Richard Leakey - Nuestros Origenes - Fieras, alimañas y sabandijas
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neanderthales asociados a un conjunto chatelperroniense en la cueva de St. Césaire<br />
echó por tierra aquella idea. Parece que los neanderthales habían adoptado algunas de<br />
las técnicas de fabricación de útiles de las nuevas poblaciones recién llegadas a sus<br />
tierras.<br />
Como no hay evidencia clara de mezcla genética, de cruce, entre neanderthales y<br />
humanos anatómicamente modernos en esta zona de Europa occidental, yo creo que el<br />
contacto —y el intercambio tecnológico— pudo tener lugar en un contexto comercial. El<br />
comercio entre tribus tecnológicamente primitivas en el mundo moderno suele ir<br />
acompañado del intercambio de mujeres, por lo general en el marco del<br />
establecimiento de alianzas políticas. De hecho, este modelo de comercio dual de<br />
bienes y mujeres también fue algo corriente en tiempos históricos entre comunidades<br />
postagrícolas. Pero no es difícil imaginar transacciones comerciales de bienes sin<br />
intercambio de mujeres. Los neanderthales y los cromagnones fueron tan diferentes<br />
físicamente entre sí que acaso ninguno de los dos quisiera intimar físicamente con el<br />
otro, aun en el caso de que existiera intercambio de bienes. Si, como sospecho, los<br />
humanos anatómicamente modernos fueron lingüísticamente superiores a las<br />
poblaciones arcaicas, entonces la comunicación entre neanderthales y cromagnones<br />
habría sido muy limitada, en el mejor de los casos.<br />
Tal vez la comunicación se limitara a algún tipo de intercambio ritual de colgantes de<br />
marfil y artefactos de lujo. Tal vez así los neanderthales conocieron una tecnología más<br />
elaborada que la suya. Y quizás —casi seguro, creo yo— esta es una de esas<br />
cuestiones que quedarán sin respuesta. En cualquier caso, la técnica chatelperroniense<br />
se divulgó por toda la Francia central y suroccidental y por el norte de España, y duró<br />
unos pocos miles de años. Fue como una llama agonizante, los últimos remanentes de<br />
una vida humana premoderna antes de que el moderno Homo sapiens sapiens se<br />
hiciera dominante.<br />
Esta breve coexistencia en Europa occidental plantea la cuestión de su final. ¿Los<br />
neanderthales sucumbieron en la lucha por el acceso a los recursos o ante la violencia?<br />
Si la hipótesis de la primera Eva es correcta, la misma pregunta —competencia o<br />
violencia— sería pertinente para todo el territorio del Viejo Mundo ocupado por los<br />
humanos modernos, un territorio donde encontraron poblaciones ya establecidas de<br />
humanos arcaicos.<br />
«Rambos africanos, matones, expandiéndose por toda Europa y Asia», es como<br />
caracteriza —o caricaturiza— Milford Wolpoff esta posible situación. «No cabe imaginar<br />
la sustitución de una población por otra si no es mediante la violencia», afirma. Dada<br />
la historia lamentable de los últimos siglos —en toda América y en Australia, por<br />
ejemplo—, la violencia perpetrada por poblaciones recién llegadas contra las<br />
poblaciones existentes o nativas parece algo plausible. El genocidio casi total de los<br />
indios norteamericanos y de los aborísenes australianos se situaba en la tradición de<br />
ocupaciones coloniales con una larga historia de guerra establecida. ¿Es lógico inferir<br />
un genocidio similar en el pasado remoto? No necesariamente.<br />
La arqueología de la guerra hunde sus raíces en la historia humana, para desaparecer<br />
rápidamente más allá del Neolítico, hace unos diez mil años, cuando la agricultura y la<br />
vida sedentaria empezaron a desarrollarse. La arquitectura monumental de las<br />
primeras civilizaciones aparece con frecuencia como un canto a la guerra, a las<br />
victorias sobre el enemigo. Incluso antes, hace entre cinco y diez mil años, existen<br />
indicios —en pinturas y grabados— de una preocupación por las contiendas militares.<br />
Pero más allá de esta época, más allá del inicio de la revolución agrícola,<br />
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