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TAUROMAQUIA RAMONIANA<br />
LUIS BUENO OCHOA<br />
lubuoch@teleline.es<br />
Madrid, febrero de 2008<br />
Con su aspecto melancólico repetía que el torero<br />
"no es suicida, sino asesino de sí mismo", y por eso<br />
tiene que tener esa palidez de asesino que él llevaba<br />
encima.<br />
UNO<br />
Ramón Gómez de la Serna,<br />
EL TORERO CARACHO.<br />
El torero Caracho (1926) 1 de Ramón Gómez de la<br />
Serna es la novela que sirve para justificar esto que<br />
venimos en denominar, tal como reza el título que<br />
encabeza esta colaboración, tauromaquia ramoniana:<br />
en suma, la forma de relacionar la obra de<br />
Ramón con el mundo de los toros. Y, fruto de esta<br />
complicidad, precisamente, hay que destacar, por<br />
encima de todo, la plástica y el diálogo con la muerte<br />
que tanto caracterizan al espectáculo taurino.<br />
La plástica que se advierte en el rito de los toros<br />
tenemos que asociarla, inevitablemente, a la pintura.<br />
A nadie se le podrá pasar por alto que la pintura fue<br />
una de las debilidades de Ramón. De hecho, se le<br />
ha llamado en no pocas ocasiones el Picasso<br />
2<br />
literario . El recurso pictórico en consonancia con lo<br />
1 Las citas que se dirán se corresponden con la edición de<br />
las Obras Completas de Ramón Gómez de la Serna, ed. de<br />
Ioana Zlotescu, Barcelona, Círculo de Lectores-Galaxia<br />
Gutenberg, 1997, vol, X, págs. 643-787.<br />
2 Así, por ejemplo, el Prologorio con el que Alfaqueque<br />
inicia su estudio con ocasión del centenario de Ramón habla de<br />
Boletín<strong>RAMÓN</strong> nº16, primavera (de Madrid) 2008, <strong>página</strong> 66<br />
taurino es, ciertamente, una buena manera de dar<br />
entrada a artistas admirados por Ramón como Goya,<br />
Velázquez, el Greco o el propio Picasso (entre<br />
otros); sin que sea de recibo a estas alturas omitir<br />
esa otra faceta artística, como dibujante, del propio<br />
Ramón. Tampoco debemos dejar en el olvido la<br />
vinculación existente entre la plástica y una actividad<br />
artística pujante, por novedosa, en la época en que<br />
se publica la historia del torero Caracho como es el<br />
cine. A ello volveremos, aunque con muy escasa<br />
dedicación, más tarde.<br />
La muerte es, también, el otro tema estelar que se<br />
identifica plenamente con lo ramoniano. Nótese, en<br />
este caso, que, ya sea por constituir una forma de<br />
llegar hasta el neoestoico Quevedo (porque, cómo<br />
decirlo mejor y más rápidamente, “vivir es morir<br />
viviendo” 3 ), ya sea porque, de otra manera, no es<br />
fácil percatarse de la impronta de algunas de sus<br />
obras como, por ejemplo, Morbideces (1908), Los<br />
muertos, las muertas y otras fantasmagorías (1935)<br />
o, incluso, la crucial Automoribundia (1948), la<br />
muerte es, cabría decir, una constante, o sea, algo<br />
recurrente cuando no socorrido en las creaciones de<br />
Ramón.<br />
DOS<br />
Tras enmarcar esta doble visión como símbolo del<br />
vínculo entre la obra ramoniana y el mundo taurino<br />
nos disponemos a conferir continuidad, con pretendido<br />
orden, a los dos aspectos resaltados, pintura y<br />
muerte, no sin antes hacer una fugaz incursión en el<br />
humorismo. Humorismo que, dicho sea de paso, no<br />
él como Picasso de las letras. Rafael Flórez: Ramón de<br />
Ramones, Madrid, Bitácora, 1988, pág. 11.<br />
3 Recordemos, pues: “Y lo que llamáis morir es acabar de<br />
morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que<br />
llamáis vivir es morir viviendo”. Francisco de Quevedo: “Sueño<br />
de la muerte”, en Sueños y discursos, ed. de Felipe C.R.<br />
Maldonado, Madrid, Castalia, 1973, pág. 195.