el hombre y su ambiente - Escuela de Historia

CIHAC. CM- Versión digital
E-31-41
BELTRÁN, ENRIQUE
El hombre y su ambiente. Ensayo sobre el Valle de
México. México: Tezontle, 1958

EL HOMBRE Y SU AMBIENTE

Primera edición, 1958
Derechos reservados conforme a la ley
© Fondo de Cultura Económica
Av. de la Unive rsidad , 975 - México 12, D. F.
I mpreso y hecho en México
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EL HOMBRE
Y SU AMBIENTE
Ensayo sobre el Valle de México
por
ENRIQUE BELTRAN
TEZONTLE
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A
ENRIQUE Y HECTOR
DOS I-1ABIT ANTES DEL
VALLE

se asientan en su superficie, y de los caminos
que las unen; tratado de comprender el papel
que desempeñan los actores -sus habitantes-
y adivinar al final del segundo acto que
estamos viviendo, cómo debe ser e! tercero que a
nosotros, sus pobladores de hoy, toca escribir,
dirigir y representar.
Si a veces nos remontamos demasiado lejos,
es porque resulta necesario conocer las raíces
para juzgar la solidez de! tronco. Si en ciertos
temas pasamos a las volandas, es porque juzgamos
a los nÚS1110S de silnple interés episódico;
o que no tenemos datos y juicios suficientes al
respecto. Si en otros nos detenemos considerablemente,
es porque creemos que su importancia
así lo exige, o también porque son los que han
centrado nuestro personal interés y, en consecuencia,
aquellos sobre los cuales tenemos ideas
más cuajadas.
Hemos procurado, en lo posible, usar e! tono
impersonal y objetivo del narrador, y no el dogmático
y subjetivo de quien pretende estar en
posesión de respuestas definitivas. Quizá, sin
embargo, no lo logramos siempre. Quizá, más a
menudo de lo que hubiéramos querido, nas dejamos
llevar por la interpretación personal y el juicio
apasionado de quien, después de estudiar
largamente un problema y meditar profundamente
sobre él, cree poder ofrecer una sugestión que
ayude a resolverlo.
En cualquier caso, cuando se ha contemplado
por años un asunto, y por afias se ha meditado
10

sobre él, las conclusiones que se ofrezcan -aceptables
o no para quien las lea- son siempre interesantes
de considerar.
Las nuestras las presentamos a continuación.
11

I
EL VALLE QUE NO ES VALLE
Pocos nombres geográficos son tan conoci dos
para todos los habitantes de la República, como
e! continuamente repetido de "Valle de México".
¿Quién no conoce e! sitio donde se encuentra ubicada
la capital de! país?, ¿quién no cita con
frecuencia los majestuosos volcanes Popocatépetl
e Iztaccíhuatl, que cierran el extremo sureste del
"Valle"? Inclusive existen instituciones oficiales,
industriales, bancarias y de otra índole, en cuyo
nombre se encuentran las palabras "Valle de
México".
Sin embargo, la geografía define e! término
"valle" de manera que hace incorrecto su uso en
esta ocasión. "El valle es un área de la superficie
terrestre trabajada o erosionada por una corriente
fluvial o glaciar. Si no hay una línea de drenaje
general que esté modelando la superficie
considerada, no es valle" (Tamayo).
Yen el caso del "Valle de México", no se llenan
esas consideraciones. En lo alto de la Meseta
Mexicana, entre los paralelos 20° 09'12" Y 19°
01'18" latitud norte, y los meridianos 99° 30'52"
Y 98° 31'58" longitud oeste de Greenwich, se encuentra
una depresión de forma irregular, que
remotamente recuerda un triángulo con su vértice
hacia el norte .
. Las corrientes de agua que corren en ella se
ongman en las serranías que la circundan; y el
13

agua que en su fondo se acumula, y que hoy tiene
dos salidas debidas a la actividad humana -tajo
de Nochistongo y túnel de Tequisquiac-, quedaba
en condiciones naturales encerrada en esa
hondonada, cuya parte más baja ocupaban una
cadena de grandes lagos que eran, de norte a sur,
Zumpango, Xaltocan, San Cristóbal, Texcoco,
Xochimilco y Chaleo.
Dentro de la depresión se encuentran los contrafuertes
de las cadenas montañosas que la rodean,
así como una serie de serranías interiores,
plenas de cráteres volcánicos. Además, algunos
cerros aislados rompen la monotonía de la superficie,
cuya totalidad de 8000 kilómetros cuadrados
se considera dividida en 3000 correspondientes
a terreno montañoso, y 5000 a terrenos
"planos", aunque presentan marcadas ondulaciones.
El piso, situado a más de 2 200 metros sobre
el nivel del mar, recibía en años de fuerte lluvia
grandes cantidades de agua, que se acumulaba
inundándolo en casi toda su extensión. Y los
azolves, acarreados por las corrientes, fueron
llenando paulatinamente los fondos con sedimentos.
El lago de Texcoco era el más bajo de la cadena
lacustre. Hacia el norte, progresivamente
se elevaban el de San Cristóbal y el de Xaltocan,
con diferencia de nivel de tres y medio metros
aproximadamente; mientras Zumpango, el más
alto de todos, mostraba un desnivel de unos seis
metros. Hacia el sur, Xochimilco y Chaleo tam-
14

ién ascendían unos tres metros con respecto a
Texcoco.
El área total que cubrían en 1861 era de cerca
de cuaren ta y dos mil hectáreas; de las que
más de diez y ocho mil correspondían a Texcoco,
y cerca de diez mil quinientas a ChaJco.
Al oriente, una pequeña sierra que corre de
norte a sur separa una porción del "Valle de México"
para formar lo que generalmente se considera
la sub cuenca de Apam, con la laguna del
mismo nombre.
El anfiteatro montañoso que rodea al valle es
imponente .. La Sierra Nevada lo limita por el
oriente, destacándose en ella los dos majestuosos
volcanes perennemente coronados de nieve; el
Popocatépetl, "montaña que humea", de 5438
metros de altura sobre el nivel del mar, y el
Iztaccíhuatl, "la mujer blanca", de 5286 metros.
Esta sierra se liga hacia el sur con la del Ajusco
-de bellos perfiJes- a la que pertenece el volcán
del Xitle, cuya erupción en épocas remotas formó
el campo de lavas que hoy conocemos como Pedregal
de San Angel, y dejó sepultados a los constructores
de la pirámide primitiva de CuicuiJco,
cercana a Tlalpan. Sigue el cordón al poniente
con la Sierra de las Cruces, Monte Alto y Monte
Bajo, para terminar en la parte norte representado
por las sierras de Tezontlalpa y Tolcayuca,
y por los montes argentíferos que constituyen
la serranía de Pachuca. En general, una
cadena de altas montañas, llena de cráteres volcámcos,
con alturas considerables, limitando una
15

planicie, situada ella misma a considerable altura.
En ningún lugar se interrumpe este cinturón
para dar salida natural por la que puedan escurrir
las aguas a sitio de menor nivel. Pero en
algunas partes la altura de las montañas no es
tan grande y, en con secuencia, ofrece puertos que
facilitan la comunicación con el resto del territorio.
Diversas corrientes descienden de las sierras
para concentrar sus aguas en los puntos más bajos.
La más importante es el río de Cuautitlán, en
la parte norte, que se origina en la Sierra de las
Cruces, y cuyo desagüe natural lo consti tuía
el lago de Zumpango. También en la región norte
se encuentra el río de las Avenidas de Pachuca.
De la Sierra del Ajusco desciende hacia el sur el
río de la Magdalena, y de las faldas de los volcanes
bajan muchas corrientes, entre las que se
destacan los ríos de Tenango y Tlalmanalco.
Todos estos ríos son de régimen torrencial.
Secos durante gran parte del año, se hinchan al
llegar las lluvias ; y cuando alcanzan cierta m agnitud,
fácilmente salen de cauce para verterse en
las tierras planas que los circundan.
La condición de cuenca cerrada que tuvo el
"Valle" por milenios incontables, le dio características
peculiares.
Cada año, las aguas que caían en la cuenca
escurrían hacia las partes más bajas, donde se
acumulaban formando un lago enorme, del que
se separaban otros menores.
16

Falto de salida natural que condujera el agua
fuera de! anfiteatro montañoso, la que se acumulaba
durante la temporada de lluvias sufría mermas
en la de secas por tres causas principales:
una parte se evaporaba por acción de los rayos
solares, otra era transpirada por la vegetación
que cubría la zona, y el resto se infiltraba en la
tierra.
Con el correr del tiempo, el subsuelo cubierto
por los lagos se saturó de agua, originándose el
material que hoy designamos con el nombre de
"jaboncillo", formado por limos sedimentarios y
cenizas volcánicas empapadas de agua. Una especie
de esponja, cuyo volumen mantiene e! líquido
que encierra.
Al secarse, se contrae y reduce considerablemente.
Si tomamos un cilindro de "jaboncillo"
de un metro de altura, y lo colocamos en un
recipiente destapado sujeto a evaporación, veremos
que se seca paulatinamente y se contrae.
Cuando el proceso termina, el ' cilindro original
de un metro de alto -sin aumentar de diámetro--
habrá disminuido a una columna de escasos
veinte centímetros. El peso original se habrá reducido
en alrededor de un ochenta por ciento.
En sus condiciones naturales, la cuenca de
México había establecido un equilibrio hidrológico
que, en lineamientos generales -a pesar de
Continuas variaciones- ofrecía mecanismos compensatorios
que lo mantenían en cierto modo
COnstante.
En efecto, año con año las lluvias introducían
17

una cantidad de agua variable. Si la temporada
era muy lluviosa el área inundada crecía, la evaporación
superficial e impregnación al subsuelo
aumentaban, y el depósito reducía su extensión
al cesar las ll uvias. En cambio un año seco, que
aportaba poca agua, y que en consecuencia no
aumenta ba demasiado el embalse, era motivo de
menos evaporación y meno r infiltración al subsuelo,
por lo que la disminución de vol ume n y
área durante la sequía resultaban proporcionalmente
menores.
Estas oscilaciones de los lagos en nivel y superficie,
creaban condiciones especiales para la
vegetación pero, en a usencia del hombre y sus
moradas, el problema de las inundaciones -que
con el correr del tiempo sería impor tante- no
existía.
E l clima del Valle de México es el sub tropical
de las altas mesetas, templado, sin estación invernal
bien definida, pero en cambio perfectamente
separado en dos épocas : la de lluvias que comprende
de mayo a octubre, y la de secas que
ocupa el resto del año. La precipitación media
anual se estima de 500 a 700 mm.
Aunque los cambios térmicos entre las estaciones
no son muy acusados, los que ocurren en las
diversas horas del día sí lo son, presentándose
con frecuencia noches templadas con madrugadas
frías, alternando con mañanas y tardes calurosas.
Naturalmente, la extensión del Va ll e de México
y sus peculiaridades orográficas, hacen que
estos datos medios varíen mucho de una zona
18

a otra. Por ejemplo, en 1942 la precipitación pluvial
registrada en el Desierto de los Leones ascendió
al 372 mm., mientras que en Teotihuacán fue
sólo de 382 mm. Igualmente, la temperatura en
las faldas de la Serranía del Ajusco o la Sierra
Nevada, es muy inferior a la que se registra en
las secas planicies del norte de la cuenca.
La vegetación, consecuencia na tural de esas
variaciones climáticas y de las concomitantes
edáficas, presenta gran diversidad.
El fondo del Valle, en los lugares que no constituyeron
lecho de sus antaño extensos lagos,
tiene vegetación primordialmente esteparia de
chaparral. Los cactus de variadas especies, con
distintas formas y a lgunos con inflorescencias de
bell ísimos colores, se encuentran por doquier.
Los nopales (Opul1lia) brindan sus sabrosas tunas,
y uno de ellos entró a la Heráldica en nuestro
escudo patrio. A su lado, los órganos y candelabros
prestan sus erectos tallos -desde tiempo
remoto- para construir cercas vivientes, que dan
aspecto peculiar e interesante al paisaje.
Tamibén son importantes los magueyes del
género Agave, que no solamente fij an la fisonomía
regional, y se usan frecuen temen te para
cercar terrenos, sino que producen un dulce jugo
blanquecino, el aguamiel, cuya fermentación ori- •
glIla el pulque, bebida tradicional de los habitantes
del Valle.
Las yucas de diversas especies son 'comunes,
y las fIbras de sus hojas dan, en los lugares m ás
mIserables, material para uso de los indígenas
19

que tejen con él diversos objetos. Ofrecen también
perspectivas como posibles fuentes de celulosa.
También se encuentran árboles diversos como
el famoso "palo loco" del Pedregal de San Angel,
que se cubre de flores antes que de hojas, o mimosas
espinosas, o encinos achaparrados.
Antaño esos árboles dominaron el paisaje. Hoy
se encuentra en todos los ri ncones del Valle de
México, como la especie más común, el famoso
"pirú" o "pirul" (Schinus molle) el á rbol más
familiar a los indígenas de la zona que lo consideran
algo propio, sin darse cuenta que es simplemente
un invasor. Hace varios siglos, uno de
los primeros y más progresistas virreyes de la
Nueva España trajo de las lejanas tierras del
Perú unas semillas de esa planta, que fructificaron
en nuestro suelo. Y pronto el Valle de México
primero, y muchas tierras después, se vieron
cubiertas de este árbol -único elemento de sombra
en ciertos sitios desolados- cuyos frutos
-rojas bolitas de agradable aspecto- constituyen
alimento preferido para muchos pájaros silvestres,
que después arroj an las semillas con sus
deyecciones y contribuyen así a su dispersión .
En las zonas que antaño cubrieron los lagos,
se m ira otra flora característica, en la que destaca
el ahuehuete --

pesinos y caminantes; y ll amó tanto la atención
de nues tros antepasados que la esculpieron repetidamente
en piedra en sus monumentos, dotándola
de mitológicos atributos.
Las aves sil vestres migratorias llegaban en
parvadas innumerables a los lagos primitivos,
constituyendo valioso a limento; y todavía en la
actualidad vienen a los pequeños depósitos de
agua que subsisten. Y entre los mamíferos los coyotes
abundaban como abundaba el venado, que
todavía puede encontra rse aunque Jlluy dismi·
nuido. En cambio los grandes mamuts contemporáneos
de los primitivos pobladores no tardaron
en extinguirse.
Ésa es la cuenca de México, el "valle que no
es valle", el asiento de la anti gua y orgullosa
Tenochtitlán de los aztecas, de la quieta ciudad
de Méxi co en la Colonia, a la qu e los espafioles
llamaron "muy noble y muy leal", y hoy en día
de una de las más grandes metrópolis del Continente.
Metrópoli que en más ele un aspecto constituye
nues tro orgullo, que es admirada sin excepción
por los visitantes, pero cuyo crecimiento desmesurado,
alterando el equilibrio ecológico, h a creado
una serie ele problemas tremendos, que ll egan
a poner en peli gro su propia existencia.
22

Viento, aparecieron los olmecas y xicalancas que
destruyeron a los gigantes supervivientes de la
época anterior; apareció entonces Quetzalcóatl,
que después de sembrar sus enseñanzas se volvió
al oriente de donde viniera, profetizando catástrofes.
Y por último, llegó el Sol de Fuego, época
en la que vivían.
En cuanto a los aztecas, su cosmogonía era
muy semejante, hablando de cuatro edades o soles;
cada uno de los tres primeros con duración
de 1664 años. El último, en que se encontraban
cuando la conquista, habría de terminar al concluir
uno de sus ciclos de 52 años. Después de
cada una de las edades primarias : Atonatiuh
o Sol de Agua, Echecatonatiuh o Sol de Aire y
Tlenatonatiuh o Sol de Fuego, la humanidad había
perecido víctima de una catástrofe, salvándose
una sola pareja para perpetuar la especie.
La ciencia, por su parte, también ha enfocado
este asunto. Y cada vez que ha tenido que considerar
el origen del hombre, sus conclusiones la
han ll evado a retroceder el m ismo por muchos
milenios, antes de lo que supone la leyenda bíblica.
Difícil resultaba, sin embargo, abordar este
espinoso tema en tan to que la discrepancia con
las tradiciones religiosas significara peligro físico
para el osado -tiempos de la Inquisición- o que
las ideas imperantes pusieran a tan heréticas
opiniones su signo de reprobación social.
Desde tiempos bastante remotos, sin embargo,
hubo quienes se atrevieran a enfocar el problema,
24

y a ofrecer explicaciones de acuerdo con los datos
que la ciencia contemporánea bnndaba. Pero antes
del siglo XVIII realmente era muy poco lo que
al respecto se sabía y, en consecuencia, aunque
algunas de esas lucubraciones son extraordinariamente
interesantes y denotan gran vigor intelectual
de parte de sus autores, en realidad no tienen
base sólida en que asen tarse.
Posiblemente uno de los primeros que enfocaron
este asunto en forma realmente científica
fue el gran Buffon, en la segunda mitad del
siglo XVIII, postulando una antigüedad mucho
mayor para nuestra especie, y afirmando su semej
anza y posible parentesco con los primates
superiores. Desgraciadamente, cuando sus ideas
estuvieron a punto de originarle un conflicto no
tuvo inconveniente en dar marcha atrás.
Poco tiempo después, al comenzar el siglo XIX,
otro francés, antiguo asociado de Buffon y uno
de los más grandes biólogos de todos los tiempos
-Juan Bautista de Lamarck-, vuelve a enfocar
el problema y habla también de un hombre producto
de la transformación de especies animales
inferiores, y cuyo origen debía remontarse a épocas
muy antiguas .
. Medio siglo después, con los trabajos de Dar­
Wm y Huxley sobre el origen animal del hombre, y
con el estudio cuidadoso de los primeros restos
humanos muy antiguos que se encontraron en
Europa, la ciencia admitió definitivamente dos
verdades fundamentales: en primer lugar, el innegable
parentesco y en consecuencia las ligas
25

ca s- indica que contaban con una larga tradi·
ción, poco o nada positivo se sabía hasta hace
poco con respecto a la existencia cierta de hom·
bres más antiguos en la cuenca de México.
En la región de Chaleo, cerca del poblado de
Santa María Astahuacán, se encontraron dos crá·
neos humanos semi fósiles, y una serie de artefac·
tos de basalto. Y aunque este hallazgo -motivo
de muchas discusiones- no h a logrado situarse
cronológicamente en forma satisfactoria, se pien·
sa que fueron anteriores a los hombres del Pe·
dregal.
A comienzos de 1947, un grupo de investiga·
dores mexicanos, entre los que se contaba Alberto
R. V. Arellano, junto con Helmut de Terra, del
Viking Fund, realizaron un hallazgo de extraor·
dinaria importancia. Cerca de la población de
Tepexpan, en una región del borde de la cuenca
cuya riqueza fosilífera era de antaño conocida
por grandes restos de mamuts, a los que los lu·
gareños designaban como l/huesos de gigantes",
se hizo un descubrimiento de grandes consecuen·
cias: el esqueleto bastante completo de un ser
humano, posiblemente un macho de 55 a 60 años,
al que se designa generalmente como "hombre
de Tepexpan".
Posteriormen te, a escasos dos kilómetros del
sitio primitivamente explorado, en las cercanías
del pueblo de Santa Isabel Ixtapan, Estado de
México, se encontraron también restos de mamuts
destazados, junto con los implementos de piedra
utilizados al cazarlos y descuartizarlos.
28

Tenemos, pues, hoy en día la VlSlOn de una
población muy primitiva que existió en la cuenca
de México en remoto pasado, y que vivió en una
época tan elemental de la cultura humana como
es la paleolítica.
Los hallazgos de Tepexpan -motivo de profundos
estudios posteriores- plantearon interesantes
problemas : ¿cuál era la antigüedad de los
restos encontrados?, ¿se trata de restos realmente
fós iles?, ¿pertenecen a nuestra propia especie o
son de alguna que podemos considerar pre-humana?
Desde luego, todos están de acuerdo en considerarlos
como fósiles verdaderos, encontrados
en el estrato geológico conocido como "formación
Becerra" del Pleistoceno Superior.
La estimación de su edad se ha hecho siguiendo
dos métodos diferentes. Por una parte, se estudió
la formación geológica en que se encontraron
y, aplicando los métodos de correlaciones
estratigráficas se determinó que la edad de la mis·
ma debía estimarse de unos 10 000 a 12000 años.
Posteriormente se usó el novísimo método del
Carbón 14 en los restos óseos, y la estimación
correspondiente confirmó aceptablemente la ano
terior.
En cuanto a las características somáticas del
cráneo, estudiadas cuidadosamente por Romero y
Weindenreich entre otros, indican que se trata
de seres con todo el aspecto propio de Homo
sapiens, lo que parece confirmar, en ausencia de
otros hallazgos que muestren formas pre-huma-
29
•

nas, la exactitud de la teoría migratoria para
explicar la población del Continente.
Si la historia de nuestros antepasados es aceptablemente
conocida en el Valle de México desde
comienzos de la era cristiana, gracias a descubrimientos
del presente siglo, en cambio ignoramos
mucho con respecto a sus antecedentes más
remotos.
Sabemos, gracias a los hallazgos de Tepexpan,
que por lo menos hace diez o doce mil años, existía
ya una población en la cuenca, que cazaba
mamuts y otros grandes mamíferos, empleando
diversos utensilios de piedra reveladores de una
cultura paleolítica.
El hombre de Chalco - si descontamos su
carácter dudoso- nos hablaría de una población
de comienzos del período reciente, que debe haber
vivido hace unos 8 000 años, y se encontraba en
una etapa cultural más avanzada, empleando piedra
pulimentada y utensilios domésticos tan importantes
como el metate.
Después, desde hace unos 6000 años --cuando
menos- se encuentra una 'población más desarrollada,
dedicada a la agricultura, con cerámica
específica, y que vivía agrupada en pueblos
y ciudades, de los que encontramos huellas tales
como las de Cuicuilco, en las cercanías de
Tlalpan.
Podemos, pues, sentirnos satisfechos de conocer
algo de nuestra genealogía. Aunque en relación
a lo que aún ignoramos de aquellos primeros
ancestros, lo que sabemos resulta insignificante.
30

III
EL VALLE NACE A LA HISTOR IA
Hace cuando menos diez mil años, el Valle de
México sustentaba ya una población humana que
cazaba los mamuts que entonces existían en la
zona, y ejercitaba las artes propias de una cul tura
paleolítica fabricando toscos instrumentos tales
como puntas de lanza, raspadores, cuchillos, etc.
Posteriormente, esos primitivos pobladores evolucionaron
en diversos grupos y, posiblemente
con la influencia de otras culturas ajenas al Valle
que llegaron h asta ell os, elaboran una complicada
cerámica, y dejan monumentos en piedra que hablan
de incesante progreso.
No es éste sitio para entrar al intrincado problema
que significan la arqueología y prehistoria
de la zona en que hoy se asienta la capital de la
República. Casi nada se sabía al respecto al terminar
el siglo pasado, pues lo que hoy conocemos
se debe fundamentalmente a investigaciones realizadas
en el presente, que ha n permitido iluminar
muchos puntos obscuros. Sin embargo, las controversias
entre los especialistas son todavía demasiado
grandes en muchos aspectos, para que
permitan seguir de preferencia una de las opiniones
en conflicto, a menos que quien lo h aga se
adentre por sí mismo en la complicada senda de
la investigación del problema.
Por otra parte, esas primitivas manifestaciones
culturales de nuestros remotos antepasados
31

no caen propiamente dentro del campo de la historia,
sino que pertenecen a la prehistoria.
Dejemos, pues, a los arqueólogos que discutan
tan arduos problemas, y tratemos de asomarnos
a los primeros relatos realmente históricos -relatos
de dioses, de reyes y de pueblos- que hagan
alusión a la población de nuestro Valle.
En general, cuando nos referimos a ésta, hablamos
de la sucesión de tres grandes etapas en la
región: la tolteca, la chichimeca y la azteca.
Los toltecas llegaron de un legendario lugar
llamado Tollán -o lo construyeron en el Valle,
según otros- y para el siglo VI de nuestra era los
encontramos establecidos en Teotihuacán. De lo
que fue aquel pueblo nos hablan elocuentemente
las ruinas majestuosas que existen en la zona, y
que pueden compararse con las que dejaron los
egipcios en las márgenes del Nilo.
Ciudad enorme, de carácter fundamentalmente
ceremonial y religioso -pues son muchas las
ruinas de templos y palacios y casi nulas las de
moradas comunes y corrientes de' sus habitantes-,
muestra en la técnica de los edificios, en
la belleza de escul turas y frescos, en el trazo
preciso y orientado de sus calzadas, el alto nivel
cultural que h abían alcanzado quienes hicieron
todas esas cosas.
También revela -por la superposición de arquitecturas-
las distintas etapas de evolución
de un pueblo que, con nuevos conceptos religiosos,
fue cubriendo las viejas edificaciones para utilizarlas
como cimiento de otras nuevas.
32

Escasas corno son las fuentes para abrevar
acerca de su verdadera historia, es difícil separar
ésta de la leyenda. Se habla de un pueblo errante
que vino del norte bajo la dirección de un sacerdote-astrólogo
llamado Huemac, y que construyó
la ciudad de Tollán, eligiendo a su primer rey
llamado Chalchiutlanetzin, quien se dice reinó
nada menos que por 52 años, o sea de 510 a 562
de nuestra era según Vaillant. El término sentó .
precedente, y se fijÓ como límite para el gobierno
de los monarcas subsecuentes: si al llegar el final
de cinco décadas y dos años todavía vivían,
entregaban el gobierno a su hijo legítimo; si
morían antes, se designaba una regencia para
completar el período. Así vemos sucederse según
la tradición, en períodos regulares de 52 años, a
Ixtlilcuechahuac, Huetzin, Totepeuh y Nacoxoc.
Pero el sexto gobernante, Mitl -que fue gran
constructor-, no se ajustó a la regla y amplió
el término de su reinado, rompiendo para el
futuro el orden establecido.
Hasta aquí. la historia-leyenda de Teotihuacán
marca un camino ascendente. Después comienzan
a aparecer calamidades diversas que
anuncian la decadencia de este pueblo.
Tal decadencia -dentro de los relatos legendarios-
está ligada con luchas religiosas entre
los partidarios de dioses distintos. En sus primeros
tiempos Teotihuacán había venerado fundamentalmente
a Quetzalcóatl, la "serpiente emplumada",
dios civilizador que les enseñó los
rudimentos de las artes útiles, y junto con él a
33

Tláloc, dios de la lluvia, cuya aCClOn benéfica
fecundaba la tierra. Posteriormente dos nuevos
dioses se incorporaron al Panteón : Tezcatlipoca,
dios del cielo, y Huitzilopochtli, dios de la guerra.
Las luchas que surgieron, m ás que origen religioso,
deben haber tenido base económica: pugna
entre las clases superiores y acomodadas, que adoraban
a Quetzalcóatl, y los desposeídos que buscaban
en los dioses nuevos bandera a sus reivindicaciones.
También se habla de la influencia que los vicios,
entre ellos el de la embriaguez, tuvieron en
la decadencia ele los toltecas. La leyenda dice
que, reinando Tecpalcatzin, un indígena de nomo
bre Papan tzin descubrió el modo ele fermentar el
jugo del maguey, y producir con él una bebida
alcohólica --el "neutli"- a la que los conquistadores
llamaron "pulque", derivado de la palabra
"pulchi", que significa agrio, posiblemente
porque el primero que consumieron no estaba
en muy buen estado, o simplemente porque sus
gustos simples de rudos campesinos -acostumbrados
a monótona dieta- les impedían apreciar
las producciones de las nuevas ti erras. Se dice
que Papantzin mandó ofrecer el pulque al monarca
por intermedio ele su hija Xóchitl, bella joven
de la que se prendó Tecpalcatzin engendrando en
ella un hijo llamado Meconetzin -"hijo del maguey"-,
quien lo sucedió en el trono con el nombre
de Topiltzin, y en cuya época se derrumbó el
régimen, abandonándose la bella y majestuosa
ciudad.
34

dado en el territorio, y esa mezcla sirvlO para
civilizarlos. Establecidos en Tenayuca, se exten·
dieron después a otros sitios, contándose entre
sus descendientes nada menos que los reyes de
Texcoco, entre los que descolló el gran Netza·
hualcóyotl, legislador, filósofo, poeta y naturalis·
tao Don Fernando de Alva Ixtlixóchitl, en su
famosa Historia, se enorgullece de la sangre chi·
chimeca que corría por sus venas.
Pero aunque esos episodios que brevemente
hemos mencionado son muy interesantes, y las
huellas que dejaron -maravillas de Teotihuacán
entre otras- bastan para darles categoría, se pue·
de decir que constituyen simplemente los prelu.
dios del nacimiento histórico del Valle de México.
Es en realidad en el período azteca cuando
podemos decir que el Valle se abre a la historia,
en forma que conectado con la historia europea
a la venida de los conquistadores, es parte viva
del pasado de la ciudad de México y el Valle en
que se asien ta.
Cuenta la tradición que en un sitio llama·
do Aztlán, o "lugar de las garzas", vivían en un
paraje llamado Chicomoztoc, o de las "siete
cuevas", siete tribus nahuatIacas que eran los
xochimilcas, chalcas, tepanecas, acolhuas, tlahui·
cas, tlaxcaltecas y mexicas. Un día apareció en
un árbol un pájaro extraño que cantaba "tihui,
tihui", lo que en lengua nahoa significa "ya
vámonos"; interpretado como un augurio u orden
de los dioses, las siete tribus legendarias
emprendieron hacia el sur una larga peregrina·
36

clOn. La salida de las diversas tribus fue hacién·
dose sucesivamente, calculándose que los aztecas
o mexicas lo hicieron el año de 1160.
Al salir los mexicas constituían un solo grupo,
pero en su marcha sucedió un episodio que
los fragmentó. Encontraron en el camino dos
bultos : uno contenía valiosa gema y el otro sólo
dos trozos de madera. Comenzaron a disputar
divididos en dos bandos, pues unos y otros querían
la piedra preciosa, hasta que el sabio y venerado
Huitzitón aconsejó a unos de ellos -que
fueron después los fundadores de Tenochtitlánprefirieran
los maderos cuya utilidad era mayor,
lo que demostró frotando vigorosamente uno con
otro para hacer brotar el fuego. El bando que
quedó en posesión de la gema fue el de los tlalteloIcas,
que se asentaron muy cerca de los anteriores;
y poco antes de la conquista acabaron
por ser absorbidos, restableciéndose la primitiva
unidad.
La llegada de los mexicanos al "Valle" fue
comienzo de una serie de penalidades, pues la
región estaba ya poblada por tribus numerosas y
potentes, que vieron con poca simpatía a los recién
venidos.
Primero se instalaron en Chapultepec, perteneciente
a los tepanecas, quienes acabaron por
arrojarlos del sitio. Pasaron entonces a Culhuacán,
donde mendigaron tierras que precariamente
les fueron concedidas en Atizapán -lugar carente
de recursos-, con la esperanza de que lo inhospitalario
del sitio acabara por obligarlos a aban-
37,

donar el Valle. Perseveraron sin embargo, y no
sólo continuaron ahí sino que pidieron a Achi- .
tometl, cacique de Culhuacán, les diera una hija
para convertirla en reina de la tribu, aunque en
realidad lo que hicieron fue sacrificarla y llevar
después al padre desolado a contemplar su acción.
El resultado: una nueva guerra en que fueron
vencidos y arrojados del sitio.
En el mayor desamparo, tuvieron que refugiarse
entre los juncos de la laguna para ocultar
su debilidad, ya que carecían de fuerzas con que
arrebatar un palmo de tierra a los habitantes de
las orillas, y temían que éstos acabaran por exterminarlos.
Sin embargo -como suele suceder- la necesidad
extrema les dio fuerzas, les aguzó el ingenio,
y sirvió para crear una ciudad única y mara·
villosa, que hicieron surgir como por milagro
en las aguas de la propia laguna, para que los
protegiera de sus enemigos.
Como aconseja el orgullo en circunstancias
semejantes, la necesidad fue disfrazada de libre
elección; y para justificar su asentamiento en
las aguas, dijeron que sus dioses les habían ordenado
fundar su ciudad en el sitio donde hallaran
un águila posada sobre un nopal devorando
una serpiente -según versión de Torquemada,
que ha quedado en nuestro escudo-, o bien,
como dice el Códice Ramírez, que tuviera alrededor
"mucha cantidad de plumas verdes, azules,
coloradas, amarillas y blancas de los galanos
pájaros con que esta águila se sustenta",
38

Así nació la fabulosa Tenochti tlán, en cuya
descripción Cortés y sus compañeros -Jo mismo
que posteriores cronistas- habían de agotar todos
los adjetivos. Tal era la belleza y maravilla
de las cosas que encerraba.
39

IV
EL CENIT DE UN PUEBLO
Cuando los españoles alcanzaron la Mesa Central
de México, encontraron en ella pueblos altamente
civilizados. Desde luego, con una civilización dis·
tinta a la medi terránea que era patrimonio de los
conquistadores. Pero bajo muchos aspectos tanto
o más desarrollados que ésta.
En efecto, es curioso leer en los relatos de
aquellos aventureros - y de algunos cronistascómo
hablan con desprecio de los "indios"
considerándolos inferiores, simplemente porque
desconocían muchas cosas familiares al más ignorante
español ; sin ponerse a pensar cuánto
desconocían a su vez los recién llegados de lo
que para cualquier aborigen era perfectamente
familiar.
Pero junto a esa posición de injustificada superioridad,
notamos un continuo asombro frente
a muchos conocimientos aborígenes yana pocos
aspectos de su vida. Se maravillan, por ejemplo,
del conocimiento que tenían de las plantas y sus
virtudes curativas; y no tienen empacho en confesar
que preferían los servicios médicos indígenas
para la curación de heridas y enfermedades.
Se maravillan también de la forma en que
trabajan los metales o la pluma, para lo que no
encuentran paralelo. Hablan con admiración de
sus mercados, y del orden y concierto que en ellos
reinaba. Y no pueden menos de reconocer la ca-
40

lidad que se observa en sus palacios y en el trazo
de las ciudades.
Sin embargo, había una salida muy fácil para
las mentes fanáticas de la época, que permitía
poner a los indios en plano muy inferior al suyo
propio, y aceptar a la vez que podían hacer algunas
cosas maravillosas, que requerían conocimientos
y habilidad. Eran inferiores -sencillamente-
porque no eran iguales a ellos ni
conocían la verdadera religión. Y si algo de lo
que hacían les causaba admiración, lo atribuían
a intervención del demonio, aliado natural de
unos idólatras.
Curiosa y cómoda manera de razonar, muy
explicable en quienes, horrorizados por los sacrificios
humanos -de los que seguramente se
exagera-, estaban dispuestos a acabar con tal
crueldad, aunque para ello tuvieran que hacer
matanzas tan crueles como la de Cortés mismo
en Cholula, o la que Pedro de Alvarado realizó en
Tenochtitlán; o aunque para llevarlos al camino
de la salvación eterna tuvieran que reducir a los
naturales a la esclavitud herrándolos a fuego
como si fueran bestias.
En los albores del siglo XVI, cuando se produjo
el choque entre dos culturas, los aztecas estaban
en el apogeo de su desarrollo. Y no podemos
imaginarnos siquiera qué nuevas alturas hubieran
alcanzado, si la fuerza brutal de la conquista, con
el fuego y la espada, no hubiese puesto término
casi absoluto a esa maravillosa civilización.
La ciudad misma en que tenían su asiento, la
41

legendaria Tenochtitlán, era prodigio cuyo esplendor
ha tratado de reconstruir Marquina con datos
de la arqueología y la historia, y que el genio de
Rivera hace renacer con rico colorido en los corredores
del Palacio Nacional. Pero no sólo era
una maravilla por la arquitectura de sus edificios
o la disposición de sus barrios, sino también por
el ingenio con que los aztecas la habían hecho surgir
del seno mismo de las aguas.
En efecto, Tenochtitlán no se parecía a ninguna
otra ciudad del mundo; aunque por sus canales
se le haya comparado en ocasiones con Ve·
necia, asentada en un ambiente completamente
distinto.
Cuando por la presión de los pueblos que vi·
vían en las orillas de las lagunas, los tenochcas
no pudieron disponer del indispensable espacio
vital para asentarse -y como animales hubieron
de refugiarse en los tulares- se plantearon la
empresa gigantesca de construir su ciudad en
las aguas mismas del lago, donde escapaban a
la persecución de sus vecinos.
Generalmente, el hombre gracias a las obras
de irrigación lleva agua a las tierras sedientas,
y así les da fertilidad. Pero en el caso de Tenoch·
titlán lo que hubo que crear fue la tierra para
sembrar en ella; según expresión feliz de Luquín,
en el Valle de México se trajeron" . .. las tierras
a las aguas en vez de éstas a aquéllas".
El sistema, del que aún tenemos unas cuantas
huellas -en peligro de desaparecer- en Xochi·
milco, no pudo ser más ingenioso y eficiente. Con
42

tules y r aíces de planta entretejidas hicieron grandes
balsas y canoas que llenaron de fango extraído
del fondo de la laguna, y en ellas sembraron
las plantas necesarias a su subsistencia. Con agua
en abundancia, y un suelo que no perdía fertilidad
porque cada año le añadían más limo del
lago, sus cosechas fueron prósperas. Junto a los
sembrados, en esas peculiares islas flotantes o
uchinampas", construyeron sus chozas.
Poco a poco las chinampas se consolidaron,
plantaron árboles en ellas para que sus raíces ayudaran
a la obra, y sirvieron de asiento a edificios
cada vez mayores. Las que estaban en el centro
dejaron de cultivarse y se emplearon para fines
urbanos, conservándose las de la periferia para
las labores agrícolas. Los canales que separaban
unas de otras hacían las veces de calles en las
que, tanto para personas como para lnercancías,
las canoas resultaban eficientes medios de transporte,
especialmente valioso para un pueblo que
no conocía la rueda ni disponía de bestias de
carga o tiro.
Así creció esa Tenochtitlán, que en el momento
de la conquista se calcula servía de asiento a una
población no menor de trescientas mil almas, y
que comunicaba con la tierra firme por tres amplias
calzadas, cruzadas a su vez por canales que
se salvaban con puentes movedizos de madera.
El centro de la vida de la ciudad era la plaza
donde se encontraba el templo o "teocaUi" principal,
y que corresponde a la Plaza de la Constitución
de nuestros días. En ella estaba también
43

el palacio de Moctezuma Xocoyotzin, con sus
múltiples habitaciones, sus bellos jardines y su
colección de animales, que tanto asombro causaron
a Cortés y sus compañeros.
La plaza de Tlaltelolco, que había sido centro
de una ciudad separada, antes de incorporarse a
Tenochtitlán, conservaba toda su importancia y
era mercado cuya amplitud, orden y diversidad
de géneros que se expendían, puso asombro en los
ojos europeos.
La organización tribal ofrecía condiciones favorables
para que sus miembros vivieran y progresaran.
La tierra, poseída en común, era dis·
tribuida entre los habitantes para que de ella
derivaran su sustento, y contribuyeran con parte
de los productos obtenidos a satisfacer las necesidades
de los templos y los jefes.
La base de la alimentación la constituían el
maíz v el frijol, las calabazas y abundantes frutos,
así corno semill as del tipo de la chía que producían
aceite.
En materia de proteínas animales, disponían
de los peces de la laguna y de las abundantes
aves acuáticas que venían a ella todos los inviernos.
También utilizaban las ranas y los insectos
de la propia laguna, así corno los gusanos de
maguey.
Tenían el pulque como bebida alcohólica, aunque
su uso estaba severamente reglamentado, y
sólo a los ancianos se les permitía con cierta liberalidad.
Y con el cacao que obtenían en calidad
de tributo de pueblos de zonas tropicales, prepa-
44

aban el aromático y n u tritivo chocolate, que
conquistó el paladar de los europeos tan pronto
lo conocieron.
En los días de banquete, o en las mesas de los
ricos, no faltaba tampoco el guajolote, magnífica
ave que no tardó en constituirse en preferida de
las mesas de Europa, donde ocupa todavía lugar
de honor.
Las artes y los oficios estaban muy desarrollados,
y en algunos de ellos, como el trabajo
de metales para la manufactura de joyas, o el de
las plumas en objetos ar tísticos, sobresalían también.
Tejían el algodón a maravilla, y aunque los
pobres usaban en su vestido telas bastas y ordinarias,
los r icos las tenían en calidad insuperable,
que según los conquistadores competían con las
mejores que pudiesen obtenerse en España.
"Los plateros de esta tierra . .. para fundir una
pieza o joya de vacío hacen ventaja a los plateros
de España, por que funden u n pájaro, que se le
anda la lengua, la cabeza y las alas ... y lo que
más es, sacan u na pieza la metad de oro y la otra
metad de plata, una escama de plata y otra de
oro, que de esto se espantaron mucho los plateros
españoles", dice Motolinia.
La vida familiar era de muy estrechos vÍnculos,
y los padres cuidaban desde la más tierna
infancia la educación de sus hijos, hasta que llegaba
el momento de enviarlos a las escuelas públicas,
fuese el " telpuchcalli" destinado a la instrucción
general del pueb lo, o el "calmecac", al
que concurrían los de famili as nobles.
45

Pueblo mili tar por excelencia, el desarrollo de
su organización guerrera era magnífico, y existían
órdenes especiales, corno la de los "caballeros
águilas" o "caballeros tigres", a las que podían
ingresar quienes se distinguían en el manejo de
las armas.
La extensión de sus conquistas a tierras remotas
había hecho nacer, como es natural, un extenso
comercio al que se dedicaba número con·
siderable de personas. Estos comerciantes parece
que no sólo llevaban a cabo las tareas propias de
su oficio, sino que servían tanlbién como especie
de embajadores de buena voluntad cuando era
preciso, o de verdaderos espías que recogían todos
aquellos informes que pudieran más tarde ser
útiles a las expediciones que se planeaban.
La destrucción en masa de muchos de sus
códices más preciosos, y la implacable persecución
que después de la conquista se ejerció contra
todas las manifestaciones intelectuales propias de
la cultura aborigen -considerándolas inspiradas
por el demonio- impiden apreciar con justicia
los conocimientos de aquellos antepasados
nuestros.
Sin embargo, hay pruebas de su gran desarrollo
en el campo de las ciencias, bien sea en el
conocimiento de los astros que les permitió elaborar
un magnífico calendario; en el campo de
las matemáticas, que les brindó un buen sistema
de numeración y los elementos geométricos necesarios
a sus construcciones; en el de la química,
que les permitió desarrollar el método de elabo-
46

ación del pulque, y aun la obtención de azúcar
a partir de una planta tan pobre en este material
como el maguey. Y en su conocimiento de la
botánica que, según demostró algún investigador
mexicano, les permitía diferenciar plantas de familias
muy cercanas, que los europeos no acertaron
a separar hasta siglos después.
No hay razón ni justificación alguna para que
hispanófilos extremistas hablen de los beneficios
sin límites que recibimos de Europa, como si
nuestros aborígenes hubieran estado aun en un
estado de barbarie.
Es evidente que en el campo intelectual nos
beneficiamos con los frutos de la cultura europea,
y que en el campo aplicado la introducción de
cultivos como el trigo, el arroz y la caña de azúcar,
o bien los ganados diversos, constituyeron
progreso considerable. Pero no hay que olvidar
que intelectualmente los aztecas habían alcanzado
también notable desarrollo, del que quedan pálidas
huellas en las ideas fi losóficas y religiosas
de Netzahualcóyotl; y que en materia aplicada
respondimos a la dádiva europea con el maíz y
el cacao, así como con el guajolote y otros productos.
Es indudable que los aztecas no pueden compararse
con un pueblo como el griego, cuyos vuelos
del espíritu crearon una civilización de valor
Incomparable. Pero, en cambio, muestran cierto
paralelo con Roma en la perfección con que supieron
organizar su vida, y ensanchar su territorio
con la fuerza de las armas.
47

v
C H o Q U E CICLOPE O
Después de fatigas sin cuento, el 12 de octubre
de 1492 el genovés Cristóbal Colón descubrió para
los Reyes Católicos un Nuevo Mundo. Creyó salir
en busca de un camino más corto para el país de
la especiería, alucinado por la riqueza que significaba
en una época en que el comercio de condimentos
y aromáticos era considerado tan importante.
y en lugar de ello encontró un Nuevo Continente,
cuyo descubrimiento cambió por completo
el panorama europeo. Al comenzar el siglo XVI se
inició un nuevo acto en el drama milenario del
mundo, que poco a poco fue inclinando su centro
de gravedad hacia el Hemisferio Occidental.
La cadena de islas que constituyen las Antillas
detuvieron primero a la población española, y su
importancia fue enorme como centro de exploración
y colonización del Continente.
En 1513 Diego Velázquez conquistó la isla de
Cuba, y tal cosa fue jalón de enorme importancia,
pues de ahí partió Francisco Fernández de
Córdova en 1517, quien pronto llegó al extremo
norte de la Península de Yucatán, donde los indios
le invitaban cordialmente: "venid acá a
nuestras casas". Pero las palabras "conex catoch"
que eso significaban, no decían nada a los
españoles; desnaturalizadas fonéticamente, e interpretadas
como nombre geográfico, dieron ori-
48

gen al de Cabo Catoche, con que todavía designamos
esa punta de tierra.
Un año después, en 1518, otra expedición
mandada por Juan de Grijalva salió también de
Cuba, navegó por las costas de! Caribe de la
Península de Yucatán y descendió por el Golfo
de México hasta la al tura del Pánuco. Dos ríos
importantes se descubrieron entonces: e! Grijalva,
bautizado en honor del jefe de la expedición, y
el Alvarado, en e! de Pedro de Alvarado, que
venía incorporado a ella y después adquirió mayor
renombre en México y Guatemala.
Las expediciones de Fernández de Córdova
y Juan de Grijalva fueron importantes, mostrando
la existencia de vastos territorios a los que se
supuso fabulosas riquezas. Nació, pues, el deseo
de apoderarse de ellos y el Gobernador de Cuba,
al tiempo que se dirigía a la metrópoli española en
demanda de la necesaria autorización real, juntó
los elementos materiales -navíos, hombres, caballos,
armas y bastimentos- para emprender la
tarea.
Fuera por no sentirse capaz de acometer personalmente
tan ardua empresa, o porque pensara
que su posición lo colocaba en sitio privilegiado
para que otros afrontaran peligros y fatigas reservándose
él los beneficios, e! caso es que Diego
Velázquez no intentó jefaturarla, sino que buscó
quien lo hiciera.
Caballeros había de gran prestigio y experiencia
como Juan de Grijalva, Fernández de Córdova,
Pedro de Alvarado, que conocían ya las nuevas
49

tierras, u otros como Baltazar Bermúdez o Vasco
Porcallo, y aun dos parientes de! Gobernador,
Antonio y Bernardino Ve!ázquez, que aspiraban
a encabezar la empresa y tenían méritos sobrados
para ello.
Sin embargo, aconsejado por Andrés de Due·
ro, su secretario y Amador de Laris, contador del
Rey, e! elegido fue Hernán Cortés, obscuro y pobre
hidalgo de Extremadura, que tenía experien·
cia en cosas de las Indias, pues desde 1504 había
llegado a la isla de Santo Domingo, participando
luego en la conquista de la de Cuba, y llegando
a ser Alcalde en ésta de la ciudad de Santiago.
Desde e! punto de vista de Velázquez la desig·
nación no pu do ser más desacertada, pues pronto
dio e! nombrado muestras de extremada ambición,
que puso en reparos al Gobernador. Pero
Cortés era demasiada pieza para él ; y cuando
trató de revocar el mando fue demasiado tarde.
Después de varias peripecias, que sólo su increíble
audacia le permitió sortear, zarpó de! puerto de
La Habana e! 10 de febrero de 1519, en una armada
de 11 navíos, conduciendo 508 soldados,
16 caballos, 109 marinos, 2 capellanes y un intérprete,
y a pesar de las dificultades con el
Gobernador, dos parientes de éste: Diego de Ordaz
y Juan Ve!ázquez de León, lo acompañaban.
Pero si la elección fue desacertada desde el
punto de vista de los intereses personales de Diego
Velázquez, en cambio no pudo estar mejor
hecha para el éxito de la empresa.
Hernán Cortés era positivamente excepcional.
50

Ducho en el manejo de las armas, estratega innato,
psicólogo profundo, inaccesible a la fatiga o al
temor, incapaz de confiar en la lealtad de nadie
-posiblemente porque él era incapaz de tenerla-,
dispuesto siempre a violar la palabra empeñada
si convenía a sus intereses, sin otro faro
para guiarse que el medro personal, contaba,
además, con las "letras" adquiridas en dos a110S
de Salamanca, que no eran comunes en otros
capitanes.
Todos los actos de Cortés lo muestran -en
su vida pública y privada- con perfiles de acabado
rufián. Pero rufián de altos vuelos; soldado
y político excepcional, que llevó a cabo una empresa
militar y política sin paralelo en la historia,
cuyos resultados cambiaron -con el constante
fluir de la plata mexicana- el curso de la vida
europea.
La conquista de las Antillas, aunque en algunas
vivían belicosos caribes, no significó mayor
dificultad militar, en vista de su escaso número
y el estado de atraso en que se encontraban.
Tampoco la posesión de las islas, con su segura
pero lenta riqueza agrícola y ganadera, satisfizo
el pronto afán de hacer fortuna con que los españoles
abandonaban el solar nativo.
Las expediciones de Fernández de Córdova y
de Grijalva permitieron entrever un territorio que
ofrecía posibilidades infini tamente superiores,
pero no pasó de ahí la aventura.
y aunque el primero sufrió fuerte descalabro
en Champotón a manos de los indígenas -por lo
51

que bautizó el sitio como "lugar de la mala pelea"-
y los segundos volvieron a combatir en el
mismo punto, no fueron éstas más que simples
escaramuzas frente a las batallas campales gana·
das por Cortés y su puñado de aventureros.
Los augurios de la llegada de don Hernán
fueron prometedores. Como sus predecesores,
tocó en la Península de Yucatán. Su primer golpe
de suerte lo tuvo en Cozumel, donde encontró un
español llamado Gerónimo de Aguilar, que vícti·
ma de un naufragio vivía hacía tiempo en aquellas
tierras; conocía las costumbres e idioma de
los naturales, e incorporado a Cortés le sirvió
grandemente en calidad de intérprete. Al llegar
a las costas de Tabasco y remontar el curso del
Grijalva, fue atacado por los indígenas; pero este
episodio militar -que pudo ser grave- resultó
favorable, pues habiéndolos derrotado cumplida.
mente adquirió gran prestigio y obtuvo la total
sumisión de la provincia.
Los indígenas de Tabasco trajeron a Cortés
variados presentes, entre ",llos veinte doncellas
de agradable aspecto. Este "regalo" debe haber
sido recibido con júbilo por los hispanos -listos
a satisfacer su insaciable lujuria-, satisfechos
de contar con sirvientas. Pero seguramente ni
ellos, ni su capitán, vislumbraron lo que esa en·
trega de carne femenina iba a significar en auxi·
lio de la conquista que se iniciaba.
Una de aquellas doncellas era la llamada Ma·
lintzin, a quienes los indígenas apellidaron Malin·
che, y los españoles bautizaron con el nombre
52

cristiano de doña Marina. Hija del cacique de un
sitio cercano a México, conocía la lengua náhuatl,
al igual que el maya, y resultó intérprete de valor
extraordinario.
Ligada Íntimamente a Cortés, se identificó
totalmente con los intereses de su señor -olvidándose
de su pueblo-, y no sólo supo traducir
perfectamente al náhuatl los pensamientos de
éste, sino que utilizó hábilmente su conocimiento
de la psicología y costumbres indígenas para inclinarlos
a favor de los conquistadores. Y en más
de una ocasión descubrió y denunció conjuras
-reales o supuestas- que hubieran sido fatales
a los españoles.
Arribó por fin Cortés a las costas veracruzanas,
donde fundó la primera ciudad española del
Continente. Y en una de sus frecuentes muestras
de habilidad política, hizo que el Ayuntamiento
instalado por él mismo legalizara un poder que
en realidad no tenía, por habérselo revocado su
mandatario, el Gobernador de Cuba.
Desde su llegada, traía la idea firme de continuar
hasta aquel fabuloso imperio de tierra adentro
donde abundaba el oro -motor principal de
la Conquista- y gobernaba un gran señor llamado
Moctezuma.
Recibido cordialmente por los caciques locales,
no tardó en tener frente a sí embajadores del
propio Moctezuma, que con ricos presentes le testimoniaban
la amistad del monarca, instándolo a
emprender el viaje de regreso. Mal sabía el rey
azteca de la psicología española al enviar aquellos
53

•
presentes; después de contemplar el oro, dispuestos
estaban a sufrir mil fatigas y dar la vida, si
era preciso, para conseguir más.
Comenzó entonces Cortés uno de los juegos
más emocionantes de la historia. Por una parte
mostraba -siempre que había ocasión- la superioridad
de sus armas, el vigor de sus caballos y
el arrojo inducjable de quienes lo seguían; por
otra, aprovechaba hábilmente las supersticiones
de los mexicanos haciéndoles pensar que su triunfo
era cosa de an temano decretada; y por último,
utilizaba sagazmente el desagrado que muchos
de los pueblos tributarios sentían por el yugo de
Moctezuma, ofreciéndoles apoyo para sacudírselo,
mientras al lejano monarca se le hacían repetidas
manifestaciones de amistad.
Su marcha sobre la costa a la altiplanicie
prácticamente no tuvo otros obstáculos que los
que la Naturaleza le puso. Desde el punto de vista
militar fue un paseo triunfal -con pequeñas
escaramuzas- hasta llegar frente a Tlaxcala.
Los belicosos t1axcaltecas no eran amigos de
Moctezuma, y habían logrado resistir la poderosa
dominación azteca; pero no estaban dispuestos
tampoco a entregarse a los hombres blancos que
venían de allende el océano.
Las huestes de Tlaxcala lucharon bravamente
contra los españoles y pusieron en peligro su victoria.
Pero la superioridad de armas y técnicas
guerreras dieron finalmente el triunfo a los hispanos.
Xicoténcatl, el valiente caudillo, tuvo que
aceptar llorando su derrota. Seguramente no
54

supo conformarse con ella y, atado por razones
políticas, buscaba el momento de vengarla; no
pudo hacerlo pues Cortés, ni tardo ni perezoso
cuando se trataba de suprimir un enemigo potencial,
encontró la manera de acabar con su vida
durante el sitio de Tenochtitlán.
El triunfo sobre Tlaxcala no sólo abrió a Cortés
el anhelado camino rumbo a su objetivo final,
sino que le brindó también un aliado leal, que
estuvo a su lado en todos los momentos difíciles.
contribuyendo en no poca proporción a la victoria
final.
Con su pequeño ejército, aumentado con incontables
tropas t1axcaltecas, continuó su marcha
a México. Y después de atravesar entre los dos
majestuosos volcanes de cumbres cubiertas de
nieve, y obtener del cráter de uno de ellos el azufre
necesario para fabricar pólvora, tuvo ante su
vista un espectáculo maravilloso con el que no
había soñado siquiera.
Era una extensa planicie rodeada de montañas
la que veían sus ojos asombrados. En la parte
más baja una cadena de grandes lagos: Zumpango
al norte, luego Xaltocan y San Cristóbal, después
el enorme de Texcoco y el alargado de
Xochimilco, y por fin Chalco. En las orillas, pueblos
opulentos entre los que descollaba Texcoco.
Pero lo más admirable, que dejó suspensos a
los hispanos, fue la ciudad de maravilla que se
alzaba al poniente del lago: sentada sobre una
isla que sus habitantes hicieron surgir del agua,
estaba la fabulosa Tenochtitlán, ligada a la tierra
SS

•
firme por tres amplias calzadas de más de treinta
pasos de anchura. La del norte comunicaba con
el cerro del Tepeyac, la del poniente con Tlacopan,
y la del sur llevaba al fuerte de Xoloc -todavía
en la laguna-, bifurcándose después para
enviar una rama a Coyoacán y otra a Ixtapalapa.
"y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos
qué decir, o si era verdad lo que por
delante parecía, que por una parte en tierra h abía
grandes ciudades, y en la laguna otras muchas
y veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada
muchos puentes de trecho en trecho, y por
delante estaba la gran ciudad de México", escribía
maravillado Bernal Díaz del Castillo, el soldado
cronista, exclamando: " ... parecía a las cosas
de encantamiento que cuenta en el libro de
Amadís ... "
Moctezuma, convencido al fin de que no había
manera de detener al porfiado hispano, y decidido
a no declararle la guerra, le abre en gesto cordial
las puertas de su ciudad magnífica. Y a la mitad
de la calzada tiene lugar el memorable encuentro
en que se cambian cortesías y presentes. Cortés,
que recibe valiosas alhajas, quita de su cuello
una cadena de vidrios que imitaban diamantes y
esmeraldas y la pone en el de Moctezuma ... con
la misma calma con que pondrá grillos en sus
manos semanas adelante.
Los españoles entran de paz y son alojados
en el palacio de Axayácatl, donde reciben cuanto
necesitan Para su subsistencia. En una de las
cámaras descubren rico tesoro, cuyo destino final
56

será motivo de querellas, pero una parte del cual
seguramente acompañó al fondo de la laguna los
cadáveres de los avarientos soldados que se llenaron
de oro los bolsillos la noche fatídica de! 30
de junio.
Por el momento todo marcha viento en popa;
pero al astuto extremeño no lo engaña ni adormece
la aparente calma. Sabe que tarde o temprano
estallará la reprimida ira de los mexicanos,
alentada especialmente por e! continuo desprecio
a sus dioses seculares. Y sabe también, que mientras
no tenga control absoluto de la situación,
será imposible apoderarse de las riquezas que apetece,
tanto para labrar la propia fortuna personal,
como para comprar el favor del Rey en sanción
de su empresa.
Alegando conjuras en la ciudad, y actos de
hostilidad de jefes aztecas alejados de Tenochtitlán,
en un golpe de audacia como los que sólo
él era capaz de ejecutar, pone prisionero a Moctezuma
con la fingida apariencia de tenerlo por
huésped.
y cuando la situación continúa tirante, y nada
sabe de lo que el porvenir le tendrá reservado,
recibe alarmante noticia: ha llegado a Veracruz
una flota mandada por Pánfilo de Narváez, enviado
por Velázquez para someterlo y llevarlo a
Cuba cargado de cadenas, como las que él ha
puesto en las manos de Moctezuma.
El momento es crítico, pero no se amilana.
Manda por delante embajadores cargados de
presentes para que se infiltren en e! real contra-
57

io y ganen la voluntad de sus ocupantes, haciéndoles
ver lo productiva que está resultando
la empresa de Cortés, y lo mucho que ganarán
uniéndose a él. Y tras de ellos marcha veloz,
confiado en completar con la fuerza de las armas
lo que logre la astucia de su ingenio. Narváez,
entre tanto, da muestras de ineptitu d notable, y
después de breve zafarrancho -con un ojo menos,
perdido de un lanzazo- se encuentra prisionero
de aquel a quien debía encadenar. Esta
victoria es decisiva para Cortés, pues no sólo
elimina un peligro potencial que cierra su comunicación
con el mar, sino que refuerza considerablemente
su ejército; salió de México con unos
300 españoles y regresa vencedor al frente de más
de un millar.
Pero las cosas de Tenochtitlán no marchaban
bien. Al partir dejó como su teniente al violento
Pedro de Alvarado, cuyos continuos atropellos
exasperaban a los mexicanos. Para colmar la
copa -recordando probablemente aquella matanza
horrenda de Cholula llevada a cabo por su capitán-
dejó reunir a la nobleza mexicana en una
gran fiesta, a la que concurrió con sus mejores
joyas; y pretextando una actitud hostil, en mitad
de ella los asesinó y despojó de cuanto llevaban.
Hasta ahí, la vacilante actitud de Moctezuma
bastó para contener a su pueblo, aunque fuera
de mala gana. Pero ya no era posible soportar
más atropellos; y estalló potente la sublevación
contra los supuestos enviados de QuetzaIcóatl,
amenazando acabar con Alvarado y sus hombres.
58

Regresa Cortés a marchas forzadas, entra en
una ciudad que parece desierta, y tan pronto
gana su cuartel se reanudan los ataques. Trata
de usar nuevamente a Moctezuma para que con
una arenga aplaque a los descontentos, pero éstos
no lo escuchan más. Y el propio emperador muere
víctima de una pedrada mexicana -según
versión española- o asesinado por los hispanos,
según parece probable.
La lucha se generaliza, la resistencia es imposible,
y los sitiados deciden escapar al amparo
de la noche. No logran burlar la vigilancia enemiga
y sufren afrentosa derrota que -según la
leyenda- obliga a Cortés asentarse a reposar
en el famoso "Arbol de la Noche Triste", que aún
alza sus ramas en Popot!a, y que según se dice
vio correr las amargas lágrimas del Capitán Malinche.
Era la noche fatal del 30 de junio de
1520, que por un momento pareció término de la
empresa. Apenas el 8 de noviembre anterior
Moctezuma lo había recibido en triunfo a las
puertas de la ciudad, y hoy tenía que luchar para
asegurarse la retirada.
Su estrella, sin embargo, no se había opacado
aún. Trata de retirarse a Tlaxcala, confiado en
su apoyo; pero en Otumba le cierra el paso una
multitud de guerreros mexicanos. Se entabla la
batalla y Cortés, que ha estudiado las tácticas de
sus enemigos -y sabe que la muerte del jefe es
para ellos signo de derrota-, logra derribar al
caudillo, los dispersa y llega sin nuevos contratiempos
a su destino.
59

La lealtad de los tlaxcaltecas no ha variado;
a pesar de los descalabros sufridos, lo acogen
permitiéndole rehacerse y planear una nueva marcha
a México_ Esta vez para tomarlo a sangre
y fuego_
Nada se descuida para la campaña. Se aprovisionan
lo mejor posible las tropas españolas, se
consiguen numerosos contingentes de indígenas
que ayuden en las operaciones, y se construyen
bergantines para hostilizar al enemigo desde el
agua.
Cuando todo está listo, se emprende la marcha
tomando a Texcoco como centro de operaciones,
para extenderse luego a otras poblaciones del
margen de la laguna. Contaba Cortés al partir
de Tlaxcala --el 28 de diciembre de 1520-- con un
ejército de 40 jinetes, 550 soldados, 80 ballesteros
y escopeteros, 9 piezas de artillería e incontable
multitud de ali ados indígenas, principalmente
tlaxcaltecas_
Moctezuma había sido substituído en el mando
por Cuitláhuac, que poco después murió víctima
de las viruelas, traídas por un soldado de
Narváez. En su lugar reinaba el joven Cuauhtémoc,
una de las más admirables figuras de la
historia, y para quien todo mexicano reserva sitio
prominente de admiración y cariño.
El joven héroe tenía nombre simbólico:
Cuauhtémoc, "águila que cae". Y supo caer, envuel
to en gloria en tre las ruinas de la ciudad que
juró defender.
Tres largos meses duró el asedio. Los espa-
60

ñoles avanzaban palmo a palmo, caminando sobre
cadáveres enemigos; y palmo a palmo retrocedían
los mexicanos cuando la resistencia era ya materialmente
imposible. Con el agua cortada, carentes
totalmente de víveres, enfermos y agotados,
rodeados de ruinas y cadáveres, resistieron
hasta el último momento los ataques de un enemigo
implacable, que oponía el acero y la pólvora
al pedernal y la madera.
Pero el triunfo era imposible. Llegó un momento
en que no se pudo luchar un minuto más.
Cuauhtémoc piensa que lo mejor es salir de la
plaza sitiada y seguir la guerra en tierra firme.
Aborda una canoa con sus familiares, pero un
bergantín mandado por García Holguín le da alcance,
lo captura y lleva a presencia de Cortés.
Es el 13 de agosto de 1521, y el joven héroe
pone fin a la epopeya con palabras que recogió
la historia: "Señor Malinche: ya he hecho lo que
soy obligado en defensa de mi ciudad, y no puedo
más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu
persona y poder, toma ese puñal que tienes en la
cinta y mátame luego con él."
Lejos, sin embargo, del tortuoso Cortés un
acto tan realmente piadoso, aunque aparentemente
cruel. En lugar de ello abraza al vencido, le
ofrece falsamente su amistad y trata de levantarle
el ánimo.
Más tarde lo someterá al tormento del fuego
para que revele el paradero del ansiado tesoro, y
acabará por ahorcarlo en circunstancias poco claras
durante la expedición a las Hibueras.
61

más de cuatro siglos, de los genes aportados por
el tronco aborigen y por el tronco hispano.
Lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo,
lo deseable y lo indeseable que tenemos los mexicanos
de hoy lo recibimos de todos nuestros antepasados
-aborígenes e hispanos- y no solamente
de unos de ellos. La mezcla está hecha y el resultado
somos nosotros.
63

VI
LA CRUZ SOBRE EL TEOCALLI
El 13 de agosto de 1521 i por fin! cayó en poder
de los españoles esa heroica Tenochtitlán, que
había resistido tantos de sus asaltos por más de
setenta y cinco largos días, que al Conquistador
parecieron interminables, y más de un vez pusieron
dudas en su ánimo.
" ... y yo viendo cómo estos de la ciudad estaban
tan rebeldes y con la mayor muestra de
determinación de morir que nunca generación
tuvo, no sabía qué medio tener con ellos ... ", escribía
Rernán Cortés al Emperador Carlos V, en
una de sus famosas Cartas de Relación, comentando
la situación reinante a los cuarenta y cinco
días de comenzado el sitio.
Pero la resistencia no podía durar. Todos los
medios de continuarla estaban agotados. Los valerosos
aztecas -verdaderos espectros de lo que
antaño fueron- veían estrecharse día a día el
cerco puesto a su ciudad lacustre por los batalladores
españoles, ayudados por incontables indígenas.
Cuando por fin los sitiadores asentaron su
¡jIanta en la que don Rernando calificaba como
"la más hermosa cosa del mundo", los rigores
de la guerra, que habían obligado a los atacantes
a destruir metódicamente manzana tras manzana
en sus líneas de avance, dejaban terriblemente
maltrecha a la hermosa Tenochtitlán.
64

Los fJOS grwules volcal/es llevados al fondo, y m ás
cerc( la ca dena de CO II OS volcállicos, presidían el cl/adro
en el q/le se asell/aba TellOcllIitlúll. UI1 pl/eblo orgm¡j·
zado segtÍ1I las 1/0r1l1as de ww alta civilización llenaba
sus plazas, calles y m ercados. Fresco de Diego Rivera
en el Palacio Naciollal. Fo tog rafía del Departamento
de Artes Plásticas del Ins tituto Nacional de Bellas Artes.

Lo que aún quedaba en pie no tardó en ser
destruído de raíz por los propios hispanos, como
una manera de afirmar su poderío y borrar las
huellas de la idolatría que detestaban; o por sus
aliados indígenas, antaño oprimidos por los batalladores
mexicas y que encontraban placer en
arrasar la ciudad que odiaban y temían.
Pero el recuerdo de esa esplendorosa Tenochtitlán
en que lo había alojado regiamente Moctezuma
cuando por primera vez llegó a ella, de la
que luego tuvo que salir de huída en la tenebrosa
jornada de la Noche Triste, y a la que por último
entró triunfante después de haberla rendido con
el fuego de los arcabuces y el filo de las espadas,
era demasiado fuerte.
Añoraba las amplias calles que conducían a la
plaza principal donde se alzaba el Teocalli, las
maravillas mil del nunca soñado mercado de
Tlaltelo1co, la magnificencia de las mansiones
de Moctezuma con innúmeras dependencias, la
regia fábrica del palacio de Axayácatl donde él y
los suyos se habían alojado.
Todos esos recuerdos, como imán gigantesco,
lo atraían precisamente al sitio de la derruida
Tenochtitlán. Además, su genio de político le indicaba
que sería más fácil dominar al pueblo vencido
desde el emplazamiento mismo que estaban
acostumbrados a mirar con respeto. Y seguramente
también su orgullo de guerrero le impulsaba
a sen lar sus reales precisamen te en el sitio
que antaño había resistido a sus ataques, y que
tanto trabajo le dio dominar.
65

Decidió que, después de limpiar de escombros
y cadáveres las ruinas de Tenochtitlán, éste fuera
el sitio preciso para la nueva edificación. La
Catedral se alzó en lugar del Teocalli, y Cortés
construyó su propio palacio frente a las ruinas
de lo que había sido la morada de Moctezuma.
Edificio que pasó posteriormente a manos de la
Corona, para servir al gobierno de la Nueva España.
Un amplio rectángulo central, rodeado de acequias
y canales, a medias fortificado, se reservó
para residencia de los conquistadores. Concebido
por el propi'o Cortés, y realizado por Alfonso García
Bravo, recibió el nombre de La Traza y tuvo
gran significación para orientar el futuro crecimiento
de la metrópoli. A su alrededor, cobijadas
con su propia miseria, se hallaban las" doctrinas"
y "parcialidades", destinadas para albergar a los
indígenas.
Los límites aproximados de La Traza -hasta
donde es posible reconstruirlos- parecen haber
correspondido: por el norte, a las calles llamadas
hoy de Colombia; por el sur, a las de San Gerónimo;
por el este, a las de la Soledad, y por e!
oeste a las de San Juan de Letrán.
Pronto tuvo que lamentarse la decisión de!
Marqués del Valle de Oaxaca al haber elegido tal
sitio para la ciudad de México, pues en el año
de 1553 se produjo una gran inundación que
obligó al Virrey, entonces don Luis de Velasco,
a mandar construir el Albarradón de San Lázaro.
La defensa, sin embargo, no resultó tan eficaz
66

como se esperaba; y otras tres graves inundaciones
se repitieron en los años de 1580, 1604
Y 1607.
Al ocurrir esta última, la metrópoli española
pensó, cándidamente, que la solución radical estribaba
en mover la ciudad a emplazamiento más
adecuado. Y para el efecto el Rey Felipe III ordenó
se trasladara a las lomas de Tacubaya. Orden
que tuvo que ser derogada por gestiones del Ayuntamiento,
que hizo ver que una ciudad que contaba
más de ochenta años de vida no podía
moverse como campamento de gitanos, sólo para
acatar las órdenes de un monarca que estaba del
otro lado del océano. Hicieron notar en sus alegatos
que el valor de la propiedad se elevaba a la
para entonces nada despreciable suma de veintiún
millones de pesos.
Como dice Pereyra: "Hija de! orgullo de una
idea imperial, Méjico se aferró con obstinada resolución
en e! sitio que le asignó la leyenda indígena.
No quería apartarse de su águila batalladora,
ni dejar de ver el nopal en que se libra la
eterna lucha con la pérfida serpiente."
Tenochtitlán había puesto justificado asombro
en los ojos de los españoles que pudieron contemplarla
antes de su destrucción. La nueva
población que se alzó sobre sus ruinas, la muy
noble y leal ciudad de México, llegaría también,
con el correr del tiempo, a adquirir grandeza y
esplendor tales que maravillaría a ilustres visitantes.
Pero no se trataba simplemente de que un
67

estilo arquitectónico se substituyera a otro. La
situación había cambiado radicalmente. i Y en
qué forma!
Los antiguos señores de Tenochtitlán fueron
empujados a los barrios periféricos, y poco a poco
perdieron la noción de su pasada grandeza, hasta
olvidarse por completo.
Un pueblo distinto, venido de allende el océano,
señoreaba la ciudad e iba extendiéndose por
el Valle, donde se asentaron opulentas haciendas.
En ellas, junto al maíz, el frijol y el chile de los
aborígenes, se cultivaban las nuevas plantas traídas
de Europa; y los bueyes que tiraban de los
arados, y los caballos en que se movían dueños
y capataces, hablaban también de animales extraños
que no se conocieron antes.
Entre la multitud de edificios que bordeaban
las calles -por lo general rectas y amplias-, se
alzaban algunos suntuosos palacios que apuntaron
desde un principio lo que sería el fausto de
la capital de Nueva España.
Pero más imponentes aun por sus proporciones,
más suntuosos por el labrado de sus canteras,
mucho más ricos por sus ornanlentaciones,
se alzaban los innumerables templos y conventos
de la nueva religión.
La ciudad que antaño había terminado en la
cúspide de la pirámide del Teocalli, ostentaba ya
por doquier cúpulas y torres.
i La cruz se alzó sobre el Teocalli!
y decir esto no es simplemente una frase
simbólica que pinta gráficamente la suplantación
68

de la cultura indígena por la importada. En muchos
casos fue realidad clara e innegable.
Los evangelizadores comprendieron que su taM
rea era enorme, frente a las muchedumbres de
indígenas que no comprendían siquiera el español,
y cuya actitud ante la vida y la muerte era
tan distinta a la suya propia; si es que verdaderamente
trataban de enseñarles la nueva fe y
atraerlos a la misma por el convencimiento.
Comprendieron que la tarea tendría que realizarse
por las veredas, en lugar del camino real,
para llegar con suficiente rapidez, como eran a
la vez su deseo y su necesidad, al fin que se proponían.
y puesto que los indígenas tenían dioses venerados,
y centros que todos reconocían como sitios
de culto, nada más sencillo que sustituir simplemente
la pirámide por la nave; derribar el ídolo
para colocar en su sitio la imagen del santo.
Por eso muchos de los templos españoles se
alzaron precisamente en el sitio ocupado por los
adoratorios indígenas.
El mismo templo que se destinó a la Virgen
de Guadalupe, de tanta importancia simbólica y
utilidad práctica para los conquistadores, se erigió
precisamente en el sitio -o las inmediaciones-
del lugar donde los indios veneraban a la
deidad que llamaban "madre de los dioses".
La cruz se alzó sobre el Teocalli, y comenzó
nuevo capítulo en la historia e1el Valle.
69

VII
EL VALLE EN LA COLONIA
La ciudad de México, sucesora de la derruida
Tenochtitlán, formó dentro de! Valle e! núcleo
central en la vida toda de la Nueva España.
Rodeada por la corona de sus sierras, asentada
en medio de bellos lagos, creciendo constantemente
en la extensión de su perímetro, la belleza
de sus edificios y monumentos pronto se
convirtió en símbolo de la opulenta Colonia.
"Ciertamente no puede darse espectáculo más
rico y variado que e! que presenta el Valle, cuando
en una hermosa mañana de verano, estando
e! cielo claro, y con aquel azul turquí propio del
aire seco y enrarecido de las altas montañas, se
asoma uno por cualquiera de las torres de la Catedral
de México, o por lo alto de la colina de
Chapultepec", escribía embelesado Alejandro van
Humboldt, cuyos ojos de viajero infatigable y
capaz habían contemplado ya tantos otros paisajes
en diversas latitudes.
y fue en este bello escenario donde por tres
siglos cabales vivió una población de españoles,
de indios, y de una serie complicada de castas
con nombres peculiares, que representaban el
mestizaje entre unos y otros, a veces con aportes
de sangre africana.
La velocidad con que se erigió la ciudad, y
la manera como pronto se embelleció con suntuosas
moradas, amplias calles y bien ordenadas
70

plazas, son dignas de admiración. Es realmente
la capital pujante de un nuevo reino, la que se
alza en el sitio que antaño ocupó la pujante ciudad-estado
de los aztecas.
El siglo XVI, de importancia capital porque es
el que está forjando la naciente ciudad - y desde
ella, la fisonomía de toda la Colonia-, es rico en
acontecimientos que tendrán profundas repercusiones
futuras en el medio y en sus habitantes.
En el orden político, vemos las peripecias sufridas
por Cortés en el ejercicio de su autoridad
como Gobernador y Capitán General ; luego, los
ensayos poco felices y que en general dejaron
amarga memoria del gobierno por medio de las
Audiencias, y por fin, el nacimiento de la organización
virreinal, que se inaugura en 1535 cuando
viene don Antonio de Mendoza, Conde de Tendilla,
como primer Virrey, en cuyo cargo permanece
tres lustros completos.
Se funda, antes que en lugar alguno del Continente,
una imprenta que habrá de ser prenda y
garantía de vida intelectual en la capital de la
Colonia. Es el impresor Juan Pablos quien la establece;
y de sus prensas sale en 1535 el primer
libro, la Escala espiritual de San Juan Climaco,
traducida del latín por el padre Juan de Estrada.
Al cumplirse exactamente el trigésimo aniversario
de la toma de Tenochtitlán, expide el
Emperador Carlos V, en 1551. la Cédula que crea
la Real Universidad de México, con iguales privilegios
que la de Salamanca. Y tres años más
71

tarde, en 1553, el Virrey Luis de Velasco inaugura
solemnemente los cursos de este primer centro de
cultura del Continente Americano que, después
de una vida azarosa llena de claroscuros, hoy
alza el bello y atrevido conjunto de sus edificios
en el escenario inigualable del Pedregal de San
Angel, creando un cuadro que aumentaría la cálida
admiración de Humboldt si pudiera contemplarlo_
Pero junto a estas conquistas del saber, a esos
dones de la cultura, que hablan de paz y de
progreso, la ciudad de México vive también momentos
que la intranquilizan. Algunos, como la
famosa conjuración del Marqués del Valle, apenas
cuando comenzaba la segunda mitad del siglo XVI.
El episodio tiene tanto colorido, y pudo tener
tal significación, que vale la pena dedicarle unas
cuantas líneas.
Hernán Cortés, amargado porque la Corona
no reconocía y premiaba toda la amplitud de sus
méritos, murió en España, en Castilleja de la
Cuesta, el 2 de diciembre de 1547. Pero su recuerdo
persistía en México; vivían todavía muchos
de los que militaron a sus órdenes, y que
así labraron su fortuna; existía también como
una realidad el rico Marquesado del Valle de
Oaxaca, que el Monarca otorgó al Conquistador
y que el hijo mayor, Martín Cortés, fruto de su
matrimonio con doña Juana de Zúñiga, había
heredado.
Cuando en 1563 el segundo Marqués del Valle
llegó a la Nueva España, procedente de la Corte
72

donde viviera largo tiempo, tal cosa produjo sensación.
Acompañábanlo dos hermanos bastardos,
el hijo de la famosa doña Marina -la Malinche
de la Conquista-, que se llamaba también Martín,
y don Luis, fruto de sus amores con doña
Ana de Hem1Osillo.
El momento que la Colonia vivía era agitado.
En la metrópoli se habían promulgado las "Nue·
vas Leyes" que quitaban carácter hereditario a
las encomiendas dadas a los conquistadores; y
éstos, que miraban en ellas el patrimonio que sus
fatigas y peligros les habían permitido acumular
para sus hijos, veían con simpatía cualquier em·
presa que impidiera su aplicación.
En estas condiciones fue fácil para el inquieto
Alonso de Ávila reunir alrededor de don Martín
Cortés las esperanzas de los descontentos,-y pre·
parar una conjura que tenía por objeto proclamar
rey al hijo de don Hernán, y separar la Nueva
España de la Corona de Castilla. Naturalmente,
no se trataba en el fondo sino de asegurar los
privilegios de los españoles y perpetuar la miseria
de los indios.
La cosa llegó a un grado tal, que posiblemente
el movimiento planeado hubiera tenido éxito si la
falta de decisión del segundo Marqués del Valle
-que de su padre heredó el Marquesado, pero no
la audacia y el arrojo-- no hubiera originado su
fracaso, enviándolo al destierro junto con sus hermanos.
Mientras rodaban en el cadalso las cabezas
sangrantes de Alfonso de Ávila y de su hermano
Gil, junto con las de los Quezada; y se
73

alanceaban pendientes de la horca los cuerpos
de Cristóbal de Oñate y Gómez de Victoria.
El propio siglo XVI vio establecerse en la ciudad
de México el Tribunal del Santo Oficio, cuando
en 1571 llegó con tal objeto el doctor don
Pedro Moya de Contreras, nombrado Inquisidor
Mayor de la Nueva España. A partir de entonces,
y por los siglos de la dominación española, este
siniestro tribunal puso pavor en la vida de los
habitantes de la Colonia. La ciudad de México
tuvo el ingrato privilegio de asistir con frecuencia
a los Autos de Fe que con gran boato preparaba
el Santo Oficio, y que dejaban en la retina el
recuerdo de las largas filas de penitentes desfilando
con la soga al cuello y el cirio en la mano,
y en la nariz el tufo acre de carne humana chamuscada
en la hoguera.
El siglo XVII comenzó bajo malos auspicios.
En 1604 la ciudad sufrió tremenda inundación
que causó muchas víctimas, y obligó al Virrey,
Marqués de Montes Claros, a planear la ejecución
de grandes obras de desagüe de la cuenca que la
pusieran a salvo de futuros desastres. Pero la empresa
no llegó a realizarse entonces, porque el
licenciado Espino,a, fiscal de la Audiencia, se
opuso encarnizadamente a ell a, alegando que
su ejecución demandaría, por lo menos, el concurso
de sesenta a setenta mil indios, cuyo número
habría de mantenerse a base de reemplazo,
pues las enfermedades y lo rudo del trabajo
originarían muchas muertes. Todo ello, decía
Espinosa, daría por resultado la despoblación
74

de la tierra, con los consiguientes daños a la agricultura
... y a los intereses de los españoles que
usufructuaban el trabajo de los naturales.
Suspendióse por entonces el proyecto. Pero
al ocurrir en 1607 otra tremenda inundación, el
Virrey don Luis de Velasco volvió a la idea original,
y ordenó desde luego planear y comenzar las
obras del desagüe del Valle de México, encomendando
la difícil tarea al ilustre cosmógrafo Enrica
Martínez, quien con gran pericia supo realizarla.
Las obras del desagüe del Valle de México,
por su m agnitud y audacia, especialmente en la
época en que se ejecutaron, causan justificada
admiración. Gracias a ellas la ciudad de México
quedó protegida en gran parte contra las periódicas
inundaciones que la asolaban. Pero también
su ejecución, como Espinosa había anticipado,
fue fuente de angustia y dolor para millares
y millares de indígenas, muchos de los cuales
encontraron ahí el fin de su mísera existencia.
Igualmente, la terminación de esas obras marcó
la iniciación del desequilibrio hidrológico en la
cuenca de México, que con el correr de los años
habría de crear innumerables y graves problemas,
muchos de los cuales aún preocupan en la actualidad.
En 1612, gobernando la Audiencia, por muerte
del Virrey García Guerra, la ciudad contempló
el sangriento espectáculo de la ejecución de veintinueve
negros y cuatro negras en la Plaza Mayor.
Sus cabezas, clavadas en picas frente al Ayunta-
75

miento, pretendían mostrar la energía con que se
castigó la supuesta conspiración que habían planeado
los ejecutados, para exterminar a los blancos
del virreinato.
Figura curiosa de ese siglo, cuya audacia y
habilidad maravilló a la ciudad de México, fue
la del irlandés don Guillén de Lampart, que con la
más fantásticamente fraguada conspiración que
pueda imaginarse planeó hacerse coronar Rey de
México. Intento que pagó con su vida, al ser
quemado en solemne Auto de Fe el 19 de noviembre
de 1659.
Terminó la centuria con trágicos acontecimientos.
En 1691 se perdieron casi totalmente
las cosechas, originando hambre y escasez en el
siguiente. Las autoridades no supieron hacer
frente a la angustiosa situación, y el descontento
popular culminó el 8 de junio de 1692, cuando
multitud de indios enfurecidos atacó el Palacio
Virreinal, al que prendió fuego junto con otros
edificios vecinos.
La ciudad quedó prácticamente en sus manos
por cierto tiempo, -pues el Virrey se encerró al
amparo de los gruesos muros del Convento de
San Francisco, y los vecinos españoles se mantu·
vieron prudentemente en sus casas. El tumulto,
sin embargo, fue al fin sofocado y originó sangrientas
represalias.
Pero el saldo no fue del todo favorable para
los españoles. No sólo se destruyeron por el fuego
diversos edificios públicos y numerosos comercios
llenos de mercancías, sino que el éxito
76

obtenido en el ataque hizo nacer cierta confianza
en los nativos mostrándoles el poder que radicaba
en su número. Prueba de ello el cartel que
apareció sobre las ruinas calcinadas del Palacio
Virreinal, en el que el ingenio popular había escrito
sangrienta burla para el orgullo hispano:
"Este corral se alquila para gallos de la tierra
y gallinas de Castilla."
La vida en México en el siglo XVIII siguió mostrando
el crecimiento de la ciudad que, según
el censo de 1790, tenía una población de 112926
habitan tes.
También se caracterizó este período por el
florecimiento cultural y científico, que no fue
simplemente reflejo de cultura ultramarina, sino
que adquirió perfiles nacionales bien marcados.
Surgieron figuras como Clavigero, Alzate, Bartolache,
Velázquez de León, y tantos otros de quienes
con justicia nos enorgullecemos.
Termina la vida colonial de la ciudad de
México contemplando el motín encabezado por
Gabriel J. de Yermo el 14 de septiembre de 1808,
para asaltar el Palacio y capturar al Virrey
Iturrigaray, poniendo en su lugar al octogenario
don Pedro de Garay. Este movimiento tumultuario,
realizado por los elementos más reaccionarios,
había tenido como motivo la sospecha de
que el débil y vacilante Iturrigaray no supiera
oponerse con la firmeza que deseaban sus autores
a las ansias de libertad de los mexicanos, que
comenzaban ya a percibirse en el ambiente.
De la capital del Virreinato salían seis caminos
77

eales que la ligaban con el resto de la Nueva
España: el de Acapulco, por Huitzilac y Cuernavaca;
el de Toluca, por Tianguillo y Lerma; el
de Querétaro, Guanajuato y Durango; el viejo de
Puebla, por los llanos de Apan; el nuevo de Puebla,
por Río Frío y Texmelucan; y, por último, el
de Pachuca, que conducía a la otra ciudad importante
del Valle, famosa por la riqueza de sus
minas.
78

VIII
PACHUCA, LA SULTANA DE PLATA
En el extremo norte del Valle de México, recargada
en la vertiente de la serranía, la ciudad de
Pachuca, capital del Estado de Hidalgo, constituye
la segunda en importancia dentro de la
Cuenca. Y la primera en fama como productora
de plata en esta parte del país.
Parece que ya los antiguos mexicanos tenían
un centro de población asentado donde hoy existe
Pachuca, o en sus cercanías. Se ha discutido si
este nombre deriva de "Pachoa", que significa
"apertura o estrechez", aludiendo a los dos cerros
que antes de llegar a ella forman una cañada
conocida generalmente como el "Portezuelo"; o
bien de "Tepachoacán", que significaría "lugar
de gobierno".
Se piensa también que los aztecas habían trabajado
las minas de la región, pues se notan
huellas de excavaciones poco profundas, hechas
posiblemente con aplicación de fuego para romper
las piedras por dilatación.
Los españoles, desde los primeros momentos
de la Conquista, se aprovecharon también de sus
riquezas.
Los nombres de Constantino Bravo de Lagunas
y de Alonso Rodríguez Salgado se mencionan
como los descubridores de las minas de Pachuca.
Mientras que a Alonso Pérez de Zamora se atribuye,
en 1552, el descubrimiento de las riquísimas
79

minas del Real del Monte, nombre que se le aplicó
por estar situado en las faldas mismas de los
cerros, que cierran por el norte el Valle de México.
El artillero Juan Ciciliano, que militó a las
órdenes directas de Cortés, trabajó la famosa y
rica mina liLa Ciciliana" o IICeciliana", situada
en el cerro de San Cristóbal. Pero los hados no
estuvieron de su parte y se produjo en ella un derrumbe
que terminó con su riqueza.
Durante la Colonia, las minas de Pachuca, así
como las de Real del Monte, constituyeron fuentes
de enorme riqueza, en el seno de una sociedad
que veía en el rápido encumbramiento de los
mineros una de las mayores atracciones del Reino
de la Nueva España.
La mina de Xacal, una de las más antiguas y
famosas, producía nada menos que $ 7 000 diarios,
por lo que se acostumbra decir que de esta
explotación obtenía diariamente "una barra de
plata de quintos" el monarca español.
Según Gamboa, "la mina de la Trinidad, compuesta
de las pertenencias de la Campechana, la
Joya y el Peilol, dio en el espacio de diez años,
con un pueblo de 1000 hombres, cuarenta millones
de pesos".
Dice Burkart, que "solamente en los años
de 1726 y 1727, se extrajeron de las minas de
Xacal (Pachuca) y Vizcaína (Real del Monte)
542 700 marcos de plata, con valor de más de
cuatro y medio millones de pesos".
Una de las vetas más ricas de la región es la
80

El illlstre Ellricu Ma rlíllez el/focó el problema del desagiie
del Valle -)1 lo resolvió ell parte- el¡ forllla que
110S l11aravilla. Pero al palier (/ la ciudad a salvo de las
illlllldaciol1es il/ició el grave desequilibrio hidrológico
qlle hoyes I/l/estro prillcipal problell/a.

de Vizcaína, que parece extenderse por más de
10 Idlómetros, desde la mina de San Patricio,
en Real del Monte, hasta la de San Cayetano del
Bordo, en Pachuca.
En la desClipción del mineral de Pachuca que
José Guadalupe Aguilera y Ezequiel Ordóñez hicieron
en 1897, se asienta que la potencia de las
vetas en la región es de unos siete metros, y que
están constituí das de plata nativa y óxidos de
hierro, con cloruro y bromuro de plata, así como
sulfuros. En algunas regiones hay también plata
nativa en la zona superficial.
Desde la iniciación de los trabajos mineros a
raíz de la Conquista, hasta fines del siglo XVIII,
la mayor parte de las minas de Pachuca y sus
aledaños estuvieron en gran actividad. Posteriormente
su importancia decayó algún tanto, debido
probablemente a dificultades originadas en incendios
en alguna de ellas, así como en inundaciones
de otras cuyo desagüe se hizo cada vez
más difícil y costoso. Además, naturalmente, de
lo que pudieron significar factores sociales yeco·
nómicos diversos, así como los de carácter fiscal.
Cuando el 23 de abril de 1812 los insurgentes
entraron a Pachuca, encontraron en las Reales
Cajas 269141 pesos, de los que se incautaron.
Mucho se ha discutido, y más podría decirse
aún, de la importancia que las minas de Pachuca
tuvieron, comparadas con las de otras regiones
del país.
En 1865, el rng. José M. Romero, miembro de
la Comisión Científica de Pachuca, dirigida por el
81

Ing. Ramón Almaraz, y formada por "orden de
S. M. 1.", se refería a esta discusión en los siguientes
términos:
"Pachuca hasta ahora ha sido considerada
como inferior a Zacatecas, Fresnillo, Guanajuato,
etc.; pero ciertamente estos ll1inerales en
nada sobrepujan a aquél, pues si no ha producido
aún las inmensas riquezas que los otros, depende
de que Pachuca ha sido poco esplotada [ sic 1 todavía.
Esto lo comprueba el que son pocas las
minas que tienen la profundidad de 300 varas o
251m40, trabajándose en la mayor parte de ellas
a la de 200 varas o 167m60, mientras que en los
minerales mencionados se sacan los metales de
400, 500 o m ás varas, o 335m20 y 419m."
Pero si la importancia directa de Pachuca
como productora de plata es indudable, todavía
lo es mucho mayor la que indirectamente tuvo al
contribuir, gracias a Bartolomé de Medina, con
el famoso método de "beneficio de patio" que tanta
influencia ejerció en la minería, no sólo de
México sino del resto del mundo.
En la actualidad el principal Teatro de Pachuca,
hecho en época de bonanza minera y con
una elaborada fachada de cantera, ostenta el
nombre del ilustre Bartolomé de Medina. Y seguramente
más de un visitante ocasional de la ciudad
debe preguntarse quién h abrá sido tal personaje.
Desgraciadamente, a pesar del interés que su
vida y su obra h an despertado, y de los muchos
esfuerzos realizados por diversos investigadores
82

para conocer algo más con respecto a él, poco es
lo que de positivo se sabe hasta la fecha.
Podemos afirmar que Bartolomé de Medina
era originario de Sevilla -pues él mismo lo
dice-, y suponemos que su llegada a la Nueva
España fue por el año de 1553.
Se había ocupado ya de cuestiones de minas
en Europa, y según expresa en un ocurso dirigido
el 29 de diciembre de 1555 al Virrey don Luis de
Velasco, venía obsesionado con perfeccionar los
métodos que entonces se empleaban para beneficiar
el mineral de plata : "por cuanto tuve noticias
en España, de pláticas con un alemán que se padía
sacar la plata de los metales sin fundición, ni
afinaciones y sin otras grandes costas; y con
esta noticia determiné venir a esta Nueva España
. . ,/1
La idea, pues, no era original del propio Medina,
como con toda honradez lo reconoce ; pero
no se trataba más que de una idea general. Se
requería desarrollarla en detalle, ver si respondía
a las esperanzas que había despertado, ensayarla
una y otra vez alterando procedimientos, cambiando
proporciones. Es decir, convertirla en realidad.
Tal cosa fue lo que Bartolomé de Medina logró
en 1555 trabajando en la mina de Purísima
Grande, en Pachuca, al establecer el método que
se conoció como "beneficio de patio" : If •• • e visto
por el ilustrísimo señor don Luis de Velasco el
gran servicio que de ello redundaba a la hacienda
real de su Magestad, y generalmente a toda esta
83

tierra, me hizo merced en nombre de su magestad
de que nadie den tro de seis años no lo pudiese
usar, si no fuese pagándomelo con un tanto ... "
Un contemporáneo de Medina, posiblemente
colaborador suyo, anduvo mezclado en esta trascendental
invención, y en algún memorial que
dirige a la Corona se titula "primer artífice inventor
de sacar plata de los metales por la industria
y beneficio de el azogue". Se trata del valenciano
Mosén Boteller, a quien por tal motivo
algunos autores han pretendido considerar realmente
como inventor del método de "patio". Sin
embargo, todas las investigaciones realizadas al
respecto apuntan que tal mérito corresponde única
y exclusivamente a Bartolomé de Medina.
Este método no sólo significó notable adelanto
en la minería, en el sentido de facilitar la obtención
del metal, y disminuir los costos, sino que
también tuvo gran importancia -indirecta- en
aliviar un tanto la presión que las minas ejercían
sobre los bosques.
En efecto, con los sistemas usados antes de
Medina, las operaciones de fundición de las minas
exigían grandes cantidades de combustible,
mientras que no eran requeridas en la amalgama
con azogue.
Esencialmente el nuevo método, al que se llamó
de "patio" porque las operaciones necesarias
al mismo se ejecutaban en patios rectangulares
o circulares de las haciendas de beneficio, consistía
en triturar cuidadosamente las menas, agregarles
sal-y ocasionalmente otras substancias-
84

y luego el azogue. Se terminaba con un lavado
cuidadoso en tinas con agua, para separar la "pella"
o amalgama de plata, de las" lamas" o "jales".
En un estudio hecho por Duport en 1843 acerca
de la producción de metales en México, se cita
el hecho de que" de 1570 a 1585 se beneficiaron
en Nueva España 2 370 quintales por el método
de patio, o sea 237000 libras, que produjeron 774
y 1/, marcos de plata, con pérdida de 581 libras
de azogue, o sea que el peso de plata era al de
mineral, como 16 'a 10 000; y la pérdida de azogue
de 12 onzas por marco". Es curioso que
Duport hace notar que las mismas proporciones
se observaban en la época que él escribía, casi
tres siglos después. Esto constituye nuevo mérito
para Medina, pues demuestra que su método nació
prácticamente perfecto, y que, en consecuencia,
no tuvo que sufrir modificaciones fundamentales
posteriormente.
A principios de este siglo el ingeniero A. Grothe,
director de explotaciones mineras, calificaba
de "admirable" el método de Medina, al que estimaba
más perfecto que los sistemas que para
beneficiar metales se utilizaban a principios del
siglo XIX.
Este importante sistema no sólo aprovechó
a la Nueva España, sino que se extendió pronto a
las demás colonias españolas. De esta manera
el descubrimiento realizado en ese extremo norte
del Valle de México, donde se encontraba la mina
de Purísima Grande, tuvo repercusiones continen·
tales y se extendió después todavía más.
85

Para connlenlorar dignamente el cuatricente·
nario del método de Medicina, Modesto Bargalló
(ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1955),
bajo el patrocinio de Carlos Prieto, generoso Me·
cenas de la ciencia, publicó un extenso y documen·
tado libro sob"e la metalurgia en las colonias
españolas, que constituye a la [echa la mejor y más
completa fuente de documentación al respecto.
La riqueza de Pachuca fue fundamentalmente
sus minas; la plata que contenían las entrañas
de sus cerros enriqueció a los mineros locales,
contribuyó al esplendor de la Colonia, y con parte
no despreciable fue también a sostener los gastos
de la Corona Española en sus aventuras
dinásticas en Europa.
Pero la riqueza de las minas de esa región
significó al mismo tiempo la sentencia de muerte
para los frondosos bosques que cubrían las serranías,
que hoy vemos casi totalmente pelonas.
Cierto que la introducción del método de Medina
alivió en algo la presión que hubiera representado
la demanda de leña para las tareas de
fundición. Pero aun así, las lllinas requieren una
considerable cantidad de madera para las construcciones,
para el ademe de las galerías y para
otros menesteres. Y cuando se utilizó el vapor
-antes de que se dispusiera de otros combustibles-
también se requerían cantidades enormes
de leña para alimentar las calderas que producían
la fuerza necesaria en la operación de bombas y
malacates.
Ya desde 1865 el ingeniero Romero escribía
86

efiriéndose a la Compañía de Real del Monte,
explotadora de las minas de la región: "Pero en
la serranía de Pachuca, la Compañía ha talado
todos los bosques cercanos para alimentar las
calderas de las máquinas de vapor; para la fortificación
de las minas; para las numerosas fábricas
materiales y para las estensas [sic] haciendas
de beneficio; la destrucción de los bosques que ha
comprado a muy bajo precio, la ha continuado
en grande escala con marcado desprecio a las
leyes vigentes sobre el particular"_ "La Compañía
de Real del Monte, al llevar a cabo la tala
de los bosques, ha hecho lo que muchos colonos
europeos, destruir sin plantar." "Estos fatales
resultados, que afligen a todas las clases de Pachuca,
no tienen otro origen que el alto desprecio
de la Compañía a las leyes sobre el cultivo de
bosques_"
Esta tala inmoderada, comenzada desde e! siglo
XVI y ya tan justamente condenada a mediados
del pasado, donde el mismo autor citado decía
refiriéndose a los bosques de Real de! Monte
que " __ .en esta Municipalidad, a tres o cuatro
leguas no se conocen", ha dado los resultados que
eran de preverse.
Las consecuencias son constantes, y se manifiestan
en una desaparición progresiva de los manantiales,
en la transformación de los arroyos
y riachuelos permanentes de antaño en torrenteras
secas la mayor parte del año y llenas de aguas
broncas y tumultuosas durante la temporada de
lluvias.
87

También la desaparición de la cubierta protectora,
constituída por los bosques, ha dejado
las laderas de la serranía expuestas a la acción
de las lluvias, provocando acelerada erosión.
Una trágica llamada de atención se escuchó
en 1949, cuando se produjo la inundación de Pachuca
que costó vidas humanas, destruyó valiosas
propiedades y dejó un recuerdo de espanto en la
región.
En esa ocasión, la Naturaleza demostró que
no se puede alterar impunemente sus equilibrios.
Un año de lluvias abundantes provocó la catástrofe,
pues las aguas que cayeron en la sierra,
que si hubiera estado debidamente forestada se
hubiesen en gran parte infiltrado en el suelo para
sólo descender en proporción limitada, se precipitaron
por las laderas sin merma alguna, y sin
que nada contribuyera a detener su furia des·
tructora.
y lo que resultó peor, es que los suelos, desprovistos
de defensas, fueron arrastrados también.
Así, en lugar de precipitarse sobre la ciudad
una avenida de agua, que ya de por sí
hubiese resultado perjudicial, fue un alud incontenible
de lodo el que cubrió calles y plazas, el
que ahogó en fango hombres y animales, el que
hizo más fácil el derribo de las construcciones
que sufrieron su impacto.
De esa manera los efectos de la acción impru.
dente del hombre sobre su ambiente, acumulándose
a través de los años, se manifestaron en
trágica explosión en un momento.
88

y desgraciadamente, a pesar de esa pavorosa
llamada de atención, que motivó se tomaran medidas
artificiales y circuns tanciales de defensa
de Pachuca frente a otra posible inundación en el
futuro, no se enfocó el factor esencial: la consideración
de los equilibrios ecológicos cuya alteración
origina las catástrofes y que, en consecuencia,
deben restablecerse hasta donde sea
posible. Sólo de esa manera se logran resultados
totales y permanentes.
Algún geógrafo cubano decía, refiriéndose a
la explotación de una mina de cobre en su país,
que: "una mina de cobre requiere cerca de ella
una mina de madera".
En el caso de Pachuca las minas de plata
tenían el mismo requerünienta, y las minas de
madera estaban cercanas, en los bosques que
coronaban las serranías, y que llegaban a los
aledaños mismos de las explotaciones.
y al tiempo que explotaban el mineral en las
entrañas de la tierra derribaban los árboles que
crecían sobre su superficie. Y lo peor fue que en
ambos casos emplearon técnicas semejantes de carácter
extractivo.
Claro está que la cantidad de mineral en las
vetas explotadas tenía que disminuir inevitablemente,
hasta agotarse según se fuera extrayendo.
La técnica no ha logrado aún -ni seguramente
logrará en el futuro- que un recurso irrenovable
dure indefinidamente si se somete a explotación.
Pero en el caso de los bosques la cosa es distinta.
Cuerdamente explotados pueden ser fuente
89

permanente de riqueza. Si el hombre ajusta sus
explotaciones al ri tmo natural de crecimiento, sus
cosechas de madera serán constantes. Dispondrá
siempre de esa fuente de riqueza sin poner en
peligro su conservación para el futuro.
Desgraciadamente esas verdades se olvidan
frecuentemente cuando interviene e! señuelo del
lucro inmediato, del enriquecimiento sin sentido
social. Entonces se violan las limitaciones que
impone un aprovechamiento forestal científicamente
conducido; lo que se desea es obtener madera,
m ucha madera, al menor costo posible y
sin realizar inversiones con vistas al futuro.
Eso fue lo que los mineros de Pachuca -como
prácticamente todos los otros de! país- hicieron,
demostrando falta absoluta de visión.
y las consecuencias constituyen en la actualidad
uno de los múltiples y graves problemas
que afectan a la cuenca del llamado Valle de
México, y a sus habitantes.
90

IX
PRÓC ERES DEL TALENTO
Como en algún sitio anterior dijimos -al comenzar
el esplendor de la civilización aborigen-, a
la llegada de los conquistadores nuestros remotos
antepasados habían desarrollado una cultura que,
aunque muy diferente a la europea de la época,
mostraba considerables adelantos en los terrenos
artístico, científico, literario, filosófico, etc.
La Conquista interrumpe abruptamente el des·
arrollo natural de las formas culturales indígenas;
e impone violenta y obligatoriamente las
propias de la civilización mediterránea, tal como
la comprendían los españoles del siglo XVI.
Es, pues, dentro de los marcos de esa cultura
importada como nuestro país habrá de continuar
su desarrollo futuro en todos los aspectos de su
vida.
Pero aunque oficialmente suprimidos - y aparentemente
muertos para el observador superficial-
los modos de expresión de los pueblos
prehispánicos, tan fuertemente combatidos por
el fanatismo religioso, se mantendrán vigorosos
aunque con una vida latente ; y cada vez que la
ocasión se presente, saldrán a flote mezclándose
con los nuevos moldes, y dando a las producciones
mexicanas ese cariz tan suyo, que no tiene
precedentes antes de que, a comienzos de la décimasexta
centuria, se fundan dos conceptos diametralmente
diferentes de la vida, como aquellos
91

a los que Cortés y Cuauhtémoc -pongamos por
caso- ajustaban sus actos. "
Con el correr del tiempo, cuando comienza
a surgir un sentimiento de valoración nacional
-antecedente ideológico de la Independencia-,
éste encontrará sus raíces, y tomará fuerza para
sostenerse y desarrollarse, en la grandiosa visión
del pasado indígena, que la espada de los capita·
nes y la cruz de los misioneros creyeron haber
destruido para siempre, pero que quedó esperando
ocasión propicia de manifestarse.
Si Tenochtitlán, perla la más acabada de la
cultura azteca, había brillado esplendorosa rodeada
de sus lagos, la noble y leal ciudad de México
que se erigió sobre" sus ruinas después de la
Conquista, será también escenario donde se moverán,
actuarán y dejarán huella imperecedera
destacados próceres de talento en todas las manifestaciones
del espíritu.
No es nuestra intención -pues saldría muy
por fuera de los obligados límites de este ensayo-
presentar un cuadro completo de las
diversas manifestaciones culturales durante la
Colonia, aunque sólo fuera de la manera más esquemática
y en forma panorámica.
Pretendemos únicamente mostrar, mencionando
unos cuantos personajes destacados -quizá
arbitrariamente escogidos- cómo del siglo XVI
al XVIII florecieron en nuestra ciudad ingenios
preclaros, que conquistaron destacado lugar en
la República del talento.
El siglo XVI, en el que aún resuenan Jos ecos
92

de la gesta heroica de Cuauhtémoc, en el que
los hispanos se entregan a la tarea ciclópea de
construir la ciudad que habrá de ocupar el sitio
que antaño fuera Tenochtitlán, en el que ambas
razas comienzan apenas a fusionarse en forma
que no deja de ser dolorosa, no es, ciertamente,
período propicio para que surjan personalidades
capaces de dar lustre a nuestra urbe con las producciones
de su talento creador. Hay aztecas vencidos,
que contra su voluntad se ajustan a las nuevas
normas de vida; y hay orgullosos españoles
que vinieron de allende el océano, y que de allende
el océano trajeron después a sus familias para
asentarlas en la nueva tierra.
Pero no es tiempo aún para que se desarrolle
la nueva generación de los hispanos nacidos
bajo el cielo de América -los criollos-, ni mucho
menos para que surja el producto de la mezcla de
las dos razas -el mestizo-, raíz del mexicano
verdadero.
Por ello, cuando pensamos en esa centuria,
tenemos que detenernos a considerar los ingenios
nativos que aún brillan, como ese Juan Badiana
y ese Martín de la Cruz -indios de Tlaltelo1co-,
que en el maravilloso Códice Barberini nos legaron
una obra maestra de botánica.
Podemos también resaltar el nombre ilustre
de Alvarado Tezozómoc, el hijo de Cuitláhuac,
autor de la Crónica mexicana, o el de su pariente
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, con su Historia
chichimeca, su bello Romance de Nelzahualcóyoll
o sus Relaciones.
93

o bien, tenemos que mencionar a españoles
- ligados estrechamente a nuestra vida, pero
nacidos fuera del Anáhuac- tan ilustres como
Francisco Hcrnández, el inmortal médico de Felipe
II, primer europeo que realizó estudios de
historia natural en el Nuevo Mundo. O bien
recordamos a Bernardo de Balbuena, el poeta
peninsular que en su Grandeza mexicana dejó
visión acabada y perfecta de nuestra ciudad h ace
cuatro siglos. Tan grande fue su influencia, que
Salvador Novo, deseando pasar en revista el
paisaje variado de nuestra capital, no encuentra
para su ensayo mejor título que el de Nueva
grandeza 1nexicana.
Hay, sin embargo, un criollo nacido pocos
lustros después de la Conquista -se supone que
vio la luz en nuestra ciudad por 1537- a quien
no se ha hecho suficiente justicia, aunque ocupa
el honroso lugar de ser uno de los primeros polígrafos
producto de nuestro suelo. Nos referimos
a Juan Suárez de Peralta, wcino de México, que
escribió en 1586 su Tratado del descubrimiento
de las Indias y su conquista (editado por primera
vez en 1878), que aunque deshilvanado en
muchos aspectos, superficial en otros, y carente
de información en algunos, es, sin embargo, de
gran valor no sólo como fuente de información
histórica, sino porque sirve también de tribuna
para que su autor exponga sus personales puntos
de vista en relación con los asuntos más diversos.
En el terreno científico también hace Suárez
de Peralta una notable contribución, campo-
94

niendo entre 1575 y 1580 su Tratado de albeitería,
que todo hace suponer fue el primer libro de
medicina veterinaria escrito en el Hemisferio Occidental.
Desgraciadamente el manuscrito - guardado
en la Biblioteca Nacional de Madrid- permaneció
inédito hasta 1953, en que el doctor
Guillermo Quesada Bravo lo publicó en cuidadosa
edición facsimilar, junto con su versión
paleográfica. Y en la presentación que Quesada
Bravo hace de la obra, insiste más de una vez en
aspectos de la misma que pueden considerarse
notables, dignos de ser expuestos aun hoy en día
y, desde luego, muy adelantados a la época en
que se escribieron.
En el siglo XVII la vida de la Colonia se
ha organizado ya definitivamente, y la Nueva
España ha adquirido características que le son
propias. A pesar de que numéricamente la proporción
de la población indígena se impone abrumadoramente,
el país dista mucho de tener el
aspecto, la organización y la visión del mundo
de los pueblos precortesianos. Y a pesar de que
los españoles dominan en forma absoluta, que las
leyes y las normas de vida son impuestas por la
Metrópoli, y que de ella vienen casi sin excepción
los principales oficiales de gobierno, la Nueva
España está muy lejos de ser una réplica de la
España Vieja, traída en las carabelas y navíos
que cruzaban el océano.
Incesantemente va en aumento el número de
criollos, nacidos de padres espaüolcs, como el
de los mestizos, en que se r unden la raza india
95

y la hispánica; y entre ellos descuellan algunos
que dejaron huella imperecedera y merecen ocupar
lugar destacado entre los grandes del talento
de todo el mundo.
Así. por ejemplo, surge José Juárez, discípulo
de Salvador López de Arteaga, e hijo de otro
pintor notable, Luis Juárez, discípulo de Baltasar
de Echave y Orio. Artista de altos vuelos dentro
de la corriente imperante del barroco, es "uno
de los pintores más grandes que hayan existido",
según frase de Manuel Toussaint.
En el campo de las letras, México produce en
esa época uno de los mejores dramaturgos de habla
española: Juan Ruiz de Alarcón. Aunque pasa
más de la mitad de su vida fuera de la Nueva
España, y lleva a escena sus obras en la Villa y
Corte, muestra en las peculiaridades de su estilo
una clara impresión" Dlexicana" que no lo abandona
nunca; recuerdo imborrable del sitio en
que se meció su cuna, y donde pasó los primeros
veinte años de su vida, de tan marcada influencia
formativa.
Pero son dos las figuras que señorean el siglo
XVII en la Nueva España, no sólo por su talento
claro y profundo, por su notable erudición, por
su constante producción científica y literaria,
sino también porque en ambos percibimos claramente
al "mexicano" consciente de lo que su
solar nativo significa, dispuesto a cantar sus
glorias y estudiar sus problemas. Nos referimos
a Juana de Asbaje, la Sor Juana Inés del claustro,
la Décima Musa de nuestro Parnaso; y a don
96

Carlos de Sigüenza y Góngora, de quien Samuel
Ramos ha dicho: "Su erudición en matemáticas,
astronomía, y otras ciencias, lo señala como uno
de los sabios más distinguidos en el Nuevo Mundo
en el siglo XVII", y la inefable monja, princesa de
la poesía y contemporánea suya, le llamaba "Dulce,
canoro cisne mexicano .. ,",
La figura de Sor Juana, tan conocida de todos
que no requiere detenernos a enumerar o
valorizar sus méritos, no sólo es motivo de fría
admiración, sino que despierta siempre en quien
la considera y estudia apasionado entusiasmo.
Alfonso Reyes ha escrito un párrafo que sintetiza
la importancia de su figura: "Juana se nos presenta
todavía como una persona viva e inquietante
... no faltando quien, en su entusiasmo,
quiera canon izarla. Por ella se rompen lanzas
todavía. Es popular y actual. Hasta el cine ha
ido en su busca. Y como se ha dicho sutilmente,
no es fácil estudiarla sin enamorarse de ella."
Don Carlos de Sigüenza y Góngora -sobrino
del Luis de Góngora de la literatura españolaes
una figura notable, apasionante y simpática, lo
mismo en el sentido intelectual que en el terreno
humano. Alumno del Colegio del Espíritu Santo
que los jesuitas mantenían en Puebla, es expulsado
de la Orden a los 22 años porque gustaba de
realizar nocturnas escapatorias. En 1672, cuando
no cumplía aún los seis lustros, se presentó a
oposición de la cátedra de Astrología y Matemáticas
en la Real y Pontificia Universidad; y como
alguno de sus contrincantes pretendiera cerrarle
97

el paso por la fal ta de grados académicos -no
tenía ni el de Bachiller-, su batalladora personalidad
se exalta, pelea, demostrando que no son
los papeles los que valen sino los conocimientos
de los aspirantes ... y gana la elección por 74 votos
contra 14 de su más cercano oponente. Con
singular brillo la sirve por 22 años -hasta su
jubilación en 1694-, haciendo que Menéndez y
Pelayo diga de él : "Bastaba para honrar a una
universidad y a un país."
Para quienes pretenden -cegados por un hispanismo
equivocado- decir que la Independencia
se realizó demasiado pronto, cuando la Nueva
España no estaba aún suficientemente madura
para ingresar al cenáculo de los pueblos libres,
un análisis de la vida cultural del siglo XVIII
-por somero y superficial que sea- basta para
mostrar lo erróneo de tal afirmación.
La pléyade de intelectuales que florece entonces
en la capital del Virreinato puede compararse
sin desdoro a la que existiera en cualquier corte
europea contemporánea. Y lo más interesante
para nosotros es ver cómo sus integrantes han
adquirido ya -plenamente- la conciencia de su
propio valer como mexicanos; y no vacilan en
contradecir y aun corregir a sus colegas de Europa
cuando incurren en equivocaciones.
Juan José de Eguiara y Eguren se echa a
cuestas la ímproba tarea de recopilar todas las
producciones intelectuales de nuestro país desde
el momento mismo de la Conquista, hasta 1755
en que da a luz su famosa Biblio/eca mexicana,
98

pulcramente impresa en un taller que había hecho
venir de España ex profeso para tal fin. La simple
enumeración de las múl tiples obras que en sus
páginas quedan registradas, basta para demostrar
la importancia intelectual de la producción
"americana" en sólo dos siglos; pero el valor de
la contribución de Eguiara se acrecienta con los
Prólogos en que el autor se remonta también a
la antigüedad indígena y justifica -frente a los
ataques de escritores europeos- el mérito de
los hombres de nuestro suelo en todas las épocas.
Por su parte, Francisco Javier Clavigero, polígrafo
sin par y reformador de la enseñanza en
sus luchas con la vieja escolástica, dedica los
años de destierro que pasa en Roma -después
de la expulsión de los jesuitas dictada en 1767
por Carlos III- para componer su magnífica
historia mexicana, que se ve obligado a publicar
en italiano en 1780 con el título de Storia antica
del Messico; pero que con entrañable amor a su
lejana patria, y recuerdo de la Real y Pontificia
Universidad, dedica a esta casa de estudios, la
primera del Nuevo Mundo. En su Storia, Clavigero
trata de examinar cuidadosamente nuestro
pasado más remoto; y combate enérgicamente las
erróneas y a veces fantásticas opiniones del alemán
De Paw -prohijadas nada menos que por
el gran Buffon- acerca de la inferioridad de
nuestro Continente y sus producciones.
Mariano Beristáin y Sousa, aunque seguramente
con menos conciencia del valor criollo
que los anteriores -como lo demostró su violenta
99

OposlcIOn al mOVimiento de Independencia iniciado
siete años antes de su muerte-, al publicar
la Biblioteca hispano-americana septentrional o
catálogo y noticia de los literatos que nacidos
o educados o florecientes en la América Septentrional
Española, han dado a luz algún escrito
o lo han dejado preparado para la prensa, contribuyó
también vigorosamente a mostrar a la
faz del mundo lo que de este lado del océano se
realizaba.
José Antonio Alza te y Ramírez, a quien con
justicia se considera como Padre de las Ciencias
Naturales en México, no sólo hizo contribuciones
de gran valor en muchos campos del saber sino
que, con la publicación de su Cazeta de Literatura
(1788-1795), creó un vehículo importante -uno
de los primeros- para la difusión de nuestra
literatura científica. Y junto a él se destacan
otros igualmente distinguidos; mencionar el nombre
de unos cuantos bastará para mostrar la importancia
que la vida cultural mexicana tenía
ya en el siglo anterior a nuestra emancipación de
la metrópoli española.
Velázquez de León, de profundo talento, fue
uno de los fundadores del glorioso Seminario de
Minería; y su nombre figura al lado del de sus
eminentes colegas hispanos en dicho centro:
Fausto de El Hullar y Andrés del Río. Antonio
León y Gama, geógrafo y astrónomo de gran
renombre, cuyas observaciones merecieron cálidos
elogios de Humboldt. José Ignacio Bartolache,
de tan inquieta inteligencia y variados co-
100

nacimientos, que para situarlo adecuadamente
hay que decir que fue filósofo, teólogo, matemático,
médico, astrónomo, naturalista y periodista,
pues en 1722 inició la publicación de su [amaso
Mercurio Volante, órgano importante de difusión
científica y antecesor meritísimo de la Cazeta de
Alzate. Luis Montaña, que aunque se distinguió
como médico, fue también mentahdad inquieta
que se asomó a muchas otras disciplinas, y sobre
el cual J. Joaquín Izquierdo publicó hace apenas
dos años un extenso y documentado libro, que
muestra su papel en los orígenes del movimiento
científico de nuestra patria.
y junto con los anteriores podríamos citar
otros tan ilustres, pues se cuentan por docenas,
siendo precisamente éste un punto interesante, ya
que muestra que no se trataba de personalidades
aisladas, sino que existía un verdadero florecimiento
intelectual por aquel entonces en nuestra
patria. Y si bien es cierto que algunos de esos
preclaros talentos no llegaron a tener conciencia
de que había nacido ya una nueva patria que demandaba
urgentemente su emancipación - como
Beristáin y Montaña, por ejemplo, que combatieron
el movimiento de Independencia-, en la
mayor parte de los demás, explícita o implícitamente,
se nota ya marcado sentimiento del valor
nacional.
Al hablar de lo que fue la capi tal del Virreinato,
no podíamos dejar de mencionar la pléyade
de ingenios notables que en ell a florecieron desde
su fundación hasta los últimos días de la Colonia.
101

Muestra del adelanto alcanzado -florón del que
con razón podemos sentirnos orgullosos-, muchos
de esos pensadores influyeron profundamente
en la forma en que los habitantes del Valle
iban modificando incesantemente su fisonomía.
y ello aumenta para nosotros el interés que por
los mismos sentimos en este ensayo.
102

X
LA CAPITAL DE LA REPÚBLICA
Once años de cruenta lucha terminaban aquel 27
de septiembre de 1821, en que el Ejército Trigarante
entró en la h asta entonces capital del Virreinato.
A su frente, orgulloso y soberbio en su resplandeciente
uniforme -maquinando quizá ya la
nueva intriga que poco después vocearía Pío Marcha-,
cabalga Agustín de Iturbide. Por largos
años combatió con saña al movimiento insurgente,
poniendo siempre de manifiesto su sanguinario
carácter y su habilidad para el enriquecimien
to personal. Pero las cosas cambian y llega
un momento en que comprende que su alianza
con el enemigo de ayer puede ser lo que mejor
convenga al avance de su fortuna. Por eso hoy
desfila por las calles de México bajo los pliegues
de la nueva bandera tricolor.
Junto a él, en el segundo plano en que voluntariamente
lo colocan su invariable modestia y
su verdadero amor a la patria, satisfecho de ver
que ha llegado por fin el día triunfal por el que
combatió sin tregua en las montañas sureñas, va
el verdadero representante de la insurgencia, el
indomable caudillo don Vicente Guerrero.
Ese 27 de septiembre de 1821 marca un cambio
radical en la hasta entonces tranquila vida
de la ciudad colonial. A partir de entonces se
verá envuelta en un torbellino, donde bullirán las
pasiones desatadas.
103

El escenario de la antigu a Tenochtitlán cambiará
muchas veces de decorado. Por 10 meses
será asiento del efímero imperio iturbidista; y
de 1864 a 1867 volverá a contemplar los oropeles
de una nueva Corte Imperial, que no logrará
encajar en las costumbres locales. Y ya antes,
por 9 meses de triste recuerdo, en 1857, sufrirá
la tremenda amargura de ver izada una bandera
extraña sobre el Palacio Nacional, y turbas de
soldados sajones paseando por las calles.
La pugna entre federalistas y centralistas
-motivo para asonadas y motines en calles y
plazas- afectará formalmente su vida, haciendo
que oscile entre el asiento de un gobierno central
o del representativo del pacto de las diversas entidades
nacionales. En realidad, desde tiempos
de la Colonia, lo mismo que en la actualidad, la
ciudad de México es el centro indiscutible de
la vida nacional en todos sus aspectos, digan lo
que digan las leyes con respecto a la soberanía
de los Estados.
El dicho popular "Saliendo de México todo
es Cuautitlán" marca el orgulloso sentir de los
capitalinos. Y señala una de las grandes lacras
de nuestra vida nacional -la centrali zación extrema-
que urge combatir en beneficio todo del
país ... y del propio Valle de México.
Cuando se estructura definitivamente nuestra
geografía política, el Distrito Federal queda firmemente
enclavado en el Vall e de México, del
que una estrecha porción hacia el norte -importante
por estar en ell a la ciudad de Pachuca-
104

pertenece al Estado de Hidalgo, mientras el resto
corresponde al de México, cuyo territorio se
amputó para separar el sitio que debía servir de
asiento a los Poderes de la República_
Removidas las trabas que la metrópoli ponía
a la creación de industrias en sus colonias, el
país trata de organizarlas tan pronto rompe sus
cadenas. Y es en el Valle de México, naturalmente,
donde se realizan los primeros intentos
y donde con el correr del tiempo se establecerán
las más importantes. No es sin embargo, fácil
lograr el ambicioso propósito. Antes hay que vencer
muchos y muy diversos obstáculos.
En primer lugar, la falta de suficientes capitales
dispuestos a respaldar tales proyectos. La
mayor parte están en poder de la Iglesia -las
nefandas "manos muertas" que quebrarán las Leyes
de Reforma-, la cual prefiere practicar la
usura hipotecaria.
Además, los capitales que podrían venir del
extranjero desconfí an y no sienten gran atractivo
para invertir en un país que se encuentra
sacudido por continuas conmociones revolucionarias,
y en el que e! gobierno con quien se pacta
un día, y se obtienen promesas de garantías suficientes,
no será ya posiblemente e! que deba
otorgarlas mañana. Un "pronunciamiento" puede
haber terminado con él; Y quizá el que lo sustituye
no esté muy dispuesto a cumplir los compromisos
de! anterior.
Otro obstáculo de gravedad que se opone
también al desarrollo industrial de la ciudad de
lOS

México es la falta de comunicaciones adecuadas
con el resto del país, que le permita recibir las
materias primas necesarias a sus fábricas y sacar
los productos de las mismas con destino a los
mercados consumidores. Por su situación geográfica
no encuentra fáci l salida h acia otras tierras;
para lograrlo es menester escalar las altas
montañas que la circundan.
Antes de la Conquista, la falta de vehículos
y la carencia de animales de silla, tiro y carga
evitó que se hiciera sentir la falta de caminos
adecuados para unir a Tenochtitlán con las amplias
regiones -algunas muy alejadas-, que gracias
a su poderío militar logró someter a su
influencia. Los soldados, mensajeros y comerciantes
viajaban necesariamente a pie. Bastaban,
pues, senderos y veredas para sus expediciones.
Pero con la venida de los españoles cambió
la situación: los caballos de los conquistadores
eran más exigentes que los indios a pie. Y apenas
se asentaron los hispanos en las nuevas tierras, y
dispusieron de riquezas que ni siquiera soñaron
en su lejana patria, construyeron carruajes para
facilitar los movimientos de sus personas y pertenencias.
Con el advenimiento de los carruajes nació
la necesidad imprescindible de construir rutas
adecuadas. Surgieron así los "caminos reales"
-algunos de trazo muy alldaz- que vieron transitar
por siglos las carrozas y calesas, o las pesadas
pero eficaces diligencias.
106

El camino real de Querétaro aprovechaba,
para abandonar la cuenca de México, un tramo
de bajas alturas situado al norte -por el que
hoy sale la carretera de Laredo- y conducía a
la entonces importante población de San Ju¡m
del Río y luego al propio Querétaro. De estos puntos
de acceso relativamente fácil, partían otros
caminos menos buenos, que conducían a las ignotas
y peligrosas tierras septentrionales -áridas
e inhóspitas- sobre las cuales pesó por mucho
tiempo la tremenda amenaza de las incursiones
de los "indios bárbaros". También de este camino
troncal, que salía del Valle de México aprovechando
hábilmente una ruta de menor dificultad,
partían otros importantes que llevaban a
las ricas zonas mineras de San Luis Potosí, Zacatecas
y Guanajuato.
Para ir a la cercana Toluca, y luego seguir
a la quieta y señorial Valladolid, o a la opulenta
Guadalajara, era menester encumbrar las sierras
del Desierto de los Leones y las Cruces, hacia el
occidente, para desembocar luego en el amplio y
fértil Valle de Lerma.
Mientras al oriente, después de trepar la Sierra
Nevada y alcanzar Río Frío -que posteriormente
adquiriría triste fama como guarida de
bandidos-, se llegaba a la limpia y bien trazada
Puebla de los Angeles y se podía seguir también
a la industriosa Oaxaca, famosa como centro del
comercio de cochinilla.
Por último, hacia el sur, después de subir
también la empinada Sierra del Ajusco hasta lle-
107

de posta", eran de uso común y conveniente en el
extranjero. Después, con el desarrollo de los
transportes que empleaban la fuerza del vapor, se
tuvo un sueño más ambicioso: la construcción
de líneas de ferrocarril.
El prinler paso en ese sen tido It llloderno" fue
establecer líneas de ferrocarril que comunicaran
algunos puntos dentro del propio Valle de México,
como fueron el Ferrocarril de Tacubaya y el
Ferrocarril a Tlalpan, grandes adelantos para
la época . . . con tracción de muli taso
Posteriormente, también dentro de! Valle de
México se construyeron ferrocarriles con locomotoras
a vapor, de los que el primero fue el de
México a Chalco.
Se había llegado, después de la restauración
definitiva de la República, a sentir una verdadera
ansia de ferrocarriles. Se pensaba que en la realización
de esos proyectos se cifraba el futuro
bienestar de la patria.
El gobierno de Juárez primero, y e! de Lerdo
después, hicieron los mayores esfuerzos para lograr
la terminación de algunas líneas que, como
es natural suponer, partían de la capital.
La primera preocupación había sido comunicarla
con e! puerto de Veracruz, vía de entrada
de las mercancías europeas, cuyos derechos aduanales
eran importantes en el presupuesto nacional,
y de salida de los minerales mexicanos, renglón
capital en la economía de la época.
Así nació e! Ferrocarril Mexicano, maravilla
de ingeniería que aún admiramos en su audaz
109

Paralelamente al desarrollo de las comunicaciones,
que ligaban a la capital con otros sitios
del país, se inició una intensa política de industrialización
que tuvo en ell a sus principales manifestaciones.
El aire del Valle de México comenzó a verse
oscurecido por el humo que arrojaban las chimeneas
de las nuevas factorías. Hacia el sur se
establecieron, en Tlalpan y San Angel, importantes
fábricas de hilados y tejidos; cerca de ellas
surgieron también las fábricas de papel de Loreto
y Peña Pobre; yen los linderos mismos del Valle,
sobre las fa ldas de la Sierra Nevada, la papelera
de San Rafael.
Se establecieron fábricas de cigarros como la
Tabacalera Mexicana, de cerillos como La Imperial,
y muchas otras más de menor cuantía. Se
pasaba lentamente de la etapa del artesanado a
la del establecimiento fabril.
Dos industriales progresistas, el francés Ernesto
Pugibet y el mexicano Carlos B. Zetina,
iniciaron industrias de corte moderno, indicadoras
de que se habían superado ya las etapas de
tanteo. Se trató de la fábrica de cigarros El Buen
Tono, y de la de calzado Excélsior. La primera,
cuyo recuerdo todavía perdura en calles y plazas
del Barrio de San Juan, se cambió parcialmente
al Estado de Guanajuato, donde la política fiscal
le brindó mayores alicientes; la segunda ya
no existe, y solamente un colorido IIpensamiento",
que era su marca industrial, se ve en la fachada
del edificio que ocupó, y que hoy sirve de asiento
111

a una escuela industrial. Símbolos de esa trágica
inestabilidad de las cosas nuestras, que tanto
ha perj udicado al verdadero progreso orgánico de
la nación.
También por el este de la ciudad, cerca de la
Estación de San Lázaro, punto de partida del
Ferrocarril Interoceánico, el francés Clemente
Jacques estableció un moderno centro fabril, que
todavía existe, en el que en extraiía asociación
se producían conservas alimenticias -aspecto
principal en el que se logró lugar destacado-,
junto con municiones . .. y naipes para juego.
En el tiempo que transcurre desde la Independencia
hasta el comienzo de la Revolución, la
capital de la República crece, se comunica con
otros sitios del país y da origen a industrias vigorosas.
También en el terreno cultural se observa ese
adelanto. Los centros de enseñanza superior se
multiplican, y nacen algunos dedicados a la investigación
cien tífica, tales como el Instituto
Médico Nacional, el Instituto Bacteriológico, el
Instituto Patológico, el Instituto Geológico y otros
más. Se promueve el progreso del Museo Nacional
de Arqueología e Historia -en el que está
también la Historia Natural-, ubicado en un
costado del Palacio, sobre la calle de La Moneda.
Se organizan agrupaciones científicas - unas
para morir poco después y otras para vivir hasta
la fecha- tales como la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística, fundada en 1833 y decana
en el país de las de su clase; la Sociedad
112

Hace U/l siglo la ca lzada del Calvario -hoy aven ida
Juárez- ofrecía este apacible aspeclo. Sill e/llbargo,
el audaz globo cal/tivo palie UHa Ilota de /1/od enlismo
en la litografía.

Mexicana de Historia Natural, que en su primera
etapa llega a conectar con la Revolución, y que
hoy vive una vigorosa reorganización; la Academia
Nacional de Medicina, intentada en 1836 y
formalizada en 1864 con auxilio de los médicos
europeos que vinieron con el Ejército Francés. La
Sociedad Científica Antonio Alzate, obra meritísima
de don Rafael Aguilar y Santillán, fue
orgullo de la cultura nacional, que seguramente
seguiría existiendo vigorosa en la actualidad -y
no sólo de nombre- si la vanidad y falta de
visión de algunos de sus miembros no la hubieran
matado al transformarla, sin las características
que debe tener un cuerpo de esa naturaleza,
en lo que pomposamente llamaron Academia
Nacional de Ciencias.
La fama de la capital de la República Mexicana
se acrecienta. Ya Humboldt la había calificado
de Ciudad de los Palacios, y la opulencia
de los poderosos del porfi rismo la llena de nuevas
y lujosas mansiones, al mismo tiempo que
la administración tuxtepecana -olvidando la miseria
del resto del país- la engalana con soberbios
edificios públicos.
En ocasiones llegan hasta nuestra ciudad sabios
de todo el mundo, que la escogen para sede
de sus congresos. A comienzos del siglo se lleva
a cabo el Congreso de Americanistas que tiene
grandes proyecciones; y posteriormente el Congreso
Geológico. Por cierto que apenas el año
de 1956, los geólogos volvieron nuevamente a
reunirse en México; un México que con su cre-
113

cimiento desmesurado, edificios nuevos orgullo
de la arquitectura nacional, y una población que
se ha multiplicado en forma prodigiosa, difícilmente
podrían reconocer los ojos de quienes
lo vieron en los quietos días anteriores al despertar
de la Revolución.
114

XI
LA NUEVA CO SECHA
En capítulo anterior hacíamos notar cómo el último
siglo de la dominación española -el XVIlIhabía
visto florecer en la muy noble y leal ciudad
de México una pléyade de ingenios distinguidos,
que mostraban ya una orientación netamente
"mexicana", poniendo de manifiesto la madurez
intelectual alcanzada por la Nueva EspaJla.
Esos talentos fueron los que ideológicamente
prepararon la Independencia. Y el mismo Padre
de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla, tiene
derecho a figurar destacadamente entre ellos
como teólogo sutil, filósofo, literato y versado en
las artes aplicadas y la tecnología, que siempre
trató de poner al servicio de los indios en los
curatos que le estuvieron encomcndados.
La emancipación de la metrópoli, removiendo
las trabas que el Tribunal de la Inquisición, y en
general la Corona española, habían puesto al intercurso
intelectual con los demás pueblos de
Europa, debió significar impulso notable a las
ciencias y a las artes.
Desgraciadamen te, apenas proclamada la Independencia,
se inicia una serie de luchas intestinas
que durarán prácticamente medio siglo, y
a las que se sumaron también guerras extranjeras.
En tales condiciones, es evidente que el clima
no resulta favorable para los cultivadores del
115

talento. Sin embargo, durante el siglo XIX veremos
florecer en la ciudad de México a personalidades
artísticas, literarias o científicas, que pueden
compararse sin desdoro con las de cualquier
otro país.
A raíz de la emancipación de Espat1a, encontramos
producciones que se deben, claro está, a
quienes habían sido formados en el viejo régimen,
pero que actúan ya como nlexicanos, asten·
tándose así orgullosamente a la faz del mundo.
Por ejemplo, J ulián Cervantes, hijo del eminente
don Vicente que en las postrimerías de la
Colonia había establecido la primera cátedra de
botánica en nuestro medio -que sirvió con brillo
hasta que murió después de la Independencia-,
publicó en 1825 sus Tablas botánicas, del más
puro estilo lineano -de moda en la épocay
que vinieron a sustituir los textos de Gómez
Ortega y Palau, empleados anteriormente.
Otro botánico distinguido, don Pablo de la
Llave, que había sido diputado de las Cortes de
Cádiz, y figuró prominentemente en la política
hasta ocupar el Ministerio de Relaciones, se dedica
a investigar la flora del país, e inflamado de
patriotismo, describe nuevos géneros de plantas
dedicados a la memoria de los grandes caudillos,
tales como Hidalgo, Morelos, etc.
Joaquín Femández de Lizardi -el patriarca
de nuestros novelistas- brilla también en esa época,
y en producciones como La Quijotita y su prima,
y sobre todo el Periquillo samiento, ha dejado
visiones llenas de colorido de lo que fue la
116

vida de nuestra ciudad en los comienzos del siglo.
También en su Testamento, donde la ironía se
mezcla con los conceptos más profundos, y en el
que campea su pensamiento avanzado, muestra
algunas de las lacras sociales de su tiempo.
José María Luis Mora es también uno de los
cerebros que establecen el nexo entre el viejo
régimen colonial y el nuevo de vida independiente.
Político, filósofo y escritor, fustiga con fuerza
lo que de malo había en la administración española,
y trata de marcar rumbos adecuados para
que el país encuentre su camino entre los pueblos
libres de la tierra. El Catecismo político de la
Federación Mexicana, aparecido en 1831, salido
de su pluma, muestra lo profundo y avanzado de
sus ideas.
y al hablar del Dr. Mora, no podemos dejar
de citar a otro gran mexicano, a don Valentín
Gómez Farías -liberal como aquél y su amigo
por muchos años-, también un convencido de la
necesidad de renovar la vida de México. Inspirándose
en gran parte en las ideas del primero,
da en 1833 -estando al frente del Poder Ejecutivo-
el paso decisivo de suprimir la caduca Real
y Pontificia Universidad, y crea los gérmenes
de los nuevos establecimientos de enseñanza que
el país reclama; y que en pleno siglo xx agrupará
Justo Sierra para crear la Universidad Nacional
de México.
Según avanza la nación en su vida independiente,
a pesar de las luchas intestinas que continuamente
la desgarran, a pesar de las agresiones
117

extranjeras a que tiene que enfrentarse virilmente,
a pesar de la constante penuria de! Estado
y en general del país, el número de intelectuales
se acrecienta, y para la mitad de la centuria es ya
tan grande, que citar siquiera a sus componentes
requeriría larguísima lista. Concretémonos a
mencionar un puñado que por lo destacado de
su personalidad, puedan servir como muestra o
ejemplo del medio en que actuaban.
Casimiro Liceaga, primer director del Establecimiento
de Ciencias Médicas nacido de la
reforma de Gómez Farías, es puntal en que se afirmará
la nueva escuela, formadora de los galenos
mexicanos. Y en el campo de la medicina, se
destacan figuras tan brillantes como Miguel F. Jiménez,
el más grande de los clínicos mexicanos,
introductor de los métodos de percusión y auscultación;
Francisco Montes de Oca, cirujano
creador de nuevas técnicas operatorias; o Lauro
N. Jiménez, uno de los pioneros de la parasitología.
Joaquín Velázquez de León -segundo de ese
nombre- fue hijo del Colegio de Minería, y se
distinguió brillantemente corno matemático, ingeniero,
mineralogista y paleontólogo. Su reputación
era tan grande, que al crearse en 1853 el
ministerio de Fomento, fue él e! primer encargado
de tan importante cartera.
Hijo también de la Escuela de Minería fue don
Francisco Díaz Covarrubias -matemático y astrón01TIO
n1uy distinguido--, autor de numerosos
libros de matemáticas, astronomía y geodesia, y
uno de los más cercanos colaboradores de Gabino
118

Barreda -su hermano político-- en la reforma
de la enseñanza. En 1874 su prestigio era tanto,
que se le designó presidente de la Comisión enviada
por nuestro país al Japón a observar el
paso de Venus· por el disco del Sol; delicada
misión en la que pudo demostrar ampliamente
sus profundos conocimientos y clara inteligencia
y que le valió renombre intelectual.
Leopoldo Río de la Loza, médico y farmacéutico
a quien se recuerda con justicia como padre
de la Química mexicana, es en realidad un paladín
de la ciencia experimental, y un espíritu
inquieto --con marcado sentido social- cuyas
actividades se proyectan en muy diversos campos,
dirigiendo brillantemente la Escuela de Medicina
y la de Agricultura, estableciendo una fábrica de
ácidos y formulando uno de los primeros proyectos
de legislación forestal que se hicieron en
nuestro medio.
En el campo de la geografía se destaca vigorosamente
Antonio García Cubas, que aun olvidando
sus otras contribuciones, tendría derecho
a ser mencionado en lugar prominente por su
Carla General de la República, publicada en 1853,
cuando el autor tenía sólo 21 años de edad.
Melchor Ocampo, la limpia figura sacrificada
en aras de la pasión política, a quien con justicia
se ha llamado el Filósofo de la Reforma, no
sólo contribuyó a fijar orientaciones a esta tendencia
social en la que se asienta nuestra vida
actual. ni se redujo a desempeñar con acierto y
patriotismo los altos cargos públicos confiados
119

a su cuidado, sino que gustó de asomarse a otras
ramas de la ciencia, entre ellas la botánica, por
la que sentía particular vocación, habiendo dejado
varios escritos de dicha especialidad, y aplicando
útilmente los principios científicos de la
biología en el campo de la agricultura en su hacienda
de Pomoca.
Para nosotros -en esa época que comprende
el punto medio de la última centuria- pocas
figuras intelectuales pueden compararse con Ignacio
Ramírez, El Nigromante. Conocido ampliamente
como uno de los próceres de la Reforma,
con frecuencia su destacada actuación política
oculta los méritos que tuvo en otros terrenos. Sin
embargo, la lectura de sus producciones nos llena
de admiración por lo variado de su talento y lo
profundo de su erudición, hasta el punto de que
un contemporáneo suyo ha dicho que no era posible
abordar tema alguno en su presencia, sin
que Ignacio Ramírez no pudiera participar brillantemente
en la discusión. Literato, sociólogo,
historiador y filósofo, sus conocimientos en las
cienCias físicas y naturales eran también notables.
y como un aparte curioso, que toca al anecdotario
de la ciudad de México, relatemos cómo
su figura -más de medio siglo después de muerto--
fue todavía motivo de alborotos, algaradas
y discusiones.
En la decoración de moderno y lujoso hotel,
uno de los más grandes pintores contemporáneos
desarrolló hace pocos años un mural lleno de
120

colorido -llamado Sueño de Verano en la Alameda-,
en el que aparecen figuras reales y
simbólicas, que muestran aspectos diversos de la
vida en la ciudad. Una de ellas es Ignacio Ramírez,
en cuyas manos aparecía un escrito con las
palabras" No hay Dios; los seres de la Naturaleza
se sostienen por sí mismos", que El Nigromante
pronunciara en memorable discurso en la
Academia de Letrán.
El pintor había escogido un pensamiento que
caracterizaba perfectamente el ateísmo jacobino
de Ramírez, tan claramente manifestado en aquella
poesía suya:
Madre Naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza:
nací sin esperanza ni tenl0res;
vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
donde expresa su negación absoluta de! más allá.
La crítica admiró la pintura -composición y
colorido- y los conocedores de nuestra historia
aplaudieron también la forma en que e! artista
supo caracterizar en un gesto, una actitud. una
prenda de vestir o una frase, los personajes sobresalientes.
Pero a pesar de que vivimos en pleno
siglo xx, la gazmoña intolerancia que quemó a
Giordano Bruno y persiguió a Galileo aún no
ha muerto. Sectores reaccionarios clamaron porque
se reprodujera una frase histórica, como si e!
omitirla borrara e! hecho de que alguien la había
pronunciado alguna vez. Y un grupo de joven-
121

No podríamos citar siquiera los nombres de
tantos hombres ilustres que dan brillo a nuestras
artes, letras y ciencias en los finales del siglo XIX
y los albores del xx. Mencionemos sólo algunos
de los más distinguidos, que sirvan para mostrarnos
que, con el correr de los años, la capital
de la República no ha perdido nada en el campo
del saber, y que la nueva cosecha es digno fruto
de aquellos brillantes antecesores que trabajosamente
fueron surgiendo durante la Colonia.
Entre estos nombres podemos destacar a
Alfonso Herrera y Manuel M. Villada, naturalistas;
a Eduardo Liceaga, higienista y promotor
de la salubridad; a Carmona y Valle, médico de
gran influencia; a José M. Velasco, pintor incomparable
del paisaje del Valle de México, pero que
era también competente naturalista; a Angel
Gaviño, pionero de la bacteriología; a José Guadalupe
Aguilera, maestro de geólogos; al pintor
Juan Cordero y al escultor Jesús Contreras; a
J. Peón Contreras, dramaturgo; a Ricardo Castro
y Melesio Morales, músicos inspirados; a
Miguel E. Schultz, reformador de la enseñanza
de la geografía, y a tantos otros más.
En los acontecimientos más diversos, en el
continuo devenir de la capital de la República
y el "valle" que le sirve de asiento, muchos de
estos grandes del talento tuvieron participación
destacada.
124

XII
EN LA PAZ PORFIRI AN A
Desde aquel memorable mes de septiembre de
1810, en que el Cura de Dolores inició la guerra
que culminó con nuestra independencia política,
lo que había sido pacífico territorio de la
pacífica Nueva España, se convirtió en escenario
continuo de inacabables luchas armadas.
Once años primero, antes de alcanzar el triunfo
en la gesta libertaria. Luego, la lucha contra el
efímero Imperio de Iturbide. Después, los continuos
choques entre federalistas y centralistas. Y
por fin, la pugna fundamental entre liberales
y conservadores -de la que aun vivimos hoy los
aspectos ideológicos- mantuvieron en continua
agitación a la joven República Mexicana.
Sin contar con las asonadas y pronunciamientos
militares, carentes de objetivos verdaderos,
como no fuesen el beneficio personal de sus
autores o servir de instrumento para vengar
agravios y resentimientos.
y sobre este fondo de luchas intestinas, la
continua amenaza extranjera que materializa
más de una vez. La expedición de Barradas que
trata de uncirnos nuevamente al yugo español;
la descabellada aventura filibustera de Rousset
de Boulbon en Guaymas; la guerra de Texas y su
corolario en la invasión norteamericana que nos
privan de m ás de la mitad del territorio. Por
último, la intervención francesa --en la que se
125

escriben páginas tan gloriosas como la del 5 de
mayo-- que pretende convertirnos en un Imperio
sin cimientos, cuyo epílogo se rubrica con una
descarga en el Cerro de las Campanas.
Juárez, e! gran Juárez, el reformador de bronce
que logra la victoria definitiva sobre franceses
e imperialistas, consigue establecer su gobierno
sólo después de librar batallas que duraron años.
y aunque se mantiene en el poder que legítimamente
le corresponde, para lograrlo tiene que
sofocar continuamente pronunciamientos y revueltas
de toda índole, tras de la mayor parte
de los cuales se adivina la mano astuta y ambiciosa
del antiguo Jefe de! Ejército de Oriente.
Cuando la muerte priva a la patria de uno
de sus hijos más preclaros, Lerdo de Tejada sucede
a Juárez en la Presidencia por ministerio de
Ley; y logra después triunfar en las elecciones
para un nuevo período gubernamental. Pero apenas
comenzado éste, la Revolución de Tuxtepec
lo arroja del poder y del país.
Porfirio Díaz i por fin! ha logrado el objetivo
por tanto tiempo perseguido : su ambicioso propósito
de ser Presidente de México. Y el que se
lanzó a la lucha proclamando en el "Plan de Tuxtepec,
reformado en Palo Blanco" el principio
de la "no reelección", se aferrará como lapa por
treinta años al dorado sitial de Palacio, hasta
que el vendaval revolucionario lo obliga a embarcarse
en el "Ipiranga", para emprender un viaje
que no tuvo regreso.
El gobierno de Porfirio Díaz logró lo que no
126

habían logrado sus antecesores: implantar un
régimen de paz que permitió el desarrollo material
del país.
Seguramente los pueblos, como los individuos,
pasan por ciclos definidos en su existencia. Cerca
de tres cuartos de siglo de lucha constante habían
fatigado profundamente a los mexicanos, que sólo
buscaban la calma de que por tanto tiempo habían
carecido. Juárez, durante su gobierno, pudo
ya sofocar todas las revueltas en su contra; y
Porfirio Díaz realizó la última importante y triunfadora
que había de ver el siglo XIX.
Al derrocar violentamente a Lerdo de Tejada,
y disipar en el campo de batalla las aspiraciones
"legalistas" de Iglesias, se adueñó del poder frente
a un pueblo cansado ya de tanto luchar, desangrado
al máximo, arruinado por las incesantes
contiendas.
y entonces, con recia mano militar -la tremenda
"matona" que tan bien supieron caracterizar
los periódicos de oposición- acalló recia y
totalmente cualquier intento de rebeldía. La incógnita
de García de la Cadena se solucionó
fácilmente poniendo término a su vida; la amenaza
latente que significaba en Occidente el prestigio
de Ramón Corona, termina con el puñal
que una mano asesina hunde en sus carnes; la
posibilidad de un levantamiento en Veracruz se
disipa cuando Mier y Terán recibe el lacónico y
sangriento telegrama de Díaz: "Mátalos en caliente."
Estos son los episodios que por la persona-
127

hdad de sus actores, y la posible repercusión nacional,
quedaron consignados en la historia. Pero
durante todo el idílico período de la paz porfiriana
los caciques -lo mismo el gobernador que el
jefe político- suprimen implacablemente a quien
suponen amenaza para el régimen establecido. La
cárcel o la muerte aguardan a todo aquel que se
rebela contra las condiciones de vida en que
se mantiene a los campesinos y a los obreros de
nuestra incipiente industria, para que los potentados
de la corte que rodea al Dictador puedan
amasar sus grandes fortunas, y pasar la mitad
del año gozando de los gratos placeres parisienses.
Los pintorescos y terribles l/Rurales" cruzan
los caminos llevando entre las filas de sus caballos
a un paria con las manos atadas, que a veces
queda tirado en medio del camino víctima de la
Ley Fuga, otras, va a pudrirse en las mazmorras
de las cárceles, es vendido para trabajar en los
plantíos de tabaco de Valle Nacional, o se le consigna
al "servicio de las armas", en aquellos batallones
del ejército federal, donde los "juanes"
recibían peor trato que la caballada.
Naturalmente, el régimen porfiriano de paz
y prosperidad material, aunque sólo sea en beneficio
de una minoría, es propicio al crecimiento
de las grandes ciudades, todas las cuales se llenaron
de mejoras, de suntuosos edificios públicos, O
de palaciegas mansiones de ricos hacendados,
cuyos peones trabajaban de sol a sol, por un
jornal nominal de doce centavos diarios, que absorbían
las Tiendas de Raya.
128

Muchas veces el pincel de José María Velasco se r ecreó
pimalldo el Valle de M éxico, por el cual IOdavÍa ell /iempos
del pi/lIur corrían riac}¡uelos cris/alillos. /-lemas
empleado 1m siglo el/ quitar a lIuestro alllhiel1/e /oda
S il belleza, de;dl/dolo seco, sucio y polvorienfo. Oleo de
Ve!asco. Fotografía del Departamento de Artes Plásticas
de l InstitulO Nacional de Bellas Artes.

El general DÍaz y la abigarrada" aristocracia"
que lo rodea necesitan un escenario apropiado
para brillar adecuadamente, y satisfacer sus ansias
de placer. México, la capital, crece incesantemente,
se embellece día a d ía, y pronto llega
a ser una de las m ás hermosas del Continente.
Los visitantes extranjeros que desembarcan
en Veracruz, que ascienden al altiplano por la
fascinadora ruta del Ferrocarril Mexicano -panorama
incomparable desde las cumbres de Maltrata-
y pasan después una agradable temporada
en la gran urbe, oyen a sus paisanos hablar elogiosamente
del gobernan te que tan generosamente
les permite enriquecerse a costa de la miseria
del pueblo.
Concurren a lujosos restoranes, asisten a re·
presentaciones teatrales ofrecidas por notables
compañías de ultramar, y pasan días de campo
deliciosos en las señoriales haciendas, en cuyos
caminos el peón se descubre respetuosamente
ante el visitante ... cuando no hinca en tierra la
rodilla.
A veces, miran cruzar airosamente al Dictador
por las calles de México rumbo al Palacio
Nacional, erguido en su "landó" tirado por briosos
corceles y conducido por cochero de librea. Lo
rodean los brillantes oficiales de su Estado Mayor,
enfundados en los uniformes blanco y azul
pálido que hicieron que la ironía popular los bautizara
como "hijos de María". Dándole escolta
cabalgan tras el carrua je los soldados escogidos
que integran la bizarra Guardia Presidencial.
129

Natural es, pues, que la opinión prevaleciente
más allá de nuestras fronteras, fuera la de que
México, en los primeros años del siglo xx, atravesaba
una época de abundancia y progreso, de paz
y prosperidad; y que todo ello se debía a la enérgica
pero paternal administración del ilustre y
amado Porfirio Díaz_
Entre las fechas que conmovieron a nuestra
patria, y cambiaron radicalmente su fi sonomía,
recordamos siempre el año de 1910, oficialmente
considerado comienzo de la Revolución_
La epopeya se inicia en Puebla con los disparos
que abaten al tristemente célebre Cabrera,
Inspector de Pol icía en la Angelópolis de Mudo
P. Martínez. Sus ecos resuenan de tal modo en
todos los ámbitos de la patria, que es imposible
acall arlos ... y la gesta gloriosa se desencadena.
Por eso se piensa en el 20 de noviembre como
fecha inicial del movimiento, y en Puebla como
lugar que le sirvió de cuna.
Pero antes que esas detonaciones turbaran la
levítica calma de las calles poblanas, ya se habían
oído resonar otras en los lejanos ámbitos de la
minera Cananea o en el emporio industrial de
Orizaba, donde corrió la generosa sangre del pueblo.
y también Santana Rodríguez cruzaba los
campos llamando a la lucha a los campesinos
oprimidos. Razón para que Sonora o Veracruz
puedan también reclamar el privilegio de ser
considerados sitios de origen de la Revolución;
y que la fecha de iniciación de ésta retroceda
cuatro o cinco años en el calendario.
130

La ciudad de México ha crecido tremendamente
durante el porfiriato. Si Humboldt se había
maravillado de sus construcciones en los albores
del siglo XIX, su admiración habría subido de
punto al contemplar los nuevos y suntuosos edificios
que surgían por doquier, como las mansiones
de los potentados de Tuxtepec en el Paseo de
la Reforma o en las aristocráticas colonias Juárez,
Roma y San Rafael, impregnadas de estilo
francés ... y más de una recargada del mal gusto
de los nuevos ricos.
También imponentes edificios públicos. El
adornado del Correo, donde se destaca la influencia
italiana con las grandes rejas de bronce
traídas de Florencia; el sobrio del Instituto de
Geología, que mira a la romántica Alameda
de Santa María, donde las bellezas del rumbo
pasean los domingos alrededor del kiosco morisco
colgadas del brazo de sus galanes de bombín
y cuello de palomita. También se construye
el edificio de cantera del Instituto Médico Nacional,
cercano a la Ciudadela de fatídica historia
-que muy pronto habrá de refrendar en diez
días de pesadilla-, o el edificio sólido donde se
aloja la Secretaría de Instrucción Pública, o frente
a ella el de la Escuela de Jurisprudencia, blanco
y limpio.
Causa asombro la mole imponente de albos
mármoles que se destina a Teatro Nacional, y que
el porfiriato no verá terminada. Quedará como
problema urbanístico y arquitectónico por resolver,
hasta que un gobierno revolucionario se en-
131

frenta valientemente al reto: modifica los planos
originales y acaba lo que es hoy Palacio de Bellas
Artes. También el esqueleto de acero de lo que
iba a ser Palacio Legislativo cerrará por muchos
años el panorama al poniente de la Alameda,
consti tuyendo otro problema. La solución final
será el abandono de la idea primitiva, y la utilización
de la parte central para el imponente
Monumento de la Revolución.
Era en esta ciudad artificial y aristocrática
donde estaban el corazón y el cerebro de la patria.
Era aquí donde el Partido Científico proyectaba
-y llevaba a efecto- las continuas reelecciones
del Caudillo, que no tenía otro remedio que reno
dirse a la "voluntad popular". Era aquí donde
Filomeno Mata, periodista de combate -frecuentes
visitas a la cárcel de Belén- fustigaba continuamente
al régimen, y donde se editaba el valiente
Juan Panadero.
Cuando llega el memorable año de 1910, se
acuerda conmemorar dignamente el primer Centenario
de la iniciación de nuestro movimiento
de liberación política frente a España. La majestuosa
Columna de la Independencia coronada
por su Victoria alada -a la que el pueblo ha
llamado siempre" Ángel "-, y con las figuras en
mármol blanco del cura de Dolores y sus principales
colaboradores, es símbolo perfecto de un
régimen que en las ciudades quiere glorificarse
en piedra, mientras el pueblo se dehate en el campo
víctima del hambre y la ignorancia.
Con el correr del tiempo se convierte en marca
132

característica de la ciudad. Y cuando el reciente
. temblor derribó el "Angel" de su pedestal haciéndolo
pedazos, todos los capitalinos sintieron vivamente
tal cosa y aplaudieron el acuerdo de las
autoridades al encomendar al escul tor Urbina
que, con la mayor prelTIUra, restaurara la gigantesca
figura, que a principios de siglo hizo Enrico
Alciati.
Llega el mes de septiembre de 1910, y la ciudad
-henchida con visitantes del resto del paísabre
los asombrados ojos frente a increíbles maravillas.
Todas las naciones civilizadas del globo,
entre ellas las de la "culta Europa", acreditan
misiones especiales que las representan en la conmemoración.
El anciano Marqués de Polavieja,
de cuyas manos chorrea aún la sangre vertida en
Cuba y la que el visionario Rizal derramó en el
patíbulo filipino, trae como preciado regalo y
prenda de concordia con la antigua metrópoli,
el uniforme de Morelos que encabeza un desfile
triunfal.
Otros países significan también su amistad
con valiosos presentes. La colonia alemana ofrece
la estatua en mármol blanco de Alejandro van
Humboldt -de grata memoria entre nosotrosy
que adecuadamente se coloca en un ángulo del
jardín de la Biblioteca Nacional, en cuyos estantes
tiene sitio de honor el Ensayo politico sobre
el reino de la Nueva España, debido a la pluma
del ilustre viajero.
La colonia otomana obsequia el reloj que se
alza en el jardín del Colegio de Niñas. Otro reloj,
133

obsequio de la colonia china, embellece una glorieta
de la calle de Bucareli; pero su vida será
corta, pues tres años después lo derribarán las
granadas que barren las calles citadinas.
En ese memorable septiembre, hay brillantes
desfiles militares que satisfacen por igual a "payos"
del interior y "peladitos" de la capital. Junto
a los uniformes azules con vivos rojos de
nuestros sufridos juanes -carne de forzados en
su mayoría- aparecen los variados y pintorescos
contingentes enviados por otras naciones.
Hay también desfiles hisióricos y paseos popu·
lares.
Si el régimen porfiriano no ha logrado aplicar
completa la vieja y salvadora fórmula de los
tiranos de dar al pueblo "pan y circo", pues el
indio pasea su hambre ancestral por las sierras
desoladas o los valles polvorientos, la celebración
del Centenario da oportunidad para un circo formidable,
que logra distraer momentáneamente la
atención pública -cuando menos en la periferia-
de otros problemas fundamentales y angustiosos.
La celebración es motivo para fastuosos bailes
en Palacio y recepciones suntuosas en las mansiones
de la aristocracia, donde al influjo combinado
del tiempo y el dinero, se han mezclado
fraternalmente los viejos restos de la aristocracia
colonial -mina de plata o hacienda pulquerajunto
con los conservadores que rodearon a Almon
te y figuraron en la efímera corte del Archiduque,
y los nuevos ricos tuxtepecanos, usufruc-
134

tuaríos del poder y factores decisivos para la
realización de jugosos negocios.
En el pináculo de su gloria, como Júpiter
Tonante sobre las nubes del Olimpo, y como él
con los rayos dispuestos en la diestra para fulminar
al que se atreva a desafiar su poder, se
encuentra la figura augusta del caudillo octogenario
que se mantiene todavía erguido. El
cabello cano lo hace respetable, los gruesos mostachos
blancos le dan recio aspecto mili tar, y en
su pecho no caben las condecoraciones; tan to las
que recuerdan sus servicios a la patria en los campos
de batalla, como las que a granel le han
otorgado las grandes potencias, satisfechas con
la férrea paz porfiriana, y las garantías que el
gobierno brinda a sus capi tales en la rapiña de
nuestros recursos.
En una de las celebraciones del Centenario la
"nobleza" organiza un pintoresco desfile de "huehuenches".
Y un charro-marqués, que más tarde
será general de los voluntarios huertistas, y después
heredará un título ducal, se arrodilla frente
al Presidente en un intento -realizado o fallido,
que en eso difieren las opiniones- para besar
la mano que tan bien sabe manejar la terrible
"matona", garantía de la sumisión de la peonada
cuyo sudor sirve para amasar las fortunas de los
"nobles".
El "Caudillo", el "Héroe de la Paz", el "Forjador
de México", el Señor General de División
don Porfirio Díaz, Presidente Constitucional de
los Estados Unidos Mexicanos que inicia brillan-
135

temen te su sexto período de gobierno es, al decir
de la prensa de la época, símbolo de la patria,
hombre a quien todos los mexicanos respetan,
admiran y quieren con amor filial.
Era un momento de aparente solidez inconmovible,
como bien ha dicho Renato Leduc con
su fina ironía:
Tiempos en que era Dios omnipotente,
y el señor don Porfirio presidente_
Pocas veces, sin embargo, las apariencias han
sido tan engañosas_ Mientras el pueblo se divierte,
y los corresponsales extranjeros envían a sus
periódicos relatos conmovedores de bucólica paz
y de abundancia, ensalzando la fuerza política
del porfiriato, los adalides populares que podrían
denunciar la indignante mentira, están amordazados
en I as sórdidas galeras de la cárcel de
Belén. O ven quebrantarse su salud, en días
de martirio incesante, en las húmedas tinajas del
tenebroso San Juan de Ulúa.
1910 no sólo marca el primer Centenario de
la iniciación de nuestro movimiento de Independencia;
marca también la terminación de un
régimen que por seis largos lustros ha tenido a
México dentro de un férreo puño. Marca el comienzo
de una nueva etapa, la Revolución, en
cuyas fraguas de sangre y sacrificio se forjará
el México de hoy.
Once años después, en 1921, el país celebrará
otro Centenario; el de la culminación de la guerra
136

de Independencia. Pero a pesar del poco tiempo
transcurrido, la ciudad -lo mismo que el resto
del país- es totalmente otra. En lugar del Caudillo
oaxaquet'io venerado dos lustros atrás, el
dorado sillón presidencial lo ocupa un Presidente
norteño. Joven y brillante soldado que derrotó
batalla tras batalla a los viejos generales porfirianos
y a los jóvenes surgidos del Colegio Militar.
Viste siempre de civil, y en su pecho no brilla
el relumbrón de las medallas; pero un brazo ausente
recuerda que supo darlo por la Revolución.
Es Alvaro Obregón quien en esta ocasión recibe
en el Palacio Naciona l los parabienes de los embajadores
extranjeros, enviados en misión especial
a la celebración patriótica.
137

SANGRE EN
Y TRAICION
XIII
LAS
EN
CALLES
PALACIO
Hacía muchos años que los habitantes de la capi.
tal de la República no sabían lo que era ver
turbada la paz cotidiana. Los gendarmes o "veci·
nos" de uniforme azul, macana y pistola -yen
la noche la pintoresca linterna que colocaban
en las esquinas- cuidaban la mayor parte de los
cruceros de una ciudad que, para 1910, apenas
contaba con 471 000 habitantes, y en la que se
consideraban paseos campestres los que se reali·
zaban a Tlalpan o Coyoacán, la Villa o Atzcapot·
zaleo, cuando no la misma Tacubaya, o el Bosque
de Chapultepec.
Se recordaba, a través de las páginas de la
historia, la famosa rebelión de los "polkos", y las
sangrientas batallas que precedieron a la toma
de la ciudad de México por los invasores norteamericanos.
Algunos viejos gustaban de rememorar estre·
mecidos -todavía vivían muchos actores del dra·
ma- la trágica asonada de la Ciudadela que
Sóstenes Rocha -valor y pundonor militaressofocó
rápidamente con dura mano.
Pero los años habían pasado, y la capital vivía
tranquila. La Ciudadela de turbia memoria esta·
ba ya enclavada en el área metropolitana, rodea·
da de pacíficos edificios. Frente a ella el nuevo de
la Escuela de Comercio, por Balderas el del Ins·
138

tituto Médico Nacional y algo más lejos -en la
misma calle- los orgullosos cinco pisos de la Asociación
Cristiana de Jóvenes.
Cierto que la caída de don Porfirio había sido
precedida por algaradas de obreros y es tudian tes
antirreleccionistas, reprimidas rápida y eficazmente
por gendarmes de la Montada, con caballazos
y sables desnudos.
Cierto es que los timoratos citadinos habían
temblado al leer en los periódicos las reseñas
de los combates que se desarrollaban principalmente
en el Norte -aunque con repercusiones en
otros sitios- temiendo que los rebeldes llegaran
a tomar algún día a sangre y fuego la capital de
la República.
Pero nada de eso había pasado. Don Porfirio
i al fin! presentó su renuncia ante el Congreso,
y mientras subía al tren que lo conduciría a Veracruz
en ruta para Europa, Francisco León de la
Barra, Secretario de Relaciones, se hacía cargo
de la Primera Magistratura por ministerio de ley.
como puente entre el viejo régimen que se derrumbaba
y el nuevo que todos estaban seguros
surgiría de las elecciones por convocarse.
Por cierto que tal puente supo tenderlo De la
Barra con gran habilidad, para nulificar en lo posible
a la Revolución en beneficio del grupo a
que pertenecía y con el que se identificaban sus
personales intereses. No es extraño por ello que
la Reacción haya llorado siempre su ausencia
del país, popularizando el nombre de "Presidente
Blanco" con que pretendió pasara a la Historia,
139

y que suena a ironía cuando se piensa que con
ello no se aludía al color de su pelo ... en cuyo
caso hubiera estado justi ficado.
La entrada de los revolucionarios - sombreros
texanos de ala rígida con cinta tricolor en los
del norte, trajes blancos o de "charro" con banda
tricolor al pecho en los del sur- había sido pacífica
y ordenada. Los "30-30" y las cananas
repletas de cartuchos que llevaban encima, constituyeron
pintoresco motivo decorativo en las calles,
pero no vomitaron en ellas la muerte que se
temía.
A Madero, el pueblo de México realmente no
lo conocía antes del triunfo. Sus estancias en la
capital habían sido breves, y apenas sus partidarios
-Tívoli del Eliseo y fogosos discursos- estaban
familiarizados con su pequeña figura, de
cara bondadosa y ojos soñadores, enmarcada
en negra y bien cuidada barba.
Mucho era el contraste entre la diminuta figura
del "rebelde" triunfante, que no cuidaba
de adoptar estudiadas actitudes; y la tradicional
y rígida del "caudill o" caído, siempre serio y
estirado para mejor impresionar al pueblo, que
deseaba le tuviera saludable respeto para poder
manejarlo a su antojo.
La misma campaña electoral fue motivo de
entusiasmo y diversión para el pueblo, que por
primera vez en muchos años iba a tener elecciones
realmente libres. Y para los políticos constituyó
motivo de preocupación frente a la repercusión
de sus resultados. Pero nadie sintió ningún
140

temor de que por ello se fuera a alterar la paz
pública.
Los "reyistas", cuyo clavel rojo tuvo aspectos
populares y reformistas frente al clavel blanco de
los partidarios de Ramón Corral en la última reelección
porfirista, no podían ser ya consideradas
así después del triunfo de los rebeldes sobre el
Ejército Federal, que el propio Reyes contribuyó
tan eficazmente a organizar a su paso por la Secretaría
de Guerra.
Los "maderistas" dominaron arrolladoramente
en los comicios. La voluntad del pueblo expresada
en las urnas fue por primera vez respetada;
y don Pancho recibió el m ás amplio respaldo
CÍvico a su gesta rebelde, al ser elevado a la Primera
Magistratura.
En ceremonia donde se desbordó el gozo popular,
el " Presidente Blanco" -pequeña estatura,
mostachos canos y frac impecable- entregó la
simbólica ba nda tricolor a quien la había ganado
desde la firma de los tratados de Ciudad Juárezo
.. aunque en dichos tratados dejó en pie la
fuerza que habría de derribarlo.
Los partidarios de don Porfirio, que después
de treinta años tenían por fuerza que ser muchos,
movían tristemente la cabeza al ver que cambiaban
las cosas y se tambaleaba, aunque levemente,
su posición privilegiada.
En versos h ábilmente lanzados por los "científicos"
-y que pron to corrieron de boca en
boca- se expresaba el amargo desdén de los
caídos frente al nuevo ídolo del pueblo:
141

Poco trabaja y mucho dinero,
Pulque barato, ¡Viva Madero!
Sentían ira al pensar que otros valores -surgidos
de capas IIjnferiores"- fueran a ocupar
puestos destacados en la administración. Sin
acordarse que muchos de ellos, y los padres de
otros que pasaban su vida en amenas tertulias
en el exclusivo "Jockey Club", y sólo bebían
cognac francés, habían llegado entre los "macheteros"
tuxtepecanos que rodearon a Díaz en sus
primeros tiempos. Y resentidos, arrojaban al rostro
de sus enemigos la copla hiriente:
En tiempos de la It odiosa Dictadura",
La basura sólo era basura;
Hoy que impera la "bella Democracia",
La basura es la mera aristocracia.
Pero la ciudad seguía viviendo tranquila y
confiada. Los pocos espíri tus que habían soñado
una revolución que cambiara la faz de México
con sentido de justicia social, veían con tristeza
que sólo se logran ilusorios triunfos políticos.
y aun muchos de éstos eran h ábilmente escamoteados
por los hombres "caídos" (?) que seguían
ocupando, directa o indirectamente, posiciones
clave en la vida nacional. Desde ellas luchaban
emboscados para que desapareciera el maderismo
-que gustaban suponer pasajera pesadillay
se restauraran los buenos tiempos porfirianos;
si no en la amada persona del Caudillo ausente, a
142

lo menos en alguno que pudiera representarlo,
como su incoloro sobrino Félix, por ejemplo.
Pero la ciudad seguía viviendo tranquila y
confiada. Con libertad de prensa verdadera - a la
que no estaban acostumbrados- los periódicos
oposicionistas pronto rebasaron los límites de la
más elemental decencia. Las caricaturas de Multicolor,
los chistes de La Risa, los artículos todos
de los órganos enemigos, no desaprovechaban
ocasión de desprestigiar al gobierno, ridiculizando
a sus representantes. El Presidente de
la República era llamado despectivamente "El
Chaparrito", o cuando más "Don Pancho". El hábil
Y honesto Secretario de Fomento don Manuel
Bonilla fue escogido como símbolo de suprema
estupidez; aunque era uno de los mejores cerebros
del régimen, las "bonilladas" que aparecían
en los periódicos pronto lo convirtieron en regocijado
hazmerreír del público. Gustavo Madero, el
hermano del Presidente, que con mayor visión
que éste urgía constantemente se tomaran verdaderas
medidas de renovación nacional. era
zaherido en su defecto físico con el mote de "Ojo
Parado" ; y su sincera posición revolucionaria
presentada como pérfida y tenebrosa maquinación.
Hasta la misma esposa del primer magistrado,
la estimable doña Sarah P. de Madero que
continuamente lo acompañaba, era motivo de
befa y escarnio : "sarape de Madero" la llamaban
con villana falta de caball erosidad. Pero la gente
reía estas Itingeniosas" e "inofensivas" burlas ...
Cierto es que en el sur, Zapata, con claro sen·
143

Reyes inició en el Norte un extraño movimiento
-

del mismo se decidiría -como en vez anteriora
muchos cientos de kilómetros de distancia. Y
los gratos paseos dominicales a la Alameda para
escuchar a Velino Preza dirigiendo la Banda de
Policía; o las excursiones al Bosque de Chapultepec
para que los lechuguinos de bombín pasearan
a sus novias en las quietas aguas del lago,
continuaban como si nada sucediera.
Terminó 1912. Comenzó 1913, y el mes de
enero transcurrió en vago ambiente de zozobra.
El aire estaba cargado de presagios. Nadie, sin
embargo, hubiera podido precisar lo que iba a
ocurrir. y mucho menos dónde y cuándo habría
de estallar la bomba.
Por fin, una mañana nublada de los primeros
días de febrero, la ciudad despertó bruscamente
de su tranquilidad, con la angustia de tropeles de
caballos recorriendo las calles, y el estruendo
de disparos perturbando la paz del Zócalo y dejando
sus prados sembrados de cadáveres.
Manuel Mondragón, el mediocre artillero
-pero despierto negociante- que supo capitalizar
hábilmente sus "inventos" guerreros, sublevó
junto con el general Gregorio Ruiz a los cadetes
de la Escuela de Aspiran tes y a parte de la guaro
nición. La fuerza subversiva fue a libertar al
general Bernardo Reyes en la Prisión de Santiago.
Arrojado como siempre, lleno de resentimiento
y rencor por su cautiverio, deseoso de reverdecer
la bien sentada fama de valiente, el viejo
soldado marchó a pecho descubierto hacia el
Palacio Nacional; pero una descarga, frente a
146

las puertas del histórico edificio, segó su vida
desde el primer momento.
Los sublevados habían libertado también a
Félix Díaz. Pero el descalabro del Zócalo, gracias
a la gallardía del Jefe de la Plaza, así como la
decidida actitud del Presidente que recibió la noticia
en Chapultepec y salió inmediatamente rumbo
a Palacio, a caballo y escoltado por los alumnos
del Colegio Militar que estuvieron a la altura
de su tradición, desconcertaron a los rebeldes.
Se dirigieron entonces a la Ciudadela -que tomaron
fácilmen te- y se encerraron al abrigo
de sus gruesos muros.
Cuando Madero llegó a la Alameda el tiroteo
estaba en su apogeo; era peligroso seguir adelante,
y por un momento tuvo que refugiarse en
la vieja Fotografía Daguerre. Estaba en ese sitio,
cuando un general que cubría la falsía de su
mirada con negros anteojos, pero que tenía aun
fresca la fama militar que le habían dado sus
victorias de Rellano y Bachimba contra los orozquistas,
vino a ponerse a sus órdenes. y en ese
momento se selló el destino del gobierno de Madero,
y el Presidente Mártir firmó su sentencia
de muerte.
Como el leal y valiente Comandante de la
Plaza, el pundonoroso general Lauro Villar resultó
herido en la acción de Palacio, el Presidente
confió el mando a ese general de negras gafas y
alcohólico aliento que había llegado a ofrecerle
su lealtad y su espada: a Victoriano Huerta.
Ya en una ocasión, casi medio siglo antes, un
147

movimiento rebelde iniciado en la ciudad de
México se había encerrado en la Ciudadela. El
jefe militar de entonces no pudo ocultar en su ancho
y rubicundo rostro una expresión de sorpresa,
al ver que el enemigo se metía en una ratonera.
y aunque a su frente se encontraban jefes
del prestigio de Negrete, Toledo, Cosía Pontones
y Chavarría, fue juego de niños para el arrojo y
pericia de Sóstenes Rocha despedazar y someter
a los sublevados. La asonada comenzó al mediodía
del domingo 1? de octubre, y para la media
noche la situación estaba dominada.
Parecía que la historia iba a repetirse y que
Victoriano Huerta, cuya pericia y valor eran
indudables, pronto arrojaría de su reducto a las
huestes que tenían a su frente a dos ineptos
militares: Félix Díaz, el "brigadier espada virgen"
y Manuel Mondragón, el "artillero negociante".
Las cosas, sin embargo, se desarrollaron en
1913 muy distintas de como fueron en 1871. El
General en Jefe seguí a la más extraordinaria
estrategia; mientras de un lado y otro se entablaba
sonoro duelo a cañonazos que sólo perjudicó
a los civiles, ordenó que los Cuerpos Rurales
-de origen revolucionario y fieles a Maderodieran
cargas suicidas de caballería a pecho descubierto
contra el reducto amurallado, desde el
cual las ametralladoras los aniquilaban.
Madero da muestras, como ya lo había hecho
en otras ocasiones -por ejemplo, frente a Pas-
148

cual Orozco que se insubordina por el perdón al
general Navarro en Ciudad Juárez- de sereno
valor y fe ciega en su destino. Pero también
se muestra confiadamente ciego ante la intriga
que se desarrolla en torno suyo, y sordo a las
advertencias de quienes, como su hermano Gustavo,
tratan de prevenirlo.
El Presidente piensa que necesita refuerzos
de confianza. Personalmente va una noche a Marelos
a traer las fuerzas del general Felipe Ángeles,
el famoso artillero que había sido Director
del Colegio Militar y que entonces dirigía la campaña
contra el zapatismo. Obedeciendo al camando
de Madero viene a la ciudad con una
brigada de 3000 hombres bien disciplinados, fagueados
en campaña, y con fuerte artillería, que
era precisamente el arma de origen de su comandante.
Este nuevo refuerzo parecía asegurar en breve
plazo el triunfo sobre la abigarrada mezcla de
soldados y civiles descontentos encerrados en la
Ciudadela. Pero nada sucede. Aunque Ángeles,
que cubre con sus fuerzas una amplia línea desde
el Café Colón a la Calzada de la Teja, coloca
algunas granadas en su sitio -cosa que hubiera
hecho cualquier teniente de artillería- en nada
efectivo contribuye a la derrota enemiga. En
cambio sus cañones causan graves destrozos
en las casas de las colonias residenciales, lo que
contribuye a aumentar la presión diplomática
sobre el Gobierno para que cese el fuego.
La actitud de Victoriano Huerta ha sido uná-
149

y otra l/coincidencia" más. El teniente coronel
jefe de su Estado Mayor durante el Cuartelazo,
es nombrado por Huerta Director del Colegio Militar
el 22 de febrero; precisamente el día del
asesinato de Madero y Pino Suárez. Sin embargo,
el busto de este señor con la leyenda "Seguid
su ejemplo" (!) está hoy en el recinto de una
institución educativa creada por la Revolución,
donde lo colocó la "admiración súbita" de un
Secretario de Educación, cuando un yerno del
subordinado de Angeles parecía es tar en vísperas
de llegar a Presiden te.
Durante diez largos días ---ese período de pesadilla
que los capitalinos recuerdan con el nombre
de "Decena Trágica"- la ciudad se estremece
mientras entre bastidores, en las alturas, se
gesta una negra traición cuyos resultados habrán
de cambiar profundamente la vida nacional, haciendo
que la República se bañe en sangre.
El Zócalo quedó sembrado de cadáveres la
mañana del fatídico 9 de febrero. Después, el resto
de la ciudad se llenó también de cadáveres y el
tronar incesante de las armas ensordeció a sus
habitantes. Súbitamente cesó la lucha cuando
rebeldes y traidores, bajo la égida del dipsómano
Henry Lane Wilson, que por aquella época deshonraba
la representación norteamericana en
nuestra patria, firn1aron el vergonzoso l/Pacto
de la Ciudadela".
"Sin el apoyo que el Embajador de los Estados
Unidos dio a Huerta en sus planes de traición
contra el Presidente, la revuelta habría fracasa-
151

do", escribía a Woodrow Wilson el 18 de junio
de 1913 su enviado confidencial a México William
Bayard Hale, agregando más adelante : "No puede
menos de causar pena a todos el hecho de que
esta historia, probablemente la más dramática
en que se ha visto envuelto un funcionario diplomático
de los Estados Unidos, sea una rustoria
de simpatía con la traición, la perfidia y el asesinato,
en un asalto contra un gobierno constitucional"
.
Aprehendidos por la soldadesca del fatídico
29 Batallón, al mando del sanguinario Aureliano
Blanquet, el Apóstol de la Democraci'a y su leal
colaborador José María Pino Suárez, son sacados
de su cautiverio en las sombras de la noche para
que las pistolas de dos esbirros repugnantes
-Cárdenas y Pimienta- pongan fin a su existencia.
Hay sangre en las calles y traición en Palacio
...
152
•

XIV
EL IMPACTO DE LA REVOLUCIÚN
La ciudad porfirista vio muchos acontecimientos
notables. Fue testigo de la abdicación del viejo
dictador, miró pasar el tortuoso interinato de
De la Barra, y contempló la subida del nuevo sol:
Madero.
Pero hasta entonces no sufrió en carne viva
los efectos de las luchas intestinas; y poco es
en realidad lo que cambió la vida nacional, en un
sentido que altere la rutinaria existencia de los
confiados habitantes de la Ciudad de los Palacios.
Es apenas en febrero de 1913 cuando el silbar
de las balas, el tableteo de las ametralladoras y el
rugir de los cañones, salpicando de sangre el piso
de las calles, la hace despertar a un drama que
amenaza cambiar su fisonomía.
Después, los meses del gobierno huertista son
para la capital de pesadilla. El ambiente está
tenso. La Revolución, como alud incontenible se
precipita hacia la metrópoli desde el Norte, y los
capitalinos tienen la intuición de que esta vez
la cosa "va de veras" y que pronto habrá cambios
profundos en su vida.
Mientras tanto, noche tras noche los esbirros
de Huerta -recuerdo negro del "Matarratas"llevan
al sacrificio a quienes se atreven a alzar
su voz contra la situación imperante. Aureliano
Urrutia -hábil cirujano y cruel carnicero- su-
153

prime implacable a un Serapio Rendón o a un
Belisario Domínguez, que la patria coloca después
en sus altares.
Cuando los norteamericanos desembarcaron
en Veracruz, la reacción patriótica en la ciudad
de México -como en el resto del país- surgió
poderosa. El chacal que ocupa el Sillón Presidencial,
se aprovecha hábilmente de ello: los jóvenes
que van entusiasmados a ofrecer sus servicios a
la patria amenazada, reciben instrucción militar,
son encuadrados en batallones, se les arenga sobre
la sagrada misión que les espera en su lucha
contra el invasor. .. y villanamente se les manda
al Norte a combatir a la Revolución.
Son horas de angustia. La prensa, aunque
trata de ocultarlo, deja traslucir la gravedad de
la situación. No importa que los viejos periódicos
del porfirismo estén en manos del Gobierno
y traten de apuntalarlo a toda costa. Es el momento
en que Díaz Mirón -bardo insigne y
hombre censurable- escribe en las páginas de
El Imparcial, que está bajo su dirección, el relato
de la visita de Victoriano Huerta para concluir
diciendo: "Al partir el Héroe hay un perfume
de gloria en el ambiente".
La pesadilla huertista termina al fin. El asesino
de Madero renuncia a la Presidencia, que
pasa por ministerio de Ley a manos del licenciado
Carbajal tan sólo como un eslabón para
permitir que la Revolución triunfante tome el
poder.
Los tratados de Teoloyucan ponen fin a la lu-
154

chao Pero en esta ocasión ya no hay la ingenuidad
maderista. Se tiene muy presente que el
ejército pretorianó, cuya supervivencia había permitido
Madero, fue instrumento de su derrocación
y muerte. Una de las cláusulas de los convenios
que firma en nombre del Ejército Constitucionalista
el invicto Alvaro Obregón, y que la
fuerza de los hechos obliga a aceptar al general
José Refugio Velasco en nombre del Ejército Federal,
y al contralmirante Othón P. Blanco en
nombre de la Armada, es la disolución total del
primero y la sumisión incondicional de la segunda.
Nuevamente la ciudad de México ve desfilar
por sus calles un ejército triunfante, a cuyo frente
cabalga - figura recia y austera- el Primer
Jefe don Venustiano Carranza, llevando a su
diestra al victorioso Alvaro Obregón y a su izquierda
a Pablo González, comandante del Cuerpo
de Ejército del Noreste.
Pero esta vez los revolucionarios vienen más
fogueados que en 1911. Han luchado tenazmente
contra los mejores generales del Ejército Federal,
a los que vencieron en rudos combates, y
han visto caer a muchos en sus filas. Cuando
se lanzaron a la lucha no solamente los guiaba
una ilusión política -Sufragio Efectivo y No
Reelección-, sino que comprendían que la vida
del país debía cambiar profundamente, para responder
a los anhelos del pueblo. Además, tenían
en la boca el amargo sabor de la venganza: Francisco
I. Madero, José M. Pino Suárez, Serapio
155

Rendón, Belisario Domínguez, Abraham González,
y tantos otros más, no solamente habían sido
víctimas de un grupo de maníacos homicidas
-Huerta, Blanquet, Urrutia y socios-, sino de
todo un régimen que por ineludibles razones
. históricas se estaba derrumbando, pero que clavaba
ferozmente garras y colmillos en la carne de
sus enemigos antes de desaparecer para siempre.
La ciudad de México ya no estaba tranquila.
Sabía que había llegado el momento de los cambios,
y que nada ni nadie podría detenerlos. Se
escudriñaba ávidamente el porvenir tratando de
adivinar cuáles serían ...
El impacto de la Revolución golpeaba rudamente
a la capital y conmovía a sus habitantes.
y habría de mantenerlos en activa tensión por
muchos años.
Porque aquella entrada triunfal del Ejército
Constitucionalista, a cuyo frente cabalga victo
rioso don Venustiano, no significa para la ciudad
el final de los episodios armados de la lucha.
Por el contrario, se trataba sólo del comienzo.
Ante una situación que adquiere perfiles de
agudas dificultades, el Primer Jefe decide trasladar
la sede del Gobierno nacional al puerto
de Veracruz, repitiendo el gesto que antes hiciera
Benito Juárez; y la ciudad de México queda
desposeída del carácter de capital de la República.
Alvaro Obregón, cuyas fuerzas la ocupan, tiene
que hacer frente al amago de los villistas por
el norte, que a veces llegan hasta la Villa de
156

Guadalupe; y de los zapatistas por el sur, que
se desbordan de Morelos -a través de las sierras-
amenazando Milpa Alta, Xochimi\co y
Tlalpan.
El aprovisionamiento de la capital se hace
difícil. El dinero metálico ha desaparecido y lo
substituyen papeles de valor depreciado. El hambre
azota a la población, especialmente a los humildes,
a pesar de los esfuerzos que Obregón hace
para aliviar su situación, castigando a los acaparadores
y comerciantes sin conciencia, y repartiendo
socorros a los menesterosos. Son los días
aciagos en que la gente del pueblo va a las acequias
a recoger "quelites" para engañar su hambre
con esas yerbas; y j un to con ellas suelen
recoger otras que hacen estragos en su organismo
debilitado. Los médicos comienzan a hablar de
una nueva entidad nosológica, el "que!itismo",
que si no representa perfiles bien definidos en
el terreno de la patología, sí los tiene muy claros
en lo social, como muestra de la miseria del
pueblo.
Llega un momento en que la posición de la
ciudad de México es insostenible. Alvaro Obregón
decide abandonarla, y las fuerzas enemigas se
apoderan de ella, planteando una nueva interrogación
para los asustados habitantes.
Hay otro desfile de un ejército victorioso que,
por la cuantía de sus efectivos, y abundancia de
equipo da idea de que será invencible. Más de un
capitalino piensa al ver la pujanza unida de la
División de! Norte y del Ejército Libertador del
157

Sur, que el constitucionalismo está definitivamente
vencido_
Al frente de las huestes triunfantes cabalgan
tres hombres: al centro Francisco Villa, en uniforme
de paño negro de General de Brigada, con
gorra de cincho con laureles y pantalón de franja
de oro, que oculta a medias las rancheras mitazas.
A su izquierda Felipe Angeles, con uniforme
de kaki -camisola y pantalón de montar- y un
sombrero tejano con el ala izquierda levantada,
a la manera que después habrían de popularizar
los soldados australianos y neozelandeses. Son los
jefes de la División del Norte: el impulsivo centauro
durangueño, tremendo en las batallas y con
una confusa idea de redención social en su mente,
pero incapaz de comprender los reales perfiles
de los problemas nacionales; y el calculador general
porfiriano, que ha reunido a su lado a los
restos del Ejército Federal licenciado, y supone
que con sus conocimientos militares hará invencible
al grupo. Pero a esto Celaya dará la respuesta.
y junto a ellos, a la derecha de Villa, una
figura austera y estirada, enfundada en negro
traje de charro con pantalones de argentina botonadura
y una gran águila nacional, bordada
en plata en la espalda de la chaqueta. Bajo el
sombrero de charro de amplias alas -también
negro y con profusos bordados- el caído bigote
y los ojos que parecían mirar en lontananza el
día en que el anhelo del Plan de Ayala -"Tierra
y Libertad"- pudiera ser realidad para los hu-
158

mildes, sangre y motor del movimiento revolucionario.
La figura de Emiliano Zapata fue la
que con mayor curiosidad contemplaron los capitalinos,
y había razón para ello. Los elementos
reaccionarios comprendieron desde un principio
que era ahí donde radicaba realmente el peligro
de un verdadero cambio social: que era el ranchero
de Anenecuilco el que podría dar fin -como
logró hacerlo más allá de la tumba- con el siso
tema latifundista base de la economía del país
y de la riqueza de las minorías privilegiadas que
manejaban a la opinión pública. Por eso se le
pintó siempre con los más negros colores: sus
fuerzas eran "hordas vandálicas" y su jefe el
"Atila del Sur". Sin embargo, la ciudad contempló
asombrada cómo los soldados surianos de
amplio sombrero de palma, camisa y calzón blan·
co, fueron de los que menos excesos cometieron.
Pocos años habrían de pasar antes de que esos
tres hombres que entraban triunfantes en la ciudad
de México, encontraran la muerte. El primero
Emiliano Zapata, víctima de la negra traición
de Chinameca, que puso un borrón indeleble
en el coronel que la consumó y en el alto personaje
-un águila y dos estrellas en la gorraque
la ordenó.
El segundo Felipe Angeles, capturado en el
monte, y que cayó abatido por la descarga de un
pelotón de ejecución, en cumplimiento a la sen·
tencia de un Consejo de Guerra.
El tercero Francisco Villa, que quedaría doblado
en el asiento de su propio coche en una
159

calle de Parral, cuando los enemigos que había
formado su violencia vaciaron sobre él sus pistolas,
en cuidadosa emboscada. Un hombre que se
confiesa el autor material. y la voz de la calle que
señala muchos otros más ligados con el aten·
tado.
La ciudad de México, por fin, había sentido
el impacto de la Revolución.
y ese impacto tuvo dos manifestaciones igual·
mente importantes. Por una parte la brutal de
las luchas en sus calles, de las ocupaciones suce·
sivas, del hambre de una ciudad sitiada, de las
interrupciones en la provisión de agua y de enero
gía eléctrica.
También los atentados que cometían los triun·
fadores. Y que iban desde el soldado anónimo
que descargaba su rifle sobre el propietario de
la piquera o pulquería que pretendía cobrarle el
consumo, o que montaba violentamente a la gru·
pa de su caballo a la mujer que despertaba su
apetito, hasta el propio Pancho Villa, que hacía
lo mismo con la bella francesa del Hotel Casa
Blanca que acicateara su siempre despierta con·
cupiscencia; o aquella tenebrosa banda del" Au·
tomóvil Gris" que asaltara residencias por ban·
didos, que oficialmente iban "disfrazados" de
militares, pero detrás de los cuales la voz de la
calle colocó siempre a un General de División
de gafas negras y a otro general. subordinado
suyo.
Tras de estos aspectos, que tenían tremenda
gravedad para las víctimas directas de los atro-
160

pellos al margen de la Ley, pero que desde el
punto de vista de la colectividad eran simplemente
de carácter episódico, el impacto de la
Revolución se estaba dejando sentir en todos sus
aspectos, cambiando la fisonomía de la vida
nacional y, consecuentemente, la de la capital
del país.
Poco a poco, con el correr de los años, estos
cambios se harían más profundos. Y las espe·
ranzas de quienes habían sonreído despreocupa·
damente cuando se produjeron pensando que se·
rían transitorios, dejaban lugar a la triste con·
vicción -para ellos- de que eran permanentes.
No en balde el país se había ensangrentado
en una terrible lucha, ni mucho menos se había
dado una nueva Constitución para regir su vida.
Los resultados eran nuevas formas de existencia
en todos los rincones de la patria; y la capital
de la República resultaba también muy afectada.
Desde luego, la contienda armada había dado
por resultado una inseguridad en los campos y
una supresión de muchas fuentes de vida en la
provincia, y el efecto fue la concentración centrí·
peta de grandes masas en la ciudad de México,
que multiplicó rápidamente su población.
Por otra parte, la reforma agraria, que durante
el régimen de Carranza se frena hábilmente,
comienza bajo el Gobierno de Obregón, para
seguir con los sucesivos, culminando con Cárdenas;
y naturalmente barre con aquella clase pri·
vilegiada de los latifundios porfirianos, dueños
de inmensas haciendas, que paseaban su lujo en
161

las calles de la capital y ofrecían suntuosas fiestas
en sus palacios. Estos palacios, durante el tiempo
violento de la lucha, fueron la "residencia" y el
"cuartel general" de los revolucionarios triunfan·
tes, cuyos soldados los destruyeron en gran par·
te, mientras muchos de los jefes se llevaban
-quizá por razones sentimentales- preciosos
"recuerdos" constituidos por un cuadro valioso,
una bella escultura o un mueble de precio. Después
esas ricas mansiones, que en muchos casos
no podían sostener sus antiguos propietarios, eran
vendidas a los nuevos ricos, se alquilaban para
escuelas u otros usos públicos, o se convertían
en casas de viviendas; pues entonces no se acostumbraba
todavía hablar de departamentos, ni
mucho menos se empleaba el moderno término
de l/apartamientos".
Los sindicatos obreros, poco a poco, con dificultades,
van organizando en sus filas a los trabajadores.
A partir del gobierno de Calles, constituyen
fuerza potente en la vida nacional, y en
la ciudad de México -centro fabril por excelencia
del país- le dan aspectos muy peculiares. Al
mismo tiempo, el crecimiento enorme de la industria
hace que surj a una nueva clase poseedora
para substituir a los antiguos hacendados.
También la Revolución es un intento para ligar
al país en todos sus ambientes. Al parejo con
el desarrollo de nuestro movimiento social, la
industria extranjera ha creado un nuevo y potente
método de locomoción que es el automóvil, que
ofrece para los viajes largos posibilidades que no
162

se soñaban con los coches de caballos, y compite
en muchos casos ventajosamente con el ferrocarril.
Y como para que los automóviles puedan
circular -aunque fuera a esas "fantásticas" velo·
cidades de 50 o 60 kilómetros de hace unos cuan·
tos lustros- se necesitaban buenos caminos, los
gobiernos revolucionarios inician la creación de
una red de carreteras que, en su mayor parte, por
razones que explica el centralismo que siempre
ha tenido la vida nacional, habrán de salir de la
capital de la República.
Del Valle de México, aislado por su cinturón
de montañas, parten nuevas vías de comunica·
ción -las carreteras- que trepan por las sierras
y se desbordan más allá de los límites de la cuen·
ca. Hacia el norte, un camino prácticamente
plano liga a la capital con la Pachuca de fama
minera, y aprovecha hábilmente un paso de la
cordillera para salir, sin elevarse demasiado ha·
cia el septentrión, hasta terminar en la frontera
norteamericana. Al oriente, el camino trepa au·
dazmente por lugares de gran belleza hasta llegar
al legendario Río Frío, refugio de bandoleros en el
siglo pasado, y continuar hacia Puebla, Oaxaca,
y posteriormente extenderse a la frontera guate·
malteca. Al sur, también es necesario trepar en
empinada ascensión hasta la pintoresca Tres
Cumbres -antes Tres Marías- y bajar luego
al acogedor Valle de Cuernavaca, para seguir
hasta el imponente Acapulco, perla de incomparable
belleza en el Pacífico, que esta política de
comunicaciones abre a los visitantes q·ue antaño
163

huían del sitio, espantados por las dificultades y
molestias del viaje. Otra ruta conduce a Toluca,
Morelia y Guadalajara.
Junto con estos cambios económicos, mate·
riales y de estructura social, la vida misma va
cambiando en forma profunda. La influencia
cultural francesa, que había sido sello particu·
lar de la metrópoli -como de las demás ciuda·
des del país- va disminuyendo cada vez más.
Por cada viaje a París que se realice -jornada
obligada del aristócrata porfirista- habrá diez
a Nueva York, y muchas docenas a las ciudades
norteamericanas de la frontera.
La gente se olvidará de ordenar un "Chateaubriand",
o una Ilomelette aux champignons" en
los restoranes, muchos de los cuales se convertirán
en "loncherías" para servir IIhot dogs", "hot
cakes" o "pork chops". Y donde antaño se bebía
aromá¡ico cognac de rico bouquet, se ofrecerán
mezclas de agua, hielo y whisky, a los que llamaremos
"high balls". No queremos aquí comentar
lo que esto puede significar en el sentido social,
pero no podemos menos de lamentar el cambio
-y lamentarlo profundamente- en el terreno
gastronómico.
164

xv
LA AGONtA DE LOS LAGOS
Grande era la superficie de la Cuenca de México
originalmente cubierta por las aguas, dentro de
las montañas que marcan sus límites. Hacia el
norte, colindando casi con la serranía, comenzaba
la cadena de lagos con el de Zumpango, para terminar
cinco eslabones después, con el de Chalco.
Resul ta difícil calcular con precisión el área
de esos lagos, pues las variaciones eran muy
grandes de un año a otro según la cuantía de la
precipi tación pluvial en cada uno; y también variaba
considerablemente si se consideraba la estación
de las secas o la de las lluvias. En una
estimación hecha en 1861 por la Comisión del Valle,
se calculaba que la extensión mínima del
conjunto de los seis lagos era de 41711 hectáreas,
mientras que la máxima se elevaba a 53550.
Hoy tres de aquellos lagos primitivos -Xaltocan,
San Cristóbal y Chalco- han desapareci·
do por completo, y las tierras qúe cubrían se
dedican a cultivos agrícolas. Xochimilco ha quedado
reducido a una red de estrechos canales con
aguas lodosas, cuyo nivel ha descendido conside·
rablemente, hasta llegar a producir alarma por
el futuro de este sitio de tanta atracción turística.
y Zumpango y Texcoco, los dos únicos lagos que
aún conservan vestigios de tales, no son en la
actualidad ni sombra de lo que antaño fueron.
Para comprender mejor la magnitud de este
165

fenómeno de reducción lacustre, hay que hacer
notar que las dimensiones que se calculaban a
mediados de! siglo pasado -citadas en párrafo
anterior- eran ya muy inferiores a las que alcanzaron
los lagos en épocas prehispánicas.
Parecía can10 que las lagunas se hubieran encariñado
con la aguerrida población de pie! bron·
ceada que ocupaba sus orillas, y uno de cuyos
grupos más agresivos llegó a construir una ciudad
de maravilla en el seno mismo de las aguas.
y cuando, después de una epopeya cuyos ecos
trágicos resonaron en todos los ámbitos del Valle,
los aborígenes tuvieron que rendirse a los
hombres blancos venidos de más allá del océano,
las aguas que cubrían e! fondo de la cuenca,
tristes quizá por la suerte de los vencidos, o
inconformes con las nuevas normas de vida implantadas
por los vencedores, comenzaron a disminuir
sus caudales.
Antes que los españoles pensaran en iniciar
la ejecución de obras que permitieran la salida
de las aguas fuera del Valle -para poner la ciudad
a salvo de inundaciones- ya habían notado
que aquéllas, por quién sabe qué misteriosas razones,
y como en muda protesta por el dolor y
e! sufrimiento de la raza vencida, habían comenzado
a retirarse. Fray Toribio de Motolinia claramente
asienta que: "México en el tiempo de
Moctezuma, y cuando los españoles vinieron a
ella, estaba toda muy cercada de agua, y desde
el año de 1524 siempre ha ido menguando".
Por su parte el cosmógrafo Enrico Martinez,
166

que también detiene su atención en el raro fenómeno,
lo atribuye a los cambios introducidos
por los españoles en el manejo de la tierra. En
su Reportorio de los tiempos, publicado en 1606,
escribe que: "antes que los Españoles viniesen
a esta tierra, los naturales de ella no tenían callallos
ni ganados, tampoco se araua la tierra, y las
cuestas y laderas eran poco culti vadas: porque
los Indios, según dizen, labrauan sus sementeras
y milpas en tierra llana y junto a sus casas, con
lo cual el agua que ll ouía y las vertientes de la
sierra, como estaba la tierra dura y apretada,
descendían menos turbias que agora en estos
tiempos. Mas después que este Reyno está poblado
de Christianos, como la tierra se ara por muchas
partes y la huella de continuo el ganado y
los cauallos, es causa de estar mouida, y de
que los aguaseros que vienen a parar a los llanos
vengan embueltos con mucha lanla y tierra, la
cual se asienta en las partes más baxas, las cuales
con esto van creciendo y subiendo poco a
poco hasta que vienen a emparejar con las tierras
circunstantes ... "
En el siglo XI X el gran erudito don Joaquín
Garda Icazbalceta terció en el debate, mostrándose
contrario a la opinión de Enrico Martínez,
pues decía que ese mecanismo de azolve hubiera
hecho no que disminuyera la extensión de los
lagos, sino, por el contrario, que se ampliaran
hasta derramar sobre la ciudad. "Las causas de
la rápida disminución de éstos después de la conquista,
fueron sin duda varias, y algunas pura-
167

mente transitorias, pues de haber continuado
todas obrando con igual eficacia, ya no quedaría
de los lagos más que la memoria. De todos
modos, es notable que se fije el año de esa dismi·
nución, pues de ello se infiere que se verificó de
una manera repentina y no gradual."
Sería interesante aclarar debidamente las causas
de tan curioso fenómeno. Pero resulta difícil
hacerlo, pues pronto el hombre intervino en el
asunto y, en su deseo de poner a la ciudad a salvo
de inundaciones, emprendió la gigantesca tao
rea de abrir la salida artificial a las aguas, para
arrojarlas fuera de la Cuenca de México.
El espectro aterrador de las inundaciones era
ya viejo cuando llegaron los españoles; y los
aborígenes habían alcanzado algunos éxitos en
sus intentos para hacerle frente.
Prueba de ello esa maravilla de ingeniería
que fue el gran dique o albarradón, llamado de
Netzahualcóyotl, por haber sido el rey sabio y
poeta quien planeó su ejecución, cuando la grave
inundación de 1449 sepultó casi a Tenochtitlán.
obligando al monarca azteca Moctezuma Ilhuicamina
a pedir consejo y ayuda al rey de Texcoco,
cuyo talento se tenía en grande y merecida
estima.
Francisco de Garay, que por la intervención
que tuvo siglos después en las obras del desagüe
del Valle sabía de lo que hablaba, dice, refiriéndose
al albarradón famoso : "Esta obra admirable,
construida de piedra y barro y coronada de un
fuerte muro de mampostería, se hall aba defen·
168

dida por ambos lados, por una fuerte estacada
que rompía las olas y tenía una extensión de 16
kilómetros. Mediante ella el gran lago quedó dividido
en dos partes; la mayor al Oriente tomó el
nombre de lago de Texcoco, por hallarse esa ciudad
en su margen; la menor al Poniente se llamó
lago de México, por tener a la Capital envuelta
en sus aguas por todos lados."
Pero las medidas de los nahoas, aunque de
gran envergadura, habían sido puramente defensivas.
De haberse continuado en el mismo sentido,
respetando en lo posible las condiciones naturales,
quizá no hubieran llegado a producirse
muchos de los agudos problemas que hoy nos
aquejan.
Durante las primeras décadas de la dominación
española: los nuevos pobladores imitaron
las obras de los vencidos, cuya eficacia habían
podido comprobar. Así , cuando en 1555 se produjo
un nuevo desbordamiento de las aguas, las
medidas puestas en práctica consistieron en reparar
las antiguas obras indígenas de defensa, y
construir también el nuevo albarradón de San
Lázaro, que se extendía desde la calzada de Tepeaquilla
hasta la de Ixtapalapa.
A comienzos del siglo XVII, como el peligro
persistía, se aprobó el proyecto de Enrico Martínez,
para desviar el río de Cuautitlán por el
rumbo de Noch istongo, al norte de la Cuenca,
vertiendo sus aguas al río de Tula. La obra se
comenzó solemnemente el 30 de noviembre de
1607, en que el virrey don Luis de Velasco,
169

segundo de su nombre, empuñó la azada para dar
el simbólico primer golpe.
La historia de esta obra ciclópea estuvo llena
de incidentes de toda índole, y para Enrico Martínez
fue con frecuencia motivo de amargos sinsabores
y sufrimientos, en los años que transcurrieron
antes de su muerte, en 1632, cuando aun
se ocupaba de terminar y perfeccionar su tarea.
Parece ser, según relata Humboldt, que el
ilustre cosmógrafo había elaborado dos proyectos:
uno para desaguar los lagos de Texcoco,
Zumpango y San Cristóbal, y el otro para dar
salida unidamente a las aguas del segundo, habiendo
sido este último el aprobado.
En sus primeros tiempos, las obras de Enrico
Martínez sirvieron el doble propósito de desviar
las aguas del río de Cuautitlán, y dar salida a las
del lago de Zumpango. Pero con el tiempo se
azolvó el canal que li gaba a éste con el socavón,
y desde entonces únicamente sirve de cauce al
río de Cuautitlán.
El propio Humboldt habla con elogio de que
en sólo once meses, y trabajando en condiciones
adversas, Enrico Martínez lograra abrir salida
a las aguas. En mayo de 1608, efectivamente, el
virrey acompañado del arzobispo, y rodeado del
séquito de ambos, pudo ver por primera vez, a
las aguas que hasta entonces habían estado encerradas
en la Cuenca de México, emprender el
largo viaje que habría de terminar en el Pánuco.
Pero este paso inicial, muy importante sin
duda, sólo fue comienzo de toda una serie, cada
170

vez más ambiciosa, que no terminó sino hasta
1900, en que le tocó concluir la al ingeniero Luis
Espinosa. El 17 de marzo de dicho año, en compañía
de los miembros de su Gabinete, de los
integrantes del Cuerpo Diplomático y otras personalidades,
el Presidente Porfirio Díaz inauguraba
solemnemente, en el desemboque del túnel
de Tequixquiac, el último eslabón de esa serie de
obras, que si por una parte libraron a la ciudad
de México de inundaciones y mejoraron su higiene
al permitir la salida de las aguas negras, marcaron
también el trágico final de la lenta agonía
centenaria de los lagos del Valle.
Ya el sabio Antonio Alzate, padre venerado
de las ciencias naturales mexicanas, desde 1767,
en un escrito presentado al Cabildo, señalaba lo
inconveniente que resultaría la desecación total
de los lagos, diciendo : "El desagüe que intento de
estas lagunas, no debe ser completo, sino únicamente
de aquellas aguas que exceden la cantidad
de los años regulares; pues de lo contrario, se
seguirán graves daños a este Público; lo primero,
el costo de fletes en los materiales y bastimentos
que entran por agua: lo segundo, la pesca y carga,
de que se mantienen muchos Pobres y no
Pobres, y en cuyo exercicio se entretiene mucha
gente. Tercero, porque la Admósphera se templa
con los vapores, que el viento, o el sol extraen
de las Lagunas; pues aunque muchos aseguran
que de el desagüe total de estas Lagunas, se seguiría
mucho beneficio a esta Ciudad, así en el
terreno que podía beneficiarse que ocupan a estas
171

Lagunas; como porque el temperamento no fuera
tan enfermiso. A esto lo que se responde es: que
poco terreno podía beneficiarse por ser el fondo
de la Laguna de Tescuco salobre, quando se vee
el que las aguas que entran en ella dulces, se
buelben saladaz, lo que depende sin duda de la
mucha sal, en lo que se advierte, la gran providencia
Divina de aver dispuesto que esta Laguna,
que no tiene corriente como las otras, sea
salada para su conservación; pues de lo contrario
se corrompiera por falta de movimiento, y
fuera inhabitable este País ... "
Eso escribía Alzate hace dos siglos, y apenas
en los últimos lustros parece que principiamos a
darnos cuenta de los graves problemas que se han
derivado de la desecación de los lagos ... y tratamos
de aplicar remedios enfocados a que la
Cuenca de México no siga perdiendo el agua que
sobre ella vierten las lluvias.
172

XVI
UNA METRÚPOLI QUE SE HUNDE
Uno de los problemas máximos a que la ciudad
de México, y otras vecinas en el Valle han debido
hacer frente a lo largo de su historia, es el de las
inundaciones.
Algunas de éstas, en épocas pretéritas, amenazaron
con la existencia misma de la población,
e hicieron pensar en la conveniencia de trasladarla
a otro sitio_
No ha habido en los últimos años ninguna
de la magnitud de las que ocurrieron en siglos
pasados; pero en cada temporada de lluvias se
presentan casi sin excepción inundaciones parciales,
que no por su relativa insignificancia dejan
de ser molestas, y de ocasionar pérdidas económicas
considerables.
Todavía recordamos las que se produjeron
en la temporada lluviosa de 1952, cuando por
semanas en teras las aguas anegaron las calles
más céntricas, obligando a las grandes empresas
establecidas en la zona a pensar en la conveniencia
del traslado a lugares menos expuestos; lo
Que de inmediato provocó verdadero pavor en
el mercado de bienes raíces.
Cuando se produjeron esas inundaciones, aunque
no llegaron a adquirir caracteres de verdadero
peligro, había motivos sobrados para sentir
honda alarma. La ciudad de México, que a comienzos
del siglo tenía una elevación mínima de
173

8.00 m., frente a una maXlma de 6.80 m. en el
lago de Texcoco, había descendido a un nivel
mínimo de sólo 2.00 m., mientras Texcoco mantenía
una elevación máxima de 6.00 m.
De esta manera, el papel del lago como vaso
regulador quedaba prácticamente anulado. La
ciudad tenía que confiar su salvación a la centenaria
desviación del río de Cuautitlán por el
Tajo de Nochistongo y, más que nada, a la eficacia
del viejo túnel de Tequixquiac para dar
salida a las aguas que le lleva el Gran Canal del
Desagüe.
Pero esa magna obra de ingeniería, terminada
en 1900 -y desde entonces en servicio ininterrumpido
y benemérito- había comenzado a
presentar amenazas de derrumbe desde 1930.
Ello obligó a pensar en la perforación de un segundo
túnel, paralelo al anterior, que se principió
a construir en 1937, y se inauguró con las vocingleras
ceremonias de costumbre en 1946.
La noticia de la inauguración permitió respirar
a los capitalinos, que habían venido considerando
con pavor lo que podría suceder a la
ciudad si el viejo túnel sufría alguna obstrucción
a causa de derrumbes, que hubiera significado
una inundación de caracteres pavorosos, puesto
que hubiesen sido las aguas negras mismas
las que invadieran calles y casas de la capital.
Poco duró, sin embargo, el optimista paréntesis.
Apenas seis meses después de inaugurado
el nuevo túnel, comenzaron a producirse derrumbes
en su interior, que obligaron a clau-
174

surarlo apresuradamente, poniendo nuevamente
al servicio el viejo porfiriano, al que no se había
hecho reparación alguna.
Volvió, pues, el sentimiento de inseguridad
a ensombrecer a la población, haciéndola esperar
con angustia la llegada de la temporada lluviosa.
El viejo túnel funcionaba heroicamente y servía
a la ciudad, pero lo hacía en condiciones de
máxima inseguridad y sin que se pudiera saber
lo que el día de mañana tenía reservado. Y el
nuevo, el inaugurado medio año atrás con bombo
y platillos, permanecía cerrado sin que se hicie·
ran en él las reparaciones indispensables que im·
portaban trece millones de pesos, para ponerlo
nuevamente en servicio.
Afortunadamente -a este respecto cuando
menos- atravesamos por entonces un largo período
de años de tremenda sequía. Sólo escurrían
a las tierras bajas de la Cuenca cantidades
mínimas de agua, y los sistemas de desagüe no
tenían que hacer frente a problemas de mayor
importancia.
La situación, sin embargo, no podía continuar
en esa forma, y todos sentimos alivio cuando en
1953 tanto el Departamento del Distrito Federal
como la Secretaría de Recursos Hidráulicos, decidieron
enfrentarse al problema, con el estudio y
planeación de medidas de gran envergadura y de
resultados para el futuro, así como con la ejecución
inmediata de obras de emergencia, que
impidieran la producción de una catástrofe al
parecer inminente en cualquier momento.
175

Gracias a ello, en la actualidad el pavoroso
problema de una inundación de grandes propor·
ciones --especialmente con aguas negras- pa·
rece haberse alejado considerablemente y no en·
sombrece ya el horizonte inmediato.
Los desniveles del sistema de atarjeas, oca·
sionados por el hundimiento general de la ciu·
dad, y que impedían el curso de las aguas negras
provocando peligrosos bolsones de estancamien·
to, han sido vencidos con la instalación de plantas
de bombeo en sitios estratégicos de la ciudad; y
el sistema de colectores, limpiado cuidadosamen·
te de azolves de años, funciona a m áxima capa·
cidad, que ya en ocasiones es insuficiente para
la magni tud de la población que tiene que servir.
Otras plantas de bombeo elevan también las
aguas negras y corrigen la diferencia de nivel
que el hundimiento ha originado en el Gran Ca·
nal y el túnel de Tequixquiac.
Además, se han hecho obras de gran alcance,
cuyos resul tados benéficos estamos disfrutando,
y que el ingeniero Eduardo Chávez resumió en
un documentado artículo aparecido en marzo de
1956. Señalaba particularmente, como una de las
cosas nlás importantes, la terminación ---esta vez
sí de veras- del segundo túnel de Tequixquiac,
y su inmediata puesta en operación; el refuerzo
de los bordos del lago de Texcoco que permite
usarlo como vaso regulador a su máxima capa·
cidad, y la regularización parcial, pero eficiente,
de la Desviación Combinada, que evita el peligro
latente representado por el río de los Remedios.
176

La atingencia de esas medidas -ya lo dijimos-
ha resultado evidente, y es motivo de plácemes;
pero para que el problema de las inundaciones
quede total y definitivamente resuelto, se
necesitan muchas otras obras costosas que el ingeniero
Chávez, Secretario de Recursos Hidráuiicos,
señala en el mismo artículo del que tomamos
los datos anteriores.
Con objeto de que estos graves problemas que
aquejan a la Cuenca puedan ser enfocados en
toda su magnitud, ha sido creada, y viene funcionando
desde junio de 1951 , la Comisión Hidrológica
del Valle de México, con representantes
de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, el Departamento
del Distrito Federal, los Gobiernos
de los Estados de México e Hidalgo, la Secretaría
de Bienes Nacionales, y los organismos colegiados
que agrupan a ingenieros y arquitectos.
La Comisión representa un paso de gran significación,
puesto que plantea la necesidad de
enfocar en forma amplia y coordinada un problema
que, como el de la hidrología del Valle de
México, con todas sus múltiples implicaciones,
alcanza una magnitud que lo coloca fuera del
campo de acción de una sola dependencia.
Dicha Comisión, desde su fundación hasta
la fecha, está integrada por muy distinguidos
profesionistas. Sin embargo, es de hacerse notar
que todos ellos han sido siempre ingenieros,
lo que parece indicar que el problema se enfoca
exclusivamen te desde el ángulo de la ingeniería
que, aunque indudablemente de capital impor-
177

tancia en este asunto, no es, sin embargo, el
único; y posiblemente, nos atreveríamos a decir,
tampoco el más fundamental.
El problema es básicamente ecológico. Es un
desajuste entre el hombre -y sus obras- con el
ambiente en que uno y otras existen. Un des·
ajuste que comienza con la tala de bosques en
las montañas que rodean a la Cuenca, y que sigue
acentuándose con la irracional agricultura que
se practica en las pendientes, o con el sobrepastoreo
que acaba toda la vegetación existente en
las laderas. Es ahí donde principian a producirse
los desajustes y alteraciones, que el hombre
ha empeorado posteriormente en sus intentos
para dar salida del Valle al agua que naturalmente
cubría gran parte de su extensión, y que
ha agudizado fuera de todas proporciones con el
desmesurado incremento de la población.
Por eso causa justificada extrañeza que en
una Comisión básica para el futuro de un área
tan importan te como es la de la Cuenca de
México, donde se asienta la capital de la República
y residen más del 10 % de los mexicanos,
no se haya incorporado el sector ecológico, único
capaz de señalar e! verdadero origen de los problemas
por el desajuste de! hombre con el medio,
y único capaz también de proponer las
medidas adecuadas para restablecer los equilibrios
naturales.
Junto al problema de las inundaciones, y estrechamente
ligado con él. se encuentra el del
hundimiento progresivo de la ciudad de México,
178

que de continuar con el ritmo que ha alcanzado,
nos conducirá en corto plazo a alcanzar lugar
único en el mundo, de gran atracción turística,
pero muy sombrío como porvenir para los habitantes:
ser la única metrópoli subterránea del
globo.
Para darnos cuenta de lo pavoroso de este
problema, baste citar el ejemplo de lo sucedido
con el edificio de la Secretaría de Recursos Hidráulicos
-en el que se han hecho continuas y
cuidadosas mediciones- y que sólo en los cinco
años comprendidos de 1948 a 1952 acusó un
desigual hundimiento, de prácticamente un me·
tro en algunos sitios.
Claro está que ambos problemas, el de las
inundaciones y el del hundimiento, están íntimamente
ligados. Para librar a la ciudad de
México del peligro de las primeras, se procuró
arrojar fuera del Valle las aguas capaces de constituir
una amenaza a este respecto.
Primero fueron sólo las aguas fluviales las
que encontraron salida, al desviar el río de Cuautitlán
por el artificial Tajo de Nochistongo. Y
así comenzó, desde mediados del siglo XVII, a producirse
el desequilibrio hidrológico.
Pero más grave aun para la capital, fue la
terminación del Gran Canal del Desagüe en 1900,
que redujo considerablemente y en forma permanente
la extensión del área cubierta por las
aguas, y acentuó de manera marcada la desecación
del subsuelo. En la actualidad, el túnel de
Tequixquiac sirve para dar salida anualmente a
179

una enorme cantidad de agua, que pierde definitivamente
la Cuenca, y que en 1954 se calculó
en más de 380 millones de metros cúbicos.
y para acabar de acentuar los negros perfiles
del problema, hay que recordar -como en otro
sitio se dirá-. que México es una ciudad sedienta.
Para apagar su sed tradicional, no le bastan
las aguas que brotan de sus manantiales; ni ha
logrado satisfacer su déficit con las que recientemente
introdujo de fuera de la Cuenca, a través
de extensos túneles que atravesaron su cinturón
de montañas. O con la más recientemente
captada en la zona de Chiconautla.
Para atender a sus más urgentes necesidades,
ha tenido siempre que extraer el agua que se
encuentra en el subsuelo, perforando pozos que
en la actualidad le rinden unos nueve metros
cúbicos por segundo, o sea, alrededor del 50 %
del consumo total. Esta agua, una vez utilizada
con fines domésticos, industriales o municipales
va a las atarjeas, de éstas al Gran Canal, luego
al túnel de Tequixquiac, para vaciarse finalmente
en el río Tula, fuera de la Cuenca, perdién·
dose definitivamente en el ciclo hidrológico de
ésta.
Uno de los más angustiosos problemas urbanos
es el tremendo hundimiento de la ciudad, y
su causa -todos los expertos están de acuerdo-
es fundamentalmente el enjutamiento del
jaboncillo del subsuelo, debido a la pérdida de
agua que experimenta por el continuo bombeo
de los pozos.
180

Es cierto que el ingenio de nuestros construc·
tares ha logrado vencer de diversas maneras el
inconveniente -al parecer insuperable- que este
continuo enjutamiento del subsuelo opone a la
edificación. Se han ensayado con éxito los más
elaborados sistemas de cimentación; y gracias a
ellos pueden levantarse y mantenerse en pie ca·
losales edificios.
Pero eso no es sino un procedimiento de emergencia,
que prueba que la inteligencia humana es
capaz de salvar, para el logro de sus propósitos,
muchos de los obstáculos que pueden alzarse en
su camino.
El remedio radical sería suspender drástica·
mente el bombeo de aguas del subsuelo. Pero
entonces, si bien cesaríamos de hundirnos, en
cambio nos moriríamos de sed.
Es, pues, preciso recurrir a otros arbitrios, de
los que más adelante nos ocuparemos.
También en los meses airosos que preceden
a la iniciación de las lluvias, la ciudad se envuel·
ve -y prácticamente se asfixia- en nubes de
polvo que, especialmente en las tardes, acarrean
las tremendas tolvaneras, originadas en los secos
terrenos salitrosos que dejaron al descubierto los
lagos de Texcoco y Chalco.
El peligro potencial de inundaciones, el huno
dimiento de la ciudad, las tolvaneras que anual·
mente la asfixian, son tres graves problemas con
un origen ecológico común, y figuran en primera
línea de nuestras preocupaciones. Por eso hemos
dedicado capítulo especial a considerarlos.
181
!I
I

Otros problemas. como el de la provisión de
agua potable y el de la angustiosa falta de espacios
verdes. se tratan separadamente. porque su
importancia justifica tal singularización.
182

XVII
EL VALLE HOY EN D1A
La mayor parte de la superficie del Valle de
México corresponde al Estado de ese nombre;
pero su población (Censo de 1950) dentro de la
Cuenca significa únicamente el 11.6 % del total
de la misma. El extremo norte pertenece al Estado
de Hidalgo, y aunque en él se encuentra
situada la ciudad de Pachuca -capital de la
entidad y segunda en importancia dentro del
Valle- la proporción de habitantes que le corresponde
es únicamente del 2.5 %. Hacia el este se
introduce a la Cuenca una pequeña porción del
Estado de Tlaxcala, Municipio de Calpulalpam,
cuya población apenas significa un 0.3 %.
El Distrito Federal, enclavado en la parte suroeste
del Valle, aunque sólo tiene una extensión
de 1483 km 2 , alberga una población - según
el Censo de 1950- de 3049 372 almas, o sea el
85.6 % de la total del Valle. Su densidad de población,
2057 habitantes por kilómetro cuadrado,
es la más alta en toda la República. Como
la estimación para 1957 la coloca cerca de los
4.5 millones, tal cosa significa un aumento prácticamente
de 1 500000 habitantes; la densidad,
pues, por kilómetro cuadrado se elevaría actualmente
a más de 3000 almas.
Si consideramos la totalidad de la Cuenca,
con una población de 3559814 habitantes, asentada
en una superficie de 8000 km', tenemos
183

una densidad de 445 almas por kilómetro cuadrado,
que es la más alta en todo el país, ya
que, fuera del Valle de México, la entidad política
con densidad mayor de población es el Estado
de Tlaxcala, que registra 71 habitantes por kilómetro
cuadrado (Censo de 1950).
y la población del Valle, cosa que agrava notablemente
sus problemas, muestra tremenda tendencia
al crecimiento. En el Censo de 1940 sólo
se registraron dentro de sus límites 2190063
habitantes, frente a los cuales los 3559814 del
Censo de 1950 acusan el exagerado crecimiento
de 62 % en una sola década. No es, pues, aventurado
pensar que en un futuro próximo la población
de la Cuenca de México alcance límites
realmente alarmantes, pues las estimaciones demográficas
hechas desde el Censo de 1950 muestran
que el mencionado crecimiento continúa
con ritmo acelerado.
Desglosando ese crecimiento general de la población
del Valle en el período 1940-1950, se puede
ver que el incremento en el Distrito Federal
fue del 72 %, en el Es tado de México del 30 %
y en el de Hidalgo de sólo el 2.5 Mientras que
en el Municipio de Calpulalpam, perteneciente
al Estado de Tlaxcala, se anotó -cosa rarauna
disminución del 14 %.
Es evidente que los recursos naturales renovables
del Valle no pueden atender a las necesidades
de su enorme población actual, y mucho
menos podrán satisfacer las de su población futura,
que según cálculos hechos al respecto reba-
184

sará los 10000000 de habitantes para 1980, si no
se regula con una eficaz política demográfica.
Si consideramos que de la extensión total
de la Cuenca -8 000 km'- sólo 5 000 se clasifican
como terrenos planos --es decir, los únicos
teóricamente adecuados para la agricultura-,
resulta que cada habitante dispone para satisfacer
sus necesidades de 0.14 hectáreas, lo que es
ridículamente insuficiente. Y esto sin descontar
de esos 5 000 000 de hectáreas niveladas la gran
superficie ocupada por poblaciones, centros fabriles,
aeropuertos, carreteras, ferrocarriles, etc.
Inclusive si nos desentendiéramos de esa merma
que es, ciertamente, importante, y además
comprendiéramos en nuestra estimación todo el
territorio de la Cuenca, incluyendo las zonas
montañosas -es decir, la totalidad encerrada
dentro de la cadena de sierras que le sirve de
límite, o sean 8000 km'-, esto sólo elevaría a
0.22 hectáreas la superficie disponible por habitante
para la satisfacción de sus necesidades.
Pero, para comprender mejor la gravedad de
la situación, hay que señalar -además de la
falta ele superficie- los demás obstáculos que limitan
las posibilidades productivas de la Cuenca.
En primer lugar, la agricultura que se practica
es en su mayor parte . de temporal, con
resultados muy aleatorios según se presentan las
lluvias cada año y, frecuentemente, con rendimientos
en extremo mezquinos.
La falta de corrientes fluviales permanentes
impide el riego de las tierras. Sólo puede reali-
185

zarse éste merced a la ejecución de obras de
captación y almacenamiento más o menos costosas,
que detengan el agua que desciende de las
sierras en la época de lluvias; o bien obteniendo
la del subsuelo por medio de operaciones de
bombeo, que no en todos los sitios encuentran
mantos o depósitos convenientes a profundidades
que permitan económicamente su aprovechamiento.
Por eso aunque una y otra cosa -pequeñas
presas y bombeo de aguas subterráneas- se
practican en muchos sitios de la zona, sólo se hace
en pequeña escala.
Si nos detenemos a considerar las grandes
demandas de agua que actualmente existen para
usos domésticos e industriales -a los que resulta
insuficiente ya el agua potencialmente disponible
en la Cuenca-, veremos que las posibilidades
futuras de una próspera agricultura de riego den·
tro de sus límites son muy escasas. Inclusive
si se llegaran a realizar algunos de los magnos
proyectos formulados para introducir agua al
Valle tomándola de más allá de sus límites -y
de los cuales ya funciona el del Lerma-, el costo
del líquido, aceptable para usos domésticos e in·
dustria1es, resulta muy elevado para su empleo
en la agricultura.
Posib1emen te la única esperanza al respecto
radica en el aprovechamiento de las aguas negras
que hoy pierde prácticamente la Cuenca. Por eso
es conveniente considerar lo recientenlente realizado,
cuando al privar a dos zonas al norte del
186

Distrito Federal -con superficie total de 9000
hectáreas- del agua que obtenían por bombeo
para usos agrícolas y que hoy se destina al abastecimiento
doméstico, se instalaron bombas en
sitios estratégicos del Gran Canal en una bien
planeada operación de "retorno", que les permite
utilizar las aguas negras con fines de riego.
Todavía el cuadro se hace más sombrío cuando
recordamos que el Valle de México, que por
razones climáticas y edáficas diversas no es naturalmente
una región de gran potencialidad agrícola,
ha sufrido tremendamente por la intervención
humana.
Los bosques que cubrían sus montañas, y que
pudieran haber sostenido una aceptable industria
maderera, resinera o de producción de pulpa si
se hubiesen manejado con adecuadas técnicas silvícolas,
han mermado tremendamente, tanto por
efectos de una explotación anárquica, destructiva
o incontrolada, como por el pastoreo que impide
el crecimiento de los renuevos, o el fuego que
anualmente destruye extensiones enormes de terrenos
arbolados. Las plagas también han causado
estragos considerables, uno de cuyos más recientes
y dramáticos ejemplos fue la destrucción
de los extensos pinares que estaban en las inmediaciones
de Amecameca, víctimas de ataques
mortíferos de coleópteros descortezadores. Misma
plaga que en la actualidad amenaza muchos
de los árboles en el Bosque de Chapultepec.
Por otra parte, los suelos están tremendamente
empobrecidos, y en algunas regiones se han
187

destruido casi por completo. La falta de abonos
adecuados hizo que su cultivo, intensificado fuer·
temente después de la Conquista por las grandes
haciendas que existieron dentro del Valle -al·
gunas de cuyas señoriales mansiones están hoy
en los límites urbanos-, los agotara progresiva·
mente, hasta acabar con su fertilidad.
Los cultivos en las laderas de los cerros, a
veces increíblemente inclinadas, que vemos realizarse
por doquier sin ninguna práctica científica
de conservación, los han hecho víctimas de tremenda
erosión hídrica. Cada año, cuando se producen
esos violentos aguaceros que todos conocemos,
descienden de las montañas torrentes de
lodo, que no es otra cosa sino el suelo productivo
barrido por la fuerza de las aguas. Por kilómetros
enteros los cerros no muestran hoy sino
tepetate, desnudo y estéril, y los tatuajes trágicos
de las laderas que marcan el sitio donde se cultivaron
milpas, que nunca debieron haberse plantado
ahí.
En las zonas planas las labores de preparación
agrícola, que remueven el suelo seco y frágil antes
de la llegada de las lluvias en los meses de vientos
más fuertes -pues sólo así hay esperanzas
de aprovechar el agua en los cultivos de temporal-,
lo dejan expuesto a la erosión por el aire
que, sin cortinas de árboles que puedan detener
su marcha destructora, causa las terribles tolva·
neras anuales que abruman a los capitalinos y
empobrecen cada vez más las tierras ... que posiblemente
nunca fueron muy ricas.
188

El Valle de México es, pues, incapaz de ali·
mentar por sí mismo a su población actual, y
cada vez estará en condiciones más desfavorables
para hacerlo en el futuro. Aunque podrían obte·
nerse algunos aumentos parciales como resultado
de una buena planificación para la utilización de
sus tierras y la introducción de sistemas cientí·
ficos en los cultivos agrícolas. En consecuencia,
sus habitantes deben buscar el sustento en los
productos de otras tierras, a veces muy lejanas.
Por eso el capítulo de las comunicaciones
es de tanta importancia. Sólo con eficientes fe·
rrocarriles y buenas carreteras podrán obtener
-yendo a traerlos de donde se encuentren- los
alimentos necesarios, así como las materias pri·
mas para mantener en marcha sus industrias.
y sólo también gracias a esa red de caminos
podrá enviar a los mercados consumidores los
artículos manufacturados que produce, y que le
dan los recursos económicos para proveerse de
cuanto necesita.
Afortunadamente, el sistema de comunicaciones
-cuando menos en lo que atañe a la capital
de la República- es bastante aceptable.
El porfirismo dejó una buena red ferrocarri·
lera, que posteriormente se ha modernizado en
muchos aspectos. Y la Revolución construyó un
conjunto de excelentes carreteras, cuya extensión
aumenta día a día, al mismo tiempo que se perfeccionan
trazos y mejoran pavimentos de las
existentes.
Dos vías férreas -de las más antiguas del
189

país- ligan al Valle con el puerto de Veracruz;
y desde éste es posible continuar hasta Tapachula
en la frontera guatemalteca; conectar con el Ferrocarril
de Tehuantepec que liga ambos océanos,
de Puerto México a Salina Cruz; o llegar hasta la
lejana y hasta hace poco incomunicada Península
de Yucatán. También hay ramales que llevan a
Tlaxcala, Puebla, Oaxaca o puntos vecinos.
La comunicación directa hasta el Pacífico por
ferrocarril no ha llegado a realizarse aún. El viejo
intento de una vía férrea para unir la ciudad
de México con el Puerto de Acapulco detuvo su
marcha hace muchos años en Balsas, y no creemos
llegue jamás a terminarse. Pero yendo a
Guadalajara, y conectando ahí con el Ferrocarril
del Pacífico (antes Sudpacífico), es posible llegar
a diversos puertos de occidente y a la Baja California.
Las líneas de los antiguos ferrocarriles Central
y Nacional comuni can con la frontera de los
Estados Unidos, y son todavía en la actualidad
arterias de gran importancia en el movimiento
internacional de carga y pasaje.
y naturalmente todas estas vías férreas ligan
también a las poblaciones importantes que se en·
cuentran en su recorrido.
En cuanto a las carreteras, las principales que
salen del Valle llevan -directamente o conectando
con otras transversales o secundarias- a los
más alejados rincones de la República, y ligan
también con numerosos caminos vecinales.
Por el norte es posible seguir hasta Nuevo
190

Laredo o Ciudad Juárez, pasando por ciudades
de importancia en el recorrido, y con posibilidad
de desviarse a otras muchas_ O bien, iniciando
el viaje por la misma ruta se llega al centro
minero de Pachuca, y desde ahí se continúa
hasta Tuxpan, en la costa del Golfo. Muy pronto
la nueva autopista de México a Saltillo, pasando
por Querétaro y San Luis, será otra de las excelentes
vías de acceso a Nuevo Laredo o Piedras
Negras.
Al oriente, la carretera que sale de la Cuenca
por Río Frío -y conduce a Veracruz por dos
rutas diferentes- sirve para llegar a Puebla y a
Oaxaca, o seguir h asta la frontera con Guatemala,
con desviaciones a muchos otros sitios .
Yendo hacia el occidente, después de cruzar
Lerma y a travesar Toluca, podemos seguir a Morelia
o Guadalajara y de ahí, si lo deseamos,
continuar paralelamente a la costa del Pacífico
hasta la frontera con los Estados Unidos. O dirigirnos
a ciudades tan importantes como Querétaro,
Guanajuato y San Luis Potosí.
Por el sur, el puerto de salida cruza la Sierra
del Ajusco para caer a Cuernavaca, y seguir a
Iguala, Chilpancingo y Acapulco, o desviarse a Jojutla,
Cuautla u otras ciudades.
Vemos pues que, afortunadamente, no existen
obstáculos que impidan que llegue a México el
maíz o el trigo del Bajío, el tomate de Tamaulipas,
el azúcar de Zacatepec o El Mante, el algodón
de la Laguna, el garbanzo de Sonora, el ganado de
la Huasteca, los deliciosos frutos de las zonas
191

tropicales, o los nutritivos peces y mariscos de
ambas costas.
En el interior del Valle la ciudad de México
es el gigante que empequeñece todo lo que lo
rodea. Pero hay también otras tradicionalmente
importantes como Pachuca, la segunda en pobla·
ción con recia tradición minera; Texcoco, cuya
importancia prehispánica corrió parejas con la
de Tenochtitlán; Chalco, de gran prosperidad económica
cuando tenía a sus pies una laguna por
donde enviar a México los productos de sus haciendas
y que hoy comienza a crecer de nuevo;
Zumpango, cuya vida y prosperidad estuvo también
ligada a su laguna; Amecameca, de fama en
los tiempos de la arriería; o Cuautitlán, cuyo
nombre brillaba ya antes de la Conquista.
Muchas de estas poblaciones -quizá la mayor
parte- decayeron notablemente durante el siglo
pasado por causas muy diversas.
Unas, porque las alteraciones del medio -desecación
de los lagos por ejemplo- resultaron
fatales a su economía. Otras, porque las nuevas
vías de comunicación, atravesando por sitios distintos,
las dejaron aisladas. Y otras más, simplemente,
porque el crecimiento desmesurado de
la ciudad de México las arrojó a obscuros planos.
Pero, por un fenómeno dialéctico, el movimiento
de concentración que originó el desmesurado
crecimiento de la ciudad de México, creó las causas
para una dispersión futura, que empezamos
a presenciar, y que ha tenido dos manifestaciones.
192

Al Irellte la belleza I/ oy restaurada de la Alameda , la
majestuosa mofe del Palacio de B ellas Artes y la audacia
del moderno rascacielos. Al IO/ldo el polvo de las tal·
wlI1eras que obscurece el horiZOllfe e irrita fas pulmones.
Fotografía de Compañía Mexicana Aeroroto, S. A.

Por una parte, el crecimiento de colonias residenciales
que se extienden por las partes planas,
y que han llegado inclusive a invadir el Pedregal
de San Angel que se consideró por mucho tiempo
inadecuado para morada del hombre; o bien trepan
en los lome ríos de Chapultepec o Tecamachaleo.
También ha surgido el cinturón de colonias
proletarias -de nombres heroicos, patrióticos
o pin torescos- que n acen y crecen en las condiciones
más absurdas, con aglomeración de chozas
construidas con desechos, y sin contar con servicios
de ninguna clase. Algunas de estas colonias
-trágicas manifestaciones de la miseria ambiente-
han llegado a establecerse en porciones del
vaso de Texcoco, o en los cauces de nuestros ríos
de avenidas, en condiciones que ponen en peligro
no sólo las habitaciones sino la vida misma
de los colonos. Es uno de los problemas más
urgentes que hay que solucionar en el futuro de
la ciudad de México.
Recientemente hemos sido testigos de encomiables
esfuerzos de las autoridades para dotar
a dichas colonias de los servicios más indispensables
- agua, drenaje, luz, pavimentos- de
que venían careciendo. Pero en realidad el problema
que representan es demasiado complejo
para resolverlo con paliativos. Una proporción
apreciable de sus habitantes carece de medios
adecuados de subsistencia -productos patológicos
del desmesurado crecimiento capitalino-,
no pueden contribuir al sostenimiento de esos
servicios y, en consecuencia, gravitan sobre e1
193

esto de la población. La solución total del problema
tiene alcances mayores que la simple urbanización
de esas zonas de permanen te miseria.
Por lo que hace a las "colonias" que como
hongos de pobreza han brotado en el lecho del
antiguo lago de Texcoco, y que según declaraciones
del ingeniero Eduardo Chávez en octubre de
1957 albergan más de 30000 habitantes, serán
desalojadas de dicho sitio y parte de las tierras
que ocupan -previas obras de banificación que
están ya muy avanzadas- dedicadas a la utilización
agrícola; sus productos seguramente encontrarán
fácil mercado en la ciudad de México.
Por otra parte, hemos sido testigos también
del movimiento progresivo de los núcleos fabriles,
establos, etc., del centro hacia la periferia de
la ciudad, bien sea por disposiciones municipales
o sanitarias que obligan a esos desplazamientos
en beneficio de las habitaciones circunvecinas,
o simplemente porque el terreno donde primitivamente
estuvieron ubicadas resulta ya insuficiente
para contenerlas, o porque debido al alza
en el valor de la propiedad raíz es una lucrativa
operación venderlo, para adquirir otro más lejos
del corazón citadino.
Este éxodo ha continuado; adquiriendo nuevas
e interesantes manifestaciones, que van a
significar mucho en el futuro de la Cuenca. Dependencias
oficiales como la Secretaría de Comunicaciones,
la del Trabajo o la de la Defensa,
abandonaron la ubicación tradicional del "primer
cuadro" para irse a sitios que un capitalino de
194

comienzos del siglo consideraba prácticamente
extramuros. Y también lugares alejados del "cen·
tro" -recuerdo de la vieja "Traza" de los con·
quistadores- como la Avenida Insurgentes y
otras, ven aparecer en sus aceras grandes y lujosos
establecimientos comerciales, y adquieren
una importancia cada día mayor en la vida citadina,
ante las dificultades de tránsito en las
estrechas y congestionadas calles del corazón de
la ciudad.
Sin embargo, quizá lo más importante y prometedor
de ese movimiento ha sido el desplazamiento
de muchas actividades fabriles no hacia
la periferia de la ciudad, sino radicalmente fuera
del Distrito Federal. Algunos, como por ejemplo
la fábrica de sosa en el lago de Texcoco, tiene la
clara explicación de estar situada junto a su fuente
de abastecimiento de materias primas.
Pero otros simplemente abandonan la ciudad
de México - y aun el Distrito Federal- en busca
de mayores facilidades de operación y en previsión
de ampliaciones futuras, iniciando así un
descongestionamiento en el que podemos fincar
grandes esperanzas, como auxiliar en la mejor
planeación de la Cuenca de México y distribución
más equitativa de sus habitantes.
En el lapso que transcurre entre los censos
de 1940 y 1950, diversas poblaciones pertenecientes
al Estado de México - situadas dentro del
Valle- ven aumentar su población en proporciones
y con una velocidad increíbles, debido al
establecimiento de importantes centros fabriles.
195

Algunos emigrados de la ciudad de México, y
otros creados desde un principio en estas localidades,
elegidas como más convenientes. Tultepec
aumentó de 3638 a 5 100 habitantes; Cuautitlán,
de lO 701 a 13 633; Ixtapaluca, de 7765 a 10 784 ;
Chalco, de 17992 a 22056; Y así muchos otros.
Pero el fenómeno más espectacular e impre·
sionante en este surgimiento de nuevos centros
fabriles lo observamos en Tlanepantla, que en
sólo esos diez años aumentó su población de
14626 a 29005, es decir, un 99 %; y más aún
en San Bartola Naucalpan, donde el incremento
alcanzó un 116 %, pues va de 13 845 habitantes
en 1940 a nada menos que 29 876 en 1950. Y en
ambos casos hay claros signos de que este creci·
miento continúa en pleno vigor.
El Valle de México, hoy en día, está sobrepoblado.
Y dentro de él la sobrepoblación alcanza
los más altos niveles en el Distrito Federal. Posiblemente
se ha llegado ya a una saturación, cuyos
efectos indeseables se pretende remediar en parte
logrando una mejor distribución de pobladores
y centros de producción, con la creación de nuevas
zonas fabriles en otros si tia s de la Cuenca,
como indicamos en párrafo anterior.
El remedio futuro -definitivo- sólo podría
venir de un crecimiento más armónico del resto
del país, que descongestionase el área encerrada
por las montañas que forman el Valle de México;
que aunque sólo ocupa el 0.4 % de la superficie
de la República, alberga más e1el 10 % ele sus
habitantes.
196

XVIII
LA CIUDAD SEDIENTA
La sed es una de las sensaciones más atormentadoras.
Y las ciudades la pueden padecer al
igual que los individuos.
México ha sido una ciudad que siempre ha
enfrentado dificultades para su aprovisionamiento
de agua.
Los aztecas tuvieron que construir acueductos
para traerla desde Chapultepec, lo que para
la época en que se hicieron y los medios técnicos
de que se disponía, constituyó empresa de gran
envergadura.
Durante el asedio de la ciudad por las huestes
de Cortés, una de las medidas más eficaces
que se tomaron para reducir a sus defensores fue
cortarles la provisión de agua potable. Los sitiados
sufrieron tremendamente con ello, pero continuaron
su indomable defensa hasta que ya no
fue posible resistir más.
Realizada la Conquista, al reconstruir la ciudad
hubo que reparar los acueductos primitivos
y, posteriormente, construir otros que trajeran
agua de nuevas fuentes, especialmente Santa Fe
y el Desierto de los Leones. No vale la pena detenerse
a comentar la si [uación, en lo que al abasto
de agua se refiere durante los siglos de la dominación
española, porque las condiciones de la
ciudad y las necesidades de sus habitantes eran
muy distintas a las actuales.
197

1952, incluyó un interesante cuadro -compilado
de diversas fuentes- que muestra la población
del Distrito Federal en distintos períodos, el volumen
de metros cúbicos de agua utilizada diariamente
y, en consecuencia, la cantidad de litros
por día de que teóricamente disponía cada habitante.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que las
cifras del cuadro se refieren a la población total
del Distrito Federal, de la que habría que descontar
el sector rural--estimado en 20 % en el Censo
de 1950- y el cual no disfruta de los servicios
de agua.
y todavía de la población humana -que en la
fuente de que proceden los datos se estima en
2823400- habría que descontar medio millón,
en números redondos, correspondiente a sectores
citadinos que, por deficiencias de la red de distribución,
no reciben servicio de agua.
En consecuencia, si los 2300000 habitantes
que restan después de las deducciones anteriores
recibieran el caudal de 1 203 552 m' consignado,
se dispondría de una dotación de 523 li tros diarios
por persona, que se estima más que satisfactoria,
inclusive para ciudades con mayor desarrollo
industrial que la nuestra.
Pero existe otro capítulo muy importante que
es el de las pérdidas ocasionadas por .fugas, conexiones
y llaves defectuosas, etc., renglón que
en nuestro sistema es de magnitud tan pavorosa
que se estima puede elevarse quizá al 40 %.
El problema, pues, que se nos presenta para
199

dar de beber a nuestra sedienta ciudad -y ningún
capi talino puede negar que padezcamos sed- ,
es doble. Por una parte, encontrar nuevas fuentes
de aprovisionamiento que satisfagan nuestras
necesidades actuales y que anticipen las que se
presenten en un futuro inmediato -digamos diez
o veinte años-, debido al incremento demográfico
que se realiza con tanta velocidad.
Por otra parte, será menester una completa
revisión -quizá replanificación general del sistema
de distribución- , evitando las fugas, haciendo
ll egar el agua a los sectores que actualmente
carecen de ella y dotando de medidores a todas
las tomas para controlar mejor los gastos.
Este último renglón, la dotación de agua a
todos los sectores de la ciudad de México, requeriría
aumentar la red de tuberías en más de
1 500 km., y la instalación de más de 150000 nuevas
tomas.
Las líneas anteriores las habíamos escrito hace
algún tiempo, cuando la situación prevaleciente
era la que ahí se relata. Hoy se han experimentado
algunos cambios importantes, que dan nuevo
aspecto al panorama. No hemos querido, sin embargo,
suprimir o cambiar los párrafos precedentes,
porque después de leerlos se apreciará mejor
la situación actual.
La introducción de agua proveniente de fuentes
situadas fuera de la Cuenca se inició con el
sistema del Alto Lerma, inaugurado hace algunos
años. Y las posibilidades de utilizar otras situadas
más lejos aún se encuentran en estudio, como
200

la captación en la cuenca del Alto Amacuzac,
Valle de Bravo, Papaloapan, etc.
Pero también se han estudiado las posibilidades
de aprovechar aguas de la propia Cuenca,
ampliando y mejorando los sistemas existentes o
iniciando otros nuevos. Teniendo cuidado cuando
se trata de captar aguas subterráneas, que la
profundidad a que se obtengan y la independencia
hidrológica de los sistemas, garanticen que
la obra no repercutirá desfavorablemente en una
acelerada desecación del subsuelo de la ciudad
de México y, consecuentemente, un mayor hundimiento
de la misma.
Las ampliaciones de los sistemas de Xochimilco
y Lerma permitieron aumentar su rendimiento
en 1.3 m 3 por segundo, de lo que 0.8 m 3
corresponden al primero y 0.5 al segundo.
En cuanto a la utilización de nuevas fuentes,
se han terminado ya dos importantes proyectos: el
de Chiconautla, que rinde 3.0 m 3 por segundo y
el del Peñón Viejo, cuyo aporte es de 0.5 m 3 por
segundo.
La utilización de estas dos nuevas fuentes de
aprovisionamiento no sólo h a significado nuevo
aporte de líquido, sino que ha permitido dar servicio
a zonas que antes carecían de él. La inauguración
del Sistema de Chiconautla significó la
adición de 15.5 km. de líneas primarias de 1.20
y 0.90 m., conectadas en la parte norte del Distrito
Federal con la red secundaria, que ha tenido también
considerables aumentos. Parece, pues, que
en éste, como en otros sectores, la encomiable
201

actividad de las actuales autoridades está contribuyendo
substancialmente a la solución de un
problema básico de la ciudad.
Otro problema de gran alcance en lo que a
la provisión de agua se refiere -como antes indicamos-
es la pérdida continua por fugas diversas
y conexiones defectuosas, o bien el inconsciente
desperdicio que hacen los usuarios cuando, por
falta de medidores o precio demasiado bajo del
líquido, lo dejan correr sin ningún provecho. La
intensa labor realizada en estos terrenos ha significado
el considerable ahorro de 2.0 m' por segundo
por control de fugas, y otra cantidad equivalente
con la instalación de medidores y el cobro
de cuotas razonables por consumo de agua.
1953 1957
Xochimilco • •••••• o" 1.6 mil p.S. 2.4 m' p. s .
Lerma _, . . o.'· ...••.. 3.5 4.0
Desierto y Ajusco .... 0.2
"
0.2 "
Pozos municipales ... 6.5 6.5
Pozos particulares .. . 2.6 "
2.5
Chiconautla "
• o •••••••• 0.0 3.0
Peñón .. ..... ........ 0.0 0.5
"
TOTAL • ••••••• o •••• 14.3
mS p.5. 2 19.1 m' p. s .
En el cuadro anterior puede verse cuál era
la situación que prevalecía en materia de provi-
2 En la Memoria del Departamento del Distrito Federal
aparecen 1as cifras parciales consignadas, cuya suma es 14.4
y no 14.3 como se lec en el cuadro, lo que indica un error,
Que suponemos sea en el rendimiento de Jos pozos particulares,
pues la cifra total de 14.3 se repite varias veces.
202

sIOn de agua en 1953, y cuál la que se observa
en la actualidad; pero para apreciar mejor la
diferencia es menester recordar las pérdidas debidas
a fugas o a desperdicios por falta de medidores,
que en 1953 restaban al caudal disponible
nada menos que 4.0 m" por segundo, lo que redu·
cía el mismo a sólo 10.3 m" por segundo efectivos,
y no los que aparecen con la suma de las
diversas captaciones.
No es posible, sin embargo, enfocar el problema
de la provisión de agua en toda su agudeza, si
olvidamos lo que en algún capítulo anterior dijimos
con respecto a otro -también pavorosoque
amenaza la existencia misma de nuestra bella
ciudad, como es el de su progresivo y acelerado
hundimiento.
En efecto, decíamos ahí que tal hundimiento
se debe fundamentalmente a la deshidratación
del subsuelo, formado por el esponjoso jaboncillo,
que al enjutarse arrastra h acia abajo, en forma
irregular y catastrófica, a los edificios, y produce
desniveles y dislocaciones tremendos en las
redes de atarjeas y de provisión de agua.
En los datos del cuadro anterior vimos que
nada menos que 9 m' por segundo provienen del
bombeo de pozos, factor que contribuye a agravar
tremendamente la deshidratación del jaboncillo.
En consecuencia, aun considerando que la provisión
actual de agua fuese suficiente en cantidad
total, y que lo único urgente fuera continuar evitando
pérdidas y mejorando la distribución, quedaría
de todas maneras planteado un problema
203

grave y urgente: buscar una provisión adicional
de 9 m' por segundo -cerca del 50 % del caudal
actualmente disponible- para descontinuar el
uso de los pozos.
Lo ideal, según opinión de los expertos, sería
suspender total y drásticamente el bombeo de
aguas subterráneas; pero si ello no es posible
--como evidentemente no lo es-, cuando menos
eliminar o disminuir al máximo los pozos particulares,
que son los que por su menor profundidad
y por su colocación anárquica significan
un mayor peligro en la deshidratación del subsuelo.
Se ve, pues, que el problema reviste gran magnitud
y que es menester hacerle frente, considerando
las enonnes inversiones que requerirá su
solución, pero considerando también que se trata
de un asunto que, debidamente enfocado, resolverá
simultáneamente dos de los más graves aspectos
de la vida actual en la ciudad de México:
acabar con su sed de siglos y detener el pavoroso
hundimiento.
Dados n ues tros moderados recursos económicos,
es evidente que debemos preocuparnos al
pensar en los crecidos desembolsos que muchas
de estas obras requieren. Pero el ejemplo que
están dando las actuales autoridades de la ciudad
de México, de lo que puede hacerse en beneficio
de la misma cuando se procede con honradez
en el manejo de los caudales públicos, y se tiene
energía y capacidad de trabajo, permite abrigar
un justificado optimismo. Como ejemplo -entre
204

muchos- mencionemos que para las obras del
Sistema de Chiconautla, en sólo 19 meses -septiembre
de 1955 a marzo de 1957- se invirtieron
98 millones de pesos_ .. y esto al mismo tiempo
que se abrían calles, se construían mercados, se
instalaba alumbrado y se inauguraban parques
y jardines ( !).
Desde luego, habrá que enfocar la posibilidad
de obtener mayor aporte de agua derivada de
fuentes dentro del Valle de México. A este respecto,
la Secretaría de Recursos Hidráulicos estimaba
-en 1952- que se podía pensar en seis
principales: 1) el acueducto de Guadalupe, aprovechando
el vaso de la presa del mismo nombre
y las aguas provenientes de los ríos de Cuautitlán
y San Javier, con caudal de 3000 litros por
segundo; 2) el proyecto de La Concepción aguas
arriba del anterior y ligado con el mismo, que
podría reunir 300 litros por segundo; 3) el acueducto
Teotihuacán, aprovechando el río y manantiales
del mismo nombre yaguas subterráneas de
Chiconautla, con caudal aproximado de 1 000 litros
por segundo;3 4) el vaso de Naucalpan aprovechando
las corrientes de la zona suroeste del
Valle, con posibilidades de 3000 litros por segundo;
5) el acueducto de Chimalhuacán, con aprovechamiento
de aguas subterráneas y rendimiento
de 200 litros por segundo; y 6) la ampliación
hacia el sur del acueducto de Xochimilco, para
a Este proyecto funciona ya -como antes dijimos- y su
rendimiento triplica el previsto.
205

captar nuevas aguas subterráneas, con posibilidad
de obtener 500 litros por segundo.'
Algunos otros proyectos -a nuestro juicio
muy interesantes y de posibilidades- se refieren
al tratamiento de las aguas negras que hoy se
pierden en gran parte, y que podrían utilizarse
en riegos -de gran valor agrícola-, contribuyendo
además a provocar benéficas infiltraciones
en el subsuelo; se podrían conducir directamente
a zonas apropiadas para lograr esas infiltraciones
que enriquezcan los mantos subterráneos ; o emplearse
para fines industriales.
Naturalmente estos procesos de tratamiento
de aguas negras -y el empleo posterior de las
mismas- tienen una serie de delicados aspectos
que habría que considerar cuidadosamente, tanto
para la elección del método empleado, como para
evitar cualquier posibilidad de contaminaciones
sanitarias, capaces de provocar epidemias.
Primer paso en este camino -muy interesante
y digno de encomio- ha sido la instalación de la
planta de tratamiento de aguas negras en las lomas
de Chapultepec, la que según indica el Departamento
del Distrito Federal -nosotros no
hemos comprobado el dato- es la primera en su
género de América Latina. Con capacidad de 180
litros por segundo, se va a ampliar hasta 400; Y
los análisis de las aguas que salen de ella acusan
una gran pureza.
Hay que tener en cuenta que los costos de
4 También f"iecutado ya, con un rendimiento que excede
ni prc\liSIO en 300 litros por segundo.
206

tratamiento de aguas negras -instalación y operación-
suelen ser bastante elevados; pero este
aspecto puede quedar en parte compensado por
el valor económico de los productos derivados
de tal tratamiento.
Hace algunos años, el distinguido ecólogo
norteamericano Shelford, refiriéndose a la necesidad
ingente de evitar la polución de ríos y lagos
por las aguas negras o los desechos industriales
-que alteran las condiciones de los mismos y
aniquilan su fauna-, publicó un interesante artículo
al que puso por título Fortunes in fishes
and fortunes in wastes, explicando que por la
contaminación de ríos y lagos se pierden verdaderas
fortunas representadas por los animales
útiles que mueren debido a ello; y que, por otra
parte, en las aguas negras de las ciudades o en
los desechos industriales van infinidad de materias
de valor económico, que se desperdician si
no se tratan aquéllos, y que en cambio podían
significar también verdaderas fortunas.
Por último, al hablar de la retención dentro
del Valle de aguas que actualmente salen fuera
de él, no hay que olvidar los problemas legales
que pueden surgir -con aspectos económicos y
sociales también- cuando las mismas vienen
siendo utilizadas más allá de los límites de la
Cuenca para fines de riego, como en la actualidad
sucede en varios sitios. Será, pues, necesario retener
solamente los caudales que no estén comprometidos,
o pensar en nuevas fuentes de aprovisionamiento
para las comunidades que resultaran
207

afectadas fuera del Valle, de modo que no resintieran
la falta de los caudales de aguas negras
que hoy aprovechan.
Antaño las posibilidades de obtener agua más
allá de los confines del Valle de México perforando
montañas, recorriendo centenares de kilómetros,
y a veces con necesidad de elevarlas
centenares de metros, no hubieran podido considerarse
siquiera. Hoy los progresos de la ingeniería,
y la necesidad de proveer de agua a una
ciudad de la magnitud y categoría de la capital
de la República -aunque ello represente inversiones
considerables-, hace que tales proyectos
no sólo detengan la a tención teórica de los expertos,
sino que se consideren en muchos casos
factibles a corto plazo.
Entre los proyectos formulados, algunos hablan
de traer el agua de distancias relativamente
cortas, por ejemplo lagunas de Zempoala, a 15
kilómetros; Taxhimay, a SO kilómetros; o Villa
Victoria, a 85 kilómetros; mientras que otros no
vacilan en considerar distancias de 280 kilómetros
en el caso del Papaloapam-Quiotepec, o de
300 en el de Uruapan-Cupatitzio. Igualmente, en lo
que hace al desnivel, se piensa factible vencer
alturas considerables; pues si bien en el caso de
las aguas de Zempoala, con una elevación de 720
metros sobre la ciudad de México, o en las de Villa
Victoria, con 365, se utilizaría la gravedad
para conducir el líquido, en el caso de Uruapan
sería necesario elevarlo 640 metros y en el del
Papaloapam 1 710 metros ( !).
208

La ciudad ha crecido lG1ltO qlle llega ya a recostarse
en los lomeríos qlle la circlIudal/, ctUllldo l/O los ¡'Ivade
CO/I su s cOl1strucciol/es. Víctima de Sil il//1/oderado ere.
cimiel/lo cOllliel/za a asfixiarse y para subsistir debe
hacer ¡rel/te cada día a problell/as cado vez IlIds g raves.
Fotografía de Compaíiía Mexicana Ae roroto, S. A.

México es ciudad sedienta; y una de las aspiraciones
básicas de sus pobladores debe ser la
ejecución de obras que calmen su sed. Pero procurando
que esos intentos no sean como los realizados
en el pasado con perforación de pozos, que
aliviando un tanto la demanda de agua, agudizaron
en cambio otro grave problema como es el del
hundimiento.
No podríamos decir en la actualidad cuál es
la dirección que debe seguirse para resolver definitivamente
el problema, pues aunque existen
numerosos proyectos, ninguno ha sido aun suficientemente
estudiado para valorizar sus ventajas
e inconvenientes. Esta tarea preliminar -de
simple estudio-- requiere muchos millones de pesos,
que hasta la fecha no se han destinado a
tan indispensable fin.
Pero una cosa es evidente: el progreso de la
ciudad de México está ligado indisolublemente
a la adecuada provisión de agua para sus habi·
tantes. Y a este respecto podemos considerar
dos aspectos que deben enfocarse conjuntamente:
por una parte, el aumento al máximo de los
caudales disponibles; y por otra, una política
demográfica que frene el tremendo ritmo de ere·
cimiento de su población que actualmente se
observa.
Posiblemente el empleo armónico de medidas
que detengan un tanto el incremento demográfico,
junto con una amplia labor de planificación
para distribuir mejor la población dentro del
Valle creando ciudades satélites, al mismo tiempo
209

que se realicen obras hidráulicas para aumentar
la provisión de agua, conducirían a una solución
aceptable.
Naturalmente, una tarea de tal magnitud y
ambiciosos propósitos requiere energía, gastos
crecidos y penosos trabajos; pero la meta por
alcanzar los justifica de sobra. Y los h abitantes
de México, cada uno en nuestra esfera de acción,
debemos brindar para lograrlo, sin restricción
alguna, la m áxima cooperación posible.
210

XIX
LA COMIDA DE LA CIUDAD
Cuatro y medio millones de bocas que alimentar
diariamente, es un problema que presenta múltiples
ángulos, no siempre de fácil solución.
El primero se refiere al origen mismo de los
alimentos. La ciudad de México -principal consumidor-
no produce casi nada de lo que consume
; lo demás del Distrito Federal, excepción
hecha de las verduras de Xochimilco, la leche de
Atzcapotzalco, los huevos y gallinas de algunas
granjas avícolas, tampoco realiza aportaciones de
importancia. Y aunque el resto del Valle tiene
mayores áreas rurales, y sus productos en algo
contribuyen a nutrir a los citadinos, distan mucho
de bastar para satisfacer sus necesidades.
Maíz, frijol y chile, nos han venido tradicionalmente
del Bajío - al que se acostumbraba
llamar "granero de la República"-, suplementados
apreciablemen te en los ú !timos tiempos con
lo que llega de la costa del Pacífico. Las frutas
de los lugares más variados. El azúcar de Zacatepec,
en Morelos; del Mante, en Tamaulipas, y
de muchos otros sitios. Mientras Veracruz y Chiapas
nos proveen de café.
y en materia de alimentos de origen animal,
la carne que consumimos procede de reses de
las zonas centrales del país, de la parte norte
en pequeñas proporciones, de la Huasteca y aun
de Tabasco y Chiapas. La leche de la "cuenca
211

lechera" formada por los Estados de México,
Querétaro, Guanajuato, etc., que pueden enviarla
fácilmente a los mercados capitalinos. Y los huevos,
que todavía hace poco venían en gran parte
de los Estados Unidos, hoy se producen en diversos
sitios de! país.
El pescado, manjar frecuente en las mesas
de las clases económicamente mejor dotadas,
viene fundamentalmente de la costa del Golfo
-Veracruz y Tampico, en primer lugar-, pero
no forma parte apreciable de la alimentación
popular. Antaño nuestro pueblo consumía con
cierta abundancia los "juiles" de las extensas
lagunas que rodeaban la ciudad, y hoy todavía
los vemos en los mercados aunque en escasas
proporciones, junto con la espinosa carpa tatemada,
de los ríos y lagunas de la Mesa Central.
El Valle de México no produce parte apreciable
de los alimentos que consume; pero, como en
algún otro sitio dijimos, el aceptable sistema
de comunicaciones que lo liga con el resto del
país, permite traerlos de los sitios donde se pro·
ducen.
Sin embargo, no es siempre fácil realizar tal
cosa. Por ejemplo, las zonas del norte de la República
-Chihuahua y Sonora principalmenteproducen
ganado de excelente calidad, pero que
en su mayor parte exportan a los Estados Unidos,
no sólo por el a liciente que representa e!
pago en dólares, sino también por ineficiencia
en los medios de transporte, lo que suele ocasionar
pérdidas considerables que alcanzan hasta
212

el 5 % del número de cabezas, y llegan al 8 %
en merma del peso de los animales.
La mejoría de los sistemas de comunicación,
junto con modernización de los equipos, aliviaría
notablemente la situación al respecto.
Pero como los problemas de producción y
acarreo de los productos alimenticios se originan
más allá del Valle de México, y en consecuencia
quedan en gran parte fuera de la posible acción
de sus habitantes y autoridades, no haremos más
que señalarlos. Para ocuparnos de otros aspectos
que nos atañen más directamente, y en los que
podemos hacer sentir m ás fácil y directamente
nuestra acción.
En primer lugar, para que los productos a limenticios
lleguen a manos de los habitantes de
una gran ciudad, se requiere que ésta cuente con
un sistema adecuado, bien distribuido e higiénico
de mercados.
Por desgracia, la situación a es te respecto
hasta tiempos muy recientes era realmente deplorable.
Dentro del programa porfirista de construcciones
públicas se incluyó la construcción de
mercados, como La Lagunilla, La Merced, San
Juan, San Lucas, San Cosme, Dos de Abril y
otros más, que para su época llenaron adecuadamente
sus funciones.
Pero con el correr del tiempo las demandas
en materia de mercados se hicieron más difíciles
de satisfacer. En primer lugar, el espacio disponible
en los existentes era a todas luces insuficiente
y, en consecuencia, se rodearon de un
213

cinturón de puestos ambulantes y senlifijos, sin
orden ni higiene de ninguna clase, instalados
a veces en calles adyacentes que no estaban siquiera
pavimentadas y que, en consecuencia, obligaban
a expender los alimentos en medio del
polvo o del lodo, según la época del año. Las
construcciones mismas no sólo no respondían
ya a los modernos conceptos de la higiene, pero en
la mayoría de los casos ni siquiera habían conservado,
por falta de cuidado y aseo,las condiciones
que originalmente tuvieron, convirtiéndose
en verdaderos focos de inmundicias. Comparar
a nuestra ciudad -pues los puestos ambulantes y
semifijos la invadían casi totalmente- con un
zoco marroquí, era frase que se usaba de continuo
y que, desgraciadamente, justificaba la realidad.
Los mercados constituían hasta hace muy
poco tiempo una de las vergüenzas que más hondo
sentíamos los capitalinos.
Una empresa particular inició la instalación
de mercados modernos, limpios y atractivos, que
inmediatamente fueron patrocinados por los grupos
que económicamente podían hacerlo.
Pero, desde luego, esos mercados no eran en
el fondo sino grandes almacenes de productos
diversificados --entre los que predominaban los
alimentos- y no verdaderos mercados, en el sentido
de servicio social -accesibles a las clases
populares- que deben tener en una ciudad moderna.
Todos comprendíamos que los mercados existentes
eran insuficientes, inadecuados y antihigié-
214

nicos; y que su nlodernización o sus ti tución requeriría
desembolsos que se antojaban imposibles
de realizar. Pero lo más grave era que en torno
a algunos de ellos, como San Juan, Tepito y la
Lagunilla, se había formado una especie de "tabú"
-propiciado por los grandes intereses creados
a su amparo- que obligaba a considerarlos intocables,
aun en el caso de que se contara con
los fondos requeridos para la magna obra. Y en
lo que hacía al más grande, antihigiénico y catastrófico
de los mercados, que era el de La Merced
- verdadero cáncer de toda una céntrica zona-,
ese 11 tabú" alcanzaba proporciones gigantescas.
Los capitalinos nos acostumbramos a pensar que
muchas cosas podrían hacerse dentro de nuestra
ciudad, en beneficio de ella y sus habitantes; pero
que nunca llegaríamos a tener una autoridad
capaz de enfrentarse con el problema de La Merced
... y resolverlo.
Hoy, la mayoría de los viejos mercados -inclusive
la 1ntocable Merced- han caído bajo los
golpes de la piqueta del progreso ; y en su lugar,
a en sitios vecinos, se alzan otros nuevos, higiénicos,
cómodos y aun bellos. A veces, conservando
el carácter unitario que tuvieron los desaparecidos;
yen otras, fragmentados en unidades parciales,
especializadas, que facilitan mucho las
compras.
y para que el cuadro sea aún más atractivo,
en ocasiones, cuando la nueva construcción dejó
libre el predio que servía de asiento al mercado
desaparecido, el mismo no ha sido objeto de es-
215

peculación vendiéndolo para edificación, sino que
se ha convertido en jardín. Otra cosa que tampoco
creíamos ll egarían a contemplar nuestros
ojos.
Graves son en nuestro medio las enfermedades
de origen hídrico -diarreas, tifoidea, etc.-,
y los especialistas están de acuerdo en el importante
papel que juegan las verduras y legumbres
en su epidemiología, cuando llegan sucias a manos
del comprador. Todos recordamos que, hasta
hace muy poco tiempo, las que adquiríamos en
los mercados venían llenas de inmundicias.
La instalación de la planta purificadora de
verduras y legumbres anexa al mercado de Jamaica,
permite hoy tratar r ápida y eficazmente
estos productos con potentes microbicidas, que
en nada alteran su sabor ni constituyen amenaza
para el consumidor, y que eliminan su potencial
peligrosidad. Otro eslabón importante
en la magna tarea de modernizar y hacer eficientes
nuestros mercados.
Reliquia también de época prerrevolucionaria
era el Rastro de la ciudad, que durante mucho
tiempo funcionó auxiliado de un cinturón de
otros más pequeños, situados en las Municipalidades
en que políticamente se dividía el Distrito
Federal. Y si el primero pudo considerarse aceptable
en sus comienzos, aunque después resultó
insuficiente, anticuado y antihigiénico, la casi totalidad
de los segundos fueron pésimos desde que
se construyeron.
El problema de los rastros no puede conside-
216

arse, actualmente, aislado de otro complementario,
como es la instalación de frigoríficos adecuados
y de suficiente capacidad_ En efecto, la
provisión de ganado no es uniforme a través del
año, y si se carece de facilidades para almacenar
la carne, no habrá posibilidad alguna de aprovechar
los momentos de abundancia para constituir
una reserva, capaz de regular el mercado en los
tiempos de escasez; evitando así las irregularidades
y oscilaciones extremas de los precios_
Afortunadamente, en este terreno también, la
ciudad de México debe en la actualidad considerarse
satisfecha con la reciente inauguración de
las modernas instalaciones que forman el Rastro
y Frigorífico de Ferrería -con costo aproximado
de 100 millones-, que comprende dos unidades
separadas para el sacrificio de animales: una,
para ganado vacuno, lanar y porcino; y otra, para
aves, cabritos y conejos.
En estos nuevos establecimientos no sólo puede
realizarse la matanza en forma eficiente e higiénica,
con posibilidad de utilizar al máximo
subproductos animales que antaño se desperdiciaban
casi totalmente, sino que el excedente de
las necesidades de la ciudad se almacena en el
Frigorífico, utilizándolo para abastecer el mercado
en tiempos de escasez_
Problema de gran importancia -hasta la fecha
no satisfactoriamente resuelto- es el que se
refiere a la leche. El consumo de este alimento
esencial no sólo es insuficiente, ya que el presente
año de 1957 se calculaba en un promedio diario
217

de 179 c.c. de leche fresca por habitante, complementados
con 45 c.c. de leche rehidratada. Además,
las características del producto dejan bastante
que desear, pues a pesar de que se le anuncia
como "leche pura", "leche grado A" y otros marbetes
por el estilo, el líquido blanquecino que nos
vemos obligados a consumir dista mucho de
tener la calidad, por ejemplo, de la leche que se
bebe en los Estados Unidos. Este es un grave
problema al que urge dar atención preferente,
tanto procurando aumentar la producción e incrementar
el consumo, como obligando a los que
producen y manejan la leche a entregar un producto
higiénico, nutritivo o, en otras palabras,
verdadera leche, y no las repugnantes mezclas
que hoy ingerimos a falta de otra cosa.
El alimento básico de nuestro pueblo rural
sigue siendo el maíz, consumido en forma de
tortilla. Y en las grandes ciudades, aunque la
dieta se modifica un tanto, todavía es la mencionada
tortilla su base fundamental y tradicional.
Antaño era común que en cada hogar se
cociera el maíz y se moliera el nixtamal en rudimentario
metate, para formar la masa con que
se elaborarían las tortillas. Después, la instalación
de molinos públicos permitió llevar el maíz
cocido a los mismos, evitando la agotadora esclavitud
del metate. Y en la actualidad, aunque
todavía vemos llegar a los molinos mujeres que
cargan su nixtamal, la mayor parte compra la
masa que los mismos expenden.
Desgraciadamente, ese producto suele ser de
218

peslma calidad, mezclado con alote y lleno
de otras adulteraciones. Y el número de molinos
y expendios resulta a todas luces insuficiente,
pues basta hacer un recorrido por la ciudad en
las primeras horas de la mañana para ver las
interminables colas frente a dichos establecimientos,
como también se observan frente a las lecherías.
Hace ya tiempo salió al mercado una harina
de maíz especial para tortillas, de conservación
prolongada y fácil almacenamiento, que sólo requiere
mezclarse con agua para dar inmediatamente
una masa de excelente calidad y sabor.
Para nosotros, este adelanto técnico significó un
gran paso para racionalizar la alimentación del
mexicano, liberándolo de la dependencia de la
masa que, por su s características de rápida alteración.
no puede almacenarse y, en consecuen·
cia, necesita renovar constantemente la provisión.
Desgraciadamente, las autoridades no parecen
haber compartido nuestro entusiasmo, pues no
han procurado que esa harina se produzca en cantidad
suficiente y a precio razonable, ni hecho
una amplia labor de educación y propaganda
entre el pueblo para lograr que la consuma. A
la fecha, inclusive es frecuente que el mencionado
producto falte por algunos días en el mercado.
Alimentar a una ciudad de cuatro y medio
millones de habitantes es problema difícil, para
cuya solución adecuada deben conjugarse muy
diversos factores.
y si en último análisis el problema funda-
219

mental es de carácter económico, puesto que el
requisito primario para que una persona pueda
adquirir algo es que disponga de los recursos
para ello, resulta también evidente que en lo que
hace al abasto adecuado, al almacenamiento debido,
a la buena distribución, etc., hay muchos
problemas que afectan la alimentación de los
capitalinos, y en los que las autoridades de la
ciudad pueden intervenir en forma directa y
eficaz.
Las nuevas instalaciones a que nos hemos
referido en este capítulo -y otras más- muestran
que el canlino comienza a recorrerse y que
en este aspecto, como en muchos otros, empezamos
a adquirir el aspecto de una ciudad moderna,
como nos corresponde.
220

xx
PAS EO S P ARA LO S CAP I T AL! NO S ...
y PULMO NES PARA MÉXICO
Cuentan, quienes vivieron antaño en la ciudad.
de México, que se encontraba llena de hermosos
paseos; y muchos de éstos alcanzaron a conocerlos
quienes hoy se encuentran en la edad madura .
Todavía a principios del siglo, las lomas de
Santa Fe estaban cubiertas de árboles y tenían
sitios de gran belleza; el Parque del Desierto de
los Leones se unía en todas direcciones con zonas
igualmente arboladas, con manantiales y arroyuelos;
las Fuentes Brotantes eran sitio poético
cuya visita constituía verdadera excursión; Chapultepec,
lugar preferido de esparcimiento, recibía
un número de visitantes limitado por la distancia
- que entonces se consideraba grande- y por la
población misma de la capital ; Xochimilco extendía
sus canales en todas direcciones, con grandes
espacios abiertos como la Laguna del Toro, y
otros; el Canal Nacional que lo ligaba con la
ciudad, donde terminaba en los famosos Indios
Verdes -hoy al comienzo de la carretera a Laredo-,
constituía paseo delicioso en trajinera, o
caminando por sus orillas sombreadas por abundantes
árboles.
En general, todavía existía mucho de ese Valle
de México que pintó Velasco, y en el que el río
de Mixcoac o el de Churubusco -aunque no lo
puedan imaginar los capitalinos de hoy en día-
221

eran corrientes de aguas limpias con orillas de
gran belleza.
La misma ciudad encerraba en su perímetro
muchos espacios abiertos, algunos con añosos árboles.
Desde luego, el Zócalo los tenía frondosos
y muy bellos, ofreciendo refrescante sombra; la
Alameda, considerando la extensión y población
de la ciudad de entonces, constituía amplio sitio
de recreo; y sobre la calle de San Cosme el
Tívoli del Eliseo -de legendaria fama- ofrecía
acogedor ambiente para kermesses y romerías.
Muchas plazas y jardines como San Sebastián,
Guardiola, el Carmen, Santiago, Tumbaburros,
Villamil, San Pablo, Orizaba, Ajusco, Santa María
y tantos más, han desaparecido por completo en
algunos casos, o no son ya ni sombra de lo que
antaño fueron.
En cuanto al arbolado de calles y avenidas,
muchas lo tenían precioso. Pero la modernización
de los pavimentos contribuyó a asfixiar los
árboles, o las obras de ampliación motivaron su
derribo.
Del Parque de Balbuena, con sus árboles y su
lago -al que tan aficionados eran los preparatorianos
de entonces cuando Hpintaban venado"-,
sólo ha quedado el recuerdo raquítico de los árboles
en el Parque Venustiano Carranza. Pero la
mayor extensión fue dedicada a un fraccionamiento,
y los troncos altos y frondosos sustituidos
por arbotantes.
En la media centuria transcurrida desde que
comenzó el siglo xx, y sobre todo en los tiempos
222

posteriores a la Revolución, la ciudad de México
ha crecido en forma prodigiosa. Sus viejos linderos
se ensancharon terriblemente, y todo un cinturón
de colonias residenciales aparecieron en
su periferia.
Pero ¿cuántos de esos fraccionamientos dejaron
espacios adecuados para parques y jardines?
Desgraciadamente muy pocos; y aun la mayoría
de éstos en proporciones insuficientes. En muchos
casos, los proyectados parques fueron sólo espacios
vacíos y polvorientos que se dejaron por
algunos meses -o años- para después, quién
sabe gracias a qué subrepticias maniobras, dedicarlos
también a construcciones.
En épocas relativamente recientes, presenciamos
dos ejemplos de la falta de interés para
proporcionar a los capitalinos sitios de esparcimiento.
En uno de ellos, se trataba de la bella zona
conocida como El Cedral, cercana a Xochimilco
y que domingo a domingo recibía millares de
paseantes. Un buen día el predio apareció cercado,
y los habituales visitantes, en su mayoría
gente de modestos recursos, se enteraron con
tristeza que el bello sitio se había convertido en
elegante club de golf, cuya entrada cuidaban
celosamente nada menos que soldados uniformados.
Aunque para su arreglo hubo que tirar muchos
árboles -pérdida irreparable-, algo quedó
de la belleza del sitio ... pero solamente para
beneficio de los pocos privilegiados, que pueden
disfrutar de ella -mediante sus crecidas
223

cuotas de socios de el ub- tras de las cercas que
lo rodean.
En el otro caso el asunto fue más grave, pues
no sólo se sustrajo del uso público un espacio
abierto y arbolado, sino que también se destruyeron
sus árboles. Nos referimos al llamado
Parque Mayorazgo o Central, que estuvo situado
frente a donde hoy se alza la Unidad Multifaliar
de la esquina de Avenida Coyoacán y Félix
Cuevas. El sitio fue reservado como parque desde
que se inició la Colonia del Valle: se trazaron
callecitas, se construyó un kiosco en la parte
central y, sobre todo, se sembraron fresnos que
con el tiempo llegaron a alcanzar grandes proporciones.
Durante muchos años estuvo abandonado,
pero los que pasábamos cerca mirábamos con
cariño sus bellos árboles, esperando que -algún
día- las autoridades se fijaran en él y lo arreglaran.
y efectivamente, llegó el día en que se fijaron
en él. i Pero mejor nunca lo hubieran hecho! Se
rodeó de una barda, se derribaron los árboles, y
apareció un gran letrero donde se decía que se
construiría ahí un hGspital "privado", propiedad
de una empresa extranjera fabricante de ropa
interior ( !), que contaba con el apoyo de las más
altas autoridades, del país y de la ciudad, para
esa empresa de "beneficio social" (!!!).
Posteriormente, los negociantes que obtuvieron
el apoyo de las complacientes autoridades
para su obra de "beneficio social" talando los
árboles, vendieron el cascarón del proyectado
224

Mixqllic, atltaíio floreciente COIl el tesoro de sus aguas,
110y lallgllidece víctillla de la sed. Los clIIllpesillos que
cl/ltivab(1Il lllllOrOSalllellle la tierra y l e arrancaban
abllll(lcl1lleS frulos, emigraroll a la cilldad para trabajar
C0ll10 barrelllleros. FOlografía de Ambrosio González.

hospital, en quién sabe qué condiciones ... y hasta
la fecha sigue siendo un cascarón que se dice
estará dedicado a Hospital para Maestros ... cuando
se termine. El negocio -clásico "trinquete"se
consumó con indudables utilidades para más
de un bolsillo; pero la pérdida de aquel bello
parque y sus hermosos fresnos fue definitiva.
Otro sitio de agreste belleza e interés único
desde el punto de vista geológico, biológico y
arqueológico es el Pedregal de San Angel que,
además de brindarnos paisajes de características
excepcionales, constituye gigantesca esponja que
ayuda a la tan necesaria infiltración de agua en
el subsuelo.
Desgraciadamente, una parte importante se
ha dedicado a colonia residencial, y otra a servir
de asiento a la bella Ciudad Universitaria.
Naturalmente ambas cosas hicieron que el valor
de los terrenos vecinos aumentara tremendamente.
Si las autoridades no toman cartas en el
asunto declarando Parque Nacional la porción
que aún queda intacta del Pedregal, como lo han
solicitado a la Secretaría de Agricultura diversos
organismos científicos y culturales, muy pronto
desaparecerá también ese magnífico espacio abierto,
y la ciudad se sentirá más asfixiada aún por
las moradas humanas.
Dadas nuestras características climáticas-con
sus largos períodos de sequía-, la mayor parte de
los alrededores de la capital carecen actualmente
de condiciones n"!turales adecuadas para constituir
paseos agradables.
225

Urge, pues, la acción humana para crear esos
sitios de esparcimiento, que una población de
cuatro y medio millones de habitantes reclama
11 rgen temen te.
Por otra parte, no hay que olvidar la influencia
que los espacios abiertos -especialmente cubier·
tos de vegetación arbórea- tienen en la higiene
de las ciudades. Se ha dicho, y con razón, que
constituyen sus pulmones, ya que gracias a sus
[unciones biológicas, las plantas enriquecen notablemente
el ambiente con oxígeno durante las
horas de iluminación solar.
Los vi sitantes ele París no pueden escapar al
encanto del Bosque de Bolonia o del Parque
de Luxemburgo, o de aquellos otros de menores
proporciones que esmaltan la ciudad con diversos
tonos de verde. Y la abundancia de árboles cui·
dadosamente atendidos, en las arterias de la
Ciudad Luz, contribuyen en no pequeña medida
a aumentar su atractivo.
Los parisienses tienen, además, la fortuna de
poder recorrer las arboladas márgenes del Sena,
o pasear en los cercanos bosques de Vincennes o
de Fontainebleau, en tre otros.
En Londres, la abundancia de espacios abier·
tos y verdes -muchos de ellos propiedad de los
habitantes de las call es circunvecinas- sorpren·
de favorablemente a los visitantes, haciéndoles
pensar muy alto del nivel cultural de un pueblo
que ha sabielo refrenar sus deseos de lucro, con·
servando como jardines sitios que alcanzan alto
precio en el mercado de la propiedad raíz.
226
h

En México, por muchas décadas, llegamos a
pensar que nunca tendríamos parques y jardines
dignos de nuestra categoría de gran metrópoli,
pues no se hacía nada absolutamente para lograrlo.
Hace cinco años, los capitalinos vernos con
satisfacción que los jardines que aún existen
reciben cuidadosa atención, se llenan de flores
multicolores, renuevan su arbolado y ofrecen la
belleza incomparable de cantarinas fuentes.
Como muestra de lo que en este sentido se
está haciendo, citemos simplemente el párrafo
que en su reciente informe al Congreso de la
Unión -]? de septiembre de 1957- dedica a este
respecto el Presidente de la República:
"Nuestra gran metrópoli reclama la constante
creación o ampliación de parques, jardines o zonas
de deporte o recreo. En División del Norte
se concluyó un nuevo parque (3 millones de pesos)
con 82 mil metros cuadrados. Un millón de
metros cuadrados más de espacios verdes (Popotla,
Postal, San Lucas, San Cosme, Molino de
Rosas, Vi lla, Reforma-Lomas e Insurgen tes-Norte)
fueron adaptados y agregados a los 12 millones
de metros cuadrados con que contamos, incluido
nuestro histórico y querido bosque de
Chapultepec. En parques y avenidas funcionan
lOO fuen tes y surtidores de agua,"
Paseos para los capitalinos y pulmones para
la ciudad de México, son dos necesidades ingentes
a las que hay que seguir dando la mayor
atención.
227

Su realización es costosa, pero los resultados
se reflejan de modo benéfico sobre los millones
de habitantes de la capital, por lo que las autoridades
que atienden tan importante ramo se
hacen acreedoras a la gratitud de los habitantes
todos.
Es menester embellecer los viejos parques y
jardines que aún existen; es necesario que-como
en el caso de varios de los viejos mercados demolidos-
cuando quede algún espacio desocupado
se modere el impulso para obtener dinero de su
venta, o el deseo de usarlo para construir alguno
de los edificios públicos que tanto necesitamos
y, en lugar de ello se dedique a jardín. Es preciso
que no se autorice ningún fraccionamiento
nuevo si no garantiza amplios espacios verdes
y arbolados ... y que se haga cumplir tal obligación
sin evasivas ni componendas.
y es también menester que se den cuenta las
autoridades que cuatro y medio millones de seres
humanos no pueden estar continuamente encerrados
dentro de la ciudad, por muy atractiva
que logremos hacerla, y aunque aumentemos sus
espacios verdes.
Hay que comprender la atracción que ejerce
el campo sobre la mavoría de las personas, especialmente
las que habitan en los centros urbanos.
Y, en consecuencia, hacer una cuidadosa labor
de planificación para encontrar -en sitios fácilmente
accesibles fuera del área urbana- zonas
que puedan dedicarse a centros de esparcimiento
en sus condiciones naturales, o previas las nece-
228

sarias obras de adaptación y mejoramiento, cuando
sea menester.
Como en algún otro sitio decimos, uno de
esos lugares con grandes perspectivas es el vaso
del antiguo lago de Texcoco. Y por ello escuchamos
con gran interés, en fecha muy reciente, el
proyecto presentado por el ingeniero Macias Villada
en la Sociedad Forestal Mexicana, para reconstruir
en ese sitio un lago sobreelevado y crear
a su alrededor un parque. Esto muestra que hay
otros que comparten nuestro pensamiento, y nos
hace esperar que algún día llegue a convertirse
en realidad.
Ojalá que en el futuro nuestra metrópoli, que
puede decirse con orgullo merece todavía el calificativo
de "ciudad de los Palacios" que le aplicara
Humboldt, pueda darse también el más honroso
de "ciudad de los jardines".
229

XXI
LAS ARTERIAS CITADINA S
La vieja Tenochtitlán resolvió adecuadamente sus
problemas de comunicaciones con un sistema
mixto: el terrestre, con las calzadas que la ligaban
a la tierra firme; y el acuático -posiblemente
el más importante-, a través de las aguas de la
laguna que la rodeaban por todas partes, y de las
innumerables acequias por las que se prolongaban
atravesando la ciudad.
Tan importan te era el papel jugado por el
agua en las comunicaciones az tecas, que Hcrnán
Cortés -para asegurar el éxito de sus operaciones
militares- se vio obligado a construir bergantines
que asediaran Tenochtitlán desde la
laguna. Y precisamente fue en la laguna donde
se capturó al último emperador azteca, cuando
trataba de abandonar la ciudad en ruinas para
continuar ]a resistencia en otro sitio.
El papel que siguieron jugando las aguas en
las comunicaciones ciladinas se prolongó durante
toda la Colonia. Nombres de calles como la
Acequia, la Canoa, el Puente de la Leña, el Puente
de Alvarado, cte., muestran la huella que dejaron
esos canales, de tanta utilidad para la muy
noble y leal ciudad de México.
Antonio Alzate, opinando cuerdamente contra
los proyectos de desecar el lago de Tcxcoco, esgrime
como uno de los argumentos de mayor
peso en pro de su conservación, la importancia
230

del transporte por agua de pasajeros y mercancías,
considerando que fletes y pasajes aumentarían
notablemente si tuviera que hacerse por
tierra.
El Nigromante, a mediados del siglo pasado
-en una poesía jocosa- refiere las desventuras
de un paseante seducido por las gracias de una
bella morena que lo invita a navegar por el canal
de la Viga rumbo a Xochimilco, y que a la postre
resulta ser un hombre disfrazado .. . miembro de
una banda de "piratas" dedicados al asalto de las
trajineras y despojo de sus ocupantes.
Todavía hace pocos lustros las trajineras cargadas
de verduras cultivadas en las chinampas
de Xochimilco, salían en la noche de ese pueblo
para venir a México -por el canal de la Vigaa
entregar sus productos en Jamaica y Santa
Anita; añorando los tiempos en que lo hacían
en la propia Merced, hasta donde ll egaban las
acequias.
y Jos estudiantes de la segunda década de
este siglo todavía robamos más de una vez el
tiempo que debiéramos dedicar a las aulas, para
emprender el pintoresco paseo - verdadero día
de campo que ocupaba toda la jornada- embarcando
en Jamaica o Santa Anita para llegar a
Xochimilco. El paseo se amenizaba con cantos,
rasgueo de guitarras y piropos a las ocupantes
de otras embarcaciones. Cuando el hambre arreciaba
se recurría a las previsoras tortas compuestas,
llevadas por los paseantes; o si la bolsa
estaba en mejores condiciones, se adquirían que-
231

sadillas, enchiladas, "guajolotes", y aun a veces
sustancioso mole, de las vendedoras que expendían
dichas vituallas en canoas amplias, primorosamente
adornadas con flores, verdaderas fondas
ambulantes. El regreso se hacía generalmente
en tranvía -esos eficientes tranvías amarillos
hoy desaparecidos-, pues de efectuarlo en canoa
no era posible llegar a México antes que cayera
la noche.
Hace apenas unos días al escribir estas líneas,
el activo Jefe del Departamento del Distrito Federal
inauguró, a lo largo del viejo canal de la
Viga, otra de las meritorias obras que ha realizado
en beneficio de la ciudad, y que es la calzada
del mismo nombre. Conectando con la rama
oriente del primer anillo de Circunvalación, llega
hasta la calzada Ermita-Ixtapalapa y permite, siguiendo
al oriente, entroncar con la carretera
México-Puebla, o si se va hacia el occidente, llegar
a la avenida Insurgentes.
Es una magnífica vía, que en mucho va a contribuir
para descongestionar y dar fluidez al tránsito
de la zona que sirve. Pero el camellón que
tiene en su centro -cubriendo el lecho del viejo
canal- nos hace añorar la existencia del mismo,
y pensar cuánto más bella hubiera resultado
esta arteria si en su centro se hubiese conservado
la antigua vía de agua, tan ligada a la fisonomía
tradicional de México. Y esta idea nuestra -de
profano en problemas urbanísticos- no nos parece
tan descabellada al ver que una autoridad
como el arquitecto Gómez Mayorga, en un intere-
232

sante libro recién publicado para discutir problemas
de la ciudad de México, hace sugestión
semejante, y pone de manifiesto el valor que ese
canal, debidamente reestructurado y manejado,
tendría corno nuevo atractivo turístico de nuestra
urbe.
Después que a raíz de la Conquista, Alonso
García Bravo hiciera la primitiva "Traza", limitando
la parte central de la ciudad que sustituiría
la derruida Tenochtitlán y se destinaba a residencia
de los hispanos, ningún intento realmente
serio se hizo nunca para regular el crecimiento
de la capital, orientándolo en forma armoniosa
y mirando al futuro.
La ciudad creció, los límites oficiales de la
"Traza" fueron desbordados, las doctrinas y parcialidades
de indios perdieron su carácter independiente,
incorporándose en la propia ciudad
corno lunares de mugre e insalubridad, por las
condiciones de miseria en que se mantenía a sus
habitantes.
Todavía, al terminar el primer tercio del siglo
xx, el visitante de la ciudad de México que
circulaba por el majestuoso Pasco de la Reforma,
recorría después la avenida Juárez viendo la
magnífica Alameda y el grandioso monumento
al Patricio, seguía por la avenida Madero y desembocaba
al Zócalo -Catedral, Palacio Nacional,
Palacio del Ayuntamiento--, se sentía en el corazón
de una gran ciudad moderna. Magníficos
almacenes abrían por doquier sus escaparates,
cafés y restoranes de lujo lo obligaban a detener-
233

se, y coches de categoría circulaban constantemente
por el arroyo.
Si de la Plaza de la Constitución pretendía
regresar hacia el poniente tomando la avenida
Cinco de Mayo, su primera impresión era aún
más favorable que en su anterior recorrido: relativamente
ancha, perfectamente recta, sus perspectivas
de la Alameda en un extremo y el costado
de la Catedral en el otro, le daban dignidad indudable.
Pero apenas recorridos unos cuantos pasos,
veía desembocar en ella el mugroso y estrecho
callejón de la Alcaicería; y si movido por la curiosidad
se aventuraba por los más estrechos aún
de la Olla y la Cazuela, que se insinuaban del
propio Cinco de Mayo a la Alcaicería, entraba de
súbito en el corazón de una verdadera Corte de los
Milagros, llena de ruidosas y malolientes pulquerías,
y de ejemplares miserables de vagos y "mecapaleros".
Hoy la calle de la Palma, ancha y recta, se
prolonga hacia el norte sustituyendo la vieja
Alcaicería; y aunque dista mucho de ser decorosa,
y menos aun bella, constituye, sin embargo,
notoria mejoría. Pero los dos callejones de la
Olla y la Cazuela siguen existiendo, y todavía
almacenan mugre y sordidez, decorados con hoteluchas
de dudosas funciones.
Naturalmente, ese anárquico desarrollo de la
ciudad de México se tradujo -entre olros mil
inconvenientes- en un inadecuado sistema vial.
Calles relativamente anchas y rectas desembocaban
bruscamente en un paredón que impedía
234

.eguir adelante; otras eran inadecuadas y retorcidas;
algunas alternaban tramos de aceptable
amplitud con otros de agobiante estrechez. Y en
la periferia de la antigua "Traza" comenzaron
a surgir colonias como Guerrero, Peral villa, Santa
Mar ía, San Rafael. Roma y Juárez, que aumentaban
los problemas de comunicación.
Sin embargo, el sistema de tranvías -de trazo
meritorio en la época en que fue hecho- servía
bastante bien al transporte de los capitalinos, que
abordándolo en cualquier sitio podían ll egar fácilmente
al corazón de la ciudad, o de éste trasladarse
hacia la periferia, seguros de que la
"parada" correspondiente los dejaría a cómoda
distancia del sitio deseado.
Los coches de caballos, particulares o de alquiler
-carretelas con bandera de distintos colores-
y los no muy numerosos automóviles
completaban aceptablemente el sistema de transportes.
Al mismo tiempo que las reducidas distancias
entre la mayoría de íos lugares hacían
factible trasladarse a ell os caminando.
Era, pucs, México, a comienzos del presente
siglo - yen las dos primeras décadas de éste-,
una ciudad falta de planeación, carente de buenas
vías de comunicación, pero cuya población relativamente
reducida, y su plácido ritmo de vida
que conservaba todavía mucha de la calma de la
centuria anterior, le impedían resentir los problemas
de comunicación .
Pero rápidamente, después de los veintes, la
población comenzó a crecer en forma explosiva,
235

y las necesidades de habitación -faltas de un verdadero
plano regular de la expansión urbanahicieron
nacer nuevas colonias por todos los
rumbos, y aumentaron automáticamente las distancias.
Para llegar a muchos sitios no existían
calles que merecieran el nombre de tales, sino
simples veredas sin iluminación, llenas de baches,
polvorientas en tiempos de secas, y convertidas
en mar de lodo durante las lluvias.
Al mismo tiempo, el crecimiento en el número
de habitantes, y el cambio en los métodos de
transporte con el advenimiento del automóvil
como vehículo común y accesible, aumentaron
increíblemente el número de carruajes. Y desde
ese momento los habitantes de la ciudad de México
se dieron cuenta -demasiado tarde- del poco
cuidado que se había tenido para regular el crecimiento
de la misma con vistas al futuro.
Hablar del problema de comunicaciones y
tránsito en el momento actual, es presentar un
panorama desconsolador, cuya solución no se
vislumbra fácilmente.
Dos son las grandes metas por alcanzar: un
buen sistema vial, que permita llegar fácilmente
a cualquier sitio de la ciudad, sin desvíos innecesarios
ni cuellos de botella que entorpezcan el
tránsito; y un buen sistema de transportes públicos,
que haga factible para la mayoría de los
habitantes -que dependen de dichos vehículos
para su movilización- trasladarse con eficacia,
rapidez y comodidad.
En el primer aspecto, se han venido realizando
236

-desde hace tiempo- encomiables esfuerzos;
aunque desgraciadamente sin una planeación previa
y global, que permita situar cada uno de ellos
en el sitio que le corresponde dentro de un esquema
general. Por esa razón, frecuentemente no
dan todos los frutos que legítimamente podía
esperarse de ellos.
Uno de los primeros pasos fue la prolongación,
hacia el norte y hacia el sur, de la avenida
de los Insurgentes, que permite ligar la carretera
de Laredo con la de Acapulco. Otro paso interesante,
la ampliación de la avenida Peralvillo y
la calzada de Guadalupe, que simplificó el tránsito
en esa populosa zona y abrió otra vía de
fácil acceso a la carretera de Laredo, para quienes
no pueden usar Insurgentes.
La avenida 20 de Noviembre, aunque de recorrido
relativamente corto, fue de gran importancia
por la zona central en que está enclavada,
constituyendo gran auxilio para la avenida de
San Juan de Letrán -previamente ensanchadav
que hoy, prolongada por la calzada del Niño
Perdido y la avenida de la Universidad, llega hasta
la Ciudad Universitaria y conecta con la rama
sur de Insurgentes.
El primer intento para dotar a nuestra ciudad
de una vía de circulación rápida, ininterrumpida
y sin cruces a nivel, fue el viaducto Miguel Alemán,
cuya utilidad estuvo sin embargo limitada
hasta ti empos muy recientes, por lo pequeño de
su recorrido. Hoy en día constituye camino de importancia
fundamental, que permite cruzar la
237

ciudad de oriente a poniente -calzada de Tlalpan
a Tacubaya- en unos cuantos minutos. Y
la propia calzada de Tlalpan, también ampliada
y rectificada, conectando con San Antonio Abad,
aumenta el valor del viaducto, permi tiendo a
quienes desembocan en ella seguir fácil y rápidamente
hacia el centro por el norte, o llegar sin
dificultades a Tlalpan, Xochimilco, o la carretera
de Acapulco, si se dirigen hacia el sur.
En el presente sexenio, la encomiable e incansable
actividad de las autoridades del Distrito
Federal -que se ha manifestado en todos los
ámbitos y a la que, en consecuencia, nos hemos
referido en otros si tios- ha enfocado también
el aspecto de las vías de comunicación, y realizado
obras importantes.
Mencionarlas todas sería demasiado tardado
y resultaría inútil, ya que los capitalinos han
podido seguirlas a través de las informaciones
periodísticas, o recorriéndolas personalmente.
El otro problema importante en materia de
comunicaciones se relaciona con los transportes
públicos, notoriamente insuficientes y malos, a
pesar de los innegables progresos logrados en los
últimos años.
El más antiguo de estos sistemas es el de tranvías
eléctricos, que cuando se inauguró a principios
de siglo podía considerarse modelo en su
género. Pero el tiempo no pasa en vano; y en los
últimos años las fallas que presentaba eran múltiples,
ya que nada de fondo se había hecho para
mejorarlos.
238

Recientemente hemos asistido a un vigoroso
esfuerzo, que ha vuelto a dar importancia a los
transportes eléctricos. Nuevas vías se han tendidos
en diversas direcciones, otras se han mejorado,
y algunos recorridos ampliado o modificado;
el equipo totalmente sustituido por tranvías
modernos, cómodos, de agradable aspecto y que
no producen el ruido ensordecedor de los antiguos.
La construcción del nuevo depósito en
Ixtapalapa -en sustitución del de Indianillapermitirá
mayor fluidez en el manejo de los carros.
Los trolebuses, operados por la misma empresa,
han sido valiosa adición al sistema.
Los autobuses constituyen todavía un pavoroso
problema por varios motivos, entre los cuales
figuran preferentemente: la insuficiencia y defectuosidad
del equipo; la fa lta de coordinación
de sus recorridos; y la irresponsabilidad y carencia
de educación del personal.
El equipo ha experimentado, gracias a la energía
de las autoridades, cierta mejoría. Se acabó
el horrible aspecto que presentaban las unidades
multicolores, llenas de anuncios de pésimo gusto
y ejecución; hoy su aspecto es uniforme, con las
únicas variantes que diferencian los de primera
de los de segunda clase, y la franja que identifica
la línea ; además se ha aumentado el número de
vehículos. E l problema de recorridos e itinerarios
no sabemos hasta qué punto haya sido abordado
y, en consecuencia, nos abstenemos de opinar
al respecto, aunque no creemos que se haya
hecho mucho.
239

Pero en lo que hace al personal, debemos confesar
que la situación sigue siendo intolerable:
por irresponsabilidad de los choferes, los autobuses
constituyen peligro temible para los peatones,
al igual que para los otros vehículos; y la
majadería y falta de educación del personal llega
a límites increíbles.
Es sabido de todos que el gremio camionero
tiene indudable fuerza -política y económicay
a ello atribuye la voz de la calle su absoluta
falta de respeto para la vida humana, y de atención
y cortesía para los usuarios. Y la amarga
experiencia nos ha enseñado que -sea cual fuere
la causa- estos cafres del volante, junto con sus
próximos parientes los manejadores de taxímetros,
gozan de real impunidad.
Que es posible imponerse a la altanería y falta
de disciplina del gremio, se demostró al imponer
la pintura uniforme de los vehículos, a pesar de la
tenaz oposición. Seguramente que la falta de
respeto y atención para los usuarios también
podría remediarse, si las autoridades administrativas
obran con la energía demostrada en
otras ocasiones, poniendo el interés colectivo por
encima del de grupos o individuos.
Desgraciadamente, en lo que hace a la falta
de respeto por la vida y la propiedad que manifiestan
los manejadores de autobuses -y con
ellos los de taxímetros, y camiones materialistas
y de carga- sólo puede esperarse ligera mejoría,
si las autoridades de Tránsito actúan enérgicamente
imponiendo fuertes multas, arrestos ad-
240

Los JI/./ejotes crecía/l erguidos al borde de los canales,
y atíll puedell enCO/ltrarse ell algul1as parres del sur del
Valle. Sil presencia iudica l){j la cercallía del agua; hoy
su auscl/cia es íl/dice de la terrible sequía. Fotografía
de Amhrosio Gonzálcz.

ministra ti vos, cancelación de licencias y, sobre
todo, ejerciendo una constante vigilancia para
obligar a esos irresponsables a conducirse como
miembros de una colectividad civilizada. Pero
el problema presenta mayores alcances, ya que
cuando los actos cometidos implican algún delito,
caen dentro del ámbito de la justicia penal que
-por razones que es mejor no comentar- prácticamente
nunca aplica todo el rigor de la ley a
los responsables de los cotidianos "camionazos",
que cuestan miles y miles de pesos en propiedad
destruida, y llenan de luto infinidad de hogares.
Mucho de lo que hemos dicho con respecto
a los autobuses, puede y debe aplicarse a los
automóviles de alquiler. Bastante se ha logrado
con obligarlos al uso del taxímetro, del color
uniforme y de la pin tura en lugar visible de los
últimos cuatro guarismos de las placas de circulación.
Estas medidas, muchas veces intentadas,
fallaron siempre por falta de energía de las auto·
ridades encargadas de hacerlas cumplir, ante la
actitud levantisca y escandalosa de propietarios
y manejadores de vehículos, siempre dispuestos a
provocar alborotos. Bastó que una vez se proce·
diera con energía, para que las medidas se aplicaran
- con aplauso unánime- y sin ninguno
de los graves alborotos que tanto se temían.
Lo mismo que dijimos con respecto a los autobuses,
sei'ialando las posibilidades y limitaciones
de las autoridades administrativas, se aplica a
los taxímetros.
Pero hay un pequeño detalle que parece incon-
241

cebible no se haya corregido, ya que es fuente
continua de molestias para los visitantes de la
ciudad de México, que no están en el secreto.
Cuando uno de estos usuarios toma un taxi, y el
chofer baja la bandera, ve aparecer en el medidor
el cargo de un peso, al que se van sumando, de
cinco en cinco centavos, los que corresponden a
la distanciu recorrida. Al abandonar el vehículo,
en el marcador aparece una suma determinada,
que justificadamente piensa corresponde al precio
del servicio. Pero cuando intenta pagarlo, se
entera con sorpresa que el chofer -de mal modo
frecuentemente- le indica faltan aún cincuenta
centavos, y le enseña la tarifa donde, contra toda
razón lógica, se asienta que el precio del servicio
es el peso inicial del banderazo, la cantidad adicional
de la distancia recorrida ... y cincuenta
centavos más. ¿Sería problema demasiado grande
acabar con la ficción de que el precio del
banderazo es un peso, pero que al monto total
deben aumentarse cincuenta centavos? ¿Hay insuperables
dificultades técnicas o administrativas
para que se ajusten los aparatos registradores,
haciendo que -francamente- marquen un banderazo
de un peso cincuenta centavos, de tal
manera que la suma total corresponda realmente
al precio del servicio? Nosotros creemos que no,
y esperamos que las autoridades lo hagan pronto.
No podríamos terminar el tema referente a
las comunicaciones citadinas sin mencionar un
punto vital: la necesidad inaplazable de que México
cuente con un sistema de transporte público
242

XXII
UN MAÑ'ANA FELIZ PARA EL VALLE
OJEADA RETROSPECTIVA
Hemos querido presen tar a los lectores una visión
de lo que el llamado Valle de México ha sido a través
de los tiempos; pues muchos problemas actuales
no podemos comprenderlos adecuadamente si
desconocemos cómo han venido gestándose.
En esta rápida ojeada no hemos podido, naturalmente,
detenernos en todos y cada uno de sus
variados aspectos, pues eso hubiera convertido
este modesto enfoque de las relaciones del hombre
con su ambiente en una verdadera historia
de nuestro Valle, cosa muy alejada del propósito
que perseguimos.
Resulta interesante ver cómo el hombre se
asentó en la Cuenca y cómo pudo, en parte adaptándose
al ambiente y en parte modificándolo,
hacerla su morada permanente. Y lograr -maravilla
máxima en su historia- que naciera y
prosperara una ciudad en el seno mismo de las
aguas que cubrían el fondo del Valle.
Cuando hoy lamentamos, ante los problemas
que nos aquejan, que esa ciudad no hubiera sido
constmida en sitio más adecuado, con mayor altura
para ponerla a salvo de inundaciones, y con
subsuelo más firme para beneficio de la edificación,
debemos recordar los imperativos históricos
que explican tal cosa.
244

Los aztecas tuvieron que construir Tenochtitlán
donde lo hicieron, porque la hostilidad de
las tribus ya asentadas en el Valle, y su falta
de fuerza guerrera en aquel entonces para vencerlas,
los obligó a buscar sitio que nadie más codiciara,
y en el que las aguas mismas en que
alzaban sus moradas sirvieran de defensa.
El crecimiento y opulencia de la ciudad azteca,
la heroica defensa que de ella hicieron sus
moradores, y el papel preponderante que conquistó
por la potencia de sus armas explican también
que Cortés -aun comprendiendo los inconvenientes
del sitio- se sintiera obligado a edificar sobre
sus escombros la capital de la Nueva España.
La prosperidad de la ciudad de México durante
la Colonia se inicia tan pronto y con tanta
pujanza, que cuando se comprende i al fin! que
el sitio en que se encuentra es inapropiado, ya no
existe posibilidad de moverla a otro más conve·
niente, pues su valor es muy grande.
La ojeada retrospectiva nos explica que este
México en que hoy vivimos -tan bello y lleno de
contrastes- se encuentre precisamente situado
en el lugar donde está, y en el que tiene que
hacer frente a problemas que no se presentarían
en otra localización.
LA INFLUENCIA HUMANA
El hombre, para subsistir, necesita modificar su
ambiente; y los pobladores del Valle de México
no podían ser excepción.
245

el intento posterior para completar el desagüe
de la cuenca, tan bien logrado con el túnel de
Tequixquiac, sí fueron obras de gran repercusión.
Por un lado, lograron en gran parte el fin que
se proponían, de poner a la ciudad a salvo de
pavorosas inundaciones. Pero alteraron profundamente
las condiciones naturales, rompieron el
equilibrio hidrológico, y fueron origen de graves
problemas que aún nos aquejan, y cuya solución
es preocupación principal de cuantos piensan en
el porvenir de la ciudad.
CENTRALIZACIÓN EXCESIVA
Desde tiempos del Virreinato, y quizá más después
de la Independencia, la ciudad de México
ha venido sufriendo -para ella y para el resto
del país- los efectos nocivos de una excesiva
centralización.
Su población es cerca del 15 % de la total de
la República, y ninguna otra ciudad se le acerca
a este respecto.
En ella no sólo radican los Poderes de la
Unión -en algún sitio tenían que residir-, sino
que también se encuentran ubicados los principales
centros industriales, culturales, científicos
y de enseñanza. El sistema todo de comunicaciones,
tanto ferrocarriles como carreteras -y aun
líneas aéreas-, se ha desarrollado teniendo como
centro la ciudad de México.
La Universidad Nadonal o el Instituto Politécnico,
por ejemplo, sufren los efectos de una
247

matrícula excesiva que obliga a crecidos gastos
y crea problemas cotidianos que conocemos de
sobra. Y lo más grave es que cada esfuerzo que
hacemos para solucionar tales problemas, dando
mayores fondos o haciendo nuevos edificios, sólo
ofrece alivio momentáneo. Las nuevas condiciones
son tan atractivas, que el número de alumnos
que vienen de los Estados aumenta; y de ese
modo automáticamente surgen nuevos problemas
... cuya solución volverá a engendrarlos multiplicados.
Hemos tomado este ejemplo, pero podíamos
haber tomado otros muchos. En todos es la excesiva
centralización, e! culto a la gran ciudad, e!
respeto a la población que sirve de asiento a los
poderes nacionales. Dentro de la ciudad de México
sentimos ya -aunque muchos se empeñan en
no verlo- que ese excesivo centralismo crea problemas
que no tendrían razón de existir.
y e! resto de! país -aunque no deja de enorgullerse
por el crecimiento de la capital-lamenta
que la centralización estorbe, en muchos casos, su
propio y justo desarrollo.
UNA POBLACIÓN EN AUMENTO
De 344 700 habitantes que tenía la ciudad de
México en 1900, el último Censo realizado en 1950
acusa una población de 2 234 800, sin incluir las
delegaciones o las colonias suburbanas. Y las estimaciones
para 1957 hablan de 4500000 en el
Distrito Federal.
248

En sólo medio siglo, la capital ha crecido más
de un 600 %. Crecimiento que desde cualquier
punto de vista puede considerarse exagerado,
pero que resul ta todavía más notable si recordamos
que la población total del país en 1900 era
de 13 607 272 Y en 1950 se elevaba a 25791017,
lo que acusa un crecimiento considerable -es
cierto-, pero que no llega al 100 % en ese medio
siglo.
O dicho en otros términos, aprovechando una
elaboración de Durán Ochoa: en 1900 veinticinco
habitantes por cada mil de la población total de
la República vivían en la ciudad de México; mientras
que para 1950 eran ochenta y siete de cada
millar.
Generalmente nos enorgullecemos del rápido
crecimiento de nuestras ciudades; pero hay razón
para preguntarnos si tal cosa es en realidad correcta.
Personalmente creemos -al igual que muchos
otros- que el crecimien to inmoderado de las
grandes poblaciones crea una serie de graves problemas
de difícil solución. Sin que el aumento
de habitantes, más allá de ciertos límites, se traduzca
en ventajas para los mismos; sino más bien
en múltiples inconvenientes.
Ciudades como Nueva York, que se jactaban
de un magnífico sistema de aprovisionamiento de
aguas, han comenzado a experimentar dificultades
en los recientes años de sequía. Y basta contemplar
las carreteras que conducen a la Babel
de Hierro un domingo por la tarde, cuando las
249

gentes regresan de sus paseos campestres: a pe·
sar de la amplitud y magnífico trazo de los cami·
nos, marchan a vuelta de rueda, por el embote·
llamiento que causa su enorme cantidad. Muestra
tangible de lo que sucede cuando demasiados
seres humanos se empeñan en vivir hacinados en
un área reducida.
EL HOMBRE FRENTE A LA NATURALEZA
Es indudable que el hombre, gracias al prodigioso
desarrollo de su inteligencia, debido al des·
envolvimiento de su sistema nervioso central
en el lento proceso evolutivo, ha logrado "domi·
nar" a la Naturaleza en forma sin paralelo en
otra especie animaL
Pero en realidad, eso que nos empeñamos
en considerar como "dominio" de la Naturale·
za, para satisfacción de nuestro orgullo y como
vestigio de las poéticas fábulas creacionistas
que colocaban al hombre en el centro del Uni·
verso, no es en realidad tal dominio, en el sen·
tido que indicaría un control incondicionado del
ambiente.
Cuando logramos alguna de nuestras metas
más espectaculares en la utilización del medio, lo
único que hemos hecho es estudiar cuidadosa:
mente las leyes naturales, comprenderlas correc·
tamente, y desarrollar basándonos en ellas una
serie de principios operativos que permitan alcan·
zar el fin propuesto.
El hombre logra" imponerse" a la Naturaleza
250

sólo en la medida que es capaz de comprender
y "acatar" las leyes que la rigen.
Desgraciadamente, en muchas ocasiones dicho
principio básico no es norma de nuestra conducta.
A veces simplemente porque ignoramos tales leyes
- yeso nos disculpa el no aplicarlas- y en
otras ocasiones porque pensamos -tontamente-
que podenlOS actuar sin tonlarlas en cuenta.
Pero los resultados no tardan en h acernos
comprender e! error cometido, a veces en forma
radical e irremediable.
En la Cuenca de! Valle de México hemos procedido
por mucho tiempo violando esas leyes
naturales, y las consecuencias las sufrimos en la
actualidad.
Desforestamos las laderas de las sierras que la
limitan, y al dejarlas desnudas no solamente las
expusimos a la erosión por el agua durante la
época de lluvias, sino que disminuimos además
su capacidad de absorción y, en consecuencia,
iniciamos un proceso de desecación de m anantiales,
empobrecimiento de capas freáticas y creación
de corrientes torrenciales.
Sin embargo, el agua que se acumulaba en
las partes más bajas por falta de salida, compensaba
algún tanto la falta de absorción en lo alto,
estabilizando el ciclo hidrológico. Pero cuando
a costa de ímprobos trabajos logramos arrojar
el agua fuera del Valle, iniciamos un desequilibrio
profundo que ha originado dos problemas
fundamentales tantas veces mencionados en este
ensayo: la escasez de agua para consumo de los
251

habitantes de la ciudad de México, y el hundimien
to de ésta.
EL REMEDIO ECOLÓGICO
La ecología es la ciencia que estudia las relaciones
de los organismos con su ambiente, y el
punto de vista ecológico, que puede ayudar a solucionar
algunos de los problemas del Valle de
México, consiste en tratar de conocer esas relaciones
organismos-medio, ajustándonos en lo posible
a ellas.
Desde que se creó la Comisión Hidrológica
de la Cuenca del Valle de México, sus actividades
se han orientado teóricamente al restablecimiento
del equilibrio natural -que nunca debió perturbarse-
descontinuando los esfuerzos para arrojar
más aguas fuera del Valle y, por el contrario,
procurando conservar la mayor cantidad dentro
del perímetro y, en lo posible, lograr su infiltración
al subsuelo.
Hasta donde las condiciones de seguridad de
la ciudad de México lo permiten -debido a los
cambios de nivel experimentados por las distintas
partes del Valle-, se procura llenar al máximo
las cubetas lacus tres y man tener el agua en ellas
por los períodos más largos.
Además, se ha iniciado el ensayo de pozos de
absorción, que permitan que las aguas de lluvia
-o las de las corrientes- se infiltren en el subsuelo,
para llenar los acuíferos, vaciados con las
operaciones de bombeo de los pozos.
252

Falta aún aplicar en gran escala métodos conservacionistas
modernos en el tratamiento de
todas las tierras de la Cuenca, que protejan al
máximo el suelo contra la erosión, y permitan
aprovechar y regularizar al máximo toda el agua
que reciben durante la temporada de lluvias.
Además, en nuestra opinión, algo importantísimo,
si queremos colocarnos totalmente dentro
de este sano punto de vista ecológico, es estudiar
los múltiples problemas creados por la excesiva
población que hoy se asienta en el Valle. Y dentro
del panorama actual de éste, su concentración
aún más excesiva en los límites urbanos de la
ciudad de México.
También debemos recordar que el hombre necesita
para su vida plena, estar rodeado de un
ambiente higiénico y agradable; en consecuencia,
será menester proporcionarle, cada vez más, sitios
de esparcimiento tales como parques y jardines
urbanos, o Parques Nacionales situados fuera de
la urbe, pero fácilmente accesibles a sus habitantes
en cortas excursiones dominicales.
UNA TAREA DE TODOS
La ciudad de México y el Valle en que se asienta
son todavía -feIizmente- sitios deseables
para . vivir en ellos. Pero de nosotros depende
lo que puedan llegar a ser en el futuro, degradándose
hasta convertirse en lugares inhabitables
o, por el contrario, embelleciéndose para ser cada
día más acogedores y agradables.
253

Una u otra cosa -para bien o para mal- será
resultado de la conducta de todos y cada uno de
los habitantes.
Cierto que a las autoridades corresponde responsabilidad
no pequeña al respecto, y que debemos
esperar y exigir de ellas una acción enérgica,
coordinada, pernlanente, encaminada a resolver
los problemas que aquejan a los sufr idos capitalinos.
Pero la acción oficial por sí sola no es bastante.
Y en muchos aspectos puede resultar ineficaz,
si no cuenta con el respaldo y colaboración
de todos.
Por ejemplo, de nada servirá que las autoridades
se esfuercen por dotar de agua suficiente
a la ciudad de México si sus habitantes, con clara
inconsciencia al respecto, seguimos dejando nuestras
llaves abiertas para que se desperdicie el
precioso líquido. De nada servirá que procuren
mantenerla en estado de limpieza, si continuamos
llenándola de basura. De nada servirá que la
doten de parques y jardines, si vamos a comportarnos
como vándalos para robar las flores y
destruir las plantas.
Cada uno de los habitantes de la ciudad de
México, del Distirto Federal, o del Valle en su
totalidad, puede hacer muy poco aisladamente; y
en ocasiones la comprensión de nuestra insignificancia
individual es pretexto para la inacción
o, lo que es peor, para la conducta antisocial que
creemos no afectará en nada el conjunto.
Pero si todos pensamos igual y nos cruzamos
254

de brazos, considerando que lo que cada uno haga
resultará inútil, o lo que es más grave aún, desarrollamos
una actividad indebida creyendo simplemente
que la misma, por su pequeñez, no pódrá
empeorar la situación existente, estaremos sumando
cuatro y medio millones de voluntades-y
la acción de cuatro y medio millones de seresen
un sentido indeseable.
El resultado de esa actividad colectiva es de
consideración. Debemos comprender que la responsabilidad
del futuro de nuestra morada depende
de nosotros mismos. Si queremos vivir en
una situación mejor, y legar un mejor ambiente
a nuestros hijos, debemos comportarnos en forma
que no contribuya a destruirlo. Y estar siempre
li stos, además, para colaborar con nuestro trabajo
o nuestras aportaciones económicas a la solución
de los problemas más urgentes.
Convertir este legendario Valle de México en
sitio de esplendorosa belleza -en el que sea seguro
y placentero vivir- es tarea ardua en extremo,
que requerirá de años para realizarse, así como
de la cooperación entusiasta y sin límites de todos
sus habitantes.
Pero cualquier esfuerzo, cualquier sacrificio,
estará compensado pensando que laboramos
-dentro de la más alta ética social- por alcanzar
un fin de beneficio colectivo, en el que seremos
los primeros beneficiados.
255

e o L o F o N
El Valle de México, lleno de aspectos contradictorios
desde el implicado por su incorrecto nombre
geográfico, pletórico de problemas, erizado de
interrogaciones, es tema de amplitud enorme.
Si hubiéramos querido abordar todos y eada
uno de sus ángulos, hubiéramos excedido con
mucho los límites de algo que no pretende ser
sino modesto ensayo.
Muchos de los aspectos del Valle no han sido
aún suficientemente estudiados hasta la fecha y,
en consecuencia, los datos que al respecto se dispone
son incompletos. Tratar de poner claridad
y precisión científica en ellos hubiera significado
una serie de largas y difíciles investigaciones que
requieren tiempo y cooperación para realizarse.
En consecuencia, más de una vez hemos tenido
que consignar datos fragmentarios o sujetos a
controversia -a sabiendas de que lo hacíamospor
falta de mejor solución.
Debido a esa carencia de un material de base
de corrección irreprochable, o a lo difícil que resulta
en ocasiones ajustar una estimación a la
más rigurosa precisión -a menos que se recurra a
largas y tediosas consideraciones laterales-, hemos
incluido apreciaciones de diversas fuentes,
que a veces tienen ligeras discrepancias . No ignoramos
tal cosa, pero no nos ha preocupado tampoco,
porque para la finalidad que perseguimos
256

de ofrecer una visión panorámica del Valle de
México y sus habitantes en sus complejas relaciones
recíprocas, esas discrepancias secundarias carecen
de significación.
Hemos procurado presentar una secuencia
evolutiva del Valle de México y sus moradores,
siempre que fue posible. En ocasiones, sin embargo,
una absoluta sujeción al orden cronológico
habría resultado tediosa, o hubiera impedido
resaltar en forma más dramática un hecho determinado,
que requería singularizarse.
Los aspectos analizados y problemas discutidos
no son más que unos cuantos de los muchos
frente a nosotros. Obligados a encerrarnos en
los límites de algo que pueda ser leído sin demasiada
fatiga, hemos debido seleccionar. Posiblemente
esa selección -para nosotros atinada- no
resulte la mejor para muchos lectores. Pero estamos
convencidos que la uniformidad de opinión
en estas cuestiones es imposible.
Algunos problemas han sido omitidos -claro
está- por las razones expuestas. Otros, al contrario,
abordados una y otra vez en capítulos sucesivos,
en repeticiones que pueden suscitar críticas,
pero que nos parecieron deseables -cuando
no indispensables- para subrayar la importancia
de los mismos, o mostrar los diversos ángulos
desde donde podían contemplarse.
Nuestra visión del Valle de México y sus habitantes
es incompleta, y quizá con más de un
error de información o alguna interpretación incorrecta
de sus problemas. Percatados de ello
257

anticipamos la crítica y la aceptamos humildemente.
Pero creemos que este intento de ofrecer una
visión panorámica de hechos, cosas y proble·
mas tan ligados con nuestra vida -y que precisamente
por ello solemos olvidar- resulta útil
para analizar cuáles han sido las consecuencias
de nuestras actividades pasadas, y anticipar las
orientaciones que parecen deseables para el futuro.
258

íND I CE
Preliminar
1. El vall e que no es va ll e
II. El hombre en el vall e .
III. El valle nace a la historia
IV. El cenit de un pueblo .
V. Choque ciclópeo .
VI. La cruz sobre el teocall i
VII. El valle en la colonia .
VIII. Pachuca, la sultana de plata
IX. Próceres del talento
X. La capital de la República
XI. La nueva cosecha . . .
XII. En la paz porfiriana
XIII. Sangre en las calles y traición en pa­
lacio. . . . . . . . .
XIV. El impacto de la revolución
XV. La agon ía de los lagos
XVI. Un a metrópoli que se hunde
XVII. El valle hoy en día.
XVIII. La ciudad sedienta. . . .
9
13
23
31
40
48
64
70
79
91
103
115
125
138
153
165
173
183
197

XIX. La comida de la ciudad . . . . . 211
XX. Paseos para los capitalinos ... y pul-
mones para México . . .. 221
XXI. Las arterias citadinas . . .. 230
XXII. Un mañana feliz para el valle. 244
Colofón. . . . . . . .. 256