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Untitled - Nicola Viceconti

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- Toda ocasión es buena para jactarse, ¿eh? ¡No soporto<br />

su provincialismo!<br />

A pesar de que fuera también ella hija de inmigrantes<br />

italianos, no admitía nuestro innato sentido de<br />

competitividad. Tal vez tenía razón, pero para callarla le<br />

contesté enérgicamente.<br />

- ¡Antes de nuestra llegada, aquí no había nada! Sólo<br />

desolación. ¡Desolación y basta!<br />

Repetí aquella palabra buscando algún otro argumento<br />

aún más convincente.<br />

- ¡Hasta el nombre le dimos nosotros a este país!<br />

María no reaccionó a mi ataque y, por un instante, creí<br />

haber sido eficaz en persuadirla, pero me equivoqué.<br />

- Señor Mimmo, ¿De nuevo? No sólo usted, sino que<br />

muchos italianos se atribuyen este mérito. Pero así sólo<br />

demuestran que no conocen para nada la historia. El<br />

nombre Argentina se lo dieron los conquistadores<br />

españoles.<br />

Me devolvió la manguera y se fue silbando, contenta de<br />

haberse dado otra satisfacción.<br />

Así era María, combativa e inteligente, siempre lista a<br />

confrontarse. Había vivido su adolescencia a fines de los<br />

años setenta, en medio de un fermento político que<br />

envistió a todo el país. En aquel período, los jóvenes<br />

redescubrieron el asociacionismo y la participación directa<br />

a todas las actividades sociales. Ella, junto a los más<br />

sensibilizados, teorizaba sobre un mundo libre y sin<br />

injusticias. Eran aquellos los motivos de su activismo en la<br />

asociación de estudiantes universitarios, nada más.<br />

Sin embargo, para algunos, María Eugenia Alberti era

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