br />

-¿Qué tal te encuentras?<br />

- Muy bien... algo cansada.<br />

-¿Te incomodo?<br />

- No señor... Siéntese, por Dios.<br />

- Quiero estar así. ¿Me das la mano?<br />

247


Sacó Manuela su mano morena, ardiente, abrasada, y la entregó como se la pedían. Gabriel la<br />

tomó y la rozó suavemente con los labios. La niña hizo un movimiento para retirarla. Gabriel<br />

silabeó en tono suplicante:<br />

- No, hija mía, déjamela... Oye, Manuela... ¿Te molesta oír hablar?<br />

- Bajito, no.<br />

-¿Y podrás respon<strong>de</strong>rme?<br />

Inclinó la cabeza, diciendo que sí.<br />

- Manuela... ¿Te ha dicho algo <strong>de</strong> mí el señor cura?<br />

- Ya sé los favores que le merezco - articuló la montañesa.<br />

- Ninguno. Ese es el error. ¡Favor! No disparates. Mira en qué postura estoy. Pues figúrate que<br />

en esa misma te lo pedía, ¿entien<strong>de</strong>s? Como favor para mí, para mí. Vivo muy solo en el mundo;<br />

no tengo a nadie, a nadie; y me hacías falta, y me darías la vida. Pero ya no se trata <strong>de</strong> eso. De<br />

otra cosa más pequeñita y más fácil. Anda, monina, no me lo niegues. ¿Verdad que no? Si es<br />

facilísimo; si no te cuesta trabajo ninguno. Que no pienses en rejas ni en conventos; ¡mira qué<br />

poco, y qué sencillo! Te quedas aquí, al lado <strong>de</strong> tu padre. Yo también me quedo. Si estás triste, te<br />

acompaño; si enferma, te cuido; verás cómo discurrimos maneras <strong>de</strong> distraerte. Y <strong>de</strong> aquello que<br />

te pedí primero, no se habla nada... Nada. Te lo juro por la memoria <strong>de</strong> tu pobre mamá: ¿a que<br />

así me crees?<br />

Manuela no abrió los labios. Con el balanceo suave <strong>de</strong> su cabecita pálida y porfiada, daba el no<br />

más redondo <strong>de</strong>l mundo.<br />

-¿No quieres? ¿Que no? ¿Qué te diré, qué te haré para convencerte y traerte a buenas? Terquita<br />

<strong>de</strong> mi alma... ¡pobrecita!, respón<strong>de</strong>me con la boca, dime... ¿qué hago, cómo te conquisto?<br />

Pí<strong>de</strong>me tú algo... muy gran<strong>de</strong>... ¡muy atroz! Verás cómo soy mejor que tú, cómo te doy gusto...<br />

Te me has vuelto muy mala.<br />

<strong>Los</strong> lánguidos ojos <strong>de</strong> la montañesa resplan<strong>de</strong>cieron un instante, entre el oscuro cerco que los<br />

ro<strong>de</strong>aba; alzó un poco la cabeza; apretó la mano <strong>de</strong> su tío, y <strong>de</strong>jó salir con afán:<br />

-¿De veras me hará lo que yo le pida?<br />

- Oro molido que fuese, monina... Di, di.<br />

-¿Me da palabra?<br />

- De honor, <strong>de</strong> caballero, <strong>de</strong> todo lo que exijas. ¿Qué es ello? Salga.<br />

- Que se vaya por Dios, que se vaya a Madrid corriendo... antes que aquel que está allí solito... ¡y<br />

<strong>de</strong>sesperado!, se <strong>de</strong>sespere <strong>de</strong> vez, y... y... - No pudo proseguir: las lágrimas, <strong>de</strong> pronto, le<br />

nublaron las pupilas y le trabaron la voz en la garganta.<br />

Aquel que ve el interior <strong>de</strong> los corazones sabe que Gabriel <strong>Pardo</strong> recibió el golpe como honrado<br />

y valiente, presentando el pecho y con animoso espíritu. Allá en el fondo, muy en el fondo <strong>de</strong> su<br />

conciencia, se alzó una voz que gritaba:<br />

- Cura <strong>de</strong> <strong>Ulloa</strong>, ni tú ni yo... tú un iluso y yo un necio. Quien nos vence a los dos, es... el rey...<br />

¡No, el tirano <strong>de</strong>l mundo!<br />

- Así se hará, hija mía - dijo en alta voz -. ¿Quieres que me marche hoy mismo?<br />

- Pudiendo ser... ¡Dios se lo pague! Atienda, escuche... - silabeó acercando tanto su boca al oído<br />

<strong>de</strong> Gabriel, que este sentía en la mejilla un aliento enfermizo y volcánico -. Haga usted para que<br />

no se <strong>de</strong>sconsuele mucho... y dígale que así que yo esté en el convento, él vuelve aquí, y mi<br />

padre queda satisfecho, y todos bien, todos bien.<br />

- Adiós - respondió lacónicamente el artillero, que se levantó <strong>de</strong>l suelo, se inclinó sobre la<br />

montañesa y le dio un beso a bulto, hacia la sien.<br />

. . . Quiso ir a pie hasta Cebre, y Juncal, por supuesto, se empeñó en acompañarle. En lo alto <strong>de</strong><br />

la cuesta, don<strong>de</strong> se domina a vista <strong>de</strong> pájaro el valle <strong>de</strong> los Pazos, se volvió, y estuvo buen trecho<br />

con los brazos cruzados, la vista clavada en el tejado <strong>de</strong> la solariega huronera, en el estanque <strong>de</strong>l<br />

huerto que <strong>de</strong>stellaba fuego a los últimos rayos <strong>de</strong>l sol, en los lejanos picos y azuladas crestas<br />

que servían <strong>de</strong> corona al valle. Estas contemplaciones paran, y <strong>de</strong>biera callarse por sabido, en un<br />

248


suspiro muy hondo. <strong>Pardo</strong> llenó este requisito, y acordándose <strong>de</strong> todo lo que había venido a<br />

buscar allí diez días antes, pensó, con humorística tristeza:<br />

- Otro caballo muerto.<br />

Aquella tar<strong>de</strong>, el gran ardor <strong>de</strong> la canícula daba señales <strong>de</strong> aplacarse ya, y eran preludio y<br />

esperanza <strong>de</strong> frescura, y acaso <strong>de</strong> agua las nubes redondas y los finos rabos <strong>de</strong> gallo que<br />

salpicaban caprichosamente el cielo. Una brisa fresca, vivaracha, que columpiaba partículas <strong>de</strong><br />

humedad, hacía palpitar el follaje. A lo lejos chirriaban los carros cargados <strong>de</strong> mies, y las ranas y<br />

los grillos empezaban a elevar su sinfonía vespertina, saludando a la lluvia y al viento antes <strong>de</strong><br />

que hiciesen su aparición triunfal y refrigerasen la tostada campiña. Todo era vida, vida<br />

indiferente, rítmica y serena.<br />

Gabriel <strong>Pardo</strong> se volvió hacia los Pazos por última vez, y sepultó la mirada en el valle, con una<br />

extraña mezcla <strong>de</strong> atracción y rencor, mientras pensaba:<br />

- Naturaleza, te llaman madre... Más bien <strong>de</strong>berían llamarte madrastra.<br />

Fin <strong>de</strong>l tomo segundo y último<br />

249

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!