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Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas

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joven volvía de nuevo al mundo, tras haber estado sepultado durante un millón y<br />

medio de años bajo toneladas de sedimentos arrastrados por el lago, el río y el viento.<br />

El agente directo de su progresiva afloración había sido el pequeño torrente que<br />

surcaba los antiguos sedimentos. Cuanto más profundo el surco, tanto mayor la<br />

erosión de la superficie terrestre. Ahora que el cráneo del chico estaba de nuevo cerca<br />

de la superficie, la humedad podía volver a alcanzarle. Y el cráneo, boca abajo, había<br />

atraído la humedad, proporcionando un punto favorable para la germinación de la<br />

semilla. A medida que el árbol crecía, sus raíces fueron penetrando en el suelo, y el<br />

cráneo se fue fragmentando lentamente, pero los fragmentos se mantuvieron en su<br />

lugar, en el antiguo sedimento.<br />

En principio no me gusta talar árboles cuando hacemos trabajo de campo. Es el mismo<br />

principio que hace que limitemos al máximo las huellas de nuestro Land Rover. El<br />

medio aquí es tan frágil que toda pequeña alteración puede acelerar la erosión. Pero<br />

cuando descubrimos que nuestro precioso cráneo estaba enredado entre las raíces del<br />

árbol, la presión de la necesidad paleontológica fue más fuerte que el principio<br />

medioambiental inmediato, y el árbol fue abatido.<br />

¿Por qué murió el muchacho? No lo sabemos. La posición de su enterramiento inspiró<br />

la historia que he relatado anteriormente. Pero, aparte del hecho evidente de que un<br />

joven Homo erectus había muerto en una laguna, o cerca de ella, el resto de la historia<br />

era pura especulación, basada en elementos que creemos conocer acerca de la vida de<br />

Homo erectus.<br />

Sí sabemos, en cambio, que no hay huellas de carnívoro en sus huesos, así que<br />

posiblemente no fue presa de carnívoros, ni sirvió tampoco de carroña, puesto que<br />

estaba en el agua. «El único indicio de enfermedad es un trocito de resorción de la<br />

encía, en la mandíbula, donde el segundo molar de leche había caído —dice Alan—.<br />

Muchas veces aparece una infección cuando el nuevo diente rompe la encía. Es posible<br />

que tuviera una infección y muriera.» Puede que hoy nos parezca prácticamente<br />

imposible, pero, como Alan descubrió cuando estaba investigando en los archivos del<br />

siglo xvi en una parroquia de St. Martin's-in-the-Fields, en Londres, la vida y la muerte<br />

antes de la era de los antibióticos eran muy distintas de ahora. La principal causa de<br />

mortalidad era la peste, lo que quizá era de esperar. Pero la septicemia provocada por<br />

infecciones dentales venía en segundo lugar. Interesante, pero no decisivo.<br />

A mitad de la excavación tuve que ir a Nairobi durante un par de días por asuntos<br />

relacionados con el museo, una interferencia molesta que hubiera preferido eludir,<br />

pero no pude. Mientras estuve en la ciudad envié un telegrama a Pat Shipman, la<br />

mujer de Alan, que estaba de vuelta en Baltimore: «Te comunico que estamos<br />

excavando un esqueleto erectus. Es fantástico, y Walks (un mote que a veces doy a<br />

Alan) quiere que tú seas una de las primeras en saberlo». Pero en aquel momento yo<br />

no tenía ni idea de que uno de los visitantes del campamento ya estaba contando a la<br />

redacción del Nairobi Time nuestro descubrimiento. Nuestro secreto iba a hacerse<br />

público antes de lo previsto.<br />

El 18 de septiembre volví al Nariokotome, y Alan estaba impaciente por mostrarme lo<br />

que tenía. Incluso a cincuenta metros de la excavación pude ver la razón de su<br />

excitación. En el suelo había huesos de una pierna recién descubiertos, y ofrecían un<br />

maravilloso espectáculo. Eran los huesos de la pierna derecha: el fémur y la tibia.<br />

Enseguida nos dimos cuenta de que lo que habíamos empezado a intuir acerca del<br />

muchacho era cierto. Era muy alto. «Me parece Que algunos tendrán que tragarse sus<br />

palabras —comentó Alan—. Es indudable.»<br />

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