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Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas

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suerte se recuperó bastante pronto.<br />

El campamento final de aquel viaje estaba a unos quince kilómetros de Lothagam, por<br />

un gran cauce de arena flanqueado de árboles que nos daban sombra. Pero no<br />

estábamos solos, porque la margen occidental suele estar relativamente poblada.<br />

Sabíamos que había pastores por allí, porque habíamos visto sus animales, cientos de<br />

camellos y de cabras. Algunos hombres turkana vinieron al campamento a por té y<br />

tabaco, pero no había jóvenes. Ojalá hubiéramos sido menos confiados. Poco después<br />

Alan y yo tuvimos que volver a Nairobi, dejando que Kamoya y la Banda Homínida<br />

levantaran el campamento al día siguiente. Pero tuvieron que hacerlo antes de lo<br />

previsto.<br />

Tan pronto como el ruido del avión dejó de oírse, los jóvenes «ausentes» aparecieron<br />

cargados de rifles para exigir mantas y otras cosas —bandidos locales, como supimos<br />

luego. Kamoya consiguió convencerlos como pudo para que volvieran al día siguiente,<br />

prometiéndoles que se les daría todo cuanto quisieran. Cuando los bandidos se<br />

marcharon, Kamoya y sus hombres recogieron todo cuanto pudieron dentro de las<br />

tiendas para evitar dar la sensación de que levantaban el campamento. Luego, cuatro<br />

horas después de la puesta de sol, a una señal convenida, cortaron las cuerdas,<br />

lanzaron las tiendas rápidamente a los Land Rovers, y el grupo huyó velozmente en la<br />

oscuridad de la noche, sin luces. «Fue un poco difícil», me dijo Kamoya más tarde,<br />

restándole importancia.<br />

Satisfechos de haber podido sacar el máximo de información del rompecabezas de<br />

Lothagam gracias a nuestra exploración aérea, Alan y yo decidimos dirigirnos al<br />

campamento. Kamoya estaría esperando. La pista de aterrizaje es corta. Yo lo prefiero<br />

así, porque disuade a posibles visitas indeseadas. Con el lago detrás nuestro y con la<br />

pared occidental del desfiladero delante, hicimos un descenso muy inclinado, y la<br />

temperatura seguía subiendo. Mucha gente tiene miedo de los aterrizajes en plena<br />

naturaleza, sobre todo de los míos. Pero yo no me arriesgo, ya no. Hubo un tiempo —<br />

era mucho más joven— en que creía poder hacer cualquier cosa y salir airoso. Una vez<br />

me salvé de milagro, y aprendí la lección. Prefiero seguir con vida.<br />

El altímetro marcaba 500 metros. La pérdida de velocidad resonaba en los asientos.<br />

Por fin las ruedas tocaron tierra y siguieron rodando por la superficie herbácea<br />

mientras yo frenaba con fuerza. Abrí la cabina, y un soplo de ardiente aire turkana nos<br />

envolvió, conteniendo el olor a lejanos rebaños de cabras y a vegetación reseca. Vimos<br />

un Land Rover, y a Kamoya y Peter Nzube esperando, con una amplia sonrisa. «O.K.<br />

Walker —dije a Alan—, veamos qué es lo que tienen para nosotros esta vez.»<br />

**-<br />

Capítulo II<br />

UN LAGO GIGANTE<br />

«Kamoya ha encontrado un pequeño fragmento de un frontal de homínido, de unos<br />

3,80 cm por 5 cm, en buen estado —anotó Alan en su diario de excavaciones el 23 de<br />

agosto de 1984—. Se hallaba en un talud del bancal frente al campamento. El propio<br />

talud está cubierto de guijarros de lava negra. Nunca sabré cómo lo encontró.»<br />

La habilidad de Kamoya para encontrar homínidos fósiles es legendaria. Un buscador<br />

de fósiles debe tener ojos de lince y un patrón de búsqueda muy claro, un modelo<br />

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